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Saavedra Fajardo, en los múltiples espejos de la política barroca

José María González García





Se ha señalado con frecuencia la importancia de las metáforas en la prosa barroca de Saavedra Fajardo, metáforas que implican una conjunción perfecta entre palabra e imagen, un intento de unificar las dos caras del Barroco de las que hablara Walter Benjamin. En el libro de las Empresas se da la mano el Barroco de la imagen con el Barroco de la palabra, en esa unión del cuerpo o grabado con el alma de la explicación retórica que sigue a cada una de las imágenes. Ciertamente, la metáfora teatral, la idea del mundo como teatro, el Theatrum mundi, estructura todo el conjunto de la obra. Además de sus frecuentes referencias a que el Príncipe aprenda el oficio de actor, Saavedra concibe la misión educativa de sus empresas como un intento de «criar un príncipe desde la cuna hasta la tumba», que son la entrada y la salida del teatro del mundo. Y entre el nacimiento evocado en la primera empresa y la muerte en la 101 (y en el soneto final) sólo existe una «brevísima cláusula de tiempo», que convierte la púrpura del poder en cenizas.

Pero no me voy a ocupar aquí de la metáfora del teatro sino de otra metáfora, en gran medida relacionada con ella, pues ya Cervantes había expresado paradigmáticamente que el teatro nos pone un espejo delante para que veamos quiénes somos. Teatro y espejo son las dos grandes metáforas de la identidad humana. El gran peso de la teatralidad, de lo visual y de la perspectiva en Saavedra ya ha sido señalado, entre otros, por José Antonio Maravall, Manuel Baquero Goyanes o Francisco Javier Díez de Revenga. El juego de espejos barrocos acentúa la teatralidad y duplicación de imágenes y perspectivas en las que predominan los ojos, el «engaño a la vista» o simplemente los elementos visuales de la conjunción entre palabra y dibujo, en la que los grabados acaban siendo «conceptos para los ojos». Los múltiples espejos de la política barroca conforman la segunda gran metáfora de las Empresas de Saavedra. Cabría afirmar que la visualidad y la teatralización del poder se despliegan, se expresan y se doblan en el juego barroco de espejos que aparecen con profusión a lo largo del libro hasta concebir al Estado como una compleja alegoría de espejos enfrentados unos con otros. Así, por ejemplo, el príncipe es un espejo que fácilmente se empaña con la ira o la soberbia; o el príncipe es espejo en que se miran los súbditos, ya que en él, «como en un espejo, compone el pueblo sus acciones». Pero también, en un juego de espejos enfrentados, ha de mirarse el príncipe en el espejo del pueblo si quiere hallar la verdad ya que ésta habita lejos de los palacios; o el Estado y los consejeros son espejos del príncipe. El pasado y el futuro son concebidos como espejos que reflejan el cetro y con los que debe consultar el príncipe. Y también compara la tergiversación de las órdenes del monarca por los malos ministros, quienes convierten órdenes de paz en mandatos de guerra, con un espejo cóncavo que recibe los rayos del sol y los proyecta en un punto, incendiando la nave. O para aleccionar al príncipe en la constancia que debe mostrar tanto en la fortuna próspera como en la adversa, nos representa a un león que sigue siendo «siempre el mismo» aunque se rompa el espejo en que se refleja. Lo mismo ha de hacer el príncipe, manteniéndose constante en la buena y en la mala fortuna, ya que «espejo es público en quien se mira el mundo». Y el libro de las Empresas termina con un resumen de todos los consejos al príncipe proponiéndole como modelo, planta del edificio político o espejo en quien ha de mirarse, al rey don Fernando el Católico, «cuarto agüelo de V. A., en cuyo glorioso reinado se exercitaron todas las artes de la paz y de la guerra, y se vieron los accidentes de ambas fortunas, próspera y adversa»1.

Saavedra participa de la multiplicidad de significados del espejo en la iconografía barroca. En muchas ocasiones se trata del espejo como símbolo del autoconocimiento, es decir, como representación gráfica del «Conócete a ti mismo». También la Sabiduría lleva un espejo, ya que no en vano muchos de los elementos de su campo semántico están relacionados con la reflexión o con la especulación. Asimismo el espejo es un instrumento clave para la creación del personaje que cada uno ha de representar en el Theatrum mundi de la corte y que refleja la ostentación o la soberbia. Otro significado aparece relacionado con la vanitas, con la vanidad de todos los bienes de este mundo, con la caducidad de todas las cosas, con la idea del Tiempo que huye dejándonos sus estragos y con la Muerte que se contempla a sí misma en el espejo o se refleja en el espejo en que se mira un personaje. Pero también hay elementos más positivos como el espejo de la Belleza y del Amor representado en la Venus del espejo de Velázquez. Además, se habla del espejo de las pasiones, se dibuja a Narciso enamorándose de su propia imagen en las aguas, se estudian los engaños del espejo, el Espejo de la educación de príncipes, o el reflejo del poder como en el espejo de las Meninas en que se reflejan los reyes. También la Fortuna política, como toda Fortuna, es de vidrio y rompe necesariamente el espejo. Pero frente a la Fortuna tenemos el espejo de la Prudencia que ha de analizar el pasado para actuar correctamente en el presente y avizorar el futuro. Casi todo puede expresarse de una u otra manera con variaciones sobre el espejo, en una época en que los avances en la técnica de su fabricación parecen convertirlo en un artefacto omnipresente hasta abarcar al Estado barroco en su conjunto como una compleja alegoría. Función de las páginas siguientes será el intento de sistematizar esta «selva de los espejos» en cuatro categorías básicas, referidas al libro de las Empresas.


1. Espejo de la sabiduría y del conocimiento

Las palabras finales de la empresa 88 están dirigidas a reconocer el libre albedrío humano y la responsabilidad de cada uno en construir su propia suerte, sin esperarla de fuera ni pensar que todo está prescrito de antemano al margen de nuestra capacidad de actuación. Además, anima al príncipe a volver los ojos a la historia para comprobar que la política no es fruto de la casualidad, sino de la virtud, el valor y la fatiga:

«Cada uno es artífice de su ruina o de su fortuna. Esperalla del caso es ignavia. Creer que ya está prescrita, desesperación. Inútil fuera la virtud y escusado el vicio en lo forzoso. Vuelva V. A. los ojos a sus gloriosos progenitores que fabricaron la grandeza de esta monarquía, y verá que no los coronó el caso, sino la virtud, el valor y la fatiga, y que con las mismas artes la mantuvieron sus descendientes, a los cuales se les debe la misma gloria; porque no menos fabrica su fortuna quien la conserva que quien la levanta. Tan difícil es adquirilla, como fácil su ruina. Una hora sola mal advertida derriba lo conquistado en muchos años. Obrando y velando se alcanza la asistencia de Dios, y viene a ser ab aeterno la grandeza del príncipe»2.



Toda la sabiduría política va dirigida a acomodarse a los casos, a someter a cada una de las ocasiones, mediante el desarrollo de una prudencia que sepa conocerlos antes. Y el consejo último de Saavedra coincide con el de Maquiavelo en la necesidad de adaptarse a los cambios de los tiempos. En conocer los casos, en cambiar con los tiempos, reside la fuente de la sabiduría política y sólo esta sabiduría puede domar la fuerza de la fortuna:

«Alguna fuerza tienen los casos. Pero los hacemos mayores o menores, según nos gobernamos en ellos. Nuestra ignorancia da deidad y poder a la fortuna, porque nos dejamos llevar de sus mudanzas. Si cuando ella varía los tiempos, variásemos las costumbres y los medios, no sería tan poderosa, ni nosotros tan sujetos a sus disposiciones»3.



Portada del «Liber de Sapiente» de Carolus Bovilius, 1510

Figura 1. Portada del Liber de Sapiente de Carolus Bovilius, 1510

En esta contraposición entre sabiduría y fortuna se vuelve a situar Saavedra en una vieja tradición literaria, iconográfica y filosófica que hunde sus raíces en el pensamiento griego. Sus palabras «Nuestra ignorancia da deidad y poder a la fortuna» reproducen con variaciones una cita mutilada de las Sátiras de Juvenal que aparece en boca del necio en el grabado de la portada del Liber de Sapiente publicado en 1510 por Carolus Bovilius (figura 1). Dicha sentencia, en su versión completa, reza así: «Si somos prudentes, no tienes, Fortuna, poder alguno. Somos nosotros, sí, nosotros, los que te hacemos diosa y te colocamos en el cielo»4.

Sabiduría, conocimiento y dominio de sí son elementos centrales para el príncipe educado según los principios de Saavedra:

«Y así, a ninguno más que al príncipe conviene la sabiduría. Ella es la que hace felices los reinos, respetado y temido al príncipe. Entonces lo fue Salomón, cuando se divulgó la suya por el mundo. Más se teme en los príncipes el saber que el poder. Un príncipe sabio es la seguridad de sus vasallos. Y un ignorante, la ruina»5.



Sin embargo también insiste Saavedra en los límites de la sabiduría y de la especulación, ya que «los ingenios muy entregados a la especulación de las sciencias son tardos en obrar y tímidos en resolver, porque a todo hallan razones que los ciega y confunde»6. La política requiere facultad de resolver con prontitud ya que muchas veces no se puede esperar y hay que tomar las decisiones con presteza. Pero como otra cara de la moneda nos encontramos con el valor de la especulación, de lo especular, en una acepción claramente derivada del espejo, para definir la ciencia política:

«El arte de reinar no es don de la naturaleza, sino de la especulación y de la experiencia. Sciencia es de las sciencias. Con el hombre nació la razón de Estado y morirá con él sin haberse entendido perfectamente»7.



Por otro lado, Saavedra se enmarca en la tradición cristiana de conformación de un príncipe político, tradición en la que podemos encontrar dos usos del espejo en el Nuevo Testamento. Por un lado, la primera epístola de Pablo a los Corintios compara el conocimiento que el hombre tiene de Dios en este mundo con la borrosa imagen oscura reflejada en un espejo, que será sustituida por una visión completa «cara a cara» de Dios después de la muerte. Y en la epístola de Santiago insiste el autor en la necesidad no sólo de escuchar la palabra de Dios sino de ponerla también en práctica, ya que «si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero, en yéndose, se olvida de cómo es». Dos usos diferentes del espejo: conocimiento borroso de Dios en esta vida en Pablo y recuerdo de la inconstancia, desmemoria y fragilidad del ser humano, incapaz de poner en obra la Palabra, en Santiago. Sabine Melchior-Bonnet, en su Historia del espejo, se ha referido a la importancia de estos dos textos cristianos, junto con la metafísica platónica de la luz y del espejo que proviene del Timeo, los postulados neoplatónicos que inspiraron a los padres de la Iglesia y la enseñanza de Agustín de Hipona basada en la riqueza semántica de la imagen del espejo:

«Todo hombre [según san Agustín] participa de la semejanza divina; el espíritu humano, si no se abandona a la ilusión de la imagen en el espejo, falsedad del mundo material (Soliloquios, II, 6) es capaz de recibir la luz de Dios y reflejar su belleza (De Trinitate, XV, 20, 39). Al mismo tiempo, el verdadero espejo en el que el hombre debe mirarse es el de las Sagradas Escrituras. El hombre que se contempla en el espejo de la Biblia ve simultáneamente el esplendor de Dios y su propia miseria. [...] Espejo de revelación y espejo de introspección se conjugan en un espejo de sabiduría»8.



El sentido de la introspección y del conocimiento de uno mismo es representado en las Empresas morales de Juan de Borja por un espejo con un lema proveniente del libro de Job según el cual quien se conociere a sí mismo, no pecará. Saavedra, en cierta medida, participa de estas imágenes cristianas del espejo y las aplica a la política, en el supuesto de que los príncipes son «los planetas de la tierra, las lunas en las cuales sustituye sus rayos aquel divino sol de justicia para el gobierno temporal»9.




2. El espejo roto por la Fortuna: «Siempre el mismo»

La contraposición entre Hércules y Fortuna es un tópico renacentista del que se hace eco Maquiavelo y que encontramos también en la iconografía. Situado ya en plena época barroca, Saavedra dedica la primera de sus Empresas políticas precisamente a la contraposición entre Hércules y Fortuna, haciendo hincapié en que el valor nace con el príncipe y no se adquiere. Bajo el lema «Desde la cuna dé señas de sí el valor», traducción libre del mote latino de la Empresa, Hinc labor et virtus, «Desde aquí, el trabajo y la virtud», pone como ejemplo la infancia de Hércules, quien despedazó con su fuerza las culebras, según puede verse en el grabado que acompaña:

«Nace el valor, no se adquiere; calidad intrínseca es del alma, que se infunde con ella y obra luego. [...] En la cuna se exercita un espíritu grande. La suya coronó Hércules con la vitoria de las culebras despedazadas. Desde allí le reconoció la invidia, y obedeció a su virtud la fortuna»10.



Brown y Elliot nos recuerdan que la ciudad de Sevilla, con motivo de la ascensión al trono del rey Felipe IV, acuñó una medalla conmemorativa con un retrato del nuevo rey en su anverso y una figura de Hércules estrangulando a las serpientes en el reverso, con el lema Herculi Hispano, S. P. Q. H.11 Saavedra utiliza la historia de Hércules y el león en la Empresa 97, en cuyo cuerpo se ve una mano que sale de una nube y sujeta con fuerza la piel del león. El texto recuerda de nuevo a la virtud de Hércules, imagen de la virtud del príncipe: «Vencido el león, supo Hércules gozar de su victoria, vistiéndose de su piel para sujetar mejor otros monstruos».

Saavedra parte siempre de una concepción barroca, pesimista y desengañada de la naturaleza humana, concepción que bien podríamos considerar heredada de Maquiavelo o también fruto de su propia experiencia política, diplomática y cortesana. Y además, por otro lado, se adelanta en algunos años a la clásica formulación de Hobbes según la cual el hombre es un lobo para el hombre. En su breve descripción de la naturaleza humana «para uso de los príncipes», afirma Saavedra lo siguiente:

«Ningún enemigo mayor del hombre que el hombre. No acomete el águila al águila, ni un áspid a otro áspid, y el hombre siempre maquina contra su misma especie»12.



Empresa «Hinc labor et virtus»

Figura 2. Saavedra Fajardo, primera de sus Empresas políticas: Hinc labor et virtus, Desde la cuna dé señas de sí el valor

Así pues, el hombre es, según Saavedra, el más inconstante de los animales, dañoso a sí mismo y a su propia especie, cambiante según la edad, la fortuna, el interés y la pasión. Tal vez debido a esta concepción de la volubilidad de la naturaleza humana, insiste Saavedra una y otra vez en la virtud de la constancia que ha de poseer el príncipe. Constancia en una y otra fortuna, tanto en la próspera como en la adversa, pues Saavedra se sitúa en la tradición petrarquista de las dos fortunas. En la Empresa 31 aboga en favor de la prudencia del príncipe, que ha de mantenerse constante en cualquiera de las fortunas y atraer así la admiración de su pueblo, que se sentirá seguro bajo su mando:

«También la constancia del ánimo en la fortuna próspera y adversa le granjea la admiración, porque al pueblo le parece que es sobre la naturaleza común no conmoverse en los bienes o no perturbarse en los trabajos, y que tiene el príncipe alguna parte en la divinidad»13.



El príncipe, espejo en quien se miran los súbditos, ha de mantener fortaleza y generosa constancia en todos los tiempos. A esta enseñanza se consagra toda la Empresa 33, titulada «Siempre el mismo» y en cuyo cuerpo se puede ver un león que se refleja como doble en un espejo roto. El león, símbolo de la vigilancia y de la fortaleza, es siempre el mismo aunque una fortuna adversa rompa el espejo. De la misma manera, el príncipe ha de mantener siempre el mismo semblante, tanto en la fortuna próspera como en la adversa, pues quien cambia con la fortuna confiesa no haberla merecido.

Empresa 33: «Siempre el mismo»

Figura 3. Saavedra Fajardo, Empresa 33: «Siempre el mismo»

«Lo que representa el espejo en todo su espacio, representa también después de quebrado en cada una de sus partes. Así se ve el león en los dos pedazos del espejo desta empresa, significando la fortaleza y generosa constancia que en todos tiempos ha de conservar el príncipe. Espejo es público en quien se mira el mundo. [...] Por tanto, o ya sea que le mantenga entero la fortuna próspera, o ya que le rompa la adversa, siempre en él se ha de ver un mismo semblante. En la próspera es más dificultoso, porque salen de sí los afectos, y la razón se desvanece con la gloria. [...] El que se muda con la fortuna, confiesa no haberla merecido. [...] En las adversidades suele también peligrar el valor, porque a casi todos los hombres llegan de improviso, no habiendo quien quiera pensar en las calamidades a que puede reducille la fortuna»14.



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