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Sarmiento y la literatura americana

Mónica Scarano





El ensayo romántico hispanoamericano nace en estrecho compromiso con el marco referencial histórico-cultural de mediados del siglo XIX, en especial, con el proceso de gestación de las nacionalidades y la preocupación por encontrar formas de gobierno estables, sustentadas por una sólida organización institucional, jurídica y legislativa. Esta aspiración de todos los pueblos hispanoamericanos convivió con el cuestionamiento acerca de su identidad, sus tradiciones y la búsqueda de una expresión propia. El discurso ensayístico y otras formas afines a este género -memorias, informes, artículos periodísticos, discursos, escritos programáticos- han canalizado estos interrogantes que revelan la problemática en torno a la existencia de una «cultura americana». Un exponente de esta actitud es la producción ensayística de Domingo Faustino Sarmiento, tan polémica y compleja como heterogénea y contradictoria en algunos aspectos.

Sus obras «chilenas» (publicadas antes de 1851, fecha en que regresa a su país natal para participar en el ejército que derrocará a Rosas en Caseros) revelan, en particular, su interés por la literatura contemporánea americana y su inquietud por hallar en la literatura una vía de expresión apta para traducir nuestra naturaleza y nuestro particular modo de ser. En la mayoría de los casos, sus trabajos de crítica literaria y los comentarios que, sobre el tema, contienen algunas cartas, discursos y apuntes, se concentran en obras y escrituras contemporáneas del autor manifestando la permanente y obsesiva inclinación de Sarmiento por su circunstancia, su época y el tiempo que le tocó vivir en todas las manifestaciones que lo componen.

Durante su segunda estadía en Chile -durante la cual fue redactor en El Mercurio de Valparaíso (1841-2), El Nacional de Santiago, El Progreso y otros periódicos chilenos, Sarmiento comenta las obras de Larra, Mitre, Echeverría, Andrés Lamas, Andrés y Carlos Bello, Lastarria, Alberdi, Hilario Ascasubi, José Mármol, Juan María Gutiérrez, los hermanos Varela, V. F. López, entre otros autores de habla hispana. La mayoría de los textos se encuentran agrupados en los dos primeros volúmenes de la edición de las Obras de Sarmiento, dirigida por Luis Montt y posteriormente por Augusto Belín Sarmiento, bajo el título de: Artículos críticos y literarios (1841- 1842) y (1842-1853), volúmenes I y II de las Obras de Sarmiento, y en el volumen XLVI: Páginas literarias, que reúne artículos dispersos, cuya fecha de publicación oscila entre 1856 y 1887. De estos textos se puede inferir la concepción de la literatura nacional y americana, sostenida por el autor sanjuanino.

Ya en 1842, en un artículo publicado en El Progreso, titulado «El álbum», percibía una literatura en formación: «Dicen que no tenemos literatura, al menos así decían antes; pero vayan las malas lenguas a hojear el álbum, y allá hallarán los gérmenes de la literatura nacional, el repertorio, la biblioteca...»1. Pocos años después, en el Facundo, hace referencia a una literatura nuestra, argentina: «En cuanto a literatura, la República Argentina es hoy mil veces más rica que lo fue jamás en escritores capaces de ilustrar a un estado americano»2 En un artículo de fecha posterior, advierte un fenómeno paradojal en este incipiente desarrollo de la actividad literaria en nuestro país: «Es la República Argentina uno de los países sudamericanos donde la educación está menos generalizada, y sin embargo el que más escritores notables, poetas y publicistas cuenta...»3 La explicación surge de la observación de las circunstancias poco favorables en que se gesta esa literatura y las características peculiares de quienes la crean. Sarmiento señala que, desde sus orígenes, la actividad literaria nacional contiene una clara intencionalidad política: mostrar el horroroso espectáculo de la tiranía de Rosas que, según el mismo autor, compartían casi todos los literatos argentinos de esa época4. Con anterioridad, lo había advertido en el Facundo: «Si quedara duda, con todo lo que he expuesto, de que la lucha actual de la República Argentina lo es sólo de civilización y barbarie, bastaría a probarlo el no hallarse del lado de Rosas, un solo escritor, un solo poeta de los muchos que posee aquella joven nación»5. Es evidente que Sarmiento ubica a la literatura nacional en uno de los polos de la dualidad básica que desarrolla en el Facundo, sin duda alguna, como un elemento del proceso civilizatorio. Según este autor, los escritores de su época se sitúan del lado de la civilización, de las luces y el progreso, y enfrentan con sus obras a la barbarie representada y encarnada en el sistema despótico de Rosas y los caudillos.

En la concepción sarmientina de la literatura, el escritor, el periodista, el pensador, el publicista, tienen una misión que cumplir: combatir con la pluma y el pensamiento ese sistema político que coarta toda la libertad e impide avanzar hacia la civilización. La literatura debe cumplir un papel regenerador en la sociedad, a la manera de Larra, en la medida en que sea «expresión del progreso» de esa sociedad6. La literatura propiamente nacional se gestará, en la opinión de Sarmiento, durante la tiranía de Rosas, y tendrá su núcleo temático generador en la cuestión de civilización y barbarie, que excede los límites temporales de ese gobierno al constituirse en conflicto nacional que incidirá en la definición de nuestra incorporación al proceso civilizatorio europeo. Así lo expresa, cerca del final de su vida, en la segunda parte póstuma de su ensayo e Conflicto y armonías de las razas en América (1888): «La literatura propiamente dicha data de aquella época memorable, de aquella batalla de diez años sin tregua que acabó en Caseros, Mármol, F. Varela, V. Alsina, Vélez Sarsfield, Sarmiento, Alberdi... [...] El pensamiento argentino más reposado y reflexivo a medida que se alejaba del teatro del combate diario, y abandonando las recriminaciones inútiles se lanzó por vías hasta entonces inexploradas, y llamó a la cuestión aparente de federales y unitarios, cuestión de «civilización y barbarie», que despertó las simpatías de raza, cultura, de humanidad, en todos los corazones, poniendo en la picota de la execración universal, el terror y las inauditas crueldades de que se habían hecho un sistema los bárbaros apoderados del gobierno»7.

La tesis de la aplicación política de la literatura, que defiende Sarmiento, se inscribe en un contexto más amplio, que es la reacción del pensamiento libre contra Rosas. También se encuadran en esta actitud los llamados «proscriptos» -Echeverría, Alberdi, Mármol, Gutiérrez, los Varela, V. F. López, entre otros-8.

Estos escritores, con algunos matices que los diferencian, se enfrentan a un régimen que se había divorciado de todo programa civilizador, incluyendo literatura e ideas liberales. Así lo señala Sarmiento en un artículo aparecido en El Progreso: «En honor al sentimiento nacional ofendido, debemos aplaudir este rasgo de la dignidad de todos los escritores que por opuestos que sean a miras e intereses, están de acuerdo en enviar sus maldiciones a ese escándalo y vergüenza en América». «Pero lo que nos pasma, es esta coincidencia de prorrumpir todos a un tiempo, y como si se hubiesen concertado para hacer alarde de sus sentimientos en un momento solemne y decisivo. No parece sino que el instituto nacional ha olfateado, permítasenos la expresión, el espíritu de Rosas que se acerca, el olor de la sangre humana derramada»9.

Como una «promesa para la generación literaria argentina joven», califica Sarmiento a la aparición del «Salón literario»10. De este grupo habla extensamente en páginas del Facundo: en ellos ve con optimismo la nueva savia que regeneraría el insatisfactorio estado de nuestra cultura11. El «Salón Literario» fue fundado por Marcos Sastre en 1837 para, entre otros fines, estudiar las doctrinas políticas y filosóficas de avanzada en Europa (de Sismondi, Tocqueville, Cousin, Guizot, Revista de Ambos Mundos, Lerminier y otros), sin un propósito claro, como protegiéndose mutuamente de un ambiente hostil a esas actividades. Sus ideas llegan a Sarmiento a través de su amigo Manuel Quiroga Rosas, con quien organizarían una sociedad literaria en San Juan, inspirada en el Salón Literario.

No obstante, Sarmiento guarda objeciones hacia éste y otro movimiento, más rico en resultados, la Asociación de Mayo o Joven Argentina, que se formó después de haberse cerrado el Salón por orden de Rosas en 1838. Se agrega en este último una vocación política más clara: restablecer la unidad nacional o intentar colaborar con la organización del país. Hay en la Joven Argentina un anhelo de superar dicotomías, unidos por la común desgracia en el destierro. El credo político de este movimiento está condensado en las Palabras simbólicas, redactadas por Echeverría. Sarmiento transcribe en el Facundo el acta original de esta asociación12.

En un texto del Facundo, donde expresa su preferencia por Echeverría, destaca la originalidad de la incorporación del paisaje nativo en el poema La cautiva, con lo que puntualiza una de las características de la literatura nacional que se está consolidando. «Este bardo argentino -escribe Sarmiento en el Facundo, acerca de Echevarría- dejó a un lado a Dido y Argía, que sus predecesores los Varela trataron con maestría clásica y estro poético, pero sin suceso y sin consecuencia, porque nada agregaban al caudal de nociones europeas, y volvió sus miradas al desierto, y allá en la inmensidad sin límites, en las soledades en que vaga el salvaje, en la lejana zona de fuego que el viajero ve acercarse cuando los campos se incendian, hallé las inspiraciones que proporciona a la imaginación, el espectáculo de una naturaleza solemne, grandiosa, inconmensurable, callada; y entonces, el eco de sus verbos pudo hacerse oír con aprobación, aun por la península española»13.

En los jóvenes del Salón Literario, Sarmiento advierte además una búsqueda de la literatura peculiar, original, de acuerdo con nuestra manera de ser y con el medio físico y geográfico que habitamos, y comparte con ellos la intención de crear una conciencia nacional basada en el examen de la realidad y la compenetración con ella. Este incipiente nacionalismo estético, que es una de las coincidencias más salientes de Sarmiento con este grupo de ensayistas románticos, forma parte de la gran tarea de crear la nación, que comparten los hombres de esa generación. Tanto Sarmiento como los ensayistas románticos del Salón sostienen la idea de una literatura nacional, cuyas pautas básicas son: el rechazo a la imitación y a los temas ajenos, y la incorporación del paisaje nativo. Con la aparición de Los Consuelos de Esteban Echevarría, Juan Thompson, en 1834, se pregunta por la existencia de una literatura nacional. Al respecto, Félix Weinberg señala que, en un artículo, «se formula Thompson el interrogante de si hacia esas fechas existía una literatura nacional y si Los Consuelos, por su temática, podrían vincularse a la misma»14. Poco después, en 1837, en el discurso pronunciado por Juan María Gutiérrez, en ocasión de la inauguración del Salón Literario, se puntualiza la necesidad de separarnos de las literaturas y tradiciones peninsulares y de elaborar una literatura nacional, de acuerdo con nuestras necesidades, el estado e índole de nuestra sociedad15. Esta literatura, existente en un estado de gestación, tardará en consolidarse. Sarmiento advierte la necesidad de detenerse en lo particular y original de América y hacerlo materia de la producción literaria y artística americanas16. Este empeño por ser nacional, americano, por dar cuenta de una realidad distinta y nueva es compartido por los ensayistas románticos hispanoamericanos. Desde la Revolución de Mayo, con la poesía patriótica y luego, durante el período romántico de nuestra literatura y aún en sus distintas manifestaciones, se advierte un notable intento por nacionalizarse con una búsqueda de las características que definirían nuestro ser nacional junto con una toma de conciencia de la realidad argentina y americana en todos sus aspectos y conflictos17.

Con frecuencia, Sarmiento hace referencia a la situación de las letras rioplatenses e insiste en la inexistencia de la «República de las letras». Llegar a establecerla en un país joven como el nuestro es una de las metas que persigue el programa civilizador-educativo de este autor. Sin embargo, reconoce en Buenos Aires, una situación privilegiada, puesto que en ella se ha podido avanzar más en la actividad literaria, artística e intelectual, y la llama «París en América»18.

En el capítulo del Facundo acerca de los caracteres y originalidades argentinos, sintetiza su concepción de la literatura nacional y americana, y destaca lo que considera medular en una literatura vernácula: «Si un destello de literatura nacional puede brillar momentáneamente en las nuevas sociedades americanas, es el que resultará de la descripción de las grandiosas escenas naturales, y, sobre todo, de la lucha entre la civilización europea y la barbarie indígena, entre la inteligencia y la materia: lucha imponente en América, y que da lugar a escenas tan peculiares, tan características y tan fuera del círculo de ideas en que se ha educado el espíritu europeo, porque los resortes dramáticos se vuelven desconocidos fuera del país donde se toman, los usos sorprendentes, y originales los caracteres»19.

Propone como temática central de nuestra literatura un hecho histórico común a toda la América hispana, que él mismo ha protagonizado, como lo destaca en una carta dirigida a su nieto, Augusto Belín Sarmiento, refiriéndose al autor de Facundo en tercera persona: «El autor es además protagonista de la lucha que describe contra los caudillos de las masas populares. Combatió por las armas y por la prensa a Rosas, hasta firmar en Palermo, con la propia pluma de Rosas en su casa, el parte de la batalla de Caseros, que acabó con su poder. En aquella contienda escribió la vida de Quiroga, persiguiendo y caracterizando en él la lucha de civilización y barbarie...»20. Raúl Orgaz sostiene que la lucha entre civilización y barbarie posee en Sarmiento un doble interés: por una parte reviste interés estético por el espectáculo que ofrece, y, por otro lado, un interés sociológico, como lo expresa su autor en la introducción del Facundo21.

Durante toda su vida, Sarmiento se ha mostrado preocupado por el atraso cultural de algunas regiones de la América Hispánica. Entre otras causas, atribuía a la educación colonial el haber contribuido en gran medida al estancamiento mental hispanoamericano. Señala una serie de carencias en la realidad hispanoamericana, tales como la falta de bibliotecas o su escasez, las dificultades para imprimir en estos países, la escasa producción artística y literaria americana, los grandes obstáculos económicos para publicar libros en la América española, la falta de lectores suficientemente preparados, la falta de libros, la ausencia de traducciones de libros europeos y de reseñas sobre ellos, la falta de originalidad en nuestra tarea literaria, que se reduce a la compilación y traducción22. Para remediar esta preocupante situación, propone preparar a los lectores, de modo que se forme la razón pública y se alcance un mayor grado de civilización, libertad y progreso, aportar ideas para regenerar y reconstruir el nuevo edificio social, traducir obras al español para tener libros de más fácil acceso, producir libros para la enseñanza adecuados a nuestra realidad. Para enriquecer la lengua española de libros, sugiere, dada la imposibilidad de los gobiernos hispanoamericanos de publicarlos, la permuta de libros publicados en la América del Sur, y las subvenciones para ediciones23.

La literatura americana es un tema que ha interesado y preocupado a Sarmiento a lo largo de toda su obra. En las conclusiones de la segunda parte de Conflicto y armonías..., explicita su cuestionamiento acerca de lo medular y distintivo de la literatura americana: «¿Cuál ha de ser, nos hemos preguntado más de una vez, el sello especial de la literatura y de las instituciones de los pueblos que habitan la América del Sur, dado el hecho de que la nación de que se desprendieron sus padres no les ha legado ni instituciones...?»24.

Como la literatura nacional, la literatura americana es también una literatura en gestación, como ocurre con otras realidades en la América del Sur, tales como la civilización, el idioma, las costumbres, las ideas. Si bien los buenos literatos en América son, hasta el momento, sólo unos pocos, Sarmiento no deja de creer en la existencia de una literatura americana: «Nuestra literatura -dice en "El Museo de Ambas Américas", en sus primeros años en Chile- es más bien nacional, americana, en todas sus partes la civilización es poco más o menos una misma: el idioma, las costumbres, las ideas y aún los recuerdos históricos no se han trazado límites precisos todavía»25. Esta afirmación se complementa con otra, algo posterior, que hace referencia a la existencia de ideas y aún de un gusto sudamericano, que se distingue claramente del español, rechazando lo que lo ligaba a un pasado estático, ajeno a la realidad americana. «La América española presenta en nuestra época un fenómeno nuevo en la historia de las colonias. Las repúblicas sudamericanas tienden a separarse cada vez más a medida que progresan, de la nación que antes fue su metrópoli, no ya en sus instituciones que con razón han repudiado, sino también en las ideas mismas y aún en los gustos literarios»26. En artículos publicados en Chile, caracteriza a nuestra literatura por su pragmatismo, sencillez en los argumentos a semejanza de la vida americana, su falta de arraigo a las tradiciones, su pobreza en la producción como en la literatura peninsular27.

En el terreno de la literatura, como en otros aspectos, Sarmiento se opone a todo tipo de xenofobias, que considera patrimonio de unos jóvenes y herencia española; está abierto a todo lo que pueda enriquecer a nuestra literatura y, ya que ésta no tiene mucho de española, trata de encontrar afinidades con literaturas no hispánicas, admitiendo y buscando sus peculiaridades. «Nosotros no somos españoles en esto; y no consideramos ni a Dickens, Goethe, Max Müller o Thiers, extraños a nuestro ser, pues ellos, indiferentemente, forman nuestra razón, nuestro espíritu y nuestro gusto»28. Esta ruptura con la tradición española, que inaugura la línea de las tradiciones nuevas, ha llevado a algunos críticos a calificar a Sarmiento como el primer escritor argentino que se determina como tal29. Pero, si bien admite influencias foráneas, exige que sean acordes con nuestra manera de ser. Sabe bien que el futuro de la literatura americana radica en la síntesis de esas ideas, adaptadas a nuestro medio e idiosincrasia30. En el Facundo, como en otros escritos de Sarmiento, se señalan los efectos de la influencia de la literatura europea sobre nuestras letras y se destaca su papel civilizador31. En este punto se aparta de los ensayistas del Salón, pues, continuando todos la tradición europea, estos se independizan más de la influencia europea para atender a la experiencia directa de la realidad y lograr una manifestación más nacional y americana, mientras que Sarmiento insiste en la dependencia de la literatura europea, especialmente durante la primera etapa: «Nuestra literatura es, pues, un reflejo pálido y medio apagado de aquella literatura europea, heredada de todas las literaturas de los pueblos que le han precedido...»32.

Con respecto a la literatura española, Sarmiento es declaradamente hispanófobo: rechaza la literatura que produce España en esa época, aunque concuerda con Ticknor en reconocer el genio de Cervantes y rescatar la obra de Jovellanos, quien ofrece «luz para el renacimiento de España», y la de Larra, a favor de la absorción de las ideas modernas en la sociedad española y de su regeneración33. Asimismo, rescata la literatura española del siglo XVIII polémica y contundente en sus críticas34.

En una carta a Carlos Tejedor, confiesa que la literatura francesa es la única aplicable a la América del Sur35. En Educación común, Sarmiento analiza las causas y posibles consecuencias del fenómeno, advirtiendo sus facetas positivas y negativas: «La literatura francesa que amenaza absorber más tarde en su eco todas las otras, es la que se aviene mejor con los pueblos bárbaros-latinos que hablan los idiomas llamados romances. Conocemos a los escritores franceses, sus libros son todos los nuestros y era en Francia donde debía colocarse el punto de contacto entre la Europa y la América Española»36.

Es posible afirmar que existe en Sarmiento una reflexión acerca de una literatura propia y americana, aunque dentro de una obra de naturaleza heterogénea y asistemática, que justifica que los escritos sobre el tema no se encuentren reunidos en un sólo libro. Esta preocupación forma parte de un tema propio del ensayo romántico de esa época: el tema de la «cultura americana» e ingresa en una problemática mayor: la de lograr la emancipación cultural de las tradiciones hispánicas coloniales y la adaptación de nuestra realidad americana al proceso civilizatorio europeo. En Sarmiento la teorización acerca de nuestra literatura es fragmentaria y dispersa, pero se encuentra presente a lo largo de toda su obra y representa una preocupación común de toda la Generación del 37 rioplatense y de los ensayistas del primer romanticismo, en particular: la búsqueda de una literatura propia, original, nacional y americana.





 
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