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Sabias modestas. Mme. Dacier y la marquesa de Châtelet

Concepción Gimeno de Flaquer

Estudio dedicado a la inteligente Sra. Agustina Castelló de Romero Rubio

- I -

Los conocimientos científicos hacen respetables a las mujeres que los poseen; solo las que se engalanan con una erudición de oropel pueden parecer antipáticas; solo a las seudosabias son aplicables los epítetos precieuses y bas bleu. Al escribir Molière su famosa comedia Les femmes savants, no quiso atacar a la mujer seria que posee vasta ilustración sin hacer alarde de ella, del mismo modo que al escribir Tartufe no atacó a los devotos sino a los hipócritas. En la época de Molière imperaba el culteranismo, y para ridiculizarlo más, quiso combatirlo personificado en la mujer: tan cierto es esto, que siguiendo la costumbre de entonces, uno de los actores pronunció un discurso antes de la representación, justificando las intenciones del autor al hacer presente que Molière sentía respeto hacia las mujeres verdaderamente ilustradas, y que solo quería impugnar a las ignorantes que con su audacia deshonraban la ciencia.

Los que han supuesto que Molière quiso enaltecer la ignorancia en el sexo femenino, no han comprendido el espíritu filosófico que encierra la obra del gran clásico, bajo la vis cómica sostenida en los cinco actos.

Je consens qu’une femme ait des clartés de tout. Después de leer este verso hay que convenir en que Molière no ha predicado el retroceso en Les femmes savants. A un hombre tan superior como Molière, es imposible le agradasen las mujeres vulgares. Por otra parte, el haberse representado Les femmes savants en el hotel Rambouillet, centro de mujeres ilustradas, como el hotel Brancas y la Cour de Sceaux, defiende a la comedia de Molière de todas las alusiones que han querido ver en ella, contra las mujeres instruidas los malintencionados.

La mujer ilustrada ha existido siempre aunque nuestro siglo eminentemente progresista es el que puede jactarse de haberle dado carta de naturaleza. En otras épocas las mujeres de entendimiento cultivado se vieron obligadas a ocultar las galas del espíritu como en nuestros días se ve obligada la mujer vulgar a ocultar su ignorancia. Si en remotos tiempos la mujer se atraía el más espantoso ridículo al penetrar en el templo de Minerva, hoy se atrae consideración social.

Destouches no diría ya en unos versos:

… Une femme savante

doit cacher son savoir ou c’est une imprudent.



El tipo de la mujer docta no es nuevo, por más que no haya sido verdaderamente sancionado hasta nuestros días. No debe sorprendernos el que en nuestra época haya mujeres que desempeñen cátedras, cuando en la antigüedad, en la Edad Media y en los siglos XVI y XVII, muchas alcanzaron tal gloria. Hipatia explicó metafísica en la renombrada escuela de Egipto, la hermana de Herscheld descubrió nuevas constelaciones y las hizo conocer, la hija del jurisconsulto Yrnerio dio lecciones de derecho civil en la Universidad de Bolonia: en esta Universidad hizo escuchar su voz la joven doctora Novella, la cual era tan hermosa que tenía que dar sus explicaciones detrás de una cortina para que no se distrajeran los estudiantes contemplando su belleza.

En la misma Universidad dejaron nombre la profesora de griego Clotilde Tambroni y la gran matemática y latina Gaetana Agresi, asombro de los sabios de Milán. Bitisia Gozzadina era doctora en derecho civil y canónico a los 26 años de edad, Feliciana Morell fue graduada en leyes en la Universidad de Avignon después de un severo examen; una napolitana llamada Abella que floreció en el siglo XIII, dejó escrito un tratado de medicina que fue adoptado por los médicos; Hortensia de Castro se distinguió nada menos que en lógica, ciencia a la cual es refractaria la mujer, según afirman sus impugnadores.

Sin olvidar a Zenobia y Cornara pudiera citar muchos nombres de mujeres tan sabias como modestas.

Hoy la mujer ilustrada no tiene más que dos clases de enemigos: los tontos y los escritorzuelos; estos son todavía peor que aquellos.

El éxito obtenido por algunas frases lanzadas contra las mujeres instruidas, frases vacías de sentido pero de efecto, ha movido a muchos hombres a dirigir epigramas contra la mujer amante de la ciencia.

La mayor parte de las sátiras y sutilezas escritas contra la mujer erudita, carecen de sinceridad.

Una mujer bella e ilustrada es dos veces bella, como lo fueron Mme. Dacier y la marquesa de Châtelet.

- II -

Estas dos mujeres merecen figurar en el número de las sabias simpáticas, al lado de Mme. de Caylus, Mme. de Krudner, Mme. Souza, Mme. de Duras, Mme. de Moteville, Mme. de Campan, fundadora del Colegio Saint Denis, y Mme. de Maintenon, la inteligente consejera de Luis XIV, a la cual no han podido despojar sus enemigos del título de primera educadora laica.

Ana Lefèvre, más tarde Mme. Dacier, era hija de un sabio; este, en vez de entretener a su inteligente pequeñuela con juguetes propios de su edad, entregábale las obras de Homero, Virgilio y Aristóteles. La pasión por los clásicos de la antigüedad que siempre tuvo Mme. Dacier, fue un culto inspirado por su padre. Al salir de la casa paterna para formar un hogar con Monsieur Dacier, no cambió de biblioteca: dejó a Homero y se encontró con Terencio y Aristófanes. Antes de casarse Mme. Dacier ya había traducido del griego y del latín obras importantes destinadas a la instrucción del Delfín. Hallábase familiarizada con Plauto, Calímaco, Anacreonte y Safo; pero su mayor gloria es haber traducido la Ilíada y la Odisea. Con el título de traductora de Homero ocupa un puesto de honor entre los literatos del siglo XVII, tan brillante para las letras francesas.

Mme. Dacier era superior a su erudito consorte, pero tuvo la modestia de ignorarlo o la abnegación de fingir que lo ignoraba, no dejándole sentir nunca el peso de su superioridad. La mayor parte de los libros que se publicaron con el nombre del marido, eran obra de los dos: el público conocía que lo más sobresaliente lo había escrito ella. Boileau dijo con mucho ingenio:

Dans leurs productions d’esprit c'est Madame Dacier qui est le père.


No existía en Francia una buena traducción de la Ilíada hasta que publicó la suya esta eminente escritora. Imposible se le ocultara el bien que hacía a su patria dando a luz tan importante obra; mas su modestia era tal, que en el prólogo que escribió al frente de su famosa traducción, pide al lector le perdone su osadía por atreverse con una obra superior a sus fuerzas; añadiendo que no traduce la Ilíada para los doctos sino para los que se ven privados de admirar las bellezas del estilo homérico.

En la misma época en que apareció la traducción de la Ilíada hecha por Mme. Dacier, publicó otra el sabio La Motte, y el análisis de los dos libros levantó una tempestad de discusiones que entretuvieron largo tiempo a los críticos, las cuales terminaron con una polémica exaltada entre helenistas y latinistas.

Cuando el buen gusto literario amenazaba corromperse, Mme. Dacier fue la encargada de alimentar la sagrada llama de lo bello en el altar de las letras francesas, por eso exclama: «La juventud es lo más sagrado que existe en un Estado, ella es su base fundamental, ella está destinada a sucedernos y formar un pueblo; si se tolera que falsos principios extravíen su entendimiento, no hay salvación posible para las futuras generaciones».

Mme. Dacier rompió lanzas en pro de la restauración del clasicismo, del cual fue siempre ardiente campeón.

Saint Simon ha consagrado a la escritora helenista un hermoso panegírico en estas líneas:

«La muerte de esta ilustre mujer fue sentida no solo por los sabios sino por toda la sociedad honrada. El erudito Monsieur Dacier estaba muy versado en griego y en latín; pero su mujer sabía más que él de estas dos lenguas, lo mismo que de antigüedades y de crítica. Humilde siempre, no aparecía sabia más que en su gabinete de estudio; fuera de él mostrábase tan sencilla, que los que no la conocían no adivinaban fuese superior a las demás mujeres».


Nuestro sexo está vencido por esta ilustre sabia, decía Bayle, mientras la docta escritora rechazaba todos los homenajes que querían tributarle. Cristina de Suecia la llamó a su Corte enviando al conde Koenismarck para convencerla; pero todo fue inútil, obstinose en vivir en el retiro.

No puedo resistir al deseo de preguntar a los más encarnizados enemigos de la ilustración de la mujer: -¿Negaréis vuestra simpatía a esta modesta filóloga que tenía por divisa el silencio es el adorno de las mujeres, aunque haya escrito en griego su divisa?

Mme. Dacier fue tan humilde como Mme. du Deffand, otra clásica distinguida amiga de Montesquieu, de Henault y Walpole, a quien denominaba Massillon la encantadora incrédula; tan modesta como la interesante marquesa de Châtelet.

- III -

Gabriela Emilia de Breteuil, marquesa de Châtelet, tuvo la gloria de ser consultada por Voltaire en sus trabajos literarios, cual la marquesa de Crequi por Rousseau. Cuando el filósofo ginebrino escribía Emilio, pidió a esta le ayudara con alguna idea suya, diciéndola: ¡No me apropiaré lo que hayáis pensado sino lo que me hayáis hecho pensar! El autor de El Contrato Social no olvidó a Mme. Crequi en sus Confesiones.

Pero debo hablar de Mme. de Châtelet: Nada más encantador que su amistad con Voltaire; era un sentimiento al que había prestado sus alas el amor, pero el cual sabía plegarlas ante la filosofía como no suele hacerlo el inquieto rapaz. La marquesa de Châtelet y Voltaire mezclaban en sus tiernas conversaciones los comentarios de Newton: muchas veces desde el análisis de sus corazones remontábanse al análisis de las más arduas cuestiones algebraicas.

Cuando Voltaire, abatido por su falta de salud, no podía estudiar, la marquesa de Châtelet le leía las obras de los clásicos latinos cual estaban escritas. El autor de La Henriada complacíase en presentar a la marquesa problemas matemáticos de difícil solución, por el placer de verla triunfar de esas dificultades insuperables para la mayor parte de las mujeres: la marquesa tenía admirablemente organizada la inteligencia para las ciencias exactas, y esto entusiasmaba a Voltaire.

El afecto que unió los corazones de estas dos celebridades, produjo ocho volúmenes de cartas que son el encanto de los admiradores del elegante poeta.

La erudita amiga de Voltaire dejó escritas cuatro obras muy importantes: un Traité sur le bonheur, celebrado por Condorcet, Recueil de lettres, Institutions Phisique y Traduction des principes de Newton.

Para trazar los rasgos más salientes de la fisonomía moral de esta ilustrada escritora, nada más oportuno que trascribir unas líneas de Voltaire: el hábil estilista nos la hará conocer.

«Ninguna mujer fue tan sabia como ella y ninguna mereció menos que ella el renombre de bas bleu. No hablaba nunca de ciencia por hacerse oír, sino para aprender algo de las personas que consideraba superiores a ella en instrucción. Huía de esos círculos en donde se hace alarde de ingenio, estableciendo pugilatos intelectuales: largo tiempo ignoraron muchos de sus amigos su valer, porque no se apresuró a revelarlo. Las damas palaciegas que se juntaban muchas veces con ella no podían sospechar que se hallasen al lado de la comentadora de Newton. Su estilo podía confundirse más bien con el de Pascal que con el de Mme. Sevigné; pero ese vigor, esa firmeza, esa elevación, no quitaban nada a sus bellos arranques de sentimiento. Los encantos de la poesía y de la elocuencia conmovíanla profundamente, porque su oído era muy sensible a la armonía. Sabiendo de memoria los versos más notables, no podía soportar los medianos. Tuvo sobre Newton la ventaja de unir a la profundidad de la filosofía el gusto más delicado en materias literarias».


Como se ve por las anteriores líneas, Voltaire, que se reía de todo, no se rio jamás de la sabiduría de la Marquesa.

La erudición fue entre ellos el lazo que preparó otros más estrechos: Voltaire empezó por admirar a esa mujer extraordinaria y ella por agradecer profundamente la admiración que le tributaba el famoso escritor.

La admiración y la gratitud entre individuos de distinto sexo, abrevian distancias en la senda de la amistad y preparan la del amor. ¿Debe extrañarnos que con tales sentimientos recorrieran esa senda tan deprisa Voltaire y la marquesa de Châtelet?

México, octubre de 1887.