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ArribaAbajoUn embajador español

Dos romances: I, 100 versos en á-a; II, 80, . Total, 180 versos.

Es el primero, cronológicamente, de los romances que dedicó a las guerras de Italia y relata un hecho histórico: en 1494 Carlos VIII de Francia, en flagrante violación del tratado con España de no atacar al Papado, invadió los Estados Pontificios a pesar de los ruegos de Alejandro VI.

No hay apenas descripciones. Rivas cuenta muy bien y con soltura la entrevista de don Antonio de Fonseca, embajador de los Reyes Católicos, con el monarca francés. El «fatuo orgullo» de éste no puede vencer la determinación del embajador, quien se mantiene hasta el fin «con respeto y firmeza», dos conceptos que definen la actitud del personaje.

El cura de los Palacios11, cuyo relato sirve de fuente para este romance, escribe que Fonseca, ante las burlas del rey, hizo pedazos el tratado y se inclinó luego ante el monarca. Rivas Cherif cita un romance de Gabriel Lobo Laso de la Vega («Entre el rey Carlos de Francia...»), núm. 1027 del Romancero de Durán, en el que Fonseca, además de romper el tratado, saca la espada, «Con esta pluma / mi rey firmará el contrato», le atacan los nobles franceses y el soberano ha de poner paz.




Romance Primero

   En Merino y Terracina,
que dominios son del Papa,
entra aquel Carlos Octavo,
rey orgulloso de Francia.
   Los fuertes castillos toma,  5
los campos fértiles tala,
incendia los caseríos,
los templos santos profana.
   Y en el furor se complace
con que sus hombres de armas,  10
como furibundas fieras
roban, destruyen y matan.
   Así cumple los tratados
que celebró con España,
de defender a la Iglesia  15
y de acatar la tïara.
   Así el juramento cumple,
que de San Pedro en las aras
prestó sobre el Evangelio
en terminantes palabras.  20
   Así el acto corresponde
que, con humildad tan falsa,
hizo en público, besando
del Pontífice las plantas.
   Así el nombre verifica  25
que tomó, para burlarla,
de fiel hijo de la Iglesia
y defensor de su causa.

*  *  *

   Los vasallos infelices
del Padre Santo, que hallan  30
exterminio o servidumbre
en quien amparo esperaban;
   y que en la paz adormidos
y en la ciega confianza
que los tratados infunden  35
y da una regia palabra;
   ni pueden hacer defensa
ni en ella salud hallaran,
que numerosas y fuertes
son las fuerzas de la Francia;  40
   y a merced de sus guerreros
dejan haciendas y fama,
sin quedarles más recurso
que lágrimas y plegarias.
   Lágrimas que el duro pecho  45
de Carlos feroz no ablandan,
plegarias a que responden
insultantes carcajadas.

*  *  *

   Del Pontífice un legado,
(porque un legado acompaña,  50
para más escarnio y burla,
al rey que a la Iglesia ataca),
   inerme, abatido, humilde,
a Carlos ruega y demanda
que a su ambición ponga freno,  55
que coto ponga a su audacia.
   Si no por respecto al pacto
celebrado con España,
si no por guardar solemnes
juramentos y palabras,  60
   por cumplir como cristiano
y para salvar su alma,
y por temor, a lo menos,
de la divina venganza.
   Pues Dios es juez de los reyes,  65
y su mano sacrosanta
rompe coronas y cetros,
solios e imperios allana.

*  *  *

   Con risa infernal escucha
y burladora arrogancia,  70
las justas reconvenciones
el obcecado monarca,
   cuando de Borbón el duque,
gran condestable de Francia,
del venerable legado  75
reproduce las demandas;
   y con muy cristiano celo
y la autoridad y pausa,
propia de su cuna ilustre,
propia de sus nobles canas;  80
   mas con todo el miramiento
a la debida distancia
que entre rey y entre vasallo
Dios mismo establece y marca,
   le repite las razones  85
que de pronunciar acaba
el digno representante
de la ofendida tïara,
   insistiendo en que recuerde
que los tratados quebranta  90
que firmó solemnemente
en Perpiñán con España.

*  *  *

   De tan noble personaje
tampoco consiguen nada
con el orgulloso Carlos  95
razones, ruegos, plegarias;
   pues, con desabrido gesto
y con burladora rabia,
Que no recuerda responde
de cuanto le dicen nada.  100


Romance Segundo

   Don Antonio de Fonseca,
caballero de alta ley,
de los Católicos Reyes
el noble embajador es,
   que al rey de Francia acompaña  105
y le sigue por doquier,
y avisado por el duque
viene en el momento aquel.
   Preséntase con modestia,
pero con el rostro que  110
cara de pocos amigos
llama el vulgo, y llama bien.
   Al verle, con fatuo orgullo,
el cristianísimo rey,
que da al vicario de Cristo  115
a gustar vinagre y hiel,
   con mirada de desprecio
y con gesto de altivez:
«¡Oh, caballero! -le dice-,
llegáis en buen hora, pues  120
   »el venerable legado
me habla, y el duque también,
de un tratado con España,
que lo que encierra no sé.»
   «Señor -responde Fonseca-,  125
¿cómo ignorarlo podéis,
cuando en Perpiñán vos mismo
pusisteis la firma en él,
   »y debajo el regio sello
puso vuestro canciller?...  130
Mas, puesto que lo olvidasteis,
escuchadme, os lo leeré.»
   Y sacando de su seno
un abultado papel,
con respeto y con firmeza  135
Fonseca empezó a leer.

*  *  *

   Cuando un artículo había
favorable al interés
de la corona de Francia,
exclamaba al punto el rey  140
   «Es muy válido, recuerdo
que en Perpiñan lo firmé.
Ese artículo, Fonseca,
os ofrezco mantener.»
   Pero cuando otro escuchaba,  145
interesante también
o al decoro de la Iglesia,
o de Castilla al poder:
   «Dadme el tratado -decía-.
Dádmelo, Fonseca, pues  150
si eso firmé, lo desfirmo,
que enmendar un yerro es bien.»
   Y las cláusulas borrando
con menosprecio y desdén,
el pliego le devolvía,  155
diciendo: «Seguid, leed.»

*  *  *

   Al fin, llena la medida
del sufrimiento cortés,
don Alonso de Fonseca
no se puede contener,  160
   Y «Rey de Francia -prorrumpe-,
si mofaros pretendéis
de mí, que soy caballero,
de mi patria y de mi rey,
   »vive Dios que a tolerarlo  165
no estoy yo dispuesto, y pues
borráis lo que no os conviene,
borro y anulo también
   »lo que es a vos favorable,
rompiendo el tratado, ved.»  170
Y desgarrando, valiente,
el respetable papel,
   tiró los rotos pedazos
del rey de Francia a los pies,
y calándose el sombrero,  175
sin hacer venia, se fue,
   y con la mano en la espada,
atravesando un tropel
de alabardas y ballestas,
salió del campo francés.  180




ArribaAbajoLa buenaventura

Cuatro romances: I, 112 versos en é-o; II, 160, í-o; III, 312, í-a y IV, 20, ó-e. Total, 604 versos.

Fechado el 13 de julio de 1838, apareció al año siguiente en la Revista de Madrid. Su fuente es la Crónica de Gómara12 aunque Boussagol añada, con reservas, que quizás utilizase también Life of Hernán Cortés de Trueba y Cosío13.

Trueba sigue fielmente a Gómara, y en cualquiera de los dos que se inspirase, Rivas centra su atención en el joven Cortés, personaje soñador y exaltado que marcha a las Indias impelido por un destino ineludible, tan glorioso como desgraciado, que le predijo la hechicera de Sevilla. Como en otros momentos felices, el autor se aparta de la historia y prefiere la conseja que no pone límites a lo maravilloso.




Romance Primero

La cita

   Era en punto medianoche,
y reinaba hondo silencio
de Medellín en la villa,
sumergida en dulce sueño.
   Desde un trono de celajes  5
nacarados y ligeros,
cándida, apacible luna
brillaba en el firmamento;
   sobre el pardo caserío
derramando sus reflejos,  10
como sobre los sepulcros
de un tranquilo cementerio.
   Y en una desierta calle,
donde sus claros destellos
una mitad alumbraban,  15
la otra en sombras confundiendo,
   estaba en la parte oscura,
receloso y encubierto,
un noble joven, gallardo,
no muy alto, aunque bien hecho.  20
   Ropón y loba vestía,
el uno y el otro negros,
traje propio de que usaban
escolares de aquel tiempo.
   De su cintura pendía  25
una espada de Toledo,
y un laúd, con ambas manos,
apretaba contra el pecho.
   Los ojos no separaba,
vivos, rasgados, de fuego,  30
lumbreras de un lindo rostro,
vivaz, gracioso, moreno,
   de las cercanas paredes
de un edificio frontero,
en cuyos sillares blancos  35
daba la luna de lleno,
   descubriendo tres balcones
con barandales de hierro,
debajo dos rejas grandes,
no muy lejanas del suelo;  40
   y cerrada una ancha puerta,
sobre la que tiene asiento
un noble escudo de mármol,
guarnecido de arabescos.

*  *  *

   La anchura de aquella calle,  45
en realidad corto trecho,
era espacioso teatro,
mejor diré, campo inmenso
   de fantásticas escenas,
de mil extraños sucesos,  50
indecisos y confusos
como figuras de un sueño,
   que claramente veía
la imaginación de fuego
y la mente arrebatada  55
de aquel gallardo mancebo.
   De Salamanca las ciencias,
los doctores y los ergos,
que atrás deja, ve delante
y su pobre hogar a un tiempo.  60
   Y ve los campos de Italia,
aunque nunca estuvo en ellos;
mas a do quiere ausentarse,
de ambición de gloria lleno;
   y ya se juzga soldado,  65
y ya se halla en los encuentros,
y mira reyes cautivos,
y ve ejércitos deshechos,
   y naciones conquistadas,
y a sus pies tronos y cetros,  70
montes de oro y de laureles,
anchos mares, mundos nuevos;
    y todo lo ve, que todo
cuanto abraza el pensamiento
lo ven, y lo ven palpable  75
las almas de privilegio.

*  *  *

   Mas de todo cuanto mira
como en borrosos bosquejos,
como las mudables formas
de nubes que rompe el viento,  80
   es el primer personaje,
es el más distinto objeto,
es reina y reguladora
y sol de sus pensamientos,
   la modesta doña Elvira,  85
de Medellín embeleso,
y a quien guardan las paredes
do los ojos tiene puestos.
   Para ella sueña sus glorias,
para ella anhela trofeos,  90
para ella quiere tesoros
que está enamorado ciego.
   Y sin los lauros y bienes
que no quiso darle el cielo,
no puede con ella unirse,  95
que es pobre, aunque caballero.
   También teme a un poderoso
rival, ignorante y necio;
pero que ganó en la guerra
tesoros e ilustres premios.  100
   El que al padre de su amada,
codicioso, como viejo,
con sus riquezas y honores
tiene cautivado el seso.
   Mas en vano teme el joven:  105
es de doña Elvira dueño,
pues esperándole, inquieta,
aún está fuera del lecho.
   Y en cuanto la seña escuche,
saldrá, su cita cumpliendo,  110
a ofrecerle ser su esposa
y a jurarle amor eterno.


Romance Segundo

Las cuchilladas

   Diz que en cuanto el gallo canta
desparecen de improviso
los aquelarres de brujas,  115
los fantasmas y vestiglos;
   así desaparecieron
las escenas o delirios
a que la mente del joven
daba vida en aquel sitio,  120
   de un gallo al sonoro canto,
que al momento repetido
por otros, que parecían
los ecos de aquel recinto,
   al soñador recordaron  125
que allí tan sólo ha venido,
de un «adiós» tierno de amante
a padecer el martirio,
   a exigir una palabra,
y a ofrecer un plazo fijo,  130
que con segura esperanza
le dé aliento en los peligros.

*  *  *

   Vuelto en sí, pulsa las cuerdas,
y a sus acentos sentidos
canta una letra amorosa,  135
con tono dulce y sumiso.
   Al punto, cual si el acento
que dio vida y regocijo
a las auras de la noche
fuera conjuro o hechizo,  140
   de una reja las maderas
ábrense en el edificio
que el mancebo contemplaba,
y queda un cuadro sombrío,
   do aparece un bulto blanco,  145
cuyos contornos divinos
resaltaban en lo oscuro,
por la luna esclarecidos.
   El amante la guitarra
suelta y, fuera de sí mismo,  150
corre a la dorada reja,
abraza los hierros fríos,
   y en una mano de nieve,
que uno de ellos tiene asido
estampa labios de fuego,  155
por la pasión encendidos.

*  *  *

   Balbuciente, temeroso,
como enamorado fino,
que ser amor elocuente
de ser falso es claro indicio,  160
   iba a pedir que dos años
le conserven fe y cariño,
que en ellos ganar espera
pingüe estado y nombre digno.
   Cuando (siempre los amantes  165
han de tener enemigos
que en los mejores momentos
truequen la dicha en martirio),
   cuando a lo lejos resuena
un alarmante ruïdo,  170
que a los dos enamorados
sobresalta de improviso:
   «Retírate -dice el joven-;
quede tu decoro limpio,
que yo tornaré a tus plantas  175
sin importunos testigos.»
   «Nada temas; seré tuya»,
entre sollozos le dijo
su amada, y cerró la reja,
dejando abierto un resquicio.  180
   Quiere el mancebo alejarse,
mas no puede sin ser visto,
y no es hombre que la espalda
sabe volver al peligro.
   Tres bultos mira en la calle  185
que a él dirigen su camino,
a dos quedarse ve luego
en no muy distante sitio,
   y al tercero aproximarse
a paso largo y altivo,  190
resplandeciendo la luna
en su pomposo atavío.
   Al comendador conoce,
que volvió de Italia rico,
y que a su Elvira pretende  195
con impertinente ahínco.
   Mucho celebra el encuentro,
y solo le pesa el sitio;
pero, ya arrestado a todo
le espera firme y tranquilo.  200

*  *  *

   El comendador le dice,
a diez pasos, dando un grito:
«Retiraos de aquí, estudiante,
o mi espada os hará añicos.»
   «Otra tengo yo en la mano,  205
que a ese insulto dé castigo»,
dice el mancebo, y se arroja
como rayo desprendido
   de las nubes. Los aceros
relampaguean, y vivo  210
arde el combate, lidiando
sin hablar, cual bien nacidos.
   De un leve rasguño tiene
el joven su rostro herido;
del contrario el pecho, roto,  215
lanza ya de sangre un río;
   y perdiendo va terreno,
vacilante, cuando un silbo
da, y vienen espada en mano
los otros dos a su auxilio.  220
   El joven, como valiente,
desprecia a los asesinos,
y dejando ya en la tierra
al comendador tendido,
   carga a los dos y los hiere,  225
y los pone en tal conflicto,
que, rápidos como el viento,
buscan en la fuga asilo.
   El vencedor reconoce
de su victoria el peligro,  230
y a su casa se retira
pobre solar, aunque antiguo,
   y que también noble escudo
ostenta en el frontispicio
de la puerta, de que lleva  235
la llave falsa consigo.

*  *  *

   A don Martín, su buen padre,
anciano de hidalgo brío,
encuentra sobresaltado,
receloso y discursivo,  240
   que del mancebo en la mano
viendo el hierro en sangre tinto:
«¿Qué has hecho, Hernando?», le dice,
y contéstale su hijo:
   «Al comendador he muerto,  245
dando a un insulto castigo,
que el honor que tú me diste
ha de estar como el sol, limpio.»
   «¡Válgame el cielo! -prorrumpe
el noble anciano-. Preciso,  250
aunque, Hernando, yo no dudo
que con razón has reñido,
   »es el ponernos en salvo,
que es inminente el peligro,
siendo poderoso el muerto  255
y nosotros desvalidos.»
   «Partiré al momento a Italia,
cual estaba decidido»,
dice Hernando; mas el padre,
prudente, responde: -«Hijo,  260
   »de las glorias de la Italia
ya te has cerrado el camino;
el comendador en ella
del rey ha estado al servicio;
   »del ínclito don Gonzalo  265
era deudo y favorito,
y allá ha dejado parientes
con honra y con poderío.»
   «Pues a las Indias -el joven
dice- a marchar me decido.»  270
Y algo extraordinario y grande
brilló en su rostro al decirlo.


Romance Tercero

El embarco

   En la iglesia de San Pedro,
una de las más antiguas
entre las muchas insignes  275
de la opulenta Sevilla,
   a las seis de la mañana
se está diciendo una misa,
porque Dios dé buen vïaje
a un joven que va a las Indias.  280
   Es el gallardo extremeño
a quien hace quince días
que de Medellín, su patria,
arrojó su valentía,
   y que, en una gruesa nave,  285
debe aquella tarde misma
despedirse de la Europa
a buscar remotos climas.
   Y con don Martín, su padre,
junto al altar, de rodillas,  290
a San Pedro se encomienda
y al cielo le pide dicha;
   en el traje de soldado
mostrando tal gallardía,
que del devoto concurso  295
tiene la atención cautiva.
   Terminado el sacrificio
recibe la Eucaristía,
resplandeciendo en su rostro
el entusiasmo y fe viva.  300

*  *  *

   Vuelve a la humilde posada
que era en la Borcinería,
hostelaje de un morisco,
estancia pobre y mezquina.
   Y así le dijo su padre,  305
cuyas áridas mejillas,
lágrimas de desconsuelo
quemaban y humedecían:
   «Hernando, Hernando, hijo mío,
a tierras lejanas vas,  310
donde nunca olvidarás
de mi noble sangre el brío.
   »Cual cristiano y caballero,
teme a Dios, guarda su ley,
sirve con lealtad al rey,  315
sé devoto y sé guerrero.
   »Nunca des a la codicia
en tu hidalgo pecho entrada,
flaqueza vil que degrada
el cuerpo y el alma vicia.  320
   »Sé a tus cabos obediente,
afable a tus compañeros,
y, sin bravatas ni fieros,
en el peligro valiente.
   »En los trabajos sufrido,  325
moderado en la ventura,
con generosa cordura,
no estés vano ni abatido.
   »Del malo te apartarás,
únete siempre a los buenos,  330
que si no ganas, al menos,
con ellos no perderás.
   »Si llegas a obtener mando,
manda con moderación;
pero solo, y con tesón  335
hazte obedecer, Hernando.
   »Que al que manda descortés,
o por ajena influencia,
o no exige la obediencia,
para el mando inútil es.  340
   »Tolera, disimulado,
aunque te haga padecer,
agravio que no ha de ser
plenamente castigado.
   »Reparte con discreción  345
la recompensa y castigo,
y al derrotado enemigo
trata con moderación.
   »Resuelve con madurez;
mas resuelto, nada ataje  350
la ejecución, aventaje
al rayo en su rapidez.
   »La santa fe que profesas
extender, y de tu rey
los dominios, sea la ley,  355
Hernando, de tus empresas,
   »Y no tengas duda alguna
de que si lo haces así,
siempre irán en pos de ti
la victoria y la fortuna.  360
   »De tu noble inclinación
mucho espero, mucho fío;
basta: abrázame, hijo mío;
recibe mi bendición.»
   La escena tierna y sublime,  365
dolorosa despedida,
que pasó entre el hijo y padre
no es posible describirla.
   De momentos tan solemnes
los afectos de familia,  370
los pensamientos y penas
se sienten, mas no se pintan.

*  *  *

Al fin, como breve sueño,
pasó rápido aquel día;
los tristes y los alegres  375
al mismo paso caminan.
   El sol entre nubes de oro,
de un cadáver comitiva,
a la tumba del ocaso
con majestad descendía.  380
   Cuando la pieza de leva
dio el trueno de la partida,
del Guadalquivir soberbio
retumbando en las orillas,
   ya del arenal la puerta  385
el padre y el hijo pisan,
y hacia la Torre del Oro
mudos de dolor caminan.

*  *  *

   Magnífica era la escena,
soberbia la perspectiva  390
espectáculo grandioso
el que deslumbró su vista:
   cubierto el río de naves
de mil naciones amigas,
con flámulas, gallardetes,  395
banderolas y divisas,
   donde espléndidos colores
con el sol poniente brillan,
donde se mecen las auras,
donde retozan las brisas.  400
   Ambas márgenes cubiertas
de cuanto la Europa cría,
de cuanto el arte produce,
de cuanto ansía la codicia.
   De armas, víveres, aprestos,  405
fardos, cajones y pipas,
de extraordinarias riquezas,
de varias mercaderías.
   Y en las naves y las barcas,
en los muelles y marismas  410
y en arenal, alameda,
muro, almacenes, garitas,
   un enjambre de vivientes
de todos reinos y climas,
de todos sexos y clases,  415
de todas fisonomías.
   Del grande español imperio
hombre de todas provincias,
y de todas las naciones
que la Europa sabia habitan:  420
   moros, moriscos y griegos,
egipcios, israelitas,
negros, blancos, viejos, mozos,
hablando lenguas distintas.
   Mercaderes, marineros,  425
soldados, guardas, espías,
alguaciles, galeotes,
canónigos y sopistas,
   caballeros, capitanes,
frailes legos y de misa,  430
charlatanes, valentones,
rateros, mozas perdidas,
   mendigos, músicos, bravos,
quincalleros y cambistas,
galanes, ilustres damas,  435
gitanas, rufianes, tías.
    Todo bullicio tan grande,
tan extraña algarabía
tal confusión de colores,
tal movimiento y tal vida,  440
   ofreciendo bajo un cielo
como el cielo de Sevilla,
que era un pasmo de la mente,
un cuadro de hechicería.

*  *  *

   Tras de la Torre del Oro,  445
mientras don Martín activa
el embarco, maldiciendo
gabelas y socaliñas,
   Hernando sueña despierto,
y pensando en Doña Elvira,  450
embebido en lo pasado,
presente y futuro olvida.
   Llamó su atención de pronto
una voz agria y ronquilla,
que le dice: «Caballero,  455
por Dios, una limosnita.»
   Vuelve en sí, sobresaltado,
y delante de sí mira
una miserable vieja
de extraña fisonomía.  460
   Un rostro innoble y siniestro,
seco, como de ceniza,
con dos penetrantes ojos
de fuego que muere chispas,
   descubre entre sucias tocas  465
que rojo manto cobija,
sobre un traje de anascote,
hecho a desgarrones tiras.
   Y en el todo de aquel ente
algo raro se veía,  470
reunión de astucia, ignorancia,
imbecilidad, malicia.
   Para darle algún socorro
en la escarcela registra,
y mientras le da un cornado  475
dice la bruja ladina:
   «¡Qué lindo y gallardo joven!
Si se embarca para Indias,
la buenaventura puedo
decirle, que sé decirla.»  480
   Hay en la vida momentos
que la mitad de la vida
por columbrar lo futuro
se diera con alegría.
   Y Hernando, aunque con desprecio,  485
contempla aquella estantigua,
la mano diestra le ofrece
puesta la palma hacia arriba.

*  *  *

   La vejezuela la toma,
un momento la examina,  490
y ora las cejas arquea,
ora amaga una sonrisa;
   y, al fin, se estremece, tiembla,
echa fuego por la vista,
y «¡Qué estoy mirando, cielos!»,  495
cual energúmeno grita.
   Expresión rara y terrible
su muerto semblante anima;
crece, y convulsa le crujen
los huesos y las canillas.  500
   Y «¡Oh mancebo generoso!
-exclamó-. ¡Qué de inauditas
glorias y hazañas te esperan!
¡Qué de triunfos en las Indias!
   »Tiembla el infierno; ¡tu espada  505
cuántos tributos le quita!
Ve ufano... De contemplarte
el cielo se regocija...
   »Emperadores y reyes
te doblarán la rodilla;  510
cual prodigios, cual portentos
verá el mundo tus conquistas.
   »Tu huella hundirá naciones
las más guerreras y ricas,
como del pastor la huella  515
hunde vivares de hormigas.
   »Con montes de oro y laureles
los astros allá te brindan.
Eterno será tu nombre,
inmortales tus fatigas.  520
   »Vuela; el sol del Nuevo Mundo
serás...» No pudo sufrirla
el joven tiempo más largo,
juzgando la retahíla,
   cosa a todo aventurero  525
por aquella bruja dicha
para sacar recompensa
más abundante y opima;
   y la interrumpe, y le dice:
«Sólo quiero que me digas  530
si seré tan venturoso
que regrese a estas orillas.»
   Quedó suspensa la vieja,
muda, en él los ojos fija,
pero apagados; su rostro  535
se seca, se desanima;
   y con expresión siniestra
de una sardónica risa:
«Volverás, sí -le responde-;
que volver es tu desdicha;  540
   »Volverás..., sí, de seguro...
El sol se va y vuelve... Mira...»
Y con una enjuta mano
y un dedo, que parecía
   el de la terrible muerte,  545
en rara actitud le indica
a Castilleja, por donde
el rojo sol se escondía.

*  *  *

   El joven a Castilleja
torna de pronto la vista,  550
como obediente al mandato
de la mano imperativa;
   Y ve que una parda nube
que imitaba las cortinas
de un rico dosel tomaba,  555
por el ambiente movida,
   de un gran féretro la forma
circundado de amarillas
candelas, y en cuyo seno
del sol el cadáver iba.  560
   Vago terror siente Hernando;
los cabellos se le erizan,
y por algunos momentos,
hecho mármol, ni aún respira.
   La mano del tierno padre,  565
su voz grata y sus caricias,
diciendo: «Llegó la hora,
vamos, y Dios te bendiga»,
   le tornan en sí; anheloso
a la bruja o pitonisa  570
busca, mas la busca en vano:
desaparecido había.
   Acaso entre aquella turba,
do era imposible seguirla,
otras limosnas demanda,  575
otros casos pronostica.
   Se abrazan al pie del muelle
el padre y el hijo; pisa
éste la ligera lancha,
que al punto huye de la orilla.  580
   Llega a la nave; la nave
trinquetes y gavias iza,
y corta pomposa el río
entre universales vivas.


Romance Cuarto

Conclusión

   Este Hernando, este mancebo  585
era Hernán Cortés; su nombre,
gloria la mayor de España,
asombro y pasmo del orbe,
   lo dice todo. Un imperio
de cien guerreras naciones  590
descubrió, y rindió su lanza
con seiscientos españoles.
   Vuelto a la patria, por premio,
ingratas persecuciones
su corazón destrozaron,  595
rompieron su pecho noble.
   Y aquí, en Castilleja, lleno
de desengaños atroces,
rindió a su Criador el alma
que tan grande concedióle,  600
   sin que después haya visto
el absorto mundo un hombre,
que de Hernán Cortés al lado
la Historia, imparcial, coloque.

Sevilla, 1838.




ArribaAbajoLa muerte de un caballero

Escrito entre fines de 1839 y principios de 1840, juntamente con «Amor, honor y valor» y «La victoria de Pavía», es el primero de los tres en orden cronológico.

Un solo romance de 116 versos, con rima en é-o, cuenta la muerte del caballero Bayardo (1473-1524), a quien, según la Histoire de Bayart (capítulos LXIV y LXV)14 en una retirada de los franceses hirió una bala salida «de oscuro arcabuz». Murió al cabo de dos o tres horas, rodeado de amigos y enemigos, entre ellos el marqués de Pescara. Los españoles le prepararon un lecho de campo y allí se confesó y murió. En su versión, Rivas describe una enconada escaramuza en la que cae Bayardo y «el mismo Pescara llega / de llanto el rostro cubierto» a recogerle en sus brazos. El moribundo pide perdón a Dios, ensalza a su rey, a su patria y a los soldados españoles, «hijos de la nación más grande».

El retrato de Bayardo a caballo es de los más briosos que ha hecho Rivas, a quien fascina este prototipo de caballeros. En cuanto al estilo, aún quedan ecos de fraseología dieciochesca: el alma que vuela a tomar «entre los héroes asiento», y el cadáver, «de lauro inmortal cubierto», son buenos ejemplos de ello.




Romance


   El noble francés Bayardo,
el insigne caballero
que nunca mancilló «tacha»,
que jamás conoció «miedo»,
   por la falda de los Alpes  5
en fuga las huestes viendo
que al Almirante de Francia
dio el rey Francisco Primero;
   del deshonor de las lises
furioso su heroico pecho,  10
gallardo la lanza empuña,
riscado revuelve el freno,
   y en los pocos españoles,
causa de aquel desconcierto,
se arroja como valiente  15
para morir como bueno;
    a pintar su gallardía,
a contar sus altos hechos,
a encarecer sus hazañas
no basta el humano acento.  20

*  *  *

   En un normando morcillo
que respira espuma y fuego,
cuya ligereza es rayo,
cuyos relinchos son trueno;
   con un arnés que deslumbra  25
del mismo sol los destellos,
yen parte una veste oculta
de carmesí terciopelo;
   y sobre bruñido casco,
dando vislumbres al viento,  30
un penacho blanco y rojo
con rica joya sujeto,
   cual águila se revuelve,
lidia cual león soberbio,
cual raudo torrente rompe,  35
resiste cual risco eterno.
   Solo españoles soldados
sin ceder pudieran verlo,
y con él y con los suyos
trabar combate sangriento.  40
   Mas qué mucho, si los rige
aquel hijo predilecto
de la victoria en Italia,
marqués de Pescara excelso.

*  *  *

   Del noble francés Bayardo,  45
a pesar de los esfuerzos,
la francesa artillería
fue de la España trofeo.
   Pues de aquella escaramuza
en lo más trabado y recio,  50
cuando las contrarias huestes
eran de valor portentos,
   una silbadora bala
de oscuro arcabuz partiendo,
traspasó de parte a parte  55
al gallardo caballero.
   Al caer de los arzones
con pesado golpe al suelo,
cuajó la sangre a sus tropas
de sus armas el estruendo;  60
   y alzaron tal alarido
de dolor y de despecho,
que por los lejanos valles
resonó en fúnebres ecos.

*  *  *

   Al oír los españoles  65
tan lamentable suceso,
la sangrienta lid suspenden
de asombro y lástima llenos;
   pues la muerte de un contrario
de valor insigne ejemplo,  70
pena y confusión infunde
en sus generosos pechos.
   Soldados de ambas naciones
cercan al noble guerrero,
cuya sangre empaña el brillo  75
del arnés bruñido y terso.
   Y el mismo Pescara llega,
de llanto el rostro cubierto,
y le recoge en sus brazos
con doloroso respeto.  80
   Sus criados le desarman,
inténtanse mil remedios;
mas, ¡oh dolor!, todo en vano,
llegó su instante postrero.

*  *  *

   Muere Bayardo el famoso,  85
y en el último momento
después que a Dios pidió gracia,
cual cristiano caballero,
   a españoles y a franceses
tornando el rostro sereno:  90
«Por mi rey y por mi patria
-exclamó- gozoso muero;
   »y ufano de que haya sido
a las manos y al esfuerzo
de soldados españoles,  95
de honra y de valor modelo,
   »y de la nación más grande
que en más alta estima tengo,
de cuantas pueblan la tierra,
de cuantas cubren los cielos.»  100
   No dijo más, que la muerte
convirtió su voz en hielo,
volando a tomar el alma
entre los héroes asiento.

*  *  *

   Dejaron los españoles  105
por honra a tal caballero,
de seguir al almirante,
que en Francia salvóse presto.
   Y el cadáver de Bayardo,
de lauro inmortal cubierto,  110
entregado fue a los suyos
con justo desprendimiento,
   para que hallara reposo
tan valiente y noble cuerpo
en su agradecida patria,  115
al lado de sus abuelos.



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