Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Rodolfo Usigli y "Corona de sombra" un cuento de hadas del siglo romántico

Roberto Perinelli



«Soy completamente feliz aquí; y Max también. La actividad nos sienta bien: éramos demasiado jóvenes para no hacer nada»


Párrafo de una carta de Carlota, emperatriz de México, a su abuela                





Introducción

Es indudable que para las cuestiones del arte los argentinos siempre hemos acudido a los referentes europeos. En el campo teatral también se advierte esta preferencia, que, por supuesto, pone en el otro extremo, el del desinterés, a las expresiones provenientes de otros orígenes. Cuando se establece la atención en la actividad escénica latinoamericana, ésta se centra en el desempeño de los grupos ya históricos -Teatro de los Andes, Malayerba, Yuyatskany-, a los cuales se los identifica más como mito que como realidades. Siquiera eso, porque la dramaturgia, en cambio, casi carece de curiosos. La escuálida representación de esos textos en Buenos Aires -alguna vez un título del mexicano Carballido o, por súbito atractivo, acaso fugaz, del argentino-ecuatoriano Arístides Vargas-, es el hecho que explica mejor que cualquier análisis que el texto teatral latinoamericano es poco transitado por los teatristas argentinos, al menos hasta el punto del entusiasmo que los lleve a la concreción escénica (por supuesto, de este cuadro exceptúo la programación del CELCIT, atenta por convicción ideológica a la producción textual latinoamericana).

No resulta extraño, entonces, que se sepa muy poco sobre el mexicano Rodolfo Usigli (1905-1979), de quien hace pocos años se celebró el centenario de su nacimiento y a quien se le otorga el rol mayúsculo de fundador del teatro moderno de su país. Trabajador en todos los terrenos de las letras -ensayista, narrador y, según dicen, más que meritorio poeta-, el distingo de Usigli resalta en el teatro, al cual entregó una prolífica obra -treinta y siete títulos-, además de una nutrida cantidad de artículos y notas de rango teórico, producidos todos en el afán de diseñar para México las bases de una dramática nacional.

Como suele ocurrir con los dramaturgos, un título, una obra maestra los consagra y los distingue, y ese mérito suele hacerse indeseable cuando bajo el peso de ese texto puesto en paradigmático se opacan otros de valor similar o todavía superior. El texto que consagró a Usigli fue El gesticulador (1937), dolorosa incursión en las entrañas de la casi reciente revolución mexicana, ya desprovista de ideales para presentarse, inerme, a la voracidad de la corrupción.

Mucho y merecido interés recibió El gesticulador, título y autor vienen a la mente casi al mismo tiempo. Con una superficial búsqueda por internet se descubrirá la multiplicidad de sitios dedicados al tema. Menos atención atrae el resto de su producción, donde se destaca la magnífica trilogía histórica de las coronas: Corona de sombra (1943), Corona de fuego (1960), Corona de luz (1964). A la primera de ellas, Corona de sombra, está dedicada esta nota, con la ambición de que resulte muestra elocuente para aventurarse a ésta y a otras expresiones de la aventura dramática de Usigli.

Usigli subtituló a Corona de sombra como pieza antihistórica en tres actos y once escenas. El estreno se produjo cuatro años después (cuestiones de censura dilataron el momento), en 1947, en el teatro Abreu de la Ciudad de México, con dirección del autor.

Haciendo paralelo con nuestra realidad teatral, es difícil encontrarse por esas fechas con una obra de autor argentino de idéntica pretensión en lo técnico (Usigli era confeso continuador de Ibsen), y en el compromiso histórico, ya que aun faltaba tiempo para la aparición de Cuzzani, de Lizárraga y del Gorostiza que con El puente conmovió en 1949 el alicaído clima de la dramaturgia local.

Consultando la obra de Usigli se lo advierte afecto a los subtítulos, los usa para tomar posición de antemano, apenas el lector accede al texto: «teatro a tientas», «comedieta», «moraleja en 3 actos», «comedia sin unidades», «farsa impolítica», «estudio en intensidad dramática», entre otros. En el caso de Corona de sombra el subtítulo de pieza antihistórica entraña la decisión de ponerse en contra del lugar que la historia oficial de ese tiempo le dedicó a un hecho de gran relevancia histórica para México: la instalación en 1864 (exactamente el 28 de mayo) de Maximiliano y Carlota como monarcas del Segundo Imperio mexicano. En palabras más crudas, la sujeción de la vida política mexicana a los intereses imperiales de Francia, mediante la instalación en el fastuoso palacio de Chapultepec de una pareja de monarcas europeos en una tierra convulsionada por los enfrentamientos ideológicos, que desde que obtuvo la independencia, en 1821, hasta 1863, año en que se produce el arribo de Maximiliano y Carlota, al decir con palabras de Usigli, «había padecido cuarenta y tres presidentes».

Conviene tratar la condición de antihistórica de Corona de sombra más adelante, cuando se analice el prólogo de Usigli que antecede al texto de la pieza, donde ofrece una explicación acerca del término empleado en el subtítulo. Sí es momento para señalar la necesidad de un marco histórico previo a la lectura de la obra, a condición de que sin este requisito las sombras se hagan oscuridades. Es lícito que, como confiesa Usigli, en la pieza se adviertan anacronismos y, desde ya, situaciones dramáticas que estuvieron lejos de ocurrir. Se trata de la libertad del poeta legitimada desde hace tiempo por Aristóteles («Es privilegio del novelista manipular la historia en beneficio de la ficción» acierta el contemporáneo Arturo Pérez Reverte en Cabo Trafalgar), pero la interpretación poética de los hechos tiene los límites que propone el referente, y el conocimiento del referente es dato indispensable para el lector de Corona de sombra.

Es por eso que esta nota contará con un primer tramo donde se desarrollará el contexto histórico de ese México imperial, fugaz y trágico, apelando a fuentes que más o menos reflejan lo que podríamos mencionar la historia oficial del asunto. A renglón seguido, y tal lo prometido poco más arriba, desarrollaré las opiniones que el autor desplegó en el prólogo ya citado.






ArribaAbajoContexto histórico

«Carlota: Luces, ¡pronto! ¡Luces!»


Rodolfo Usigli, Corona de sombra.                


La iniciativa de coronar a Maximiliano y Carlota correspondió a Napoleón III (1808-1873, emperador de Francia. En esto coinciden todas las fuentes y también Usigli; fue obra de este sobrino de Napoleón Bonaparte (algunos dicen su hijo ilegítimo) que la pareja (él un Habsburgo de Austria, nacido en 1932; ella también una Habsburgo, princesa de la casa real belga, nacida en 1840) haya terciado en la terca puja que en territorio mexicano, y desde hacía mucho, libraban conservadores y liberales o republicanos.

Las razones parecen haber sido muchas y el peso de ellas fue variando a medida que la aventura avanzaba, hasta el punto de que en 1867 restaron muy pocas para seguir sosteniendo un reinado lleno de complicaciones y, lo peor, fuertemente oneroso para el tesoro de Francia, que había destacado una buena cantidad de soldados en tierra americana, a los cuales había que pagar, alimentar y armar (¿algún paralelo con algún hecho de la historia reciente?). Napoleón III retiró las tropas y el imperio, ya deteriorado, se derrumbó.

Pero hasta entonces, hasta la deserción del monarca francés, la operación de invadir México se sostuvo con justificaciones políticas.

La oficial, endeble primera excusa, fue el rechazo a la medida unilateral del presidente mexicano Benito Juárez, quien el 17 de julio de 1861 firmó el decreto de moratoria que suspendía por dos años el pago de todas las deudas públicas contraídas con las potencias extranjeras (¿esto no nos resulta familiar a los argentinos?). La reacción provocó el ataque de una coalición formada por tres naciones acreedoras -España, Inglaterra y Francia-, que enviaron sus escuadras para invadir México a través del estado de Veracruz. Hubo tratados posteriores que aceptaron tanto España como Inglaterra, que se retiraron de México, pero que fueron rechazados por los franceses, que para quedarse guardaban diferentes intenciones a las de las otras dos potencias.

Los historiadores dan como primordial interés de Napoleón III la intención de crear un estado fuerte en América del norte para frenar el crecimiento de los Estados Unidos, un enemigo que podría actuar desde afuera de Europa alterando un sistema de fuerzas mundial que los europeos parecían saber, y querer, manejar por sí solos, pero posible de desbarrancarse si se producía la intrusión de una potencia ajena y lejana. El momento era propicio, EE. UU. estaba distraído con la Guerra de Secesión (1861-1864) y su capacidad de responder con lo que después fue un lema de solidez infranqueable -«América para los americanos»- era nula. Por otra parte los franceses aspiraban a tomar ventajas de este clima bélico, apoyando el bando sureño, a la sazón perdidoso en la guerra civil, al cual trataron de complicarlo en un proyecto de colonización estadounidense en el estado mexicano de Sonora.

El ofrecimiento de un trono tan lejano para Maximiliano y Carlota significaba también para Napoleón y las otras coronas europeas nada más y nada menos que sacarse un problema de encima. Cuando Maximiliano tuvo cargos -gobernador del reino de Lombardía y Venecia- actuó con una impronta democrática inaudita para un monarca, situación que obligó a relevarlo de esa función. Maximiliano resultaba irrecuperable, sus liberales ideas de gobierno, que Usigli designa como decididamente románticas, eran inaceptables. Maximiliano, desplazado del poder, se había recluido en su castillo de Miramar, muy cerca de Trieste. Sin embargo sus títulos -Archiduque de Austria y Príncipe de Hungría y Bohemia-, le daban crédito para aspirar a algunos de los tronos de frecuente vacancia. Destinarlo a México fue una solución.

Por otra parte en México se había incubado un sentimiento de necesidad respecto a contar con un monarca de estirpe sentado en el gobierno. Esto no resulta ni curioso ni insólito, sino avatares propios del siglo. A poco de obtener la independencia algunas de las nuevas naciones americanas se plantearon el recurso, entre ellas la nuestra, donde se aspiró al reinado de un príncipe o princesa europea o de un rey inca, maniobras donde algunos historiadores involucran a Manuel Belgrano y a San Martín cuando liberó Perú.

En México eran los conservadores quienes fogoneaban el proyecto (enviaron una delegación a Francia para interesar a Napoleón III), enfrentados por supuesto con la franja liberal liderada por Benito Juárez, quien prácticamente cogobernó el país mientras duró el breve imperio de Maximiliano.

Fue por eso que los conservadores recibieron con beneplácito a los monarcas que le enviaba Francia. Algunas fuentes aseguran que el general Miguel Miramón (1832-1867)1, tildado de traidor a la patria por la historia oficial, falsificó los datos de alguna tosca estadística que señalaban la adhesión que el pueblo mexicano sentía por Maximiliano. En Corona de sombra se mencionan estas estadísticas, Miramón, personaje de la obra, las enarbola cuando siente que el emperador se queda sin aliento, pero Usigli no arriesga acerca de la veracidad o falsificación de las mismas.

La causa más débil parece ser aquella que indica la intención de Francia de ampliar su presencia colonial en el mundo, anexando un gran país de América. Lo que contribuye a desmerecer semejante objetivo es que Francia nunca sintió gran preocupación por esa causa y la rapidez con que Napoleón III se liberó del compromiso. La justificación del excesivo costo de la empresa, de la cual se apropia Usigli para que el Napoleón de ficción la emplee ante el desesperado pedido de ayuda de Carlota en Corona de sombra, parece muy pobre y muy distante del poder económico que en ese entonces tenía Francia. Pero, como se dijo, el poder estaba repartido, Maximiliano lo compartía con un mexicano indígena: Benito Juárez.

Benito Juárez, hijo de una familia originaria, nació en Oaxaca en 1806 y durante la primera parte de su vida solo conoció el idioma zapoteca. Su origen de cuna fue una eterna marca que despertó adhesiones y rechazos durante todas sus gestiones, signo que por otra parte Juárez se dedicó a reforzar cuando ya en posesión de su profesión de abogado comenzó su carrera defendiendo a las comunidades indígenas, interiorizándose de problemas y conflictos étnicos subyacentes aunque explosivos. Como político inició su carrera en su ciudad natal, a la cual representó como diputado provincial y después gobernó, en 1847. Su adhesión a la causa liberal, afianzada a través de sus acciones de gobierno en Oaxaca -ejecutó obras públicas en beneficio de toda la población, promovió la educación fundando escuelas de segundo nivel, desconocidas en la región y, sobre todo, equilibró las finanzas dejando excedentes en el tesoro-, fueron las causas de su destierro en Nueva Orleans.

En 1855 regresa al país y al gobierno mediante diversos cargos, hasta que en 1858, y en medio de un generalizado estado de confusión política, fue designado presidente de la república, en Guanajuato.

Fue entonces que puso en marcha leyes que marcaron para siempre el derrotero de la nación mexicana y que por su contenido revolucionario provocaron la reacción de los conservadores. La ley sobre matrimonio civil y sobre registro civil, así como la de panteones y cementerios, que le quitaba a la Iglesia la potestad sobre los oficios fúnebres y los pasaba al estado, fueron los conflictos que lo enfrentó al clero, situación que se hizo mucho más áspera cuando Juárez declaró la independencia del estado de la Iglesia y a renglón seguido expropió todos sus bienes para beneficio de la nación.

Esto explica el cálido recibimiento que la Iglesia le brindó a Maximiliano. La intención, muy marcada por Usigli en Corona de sombra, era que el soberano reviera esas medidas juaristas y reinstalara al clero en la situación de privilegio que gozaba antes de las medidas del presidente «indígena».

Por extensión, y de algún modo Usigli lo señala en su obra, el Vaticano participó del proyecto precisamente a pedido de la iglesia mexicana. La complicidad pontificia es marcada por Usigli en la escena en que Carlota, puesta en desesperada embajadora del imperio agonizante, viaja a Europa y entrevista al Papa Pío IX.

Las formalidades institucionales que no se pudieron aplicar en 1858, cuando Juárez fue designado presidente en Guanajuato, pudieron cumplirse en 1861 cuando, aplastante triunfo de los liberales mediante, fue elegido nuevamente presidente constitucional. La invasión francesa lo obligó a alejarse de la ciudad de México y desde fuera de la capital compitió con los monarcas en el gobierno del país. Fue Juárez quien, en 1867, ordenó el juicio sumarísimo que decretó el fusilamiento de Maximiliano y sus seguidores (entre ellos Miramón) en el Cerro de las Campanas de Querétaro.

Menos que por las divergencias, que para algunos resultaban lógicas y beneficiosas para sus intereses (la Iglesia entre ellos), es paradójico que Juárez y Maximiliano estuvieran muy unidos por las coincidencias. Las ideas del presidente indígena no estaban alejadas de las del Habsburgo, lo que hizo que a muy poco de su arribo el emperador perdiera el apoyo y la confianza del bando conservador y nunca obtuviera, a cambio, la simpatía de los liberales.

En su obra, Usigli resalta la adhesión del príncipe a las ideas del mexicano, e indica el énfasis que el monarca puso en defender la vida de Juárez, sea esto cierto o no, en medio de la carnicería que las tropas francesas ejercieron sobre toda la franja opositora.

Maximiliano apoyó las medidas de Juárez que la Iglesia entendía se habían arbitrado en su contra (las Leyes de la Reforma), mantuvo la libertad de culto (jurisprudencia que los franceses habían establecido en todos los territorios europeos conquistados, con excepción de España), repartió tierras entre los campesinos mediante una ley agraria que algunos historiadores indican que fue redactada por la misma Carlota, también al frente de una flamante sociedad de beneficencia, y mantuvo el derecho de voto de la población de toda condición. Asimismo se abolieron por decreto real los castigos corporales y se pactó una justa limitación de las horas de trabajo.

La falta de apoyo interior -la mayoría de los conservadores se fueron alejando de la corona-, el rechazo de la Iglesia, la intervención norteamericana que, superada la Guerra de Secesión, se puso de parte de los liberales juaristas, y la defección de Napoleón III, quien ordenó el retiro de sus tropas de México disfrazando la medida con los riesgos económicos que le significaban la empresa, fueron los ingredientes de un cóctel mortal para Maximiliano, quien abdicó creyendo que la medida salvaría su honra y podría regresar a Europa para iniciar un nuevo y acaso definitivo confinamiento. Es posible que lo suyo haya sido demasiado ingenuo. Las tropas francesas habían sido sanguinarias, aun contra el expreso deseo del monarca, y la respuesta no podía haber sido otra que pagar con la misma moneda. Maximiliano fue fusilado en Querétaro, el 19 de junio de 1867.

Renglón aparte merece la actuación de la protagonista de Corona de sombra, Carlota (hija de Leopoldo I de Bélgica y de María Luisa de Orleans), que algunos califican como el verdadero poder detrás del trono. Su derrotero de vida es estremecedor y es marco de la obra de Usigli: esposa de Maximiliano a los 17 años (las nupcias tuvieron lugar el 27 de junio de 1857), es proclamada emperatriz de México a los 24. Reconocida por el hábil acompañamiento de la complicada gestión de gobierno de su marido, es posible rastrear su estatura de estadista a través de los casi ocho mil documentos que dejó, redactados mientras fue princesa y luego cuando se la erigió como emperatriz.

Carlota intenta salvar el Imperio con un viaje a Europa para solicitar ayuda a las casas reales y al Papa Pío IX. Acompañada de su séquito, dejó Chapultepec, para no regresar jamás, el 8 de julio de 1866. No consigue apoyo alguno: Napoleón III la humilla (¡Una Habsburgo arrastrándose a los pies de un Bonaparte!) y Pío IX le hace saber su disgusto por la subsistencia de las Leyes de Reforma dictadas por Juárez. Vencida y extenuada Carlota enloquece e imagina una conjura napoleónica que prevé su asesinato. Pide refugio en el Vaticano que la protege, produciéndose el hecho insólito de ser la única mujer laica que durmió, siquiera por una noche, en la sede papal. Llevada por sus familiares al castillo de Bouchout, en Bruselas, vive confinada durante sesenta años (¡sesenta años!) para morir recién en 1927, a la edad de 87 años.

La historia oficial acude al lugar común de dotarla de ambición y ansias de dominio, y de un poder de cálculo que la hizo propiciar la aventura mexicana ante la falta de alternativas en Europa. No obstante hay datos que contradicen la falta de oportunidades: la pareja pudo ocupar el trono de Grecia y fueron ellos mismos los que rechazaron la propuesta.

El argumento de la ambición desmedida también se pone en tela de juicio si se tiene en cuenta el tiempo de vacilación que se tomaron para aceptar la proposición de Napoleón III: luego de dos años de dudas, que Usigli retrata en una larga escena de su obra, decidieron viajar a México. Es cierto que en este punto Usigli apela al mismo recurso de los historiadores: es ella, Carlota, la que al fin convence a Maximiliano.

También los historiadores insinúan el grado de inferioridad de Maximiliano y Carlota ante las otras casas reales, manifestada por la comprobada esterilidad del matrimonio, lo que les impedía contar con una descendencia que continuara la estirpe; los herederos eran la usual herramienta de cambio de la nobleza para concertar casamientos ventajosos.

En realidad la esterilidad que se le achaca a Carlota -Usigli lo hace en su obra-, correspondía a su marido, infértil debido a una enfermedad venérea. El donjuanismo de Maximiliano, insinuado con bastante insistencia en Corona de sombra, era una característica de su carácter que no abandonó tampoco en México. El mito incluso le atribuye una cantidad de hijos naturales, que contrasta con la esterilidad de la que, parece, nadie duda. Se dice que Maximiliano ordenó arbolar los alrededores del palacio de Chapultepec (arboleda que aún subsiste) para ocultar sus correrías amorosas de la mirada celosa de Carlota.

Cabe añadir el retrato que de la futura emperatriz hace uno de los delegados conservadores, el señor Ignacio Aguilar y Marocho, quien viajó a Europa para convencer a Napoleón III y a la pareja habsburga de los beneficios de instalarse en México.

La archiduquesa es una de esas personas que no pueden describirse, cuya gracia y simpatía, es decir, cuya parte moral no es dable al pintor trasladar al lienzo, ni al fotógrafo al papel. Figúrate una joven alta, esbelta, llena de salud y de vida y que respira contento y bienestar, elegantísima, pero muy sencillamente vestida: frente pura y despejada; ojos alegres, rasgados y vivos, como los de las mexicanas; boca pequeña y graciosa, labios frescos y encarnados, dentadura blanca y menuda, pecho levantado, cuerpo airoso y en que compiten la soltura y majestad de los movimientos; fisonomía inteligente y espiritual, semblante apacible, bondadoso y risueño, y en que sin embargo, hay algo de grave, decoroso y que infunde respeto: figúrate esto y mucho más que esto, y se tendrá una idea de la princesa Carlota.

La historia de vida de Carlota es un anzuelo demasiado atractivo para un dramaturgo. Usigli no fue inmune a esa atracción (confesó que el tema le rondaba desde 1927), y afrontó la tarea con la convicción de que las figuras de Maximiliano y Carlota habían sido muy maltratadas, que había que poner muchas cosas en su punto y, tal como lo dice en el prólogo, «la poesía es lo único que puede hacerlo».




ArribaAbajoEl prólogo de Usigli

«Todo aquello terminó sin haber alcanzado el éxito».


Últimas palabras de Carlota, según el historiador Luis Weckmann.                


A pesar de que durante la juventud de Usigli México no contaba con ninguna escuela de arte dramático, el autor se interesó muy pronto por el teatro y en 1929 escribe en francés su primera obra, «Quatre chemins», a la par que actúa de periodista y crítico teatral. Tres años después, en 1932 publicó «México en el teatro», acaso la primera historia del teatro mexicano desde sus comienzos hasta esa fecha.

Un acontecimiento afortunado, la obtención de la beca Rockefeller, le permite desarrollar estudios de dramaturgia en la escuela de arte dramático de la Universidad de Yale, donde afirma oficio y afianza convicciones artísticas.

A su regreso Usigli extiende el marco de su actividad escénica, aporta desde la pedagogía y funda la escuela de teatro de la UNAM, que aún existe.

Su novela Ensayo de un crimen, de 1944, fue llevada al cine por Luis Buñuel, en 1955, durante el exilio del director español en tierra mexicana, con el título de Ensayo de un crimen (la vida criminal de Archibaldo de la Cruz).

Como se dijo, afín con las ideas de Ibsen, incorruptible como su mentor, Usigli gana simpatías pero también enemigos en un medio teatral afecto a los guetos. Las dificultades económicas lo obligan a aceptar en 1944 un cargo en el servicio diplomático que lo aleja durante mucho tiempo de su tierra natal (curioso paralelismo con Ibsen, que en su madurez artística y durante treinta años cambió Noruega por Italia) y lo instala como embajador en el exótico Líbano y en ¡Noruega!

En 1972 Usigli recoge un reconocimiento que algunos consideran tardío: se le concede el Premio Nacional de Literatura. Muere en 1979.

Debo empezar por decir que la pieza que ofrezco ahora tiene un carácter decididamente antihistórico. Es hija de un impulso [...] Mi impulso obedeció quizá a una conciencia puramente poética de que, hasta ahora, las figuras de Maximiliano y Carlota han sido mucho peor tratadas, en general, por los dramaturgos, escritores y productores de cine mexicanos, que por los liberales y juaristas. Hay muchas cosas que poner en su punto, y la poesía es probablemente lo único que puede hacerlo.


Con estas palabras, dueñas de una arrogancia bastante ibseniana, inicia Usigli su prólogo a Corona de sombra.

Usigli confiesa «que desde 1927 se convirtió para mí en una idea fija el deseo de aprovechar teatralmente la muerte de Carlota Amalia después de sesenta años de insania». Admite el autor que la historia de la pareja imperial fue tema de su infancia, enterado de esos acontecimientos a través de los relatos de su madre («mujer sabiamente iletrada», también llamada Carlota), se fascinaba al igual que todos los mexicanos, que crearon un imaginario que a los rigurosos datos históricos le fueron agregando notas legendarias.

Sumó a estos conocimientos suministrados por vía materna la frecuentación de textos literarios por lo general inexactos y las «frecuentes y deleitosas visitas al Museo de Historia», donde quedó deslumbrado con los testimonios -retratos, carruajes, joyas, vajilla y vestidos- que delataban la fastuosidad europea e impostada del Segundo Imperio.

A renglón seguido Usigli analiza el abordaje que del tema hizo la literatura mexicana, donde incluye, por supuesto, a la dramaturgia. La presencia tan pesada de la historia, impidió, según su criterio, al igual que en el tema de la Conquista, que la liberada imaginación diera cuenta de los acontecimientos.

Entre los intentos Usigli destaca a Juárez y Maximiliano, pieza teatral de un autor austriaco y judío, llamado Franz Werfel, estrenada en México en 1932 con una permanencia en cartel de seis meses. Añade las iniciativas nacionales, debidas a Granja Irigoyen, Julio Jiménez Rueda y Miguel Lira, que a su juicio no pudieron superar las dificultades de «un tema encadenado por innumerables grilletes históricos [...] Todos los intentos que cito, incluso el de Werfel, a la vez que apelan ocasionalmente a la imaginación, se mantienen sumisos en gran parte a la historia externa [...] Cuando la historia cojea, o no conviene a sus intereses, los autores apelan a las muletas de la imaginación; cuando la imaginación cojea o se acobarda, los autores apelan a las muletas de la historia».

La ambivalencia entre historia e imaginación hicieron que Usigli tomara decidido partido por la segunda: «el primer elemento que debe regir es la imaginación, no la historia. La historia no puede llenar otra función que la de un simple acento de color, de ambiente o de época. En otras palabras, sólo la imaginación permite tratar teatralmente un tema histórico».

Atajándose de aquellos que pueden tomar su afirmación como sacrílega, Usigli explica que no debe entenderse que su propósito guarda la intención de hacer tabla rasa con la historia. La clave es que «nada está aislado ni muere en el transcurso del tiempo; de que el pasado espera reunirse con el presente, y de que la única razón del presente es reunirse con el futuro [...] La historia, como se hace en México, aun la de la Revolución, parece no ser hasta ahora más que una zambullida en el pasado y carecer de todo sentido de actualidad». Afín con este criterio, Usigli afirma que la historia de Carlota no acabó en 1867, cuando fusilaron a Maximiliano, «por eso he inventado, en Erasmo Ramírez [personaje de Corona de sombra, a mi entender alter ego del autor], a un historiador mexicano que busca en el presente la razón del pasado».

A continuación Usigli confiesa los anacronismos incluidos en Corona de sombra: Pio IX aún no había alcanzado todavía la infalibilidad papal; el general francés Francisco Bazaine, mariscal al mando de las tropas instaladas en México jamás discutió con Maximiliano y Carlota; la abdicación del monarca no respondió, según los libros de historia, a la decisión de evitar más derramamientos de sangre mexicana. Difícil conocer los motivos de Maximiliano, anota Usigli, «los hombres ocultan siempre los pensamientos de los hombres, y los monarcas a menudo los ocultan de sí mismos».

Con respecto a Carlota, los historiadores, dice Usigli, apelaron para hacer el dibujo de su personalidad al cómodo caballito de batalla que le endilga orgullo, ambición, distancia ante los simples mortales y desprecio por el pueblo que gobernaba.

De este modo la historia se encargó de hacer borrosas, fantasmales, a dos de las figuras más extraordinarias de México. «Si se piensa un poco en las fechas [...] podrá tenerse un concepto mejor de los frustrados monarcas. Pertenecen al siglo XIX, heroico entre todos por su magnífica actitud de entusiasmo, desinterés, heroísmo y desesperación ante la vida. Son figuras esencialmente románticas y pertenecen a la familia del gran Napoleón, de Lamartine, de Dumas y de Víctor Hugo, de Musset y de Werther. Maximiliano mismo, Werther de otra Carlota, es el suicida magnífico de su siglo»2.

El punto que me interesa establecer -continúa Usigli- es el de la originalidad de Maximiliano y Carlota, y su relación con el sentido de la tragedia. Sus principales elementos son el complejo de ambición de Carlota y el complejo de amor de Maximiliano. Porque está fuera de duda que Maximiliano obedecía ante todo por su amor por Carlota. Un sentimiento al que la esterilidad acabó de prestar la forma de la desesperación y el sacrificio. Creo que a la inversa de los matrimonios sin hijos, ellos se amaron más por esto [...] Pero, por una parte, Maximiliano y Carlota son víctimas de sus respectivas pasiones personales y, por otra parte, son víctimas de Europa [...] Un elemento importante de la originalidad de Carlota y Maximiliano aparece, por ejemplo, en el tiempo que se tomaron para aceptar el trono de México [...] Casi dos años de luchas hamletianas por parte del archiduque; casi dos años de fuego sostenido por parte de la archiduquesa [...] Como Carlos I, de Inglaterra, y como Luis XVI, Maximiliano muere a manos de sus súbditos. Pero al contrario de ellos, muere -y muere valientemente- en un país que no es el suyo, por un país en el que no tiene raíces aparentes.


Luego de este largo párrafo donde Usigli señala algunos de los aspectos originales de la cuestión, se pregunta la razón de por qué muere Maximiliano. Ocurrió, afirma Usigli, que a medida que transcurrió su mandato el emperador se fue haciendo cada vez más mexicano. Sus acciones de gobierno, lejanas del absolutismo real, fueron mexicanas, de modo que «el pueblo no pudo ya distinguir entre el príncipe austriaco y el legislador nativo, y el Emperador muere, sin ser mexicano, por la misma razón que otros han caído, por serlo. Cruel paradoja».

Atrayente hipótesis la de Usigli, quien a continuación agrega un concepto importante: con Maximiliano «muere la codicia europea; en él nace el primer concepto cerrado y claro de nacionalidad mexicana».

En cuanto a Carlota, no existe en la tragedia griega misma un registro de un castigo semejante. Su caso se asemeja más al de Edipo, proporcional-mente, que a ningún otro. Un oráculo debe haberle dicho: «Matarás a tu esposo; tu ambición sembrará el odio y la muerte en torno tuyo; tu vientre será infecundo3, y sobrevivirás sesenta años a todo esto. El tiempo será tu castigo» [...] La supervivencia física de Carlota, tramada de momentos de demencia, de accesos de cólera en los que destruía pinturas famosas y jarrones de China o de Sevres4; y de etapas de angustiosa lucidez, en las que escribía cartas, le da un sello de originalidad absoluta. Iría yo más lejos, y llegaría a decir que Edipo se arranca los ojos y que Carlota se arranca la razón5.


Usigli termina este capítulo de su prólogo con una conclusión que protege su criterio de originalidad de la historia imperial: «Un hombre que muere por un pueblo que no es el suyo, por un Imperio que no existe; una mujer loca que sobrevive sesenta años a su tiempo, podrán ser lo que quiera, pero son personajes absolutamente originales»6.

Desarraigado de Europa, [Maximiliano] era original en otro punto: era un príncipe que había visto, un príncipe internacional, un fruto inesperado y prematuro de la graduada evolución de Europa. Perseguido por cifras y por símbolos, ahogado en un continente de fórmulas, descendió del rango a la aventura; ascendió de lo viejo a lo nuevo. Esto, en 1864, era absolutamente original.


Mapa de México subtitula Usigli el siguiente capítulo del prólogo y ofrece para el rescate, con el objeto de no repetir cosas que ya se han dicho, que a la suma de apetencias que se unieron para enviar a Maximiliano a México debe agregarse el interés de España (Eugenia, esposa de Napoleón III, era española), ansiosa por recuperar un continente del cual solo le quedaba un resto: la isla de Cuba. Además la iniciativa era un campo más del combate, que en ese entonces parecía eterno, entre los Borbones y los Habsburgo.

Concluye con lo que Usigli ya señaló más atrás: la mexicanización del Emperador, una certeza que los europeos admiten y los deciden a recoger velas gritando «no nos metamos con México».

En los Actos, subtítulo del anteúltimo capítulo del prólogo, Usigli reduce el tema a términos filosóficos y dice que la tragedia de Carlota y Maximiliano puede dividirse en dos: «el acto del diablo y el acto de Dios».

Las intervenciones del diablo en el continente europeo son muchas, se inician con Napoleón III (al cual Usigli le asigna el carácter de «inaugurador del fascismo en la Europa moderna»), y culminan con un tal Adolfo Hitler, creador del III Reich. «Podemos decir que la Europa que envía a Maximiliano a México está ya dada al diablo o a todos los diablos».

En cambio Dios empieza su actuación «con la elección de Maximiliano, sigue cuando Pío IX rechaza el concordato, y culmina con la muerte del Emperador y la locura de Carlota. No es solo esto, sino que ocurre que Dios abandona entonces a su suerte a los quintacolumnistas del diablo en que se han convertido los monarcas y los ministros europeos, y viene a América, a situarse al lado de los liberales y los salvajes, al lado de Lincoln y de Juárez, a quienes el diablo no ha sabido aprovechar por tener las manos llenas de Europa».

Los razonamientos de Usigli en este párrafo no dejan de contar con cierta opacidad, acaso inherente a lo filosófico del razonamiento. La reducción del conflicto, situándolo en el enfrentamiento elemental entre los dos extremos de la conducta del hombre, el bien y el mal, es una síntesis que no parece haber sido volcada en Corona de sombra, donde prima la ambigüedad, la contradicción tan ibseniana de la persona puesta ante la responsabilidad de decidir de acuerdo con sus convicciones.

En la Conclusión del prólogo Usigli promete volver al teatro, «que es mi elemento». Supone que una trilogía, a la manera griega, hubiera permitido el desarrollo de toda la tragedia imperial. Pero los medios de los teatros mexicanos de su época no hubieran permitido semejante atrevimiento. «No tenemos aún los medios físicos -teatro, actores, público- para realizar un sueño semejante».

Para los que piensen que con Corona de sombra Usigli defiende la monarquía y la invasión, que aboga por el catolicismo, y que está en contra de Juárez, el dramaturgo les ofrece «una gran desilusión».

En principio, Juárez no necesita defensores, y después, el poder que me protege es precisamente la historia, que desatiendo en el detalle, pero que interpreto en la trayectoria del tiempo. Es la historia la que fija los límites: la que nos dice que Maximiliano murió porque su destino debía pasar por encima de todo. Es la historia que nos cuenta que Bazaine fue un traidor, y que todos los personajes no citados en mi pieza no son más que polvo. Es la historia que nos dice que Carlota sobrevivió sesenta años al derrumbamiento de su sueño de poder por alguna razón tan categórica como inefable [...] Es la historia, en fin, la que nos dice que sólo México tiene derecho a matar a sus muertos, y que sus muertos con siempre mexicanos.







ArribaAbajoConclusiones

A mi juicio, un análisis técnico del diseño dramático de Corona de sombra completaría este cuadro. Se le concede el placer a aquellos que, con armas y deseo, pudieron haberse quedado prendados de la fantástica historia que cuenta Rodolfo Usigli.

No obstante, y a modo de epílogo personal que sustituye siquiera provisoriamente, el análisis técnico, estimo que Corona de sombra encierra, más que una hipótesis o una idea, un interrogante que la distancia de Ibsen y la emparienta con Arthur Miller. ¿Cuál es el secreto del éxito?, se pregunta el Willy Loman de La muerte de un viajante. «¿Por qué fueron ustedes a México?», pregunta el historiador Erasmo Ramírez, alter ego de Usigli, a una soberana recluida y enajenada.

Me asiste la esperanza de haber conquistado lectores para Corona de sombra, que encuentren respuesta a semejante interrogante y también desate el interés por conocer el resto la obra de este prócer de la dramaturgia latinoamericana.




ArribaBibliografía

  • Casas Olloqui, Argentina. Mi vida con Rodolfo Usigli. México. Editores Mexicanos Unidos, 2001.
  • De Ita, Fernando. Un rostro para el teatro mexicano. Teatro mexicano contemporáneo. Madrid: Fondo de Cultura Económica, 1991.
  • Schmidhuber de la Mora, Guillermo. Rodolfo Usigli, ensayista, poeta, narrador y dramaturgo. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
  • —— Apología de Rodolfo Usigli. Las polaridades usiglianas. México: Univesidad de Guadalajara, 2005.
  • —— Dramaturgia mexicana. Fundación y herencia. México. Universidad de Guadalajara, 2006.
  • Usigli, Rodolfo. Teatro completo. México: Fondo de Cultura Económica, 1979, vol. 1 y 2.
  • —— Corona de sombra, Corona de fuego, Corona de luz. México. Editorial Porrúa, 2002.
  • http://usuarios.lycos.es/Aime
  • www.monografico.net
  • www. lacruzmocha.com/maximiliano


Indice