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Rosario de Acuña y Villanueva

Solange Hibbs-Lissorgues

Rosario de Acuña y Villanueva (1850-1923), mujer librepensadora, humanista y masona, polifacética autora de una abundante producción como poeta, dramaturga y ensayista, fue una propagandista y militante activa que dedicó gran parte de su vida a la defensa de un proyecto social emancipador y de un ideal ético basado en la autonomía de la razón, la inteligencia y el progreso. Este indefectible compromiso como mujer e intelectual es el que nos brinda una sentida carta, de indudable valor autobiográfico que Rosario de Acuña, como madrina de guerra, escribió en 1917 a un soldado voluntario de la Gran Guerra. La intimidad epistolar da pie a un recorrido vital en el que aparecen las etapas decisivas de su autoafirmación y de la esencialidad de su espíritu:

Nací en Madrid [...] Viví ciega, con cortos intervalos de luz, más de veinte años [...] En todo este tiempo aprendí Historia de España e Historia Universal, no en compendios, sino en obras amplísimas y documentadas. Mi padre me las leía con método y mesura; yo las oía atenta y, en mis largas horas de oscuridad y dolor, las grababa en mi inteligencia. Desde tan lejos viene mi amor a España [...] busqué ávidamente mayor cultura, y volé a los estudios de literatura, tan largo tiempo vedados para las mujeres españolas [...] Escribí versos, poemas, himnos, cantos, dramas, comedias, cuentos y una labor continua, como trama de todo esto, en artículos para la prensa patria y extranjera [...] A partir de entonces viví la vida... ¡Cuán intensa! ¡Cuán luchadora! ¡Y qué larga! Te escribo con mis manos pequeñitas, ágiles, bastante armónicas [...] pero llenas de callos, de rugosidades, tan trabajadas están en toda clase de faenas [...] Mas ellas siempre fueron servidoras sumisas de mi voluntad, que es trabajar siempre [...] Este es mi dogma, mi fe: laborar, primero para el bienestar de los más próximos, de todos cuantos nos rodean, nos secundan o nos necesitan... familia... amigos... compatriotas [...] Mis padres me dejaron una pequeña fortuna [...] La fortuna se gastó toda: la vida es cara si ha de atenderse a todas las invalideces que se llegan a nuestro lado. Además, yo quise conocer mi patria, palmo a palmo, y la recorrí a caballo y a pie, en varios años de peregrinación [...] quiero descubrirlo y aprenderlo todo por mí misma, con mi solo esfuerzo y voluntad. [...] Me hice una casita sobre un acantilado de la costa astur. [...] Tengo la esperanza de morir en este lugar, frente al solemne mar, bajo el amplio cielo sonriente de nuestra patria.

Este texto redacto por Rosario de Acuña ya cumplidos los 66 años es el hilo conductor de un itinerario excepcional en el que confluyen el don y la fuerza de la palabra, de la escritura y de la acción.

Rosario de Acuña y Villanueva nació en Madrid el uno de noviembre de 1850 en una familia acomodada y liberal. Su padre Felipe de Acuña y Onís procedía de una familia noble castellana asentada en Jaén desde varias generaciones. Este hombre de ideas liberales e ilustradas que desempeñó un papel clave en la vida de Rosario de Acuña, ocupó un alto cargo director de Agricultura en el Ministerio de Fomento. La madre, Dolores Villanueva, era hija de un conocido médico y naturalista leonés, introductor del darwinismo en España, Juan Villanueva y Juanés, otra figura masculina de especial relieve para Rosario. El entorno familiar de Acuña la predisponía a asumir las ideas de las corrientes naturalistas y a interesarse muy joven por las ciencias naturales. El recuerdo del abuelo materno que le hizo descubrir las plantas y la evocación de un padre amante de la naturaleza que la inició desde muy temprano a rituales recorridos por los montes vuelven de manera reiterada en su obra. Su amor por la naturaleza y su fe en el conjunto armónico de la creación también se explican por otras circunstancias vitales particulares. Aquejada desde los cuatro años por una conjuntivitis escrofulosa que la dejaba ciega durante ciertos periodos de su vida, Rosario de Acuña no tuvo acceso a una educación regulada en un colegio de monjas. Su formación poco convencional fue la de una autodidacta cuya sensibilidad reflexiva y curiosidad intelectual se beneficiaron del especial cuidado de su padre que despertó su interés por los estudios de historia y de ciencias naturales; una educación libre de los prejuicios de su época, que propició el desarrollo de una mente inquisitiva y tolerante. Sus abundantes lecturas, la observación, el contacto con la naturaleza, los viajes que realizaba por tierras españolas a caballo y a pie para una mejor comprensión de su entorno social y de sus habitantes, constituyeron sus principales fuentes de conocimiento.

Rosario de Acuña nace a la literatura como poeta y su dedicación a la lírica fue constante. Publicó varios poemarios de 1874 a 1884 y después sus versos aparecieron bajo la forma de libros de poemas y en periódicos, revistas, albúmenes y almanaques (Bolado 2019: 81). El cultivo de la poesía no responde en su caso a los cánones de una lírica efusiva y sentimental y se distingue por su rigor formal y el tratamiento de temas variados. Su producción en la que se incluyen poemarios como Ecos del alma (1876), Morirse a tiempo. Ensayo de un pequeño poema imitación de Campoamor (1879), En las orillas del mar (1874) y Sentir y pensar (1884), evolucionó desde un romanticismo tardío hacia formas realistas e incluso naturalistas y refleja aspectos esenciales de su personalidad y de su obra: pensamiento analítico y reflexivo, hondo espiritualismo. Su producción como prosista reúne varios géneros, cuentos, relatos, artículos, ensayos y cartas, que ilustran el compromiso ético y social de una autora que vivió en la convulsa época de finales del siglo XIX e inicios del XX. Conoció su primer éxito como dramaturga con el estreno de Rienzi el tribuno en 1875, un drama que recibió muy favorable acogida del público y de la crítica. Los años de la década de 1870 fueron los del afianzamiento literario de una autora de talante reformista y con ideas moderadamente liberales: estrenó y publicó los dramas Amor a la Patria en 1877 y Tribunales de Venganza en 1880. En 1876, se casó con Rafael de Laiglesia y Ausset, teniente de infantería que pertenecía a una familia influyente y acomodada, un matrimonio que durará apenas ocho años. El destino de Rafael de Laiglesia en Zaragoza supuso para Rosario de Acuña un traslado a un entorno provincial y conservador y su inmersión en un círculo social castrense al que le costaría adaptarse (Hernández Sandoica 2019: 18). Lejos de los convencionalismos sociales y deseosa de afirmar su libertad como mujer y escritora, se abre entonces el camino de su «actividad ascendente del alma» que la llevaría, en un primer momento, a dejar la ciudad para vivir en el campo, en el pueblo de Pinto, cerca de Madrid, inmersa en una naturaleza que se convertirá en ley de vida y fundamento de su posterior evolución religiosa, social e intelectual. En el contexto de la monarquía católica alfonsina y alejada de la élite social por voluntad propia, Rosario de Acuña marcó y elaboró su horizonte vital desde la diferencia alejándose de los valores sociales políticamente correctos de su época. En la década de 1880 en la que sobrevinieron dos acontecimientos decisivos e íntimos casi concomitantes, su separación del marido y la muerte de su padre en 1883, emprendió su conversión de mujer progresista y librepensadora cuya actuación pública y cuyo compromiso personal chocarían con las pesadumbres ideológicas de la Restauración y la cerrazón de sectores clericales.

Acuña ha dejado varios testimonios de esta transformación interior que la llevaría a acercarse a otros círculos sociales, el de los republicanos librepensadores madrileños, el de las asociaciones masónica y espiritista. En la década de 1880 se afirma su libertad como mujer y publicista militante de la causa del librepensamiento. Su acercamiento en 1884 al semanario librepensador y filomasónico Las Dominicales del Libre Pensamiento marcó un hito decisivo en su trayectoria de mujer progresista. La carta de adhesión a la causa del librepensamiento evidencia el compromiso de la escritora y su fe en un ideal capaz de trascender los convencionalismos y los dogmas:

¿En qué consiste mi fe? ¿Cuáles son mis creencias? [...] Una mujer que siente y piensa, que medita y habla, que busca y pregunta, que vive y cree, que duda y ama, que lucha y espera... he aquí lo que soy.

(Bolado 2019: 127)



Desde 1885 a 1890, la presencia de Rosario de Acuña en el semanario librepensador fue intensa y la acercó a otras corrientes del pensamiento heterodoxo como el espiritismo y la masonería en la que ingresó en 1886 con el simbólico nombre de Hipatia. No adhirió explícitamente al espiritismo, pero mantuvo una relación constante con mujeres espiritistas como Ángeles López de Ayala, directora de El Gladiator del Librepensamiento, y Amalia Domingo Soler, que dirigía la revista espiritista catalana La Luz del porvenir, publicaciones ambas que acogieron artículos de la Acuña. En aquellos años su obra recoge, bajo la forma de ensayos, de conferencias y artículos, el conjunto de expectaciones y anhelos que sintetizan su ideal humano en un momento de crisis de la sociedad española que calificó con sus propias palabras «de roñas acumuladas». Es un periodo de intensa producción en los que se destacan varios volúmenes de prosa como Tiempo perdido (1881) que se compone de varios ensayos y de un cuento; La siesta (1882) que agrupa cuentos, relatos y ensayos publicados con anterioridad en periódicos y revistas. Contundente defensora del feminismo, Rosario de Acuña ocupó un papel preeminente en la intelectualidad femenina y su presencia en la esfera pública fue particularmente destacada gracias a una colaboración de cincuenta años en la prensa española y extranjera. Merecen especial mención los artículos publicados en distintas revistas y periódicos y cuyas destinatarias eran las mujeres: En el campo (1883-1884-1885) y Conversaciones femeninas (1902) constituyen una esclarecedora muestra de su compromiso en favor de una educación que preservara la esencial igualdad de seres humanos que había que considerar sin distinción de sexo como personas (Hernández Sandoica 2019: 259). Los cuentos para niños, Certamen de insectos (1888) y La casa de muñecas en los que formula ideas avanzadas sobre la educación de los niños son una muestra del talento pedagógico de una autora profundamente convencida de la necesidad de una educación igualitaria para el hombre y la mujer del futuro. La ignorancia de las mujeres españolas de la clase media, las imposiciones dogmáticas de una institución eclesiástica que las mantenía en una situación de insoportable sumisión eran algunos de los males endémicos que denunciaba con virulencia. Su compromiso con la verdad y la justicia, su defensa de un ideal regeneracionista se expresaron con especial vigor desde su actividad como conferenciante. En 1884 fue invitada a celebrar una velada en el Ateneo Científico y Literario de Madrid siendo una de las primeras mujeres en ocupar una de sus tribunas. En el mismo año inauguró las Conferencias de Señoras en El Fomento de las Artes, una sociedad cultural madrileña que había realizado una notoria labor de difusión y de instrucción popular (Bolado 2007: 124). Sus posteriores intervenciones sobre temas relacionados con la educación y la igualdad de derechos de la mujer como la que impartió en 1888 en El Fomento de las Artes sobre las «Consecuencias de la degeneración femenina» y en el Centro Obrero de Santander sobre la «Higiene en la familia obrera» en 1902 abogaban por una identidad femenina construida con libertad y autonomía, independientemente del estado civil. Esta visión que suponía un cambio radical y revolucionario tanto en las mentalidades como en las prácticas, se expresó con gran contundencia en un artículo publicado en 1911 en el Heraldo de París, periódico dirigido por su amigo y periodista Louis Bonafoux. El artículo titulado «La Jarca de la universidad» era una denuncia virulenta y demoledora de las agresiones machistas que habían sufrido unas universitarias extranjeras por parte de un grupo de estudiantes barceloneses. El texto, que arremetía contra las discriminaciones impuestas a las mujeres en su acceso a la enseñanza universitaria, provocó la furibunda indignación de los conservadores y de buena parte de la prensa del país. A raíz de una denuncia que presentó la fiscalía de Barcelona contra ella, Rosario de Acuña tuvo que exiliarse a Portugal donde permaneció casi dos años volviendo a España, al amparo de un indulto pronunciado a principios de 1914.

Consecuente con sus convicciones librepensadoras y progresistas, Rosario de Acuña no escatimó sus críticas a veces feroces contra una sociedad basada en desigualdades sociales y culturales y en la que los estamentos eclesiásticos ejercían un poder omnímodo. Expresó con gran valentía su visión heterodoxa y sus vehementes ataques a la Iglesia católica, su denuncia del fanatismo y de las supersticiones «idolátricas» le valieron la persistente inquina de los sectores más retrógrados y de la institución eclesiástica. En 1891, el estreno de su obra El padre Juan, con fuerte carga anticlerical, desató una polémica política e ideológica con la consiguiente prohibición de las demás representaciones. Algunos de los textos más paradigmáticos de su denuncia de una sociedad teocrática en la que el catolicismo había supuesto durante siglos la esclavitud, el rebajamiento y la humillación para los seres humanos y más particularmente para las mujeres son los que publicó en 1887 y en 1888 en Las Dominicales del Libre Pensamiento y en La Luz del Porvenir: «A las mujeres del siglo XIX» y «Los endemoniados de Arteijo y el santuario de Pastoriza». Partidaria de la tolerancia religiosa, Rosario de Acuña, muy cercana a los ideales del Krausismo, experimenta la fe como una compleja vivencia espiritual alejada de dogmas e imposiciones y como una relación directa y privilegiada con Dios.

Ya se ha comentado que en su ideal humanista se conjugaron facultad de sentir y conocer, racionalidad y acción. Buena muestra de ello fue su interés por desarrollar pequeñas industrias agrícolas, como la avicultura con la preocupación de ofrecer a las mujeres y a los hogares campesinos una cultura «popular» basada en los preceptos de una vida sana y la autosubsistencia. Sus reflexiones acerca del abandono sanitario de los pueblos, de la postergación de mujeres y hombres del campo y sus propuestas para el acceso a un trabajo autónomo se plasmaron en varios escritos como «Avicultura popular», «Avicultura femenina», «Las especialidades en avicultura» publicados en la década de 1900 al hilo de su propia experiencia con una granja avícola. Su extraordinaria capacidad para anudar todos los hilos de una compleja reflexión ética, social e incluso antropológica la llevaron a interesarse por cuestiones pioneras como la higiene y la epidemiología.

En los últimos destellos de su vida, que discurrió en su casa del Cervigón cerca de Gijón y con vistas al océano, acompañada por el que fue durante largos años fiel compañero, Carlos de Lamo, sumó su voz a las de los periódicos progresistas para denunciar las repercusiones sociales de la guerra como en el caso de la guerra de Marruecos. En los inicios de la Gran Guerra, había recurrido a la vía epistolar para expresar, como madrina de guerra, sus profundas convicciones republicanas.

Pensadora alejada de los convencionalismos, de espíritu independiente y audaz, esta contundente precursora del feminismo y humanista dejó una obra moderna y de gran repercusión social.

Bibliografía

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