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Salinas el intelectual

Ricardo Gullón





La personalidad de Pedro Salinas es harto compleja para ser estudiada en una breve nota. Personalidad múltiple, rica en curiosidades y provista de las capacidades necesarias para realizar obras originales y sustanciosas. Salinas puede ser definido como el hombre de letras, y aún más ambiciosamente como el intelectual por antonomasia. Poeta, novelista, crítico, ensayista, comediógrafo... sí; y todo ello brillantemente, con facilidad y número, con brío y agudeza, porque el intelectual verdadero se distingue por su aptitud para vivir entre las ideas y de las ideas, encontrando en ello deleite y estímulo para la creación artística. Si para caracterizarle propongo un término algo vago, como es el de «intelectual», ya se comprenderá que con tal calificativo estoy señalando a un tipo de hombre apenas parecido al que con escasa justificación suele usurpar su puesto y su nombre en plazas y salones. En mi opinión, sólo merece ser llamado intelectual aquel cuyas reacciones están determinadas preferentemente por el pensamiento, es decir, por las ideas que se ha forjado sobre las cosas. Su parecer tiene una raíz mental, más que emocional, si bien fuera erróneo pensar que el pensamiento y las ideas no están influidas en alguna manera por la emoción y el sentimiento.

No es intelectual quien quiere, ni como a tales puede contarse los dedicados a ejercicios y profesiones de ciencias o letras. Es intelectual -Ortega lo ha dicho con certeras palabras- quien se siente lanzado a constante indagación sobre el porqué de las cosas, quien afronta el mundo como un vasto repertorio de interrogantes que incita a buscar las condignas respuestas. Y así veo yo a Salinas, inquiriendo la razón de todo, incluso la razón de amor, cantada tan exaltadamente en uno de sus libros poéticos.

Ahora, y desde hace varios años, se considera con cierta desconfianza a los hombres de vocación intelectual. Despierta recelos esa curiosidad instintiva, esa inquietud que obliga a indagar por sí, sin aceptar las versiones servidas por especialistas en la interpretación de hechos y fenómenos. La palabra «intelectual» se utiliza a veces con ánimo de infamar a quienes no se resignan a vivir de fórmulas y soluciones simplistas, porque desean ver claro en lo que es, puntualizando diferencias y matices. Esta curiosidad, lejos de parecer vituperable, debe ser elogiada, porque revela interés profundo por las cosas, interés que hace marchar y adelantar, si no el mundo, por lo menos las empresas de los hombres.

La palabra inquietud expresa bien el estado de ánimo propio del intelectual y concretamente el de Salinas. Situado frente a distintos órdenes de temas, para tratar de abordarlos adecuadamente hubo de recurrir a procedimientos diversos. El ensayo o la comedia le sirvieron para plantear una serie de problemas que no podían ser desarrollados a través de las formas poemáticas o narrativas primero intentadas. Y sus tentativas tuvieron éxito porque las guiaba una certera intuición de los medios a emplear en cada caso y porque el intelectualismo salinesco, lejos de cerrar caminos a la vida o desinteresarle de ella, abría plaza a una potente avidez vital, al deseo de estar en la vida y vivirla.

La explicación es sencilla: el intelectual Salinas era al mismo tiempo y con plenitud un hombre para quien los sentidos existen; sí: un sensual. ¿Por qué empeñarse en ver contradicción donde la realidad proclama complejidad y flexibilidad en los desplazamientos del espíritu? Por esa complejidad tiene su obra riqueza y verdad, pues en ella descubrimos al hombre entero, al hombre cuyas reacciones, si perfectamente controladas por el juego de la inteligencia, no dejan de ser en buena cuantía dependientes de impresiones sensuales.

En las realizaciones de Salinas, y de modo singular en sus poemas, las gracias de la inteligencia resultan acrecidas y como potenciadas por las aportaciones de la sensualidad. Toda su labor cristaliza bajo el signo del equilibrio. Y acaso esa era la impresión más clara que dejaba su persona: la de un ser en quien la extrema agudeza mental y la alerta inquietud a que antes me he referido se completaban con una receptividad especial para las impresiones aprehendidas por los sentidos. Se interesó en las cosas con una pasión discriminante y feliz, que establecía entre ellas las apropiadas gradaciones, pero nunca rehusó participar en los deleites que ciertos «intelectuales» -éstos, sí, peyorativamente designados- rehusan por creerlos inferiores, por creerlos indignos de ocupar a quienes pedantescamente se consideran obligados a vivir como vestales de la inteligencia «pura».

No, no era así el intelectual Salinas, ingenioso, decidor y sonriente. Aún parece estar así, entre nosotros, jovial a menudo, ocurrente siempre, tan dispuesto a la creación poética como al chiste y a la broma. Nada humano le era ajeno y por esa humanidad cordial, sensible a las incitaciones más diversas, hostil al énfasis de los grandes figurones de las letras, su personalidad parece más auténtica y más cercana de la sencillez en que se reconoce a los verdaderos grandes.





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