Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




ArribaAbajoAmor, honor y valor

Tres romances: I, 240 versos en é-o; II, 172, í-o y III, 124, é-a. Total, 536.

Basado en la Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V (libro XII, partes XXV, XXVI, XXVII) de fray Prudencio de Sandoval, texto que Rivas sigue muy a la letra, incluso en la descripción particular de los caballeros del ejército imperial. Entre ellos, destaca el Condestable de Borbón presente en este romance, en «La victoria de Pavía» y en «Un castellano leal». Era segundón del duque de Montpensier y primo de Francisco I, con quien se enemistó. Sirvió a Carlos V, quien le apreciaba mucho aunque tanto los españoles como los franceses le detestaron por luchar contra su rey natural.

Mientras «La victoria de Pavía» es una descripción global, centrada luego en la figura del rey francés, aquí los preparativos para la batalla son prólogo y telón de fondo para la historia sentimental de un personaje secundario. Aunque le interese más la anécdota que el «episodio nacional», prosigue Rivas también la alabanza del ejército español, comenzada en el romance de Bayardo y que culminará con «La victoria de Pavía».

En III, tienen lugar los esponsales en el mismo campo de batalla y en presencia del ejército cuando ya silban saetas y balas. Se aparta así del relato de Sandoval, más verosímil aunque menos efectista, donde la boda es al amanecer y concluye cuando «ya comenzaban los atambores a la orden».




Romance Primero

El ejército

   De trompas y de atambores
retumba marcial estruendo,
que en las torres de Pavía
repite gozoso el eco;
   porque a libertarlas viene  5
de largo y penoso cerco
el ejército del César
contra el del francés soberbio:
   aquél reducido y corto,
éste numeroso y fiero,  10
el uno descalzo y pobre,
el otro de galas lleno.
   Pero el marqués de Pescara,
hijo ilustre y predilecto
del valor y la victoria,  15
tiene de aquél el gobierno,
   porque los jefes ancianos
y los príncipes excelsos
que lo mandan se someten
a su fortuna y su esfuerzo;  20
   y en él gloriosos campean
los invictísimos tercios
españoles, cuya gloria
es pasmo del Universo.
   Manda las francesas huestes  25
el rey Francisco Primero,
que ve las del Quinto Carlos
con orgulloso desprecio.
   Y juzgando un imposible
que osen venir a su encuentro  30
con tan cortos escuadrones,
con tan escasos pertrechos,
   no a la batalla, al alcance
prepárase repitiendo:
«para la cobarde fuga  35
levantan el campamento.»

*  *  *

   En tanto de él, en buen orden
y en sosegado concierto
(después de dar a las llamas
y de hacer pasto del fuego  40
   las tiendas y los reparos,
las barracas y repuestos)
salen a coger laureles
los imperiales guerreros.
   De Nápoles el ilustre  45
Visorrey al frente de ellos,
en un caballo ruano
que es del Vesubio remedo,
   ricas armas refulgentes,
en que dan vivos destellos  50
las labores de oro y plata
del sol naciente al reflejo,
   lleva; y sobre el rico almete,
en la cimera sujeto,
penacho amarillo y rojo,  55
que mece apacible viento.
   Cien alabardas de escolta
cércanle; delante, enhiesto,
va su pendón, y le siguen
personajes de respeto.  60

*  *  *

   En el escuadrón segundo,
de un arnés blanco cubierto,
y de un sayo de brocado,
en un frisón corpulento
   pasa de Borbón el duque;  65
¡lástima que tan egregio
príncipe contra su patria
y su rey combata ciego!
   Entre los varios señores
y famosos caballeros  70
que le acompañan, descuella,
por lo galán y lo apuesto,
   el joven marqués del Vasto,
armado de azules veros,
con blancas y azules plumas,  75
gallardas alas del yelmo.
   En un pisador castaño
que con la espuma del freno
escarcha en copos de plata
los azules paramentos,  80
   su destreza de jinete
con corvetas y escarceos,
y su agilidad de mozo
va presumido luciendo.

*  *  *

   Tras este escuadrón segundo  85
marcha el escuadrón tercero,
y Alarcón a su cabeza,
cana barba, rostro serio,
   armas fuertes, mas sin brillo,
corcel alto, duro, recio,  90
una refornida lanza
que empuña un puño de hierro;
   sin visera ni penacho,
capacete de gran peso,
y sobreveste y gualdrapa,  95
ambas de velludo negro,
   sin recamadas insignias,
sin divisas ni embelecos,
eran, como lo era siempre,
su simple y marcial arreo.  100
   Siguen, tras los hombres de armas,
los escuadrones ligeros,
y de Cívita-Santángel
el marqués al frente de ellos.
   Joven, valiente y gallardo,  105
ignorando va, risueño,
que a manos de un rey la muerte
le aguarda a pocos momentos.
   Rico y galán sayo viste
de purpúreo terciopelo,  110
¡harto pronto con su sangre
más purpúreo ha de ponerlo!
   De un cuartago de Calabria,
causa de su fin funesto,
rige las flexibles bridas,  115
que cortadas, serán luego.

*  *  *

   Las triunfadoras banderas
donde desarrolla el viento
los castillos y leones,
ya de dos mundos respeto,  120
   y que adorna la fortuna
de palma y laurel eternos,
donde quiera que tremolan
en entrambos hemisferios
   la invencible Infantería  125
de los españoles tercios,
en bien formadas escuadras
sigue por lado diverso.
   Descalza, pero contenta;
pobre, mas de noble esfuerzo  130
tan rica, que a sus hazañas
es el orbe campo estrecho.
   El valor y gracia reinan,
y de la muerte el desprecio,
en sus ordenadas filas  135
de frugalidad modelo:
   y que de vencer seguras
llenan de coplas el viento,
con apodos y con vayas
de andaluces a gallegos.  140
   A sus bravos capitanes
humildes obedeciendo,
forman un bosque de picas
cuyas puntas son luceros;
   y donde los arcabuces,  145
preñados de rayo y trueno,
van pronto a llenar el aire
de humo, plomo, muerte y miedo.
   Allí el capitán Quesada,
allí el capitán Cisneros,  150
y Santillana el alférez,
y Bermúdez el sargento,
   y Roldán el sevillano,
extremado arcabucero,
y mil y mil allí estaban,  155
gloria del hispano suelo,
   cuyos inmortales nombres
la fama guarda del tiempo,
y al pronunciarlos palpita
de todo español el pecho.  160
   Con un limpio coselete,
del sol envidia y espejo,
con celada borgoñona
sin cimera ni plumero,
   y con sus calzas de grana,  165
y con su jubón eterno
de raso carmesí, llega
después de dejar dispuesto
   como caudillo el ataque,
y como caudillo experto,  170
el gran marqués de Pescara
en su tordillo ligero.
   En su diestra centellea
un estoque de Toledo,
y un broquel redondo embraza  175
con una muerte en el medio.
   Viene y se coloca al frente
de los españoles tercios,
de sus planes y esperanzas
con gran razón fundamento.  180
   Y con el semblante afable,
y con el rostro risueño,
responde a sonoros vivas
en sazonado gracejo.

*  *  *

   Detrás de los españoles,  185
tardos marchan los tudescos,
que apiñados parecían
muro movible de cuerpos.
   Sus amarillos pendones
las águilas del imperio  190
ostentan, y lentamente
las siguen, con gran silencio.
   Micer Jorge de Austria, anciano
de gran valor y respeto,
va a su frente en un morcillo  195
que hunde donde pisa el suelo.
   Lleva arnés empavonado,
y devoto hasta el extremo,
con franciscana capucha
el casco y gorjal cubiertos.  200
   Las últimas que desfilan
y salen del campamento,
son las banderas de Italia
en pelotones pequeños.
   Dos culebrinas de bronce  205
y una lombarda de hierro,
son toda la artillería
para tan terrible empeño.
   Don César Napolitano,
caudillo bizarro y diestro,  210
y el capitán Papacodo
vienen a su frente puestos.

*  *  *

   Ya los franceses cañones,
cuyo número era inmenso,
contra estas huestes lanzaban  215
muerte envuelta en humo y fuego;
   y ya viva escaramuza
se iba rápida encendiendo,
entre avanzados jinetes
y alentados ballesteros,  220
   y aún del incendiado campo
llegan a ocupar sus puestos
a todo correr soldados,
y a escape los caballeros.
   Sólo entre tantos no acude  225
cuando siempre es el primero,
el gallardo don Alonso
de Córdoba, y le echan menos,
   porque de un noble el retardo,
en tan críticos momentos  230
es mucho más reparable,
porque debe dar ejemplo.
   Y por esperarlo, todos
miran hacia el campamento,
donde, con grande sorpresa,  235
ven, y quédanse suspensos,
   que su tienda solamente
no es ya de las llamas cebo,
y que, aún intacta, descuella
entre el general incendio.  240


Romance Segundo

La tienda

   Entre humo, llamas, cenizas
que, volando en remolinos,
del abandonado campo
al sol ofuscan el brillo,
   de don Alonso la tienda  245
tiene desde lejos fijos
de la multitud los ojos,
la atención de sus amigos.
   Aderezado un overo
cerca de ella, altos relinchos  250
da, y huella y escarba el polvo,
no cabiendo ya en sí mismo,
   porque, la mano en el diestro,
tiene sujeto su brío
un paje, que también tiene  255
un lanzón con pendoncillo.

*  *  *

   Están dentro de la tienda,
a un lado, sentada en rico
almohadón de terciopelo
sobre tapete morisco,  260
   una gallarda señora
con semblante dolorido;
teniendo en sus bellos brazos
dos hermosísimos niños,
   y en pie, a su frente, un joven  265
de brillante arnés vestido,
la cabeza sin almete
y el rostro contemplativo.
   Dos luceros son los ojos
de aquella dama o prodigio,  270
que a las mejillas de nácar
le dan perlas por rocío.
   Las negras y luengas trenzas
con negligente prendido
dan más blancura a su frente,  275
dan a sus ojos más brillo,
   Dan más carmín a sus labios
de amor poderoso hechizo,
dibujando un albo cuello
y un seno de ángeles nido:  280
   pues viendo en él agrupados
a los dos infantes lindos,
el llamarle de esta suerte
no es exagerado estilo.
   El mancebo, armado, muestra  285
en aspecto y atavío
de su linaje lo ilustre
y de su cuna lo rico.
   Es el noble don Alonso
de Córdoba, que cautivo  290
de un amor firme, combate
por salir de un laberinto.
   Del gran marqués de Alcaudete
hermano, y aun presuntivo
heredero, aquella hermosa  295
ha tiempo tiene consigo,
   con disgusto y con despecho,
no sólo del marqués mismo,
sino de otros dos hermanos,
capitanes de gran brío,  300
   que en las huestes españolas
con el de Pescara invicto,
para avalorar su nombre
ocupan honroso sitio.

*  *  *

   La dama en ilustre sangre:  305
al joven esclarecido
no iguala, es cierto; mas junta
a los altos atractivos
   de la gracia y la belleza,
del donaire y señorío  310
y de los ojos de fuego,
y del hablar argentino,
   tal bondad y tal ternura,
tan cultivado y pulido
entendimiento, y modales  315
tan dulces, gratos y finos,
   que de don Alonso tienen
disculpa los extravíos,
por prenda en quien tantos dotes
colocar el Cielo quiso;  320
   pues amor y entendimiento
y valor, siempre se ha dicho
que igualarlo pueden todo;
y no es error el decirlo.
   Ella es honrada, aunque humilde,  325
y para hombre bien nacido
el honor de las mujeres
no es juguete de capricho.
   Y si es que tiene de padre
ya la obligación consigo,  330
con Dios y con los sensatos
se ve en grande compromiso.

*  *  *

   Don Alonso, caballero
de tan altos requisitos,
cuando va a exponer la vida  335
a un inminente peligro,
   (siempre solemne momento
en que entra el hombre en sí mismo,
porque voces que no mienten
le dan interiores gritos),  340
   revuelve allá en su cabeza
mil encontrados arbitrios,
para entre el mundo y el Cielo
encontrar algún camino.
   Su pecho es campo en que luchan  345
irritados enemigos,
preocupaciones, afectos,
miramientos y cariños.
   Y con los brazos cruzados,
el rostro helado y marchito,  350
desencajados los ojos,
convulsos los labios fríos,
   hecha pedazos el alma,
el corazón derretido,
quisiera que un rayo ardiente  355
le clavara en aquel sitio.

*  *  *

   La dama, que no sospecha
el confuso laberinto
en que se pierde su amante,
demudado y discursivo,  360
   Creyendo que el amor sólo
detiene su heroico brío,
en momento en que el retardo
pone el honor en peligro,
   sollozando: «¿Qué os detiene  365
-dice-, amado dueño mío,
cuando las trompas os llaman
y os espera el enemigo?
   »Volad, que yo no os detenga;
volad, señor, os suplico,  370
vuestro nombre y vuestra fama
son antes que yo y mis hijos.»
   De tal labio, don Alonso,
al escuchar tal aviso,
que fue del honor espuela  375
y del amor incentivo,
   en sí torna, se resuelve,
y dando un largo suspiro,
como lo da el que cansado
sale de un profundo abismo:  380
   «Decís bien, señora -exclama-;
mas venid a ser testigo
de que pago cuanto debo
a Dios, a vos y a mí mismo.»
   Cálase el yelmo; del brazo  385
en frenético delirio
ase a la dama, que aprieta
contra su seno a los niños.
   Sale con ella y con ellos,
monta en el overo altivo,  390
acomoda en la gurupa
a su dama y a sus hijos,
   y hacia el campo de batalla
a escape toma el camino,
en velocidad y en fuego  395
rayo o disparado tiro.
   Todos cuantos lo esperaban
reconócenlo al proviso,
de que traiga, avergonzados,
tal embarazo consigo.  400
   La lenguaraz soldadesca
prorrumpe en picantes dichos,
pues no hay respeto que imponga
freno al vulgacho maligno.
   Y los dos nobles hermanos  405
de don Alonso, ofendidos,
de enojo y cólera ciegos,
en tierra los ojos fijos,
   temiéndose nueva afrenta
en tal hora y en tal sitio,  410
con las viseras esconden
los rostros escandecidos.


Romance Tercero

El caballero

   Sin templar las flojas bridas
ni dar descanso a la espuela,
el ilustre don Alonso  415
a do están los tercios llega;
   dando al desprecio las burlas,
sordo haciéndose a la befa
de licenciosos soldados
y de desatadas lenguas,  420
   ante el marqués de Pescara
que siente tal ocurrencia,
y que está suspenso y grave,
pone fin a la carrera.
   Desocupa los arzones,  425
a niños y madre apea,
y con firme acento dice,
alzándose la visera:
   «Marqués de Pescara egregio,
pues circula en vuestras venas  430
sangre tan noble y cristiana
como el mundo reverencia,
   »no extrañaréis el que un noble,
que de cristiano se precia,
sus obligaciones cumpla  435
y satisfaga sus deudas;
   »ni que un valiente soldado
que a combatir marcha, quiera
para entrar con más empeño,
dejar mayores riquezas.  440
   »Ni que tranquila su alma
al lance llevar pretenda,
porque si es del valor centro
mayor valor hay en ella.
   »Yo estoy obligado y debo,  445
mil bienes se me presentan
que asegurar, y mi alma
la tranquilidad anhela.
   »Bajo vuestro patrocinio
cumpla, pues, pague, enriquezca,  450
mi alma tranquilice, y obre
según Dios y mi conciencia.
   »al capellán que os asiste
mandadle, señor, que venga,
y que me case ahora mismo  455
aquí con doña Teresa.
   »Y bendecido mi enlace,
estos dos ángeles sean
hijos legítimos míos,
purgados de toda afrenta.  460
   »Y si el cielo dispusiese
que yo caiga en la pelea,
habrá quien me sustituya
en lealtad y en fortaleza.»
   Calló, y el Pescara insigne  465
y los jefes que le cercan,
conmovidos y admirados,
tan cristiano empeño aprueban.

*  *  *

   Viene el capellán al punto
en una mula; se apea,  470
de don Alonso elogiando
acción tan gallarda y buena.
   Entusiasmo por las filas
cunde con la extraña nueva,
porque una acción generosa  475
tiene mágica influencia.
   Y un ejército testigo
siendo de la boda, hecha
fue con los sagrados ritos
que a sacramento la elevan.  480

*  *  *

   Desmáyase la señora,
y en los brazos la sustenta
su esposo, que a entrambos niños
contra la coraza aprieta.
   Se enternece el sacerdote,  485
Pescara los brazos echa
al regocijado novio,
y da mil enhorabuenas.
   El ejército, de vivas
admirado el aire llena.  490
Vienen los amigos todos,
todos los curiosos llegan.
   Y de don Alonso entonces
ya no tienen resistencia
los enojados hermanos,  495
y entre sus brazos lo estrechan;
   y despojándose afables
de anillos y de cadenas,
unos dan a su cuñada
otros en los niños cuelgan.  500
   de cordialidad, de gozo,
y de dicha tal escena
formando en aquel momento,
que a un mármol enterneciera.

*  *  *

   Pero los instantes urgen:  505
don Alonso, activo, ordena
a su esposa y a sus hijos
retirar de allí a gran priesa;
   porque ya silban las balas,
y ya cruzan las saetas,  510
y las trompas y atambores
dan de combatir la seña;
   y cabalgando ligero,
la lanza en la cuja puesta,
vuelto al marqués de Pescara,  515
dice así con voz resuelta:
   «Por uno antes combatía,
porque uno tan sólo era;
mas hoy combatir por cuatro
quiero que el mundo me vea:  520
   »Por mí, por mis tiernos hijos
y por mi esposa discreta,
vos veréis, caudillo excelso,
si sé hacerlo, aunque perezca.»
   Revuelve el potro, la lanza  525
en el ristre a punto puesta.
Y en lo más trabado y recio
entróse de la pelea.
   Síguenle sus dos hermanos.
Y de los tres las proezas  530
en aquel tremendo día,
que a España de gloria llena,
   fueron tales, que lograron
aplausos y recompensas,
y en el clarín de la fama  535
nombre inmortal, gloria eterna.



Anterior Indice Siguiente