Tres romances: I, 108 versos en á-a; II, 120, ó-o y III, 186, ú-o.
Aunque la fecha es de Sevilla, el 3 de agosto de 1839, veinticinco años después de terminada la guerra de la Independencia, Rivas canta la victoria de Bailén con el mismo entusiasmo patriótico y el mismo sentimiento antinapoleónico y antifrancés de los años mozos.
No ha existido crítico que gustase de este romance con excepción de Cueto, el cual, sin embargo, advertía que estaba «frisando en la oda»; para Juan Valera, tanto éste como los de Pavía no pasaban de ser intentos épicos de corto vuelo.
En efecto, Bailén se quedó a medio camino entre la simple narración y el canto heroico, abunda en los mismos clichés neoclásicos que usaba Rivas durante su juventud y, lo que es peor, se nos antoja trasnochado después de haberse escrito tantos himnos a la Libertad, denuestos contra la Tiranía y cantos patrióticos de todo tipo.
Sevilla, 1839.
Dos romances: I, 112 versos en í-a; II, 196, é-o. Total, 308 versos.
No hay datos seguros sobre el lugar y fecha de composición de este romance, uno de los cinco publicados en 1834, y que, como «El sombrero», conserva el sabor de los tiempos en el exilios26. Andan de por medio «cartas trazadas con llanto, / cartas con el alma escritas» en seis años de emigración, y también vuelve un hombre en busca de su amada. El final tiene fuerte colorido romántico: el cadáver de este hijo del siglo, emigrado y amante, flota Guadalquivir abajo, «a la luz de escasa luna», camino del olvido27.
Tanto Menéndez Pelayo como Pedro Salinas advirtieron el papel precursor de Meléndez Valdés con sus romances de «Doña Elvira»28 y la situación no deja de tener cierta semejanza: la misma mezcla de recuerdos, deseos y temores; con los malos agüeros y el desastrado final.
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Tres romances: I, 140 versos en á-a; II, 84 en é-o; III, 108 en é-a. Total, 332 versos.
Compuesto probablemente en Tours en 1833 y publicado un año después en la primera edición de El moro expósito. Tres romances, «La tarde», «La noche» y «La mañana», ilustran la historia de una esperanza ilusionada al principio, combatida luego y trágicamente disipada con el amanecer.
Este romance, que es uno de los más logrados del autor, tiene por escenario las playas andaluzas cercanas al Peñón. Sabido es que en Gibraltar buscaban asilo los españoles perseguidos por sus ideas políticas y cómo don Ángel Saavedra se refugió allí en varias ocasiones.
Mar y cielo son barrunto de una tempestad que se prepara al anochecer, estalla en la oscuridad y cesa con la mañana, paralelamente a las esperanzas de Rosalía. La acción está sustituida por la conmoción de la naturaleza, las velas del guardacostas, un toque de ánimas agorero y aquel ruido de cañonazos que culminan con el sombrero traído por las aguas. La playa queda vacía; la calma y la soledad indican la tragedia mejor que cualquier descripción. El mar ha sido «lecho nupcial» de un hombre y una mujer constantes hasta la muerte.
Junto con «La vuelta deseada» y «El cuento de un veterano», Valera clasificó este romance como «de pura fantasía» y sus protagonistas, gente particular, de clase media o humilde, le recuerdan la Evangelina de LongfeIlow y Herman y Dorotea de Goethe, aunque da prioridad a los romances por su mayor fuerza dramática. «El sombrero» -escribe- podría servir de modelo al pequeño poema,
donde el terror trágico, la compasión y el interés profundo por desventuras y afectos humanos no se infundan en el ánimo del lector con disertaciones y lamentaciones líricas sino con la sencilla narración de hechos atinadamente referidos, ordenados y puestos de realce29. |
Y tras citar a Cañete, para quien tanto «La vuelta deseada» como «El sombrero» no eran más que «historias dulcemente melancólicas», Azorín afirma que «no ha hecho Rivas nada más honda y desesperadamente trágico que esos romances»30.
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