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Se protesta contra la ficción

Sergio Ramírez





Hace pocos meses se exhibió en Tegucigalpa una película de Roman Polanski, El bebé de Rose Mary, que al estrenarse esta semana en San José de Costa Rica, ha enfrentado airadas protestas del clero. La Nación del 9 de octubre publica un mensaje dirigido al Ministro de Gobernación y que firman once sacerdotes miembros del Consejo Presbiteral, encabezados por el Obispo Auxiliar, en el que se pide «la prohibición terminante de la película impía, ofensiva a la fe del pueblo cristiano». Allí mismo se llama la atención «a las autoridades competentes para frenar la avalancha pornográfica de películas». Para los que vimos a su tiempo la película, cabe preguntarse: ¿Dónde está lo «impío»?

Polanski, uno de los directores más importantes de la vanguardia cinematográfica, nacido en Polonia pero ahora radicado en Hollywood, compuso el guion y realizó el film, tomando como base un libro mediocre que lleva el mismo nombre, Rose Mary’s Baby de Ira Levin, y que se convirtió fácilmente en un best seller; Polanski transformó la historia y le dio su esencia mágica, borrando todo el lenguaje un tanto comercial de la obra. Como se recordará, también de un libro mediocre se extrajo una película memorable, Lo que el viento se llevó.

El director, que es aquí el gran creador, nos da, dentro de un luminoso y viviente Nueva York, apuntalado frente a las cámaras en sus elementos más estereotipados para abrirlo en su contemporaneidad, la visión crepuscular de otro Nueva York victoriano, con edificios vetustos, personajes de almanaque del siglo XIX y la trama subterránea de una historia de brujos que aflora a la pantalla en escenas sonámbulas de la mejor veta neorrealista.

Estos elementos victorianos (para hallar una palabra que defina lo que está entre el barroco y la nostalgia de las cosas) constituyen una especie de anillo que rodea el desarrollo del argumento y dentro del cual se dan todos los juegos, incluyendo claras concesiones a los filmes de suspenso, todo puesto al servicio de la inocencia de Mia Farrow.

Los brujos tienen aquí sus aquelarres y practican sus ritos colectivos para la posesión de los espíritus no entre el humo de las hogueras medioevales sino en un piso de los apartamentos Bramford, cerca de los cuales los jets hacen sus maniobras antes de aterrizar en el aeropuerto Kennedy. Persiguen folletinescamente a una joven madre para apoderarse de su hijo a quien ha engendrado Satanás mismo. Y el nacimiento del heredero del demonio dará lugar al inicio de una nueva era, al año 1 D. S. Supongo que la trama impía habrá sido hallada aquí. Difícil escoger entre lo más cándido: si la historia, o la protesta.

Un cuento de diablos en el siglo XX no saca nunca al espectador de su justa casilla, la butaca de un cine, a menos que éste sea un asiduo lector de la revista Planeta; lo contrario sería aceptar que estamos acechados por los efectos satánicos de la raíz del tanis y que los exorcismos se hacen de nuevo necesarios. Por otro lado, si la ortodoxia, sea esta política o religiosa, comienza a enderezar sus lanzas contra la ficción (para no hablar del término arte en general) nos veremos pronto envueltos en una confusión terrible, que nos recordará viejos tiempos ya olvidados.

Más profunda que esa trama «ofensiva a la fe del pueblo cristiano», en resumidas cuentas la obra no es más que un homenaje -que está muy lejos de parecerse a los del cine mexicano- al amor maternal, que como valor establecido de nuestra sociedad, es de los más axiológicamente importantes. Y dentro de esa escala, la película es sumamente moralizante.

Como también se habla de pornografía, creo que no tiene ninguna, a no ser por una escena de amor en un apartamento vacío, de las que en el cine actual se han convertido en lugares comunes. (Una corte norteamericana protegió recientemente los derechos de exhibición de I'm curious, yellow, la película más atrevidamente erótica que se ha filmado, porque encontró en ella «valores morales apreciables»). Más que las escenas de amor, pornográficas son las películas imbéciles que la televisión presenta para niños pero que resultan más dignas de retrasados mentales; pornografía es la falsa escala de valores que se fija en los comerciales donde si usted fuma tal cigarrillo es el dueño del mundo; pornografía las películas de un muerto por segundo y balazos entre ceja y ceja.

Olvidémonos, pues, del demonio y dejemos en fin, a Polanski lo que es de Polanski.

Rosemary’s Baby. Basada en la novela del mismo nombre por Ira Levin. Producción de William Castle para Paramount Pictures. Actores: Mia Farrow, John Cassavetes, Ruth Gordon, Sidney Blackmer, Maurice Evans, Ralph Bellamy. Escrita para la pantalla y dirigida por Román Polanski. 1968.

San José, octubre de 1969.





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