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Romanitas versus Feritas: la condición de los galos en las historias de Tácito


Pilar González-Conde


Universidad de Alicante


Publicado originalmente en Iberia 5, [Logroño] 2002, 113-124.



RESUMEN: La recreación que los autores greco-latinos hacen de la imagen del Galo evoluciona a través del tiempo. La transformación sufrida desde la conquista hasta comienzos del siglo II d. C. puede apreciarse a través de la narración tacitea de los acontecimientos que acompañaron a la revuelta gala del 69/70 d. C.

RESUME: La recréation que les écrivains anciens font avec l'image du Gaulois est changée au travers du temp. Dans la narratíon que Tacite a fait sur la révolte gauloise du 69/70 d. C. on peut voír la transformation réalisée depuis la conquéte jusqu'a le commencement du siécle II d. C.


El mundo romano, como estado territorial en permanente construcción, mantuvo unas relaciones especialmente complejas con los pueblos sometidos. El limes político-militar dejó muy pronto de coincidir con la frontera étnica y cultural, iniciando procesos de asimilación política de comunidades cuyo grado de integración era muy diverso.

Los escritores latinos de época republicana e imperial intentaron, bajo unas circunstancias personales y políticas muy diversas, describir este fenómeno en sus justos términos. Pero la cuestión era complicada. El establecimiento de unos límites a partir de los cuales Roma ha hecho retroceder a la barbarie no pueden ser precisados, ni siquiera para un momento histórico determinado1.

Los territorios incorporados al estado reciben todo el peso de la romanidad, que se establece en ellos con unos mecanismos muy diferenciados. Pero, ¿cuál es la visión que la sociedad romana tiene de este proceso? Esta es una pregunta que sólo   -114-   muy parcialmente puede ser respondida a partir de las referencias que salpican las obras de los escritores clásicos, algunos de los cuales proporcionan una versión muy cercana al poder político y a las élites que lo sustentan.

Es evidente que, bajo la República, la expansión permanente convierte el ámbito de la romanitas en algo en continuo cambio. Pero, ¿qué ocurre desde la muerte de Augusto con los territorios ya incorporados al imperio? ¿qué lugar ocupan sus habitantes en la sociedad romana? ¿en qué momento dan, a los ojos de Roma, el salto desde la barbarie? Es posible, en este punto, diferenciar dos niveles de dificultad para la formación de una imagen de las comunidades sometidas.

En primer lugar, como principio general se acepta en las fuentes literarias latinas que la entrada en el mundo provincial significa para un pueblo la incorporación progresiva al horizonte cultural romano. Los provinciales participan de la vida municipal o colonial, se integran en el ejército, se colocan bajo el paraguas legislativo de Roma... y así con otras manifestaciones del proceso.

En segundo lugar, la realidad cotidiana de cada provincia se encarga de debilitar esta visión general. Las manifestaciones culturales de las comunidades indígenas afloran en forma de estructuras sociales prerromanas, de pervivencias cultuales, del mantenimiento de formas de vida rurales anteriores... fenómenos todos ellos que permiten ver la complejidad de este proceso que tradicionalmente se ha denominado «romanización».

A lo largo de estas páginas vamos a tratar de analizar la visión que, desde el lado romano se tiene de un territorio que, al menos parcialmente, se puede considerar un campo de experimentación para la conquista, la integración provincial y la pervivencia de lo que para un romano es la barbarie. Este territorio es la Galia.

El término Galo se invocó siempre en Roma como sinónimo de un pueblo que unía, a su condición de bárbaro, el carácter de peligro ancestral para el estado romano y para la propia Urbe. Algunos desastres del pasado quedaron en la mentalidad colectiva como ejemplo del peligro que suponía bajar la guardia en las fronteras, y eran invocados cuando la ocasión lo requería. El caso más antiguo era la entrada de los Galos en la ciudad de Roma, que desde el siglo IV a. C. había marcado las relaciones entre ambos pueblos2, provocando desconfianza y terror ante un peligro real para la propia supervivencia romana, que posteriores conflictos no hicieron más que acrecentar.

Más tarde, la conquista cesariana de las Calías planteó una serie de dificultades en la definición de los límites de la romanidad. Frente a la prouincia, la Gallia Comata entraba ahora en el mundo romano3, abriendo un campo muy amplio de posibilidades de proyección innovadora de la imagen del Galo.

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A comienzos del siglo II d. C., la sociedad romana sigue teniendo una idea estereotipada de los habitantes de las Calías, que no parece a simple vista haber sufrido muchos cambios a pesar de llevar más de un siglo de integración en el Imperio. Cabe preguntarse qué papel tiene entonces en Roma el recuerdo de los malos comienzos en la relación con los Galos; qué cambios ha sufrido esta imagen; qué matices acepta Roma sobre los diferentes pueblos Galos que tuvieron un comportamiento tan distinto en su enfrentamiento con ella; qué significa en esta nueva centuria el origen galo de un individuo con nombre romano y plenamente integrado en la romanidad (si es que hay un sentido diferente para ello); y finalmente, qué cambios ha experimentado el concepto de marginalidad en el seno de un estado territorial conformado mucho tiempo antes.

Una visión de ese momento aparece expresada en algunos escritores latinos y griegos que vivieron en esa época, pero nosotros vamos a revisar más detalladamente la proyección del tema en las Historias de Tácito, en donde, a propósito de la rebelión de las Calías en el año 69/704, el escritor deja constancia de una serie de informaciones que nos pueden ser de utilidad.

La situación histórica en la que se inicia el conflicto con los Galos es la de un estado que acaba de salir de una compleja guerra civil, y en el que, solucionado el conflicto político de lucha por el poder, se inicia una revuelta entre poblaciones hace tiempo conquistadas. Pero esta revuelta no era ajena totalmente a los acontecimientos pasados de rivalidad por el trono, un conflicto en el que el mundo provincial había tenido un papel protagonista.

Los escritores clásicos están de acuerdo en definir la crisis del 68/69 como una guerra civil5. Pero la calificación del problema galo es más compleja, dado el grado de integración de algunas comunidades galas en la romanidad. ¿Es lícito calificarlo como una «guerra extranjera»? ¿O será más útil una imprecisa expresión como la de «mezcla de guerra civil y extranjera»?6

En su tratamiento como una «guerra extranjera», el enfrentamiento con los Galos nos remonta a su conquista. La crónica cesariana de la guerra transmite las grandes diferencias existentes entre los diferentes populi que habitan la Galia7. Roma tenía entonces una necesidad estratégica de conocer a fondo al enemigo. Además, las fuentes latinas que narran una conquista de primera mano, reconocen, por regla general, la compleja composición étnica del contrario, que se traduce habitualmente en diferencias de respuesta frente a la acción romana de conquista, y que nos transmite una mayor información para aquellos pueblos que resultaron más molestos a Roma.

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Durante la conquista de las Galias, la prouincia (la Galia Narbonense, pero también la Cisalpina) se reconoce ya como un territorio más del estado romano, y sus habitantes están alejados de cualquier sospecha de barbarie. La causa es la falta de preocupación por un territorio que, a medida que se avanza en la conquista hacia el norte y este, deja de ser una frontera, y en el que la aceptación del modelo cultural romano ya no está en cuestión. La Gallia Comata, en cambio, presenta tantas diferencias y matices como intereses tiene Roma en ella, dependiendo del comportamiento de cada populus frente al imparable avance romano. Así, por ejemplo, la entrada de César en la región de Bretaña se relata como el primer contacto con la máxima barbarie8.

En la época en que Tácito escribió sus Historias, la prouincia sigue recibiendo el mismo tratamiento como parte integrante del estado romano9. En cambio la imagen de la Gallia Comata ha sufrido un proceso de homogeneización en las fuentes literarias que difumina los matices y convierte a todos sus habitantes en extranjeros10 con independencia de su grado de integración y su contribución al estado romano. La revuelta en las Calías bajo Tiberio es presentada por el autor latino como un problema puntual y localizado (el levantamiento de dos pueblos) que se ha exagerado en Roma, aunque él mismo tiene que reconocer poco después que son más las poblaciones galas implicadas, cuando intenta relatar los acontecimientos11. Este deliberado uso político del conflicto está en consonancia con el relato taciteo del reinado de Tiberio, pero también armoniza con las menciones a los pueblos de las «Tres Calías» como un problema uniforme frente a poblaciones extranjeras que viven «a este lado» de la frontera. El haber rebajado el grado de barbarie no los convierte en romanos.

A comienzos del siglo II d. C., la diferencia real es entre Galos y Germanos. Los escritores del momento, de los que Tácito es un buen ejemplo, establecen en territorio germano el máximo exponente de la feritas12, y por tanto son las poblaciones transrenanas las que provocan un continuo peligro para Roma13. A diferencia de la brutalidad germana, los Galos se han debilitado, quedando su imagen literaria muy lejos de aquella referencia de Polibio14, que ya César echaba de menos en algunos15, y aproximándose a la de Tácito16.

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Esta pérdida progresiva de la feritas17 no supuso, sin embargo, una transformación radical en la imagen del bárbaro galo, tal y como queda patente en el propio Tácito (Ann. 1,41) cuando relata los avatares de Germánico y su familia. La narración de la delicada situación de Agrippina y su hijo, virtualmente condenados a ser protegidos por unos «extranjeros» como los Tréviros, no puede explicarse más que por una «dramatización» de corte político elegida intencionadamente por el escritor latino, que no debería hacer olvidar al lector el carácter de satélite de la romanidad de una colonia como Augusta Treuerorum. Sin embargo, la elección de este argumento indica que la condición de «no romanos» de los habitantes de la Galia era una cuestión que se podía plantear en la sociedad romana de ese momento.

Retomando la pregunta sobre el carácter del conflicto del año 69 d. C. contra los Galos, hay, como hemos dicho, otra forma de interpretación más compleja, que lo convierte en «una mezcla de guerra civil y extranjera»18. La rebelión enfrenta a Roma con un enemigo que mezcla elementos de una sociedad ya romanizada con la evocación de antiguos ideales de independencia. Frente a la aparente homogeneidad del comportamiento de las «Tres Galias», la narración tacitea de los acontecimientos deja ver la compleja realidad del problema, tal como se aprecia en un buen ejemplo en el Libro IV de las Historias, dedicado mayoritariamente al mencionado conflicto. Los habitantes de la Colonia Augusta Agrippina se encuentran en la tesitura de apoyar o rechazar la oferta de levantamiento galo que les hacen los Téncteros. La respuesta que Tácito pone en boca de los agripinenses19 (Hist. IV, 65, 1ss.) refleja el encuentro de estos dos mundos de una forma elocuente. Como colonia, la comunidad afectada es un reducto de romanidad en medio de una tierra «extranjera», y sus habitantes evocan los indisolubles lazos familiares que les unen a los individuos asentados allí con la deductio. El criterio diferenciador no es de ninguna manera el origen, ya que los agripinenses distinguen entre romanos (susceptibles de expulsión) y los colonos que ya forman parte de la comunidad. La propia puesta en escena es una pura contradicción. No parece posible que la población de una colonia atienda a llamamientos de independencia nacional gala, y mucho menos que haga una distinción entre romanos «nuevos y viejos» asentados allí. Como en otros casos, el autor recrea un mundo provincial en el que deliberadamente quiere poner en valor la entrada de las comunidades indígenas en el ámbito   -118-   de la romanidad. Pero la contradicción llega más allá si recordamos que él mismo ha cuestionado el carácter «romano» de la Gallia Comata, calificando a sus habitantes de «extranjeros» en otros pasajes de su obra (uid. supra)20.

La Galia había venido proporcionando al Imperio, como ocurría con otras provincias, diferentes elementos de contribución al funcionamiento estatal. Algunos individuos formados en Roma y promocionados en el seno de las legiones, se habían convertido en diferentes momentos en líderes de iniciativas anti-romanas21, detentando una doble condición de romanos y galos difícil de explicar, y que se invoca en uno u otro sentido según el contexto histórico. Este no es un tratamiento exclusivo para los Galos, sino que puede verse en la relación de Roma con otras comunidades incorporadas al territorio del estado. En este sentido puede entenderse la afirmación que al final de la parte conservada de las Historias pone Tácito en boca de Civilis, a propósito de que él ha provocado en Germania el mismo levantamiento que ha surgido en otras provincias fronterizas del Imperio22. Planteado en términos de renacer nacionalista, el casus belli es sin duda la presión romana sobre las comunidades indígenas, lo que reduce el problema a un asunto de supervivencia económica. A pesar de los discursos grandilocuentes de los diferentes líderes galos a través del tiempo, que Tácito reproduce con amplitud en sus obras, hay un reconocimiento explícito en ellas de que se invoca la libertas cuando en realidad se reclaman cambios en la gestión provincial23.

Las dificultades de identificación de un individuo como galo o romano se plantean en más ocasiones a lo largo de la obra de Tácito. ¿En que medida el origen provincial debe primar sobre otros elementos identificadores de un individuo? ¿Qué ocurre, por ejemplo, con los herederos de dinastías locales educados en Roma? Los Queruscos rechazan a Itálico (nada menos que un nieto de Arminio) como monarca, porque su educación fuera de su comunidad le habría incapacitado para representarles24. Pero esta situación, presentada como un asunto de orgullo nacional, es en realidad, otra vez aquí, un problema de desconfianza frente al tratamiento que el estado romano da a las provincias.

A comienzos del siglo II d. C., el origen provincial de los individuos, y en el caso concreto de los galos, no parece ya un handicap para su promoción. El propio Tácito se hace eco de acontecimientos pasados, en los que las diferencias geográficas se evocan como argumento para la promoción individual. El discurso de Claudio ante el Senado, recordando el origen multiétnico de la civilización romana de su tiempo, se planteaba en los Annales taciteos en términos de lucha contra los prejuicios raciales25.

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El tono de burla de Séneca (Apol. VI, 1; 3, 2) acerca del lugar de nacimiento del Príncipe no debe tomarse más que como argumento de oposición política, pero sirve como ejemplo de un recurso dialéctico que parecía más válido para época julio-claudia, y definitivamente desfasado en los años en que Tácito escribía sobre ello. A esto se debe sin duda el que el historiador (Ann. 2, 9 y 10) mantenga una defensa de la dignidad con que Claudio había afrontado las críticas a su intención de incorporar al Senado de Roma a individuos procedentes de las «Tres Galias».

Con un sentido muy distinto se pueden recordar las palabras de Dión Cassio (LXVIII, 4, 1-2) sobre la adopción de Trajano, en la que Nerva había preferido valorar la eficacia antes que el origen. El autor severiano estaba obviando la presión política de un grupo senatorial hispano-narbonense fuertemente cohesionado26, que había conseguido instalar a su candidato en el trono. La trascendencia del lugar de nacimiento de estos grupos familiares no puede negarse, pero es un elemento que ha perdido ya su carácter «nacional» para convertirse en un asunto de carácter estrictamente político, en el que existirían fuertes vínculos de intereses económicos y clientelares entre las familias originarias de un mismo territorio27. En definitiva, se trata de la continuidad de un proceso que, para época flavia, R. Syme28 define así: no es el origen lo que importa en estas promociones, sino la sumisión a Roma y el apoyo prestado a la nueva dinastía Flavia. Pero a esto se puede añadir que el origen (no en sentido étnico, sino geográfico) de los grupos rectores del estado romano, conlleva una comunidad de intereses y de lazos familiares y clientelares que condiciona las promociones personales. Al hilo de la consideración, ya citada, de guerra civil y extranjera, hay que mencionar un aspecto muy significativo de la indefinición de las poblaciones sometidas a Roma. El levantamiento de las Galias en el 69 d. C. provocó una multitud de situaciones en el seno del ejército romano y en la propia sociedad de la Galia que se regirían ahora evidentemente por la desconfianza mutua. Hay una intención en Tácito de dejar constancia, en los momentos de conflicto con el mundo galo, de la condición de externae gentes de éstos, a pesar del tiempo transcurrido desde la conquista. Las palabras de Cerialis a propósito de que «Roma se basta con sus legiones» (Hist. IV, 71, 2), y el consiguiente rechazo de los auxiliares galos incorporados al ejército responde a una necesidad estratégica de protegerse frente a potenciales traiciones. La propia táctica militar romana se encarga de desmentir esta afirmación, dando a los auxilia un papel fundamental. Pero además, el relato taciteo entra en contradicción, poniendo en boca de Cerialis la referencia a la participación gala, incluso en el mando de las legiones (Hist. IV, 74, 1).

«Nada hay separado ni reservado»29, dice el general romano, cuya actitud en este conflicto parece ser asumida totalmente por Tácito. La evidente contradicción y falta   -120-   de rigor del relato en este punto se explica probablemente por el acercamiento personal del escritor a los acontecimientos relatados30, que conoce bien a través de la generación precedente, aún viva y marcada por los conflictos que precedieron al advenimiento de la dinastía Flavia31.

En cambio, su actitud es distinta cuando se refiere a sucesos lejanos en el tiempo, tal y como se evidencia en algunos pasajes de los Annales32. En la narración del enfrentamiento entre Arminio y Germánico33, el historiador mantiene una actitud de desconfianza e incluso de abierta hostilidad hacia los Galos que integran las unidades auxiliares participantes en la batalla. Una vez más, Tácito se hace eco de un rumor34 para contar al lector que los Caucos habían dejado escapar a Arminio a pesar de haberlo identificado durante la batalla (Ann. II, 17, 5). Más adelante, y en referencia al mismo acontecimiento, pone en cuestión el valor militar de la caballería auxiliar y los resultados por ella obtenidos, una valoración a todas luces innecesaria y sin armonía con el resto del relato (Ann. II, 21, 2). Esta actitud tacitea demuestra una visión del Galo acorde con los prejuicios que su generación ha heredado, y en la que mantiene una mayor distancia cuando se refiere a acontecimientos de un pasado más lejano. En cambio, su versión de las relaciones de Roma con las comunidades sometidas se hace más contradictoria a medida que el escritor se siente más implicado con los acontecimientos, especialmente si estos afectan, más o menos directamente a la familia flavia, responsable de la promoción política de una generación viva, con la que el escritor se identifica.

El conflicto galo-romano del 69/70 d. C. es para Tácito una guerra exterior, que él deliberadamente aisló casi por completo en las Historias, unificando la narración en lugar de intercalarla con otros acontecimientos contemporáneos, como es habitual en sus obras históricas35. Con ello seguía un criterio que probablemente no era sólo una cuestión personal, sino una postura de su generación política. Desde el punto de vista literario, emulaba así a Livio, tal y como haría unos años después Floro36.

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En cualquier caso, esta visión de un mundo «extranjero» dentro de las fronteras del Imperio, transmitido desde la conquista y asumido por posteriores generaciones de escritores, mantuvo siempre un punto de escepticismo. Es asumido, aunque rara vez expresado por escrito en las obras de los autores greco-latinos, que la actitud de Roma con los pueblos sometidos depende de la coyuntura política y de lo que en cada momento el poder romano deba justificar. Este es el criterio soberano que ha servido para elaborar una imagen de las poblaciones que habitan las provincias fronterizas del estado romano (no siempre bárbaros, pero, desde luego, no Romanos).

Siguiendo este criterio, las guerras mantenidas con estos pueblos son definidas como guerras exteriores, siempre y cuando no busquen la ocupación del poder en Roma, y por lo tanto, si evocan objetivos de independencia y libertad. Pero también en ocasiones se mantiene una calculada indefinición del conflicto provincial, cuando los intereses de los grupos rectores así lo requieren.

La cuestión está muy bien reflejada en unas palabras de Floro37 a propósito de la guerra sertoriana, calificada por el escritor como «una guerra de Celtíberos y Lusitanos a las órdenes de un general romano», y para la que él mismo dice dudar en su calificación, recordando que los implicados la denominaron «guerra extranjera» para poder acceder a su promoción personal mediante el triunfo. Estas palabras son un reconocimiento explícito de que la denominación de las guerras de Roma responde a intereses de los sectores implicados38. Pero a ello, se puede añadir que la imagen que se proyecta del mundo provincial y del lugar que éste ocupa en la sociedad romana no responde a criterios estables, y depende por lo tanto de la oportunidad política. Cabe por lo tanto cuestionarse la existencia de una «imagen del bárbaro»39, si a la hora de identificar su elaboración en las fuentes literarias, no encontramos un único modelo ni siquiera en la obra de un determinado escritor. La definición de la guerra utiliza una terminología adecuada a los objetivos que se persiguen.

Evidentemente, no hay una definición general romana para los pueblos que habitan las provincias fronterizas del estado, ni siquiera para aquellos que lo hacen en la parte occidental. Su pertenencia al mundo romano o indígena depende de dos factores: la imagen tradicional que Roma tiene de cada uno de estos pueblos, que se ha formado en el origen de las relaciones con ellos40; y el uso político que se haga de esto, que responde a intereses coyunturales. Los planteamientos nacionalistas se evocan, desde el lado romano, para justificar la debilidad de un estado sustentado sobre la explotación de los territorios conquistados; desde el lado galo, hay que entenderlos   -122-   en el contexto de una arenga militar que, narrada por los escritores latinos, no deja de tener un carácter de recreación de los argumentos del enemigo, que esconde la mayoría de las veces quejas por la presión tributaria.

En definitiva, lo que se plantea aquí es el sentido de la marginalidad, étnica y geográfica, y la definición aceptada por los sectores más cercanos al poder romano. La imagen de estas poblaciones se forma, en su origen, con unos criterios acordes con su papel de pueblo recién conquistado, y experimenta una evolución a través del tiempo. En el caso galo, esto se traduce en un proceso de progresiva «homogeneización» de su imagen, que obvia las diferencias regionales, resultando un estereotipo que ya se ha formado antes del advenimiento de la dinastía flavia, y del que hay perfecta constancia en un autor posterior como Tácito. La transformación de este modelo pasa por el abandono de la feritas y por lo tanto de su condición de bárbaro, que es un concepto de uso exclusivo para las poblaciones del otro lado del limes.

El tiempo y la acción del estado conquistador se encargaron de introducir elementos de romanidad en estos territorios, pero el abandono de la feritas no les proporcionó una consideración colectiva de «Romanos». Esto quedaba para aquellos individuos o comunidades privilegiadas que pasaron a formar parte del estado administrador, a saber: las élites indígenas y la población de las colonias. Pero el colectivo de pueblos de lo que Roma denominó en su día la Gallia Comata mantuvo su imagen de «extranjero»41 que participaba de los beneficios de la romanidad. En el terreno de la proyección política impulsada desde los grupos rectores, el limes político42, entendido como frontera que salvaguarda los intereses romanos, no se transformó nunca en limes cultural.






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