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Romance de lobos. Comedia bárbara dividida en tres jornadas1

Ramón del Valle-Inclán



[1]

COSTE VEINTE REALES



[2]

SOCIEDAD GENERAL ESPAÑOLA DE LIBRERÍA.-MADRID



[3]

ROMANCE DE LOBOS



[5]

ROMANCE DE LOBOS

COMEDIA BARBARA

LA ESCRIBIO DON RAMON

DEL VALLE-INCLÁN



OPERA OMNIA



VOL XV



[7]

OPERA OMNIA



ROMANCE DE

LOBOS

COMEDIA

BARBARA

DIVIDIDA EN

TRES

JORNADAS



VOL XV



[9]

DRAMATIS PERSONÆ
 

 
EL CABALLERO DON JUAN MANUEL MONTENEGRO
SUS HIJOS DON PEDRITO, DON ROSENDO, DON MAURO, DON GONZALITO Y DON FARRUQUIÑO
SUS CRIADOS DON GALAN, LA ROJA, EL ZAGAL DE LAS VACAS, ANDREIÑA, LA REBOLA Y LA RECOGIDA
DON MANUELITO SU CAPELLAN
ABELARDO PATRON DE LA BARCA, LOS MARINEROS Y EL RAPAZ
DOÑA MONCHA Y BENITA LA COSTURERA, FAMILIARES DE LA CASA
LA HUESTE DE MENDIGOS DONDE VAN EL POBRE DE SAN LAZARO, DOMINGA DE GOMEZ, EL MANCO LEONES, EL MANCO DE GONDAR, PAULA LA REINA QUE DA EL PECHO A UN NIÑO, ANDREIÑA LA SORDA Y EL MORCEGO CON SU COIMA
ARTEMISA LA DEL CASAL, BASTARDA DEL CABALLERO, CON UN HIJO PEQUEÑO A QUIEN LLAMAN FLORIANO
EL CIEGO DE GONDAR CON SU LAZARILLO. FUSO NEGRO, LOCO
UNA TROPA DE SIETE CHALANES: SON MANUEL TOVIO, MANUEL FONSECA, PEDRO ABUIN, SEBASTIAN DE XOGAS Y RAMIRO DE BEALO CON SUS DOS HIJOS
DOÑA ISABELITA, QUE FUE BARRAGANA DEL CABALLERO
UNA VIUDA CON SUS CUATRO HUERFANOS
LA SANTA COMPAÑA DE LAS ANIMAS EN PENA

[11]






JORNADA PRIMERA

[13]


ROMANCE DE LOBOS


JORNADA PRIMERA

ESCENA PRIMERA


 

(VN *UN* CAMINO. A lo lejos, el verde y oloroso cementerio de una aldea. Es de noche, y la luna naciente brilla entre los cipreses. Don Juan Manuel Montenegro, que vuelve borracho de la feria, cruza por el camino, jinete en un potro que se muestra inquieto y no acostumbrado á la silla. El hidalgo, que se tambalea de borrén a borrén, le gobierna sin cordura, y tan pronto le castiga con la espuela como le recoge las riendas. Cuando el caballo se encabrita, luce una gran destreza y reniega como un condenado.)

 

[14]

EL CABALLERO.-  ¡Maldecido animal!... ¡Tiene todos los demonios en el cuerpo!... ¡Un rayo me parta y me confunda!

UNA VOZ.-  ¡No maldigas, pecador!

OTRA VOZ.-  ¡Tu alma es negra como un tizón del Infierno, pecador!

OTRA VOZ.-  ¡Piensa en la hora de la muerte, pecador!

OTRA VOZ.-  ¡Siete diablos hierven aceite en una gran caldera para achicharrar tu cuerpo mortal, pecador!

EL CABALLERO.-  ¿Quién me habla? ¿Sois voces del otro mundo? ¿Sois almas en pena, o sois hijos de puta?

[15]

 

(RETIEMBLA un gran trueno en el aire, y el potro se encabrita, con amenaza de desarzonar al jinete. Entre los maizales brillan las luces de la Santa Compaña. El Caballero siente erizarse los cabellos en su frente, y disipados los vapores del mosto. Se oyen gemidos de agonía y herrumbroso son de cadenas que arrastran en la noche oscura, las ánimas en pena que vienen al mundo para cumplir penitencia. La blanca procesión pasa como una niebla sobre los maizales.)

 

UNA VOZ.-  ¡Sigue con nosotros, pecador!

OTRA VOZ.-  ¡Toma un cirio encendido, pecador!

OTRA VOZ.-  ¡Alumbra el camino del camposanto, pecador!

[16]

 

(EL CABALLERO siente el escalofrío de la muerte, viendo en su mano oscilar la llama de un cirio. La procesión de las ánimas le rodea, y un aire frío, aliento de sepultura, le arrastra en el giro de los blancos fantasmas que marchan al son de cadenas y salmodian en latín.)

 

UNA VOZ.-  ¡Reza con los muertos por los que van a morir! ¡Reza, pecador!

OTRA VOZ.-  ¡Sigue con las ánimas hasta que cante el gallo negro!

OTRA VOZ.-  ¡Eres nuestro hermano, y todos somos hijos de Satanás!

[17]

OTRA VOZ.-  ¡El pecado es sangre, y hace hermanos a los hombres como la sangre de los padres!

OTRA VOZ.-  ¡A todos nos dió la leche de sus tetas peludas, la Madre Diablesa!

MUCHAS VOCES.-  ...¡La madre coja, coja y bisoja, que rompe los pucheros! ¡La madre morueca, que hila en su rueca los cordones de los frailes putañeros, y la cuerda del ajusticiado que nació de un bandullo embrujado! ¡La madre bisoja, bisoja corneja, que se espioja con los dientes de una vieja! ¡La madre tiñosa, tiñosa raposa, que se mea en la hoguera y guarda el cuerno del carnero en la faltriquera, y del cuerno hizo un alfiletero! Madre bruja, que con la aguja que lleva en el cuerno, cose los virgos en el Infierno y los calzones de los maridos cabrones!

[18]

 

(EL CABALLERO siente que una ráfaga le arrebata de la silla, y ve desaparecer a su caballo en una carrera infernal. Mira temblar la luz del cirio sobre su puño cerrado, y advierte con espanto que sólo oprime un hueso de muerto. Cierra los ojos, y la tierra le falta bajo el pie y se siente llevado por los aires. Cuando de nuevo se atreve a mirar, la procesión se detiene a la orilla de un río donde las brujas departen sentadas en rueda. Por la otra orilla va un entierro. Canta un gallo.)

 

LAS BRUJAS.-  ¡Cantó el gallo blanco, pico al canto!

 

(LOS fantasmas han desaparecido en una niebla, las brujas comienzan a levantar un puente y parecen murciélagos revoloteando sobre el río, ancho como un mar. En la orilla opuesta está detenido el entierro. Canta otro gallo.)

 

[19]

LAS BRUJAS.-  ¡Canta el gallo pinto, ande el pico!

 

(AL TRAVÉS de una humareda espesa los arcos del puente comienzan a surgir en la noche. Las aguas, negras y siniestras, espuman bajo ellos con el hervor de las calderas del Infierno. Ya sólo falta colocar una piedra, y las brujas se apresuran, porque se acerca el día. Inmóvil, en la orilla opuesta, el entierro espera el puente para pasar. Canta otro gallo.)

 

LAS BRUJAS.-  ¡Canta el gallo negro, pico quedo!

 

(EL CORRO de las brujas dejan caer en el fondo de la corriente, la piedra que todas en un remolino llevaban por el aire, y huyen convertidas en murciélagos. El entierro se vuelve hacia la [20] aldea y desaparece en una niebla. El Caballero, como si despertase de un sueño, se halla tendido en medio de la vereda. La luna ha trasmontado los cipreses del cementerio y los nimba de oro. El caballo pace la yerba lozana y olorosa que crece en el rocío de la tapia. El Caballero vuelve a montar y emprende el camino de su casa.)

 

[21]



JORNADA PRIMERA

ESCENA SEGVNDA *SEGUNDA*


 

(DON JUAN MANUEL MONTENEGRO, llama con grandes voces ante el portón de su casa. Ladran los perros atados en el huerto, bajo la parra. Una ventana se abre en lo alto de la torre, sobre la cabeza del hidalgo, y asoma la figura grotesca de una vieja en camisa, con un candil en la mano.)

 

EL CABALLERO.-  Apaga esa luz...

LA ROJA.-  Agora bajo a franquealle la puerta.

EL CABALLERO.-  Apaga esa luz...

[22]

 

(EL CABALLERO se ha cubierto los ojos con la mano, y de esta suerte espera a que la vieja se retire de la ventana. El caballo piafa ante el portón, y Don Juan Manuel no descabalga hasta que siente rechinar el cerrojo. La vieja criada aparece con el candil.)

 

EL CABALLERO.-  ¡Sopla esa luz, grandísima bruja!

LA ROJA.-  ¡Ave María! ¡Qué fieros! ¡Ni que le hubiera salido un lobo al camino!

EL CABALLERO.-  ¡He visto La Hueste!

LA ROJA.-  ¡Brujas fuera! ¡Arreniégote, Demonio!

[23]

 

(SOPLA la vieja el candil y se santigua medrosa. Cierra el portón y corre a tientas por juntarse con su amo, que ya comienza a subir la escalera.)

 

EL CABALLERO.-  Después de haber visto las luces de la muerte, no quiero ver otras luces, si debo ser de Ella...

LA ROJA.-  Hace como cristiano.

EL CABALLERO.-  Y si he de vivir, quiero estar ciego hasta que nazca la luz del sol.

LA ROJA.-  ¡Amén!

EL CABALLERO.-  Mi corazón me anuncia algo, y no sé lo que me anuncia... Siento que un murciélago revolotea sobre [24] mi cabeza, y el eco de mis pasos, en esta escalera oscura, me infunde miedo, Roja.

LA ROJA.-  ¡Arreniégote, Demonio! ¡Arreniégote, Demonio!

 

(AL OIR un largo relincho acompañado de golpes en el portón, Don Juan Manuel se detiene en lo alto de la escalera.)

 

EL CABALLERO.-  ¿Has oído, Roja?

LA ROJA.-  Sí, mi amo.

EL CABALLERO.-  ¿Qué rayos será?

LA ROJA.-  No jure, mi amo.

[25]

EL CABALLERO.-  ¡El Demonio me lleve!... ¡Se ha quedado la bestia fuera!

LA ROJA.-  ¡La bestia del trasgo!...

EL CABALLERO.-  ¡La bestia que yo montaba! Despierta a Don Galán para que la meta en la cuadra.

LA ROJA.-  Denantes llamándole estuve porque bajare a abrir, y no hubo modo de despertarlo. ¡Con perdón de mi amo, hasta le di con el zueco!

 

(EL CABALLERO se sienta en un sillón de la antesala, y la vieja se acurruca en el quicio de la puerta. Se oye de tiempo en tiempo el largo relincho y el galopar del casco en el portón.)

 

[26]

EL CABALLERO.-  Prueba otra vez a despertarle.

LA ROJA.-  Tiene el sueño de una piedra.

EL CABALLERO.-  Vuelve a darle con el zueco.

LA ROJA.-  Ni que le dé en la croca.

EL CABALLERO.-  Pues le arrimas el candil a las pajas del jergón.

LA ROJA.-  ¡Ave María!

 

(SALE la vieja andando a tientas. Canta un gallo, y el hidalgo, hundido en su sillón de la antesala, espera con la mano sobre los ojos. De pronto se estremece. Ha creído oír un grito, uno de [27] esos gritos de la noche, inarticulados y por demás medrosos. En actitud de incorporarse, escucha. El viento se retuerce en el hueco de las ventanas, la lluvia azota los cristales, las puertas cerradas tiemblan en sus goznes. ¡Toc-toc!... ¡Toc-toc!... Aquellas puertas de vieja tracería y floreado cerrojo, sienten en la oscuridad manos invisibles que las empujan. ¡Toc-toc!... ¡Toc-toc!... De pronto pasa una ráfaga de silencio y la casa es como un sepulcro. Después, pisadas y rosmar de voces en el corredor: Llegan rifando la vieja criada y Don Galán.)

 

LA ROJA.-  Ya dejamos al caballo en su cuadra. ¡Qué noche, Madre Santísima!

DON GALÁN.-  Truena y lostrega que pone miedo.

[28]

LA ROJA.-  ¡Y no poder encender un anaco de cirio bendito!...

DON GALÁN.-  ¿No lo tienes?

LA ROJA.-  Sí que lo tengo, mas no puede ser encendido en esta noche tan fiera. Tengo dos medias velas que alumbraron en el velatorio de mi curmana la Celana.

EL CABALLERO.-  ¿Habéis oído?

LA ROJA.-  ¿Qué, mi amo?

EL CABALLERO.-  Una voz...

[29]

DON GALÁN.-  Son las risadas del trasgo del viento...

 

(SUENAN en la puerta grandes aldabonazos que despiertan un eco en la oscuridad de la casona. El Caballero se pone en pie.)

 

EL CABALLERO.-  Dame la escopeta, Don Galán. ¡Voy a dejar cojo al trasgo!

DON GALÁN.-  Oiga su risada.

LA ROJA.-  Lo verá que se hace humo o que se hace aire...

 

(ABRE la ventana Don Juan Manuel, y el viento entra en la estancia con un aleteo tempestuoso que todo lo toca y lo estremece. Los relámpagos [30] alumbran la plaza desierta, los cipreses que cabecean desesperados, y la figura de un marinero con sudeste y traje de aguas, que alza el aldabón de la puerta. La lluvia moja el rostro de Don Juan Manuel Montenegro.)

 

EL CABALLERO.-  ¿Quién es?

EL MARINERO.-  Un marinero de la barca de Abelardo.

EL CABALLERO.-  ¿Ocurre algo?

EL MARINERO.-  Una carta del señor capellán. Cayó muy enferma Dama María.

EL CABALLERO.-  ¡Ha muerto!... ¡Ha muerto!... ¡Pobre rusa!

[31]

 

(RETÍRASE de la ventana, que el viento bate locamente con un fracaso de cristales, y entenebrecido recorre la antesala de uno a otro testero. La vieja y el bufón, hablando quedo y suspirantes, bajan a franquear la puerta al marinero. En la antesala el viento se retuerce ululante y soturno. Las vidrieras, tan pronto se cierran estrelladas sobre el alféizar, como se abren de golpe, trágicas y violentas. El marinero llega acompañado de los criados y se detiene en la puerta, sin aventurarse a dar un paso por la estancia oscura. Don Juan Manuel le interroga, y de tiempo en tiempo un relámpago les alumbra y se ven las caras lívidas.)

 

EL CABALLERO.-  ¿Traes una carta?

EL MARINERO.-  Sí, señor.

[32]

EL CABALLERO.-  Ahora no puedo leerla... Dime tú qué desgracia es esa... ¿Ha muerto?

EL MARINERO.-  No, señor.

EL CABALLERO.-  ¿Hace muchos días que está enferma?

EL MARINERO.-  Lo de agora fué un repente... Mas dicen que todo este tiempo ya venía muy acabada.

EL CABALLERO.-  ¡Ha muerto! ¡Esta noche he visto su entierro, y lo que juzgué un río era el mar que nos separaba!

 

(CALLA entenebrecido. Nadie osa responder a sus palabras, y sólo se oye el murmullo apagado de un rezo. El caballero distingue en la oscuridad una sombra arrodillada a su lado, y se estremece.)

 

[33]

EL CABALLERO.-  ¿Eres tú, Roja?

LA ROJA.-  Yo soy, mi amo.

EL CABALLERO.-  Dale a ese hombre algo con que se conforte, para poder salir inmediatamente. ¡Ay, muerte negra!

[35]



JORNADA PRIMERA

ESCENA TERCERA


 

(NOCHE de tormenta en una playa. Algunas mujerucas apenadas, inmóviles sobre las rocas y cubiertas con negros manteos, esperan el retorno de las barcas pescadoras. El mar ululante y negro, al estrellarse en las restingas, moja aquellos pies descalzos y mendigos. Las gaviotas revolotean en la playa, y su incesante graznar y el lloro de algún niño, que la madre cobija bajo el manto, son voces de susto que agrandan la voz extraordinaria del viento y del mar. Entre las tinieblas brilla la luz de un farol. Don Juan Manuel y el marinero bajan hacia la playa.)

 

EL MARINERO.-  ¡Ya alcanza mi amo cómo no está la sazón para hacerse a la mar!

[36]

EL CABALLERO.-  ¿Dónde tenéis atracada la barca?

EL MARINERO.-  A sotavento del Castelo.

EL CABALLERO.-  Como habéis venido, podemos ir...

EL MARINERO.-  Era día claro, y tampoco reinaba este viento, cuando largamos de Flavia-Longa. Aun así nos comía la mar. Vea cómo lostrega por la banda de Sudeste. ¡Hay mucha cerrazón!

EL CABALLERO.-  ¡Hay otra cosa!... ¡Miedo!

EL MARINERO.-  El mar es muy diferente de la tierra, y de otro respeto, Señor Don Juan Manuel.

[37]

EL CABALLERO.-  ¡No sois marineros, sino mujeres!

EL MARINERO.-  Somos marineros, y por eso miramos los peligros que apareja la travesía. Al mar, cuanto más se le conoce más se le teme. No le temen los que no le conocen.

EL CABALLERO.-  Yo le conozco y no le temo.

EL MARINERO.-  No le teme, porque usted no teme ninguna cosa, si no es a Dios.

EL CABALLERO.-  ¿Cuántos marineros sois?

[38]

EL MARINERO.-  Cinco y el rapaz, que no merece ser contado. Hemos venido con los cuatro rizos, y aínda hubimos de arriar la vela al pasar La Bensa.

EL CABALLERO.-  ¡Qué noche fiera!

EL MARINERO.-  No se ve ni una estrella.

EL CABALLERO.-  ¡Ni hace falta! Si fueseis gente de mar, os gustaría este tiempo bravo.

EL MARINERO.-  ¡Es mucho tiempo!

EL CABALLERO.-  Siempre preferible a la calma.

[39]

 

(HAN llegado al atracadero donde se abriga la barca. Grandes peñascales coronados por las ruinas de un castillo. El marinero se adelanta, y con el farol explora el camino para bajar a la orilla. Es peligroso el paso de aquellas rocas cubiertas de limo, donde los pies resbalaban. En el abrigo se adivina la forma de la barca. Un farol cuelga del palo, y lo demás es una mancha oscura. El marinero da una gran voz.)

 

EL MARINERO.-  ¡Abelardo!

EL CABALLERO.-  ¿Es el patrón?

EL MARINERO.-  Sí, señor.

EL CABALLERO.-  ¿Abelardo, el hijo de Peregrino el Rau?

[40]

EL MARINERO.-  Sí, señor.

EL CABALLERO.-  Su padre era un lobo para la mar.

EL MARINERO.-  Pues el hijo le gana... ¡Abelardo!

UNA VOZ EN LAS TINIEBLAS.-  ¿Quién va?

EL MARINERO.-  Sube para darle una mano al Señor Don Juan Manuel... Yo mal puedo con el farol.

EL CABALLERO.-  ¡No te muevas, Abelardo! Me basto solo.

 

(BAJAN a la orilla del mar. Se oye el vuelo de las gaviotas, convocadas por el viento y la noche. Una sombra se acerca: Sus pasos fosforecen en la arena [41] mojada. Los relámpagos tiemblan con brevedad quimérica sobre el mar montañoso, y se distingue la barca negra, cabeceando atracada al socaire de los roquedos.)

 

EL CABALLERO.-  ¿Eres tú Abelardo?

EL PATRÓN.-  Para servirle, Señor Don Juan Manuel.

EL CABALLERO.-  A ti no te conozco... A tu padre le he conocido mucho... Me acuerdo de una apuesta que ganó: Era ir nadando hasta la Isla.

EL PATRÓN.-  ¡De poco le ha servido al pobre aquella destreza!

EL CABALLERO.-  ¿Murió ahogado?

[42]

EL PATRÓN.-  Murió, sí, señor.

EL CABALLERO.-  ¿Cuándo embarcamos?

EL PATRÓN.-  Cuando el tiempo lo permita.

EL CABALLERO.-  ¡Tú no morirás como tu padre! Tú tienes que pedir permiso al tiempo para hacerte a la mar. Cuando lleguemos estará fría aquella santa. ¡La muerte no tiene tu espera, hijo de Peregrino el Rau!

 

(A LA luz de los relámpagos se columbra al viejo linajudo erguido sobre las piedras, con la barba revuelta y tendida sobre un hombro. Su voz de dolor y desdén vuela deshecha en las ráfagas del viento. El hijo de Peregrino el Rau hace bocina con las manos.)

 

[43]

EL PATRÓN.-  Muchachos, vamos a largar.

UN MARINERO.-  El viento es contrario y no llegaremos en toda la noche. Si no ocurre avería mayor.

OTRO MARINERO.-  Más valía esperar.

OTRO MARINERO.-  Al nacer el día acaso salte el viento.

EL CABALLERO.-  ¿En qué año nacisteis? ¡Un rayo me parta si no habéis nacido en el año del miedo!

EL PATRÓN.-  ¡A embarcar, rediós! Meter a bordo el rizón.

[44]

 

(A LA voz del patrón los cuatro hombres que tripulan la barca, uno tras otro, van saltando a bordo con un rosmar de protesta. El patrón manda aparejar la vela y se inclina sobre la borda de popa para armar la caña del timón. Después se santigua. La barca se columpia en la cresta espumosa de una ola. Comienza la travesía.)

 

[45]



JORNADA PRIMERA

ESCENA CVARTA *CUARTA*


 

(SALA desmantelada en una casa hidalga, a la entrada de Flavia-Longa. Llegan hasta allí, desde otra estancia, las voces de los criados, que rinden el planto a la señora, que acaba de morir. Los hijos han hecho campaña en la sala, y rifan al son que se reparten lo que afanaron al saquear la casa. Allí están Don Pedrito, Don Rosendo, Don Gonzalito, Don Mauro y Don Farruquiño. Los cinco hermanos se parecen: Altos, cenceños, apuestos, con los ojos duros y el corvar de la nariz soberbio. Don Farruquiño se distingue de los otros en que lleva tonsura y alzacuello.)

 

DON ROSENDO.-  ¡Creéis que en casa de mi madre se comía con cucharas de madera!

[46]

DON FARRUQUIÑO.-  Eso parece.

DON ROSENDO.-  Yo no paso por ello. ¿Quién es el ladrón de la plata que siempre hubo aquí?

DON FARRUQUIÑO.-  Ahora no la hay, y fuerza es conformarse.

DON ROSENDO.-  Pues la había.

DON PEDRITO.-  Sílbale, a ver si acude.

DON FARRUQUIÑO.-  El capellán se la llevó machacada, cuando estuvo en la facción. Creo recordar eso.

[47]

DON ROSENDO.-  ¡Mentira! Yo la he visto mucho después, y comí con ella. ¡Y no hace mucho!

DON MAURO.-  Yo también.

DON GONZALITO.-  Toda la plata ha desaparecido hoy mismo, y el ladrón no es el capellán.

DON ROSENDO.-  ¿Quién de vosotros llegó el primero?

DON PEDRITO.-  Yo llegué el primero. ¿Qué hay?

DON ROSENDO.-  Pues tú eres el ladrón.

DON PEDRITO.-  ¡Y tú un hijo de puta!

[48]

 

(DON PEDRITO y Don Rosendo se abalanzan y se agarran. Los otros hermanos se interponen con gran vocerío. El capellán asoma en la puerta: Es un viejo seco, membrudo de cuerpo y velludo de manos, vestido con una sotana verdeante que al andar se le enreda en los calcañares.)

 

EL CAPELLÁN.-  ¡Aún está caliente el cuerpo de vuestra madre, y ya peleáis como Caínes! ¡Respetad el sueño de la muerte, sacrílegos! Esperad a que llegue vuestro padre, y él dará a cada uno lo que en herencia le corresponda. No seáis como los cuervos, que caen en bandada sobre los muertos para comérselos. ¡Cuervos! ¡Caínes!

 

(LOS cinco hermanos, revueltos en un tropel, siguen gritando en el centro de la estancia, y los brazos se levantan sobre las cabezas amenazadores y coléricos.)

 

[49]

DON FARRUQUIÑO.-  Don Manuelito, esto no se arregla con sermones.

EL CAPELLÁN.-  ¡También has manchado en este saqueo tus manos que consagran a Dios! Esperad a que llegue vuestro padre y él dará a cada uno lo suyo. ¡Los lobos en el monte tienen más hermandad que vosotros! ¡Nacidos sois de un mismo vientre, y peleáis como fieras que por acaso se hallan en un camino!

DON FARRUQUIÑO.-  ¿Quién avisó a Don Juan Manuel?

EL CAPELLÁN.-  Yo le avisé. Esta tarde salió con una carta mía, la barca de Abelardo.

DON PEDRITO.-  ¡Esa es una conspiración!

[50]

DON MAURO.-  ¡Qué se pretende con avisar a mi padre!

DON GONZALITO.-  Debió respetarse la voluntad de mi madre, que no le llamó cuando estaba moribunda.

EL CAPELLÁN.-  Porque vosotros lo habéis estorbado. Pero harto sabéis que su último suspiro fué para él. ¡Cuervos! ¡Lobos!

DON PEDRITO.-  ¡Basta de insultos, que la paciencia se me acaba!

EL CAPELLÁN.-  ¡Y tú el mayor cuervo! ¡Y tú el mayor lobo!

DON FARRUQUIÑO.-  ¡Qué valor da el vino!

DON MAURO.-  ¡Un rayo te parta, Don Manuelito!

[51]

EL CAPELLÁN.-  Guardad esos fieros para las mujeres y para los rapaces, que a mí no se me asusta con ellos. ¡Sacrílegos! Vendrá Don Juan Manuel y os arrojará de esta casa que estáis profanando con vuestras concupiscencias.

DON PEDRITO.-  ¡Un rayo me parta! ¡Me da el corazón que hoy ceno lengua de clérigo!

DON FARRUQUIÑO.-  ¡Adobada en vino!

EL CAPELLÁN.-  ¡Sacrílegos! ¡Seríais capaces de poner las manos sobre esta corona!

DON FARRUQUIÑO.-  ¡No lo consentiría yo!

[52]

EL CAPELLÁN.-  ¡Tú eres el peor de todos!... Ya tendréis el castigo, si no en esta vida, en la otra... Os dejo, os dejo entregados a este latrocinio impío... ¿Oís esa campana? Llama por mí y llama también por vosotros... Voy a decir la primera misa por el descanso de nuestra madre, mi protectora, mi madre. Vosotros, Caínes, bien hacéis en no oírla. ¡Sería un escarnio! Sois como los perros, que no pueden entrar en la casa de Dios.

 

(EL CAPELLÁN sale, y el doble de la campana que resuena en la sala desmantelada, detiene por un momento aquel expolio a que se entregan desde el comienzo de la noche los cinco bigardos.)

 

[53]



JORNADA PRIMERA

ESCENA QVINTA *QUINTA*


 

(LA ALCOBA donde murió Doña María. Es el amanecer, uno de esos amaneceres adustos e invernales en que aulla el viento como un lobo y se arremolina la llovizna. En la alcoba, la luz del día naciente batalla con la luz de los cirios que arden a la cabecera de la muerta, y pasa por las paredes de la estancia como la sombra de un pájaro. La lluvia azota los cristales de la ventana y se ahíla en un lloro terco y frío, de una tristeza monótona, que parece exprimir toda la tristeza del invierno y de la vida. La ventana se abre sobre el mar, un vasto mar verdoso y temeroso. Es aquella una de esas angostas ventanas de montante, labradas como confesionarios en lo hondo de un muro, y flanqueadas por poyos de piedra donde duerme el gato y suele la abuela hilar su copo. Dos [54] mujeres velan el cadáver: La una, alta y seca, con los cabellos en mechones blancos y los ojos en llamas negras, es sobrina de la muerta y se llama Doña Moncha. La otra, menuda, compungida y melosa, con gracia especial para cortar mortajas, es blanca, con una blancura rancia de viejo marfil, que destaca con cierta expresión devota sobre un hábito nazareno: Se llama Benita la Costurera.)

 

BENITA LA COSTURERA.-  ¿Quiere que amortajemos a la señora?

DOÑA MONCHA.-  ¿Terminaste el hábito?

BENITA LA COSTURERA.-  Mírelo aquí... No le rematé los hilos de las costuras, porque, mi verdad, una mortaja tampoco requiere aquel cuidado que una halda para ir al baile. ¡Doña Monchiña de mi vida, mire qué guapa le va esta esterilla dorada!

[55]

 

(DOÑA MONCHA aprueba con un gesto. Benita la Costurera dobla la mortaja y espabila los cirios con las tijeras que lleva pendientes de la cintura, y se balancean al extremo de una cinta azul que llaman hospiciana.)

 

DOÑA MONCHA.-  ¡Pobre tía, parece que se ha dormido!

BENITA LA COSTURERA.-  Quedóse como un pájaro... ¡Ni agonía tuvo!

DOÑA MONCHA.-  Dios nos libre de tenerla igual... ¡Su agonía duró treinta años!

BENITA LA COSTURERA.-  Me parece que aún la estoy viendo el día que se casó, con su mantilla de casco... Fué el mismo año y el mismo día que vino la reina... ¡Qué cosas tiene [56] el mundo!... ¡Ayudé a coserle el vestido de novia, y agora tócame hilvanarle la mortaja!

DOÑA MONCHA.-  Dos veces le has cosido la mortaja... Todo lo que tú coses son mortajas...

BENITA LA COSTURERA.-  ¡Doña Moncha de mi alma, no diga eso! ¡Santísima Virgen de la Pastoriza, hay mucha gente mala, y si la oyen y dan en repetirlo! ¡Doña Moncha de mi vida, no me eche esa fama!

DOÑA MONCHA.-  Yo no me pondría una hilacha que hubiesen cosido tus manos... ¡Tienen la sal!

BENITA LA COSTURERA.-  ¡Ay!... ¡No diga eso, Doña Monchiña!... Contésteme ahora: ¿Le parece que antes de vestirle el hábito lavemos y peinemos a la muerta?

[57]

DOÑA MONCHA.-  A mí esa costumbre me parece un sacrilegio.

BENITA LA COSTURERA.-  ¿Por qué? ¿No va a comparecer en la presencia de Dios Nuestro Señor? Pues natural es que acuda a ella como a una fiesta, bien lavada y aromada. Nunca debimos haber dejado que el cuerpo se enfriase, Doña Monchiña. Ya verá cómo ahora cuesta más trabajo aviarle... Y conforme pase tiempo, más y más... Voy por agua templada, Doña Monchiña.

 

(SALE la costurera con un andar leve, como si temiese que la muerta se despertase. Doña Moncha reza en voz baja todo el tiempo que permanece sola, y la estancia oscura se llena de misterio con aquel vago murmullo de rezo que se junta al chisporroteo con que los cirios se derraman sobre los candeleros de [58] bronce. Un gato empuja la puerta y llega sigiloso hasta la cama de la muerta, donde comienza a maullar tristemente, con largos intervalos. Tras el gato entra Benita la Costurera.)

 

BENITA LA COSTURERA.-  ¡Doña Monchiña, ni agua caliente había! Tuve que encender unas pajas... Parece talmente que entraron aquí los facciosos. Como cinco lobos, los cinco hijos se están repartiendo cuanto hay en la casona, y los criados, a escondidas, también apañan lo que pueden. Dios me perdone el mal pensamiento, pero mismo parece que deseaban la muerte de la pobre santiña.

DOÑA MONCHA.-  Aún no había cerrado los ojos y estaban ya descerrajando roperos y alhacenas. Cayeron aquí como cuervos que ventean la muerte.

[59]

BENITA LA COSTURERA.-  ¡Mire que es de judíos lo que hicieron con Doña Sabelita! ¡De la misma cabecera de la difunta la echaron a la calle arrastrándola por los cabellos! ¡Y con qué palabras, Madre de Dios! ¡Ni siquiera la dejaron abrir el arca de su ropa para ponerse una pañoleta de luto! ¡Como no se halló nada en la casona, sospechaban que la ahijada tuviese escondido dinero y alhajas!...

DOÑA MONCHA.-  No se halló nada, porque ellos ya se lo habían repartido todo antes de morir su madre.

BENITA LA COSTURERA.-  ¡Y sin venir el Señor Don Juan Manuel! Dicen que los hijos juraban contra el capellán, porque hubo de mandarle un aviso. ¿Verdad que parece mentira, Doña Monchiña?

[60]

DOÑA MONCHA.-  A mí, todo cuanto se diga de esos malvados, me parece verdad.

BENITA LA COSTURERA.-  ¡Jesús, qué Caínes!

 

(BENITA la costurera moja una toalla en la jofaina que trajo llena de agua caliente, y comienza a lavar el rostro de la muerta. Entre los labios azulencos renace siempre una saliva ensangrentada, bajo la toalla con que los refriegan aquellas manos irreverentes, picoteadas de la aguja, y la cabeza lívida rueda en el hoyo de la almohada.)

 

BENITA LA COSTURERA.-  Ya empieza a hincharse... ¿Doña Moncha, no tiene un pañuelo que le atemos a la cara para sujetarle la [61] barbeta, que mire cómo se le cae desencajada? ¡Jesús, si parece que nos hace una mueca!

DOÑA MONCHA.-  ¡Pobre tía!

BENITA LA COSTURERA.-  Luego que le hayamos vestido el hábito le pondremos un salero sobre la barriguiña.

DOÑA MONCHA.-  ¿Para qué eso?

BENITA LA COSTURERA.-  Siempre contiene esta hidropesía de la muerte. Mire cómo tiene las piernas, Doña Monchiña.

DOÑA MONCHA.-  No la laves más.

BENITA LA COSTURERA.-  ¡Si se ha ciscado toda! ¿Quiere que vaya así a la [62] presencia de Dios? ¡Y qué cuerpo blanco! ¡Cuántas mozas quisieran este pecho de paloma!

DOÑA MONCHA.-  Déjala... Yo le vestiré el hábito.

 

(SERIA y brusca, coge la mortaja y se acerca, apartando a Benita la Costurera. Con un brazo quiere incorporar a la muerta, y aquellas manos frías, cruzadas sobre el pecho, se desenredan torpes y caen flojas a lo largo del cuerpo, en tanto que la cabeza ya rueda sobre los hombros, ya se hunde en el pecho.)

 

BENITA LA COSTURERA.-  Yo le ayudaré, Doña Monchiña. Apártese.

DOÑA MONCHA.-  Corta la mortaja por detrás. Es lo mejor.

BENITA LA COSTURERA.-  No será preciso... Déjeme a mí. Apártese.

[63]

DOÑA MONCHA.-  ¡Acabemos, que ya no puedo más! ¡Córtala!

BENITA LA COSTURERA.-  ¡Y no es un dolor, Doña Monchiña!

DOÑA MONCHA.-  Córtala, te digo. ¿Dónde tienes las tijeras?

BENITA LA COSTURERA.-  A su gusto. ¡Lástima de tiempo y de puntadas!

 

(BENITA la costurera obedece con un gesto compungido, y después, graves y silenciosas, las dos mujeres amortajan el cuerpo de Doña María.)

 

[65]



JORNADA PRIMERA

ESCENA SEXTA


 

(UNA playa de pinares: En aquella vastedad desierta, el viento y el mar juntan sus voces en un son oscuro y terrible. La barca, con el velamen roto, ha dado de través en los arrecifes de la orilla, y un marinero salta a reconocer la tierra. El patrón habla desde a bordo.)

 

EL PATRÓN.-  Este arenal paréceme que debe ser el arenal de Las Inas. Busca a ver si descubres el Con del Frade.

EL MARINERO.-  Ni aun las manos alcanzo a verme. Los pinares se me figuran los Pinares del Rey.

[66]

EL CABALLERO.-  Entonces nos hallamos entre Campelos y Ricoy.

EL MARINERO.-  Es una playa de arena gorda.

EL PATRÓN.-  Hasta que amanezca no señalaremos adónde arribamos.

EL MARINERO.-  Con tal noche, era sabido. Suerte que no naufragamos.

EL CABALLERO.-  Suerte para nosotros, que no dirán lo mismo los delfines.

 

(SE OYE a lo lejos una campana, una de esas campanas de aldea, familiares como la voz de las abuelas. Tañe con el toque del nublado.)

 

[67]

EL CABALLERO.-  Debemos hallarnos cerca de San Lorenzo de András. Conozco la campana.

EL PATRÓN.-  ¡Pues no hicimos poca deriva! Hasta que amanezca no podemos navegar, y aun así veremos... Habrá que ir achicando agua toda la travesía.

EL CABALLERO.-  Os iréis solos, porque a mí se me acaba la paciencia y no espero.

EL PATRÓN.-  Pues no hay más vivo remedio, Señor Don Juan Manuel.

EL CABALLERO.-  Para vosotros, que yo me voy a pie desde aquí a Flavia-Longa.

[68]

EL PATRÓN.-  ¿Con esta noche?

EL CABALLERO.-  ¡Qué me importa la noche!

EL PATRÓN.-  Son tres leguas, cerca de cuatro...

EL CABALLERO.-  Tres horas de camino.

EL PATRÓN.-  Tres horas si fuera día claro, pero con tanta oscuridad...

EL CABALLERO.-  Yo veo de noche como los lobos, y con tal que la avenida no se haya llevado ninguna puente...

[69]

 

(SALTA a tierra el Caballero. En las ráfagas del viento llega la voz de la campana, informe y deshecha por la distancia. Don Juan Manuel procura orientarse, y guiado por aquel son, se aleja hacia los pinares donde se queja el viento con un largo ulular.)

 

EL CABALLERO.-  Dios me ordena que me arrepienta de mis pecados... ¡Toda una vida! ¡Toda una vida!... ¡Qué lejos suena la campana, apenas se la distingue: He sido siempre un hereje. ¡El mejor amigo del Demonio!... Me habré equivocado y no será la campana de András. A estas horas habrá muerto aquella santa... En el cielo la pobre abogará por mí... ¡Por mí, que fui su verdugo!... Sin embargo, la quería y si vuelvo los ojos al pasado no encuentro en mi vida otro pecado que haber hecho una mártir de mi pobre [70] mujer... Debí haberla ocultado que tenía otras mujeres. Pero yo no sé engañar, yo no sé mentir... ¡Cuántos pecados! ¡Mi alma está negra de ellos!... La religión es seca como una vieja... ¡Como las canillas de una vieja!... Tiene cara de beata y cuerpo de galga... Como el hombre necesita muchas mujeres y le dan una sola, tiene que buscarlas fuera. Si a mí me hubieran dado diez mujeres, habría sido como un patriarca... Las habría querido a todas, y a los hijos de ellas y a los hijos de mis hijos... Sin eso, mi vida aparece como un gran pecado. Tengo hijos en todas estas aldeas, a quienes no he podido dar mi nombre... ¡Yo mismo no puedo contarlos!... Y los otros bandidos, temerosos de verse sin herencia por mi amor a los bastardos, han tratado de robarme, de matarme... Pero yo tengo siete vidas. ¡Todo lo pagó con sus lágrimas aquella santa!... ¿Dónde estaré? ¡Ya no se oye la campana!...

[71]

 

(EL FRAGOR del viento entre los pinos apaga todos los demás ruidos de la noche: Es una marejada sorda y fiera, un son ronco y oscuro, de cuyo seno parecen salir los relámpagos. Don Juan Manuel, de tiempo en tiempo, se detiene desorientado e intenta aprovechar aquel resplandor, que, inesperado y convulso se abre en la negrura de la noche, para descubrir el camino. De pronto ve surgir unas canteras que semejan las ruinas de un castillo: El eco de los truenos rueda encantado entre ellas. Al acercarse oye ladrar un perro, y otro relámpago le descubre una hueste de mendigos que han buscado cobijo en tal paraje. Tienen la vaguedad de un sueño aquellas figuras entrevistas a la luz del relámpago: Patriarcas haraposos, mujeres escuálidas, mozos lisiados hablan en las tinieblas, y sus voces, contrahechas por el viento, son de una oscuridad embrujada y grotesca, saliendo de aquel roquedo que finge ruinas de quimera, donde hubiese por carcelero un alado dragón.)

 

[72]

UNA VOZ.-  ¿A quién ladras, Carmelo?

OTRA VOZ.-  Alguien ronda.

OTRA VOZ.-  Será un caminante extraviado.

OTRA VOZ.-  Será algún can sin dueño.

EL CABALLERO.-  ¿Este pinar, es el Pinar del Rey?

UNA VOZ.-  Así le dicen... Mas agora es de nosotros, los que aquí nos procuramos guarida en una noche tan fiera.

EL CABALLERO.-  ¿Habrá sitio para mí?

[73]

UNA VOZ.-  ¡Y holgado!

EL CABALLERO.-  ¿La campana que tocaba poco hace, era la de András?

UNA VOZ.-  La campana choca de András.

 

(EL CABALLERO se guarece con aquellos mendigos que van en caravana a una romería. Racimo de gusanos que se arrastra por el polvo de los caminos y se desgrana en los mercados y feriales de las villas, salmodiando cuitas y padrenuestros. En todos los casales los conocen, y ellos conocen todas las puertas de caridad: Son siempre los mismos: El Manco de Gondar; el Tullido de Céltigos; Paula la Reina, que da de mamar a un niño; Andreíña la Sorda; Dominga [74] de Gómez; el Manco Leonés; el Señor Cidrán el Morcego, y la Mujer del Morcego. Se oye muy lejos otra campana.)

 

EL CABALLERO.-  Parece la Monja de Belvis.

EL MORCEGO.-  ¡Cómo la ha conocido!

LA MUJER DEL MORCEGO.-  Muy fácil que sea de allí. Dispense la pregunta: ¿Usted es de allí?

EL CABALLERO.-  ¿No me conocéis? Soy Don Juan Manuel Montenegro.

EL MORCEGO.-  Por muchos años.

[75]

EL TULLIDO DE CÉLTIGOS.-  Estábamelo pareciendo.

DOMINGA DE GÓMEZ.-  Yo, dende que habló le conocí.

EL CABALLERO.-  ¿A qué distancia estamos de Flavia-Longa?

EL MORCEGO.-  Cosa de una legua.

LA MUJER DEL MORCEGO.-  Di también tres, Morcego.

EL CABALLERO.-  La noche es tan oscura que no reconozco el camino.

EL MANCO DE GONDAR.-  Ya cantó el cuco, y pronto amanecerá Dios.

[76]

EL MANCO LEONÉS.-  Noble Caballero, aquí tiene acomodo donde estará más resguardado del viento y de la lluvia.

LA MUJER DEL MORCEGO.-  Apártate, Andreíña, y deja sitio al Señor Don Juan Manuel.

ANDREÍÑA LA SORDA.-  ¿Quién dices?

LA MUJER DEL MORCEGO.-  El señor de la casa grande de Flavia-Longa.

ANDREÍÑA LA SORDA.-  Ayer, por el camino de Bealo, iban diciendo que la señora entregará el alma a Dios.

LA MUJER DEL MORCEGO.-  ¡Ave María!... Si aquí está presente el señor.

[77]

EL CABALLERO.-  Voy a su entierro... Con la esperanza de verla aún con vida, acabo de desembarcar en esa playa.

LA MUJER DEL MORCEGO.-  Y con vida la encontrará, señor. ¡Muy bien puede salir engaño cuanto cuenta Andreíña!

EL MORCEGO.-  Como es sorda nunca está al cabo de lo que pasa por el mundo.

DOMINGA DE GÓMEZ.-  ¡Y hay mucha gente divertida que le dice engaños porque luego ella los vaya pregonando!

ANDREÍÑA LA SORDA.-  El Ciego de Gondar díjome que tenía pensado llegarse a Flavia-Longa.

[78]

EL MORCEGO.-  Si es cuento del Ciego de Gondar, será mentira.

ANDREÍÑA LA SORDA.-  Habrá reparto de limosna en la casa grande, y más atrapará un pobre allí que en Santa Baya. Yo también hago pensamiento de llegarme por aquellas puertas, que siempre fueron de mucha caridad.

EL CABALLERO.-  Y seguirán siéndolo. Habrá limosna para todos los que lleguen a ellas.

ANDREÍÑA LA SORDA.-  Lo ha dejado en una manda la difunta señora, porque sus culpas le sean perdonadas.

EL CABALLERO.-  ¡No son sus culpas las que necesitan perdón, son las mías! Todo el maíz que haya en la troje se repartirá [79] entre vosotros. Es una restitución que os hago, ya que sois tan miserables que no sabéis recobrar lo que debía ser vuestro. Tenéis marcada el alma con el hierro de los esclavos, y sois mendigos porque debéis serlo. El día en que los pobres se juntasen para quemar las siembras, para envenenar las fuentes, sería el día de la gran justicia... Ese día llegará, y el sol, sol de incendio y de sangre, tendrá la faz de Dios. Las casas en llamas serán hornos mejores para vuestra hambre que hornos de pan. ¡Y las mujeres, y los niños, y los viejos y los enfermos, gritarán entre el fuego, y vosotros cantaréis y yo también, porque seré yo quien os guíe! Nacisteis pobres, y no podréis rebelaros nunca contra vuestro destino. La redención de los humildes hemos de hacerla los que nacimos con ímpetu de señores cuando se haga la luz en nuestras conciencias. ¡En la mía se hace esa luz de tempestad! Ahora, entre vosotros, me figuro que soy vuestro hermano [80] y que debo ir por el mundo con la mano extendida, y como nací señor, me encuentro con más ánimo de bandolero que de mendigo. ¡Pobres miserables, almas resignadas, hijos de esclavos, los señores os salvaremos cuando nos hagamos cristianos!

 

(LA HUESTE de mendigos se conmueve con un largo murmullo semejante al murmullo del rezo con que pide limosna por las puertas. Cuando el rumor se aquieta, alza su voz un mendigo gigantesco que tiene los ojos llagados por la lepra, y en aquella voz gangosa y oscura se arrastra como una larva la tristeza milenaria de su alma de siervo.)

 

EL POBRE DE SAN LÁZARO.-  Dios Nuestro Señor nos dará en el Cielo su recompensa a todos los que aquí pasamos trabajos. [81] Es su ley que unos sean pobres y otros ricos. Dios Nuestro Señor a los pobres nos manda tener paciencia para pedir la limosna, y a los ricos les manda tener caridad, y el rico que parte su pan trigo con el pobre, tiene el Cielo más ganado que el pobre que lo recibe y no lo agradece. ¡Es la ley de Nuestro Señor!

 

(EL CABALLERO se estremece. Hasta su rostro llega el aliento podre de aquella voz gangosa, y apenas puede dominar el impulso de apartarse. A la lívida claridad del amanecer, la figura gigantesca del mendigo leproso, se destaca en la oquedad de las canteras. El caballero siente una emoción cristiana.)

 

EL CABALLERO.-  ¿Eres el Pobre de San Lázaro?

EL POBRE DE SAN LÁZARO.-  Sí, señor.

[82]

EL CABALLERO.-  ¿Y tus hijos?

EL POBRE DE SAN LÁZARO.-  Los cinco están recogidos en el Hospital.

EL CABALLERO.-  ¿Tienen tu mismo mal?

EL POBRE DE SAN LÁZARO.-  Sí, señor... Yo, como nací labrador, no puedo estar preso en el Hospital. Si no veo los campos y los caminos, muérome de tristeza. El Hospital es como una cárcel, y allí encerrado moríame de pena... No me mata este mal tan triste, y matábame el no ver las eras, y los viñedos y los castañares.

EL CABALLERO.-  ¡Ya amanece!... Job, si puedes andar, ven conmigo...

[83]

EL POBRE DE SAN LÁZARO.-  ¡Vamos, Carmelo! Hoy encontraste ya un hueso que roer.

 

(CARMELO, un perro viejo y feo que dormita a los pies del leproso, se endereza y sacude. Don Juan Manuel sale al camino, y la hueste de mendigos se mueve tras él con un clamor de planto.)

 

LOS MENDIGOS.-  ¡Era Doña María la madre de los pobres! ¡Nunca hubo puerta de más caridad! ¡Dios Nuestro Señor la llamó para sí y la tiene en el Cielo, al lado de la Virgen Santísima! ¡Era la madre de los pobres!

EL CABALLERO.-  ¿Por qué no camináis en silencio? ¡Era mi madre también, era todo cuanto tenía en el mundo, y no lloro!

[84]

 

(LA VOZ del viejo linajudo, desmintiendo sus palabras, se rompe en un sollozo. La hueste de mendigos comienza a rezar un padrenuestro que guía el Pobre de San Lázaro.)

 

[85]




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