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31

Precisión de Laín Entralgo en España como problema, Madrid, 1956, que hace suya Pérez de la Dehesa, op. cit., p. 169.

 

32

Pensamos, sobre todo, pero no únicamente en «La España negra», «La joven aristocracia», «La enseñanza» y «Congreso social y económico Iberoamericano».

 

33

T. Fernández, «Rubén Darío y el regeneracionismo modernista», Cuadernos hispanoamericanos, n.º 500, Instituto de Cooperación Iberoamericana, Madrid, febrero, 1992, p. 204. La relevancia de la Institución Libre de Enseñanza, tan conectada al krausismo, ha quedado rigurosamente evidenciada en la monumental obra de ese título, de la que es autor Antonio Jiménez Landín (Ministerio de Educación y Cultura, Universidades de Madrid, Barcelona, Castilla la Mancha, 1996).

 

34

Entre otras aportaciones al tema krausismo/modernismo puede verse: Ricardo Gullón, Direcciones del modernismo, Madrid, Gredos, 1963: Juan López Morillas, Krausismo: estética y literatura, Lumen, Barcelona, 1973; José Luis Gómez Martínez, «Krausismo, modernismo y ensayo», en Iván A. Schulman (ed.), Nuevos asedios al modernismo, Taurus, Madrid, 1987, pp. 210-234; Dereck Flitter, «La misión regeneradora de la literatura: del romanticismo al modernismo pasando por Krause», en R. A. Cardwell, ¿Qué es el modernismo? Nueva encuesta, nuevas lecturas, Society of Spanish and Spanish American Studies, University of Colorado, Boulder, 1933; Belén Castro Morales, «Rodó y el krausismo. Estética de la conducta y estética de la creación», en J. E. Rodó modernista. Utopía y regeneración, Universidad de La Laguna, s. f., pp. 83-120; Thomas Butler Ward, «El concepto krausista de la belleza en el Ariel de José Enrique Rodó», en J. Marco (ed), Actas. XIX Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, Universitat de Barcelona, PPU, tomo II, v. 1, Barcelona, 1994, pp. 545-558. El tema aparece muy claro en Rocío Oviedo Pérez de Tudela: «El krausismo que orienta el pensamiento español se cohesiona con el modernismo, puesto que ambos consideran como fin del artista la belleza» («Rubén Darío en el eje del 98: España entre la crónica y el viaje», Compás de Letras, n.º 7, Universidad Complutense, Madrid, 1995, p. 182).

 

35

Todo hay que decirlo: Darío puntualiza que la mesa de Cánovas es «de primer orden, aunque no iguale a la luculeana mesa de Castelar» (II-1065), mesa a la que, por cierto, el nicaragüense se sentó durante su primera visita a España.

 

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«Yo soñaba con París desde niño, a punto de que, cuando hacía mis oraciones, rogaba a Dios que no me dejase morir sin conocer París [...] Cuando en la estación de Saint-Lazare pisé tierra parisiense, creí hollar suelo sagrado» (A, I, 102).

 

37

G. Bachelard, La poética del espacio, Fondo de Cultura Económica, México, 1957, p. 47.

 

38

V, «Nocturno».

 

39

Á. Rama, op. cit., p. 108.

 

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Aún se sigue sosteniendo que Darío tuvo una visión más bien arcádica de París. Así dice Mihai Grünfeld, «En su prosa periodística, Rubén Darío descubre a menudo París, casi siempre de una manera legendaria [...]. El propósito que se perfila detrás de este proceso que deforma mitificando es el de deslumbrar al crear una realidad casi maravillosa [...] Todo está cubierto por el velo de la reina Mab» («De viaje con los modernistas», Revista Iberoamericana, IILI, Pittsburgh, n.º 75, abril-junio 1996). Las litotes: «a menudo», «casi», «casi» no ocultan una interpretación que parece atenerse a lo que el poeta Darío, no el periodista, vio en la capital de Francia.