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Rubén Darío en «Mil y una muertes» de Sergio Ramírez (y los derroteros literarios del yo)

Diana Irma Moro





La novela Mil y una muertes (2005) de Sergio Ramírez comienza con un texto apócrifo de Rubén Darío, titulado «El príncipe nómada»1. Tal enunciado, aunque en el texto no se refiere a Darío sino a un príncipe europeo, sintetiza muy bien una figura del poeta, construida tanto en vida como después de su muerte: se lo ha celebrado como «príncipe de las letras castellanas»; en León, al morir se lo consagró Príncipe de la Iglesia. Respecto de su nomadismo no hay biografía que no mencione sus viajes y andares permanentes, ni la crítica literaria ha dejado de señalar la errancia como rasgo central del cosmopolitismo, tanto en su producción poética como periodística. Ese texto escrito a la manera de una crónica modernista presenta las marcas propias de esa tipología; entre otras2, un sujeto de la enunciación que da testimonio de lo que ve y oye: «Y luego le he visto y he admirado un espectáculo singular. Oíd» (Ramírez 18) y, a través de ese mismo yo, recupera la figura autobiográfica trazada por el mismo Darío en «La epístola a la Señora de Lugones». La circunstancia y el tiempo recreado en la crónica son los mismos que en «La epístola…»: año 1906, cuando Darío abandona París, luego de haber realizado un viaje por América: Brasil, Buenos Aires. En ese texto se muestra cansado de la errancia y se queja de la neurosis de la gran ciudad: «Y me volví a París. Me volví al enemigo / terrible, centro de la neurosis, ombligo / de la locura, foco de todo surmenage, / confiando sólo en mí y resguardando el yo [...]» (Darío 1985: 345). También, expresa un viaje: comienza con la mención de su estadía en Brasil, sigue con la referencia a su paso por Buenos Aires, el regreso a París y finalmente Palma de Mallorca, espacio que insume las dos terceras partes del largo poema; se demora en las descripciones del paisaje, del aire, de las mujeres, de legumbres y frutos de ese lugar bucólico. En contraposición con ese paisaje, se percibe el tono de agotamiento que le produce la vida urbana. Tal tópico recrea Ramírez en la crónica atribuida a Darío. Veamos a modo de ejemplo dos fragmentos, el primero tomado de Mil y una muertes, el segundo de la «La epístola…».

¡Ah tener uno el valor de abandonar por siempre las aglomeraciones urbanas, las "abominaciones rectangulares"!; ¡comprender el valor de la soledad y la benéfica confusión del propio espíritu con el de los seres sin palabras!; ¡dejar lo que llámase en el vocabulario religioso "el siglo", y venir a acabar la tarea del vivir terreno en un lugar como éste!


(Ramírez 16)                



Ah, señora, si fuese posible a algunos el
dejar su Babilonia, su Tiro, su Babel,
para poder venir a hacer su vida entera
en esa luminosa y espléndida ribera!


(Darío 1985: 348)                


Ese texto en Mil y una muertes que Ramírez atribuye a Darío de manera apócrifa expone, sin embargo, preocupaciones del propio Darío. La expresión «abominaciones rectangulares» referida al progreso de las ciudades aparece en Tierras solares, cuando Darío defiende la persistencia de «lo pintoresco», de lo autóctono frente a la homogeneización de la ciudad moderna3. A su vez, puede conjeturarse que Ramírez toma como referencia «La epístola…» porque es el único que explicita alternativas autobiográficas tan concretas. El gesto autobiográfico de Darío en ese poema es emulado por Ramírez en esta novela al presentarse él mismo de viaje por Europa. Toda la novela es un viaje y una búsqueda4.

Detallaré algunos vínculos de lectura entre Mil y una muertes y «La epístola…». La novela tiene una estructura simétrica: once capítulos y un epílogo, doce en total, divididos en dos partes. Cada una de ellas se inicia con una crónica de cuño modernista, la primera atribuida a Darío y la segunda al colombiano José María Vargas Vila. Los capítulos impares están narrados por una primera persona autobiográfica; responden al «pacto autobiográfico» (Lejeune), sin embargo el autobiógrafo no cuenta su vida, sino los avatares de la búsqueda de la historia novelesca. En los pares (incluye el epílogo), en cambio, el personaje sí cuenta su vida, pero no devela su nombre, no sabremos de quién es esa voz hasta el final.

El poema de Darío habla de los distintos escenarios de cierto transcurrir, aspecto que advierte sobre el nomadismo del poeta: «Tal continué en París lo empezado en Anvers./ Hoy, heme aquí en Mallorca [...]». Al final del poema consigna lugares y fechas: Anvers-Buenos Aires-París, Palma de Mallorca MCMVI. Ramírez, en la novela marca también, en los capítulos impares, los lugares y fechas de construcción de la historia: capítulo 1: 1987, Varsovia; capítulo 3: 1991, París; capítulo 5: 1992, Madrid; capítulos 7, 9 y 11: 1997, Palma de Mallorca. Así como Darío destina dos terceras partes del poema al escenario de Palma, los últimos tres capítulos autobiográficos de Mil y una muertes se ubican en ese mismo lugar.

Por otro lado, algunos personajes de historias intercaladas en la novela, como también vinculados a la historia central aparecen mencionados en «La epístola…»:


Hay no lejos de aquí un archiduque austríaco [...]
Hospeda como un monje -y el hospedaje es regio-.
Sobre las rocas se alza la mansión señorial
y la isla le brinda ambiente imperial.
[...]
Hay un aire propicio para todas las artes.
En Pollensa ha pintado Santiago Rusiñol
cosas de flor de luz y de seda de sol.
Y hay villa de retiro espiritual famosa:
la literata Sand escribió en Valldemosa
un libro. Ignoro si vino aquí con Musset,
y si la vampiresa sufrió o gozó, no sé.


En una nota al pie agrega: «He leído ya el libro que hizo Aurora Dupín. Fue Chopin el amante aquí. ¡Pobre Chopin!...» (Darío 1985: 348).

Los personajes que Ramírez construye en sus historias son George Sand y Chopin. En la crónica le hace decir a Darío que Santiago Rusiñol le puso su coche y el archiduque es el que, en la crónica, aparece con un séquito de circo, integrado también por el fotógrafo Castellón, personaje central de la novela.

A través de la tradición literaria del modernismo: la crónica, el viaje, las figuras de Rubén Darío, de Vargas Vila y de otros referentes culturales del siglo XIX: Chopin, Turgeniev, George Sand, Ramírez se autofigura como partícipe de esa tradición, en un diálogo literario en el cual se coloca como un igual. Aunque también confronta con la figura de Darío construida en Nicaragua como mito nacional. Realiza esa confrontación, sobre todo, mediante el recurso de la cita apócrifa: toma prestada la palabra de Vargas Vila para caracterizar, en su nombre, a un Rubén Darío, por cierto, bien alejado del bronce. Como se sabe, el colombiano escribió un libro, luego de la muerte de Darío, fechado en 1917, en el cual cuenta las alternativas de su amistad con Darío, anécdotas de momentos compartidos, etc. y comienza con un epitafio. Algunas de cuyas frases y palabras aparecen salpicadas en el inicio del texto de Ramírez a modo de intertexto, a fin de otorgarle a la prosa cierto estilo Vargas Vila.

Es injusto el silencio que empieza a tender sus alas letárgicas sobre la tumba de Rubén Darío. Sus laureles se hacen mustios en los mudos senderos.

Hablemos entonces del egregio amigo, el de la lira de oro orlada de crisantemos. De lo que fue su vida aciaga, maldita, la vida del desgraciado dorador de Dionisos. Del eterno navegante proa a la isla de Citeres.

Memento...


(Ramírez 169)                


«Sus laureles se hacen mustios en los mudos senderos» es una frase tomada del epitafio de Vargas Vila que aparece al inicio de su libro Rubén Darío; lo mismo «el de la lira de oro orlada de crisantemos» y la palabra «Memento». El estilo Vargas Vila que, según Nelson Osorio (8), es proclive al «arte de la denostación elegante y lapidaria» que lo convierte en iconoclasta le permite a Ramírez socavar la figura mítica, monumental, patriótica de Darío. La primera denostación aparece en el título de la crónica atribuida a Vargas Vila: «El fauno ebrio», en la cual el autor se presenta como acompañante de Darío en su segunda estadía en Palma de Mallorca, en 19135. Relata las alternativas de un Darío sumido en el alcohol, envalentonado por la fama, invitado por una pareja muy católica que suponía curarían a Darío de la bebida con agua de aljibe. Por ejemplo, la cita siguiente muestra a un Darío despreciativo:

No trajo Rubén a su mujer Francisca Sánchez [...] Para aquel tiempo, quería más bien alejarse de la pobre mujer [...] Se hallaba convencido de que era ella demasiado vulgar e ignorante para su gusto y su fama, en el pináculo.


(Ramírez 170)                


Según mi lectura, la imagen más fuerte que confronta este texto es la construida por la dictadura somocista cuyo hito fundamental estuvo en los homenajes por el XXV aniversario de la muerte de Darío, en 1941. En el marco de esas prácticas conmemorativas, en el diario Novedades que, como se sabe era propiedad de la familia Somoza, aparece la siguiente figura del poeta:

Selecta fue la concurrencia ante la cual se oficiara la liturgia suntuosa de la iglesia católica, en cuya majestad supo encontrar una suma grandeza el martirizado espíritu del inmortal Darío quien en cierta ocasión vistió el hábito de los hijos de San Bruno en el famoso monasterio de La Cartuja, dominado por un profundo sentimiento de religiosidad.


(Comité nacional Rubén Darío 50)                


Ramírez, a través de la crónica, bajo el nombre de Vargas Vila, desmiente esa imagen de «profundo sentimiento de religiosidad». Relata allí las alternativas de las borracheras y los escándalos protagonizados por Darío. Por ejemplo:

Lo encontramos sentado en un taburete, inmóvil como una estatua de mármol. Señalaba con el índice una página de la Biblia abierta en su regazo. [...] El pasaje que señalaba era aquel en el que Jesús convierte el agua en vino. [...] Sureda siempre gentil, entendió la alusión.


(Ramírez 177)                


En el marco de anécdotas de esa índole, la crónica relata que cerca de Navidad, la anfitriona, paseando por el convento de La Cartuja le cuenta acerca de un ermitaño, Rubén dice: «¿por qué no habré sido yo ermita?», entonces, ella buscó un hábito de monje cartujo que «en ocasión del viaje de bodas, su esposo lo había comprado [...] para que le sirviera de mortaja» (179). Después agrega:

Hizo que Rubén se lo pusiera. Él tomó el asunto muy en serio. Levantó la capucha sobre su cabeza y empezó a pasearse con las manos metidas dentro de las anchas mangas. Ya no quiso quitárselo. Castellón que había traído consigo sus instrumentos, propuso fotografiarlo con el hábito. Rubén tomó asiento en un sillón monacal para posar. Después nos retratamos con él por turnos, primero nuestros anfitriones.


(179)                


Nótese el distanciamiento irónico de la explicación: en la luna de miel compra la mortaja; luego, las poses de Rubén descriptas como si se tratase de un juego. Tomar «el asunto muy serio» puede leerse en el marco de llevar el juego hasta el final, como los niños; de hecho, aparece allí un Darío caprichoso, como un niño, o en sentido irónico, en cercanía del otro comentario: la compra de la mortaja en ocasión de su luna de miel, que expresa una distancia evidente respecto de la religiosidad de los anfitriones.

También es obvio que Ramírez no toma en serio ni la figura patriótica de Darío, ni la descripta por Vargas Vila quien en su libro dice: «Darío tenía el alma mística. El Amor y el horror del Misterio le poseían... y fascinado por él, entró en la calma abacial [...] y me mostraba sonriendo una fotografía que había hecho con el froc de los frailes insulares» (Vargas Vila 77). Sin embargo, construye su literatura con retazos de tradiciones literarias diversas y con símbolos culturales generados en el siglo XIX; de estos últimos, Darío fue uno de sus protagonistas y, en gran medida, un artífice. Además de incorporar a modo de patchword historias, textos, citas, alusiones, intertextos, fotografías, en un verdadero reciclaje cultural, construye un yo autobiográfico a través del cronotopo de la búsqueda y del viaje intelectual, cuyo patrón parece ser el viaje de los hombres del XIX, al instalar un diálogo con ciertos modelos de las metrópolis (París, Madrid), con los cuales establece acuerdos, refutaciones, distancias, reconocimientos.

El yo autobiográfico de Ramírez en Mil y una muertes es el de un autor consagrado, que interactúa en el mercado editorial, con vínculos políticos consolidados y, desde ese lugar, establece los diálogos. Sin dudas, esos diálogos se establecen también desde un lugar del saber: el recurso al manuscrito, como en El quijote; el personaje que busca a su autor, al modo de Pirandello que le sirve, a su vez, para realizar el viaje inverso, el de los exiliados, es decir, desde Europa a América y encontrar tramos de la historia de Nicaragua. Sobre el modo de imaginar Nicaragua, sobre su historia, sobre sus personajes y su gente construye Ramírez su perspectiva alternativa. La mirada alternativa a una construcción confiada en la monumentalización de un hombre cuya grandeza residió en ser un gran poeta.






Obras citadas

  • Comité Nacional Rubén Darío. (1941). Nicaragua y Rubén Darío en el XXV aniversario de su muerte. Managua: Gobierno de Nicaragua.
  • Darío, Rubén. (1904). Tierras solares. Madrid: Leonardo Williams.
  • —— (1985). Poesía. Caracas: Biblioteca Ayacucho.
  • Lejeune, Philippe (1975). «El Pacto autobiográfico». Traducción de Ángel Loureiro del 1er capítulo de Philippe Lejeune, Le pacte autobiographique. París, Seuil, 13-46. Antrophos 29: 47-61.
  • Osorio, Nelson. (1995). «Prólogo». José María Vargas Vila. Rubén Darío. Caracas: Biblioteca Ayacucho: 5-12.
  • Ramírez, Sergio. (2005). Mil y una muertes. Buenos Aires: Alfaguara, 2005.
  • Rodríguez Rosales, Isolda. (2005). «Concierto polifónico en Mil y una muertes». Dariana.
  • Uriarte, Iván. (2005). «Mil y una muertes tan cerca de El Quijote». La Prensa Literaria, 23 de abril.
  • Vargas Vila, José María. (1995) Rubén Darío. Caracas: Biblioteca Ayacucho.


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