Argumento de la XXXVII Cena
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En que CENTURIO y
ALBACÍN y
TRIPA EN BRAÇO, van
a casa de MONTÓN
DORO a bever y comer; y, estando hablando en lo que
havían hecho, llega a la puerta GRAJALES y BARRADA, y quieren entrar y
desquicialla. Y CENTURIO
no halla por dónde huyr él y TRIPA EN BRAÇO, y tornan porque
oyen quel PUEBLO pone
pazes. Y introdúzense:
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CENTURIO,
TRASO EL COXO,
TRIPA EN BRAÇO,
ALBACÍN,
MONTÓN DORO,
GRAJALES, BARRADA, el PUEBLO.
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CENTURIO.- Parésceme que será bien
que nos vamos por las ermitas del burdel a dar las gracias de
nuestra vitoria, pues también nos ha sucedido; y de camino,
si topáremos con Montón Doro, llevalle hemos a su
bodegón, y cenaremos y beveremos el alboroque.
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TRASO EL
COXO.- Mejor será del primer voleo yr al
bodegón, porque aý pienso que hallaremos a
Montón Doro; y después de cenar hará esotra
romería el que más devoción le tuviere.
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TRIPA EN
BRAÇO.- A este boto me allego, por parte destar
más cerca de la bota que a la debota gualtería o
romería.
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ALBACÍN.- Mejor dixeras ramería; y
por tanto yo me junto al boto de los más, y vamos al
bodegón, pues a ninguno le falta devoción.
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CENTURIO.- Ora pues, vamos, que boto a mares,
que la mesa está puesta; entremos. Buenos días
compañero.
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MONTÓN DORO.- Bien vengas, Centurio
amigo, y vosotros bien vengáys.
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TRASO EL
COXO.- Pues, compañero, ¿tenemos bien
qué moflir?
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MONTÓN DORO.- Echa acá essos
cinco.
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TRASO EL
COXO.- ¿Para?
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MONTÓN DORO.- Pues para aquestos diez
mandamientos, que hay qué roçar y que no falta vino
con que canten los ángeles.
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CENTURIO.- Échame aquí, que quiero
echar una traviessa para tentar el pulso a este piezgo deste cuero,
que me paresce que tiene pujamiento de sangre. ¡Boto a la
casa de Meca, singular es!
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ALBACÍN.- Más me paresce pular,
pues todos te ternemos compañía.
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TRASO EL
COXO.- Ora, yo he oýdo que los heridos de yerva
no hay tal cosa como chupalles la herida, y por tanto quiero chupar
la llaga deste piezgo.
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MONTÓN DORO.- Mejor salud me dé
Dios que yo consienta tal espiriencia, porque soy muy enemigo de
sangría en mis amigos sin saber las onças que se
sacan.
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CENTURIO.- Ora pues, sácale quatro
açumbres en esse cangilón, y sentémonos. Agora
que estamos sentados bueno fuera tener aquí a Celestina para
que nos benedixesse la mesa, que voto a la reborborada, que para
aplacalle la saña desta noche, que no hallo yo mejor ofrenda
que la deste vino.
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MONTÓN DORO.- ¿Y qué
saña ha tenido su reverencia?
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CENTURIO.- ¿Qué saña?
Pregúntalo al señor Traso.
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TRASO EL
COXO.- No fue nada, sino un repiquete de broquel a
manera de levada, con que oxeamos ciertos garçones que
venían a entrar a comer en la gorrionera; que por más
de dos dozenas de goteras en los tejados de sus vezinos yo lo
hago.
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TRIPA EN
BRAÇO.- Voto a tal, que yo oía el cruxir
de las tejas que llevavan.
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MONTÓN DORO.- ¿Y quién eran
los garçones?
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CENTURIO.- Los señores Grajales y
Barrada.
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MONTÓN DORO.- Y veamos, en esse
vencimiento ¿no cogistes el despojo de las despensas de sus
amos, que no faltaría?
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CENTURIO.- ¡O, derreniego de los moros, si
tuve memoria!, que tanta gana tenía de castigar y seguir el
alcance de los enemigos, que se me olvidó del despojo del
carruaje.
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MONTÓN DORO.- Pues no te tengo yo a ti y
a los señores Traso y Tripa en Braço por tan
descuydados y boçales, que en el alcance no echárades
antes mano del carruaje del bastimiento que del despojo de las
damas que os dexarían, pues tan mal os defendieron la
fortaleza.
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CENTURIO.- Pues voto a tal, que pienso que en la
defensa no faltó tyros de artillería, que aunque los
enemigos desempararon la fortaleza, yo olí la pólvora
al entrar de la muralla.
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MONTÓN DORO.- Pues la señora
Celestina, ¿cómo se dexó llegarse a combatir,
que no usó primero de sus tratos, y por mejor dezir
baratos?
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CENTURIO.- No la dexamos entrar en juego; y ya
sabes que quando el fato toma primero la mano, que se ataja la
parola.
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MONTÓN DORO.- Assí que en tal
afrenta os havéys visto.
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TRASO EL
COXO.- ¿Sabes qué tal? Que la primera
cosa que hizimos fue prometernos a este tu bodegón, para que
Dios nos diesse vitoria a oxear los garçones y a bever los
cangilones; que por vida de Celestina, que prometí de bever
diez vezes descalço de agua en esta santa romería de
tu casa. El señor Albacín no sé lo que
prometió, porque estava tan embevido por querer matar que
creo que no se le acordava el peligro que tenía de morir de
sed; que yo voto a la gruta de Ércoles, que si salieran a
mí, que estava determinado de dexalles las damas, como gato
de algalia las bolsas, para salvar la vida, que pienso que no
faltaría algalia en ellas, según estavan demudadas
quando entramos.
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ALBACÍN.- Pues yo no tenía ojo
sino a las ventanas, no viniesse algún canto desmandado, que
de su salida no holgara de cosa más.
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MONTÓN DORO.- Mejor me paresce el consejo
de Traso que la determinación del señor
Albacín, mas ello se hizo mejor.
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CENTURIO.- Déxate de palabras;
échame aquí en este esquilón una pasada,
ofrecella he por el alma de Celestina.
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MONTÓN DORO.- Mas, ¿los
señores Barrada y Grajales, lindamente tomaron las
viñas?
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CENTURIO.- Por tu vida, que las tomaron, y de
suerte que pienso quel año que viene ha de haver
carestía de vino, según las dexaron vendimiadas de
tomallas.
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MONTÓN DORO.- ¿Y la señora
Celestina ha caýdo en el daño? Porque éssa
será más negra para ella que la afrenta desta noche
que dizes. A la puerta llaman, ¿quién está
aý?
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GRAJALES.- Grajales y Barrada, para saber si son
ellos los que tomaron las viñas que dizen essos panfarrones,
o si se han de hazer los hechos beviendo las viñas,
encerradas en las tavernas y bodegones.
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ALBACÍN.- Aquí no es tiempo de
más dessimulación. Abre, señor Montón
Doro, y déxame salir.
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MONTÓN DORO.- Buena cuenta daría
yo de mí, si en mi casa dexasse hazerse tal
escándalo.
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CENTURIO.- Çe, señor Montón
Doro.
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MONTÓN DORO.- ¿Qué
dizes?
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CENTURIO.- ¿La puerta está a
recaudo?
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MONTÓN DORO.- Sí está, que
con llave la dexé.
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CENTURIO.- ¿De suerte que a salvo
está el que repica?
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MONTÓN DORO.- Desso a buen sueño
suelto puedes dormir.
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CENTURIO.- ¿Qué burlería y
qué fieros son éstos? Abre, abre y veamos si dezir y
hazer, si es para buenos. Quita, quita, señor
Albacín, esse cerrojo, o déxame salir.
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TRIPA EN
BRAÇO.- Que no, por amor de Dios; tenle, tenle,
Traso el Coxo.
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ALBACÍN.- ¡A, pese a tal, que
está cerrado con llave! Abre, abre, pesar de la vida,
señor Montón Doro, no se vayan alabando estos
panfarrones después de haver huydo quantos tejados hay en la
cibdad.
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GRAJALES.- ¡O, el vellaco, rapaz
panfarrón! Salí, salí, y verés
quién huyó; que, si allá estuviéramos,
vos supiérades cómo se espantan los hombres de bien
con repiquetes de broquel de tales panfarrones y rufianes como vos
y los que están con vos; y os prometo, que si no
abrís, que la puerta echemos en el suelo.
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ALBACÍN.- Abre, Montón Doro, si
no, por vida del rey, de echarte esta espada por el cuerpo.
¿Qué es esto? Abre, abre essas puertas.
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MONTÓN DORO.- Señor
Albacín, no daría yo buena cuenta de mí y de
mi casa si esso hiziesse.
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GRAJALES.- ¡Buen dissimular de panfarrones
es ésse!
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ALBACÍN.- Calla vos, don jarro, que voto
a tal, que yo y vos nos veamos mañana, pues no nos dexan
esta noche.
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CENTURIO.- Voto a la santa letanía, si
salir me dexassen más espaldarazos os diesse, doños
panfarrones, que pudiéssedes llevar a cuestas, por no apocar
mi espada en sacar vino por sangre, que, pues vosotros os
osáys ygualar comigo, no puede ser sino que venís
hechos dos cueros.
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BARRADA.- Días ha que conoscimos, don
rufianazo, vuestros fieros; salí acá y dexaos de
parolas desde talanquera.
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CENTURIO.- Abre aý, Montón Doro,
déxamelos castigar, si no quieres que corte aquí
cerrojos y cerraduras.
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GRAJALES.- Barrada, toma de aý, desse
palo que está aquí, y desquiciemos la puerta, no se
vayan en humo los fieros destos panfarrones; alça,
alça, que ya sale de quicio.
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CENTURIO.- ¡A, pese a tal! Aguarda, que yo
buscaré por dó salir. Çe, señor Tripa
en Braço, vámonos y saldremos por el corral, que yo
te prometo que abren las puertas; anda allá, anda, ora sus,
sube. ¡O, pese a la vida en que bivo, que no me dexan subir
las bardas!
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TRIPA EN
BRAÇO.- Aguarda, provaré yo, y darte he
la mano de arriba; no lleva medio. ¡O, desventura grande!
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CENTURIO.- Tornemos, y digamos que
burlávamos con ellos. Oye, oye, que mejor me paresce que se
haze, que la calle paresce que está llena de gente y que no
los dexan llegar a efeto; tornemos allá y dissimulemos.
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PUEBLO.- Ora, ya no haya más, que no se
ha de consentir.
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MONTÓN DORO.- Seme testigos,
señores, que me han desquiciado las puertas, que voto a la
vida que la justicia averigüe lo desta noche.
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CENTURIO.- ¡O, pese a tal, que no
hallé por dó salir!
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ALBACÍN.- Más ¡o, pese a tal
con quien viene con panfarrones cobardes a hazer sus cosas!, que no
ganaran ellos conmigo la honrra que esta noche han ganado.
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CENTURIO.- Señor Albacín, no
llames a ninguno cobarde, que, voto a tal, si no fuera a ti, del
rey abaxo no lo sufriera. ¡Dios, que esa fama tuvo Centurio
mi agüelo, y Centurio mi padre, y Centurio su fijo que soy yo,
y que por eso nos pusieran el nombre! Que si yo hallara por
dó salir yo te quitara dese cuydado.
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ALBACÍN.- Ora, que ello está bien,
que yo te prometo que yo pierda el cuydado de venir contigo a cosa
de afrenta, y llámate quanto quisiereres centurio.
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CENTURIO.- Eres mi amigo y téngote de
sufrir, por tanto di lo que quisieres, que yo tengo tan aprobada mi
persona por quantos burdeles hay en el reyno que tengo poca
necessidad de testigos de abono: que yo te certifico que es tanto
el rastro de malla y aros y copas de broqueles, con braços y
piernas, que he dexado por donde he andado, que por el hylo de mi
espada pueden sacar bien el ovillo de quién es Centurio.
Digos que esso es lo que rezan por mi alma las biudas y
huérfanos que tengo hechos en este mundo. ¡Por Dios,
que me tienes bien conoscido!
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ALBACÍN.- Ora, sus, que ello está
bien.
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CENTURIO.- No está sino muy mal, pues no
pude salir a que te desengañasse mi espada.
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ALBACÍN.- Yo te prometo, que me tienes
bien desengañado.
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GRAJALES.- Ora, que yo y vos nos veremos, dexaos
de palabras.
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ALBACÍN.- Más querría agora
que después.
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PUEBLO.- Ora tenemos allá, que nos hemos
de dexar. ¡Huyd, huyd, que aquí do viene la
justicia!
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ALBACÍN.- Mirad qué correr llevan
mis compañeros; yos prometo que los conosco yo mejor por
este rastro que por el de las mallas y aros de broqueles, con
piernas y braços, que Centurio ha dexado por los
bordeles.
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PUEBLO.- Vete, señor Albacín,
antes que llegue la iusticia.
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ALBACÍN.- Juro, por mi vida, más
me voy porque no me hallen en tal compañía que por lo
que me pueden achacar, que esto yo lo averiguaré por otro
camino. Y quedad, señores, a Dios, pues no me dexastes hazer
lo que quería.
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PUEBLO.- Con Él vayas, señor, que
mejor es assí. ¡Hideputa el rapaz!, aunque no tiene
barba yo os prometo que es hombre de barba, y que no le tomen la
capa. Y con esso, compadres, nos vamos a nuestras casas, pues todo
queda en paz y sossegado.
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Argumento de la XXXVIII Cena
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En que BARBANTESO
va a casa de CELESTINA a
reñir, y passan grandes cosas. Y
introdúzense:
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ELICIA,
CELESTINA, BARBANTESO.
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ELICIA.- Mala landre me mate, tía, si tu
primo Barbanteso no está aquí, a la puerta.
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CELESTINA.- Aguarda, hija, aguarda. Ya,
señor, ¿eres tú?
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BARBANTESO.- Mándame abrir, señora
prima, que quiero entrar allá.
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CELESTINA.- Toma, Elicia, esse candil y
alúmbrale, no caya el viejo pecador.
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ELICIA.- Entra, señor, y dacá la
mano, no cayas.
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CELESTINA.- ¿Qué buena venida es
ésta, señor, a tal ora?
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BARBANTESO.- Las buenas andadas, o malas por
dezir mejor, hazen las buenas venidas.
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CELESTINA.- ¿Qué quieres dezir por
esso? Y siéntate en este escaño.
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BARBANTESO.- Quiero dezir que hoy venida y cras
garrida; ayer viniste del otro mundo y hoy estás más
verde en éste que quando, sobre ochenta años a
cuestas, caminaste para el otro. Dizes que venías a hazer
penitencia de lo passado, y parésceme que hazes nuevo libro
de lo olvidado, para hazer ábito con lo presente en lo que
está por venir; ni las canas en la vida te avisaron de la
muerte, ni la vejez del cercano tiempo della para emendarte; ni en
la mocedad dexaste las hechas, ni la mayor edad con la espiriencia
te las quitó; ni la muerte te puso castigo, ni la
resurreción escarmiento. Que si buenas mañas en la
vida passada tuviste, ni con la muerte se acabaron, ni con el
castigo las olvidaste, ni con la resurreción las tienes
dexadas.
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CELESTINA.- ¿Qué diablo, pues, ha
agora el viejo clueco? Una vez en el año que viene a mi
casa, y éssa con daño. Por Dios, que eres gracioso,
¿y qué has tú visto en mi casa para dezir
tales dichos? Quando tú, con el deudo que comigo tienes,
dizes tales cosas, ¿qué harán los que mal me
quieren? Señor Barbanteso, aquí limpiamente bivimos y
de honestidad nos preciamos, con pobreza nos contentamos,
más queremos el poco interés de nuestros husos y
ruecas con honrra, que la abundancia de la riqueza con lo
contrario; entiende en tus duelos y en los de tus hijas y nietas, y
dexa los de mi casa y no harás poco, si no quieres pagar los
sueldos. Y si no lo sabes, sabe que en Roma está una higa
para quien da consejo a quien no lo pide. Cada uno mire cómo
bive en su casa y dexe las vidas agenas, pues que sabe más
el necio en su casa que el cuerdo en la agena. ¡Dios, que
esso es lo que acá estamos rezando!, lazerando y sufriendo
hambre y sed, cansancio y lazería, pobreza, malos
días y peores noches, trabajando como perras y velando como
grúas salteadas del sueño para sostener la honrra, y
que tras buen servicio, mal galardón. ¡Por Dios, que
me das la vida!
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BARBANTESO.- Más me das tú a
mí la muerte con tales cosas como las escarapelas desta
noche, que toda la cibdad está dellas llena, y quieres ser
tresquillada en concejo y que no lo sepan en tu casa. No para
mí, prima, no, que ya no tengo edad para guardar cabras.
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CELESTINA.- Ten cuydado de tus nietas, y pues no
lo tienes no vengas a donde no hay necessidad para dar consejo, que
acá no nos descuydamos en cuydado ageno. Bien libradas
estaríamos, por Dios, si pudiéssemos poner freno y
quitar las espuelas a quantos vellacos y rufianes haya en la
cibdad, para quitalles que hagan lo que tienen por officio.
¿Y qué culpa tenemos aquí nosotras de lo que a
dos locos se les antoja hazer, que nos la vienes agora con mucha
furia a poner, haziendo del muy honrrado? Mete, mete, primo, la
mano en tu seno, y por mi vida, que no la saques sin lepra, y
límpiate della y no harás poco, y dexa los duelos
ajenos; limpia, limpia tu barba y dexa de mirar si hay paja en las
ajenas. Mira tus hijas las mangas que hizieron, y no vendrás
a cercenar nuestras faldas, pues no hay qué cercenar; que
por mi vida, que al passar del vado, que no he menester que nadie
me venga a regacear, quel escarmiento me tiene bien avisada.
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BARBANTESO.- Mis hijas y mis nietas han dado de
sí, y dan, tal cuenta, que antes alcançan que son
alcançadas; y mira la viga en tu ojo y no quitarás la
mota del de mis hijas.
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CELESTINA.- ¿Mota? Por mi vida, si bien
miras, que no es mota, sino deshecha, para no deshazerse la hecha,
y aun que la nuve es tan grande que no sólo tiene cubierta
la niña del ojo de Francilla, tu nieta, mas al tuyo
alcança, pues no la vees; y tan cubierta la niña, que
siendo niña no vio cómo de niña se hizo
dueña, y aun no con el rey.
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BARBANTESO.- Esso fue, y es, un gran testimonio
y mentira.
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CELESTINA.- Pues si fue testimonio
también lo es el que tú nos levantas, porque quien
tiene tetas en seno, ya me tienes entendida; y cállate y
callemos, pues dondequiera que hay cevo no dexan de venir los
buytres; y guarde cada uno su buytrera, que assí haré
yo la mía.
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BARBANTESO.- Por cierto, prima, tú me
pagas bien el consejo.
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CELESTINA.- Primo, yo te prometo que no eres muy
primo en dallo a quien no te lo pide, que cada uno conoce de
sí el consejo que ha menester, si lo quiere tomar. Mas ya,
amigo, no vendas consejo que no se compra, sino lisonjas, pues tan
barato se venden y se compran, y usa de lo que se usa, pues no se
escusa.
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BARBANTESO.- No estoy en tiempo que me paresce
buen consejo ésse. Lo que me paresce es que sería
bueno que huviesse más honestidad en tu casa, y que no se
viniessen a registrar en ella las despensas de los clérigos
y cavalleros, y que sobre ello huviesse ruydos, deshonrrando tus
deudos.
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CELESTINA.- Las despensas mira tú si se
registran en tu casa y en tus hijas, que en la mía no
tenemos, ni se hallará, tal registro.
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ELICIA.- Mirá vos qué dichos y
qué lindezas aquéllas.
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BARBANTESO.- Aunque tuviesses, para moça,
más vergüença, no perderías nada.
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ELICIA.- Yo tengo la vergüença que
he menester, sin que la vaya a pedir prestada a Francila, tu nieta,
que no me han tomado a mí con ningún frayle
echacuervo, ni menos con ningún sacristán.
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BARBANTESO.- Mi nieta es tal que no la
merecéys vos descalçar; y calla y mete la lengua
donde sabes, si no, hazerte he yo que calles.
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ELICIA.- Mal año para vos.
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CELESTINA.- Calla tú, Elicia.
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ELICIA.- ¿Y por qué tengo de
callar?
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CELESTINA.- Porque lo mando yo que calles. Y
tú, primo, anda, anda con Dios a tu casa y dexa, por tu
vida, de entender en vidas ajenas.
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BARBANTESO.- Yo lo haré assí, pues
harta señal de muerte es quando el enfermo aborrece la salud
y no quiere obedecer al médico.
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CELESTINA.- Ya te tengo dicho que cada uno se
cure a sí y no hará poco.
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BARBANTESO.- Ora basta, que yo de Foción
ateniense aprendí a no ser juntamente amigo y lisonjero,
pues no se sufre en verdadera amistad encobrir la verdad al amigo
con lisonja; y pues tan poco aprovecha mi predicación, yo te
prometo que ésta sea la primera y la postrera
reprehensión.
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CELESTINA.- Con el tiempo se muda el tiempo y
todo lo que anda en él, y con él se han mudado las
leyes de Atenas en otras leyes, y la sabiduría es bivir
conforme al tiempo.
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BARBANTESO.- La sabiduría es de todos
aborrecida, pues los hombres no biven conforme a ser hombres, mas a
dexar de ser hombres por contentar a los hombres. Y con esto me
voy; y la merced que me havéys de hazer es que no
pongáys lengua en mi nieta, si queréys que hayamos la
fiesta en buena concordia y paz.
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ELICIA.- No la pongas tú en mí, y
no la pondré yo en ella.
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BARBANTESO.- Esto digo yo, y no es menester
aquí más.
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ELICIA.- Y esto respondo yo, y no será
aquí menester menos.
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CELESTINA.- Quien no quiere oýr, primo,
no diga, y si dixere, haga las orejas sordas a sus palabras locas;
y todos bivamos bien, que, en fin, la verdad no puede durar mucho
tiempo en opinión, y ella saca las cosas a luz de las
tinieblas de las malas lenguas.
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BARBANTESO.- Esso es lo que digo yo, que cada
uno en su casa sea buen juez y castigue sus vicios, si no quiere
que otros los castiguen por justicia o por infamia. Y con esto me
voy, y quedad a Dios.
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CELESTINA.- Y con Él vayas.
¿Vistes agora con qué se venía acá el
viejo clueco? No es para castigar las tramas de sus hijas y sus
nietas y viene acá a dar consejo a quien no se le pide. Y
dexemos ora de cuentos viejos y dacá, vámonos a
cenar, que en quanto biviéremos hemos de tomar el mundo con
estas condiciones, y pues todos los duelos con pan son buenos,
demos en los reliebes del pan y vino que quedaron de las rastras
del registro de las despensas que dezía el viejo bovo de mi
primo. Y darte he una lición que te valga más,
cierto, que la del viejo loco.
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ELICIA.- Siéntate tía.
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CELESTINA.- Pues el caso es que entre col y col,
lechuga; quiero dezir que ni seas con Barrada tan brava, ni seas
tan mansa que dañes la conversación y te tenga en
poco, sino que entre dos duras, una madura; hasta que le hayas dado
parte de ti entera no le des esperança del todo, para
sostenelle y alargalle la esperança, para ponelle más
deseo y acrescentalle más amor. Y el rato que estés
con él mosalle tanto amor que piense que sólo es
él en el mundo amado, y contino en sus offrecimientos
traelle a la memoria que obras son amores, que no buenas razones. Y
mira que no sienta que es fingido lo que le dizes, porque no sea
contigo, como dizen, a un traydor, dos alevosos; mas que seamos yo
y tigo con él al contrario, pues no me parece nada traydor,
y pues no lo es, sábele traer la mano por el çerro, y
echalle el albarda y cinchalle de manera que trayga a cargas el
bastimento para el real; y no dexes de contino avisarme de los que
passa, porque a nuevas necessidades, nuevos consejos; y bueno
será que lo tomemos para nos yr a reposar, que es hora.
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ELICIA.- Tía, déxame el cargo, que
como tus palabras no son locas, no serán mis orejas
sordas.
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Argumento de la XXXIX Cena
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PANDULPHO, corrido
de las palabras de FELIDES, acuerda de se yr y pedir
prestados diez ducados a CELESTINA; y ella, por buen estilo, le
negó que havía recebido los ducados y le hizo
entender lo contrario. Y él ydo, dize a ELICIA que no le entre allá el
paje del infante, pues dél no se puede sacar provecho; y
vase de case, y ELICIA
queda murmurando della. Y entrodúzense:
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PANDULPHO,
CELESTINA, ELICIA.
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PANDULPHO.- ¡O, gran mal es el que no
tiene remedio! Que yo por encobrir mi cobardía heme puesto
en trabajo que no tengo de poder llevar adelante, pues para
mí no son estas santidades; porque no hay peor mal de
encobrir que el de la yproquesía, porque no puede
forçarse tanto el natural de ser malo, que más no
procure descobrillo la verdadera naturaleza de ser tal. Assí
que yo he condenado mi fama de valiente hombre, y si más
aquí estoy condenaré la de buen christiano, por do me
pensava salvar de mi cobardía, que ni basta ya reýr y
burlar mi amo della, mas Sigeril tiene ya en tan poco mi persona
que burla de mí. No sé por qué pueda tener
tanta fuerça el temor de la muerte, que no devía
antes ser forçado con la fuerça del temor de la
honrra, pues si el temor primero amenaza con una muerte que
forçado ha de pagarse en algún tiempo, el de la fama
amenaza con cient mil muertes en la vida. Por cierto, grande es el
trabajo que pide la honrra para sostenerse, mas muy mayor es el de
bivir sin ella. ¡O, traydor de mí!, ¿no valiera
más aventurar anoche la vida con ventura de salir con ella,
aunque algo acaeciera, y ya que la perdiera pagara la deuda natural
con gloria de fama inmortal, que quitándola de tal ventura
ponerme a seguridad de infamia, para morir biviendo en la vida, y
morir quando muriere muriendo en la fama? Y si pudiera yo ser tal
qual es publicado, todo se remediava, porque el temor
salvávase con que no devemos temer los que matan los
cuerpos, mas al que condena las almas al fuego eterno; y tal fama
es con que en la memoria eterna ha de ser la del justo, y no
temerá oýr cosas malas, como yo, por no tener honrra
ni justificación para con Dios, las temo oýr cada
día; y agora veo que tiene razón el Evangelio de
dezir que los fuertes ganan la vida eterna, pues por pura flaqueza
no me esfuerço yo para poder servir a Dios. Assí que
me conviene para no sufrir tanta vergüença, pues
primero no miré que más es sufrir
vergüença contina que temor de una hora, que me vaya de
aquí, y para esto llevaré comigo a mi esposa Quincia.
Y quiérome yr primero por casa de Celestina, y pedille diez
doblas prestadas en virtud del amistad que a mi madre tuvo, para
ayuda al camino; esto me paresce bien, quiérolo poner por
obra, que no estaré aquí más por todo el
mundo, a passar tanta vergüença como hoy he passado.
Allá me voy, que no puede ser mejor consejo. Ta ta ta.
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CELESTINA.- ¿Quién está
aý?
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PANDULPHO.- Abre, madre, que yo soy.
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CELESTINA.- Válale el diablo, ¿y
qué querrá agora este rufianazo? Aun si por ventura
quiere pedir parte de mi ganancia, como Sempronio, quiérole
dezir que lo diga defuera, que estoy depriessa.
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PANDULPHO.- Madre señora, ¿no me
abres?
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CELESTINA.- Hijo, mi amor, yo tengo cierta
priessa; dy de aý lo que mandas, que desta ventana te
oyré.
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PANDULPHO.- Madre, ábreme, que en dos
palabras despacharé.
|
CELESTINA.- Ora, sus, yo quiero abrille, y si
algo fuere, yo preveniré al tiempo con la necessidad. Ora
entra, hijo, y di qué es lo que mandas, que, en mi
ánima, no te osava abrir, porque dos negras vezes que
aquí entraste ya vees lo que sucedió. Di en dos
palabras lo que quieres, no me torne a levantar aquella puerca otro
testimonio con que nos veamos en otra peor.
|
PANDULPHO.- Madre, por cierto, a quien
más dello pesó fuy yo. Mas, como dizen, la verdad es
hija de Dios, y ella limpia estas cosas con el tiempo, que luego
gasta lo que con verdad no se sostiene; y por tanto, dexando esto
aparte, madre, ya sabes que el amistad no niega lo que por
razón della está obligado, que es la vida a ponerse
por los amigos, y tras la vida los bienes quedan por acessorios,
porque en verdadera amistad los bienes han de ser comunes en las
necessidades; y como yo tengo de mi presupuesto poner la vida por
ti, y la hazienda si fuere menester, y porque dizen que no hay
coraçón engañado, como por el mío juzgo
yo para comigo el tuyo, vengo a socorrerme de ti en una gran
necessidad que tengo.
|
CELESTINA.- Algo es lo que yo digo, mas bien es
que no trae armas, y a palabras, palabras.
|
PANDULPHO.- ¿Qué dizes, madre?
|
CELESTINA.- Hijo, que acabes tu razón,
que después yo te responderé; y por cierto, que todo
lo que por ti pudiere hazer yo lo haré sin necessidad de
nuevos proferimientos.
|
PANDULPHO.- Madre, téngotelo en merced,
que esso me haze a mí atreverme a ti. Y para esto
sabrás que anoche mi amo me mandó yr con mis armas a
donde tú sabes.
|
CELESTINA.- ¿A dónde, hijo,
sé yo?
|
PANDULPHO.- Para comigo, madre, no hay para
qué encobrirte, que todo se me entiende.
|
CELESTINA.- Por tu vida, hijo, pues que yo no te
entiendo, ni sé por qué lo dizes.
|
PANDULPHO.- Ora, madre, que no haze esto mucho
al caso, passemos adelante; assí que, señora,
tomóme el diablo, que otro no fue a engañarme, y
púseme antenoche a jugar, y ganáronme ocho baras de
contray que para sayo y capa mi amo me havía dado, y el
espada y el broquel y una jaca de malla, y con toda mi desventura
fuy anoche, por complir con mi honrra, las tripas al ayre; y hemos
de yr esta noche, y como anoche no acaeció nada, no
quería que acaeciesse ésta, y ya ves qué tal
yría yo sin armas. Véngote a suplicar que me hagas
merced de prestarme diez doblas solas que para rescatar mis armas
son menester, que yo te prometo, como hidalgo, de te las pagar
antes de tres días.
|
CELESTINA.- Hijo, por cierto, que a mí me
pesa en el alma de tu desdicha; mas no es de maravillar, hijo, que
anoche perdiste y otro día ganarás, que todo lo deste
mundo carretillas son que corren; todo, hijo, es juego que no
permanece en un estado. En lo demás quisiera yo, hijo, con
la vida y con el alma tener, no para prestarte tan poca cosa, mas
para darte, no diez, mas veynte doblas, como lo solía ya yo
hazer, y lo hazía, con la malograda de tu madre; mas, mi fe,
hijo, mal pecado, en mi casa no hay un maravedí, que por tu
vida, que la priessa que te dixe, que no era sino para yr a buscar
prestado para comer, y Elicia anda por otra parte; que, mal pecado,
con mi ausencia hallé tal mi casa, que Dios sabe
quántas noches nos acostamos ayunas esta mochacha Elicia y
yo, y no osamos sino chiz, porque no lo sepa la tierra, por esta
honrra negra, hijo, porque más quiero que me tengan por rica
y mezquina que por pobre y liberal; que ya, mi fe, mi amor, el
mundo es tan malo, que no tienen ni estiman sino al que saben que
tiene. Mas a ti, hijo, como a mis entrañas digo yo mis
necessidades, porque sé que las mías son tuyas y las
tuyas son mías. ¡Cómo quisiera, y sabe Dios
cómo lo quisiera, tener con qué poder suplir essa
falta!, que por cierto, que si tú la sientes en el cuerpo,
que la siento yo en el alma; mas ya sabes que haze hombre lo que
puede y no lo que quiere, assí que lo que puedo es pesarme
de tu mal, y lo que quiero y no puedo es poder suplir tu
necessidad.
|
PANDULPHO.- ¡O, mala vieja avarienta, y
qué palabras tiene!
|
CELESTINA.- ¿Qué dizes, mi amor?
¿Pones duda en lo que digo? Pues como Dios es verdad y
nacimos para morir que no lo puedes pensar, que es assí como
lo digo. ¿Y quién ganara en esso, mi amor, más
que yo? Que tiempos son éstos que quando tenía los
andava a buscar, porque son tiempos donde, sin recebir afrenta,
pueden los amigos tomar de sus amigos, lo que sin tales
necessidades no se sufre, por la honrra, de tomar de sus yguales;
ya me tienes entendida, que sabio y discreto eres y todo se te
entiende, mal pecado.
|
PANDULPHO.- Madre, ¿y en qué
gastaste tan presto las cient doblas que te traxo ayer Sigeril?
|
CELESTINA.- ¿Qué cient doblas,
hijo?
|
PANDULPHO.- ¿Para qué te hazes
agora de nuevas? ¿Sigeril no te traxo cient doblas que te
dio Felides ayer?
|
CELESTINA.- Peor está que estava; aun
esso sería el diablo, si es assí, que me las embiasse
y no me las haver dado. Por cierto, no me has dexado gota de sangre
en el cuerpo; y si viene a mano sería para el casamiento de
mi sobrina Elicia, que me lo havía mandado, y dar me ha la
vida si fuese assí; y mal pecado, si viene a meno las ha
jugado, como tú las armas y lo demás.
|
PANDULPHO.- Ya, madre, ¿no te dixe que
para comigo no son menester doblezes? Dame prestadas solas diez
doblas, que, cierto, no es mucho que vendas tan barato el precio de
tus ofrecimientos.
|
CELESTINA.- ¡Ay, cuytada, hijo!, que no
sé responderte, que me tienes toda turbada, que nunca tales
doblas me dio, y pienso, como Dios es verdad, que las embió
tu amo. Aguarda, tomaré mi manto y vamos allá, y si
dixere en mis barbas que me las dio, estonces tú
tendrás razón.
|
PANDULPHO.- Madre, bueno es esso, para que
dixesse Sigeril, o Felides, que ando en parlerías. No cures
dessos complimientos para comigo si lo quieres hazer, si no, di que
no quieres.
|
CELESTINA.- ¡A osadas, y qué
complimientos! Anda allá, hijo, que más me va que
juramento. Déxame tomar mi manto, que, por los santos de
Dios, a Felides me voy derecha, veamos qué trama es
ésta y qué trampantojo; que, cierto, tú deves
dezir verdad, y el paje se ha callado con los dineros o los ha
jugado. Anda, anda allá, vamos a Felides.
|
PANDULPHO.- Por el cuerpo del mundo, que deve
ser verdad lo que ésta dize, que llora muy de veras, y
Sigeril devía de mentir o callarse con las doblas. Madre, no
cures por agora, suplícotelo, de yr allá, no diga
Felides que ando yo en estas cosas y sepa mi necessidad.
|
CELESTINA.- Antes es mejor, hijo, que él
la remediará con sabella. ¡Desventurada de mí,
y quando menos cient doblas! Andallá, andallá, que no
es cosa de dissimular, ¡por Dios, que sería buen
dissimular! Apártate, amor, y déxame cerrar mi puerta
y yr a entender en tan gran burla.
|
PANDULPHO.- Ora, madre, sosiégate, que
por burlar contigo lo dixe.
|
CELESTINA.- ¡Donosas burlas!
Déxame, hijo, que no es tiempo de matar abades.
|
PANDULPHO.- Por el cuerpo de mi vida, que te
digo de verdad que burlo, que por sosacar si mi amo te havía
dado algo lo dixe, que ni tengo necessidad ni hay para qué
pedir nada, que quise ver lo que tenía en ti.
|
CELESTINA.- Hijo, mi amor, nunca cures con tus
amigos de tales espiriencias, nunca burlando pongas veras en
amistad; porque ves aquí, si no fuera verdad lo que dixiste,
todo el mundo no te hiziera creer lo que yo te dezía, que
con el ánima que te dezía lo que te dixe, y con la
que yo te tengo, tal la tenga Dios para comigo. Ay traydor,
loquillo, ¿déssos eres? A osadas, que de hoy
más, que yo esté avisada para contigo; y aunque para
conmigo no se entiende lo que te quiero dezir, nunca, hijo, por
palabras de offrecimientos como las que te dixe la primera vez que
te vi, llegues al cabo el amistad, pues sabes que muchos son los
llamados y pocos los escogidos, amigos, digo, y no tomes de cada
uno más de lo que te da, ni le des más de lo que te
ofrece; a palabras, palabras, digo, pues que sabes que palabras y
plumas que las lleva el viento, y llevadas no hallarás
limpia tal parba más de la paja que el viento lleva, porque
quando, hijo, se ha de pedir, obras han de estar recebidas, y
estonces no te podrán dezir: ni pidas lo que negaste ni
niegues lo que pediste, como Séneca dize. Esto no lo digo
por mí, mas para que con otros no juzgues toda la
pieça del paño por la muestra, porque los
coraçones están muy lexos, hijo, de las palabras, y
quando sin mucha causa no se pide, házense dos afrentas, la
una rescibe el que pide de lo que le niegan, y la otra al que piden
de lo que no da, porque, sin buena seguridad, más quiere el
tal vergüença en cara que manzilla en
coraçón. Quanto más, hijo, que nunca vi buen
enxemplo deste prestar sin buena prenda, porque quien presta no
cobra, y si cobra, no tal, y si tal, enemigo mortal; assí
que, por esto, puesto caso que yo tuviera qué te prestar, si
no para dártelo como dixe, como lo hiziera, prestado,
créeme, que sin buena prenda no te lo prestara.
¿Sabes por qué? Porque más quiero de mi amigo
enojalle que no perdelle, y la razón es que con prenda
enójasse de pedilla, mas paga, y sin ella piérdese
por no pagar muchas vezes; y pues te tengo cobrado, no te tengo de
perder. Dígolo para quando sepas que tenga qué
prestar que no lo pidas sin buena prenda, que si te lo quisiere dar
yo lo daré; y quando tomares prestado tórnalo presto,
porque ya sabes que el buen pagador señor es de haver lo
ageno. Y con esto, hijo, te ve, que yo quiero yr a buscar lo que te
dixe, por no quedar hoy sin comer.
|
PANDULPHO.- Madre, yo te tengo en merced lo que
has dicho y te beso las manos, y queda con Dios.
|
CELESTINA.- Y con Él vayas, hijo.
¡Allá yrás rufianazo! Buena manera
trahýa el pelón para pedir prestado sobre la fe de la
hidalguía que su agüelo Mollejas ganó en el
blasón de las armas de los terrones que quebró con
grandíssimas hazañas en la batalla campal, con el
arado por lança y el açada por espada y la hachuela
por puñal. ¡Cómo pensava el asno necio de meter
pieça y sacar pieça! ¡Xo que te estrego, asna
coxa!, más havías de haver madrugado, a nacer, digo.
¡Guayas de Celestina, si a cabo de su vejez la havía
de engañar Pandulpho! Baxa acá, Elicia, y
sabrás lo que no sabes.
|
ELICIA.- Tía, desde acá lo he
oýdo.
|
CELESTINA.- Pues si lo oýste, no se diga
a sordas. Pues que enxemplo te doy, que hagas como yo he hecho,
pues que sabes que no es mayor el discípulo que el maestro.
¡Pensava que no havía más, sino llegar y pegar,
con sus manos lavadas y cara sin vergüença! ¡Como
si nos mamássemos acá el dedo! Ora, sus, yo me voy a
missa; y mira que aquel paje del infante no me entre en casa,
porque yo no como carne que no se pele, paral de la pluma funedar
los cabezales, ya me tienes entendida. Que no hemos de comer de
gentilezas, ni de cabellos peynados, ni de quien nos diga:
llámate mío y busca quien te dé a comer.
|
ELICIA.- ¡Ay, Jesús, madre, acaba
ya!, que ni quiero que entre, ni nunca Dios lo dexe entrar.
|
CELESTINA.- Enójate tú, hija, que
si muy enojada estuvieres desnuda la saya y dale de coçes,
que lo que yo mando hase de hazer en mi casa, que no he menester
tratos sin provecho. ¿Havemos de ser aquí el sastre
de Piedras Albas, que tengo de poner el hilo y el aguja de mi casa?
Y si no me has entendido, entiéndeme.
|
ELICIA.- Ay, tía, como si te encubriesse
yo cosa. Veamos, de las doblas que Crito me dio, ¿hete
demandado blanca?
|
CELESTINA.- Mas pidiéssesmela;
pardiós, hija, que no eres camaleón para pedir lo que
no das, que te sostienes de solo ayre, digo, como te conviene si
has de gozar del paje roxo; y a cabo de mil años que te doy
vestido, y calçado y de comer me çahieres dos negras
doblas empezinadas. ¡Guayas de las doblas y de la nada!, que
para vino son menester cada mes diez. Busca, busca hija, quien te
dé ropa y quien te calçe, y déxate de
gentilezas, que no hemos, en fin, de comer dellas. Y lo dicho,
dicho, y queda a Dios, y cierra tu puerta.
|
ELICIA.- Al diablo la vieja, que no se contenta
con quanto ha ganado comigo, sino que si tengo amor a uno no le
tengo de osar mirar. Toma, para tus ojos, que yo le hablaré
aunque te pese, que no tengo yo de estar a diente, como haca
gallega, con solo Barrada, que no es bueno según su edad
sino para tomar consejo. Que pardiós, que aunque tú
sepas más ruindad, que yo te haga mil trampantojos; y aunque
viniesse agora Tristán no me pesasse, como quedó
concertado el otro día, que de quanta ganancia yo te doy
algún plazer tengo yo de haver. Al diablo la vieja clueca,
que desque han gozado el mundo estas abucastas quieren las
moças muy castas, que todo su hecho ha de ser bever y comer.
Pues allá yrás, y mándote yo, doña
vieja, refonfonear, que con esta almoaça te tengo de
almoaçar.
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Argumento de la XXXX
Cena
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|
POLANDRIA dize a
PONCIA que es ora de yr al
concierto, y van, y venido FELIDES, conciértase el
casamiento de PONCIA con
SIGERIL; y apartados, goza
FELIDES de los amores de
POLANDRIA, y PONCIA no consiente en los de
SIGERIL hasta que se
velen, y ellos idos, queda PONCIA reprehendiendo a POLANDRIA haver dado parte de
sí a FELIDES hasta
casarse. Y conclúyese la comedia. Y
introdúzense:
|
|
POLANDRIA,
PONCIA, FELIDES, SIGERIL.
|
POLANDRIA.- Poncia, ora es ya que vamos al
jardín.
|
PONCIA.-
Señora, vamos passo, que a buen sueño
suelto duermen todos.
|
POLANDRIA.- Hermosa noche haze, y gloria es
estar debaxo de las sombras destos cipreses, a los frezcos ayres
que vienen regozijando las aguas marinas por encima de los
poderosos mares.
|
PONCIA.- Señora, ¿quál te
paresce mejor, esta música que dizes destos ayrezicos en las
hojas de los árboles, o la de la boz y cantar de
Felides?
|
POLANDRIA.- Ay, Poncia, la de Felides, tanto
quanto va, y no menos, de la mezcla de la razón que con las
consonancias viene mezclada, al regozijo que estos ayres
naturalmente hazen, sin ornamento de más razón de
aquélla que ellos guardan en su naturaleza; porque esta
música pone descanso al cuerpo y la otra al ánima,
porque goza el entendimiento de lo que se entiende en las palabras
que en los oýdos suenan.
|
PONCIA.- Señora, dexando aparte esta
música, ¿qué tacha tiene la de Celestina,
mezcladas las palabras con diferentes entendimientos? ¿Hay
instrumento en el mundo, ni manos de artífices puestas en
él, que tal melodía y diferencias haga como la lengua
de aquella vieja?
|
POLANDRIA.- Ora, ¿la passas por tan mala
vieja? Por cierto, que pienso que no tuvo Orpheo otra harpa
más que la lengua y saber desta vieja, y que por forma
poética fingen los poetas harpa por la lengua, porque
¿qué fuerça para ablandar las piedras
más duras, que son los coraçones, que la lengua?; que
con palabras blandas tiene la fuerça, en un ora, que el agua
blanda en mucho tiempo tiene para horadar las duras piedras. Pues
las aves, que son los pensamientos puestos en el cielo, ésta
los puede traer y abaxar a su son; pues abrir las puertas del
infierno, de suyo está que mudando los buenos pensamientos,
que las tienen cerradas, las abren dando lugar a vicios. ¡O,
quién tomara aquella vieja sin bastimientos y reparos para
defender la fortaleza de su bondad, que no la derrocara con el
artillería de su lengua! ¡Qué celadas pone!;
¡de qué ardides usa!; ¡qué reparos haze!;
¡de qué pertrechos trata!; ¡qué eschuchas
tiene!; ¡qué treguas pone!; ¡qué guerra
haze!; ¡de qué ahumadas usa! Por cierto, el humo de
mis narizes no havía hecho la menor almenara, quando ya
tenía el aviso para el socorro. ¡Cuytada de Melibea!,
que agora no le pongo tanta culpa, pues tal guerra tuvo.
|
PONCIA.- Señora, tú dizes verdad,
mas no de menos guerra fueron los mártires guerreados, y en
los escudos de la fe sufrieron mayores golpes, por donde
rescibieron la corona de mártyres y las vírgines de
continentes, como somos todas obligadas en la fe de nuestra
limpieza a resistir, no sólo el artillería de la
lengua de Celestina, mas martirio de la vida, para que el cuerpo
pague con lo que deve, que es la muerte, lo que más deve a
la fama y limpieza de la virtud del alma. Mas oye, señora,
que ya deve de venir Felides.
|
FELIDES.- Pon, Corniel, essa escala, y aguarda
como la otra noche. Sigeril, ¿no sabes?
|
SIGERIL.- Señor, por Nuestra
Dueña, que no sé de qué arte está essa
escala, que no me dexa salir.
|
FELIDES.- Dacá la mano, que la escala no
tiene culpa si tu ligereza no la tuviesse. Por cierto, más
suelto que un sapo eres. ¡O, hideputa el diablo, y qué
suelto que estás, si assí estás con
Poncia!
|
SIGERIL.- Pardiós, señor, el
espada me estorbava.
|
FELIDES.- Ora calla, que hablar oyo en el
jardín, mi señora deve de ser.
|
PONCIA.- Señora, ¿tú no
oyes qué armonía passa en subir mi requebrado?
|
POLANDRIA.- Ya lo oyo; y en todo hizo Dios
acabado a Felides, que aun hasta con sus criados tiene gracia. Y
callemos, que helo aquí donde llega.
|
FELIDES.- Mi señora Polandria, para tomar
la possessión de mi remedio ¿dasme licencia, pues me
niegas las manos como esposa, ya que como tal las diste, que
engaste en estos braços esse reliquario precioso de tu
hermoso cuerpo, donde está encerrado todo mi bien?
|
POLANDRIA.- Señor, yo recibo y quiero
pagar la deuda del amor que te tengo, en la misma moneda que de ti
la recibió.
|
FELIDES.- ¡O, mi señora!, con la
gloria del bien que en los braços tengo, estoy tan
enajenado, para más en ti estar convertido, que no me siento
para sentir el bien que tengo, tanto, que milagrosamente tengo
vida, teniendo más razón para tenella que hasta
aquí por estar ya con mi alma, de quien contino he sido
desamparado; y en la hermosura que agora veo, en ella conozco que
estoy en gloria, si no me desengañasse deste engaño
la falta que para gozar de entera gloria rescibo, con acordarme que
tengo de estar tan presto apartado del alma, y en mi posada con
sólo el cuerpo.
|
POLANDRIA.- Señor Felides, no sé
qué te responder, porque me parece que estoy hecha Sosia,
criado de Anfitreón, quando Mercurio le hizo entender que
era otro él; assí, yo soy otro tú, y pues
tú hablas como tal tú, yo no tengo qué
responder.
|
FELIDES.- ¡O, mi señora, tus
palabras atajan toda respuesta!
|
PONCIA.- Agora digo yo que pudiera dezir Quincia
que no entendía essas retóricas.
|
FELIDES.- ¿Ora passas, señora, por
el donayre de Pandulpho? Y más por el de agora, que de miedo
se ha hecho santo, por no venir comigo, y pienso que es ydo, que
desde esta mañana no paresce.
|
PONCIA.- Si esso es assí, que me maten si
Quincia no es yda con él, que desde esta mañana no
paresce.
|
FELIDES.- Sin duda es assí, que él
me dixo que se havían desposados; y porque no quede Sigeril
quexoso, yo quiero, señora Poncia, ser vuestro casamentero,
y suplir con mis bienes la falta de los suyos y la sobra de sus
males.
|
PONCIA.- Buena Celestina, señor, te has
tornado; bien dizen que quales romerías hazes, tales veneras
traes.
|
FELIDES.- No digas mal, señora, de quien
me pudo hazer tanto bien.
|
PONCIA.- No digo yo mal que no sea bien,
según lo poco que en lo mucho que ella tiene puede
dezir.
|
FELIDES.- Bien paresce, señora, que
hablas como libre de amor, que por su mal, si lo tuvieras, supieras
el bien de Celestina. No de balde se dize que mal ageno de pelo
cuelga; y pues assí tienes tú colgado el de Sigeril,
por la lástima que de mí pude haver para procurar mi
remedio, sacando lo que le devo, quiero, si mi señora
Polandria es servida y contenta, que con suplir yo vuestra
necessidad en lo que puedo le saques tú de la suya.
|
PONCIA.- Como yo no tenga sobre mí
más señorío del que la servidumbre que devo a
mi señora Polandria me deve poner, que es para gozar de la
gloria de ser suya, y por tal razón develle mi voluntad para
en todo hazer la suya, a ella doy la mano en todo.
|
POLANDRIA.- Pues tú me das la mano, yo la
doy a Sigeril junto con la mía, para complir contigo la
obligación que por tu amor y servicio te devo, para ayuda a
lo que mi señor Felides haze con él.
|
FELIDES.- Señora mía, yo recibo la
merced en nombre de Sigeril, y te beso por ella las manos, y a
él entrego la de Poncia por esposa; y tú,
¿otórgaslo assí?
|
PONCIA.- Sí otorgo, por el poder de mi
Señora recebido. Y en confirmación de las mercedes
tuyas y suyas recebidas, que tales personas no menos fuerça
por palabra pueden tener que con la seguridad con las obras se
recibe.
|
SIGERIL.- Pues yo, besando las manos de Felides,
mi señor, y de Polandria, mi señora, recibo la tuya
como de esposa, y como de esposo te doy la mía con la
primera palabra, que es que más precio de haver recibido el
precio de tu vertud para tu fama y mi gloria, que el precio que con
el de tu beldad recibo para mi remedio y contentamiento.
|
FELIDES.- Ora, pues, para que yo goze del
mío y tú del tuyo, tú te puedes yr donde de la
possessión de esposa puedas gozar, con guardar la propriedad
que a su vertud y tu comedimiento se deve.
|
PONCIA.- Señor, por mayor merced tengo la
que con tu mandamiento en mi honestidad rescibo que la que para
sostener la vida me quesiste hazer, porque de mayor grandeza es el
manjar que sostiene lo immortal, pues es de tal condición,
que lo que sostiene mortal con la misma condición, como lo
primero sea la fama, que nunca acaba, y lo segundo la vida, que ha
de acabar forçado; y con esto te dexo, con la libertad que
me embías.
|
FELIDES.- ¡O, mi señora,
quánto bien es el que tengo entre mis braços, y
quánta gloria recibo de gozar desta boca!, que aun el
pensamiento solía tener el comedimiento que se te
devía y que de tu valor me hizo dino que gozasse.
|
POLANDRIA.- Señor Felides,
suplícote yo que la licencia que el pensamiento te ha dado
como a mi esposo en lo que antes, como dizes, no osavas gozar, no
te ponga más licencia de la que has tomado; no reprehendas
en ti y en mí con obras lo que con las palabras a nuestros
criados encareciste por virtud.
|
FELIDES.- Mi señora, aquéllas son
cosas para dezirse y no para hazerse, no pienses que está en
mi mano dexar de poner mi desseo en la possessión de su
gloria.
|
POLANDRIA.- ¡O, señor, por Dios,
que estés quedo! Mira lo que hazes, no me pongas en
vergüença.
|
FELIDES.- Señora mía, no hay nadie
que nos vea.
|
POLANDRIA.- ¡Ay, Jesús,
señor!, ¿y quién más que yo lo puede
ver? ¿Y a quién deve nadie más
vergüença que a sí mismo? Quanto más que
lo vees tú.
|
FELIDES.- Señora, no hagas diferencia de
mí a ti, pues somos una cosa.
|
POLANDRIA.- No pensé yo que quedando
contigo tomaras tanta licencia y me hizieras tal afrenta; mas yo
tengo la culpa, por do merezco la pena, pues que en ningún
peligro se ha de poner ninguno en condición,
pudiéndolo assegurar. Yo di lugar, con dar la
ocasión, a tu atrevimiento, y pues tengo la culpa bien es
que sea con la pena castigada.
|
FELIDES.- Señora mía, no te vea yo
enojada, si no, con esta espada te daré la vengança
de mí.
|
POLANDRIA.- Señor, la vengança de
mí la tengo rescebida. Yo hize como loca donzella en ponerme
en tal lugar contigo, confiándome de lo que no deviera, y
tú has hecho lo que no devías a mi honestidad, aunque
lo devieras a tu atrevimiento, para tan presto tomar la
possessión de toda mi limpieza.
|
FELIDES.- ¡O, mi señora,
suplícote que me perdones!
|
POLANDRIA.- Ora, señor, que no hay
necessidad de pedir perdón en lo que con él no se
puede remediar, y esto es causa bastante para lo
alcançar.
|
SIGERIL.- Mi señora Poncia, bien parece
que puso Dios razón en todas las cosas, pues no quiso dexar
sin ella al amor que yo te tenía, para remediar la muerte
que sin duda, de otra suerte, no se podía escusar a tu
causa.
|
PONCIA.- Señor Sigeril, yo huelgo mucho
de haver sido tan a honrra mía essa deuda que dizes haverte
yo devido, y ruégote que te contentes con la licencia que tu
amo nos dio, y no te pongas en esso, que yo te prometo que es por
agora escusado; porque no sólo quiero la disculpa de ser tu
esposa para darte tanto favor, mas lo que devo a mi honestidad,
para con el tiempo y con el amor de larga conversación poner
alguna razón y desculpa a mi vergüença, lo que
en tan poco tiempo, ni en razón de verdadero amor se sufre,
ni en vergüença de honestidad se da licencia. No
porfíes, que no te ha de aprovechar sin mi voluntad querer
satisfazer la tuya; déxame, por Dios, que me traes muerta,
que maldita la cosa que te aprovecha, que yo te doy mi fe que hasta
que comigo te veles que es escusado.
|
SIGERIL.- Ora, señora, pues assí
quieres, hágase tu voluntad, pues en todo ha de ser la
mía la tuya.
|
PONCIA.- Esta es mi voluntad, y doyte mi fe, si
no la guardares, que no me ponga más donde puedas offenderme
hasta el tiempo que te tengo dicho. Por tanto, siéntate y
está quedo.
|
FELIDES.- ¡O, mi señora,
quán gran gloria de gozar de tanto bien rescibo! Sino que
con semejante ventura, sin haver en el mundo su ygual, estoy con el
sobresalto del rey Felipo, rey de Macedonia, quando en un
día le traxeron juntos tres correos tres grandes y alegres
nuevas: la una, que Olimpia, su muger, havía parido un hijo,
el qual fue Alexandre; la segunda fue que Parmineón, su
capitán general, havía vencido una insigne batalla;
la tercera, que un hijo suyo havía llevado la gloria en las
disputas en Rodas; que como tan grandes nuevas juntas oyesse,
alçando las manos, dixo: «¡O, fortuna,
suplícote que me pagues con pequeña aversidad»,
teniendo por cierto, según las naturales mudanças
desta vida, la aversidad tras tan gran prosperidad. Lo qual las
serenas no ynoran con el instinto, pues lloran con la calma y
cantan con las grandes tormentas, con cada cosa
conformándose con el tiempo, con la más cierta
naturaleza de su mudança, que es de no permanecer cosa desta
vida en un ser. Assí yo, gozando de la presente gloria,
ruego a Dios que me pague con pequeña adversidad la cierta
mudança de la prosperidad tan grande en que me veo; y pienso
que como a los que notifican la gloria del pontificado, para
templar la gloria de la nueva por el peligro que la vida recibe con
la alteración, como por exemplo del pontífice tenemos
que murió con la gloria de tal nueva, les queman las estopas
delante diziéndoles que assí se passa la gloria deste
mundo, que no se ensobervezcan, para morir con cosa que tan presto
han de dexar, assí la tal memoria me quema las estopas de la
brevedad de todo tiempo, por largo que sea, para gozar de tal
gloria, para que la vida se sostenga y no acabe con el gozo
demasiado a todo lo que con fuerças humanas se puede
sentir.
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POLANDRIA.- Señor Felides, bien es que
para que yo templasse la gloria con el peligro de la vida, como
dizes, se templasse con quemarme las estopas de haverme desposado
sin licencia de mis parientes, y no haver tomado tú de
mí la prenda que hasta ser velados no se permite en
verdadera honestidad de donzella; porque bien fuera que ya que el
amor desculpara el primer hierro, la honestidad quedara sin culpa,
reservada del segundo, para que pareciera que la virtud del
matrimonio por sólo nuestro contentamiento endereçado
al servicio de Dios nos havía juntado, y no para sólo
conformidad de ningún vicio.
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FELIDES.- Mi señora, no tienes en esso
mejor disculpa para comigo que la fuerça que yo conosco que
de mí en essa parte has rescebido, pues sabes que donde
fuerça hay, drecho se pierde; que para lo demás, el
secreto quedará por disculpa, con no se saber.
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POLANDRIA.- Señor, bien dizes, si essa
fuerça no diera yo lugar a ella, por ponerme en lugar donde
la pudiesse rescebir, porque no hay fuerça, en este caso que
disculpe las mugeres, quando la ocasión de su parte da lugar
a recebilla; porque si yo no diera ocasión a salir en tu
poder, no recibiera ninguna fuerça de tus manos. Mas de lo
malo, escoger lo mejor, y es que mañana embíes a
pedirme a mi madre en casamiento; y hay un gran bien para ello, y
es que yo supe hoy della que la manda que mi padre hizo, que
casasse con hombre que fuesse de mi linaje, no pudo perjudicar mi
mayorazgo, por quanto mis agüelos lo dexaron libre de la tal
restitución, y mi padre no pudo grabarme en lo que no fue,
ni podía ser, más parte que gozar del uso y fruto por
su vida. Assí que salvo esto, como lo está tu persona
y riqueza, demanda mi voluntad y la de mis parientes, y esto para
que nuestro gozo sea complido y sin sobresalto que se puede
saber.
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FELIDES.- Mi señora, mucho he holgado con
lo que dizes, para que se pueda hazer lo que mandas para tu
contentamiento, pues en él consiste el mío, y con
esta seguridad de gloria tendré más acrecentamiento
en la que en el presente gozo.
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POLANDRIA.- Ora, pues, señor, con este
acuerdo, dexa ya reposar mi honestidad, y quédense las
locuras y burlas para otro día, que hora es ya y tiempo que
te vayas, que ya el sol comiença a dar, con el muy gran
resplandor y claridad, testimonio de su cercana venida para nuestra
yda. Y llama tu criado, y despartamos el juego, que la pena que yo
en apartarme de ti siento me dize la que sentirás en
apartarte de mí.
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FELIDES.- Parésceme, señora, que
Poncia nos ha quitado dessos cuytados, que hela aquí donde
viene con muy gran priessa.
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PONCIA.- Señor, hora es que te vayas.
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FELIDES.- Señora Poncia, sepamos
quién tiene la culpa deste mal que nos hazes a mi
señora y a mí, ¿la mucha desemboltura tuya, o
la falta de la de tu esposo?
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PONCIA.- Mi honestidad a lo segundo pone la
razón del cuydado en lo primero; y déxate de burlas,
pues que en ellas, en essa parte, no te deve nada tu criado de lo
que mi señora deve a su criada.
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POLANDRIA.- En mal ora y en mal punto, Poncia,
tú digas esso. ¿Y qué has tú visto en
mí dessa deuda?
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PONCIA.- El mal de hablar tanto al señor
Felides, con el bien del callar de Sigeril. Porque agora veo que
tuvo razón un filósofo que dixo que nunca de callar
se havía arrepentido, y del hablar sí, muchas vezes;
como agora parece que el hablar de tu esposo ha puesto la sospecha
que las obras han negado a la vista, y por esto dize bien el
proverbio que al buen callar llaman Sancho.
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POLANDRIA.- ¿Para qué,
señor, dizes nada destos donayres?, que por te hazer a ti
desembuelto, has querido hazer a mí deshonesta.
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FELIDES.- Mi señora, yo estoy burlando
por atravesar con la gracia de Poncia y por dar ocasión a
dilatar una Ave María, como quien quiere quitarme las
escaleras y dexarme ahorcado, pues no menos es apartarme de ti; y
pues Poncia es el verdugo, razón es de pagalle sus drechos,
que son los vestidos el muerto, que soy yo, por lo qual le mando
seys pieças de seda de colores para el día que se
desposare público, que si yo puedo será antes de ocho
días; y la vieja Celestina quiero que concierte lo acordado
de nuestro casamiento, para aprobación de su mala
estimación.
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PONCIA.- Señor, dessa manera, cada
día entiendo de quitarte las escalas, pues tan buenos
derechos tengo de tal officio.
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FELIDES.- No, que ya muerto el hombre no puede
tornar a morir.
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PONCIA.- Pues Celestina, según esso,
¿no tornará a morir?
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FELIDES.- Sea secreto, y deziros he una cosa que
es espanto de la oýr.
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POLANDRIA.- Di señor, que sí
será.
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FELIDES.- Pues sabé que una persona
honrrada, y quien a Celestina es en gran cargo, la tuvo escondida
todo el tiempo que se dixo que era muerta; y ella con sus echizos
hizo parescer todo lo passado para se vengar de los criados de
Calisto, porque le querían tomar lo que su amo le
havía dado, y hizo con sus encantamientos parecer que era
muerta, y agora fingió haver resucistado. Y ésta es
la verdad, que lo de Júpiter y Venus todo es burla, como
ellos son dioses de burlas. Y sea en gran secreto, porque el
Arcediano viejo me lo dixo, que con esto le quiso pagar muchas
deudas de quando era moço que desta buena muger havía
rescebido, assí de su persona de quando era moça, que
tuvo amores con él, como de tercera, y después que ya
ella estava más para pagar los cañibetes que para los
poder rescebir, si no es por corredera de lonja, como haya salido
tan buena maestra; y sea muy secreto, porque correría gran
peligro la buena dueña con la justicia si se supiese.
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POLANDRIA.- ¡Jesús, Jesús!
Agora me libre Dios del diablo de tal cosa y de tal ruindad de
vieja. ¿Que es possible?
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FELIDES.- Es assí, sin duda ninguna. Y lo
dicho, en confisión.
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POLANDRIA.- Pierde cuydado, señor.
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PONCIA.- ¡Válala el diablo! Y aun
con esso no quiere ella dezir nada del otro mundo ni de todo lo que
vio en él.
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POLANDRIA.- ¿Cómo diablos
dirá lo que no vio? Ora cree que es el diablo, y no otro.
Ay, por Dios, señor, no la metas en que sea nuestra
casamentera, para que pues Dios nos ha ajuntado no nos pueda el
diablo apartar.
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FELIDES.- Señora, ¿y no sabes un
proverbio que dize que lo que de Dios está, el diablo lo
acarrea? Déxala, que, si de Dios está, ésta lo
acarreará más aýna que otra persona del
mundo.
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PONCIA.- Ora, sus, señor, tú te ve
y nosotras nos yremos, y acaba ya de tanto besar.
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FELIDES.- Señora mía, Dios quede
contigo; y contigo, Poncia.
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POLANDRIA.- Y vaya contigo, señor.
¡Ay, Poncia!, ¿para qué me dexavas sola? Que
por mi vida, que he salido por mis fuerças del peligro en
que me dexaste.
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PONCIA.- Buen dissimular es ésse,
señora.
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POLANDRIA.- ¿Qué, piensas que
burlo? Por tu vida, que te digo verdad.
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PONCIA.- Jura por la tuya, señora, que
por la mía que no me tomes acá más hasta que
se concierten los casamientos.
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POLANDRIA.- ¿Cómo es esso?
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PONCIA.- Cómo o cómo no, que no
quiero ponerme yo a ser el ángel con Jacob toda la
noche.
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POLANDRIA.- ¿Quieres dezir que has
luchado con tu esposo toda la noche?
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PONCIA.- Esso digo, que no quiero ponerme en
más afrentas.
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POLANDRIA.- Veamos, ¿y él no es tu
esposo?
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PONCIA.- Esso me parece mal, señora, pues
ya buscas escusas para desculparte. ¡Oy cómo me parece
que quieres complir el proverbio que dize que mal de muchos, gozo
es!
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POLANDRIA.- A buena fe, que eres maliciosa.
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PONCIA.- Lo que con los ojos veo, con el dedo lo
adevino.
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POLANDRIA.- Y di, ¿viste algo, por tu
vida?
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PONCIA.- Vi lo que no verás de mí
tú, ni aun mi esposo, tan presto.
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POLANDRIA.- ¡Ay desventurada, y qué
vergüença he! ¡No tengo de osar en mi vida mirar
a Sigeril! ¿Y tal cosa vio?
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PONCIA.- En mal punto, señora, y
qué mala eres para haver hecho alguna travessura, que tan
presto confiessas. Pocos tormentos sufrirías de los que esta
noche yo he sufrido, pues sin ellos dizes la verdad.
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POLANDRIA.- Anda, en mal ora, que no viste
nada.
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PONCIA.- No, por tu vida, sino que adrede, por
sosacarte, lo dixe.
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POLANDRIA.- Nunca medres tú, que tal
vergüença me hiziste passar con dezir que havías
visto lo que hize.
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PONCIA.- Y tú, señora,
¿para qué hazes cosa que no quieres que se sepa, pues
sabes que no hay cosa encubierta que no se descubra? No fíes
de tu vergüença lo que de otro no fiaras, porque
desvergonçarse los hombres a sí mismos vienen a
perder la vergüença con otros. Nunca hagas exercicio en
cosa que no quieres hazer ábito, porque la costumbre haze
hazer lo que, hecho con ella, no se puede deshazer. ¿De
quién temes más la ofensa que de ti misma? Pues si
tú te hazes offensa, con la misma razón te obligas a
recebilla de otros. La honrra, señora, aunque quieren los
sabios que esté en los que honrran, más que no en el
honrrado, créeme que no la harían, si la causa de
hazella no saliesse de los efetos de virtud que en el honrrado
veen; los hombres siempre se traten a sí mismos como
querrían que los tratassen, porque ¿quién
más deve a sí, que el hombre se deve a sí
mismo? Pues no es razón que espere yo de otros pagar de
deuda que yo mismo, deviéndola, no la pago. Con la virtud se
hazen los hombres sin deuda, y a todos hazen deudores de su virtud;
con la virtud se hazen los hombres esentos de las leyes, y por
falta de virtud se sujetan a las leyes y punición, por la
fealdad del delito de trapassar la virtud; por la virtud
está todo hombre obligado a sacrificar la vida para
conservar la fama; pues si assí es, ¡quánto feo
parecerá al vicio sacrificar la honestidad y virtud con la
fama! Dígolo porque no hay ninguna escusa en lo que se deve
excusar, que, aunque Felides es tu esposo, descusar se deviera la
honestidad hasta el lugar que lo permiten Dios y los hombres;
porque de hazello tú assí te estimarás a ti en
más y tu esposo no te estimará en menos, y con estas
dos estimas tú quedarás en la obligación de la
estimación que te devías para que todos te la
pagassen. El remedio desto principal es que Dios no se
ofendió, y tu ofensa callaremos, y pues tiene diculpa la
culpa se deminuye, aunque no sin culpa, pues recibe disculpa. Mas,
con el gozo del desposorio que esperamos, y con la seguridad del
que presente tenemos, y con el contentamiento de hallar maridos a
nuestra voluntad, y con el gozo que de haver salido a nuestra
honrra nos deve quedar, y con la gloria de también haver
vencido al amor, y con la clemencia que guardando nuestra honrra
hemos usado sobre el vencimiento, y con la gloria de haver
conservado el previlegio de nuestra limpieza por la fama, y con las
gracias a Dios que por todo le devemos y por lo que está por
venir nos tiene obligadas, pues cosa sin Él que cosa sea no
se haze, como sin Él nada podemos hazer, nos vamos acostar
para dar reposo a la vida que assí nos ha sustenido en
honrra, para por medio de su virtud conseguir el fin que esperamos,
para salir de tal fin al principio de la vida que no lo
tenemos.
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El libro presente, agradable a todas las estrañas naciones,
fue en esta ínclita ciudad de Venecia reimpresso por maestro
Estephano da Sabio, impressor de libros griegos, latinos y
españoles, muy corregidos con otras diversas obras y libros.
Lo acabó este año del Señor del 1536, a
días diez de junio, reindando el ínclito y
sereníssimo Príncipe miscer Andrea Griti, Duque
claríssimo.