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ArribaAbajoArgumento de la XV Cena

 

SIGERIL dize a FELIDES si havía visto acechar a su señora, y passan sobre esto muchas razones; y viene PANDULPHO y dale la respuesta de CELESTINA, y acuerda de yr FELIDES essa noche a ella. Y entrodúzense:

 
 

SIGERIL, FELIDES, PANDULPHO.

 

SIGERIL.-  Señor, ¿viste quando passávamos estar acechando a la señora Polandria y a su donzella, Poncia?

FELIDES.-  Sí vi, mas ¿por qué lo dizes?

SIGERIL.-  Dígolo porque nunca medre yo si ella no deve haver leýdo la carta, y aun mala pascua me dé Dios si no están ya dentro en el juego.

FELIDES.-  Tú por tu coraçón juzgas los agenos.

SIGERIL.-  Y tú, señor, ¿no viste la risa que tenían?, que, por Nuestra Dueña, acá se oýa.

FELIDES.-  ¿Pues qué fundas tú desso? ¿No puede ser que burlavan de nosotros, lo qual yo tengo por más cierto?

SIGERIL.-  Y cómo, señor, ¿tú no conosces condición de mugeres, que con quien burlan público, gozan secreto?

FELIDES.-  Essas serán de las damas con quien puedes tú tratar, mas no las tales como mi señora, que aun essa merced de burlar de mí pienso que no me querría hazer, porque sobra a mi merecer por ser de su mano.

SIGERIL.-  No sé, por Dios, señor, para qué buscas remedio en lo que tú lo aboreces con tus desconfianças; con mal estava el mundo, si otras con quien ella puede bivir no han alcançado otros que pueden bivir contigo.

FELIDES.-  Calla, ya, necio, que no dirás palabra que no la conviertas en necedad. ¿Y hay en el mundo quien merezca servir a Polandria? Quanto más servir ella a otra.

SIGERIL.-  ¿Y cómo, señor, luego en el mundo no hay reynas, ni princessas, ni otras señoras de gran estado?

FELIDES.-  ¡Cómo eras necio! Simple, ¿quál es más, me di, posseer estado o merecimiento de tener estado? ¿Sabes quánto vade lo uno a lo otro?, ¿o de tener estado que se lo da Dios, seguro de acaecimiento, o el que ponen los hombres, sujeto a todos acaecimientos? Esta es, y no otra, la differencia de la grandeza de mi señora a la de esas reynas y princessas que dizes. ¿Qué va del merecimiento de Medea al de Penélope?; ¿que no era reyna, me di? ¿Ni del de la emperatriz Mesalina al de Lucrecia? Y por estos estados conoscerás que no le falta a mi señora, en el mayor de sus virtudes, el que se le devía de grandeza. ¿No sabes, necio, que dize el proverbio que quien quisiere bien, que no lo merezca? Ándate aý tras tus dineros, que sin persona son un poco de tierra.

SIGERIL.-  Pues yo te prometo, señor, que la mayor esperiencia que yo tengo para minar la fortaleza de Polandria que son ellos, y el tiempo te doy por testigo. Mas he aquí donde viene Pandulpho, éntrate en tu cámara y veremos qué dize aquella santa dueña de Celestina.

FELIDES.-  ¿Pues qué tenemos, Pandulpho?

PANDULPHO.-  Señor, yo fui a aquella vieja honrrada de Celestina; dexadas razones aparte, ella se muestra tan santa quanto para encobrir mejor la red es menester. Todas sus palabras son de Dios y endereçadas a Dios, y para sólo consolar tu mal, si no es de amores, ella dize que verná a un devoto monasterio a te hablar, en haziendo manto, que no lo tiene, o embiándoselo tú prestado a nunca pagar.

FELIDES.-  ¿Cómo es esso?

PANDULPHO.-  Que quiere manto para la vista del processo.

FELIDES.-  Esso es lo de menos que yo le daré, si ella me da remedio. Mas ¿tú no dizes que no quiere entender en amores?

PANDULPHO.-  Señor, ¿tú no me entiendes? Si yo no la entendiera mejor a ella, mejor librada quedara su santidad para conmigo que mi saber para contigo; y pues ella por buen estilo pide manto, harta señal de dar es recebir, porque esta santa madre nunca metió aguja sin sacar reja.

FELIDES.-  Pues por esso no quede. Corta luego, Sigeril, quatro varas de contrayr de aquella pieça que me traxeron de la feria, y dalas a Pandulpho que se las lleve, y a él otras ocho varas para saya y capa que le mandé.

SIGERIL.-  A tres tales aguijones, no quedará cera en el oýdo.

FELIDES.-  ¿Qué vas rezando, qué dizes?

SIGERIL.-  Señor, digo que ¿no sabes que a dineros pagados, braços quebrados? Que mejor fuera, pues ella no puede salir, que fueras tú allá esta noche, para que, si no quiere entender en amores, el manto te havrás ahorrado.

FELIDES.-  No dize mal este necio; hágase assí y da su paño a Pandulpho; y vaya a la fuente a saber de Quincia lo hecho.

SIGERIL.-  Señor, suplícote, pues sabes quel amor no tiene consejo, que nunca te pese de recebirlo de quien te dessea servir, que en estos casos, créeme, que de los escarmentados se hazen los arteros.

FELIDES.-  Dentro está ya Sigeril en la sabiduría. ¡Hideputa, qué de damas he alcançado, y quánta edad tiene para ser artero, con tales escarmientos y espiriencias!

SIGERIL.-  Señor, si yo no las tengo, aý está Pandulpho que ha tratado toda su vida con mugeres y las conoce.

FELIDES.-  Hi, hi, hi. Por Dios, gentil aviso sabe de las damas de la mancebía, para las que yo tengo de servir. ¡Uno es el juego para sacallo por las trechas del burdel!

SIGERIL.-  Pues yo te prometo, señor, si has de jugar con Celestina, que te conviene jugar de las trechas del burdel, y aun a casa llena, según a mí me va paresciendo, porque sus trechas no las sacó ella del palacio de los reyes, sino de la esperiencia de los burdeles. Quando estés con Polandria, hablarle has como a Polandria, mas quando con Celestina, háblale, señor, con nombre de madre, y como a madre de putas, digo, y con más doblezes en el hablar que llevas en la ropa, porque no viene ella aforada de menos armas, y créeme, señor, que en lo que ella te dixere, que puedes bien pensar que no es todo vero lo que canta el pandero; ve bien apercibido y serás medio combatido, que yo te prometo que si no te sabes con ella sostener, que a tres días no te dexe cera en el oýdo. A las cosas de burlas, señor, assí han de yr los hombres, salteados a ellas, que no les salgan de veras. Los corredores descubren las celadas, el tocar al arma pone cuydado en los exércitos, las espías dan aviso de las celadas, debaxo de la buena razón se ha de temer el engaño. Assí que, señor, tú mejor sabes estas cosas que no yo; mas ya sabes que el amor que lo pintan ciego, ¿por qué, si piensas?, porque no vee; pues si no vee, bueno es un moço de ciego como yo, que sabe dónde tropieça, y un perro viejo como Pandulpho, que te sabrá guiar a pedir limosna en casa de Celestina, sin que estrompieces delante su casa. Y con esto concluyo, que del amigo se ha de tomar el primero consejo, quanto más del servidor como yo. Oye, señor, que más vale dexar el consejo, si tal no fuere, después de havello oýdo, que no por falta de no lo querer oýr por ventura carecer de consejo, pudiendo ser tal, y procurar con consejo siempre desculpar el acaecimiento, y no que el acaecimiento te ponga la culpa por haver aborrecido el consejo.

FELIDES.-  Basta, que por buen estilo me has querido llamar ciego. Yo te agradezco tus palabras y assí lo pienso hazer. Y dame aquella vihuela en quanto viene Pandulpho.

SIGERIL.-  Señor, los sabios antiguos te pusieron el nombre quando te batizaste, con lágrimas tomaste nombre de amador, que yo no te lo pongo. E la vihuela, hela aquí, y quiero yr a mandar dar de comer a aquel açor, que con estos amores todos tenemos poco cuydado.

FELIDES.-  Pues hazió assí, porque no diga por vosotros que el harto, del ayuno no tiene cuydado ninguno.



ArribaAbajoArgumento de la XVI Cena

 

PANDULPHO va a saver de QUINCIA lo que hizo sobre la carta de FELIDES, y él y ella burlan de las razones della; y él va muy alegre con su recaudo a contallo a FELIDES. Y introdúzense:

 
 

PANDULPHO, QUINCIA.

 

PANDULPHO.-  Deste juego, ya, Pandulpho, tú llevas lo mejor, anoche de gozar de tan gentil moça como Quincia, y hoy capa y sayo de contray. Quien agora te diesse un papirote en las narizes ¿qué sería?; no creo en tal, si yo querría ser él. El coraçón, de plazer, no me cabe en el cuerpo. Voto a la casa sancha, que aún tengo de mudar el pelo malo con estos amores, que mi amo es liberal y está caýdo en el lazo, y no ha de doler ni estimar el gasto; y bien dize el proverbio que con lo que Juan adolece, Sancho y Domingo sanan, assí que mi amo doliente, y más que Juan en sus amores, con lo que él adolece sana a Sancho y Domingo, que somos yo y Celestina; que yo voto a diez, que antes que ella saque las manos de la massa, que ella dé de heñir a mi amo; mas a mí qué me pena, que a rýo buelto, ganancia de pescadores. Ya me paresce que asoma Quincia con su cántaro, quiérome llegar a ella, que quiçá traerá tal nueva que me valga más que la de esta mañana, y si no truxiere yo la sabré ordenar, porque quien quisiere mentir, alarge los testigos, como yo los alargaré probando con Quincia y con Poncia, donde será escusado saber dellas la verdad.

QUINCIA.-  ¡Ay desventurada!, que a Pandulpho veo y quiérome morir de vergüença de lo que con él anoche passé. ¡Ay Jesús, y qué saltos me da el coraçón! Pardiós, que estoy por me bolver sin agua. ¡Ay desventurada!, que allega cerca y no puedo huylle.

PANDULPHO.-  Señora de mi alma, ya no podía sufrir el desseo de te ver, que, por Nuestra Dueña, mil años se me han hecho desta noche acá. ¿Y por qué no me hablas, amores míos? Peor está que estava. Si te han dicho algo para te meter mal comigo o te ha acaecido algún desastre por mi causa háblame, mi ángel, que me tienes todo alterado; y si alguno te ha enojada dímelo, que yo te voto a la cruz de Caravaca que pueden doblar por él.

QUINCIA.-  ¡Ay, señor mío, no me hables, por tu vida!

PANDULPHO.-  ¿Y por qué, mi ángel, no te tengo de hablar?

QUINCIA.-  Porque, por mi vida y tuya, que me muero de vergüença de ti.

PANDULPHO.-  ¡O despecho de la condición!, ¿y de qué has vergüença? Juro a la casa de Meca que me tenías alterado, mas yo te quitaré presto essa vergüença; mas también huelgo, porque yo querría las mugeres en la calle muy vergonçosas, y a mí al contrario en lo secreto, y assí me vas tú pareciendo, porque en todo te hizo Dios a mi condición. Mi yda, señora de mis entrañas, será para esta noche; por tanto, aguárdame.

QUINCIA.-  Mejor viva yo que en mi vida más te hable.

PANDULPHO.-  ¡O despecho de la vida!, ¿y cómo es esso, amores míos?

QUINCIA.-  ¡Ay Jesús, señor, que me muero de miedo de ti! Pardiós, tal trato me diste tú esta noche para tornarte a hablar.

PANDULPHO.-  No, que ya no te tengo de enojar más que a mis ojos. ¿No sabes tú que los principios de las cosas todas son difíciles, mas con la costumbre házese otra naturaleza?

QUINCIA.-  Otra vez me puedes engañar; y por tanto ve quando mandares, que ya sabes que soy tuya.

PANDULPHO.-  Yo, mi coraçón, tuyo más que mío. Mas, dexado esto por asentado por esta noche, ¿qué recado tenemos en lo de la carta?

QUINCIA.-  Muy bueno.

PANDULPHO.-  ¿Bueno, dizes, por mi vida?, pues yo te mando unos chapines.

QUINCIA.-  Yo te diré qué tal, que esta mañana quando passó por nuestra puerta Felides, violo Poncia y llamó a mi señora Polandria y a mí; y aun harto me pesó a mí que no te vi allí, que por mi vida, que tenía ya desseo de te ver.

PANDULPHO.-  Téngotelo a merced, que no bives engañada, mis ojos.

QUINCIA.-  Assí que començaron a burlar de tu amo y de su paje, de quán resquebrajados ivan y quán envelesados, especial tu amo, que parecía que se le quería caer la bava de enamorado.

PANDULPHO.-  Pese a tal con este bovo, que harto se lo tengo yo avisado, que dexe essos envelesamientos y estas elevaciones, que aborrecen a todo el mundo.

QUINCIA.-  Assí que, señor, yo comenzé a dezir que tú también andavas muy enamorado, y allí burlamos de todos tres, passando mil donayres, que Poncia y Polandria son muy donosas y tienen gracia en quanto dizen.

PANDULPHO.-  Es la mejor cosa que nunca vi; yo te prometo que no dexassen de burlar de las filosofías de mi amo, y del palacio del badajo de su paje, que presume de muy sabio.

QUINCIA.-  Y passando más adelante en burla y donayres, yo dixe lo que teníamos concertado de la carta, y hizo muchas bravezas Polandria porque no la havía rasgado, y yo dixe que sí havía, y aquí dixo Poncia que no me tenía ella por tan necia que tal huviesse hecho hasta ver lo que dezía.

PANDULPHO.-  ¡O qué gracia de donzella!; voto a tal, que no es necia la señora.

QUINCIA.-  Y por mi fe, con lo que Poncia me dixo saqué la carta, y Polandria quisiera luego rasgalla.

PANDULPHO.-  ¡O Santo Dios, qué gran bondad! Pues por Nuestro Señor, que ella se amanse, que otras tan bravas he yo ya visto.

QUINCIA.-  Y mi fe, señor, Poncia no lo consintió hasta que la leyese.

PANDULPHO.-  ¡O calla!, que me matas de amores con el saber y gracia dessa donzella.

QUINCIA.-  Mi fe, hermano mío, la señora Polandria vino en que se leyese, y tomónos juramento a Poncia y a mí que no lo dixéssemos, y mandóme cerrar la puerta para la leer.

PANDULPHO.-  No me medre Dios si esso no va bueno. Pues passa adelante, amores míos, que yo te absuelvo desse juramento, porque juramento en perjuizio de parte no se ha de complir, ni se puede ni deve hazer.

QUINCIA.-  ¿Qué perjuyzio?

PANDULPHO.-  ¡O, pese a la vida!, ¿y qué mayor perjuyzio que el que mi amo de no lo saber recibiría, y el que yo de perder las albricias que me tiene mandadas?

QUINCIA.-  ¡Andate aý a dezir donayres!

PANDULPHO.-  ¿Tú piensas que burlo? Boto a la casa sancha que sería gran cargo de consciencia no dezir lo que passó.

QUINCIA.-  ¿Dízeslo de verdad?

PANDULPHO.-  Dígolo tan de verdad que el Papa sólo fuesse parte para te poder absolver, si lo encubriesses en tan notable perjuyzio de mi amo y mío.

QUINCIA.-  Pues has de saber, señor, que Poncia la començó a leer y, mi fe, no acertava; y mi señora la tomó de sus manos y, diziendo que alçasse la mano y me santiguasse, no lo supiesse la tierra, la leyó; mas maldita sea yo de Dios si pienso que palabra dello entendieron, tan poco como yo la entendí; aunque Poncia, por hazerse la sabia, dezía que era muy sentida, mas Polandria dixo que yo tenía razón, porque dixe que no entendía las retólicas que allí venían.

PANDULPHO.-  ¡O, maldito sea hombre tan necio; encomiendo al diablo sus filosofías y sus comparaciones!; que le tengo avisado al asno mil vezes que dé a Dios estas retólicas, que no las entienden las mugeres y antes las aborrecen, y no haze sino porfiar con sus badajadas. Ora, pues, ¿en qué paró?

QUINCIA.-  En que, por mi vida, que no le pesa a Polandria, que no lo pudo encobrir, que yo lo sentía, aunque dissimulava. Y en esto tornó a passar Felides y tornó a la burla de los requebrados, y dio tu amo un gran sospiro.

PANDULPHO.-  ¡A, válame Dios! Todo quedaría por él con esse sospiro. Mas en fin, ¿qué me dizes, amores, que la carta la leyó Polandria?

QUINCIA.-  ¿Cómo que la leyó?, y aun dos vezes; porque le dixo Poncia que ya que la leýa que la leyesse con la solenidad de congoxa y sospiros que se requerían, y Polandria lo quiso hazer assí, que ver la gracia con que ella lo contrahazía, a todos nos hazía dar mil larcadas de risa.

PANDULPHO.-  ¡O, graciosa Poncia y sabia Polandria! Voto a la fe de los moros que todo esso era burlar de los envelesamientos y escuridades de mi amo. Por tu vida, que pienso que ha de estar con ella y no ha de ser para más de para filosophar, encareciendo sus penas con comparaciones que ni tengan provecho a Dios ni al mundo. Ora ello está mejor que lo podemos pedir a Dios; yo voy a demandar las albricias, y los ángeles queden contigo. Y lo dicho, dicho, para esta noche.

QUINCIA.-  Y contigo vaya, señor.



ArribaAbajoArgumento de la XVII Cena

 

SIGERIL dize a FELIDES que viene PANDULPHO, y, después que le ha dicho lo que QUINCIA havía hecho, van a casa de CELESTINA y háblanla, y queda acordado que CELESTINA vaya a casa de PALTRANA. Y eintrodúzense:

 
 

SIGERIL, FELIDES, PANDULPHO, CELESTINA, ELICIA.

 

SIGERIL.-  Señor, Pandulpho viene, y paréceme que viene alegre.

FELIDES.-  Él venga en hora buena. Pues Pandulpho, ¿con qué venimos?

PANDULPHO.-  Señor, con más de lo que se puede pensar.

FELIDES.-  ¿Cómo esso?

PANDULPHO.-  Es, señor, que Polandria leyó tu carta dos vezes, y no quieras, tras esto, saber mejor nueva para la primera vez.

FELIDES.-  En gran cargo te soy, Pandulpho, ¿cómo te puedo yo pagar tanto quanto por mí has hecho?

PANDULPHO.-  Señor, ya tú me tienes pagado con las mercedes recebidas, y yo lo estoy de mí, en averte hecho algún servicio. Mas mira, señor, perdóname, que te lo quiero dezir, que tú como eres tan sabio no quieres tomar consejo y rýeste de lo que hombre te dize. Cata, señor, que ninguno que pelea vee tanto como los que miran, que no hay quien sepa en sus cosas propias como en las agenas, que más veen cuatro ojos que no dos, y lo que vota la mayor parte del senado esso se haze, porque presumen las leyes que aquello es lo mejor, y comúnmente se acierta más por parecer de muchos que por el de uno.

FELIDES.-  No quiere esso el que dize que adonde está la muchedumbre, aý está la confusión. Mas ¿por qué dizes esso?

PANDULPHO.-  Esa confusión has de entender, señor, por tabahola o bozes de cofradría, donde los unos a los otros ni se oyen ni aguardan respuesta, que en lo demás la razón da la que tengo dicha. Y lo porqué lo dixere es por lo que muchas vezes te tengo dicho, que des al diablo para con las mugeres comparaciones ni estilo retórico, que me dixo Quincia que no havían más entendido palabra de tu carta que antes que la leyessen. ¿De qué sirve, señor, escrevir lo que no se ha de entender, pues no puede aprovechar?

FELIDES.-  Esso sería que no lo entendería Quincia, ¿por ella juzgas tú a las otras?

PANDULPHO.-  Voto a tal de te lo dezir, señor, pues me hazes que lo diga, que tampoco lo entendió Polandria; y si llevava las razones del romance deste otro día, ¿qué diablos havía de entender?, que yo juro a los santos que yo no lo entendí.

FELIDES.-  He, he, he.

PANDULPHO.-  ¿De qué te rýes, señor?

FELIDES.-  Rýome de que pareces don Ximeno.

PANDULPHO.-  ¿Que por mi mal veo el ageno, quieres dezir? Pues yo te certifico que lo que yo no entendiere que no lo entienda Polandria. ¿No sabes tú, señor, que tengo yo corrido a Ceca y a Meca y a los olivares de Santander, y que sé dónde roye o puede roer el çapato? Pues pídote por merced que hierres por parescer ageno, antes que aciertes por el tuyo, porque no podrás errar errando con consejo, ni acertar acertando sin él; y en caso de amores sabe que he sido bien acuchillado.

FELIDES.-  Bien se te parece según eres sabio; yo tomaré tu parecer de aquí adelante. Y dexando esto, tomá vuestras capas y espadas y vamos a casa de Celestina, que es ya hora.

PANDULPHO.-  Vamos, señor, y si pudiere ser háblala en mi presencia, porque yo te prometo que tienes menester faraute para con vieja tan matrera; y sabes, señor, que yo he leýdo donde ella, en un libro, digo, y para un traydor son buenos dos alevosos, porque palabra no te dirá que no tenga dos entendimientos, y para tu nobleza es escura su germánica, y muy clara para quien la entiende como yo.

FELIDES.-  Ora basta lo dicho, que yo te agradezco tu consejo; y dame, Sigeril, una espada y una rodela y vamos.

SIGERIL.-  Hela aquí, señor.

FELIDES.-  ¿Vamos bien por aquí?

PANDULPHO.-  Señor, muy bien; y quiero llamar, que aquí es su casa. Ta ta ta.

CELESTINA.-  Hija Elicia, mira quién llama aý.

ELICIA.-  ¿Quién está aý?

PANDULPHO.-  Señora, di a la madre que aquí está Pandulpho.

ELICIA.-  Madre, aquel gentilhombre es que hoy te habló.

CELESTINA.-  Bien venga si trae recaudo; ábrele, hija, y suba.

ELICIA.-  Entra, señor Pandulpho.

PANDULPHO.-  Señor, aguarda y hazella he saber cómo estás aquí. Madre señora, Dios te guarde.

CELESTINA.-  Hijo, mi amor, ¿qué buena venida es ésta? No se le deve de cozer el pan a aquel cavallero, o ¿qué es esta priessa?

PANDULPHO.-  Madre, ya sabes a los dolientes quán dulce les es la cara del médico, especial en males congojosos y que no sufren la tardancia, como el de mi amo.

CELESTINA.-  Según esso, el manto deves de traer.

PANDULPHO.-  Aun essa tardança no tuvo sufrimiento para aguardar, que aquí viene a hablarte, que a la puerta queda, mira si mandas que suba.

CELESTINA.-  Más cortos los passos y larga la bolsa quisiera yo este galán.

PANDULPHO.-  ¿Dizes, madre que suba?

CELESTINA.-  Jesús, hijo, no digo sino que no tengo yo tan cortos los passos para no abaxar a recebir tal persona, que yo yré abaxo a ver qué manda su merced.

PANDULPHO.-  Más vale que suba él, madre, que es moço, no tomes tú tanto trabajo.

CELESTINA.-  No hables en esso, mi amor, que no soy tan mal criada. Alumbra esse candil, Elicia, que está allí el señor Felides.

SIGERIL.-  Señor, paréceme, según lo que veo, que habremos esta noche de andar a perdizes, pues no nos falta candil.

FELIDES.-  Calla y entremos. ¡O madre señora, abraçarte quiero, que Dios sabe lo que con tu venida yo he holgado!

CELESTINA.-  Señor Felides, ¿y para qué tomavas tanto trabajo?; que yo fuera a tu casa, que era más razón.

FELIDES.-  Más es, por cierto, que venga yo a la tuya, siendo tan anciana y honrrada persona como eres.

CELESTINA.-  No digas esso, señor, que me corro, que yo fuera y de rodillas. Mas, por vida desta mochacha, que no quedó sino por falta de manto; que, mal pecado, como soy rezién venida, aun para acordarme de lo sacar, por vida tuya, señor, no me han dado lugar con vesitaciones; y ya sabes que quien de muchos se quiere aprovechar, que con todos ha de complir, que esta negra honrra no se puede sostener sino con trabajos, que en mi vida supe hazer mi voluntad por complir con las agenas.

FELIDES.-  Madre, assí es; que por esso los sabios tienen por mayor fortaleza al propio vencimiento que los agenos, y no haze su voluntad el que la sigue, sino el que contino la contradize para estar en las voluntades agenas; y por esso no me maravillo que una persona tan señalada como tú contradiga siempre su voluntad.

SIGERIL.-  ¿Y cómo señalada?, si bien le mirases el hierro que, como a yegua morisca, le dieron por las quijadas. ¿Crees, hermano, que le dieron la señal para hazella señalada por el rostro, por no seguir su voluntad por estar en las agenas?

CELESTINA.-  Nunca el diablo me ha de sacar de moços susurradores.

FELIDES.-  ¿Qué dizes, madre?

CELESTINA.-  Digo, señor, que nunca Dios me ha de sacar de trabajos, en quanto presumiere de honrra, y por tanto quisiera que lo escusaras tú de venir acá, y me lo dexaras a mí para yr a tu casa; que en mi alma, que hallo la mía tan mudada y desbaratada que estrado ni silla no hallé en ella, en que se pueda sentar sin vergüença tal persona como tú. Llega aquí, Elicia, essa silleta en que se asiente su merced.

FELIDES.-  Señora, no haze menester, que por Nuestro Señor, que estoy harto de estar sentado y tañendo con una vihuela.

SIGERIL.-  Bueno es mandalle asentar; piensa el asno que está al evangelio de sus palabras y sentarse ha mi padre, que Dios perdone.

PANDULPHO.-  Si no llevasse más cerimonia el evangelio de Celestina que la epístola de nuestro amo de hoy, él estaría mejor librado con su amiga.

FELIDES.-  Moços, ¿qué es esso? ¿Adónde aprendistes essa criança? ¿Pensáis que estáis en algún bodegón?

PANDULPHO.-  No le pesaría desso a Celestina.

FELIDES.-  ¿Qué estáys rezando?

PANDULPHO.-  Señor, no digo sino que nos reýmos de una cabeçada que dio en la puerta Sigeril, quando entramos.

FELIDES.-  Abaxárase él bien y no topara; y calla luego y salíos allá, a la calle.

CELESTINA.-  No havía yo menester tantos bachilleres como aquí veo.

FELIDES.-  ¿Qué dizes, madre?

CELESTINA.-  Señor, que no es menester; déxelos, que son moços y huélganse, que a los mancebos de qualquiera cosa les está bien reýr, que los viejos, mi fe, señor, con la esperiencia de las cosas que por nosotros han passado, pocos donayres nos hazen reýr.

FELIDES.-  Aquéllos no son donayres, sino necedades; que donde yo estoy han de callar. Sus, salíos afuera, cerrad essa puerta.

CELESTINA.-  No, por mi vida, señor, sino súbanse al fuego arriba, para Elicia, que es moça y passarán tiempo, pues sabes que cada cosa se huelga con su ygual.

FELIDES.-  Por mi vida, madre, no subirán.

PANDULPHO.-  ¿Parécete, Sigeril, que tomó bien nuestro amo mi consejo?

SIGERIL.-  ¿Por qué lo dizes?

PANDULPHO.-  ¿No vees los rodeos que ha buscado para quedarse solo con la vieja, con quanto hoy le he avisado?

SIGERIL.-  Yo te prometo que si Marina bayló, que tome lo que halló; que quien en ruin lugar haze leña, a cuestas la saca. Mas, por Dios, ¿quieres que acechemos por entre las puertas lo que passa?

PANDULPHO.-  Por Dios, que te quería dezir que lo hiziéssemos.

CELESTINA.-  Señor, agora que estamos solos, ¿qué mal es el tuyo? Que hoy aquel tu criado no me lo supo dezir; que, por cierto, si es cosa en que yo pueda aprovechar, alma y vida pondré por tu servicio.

FELIDES.-  Por cierto, madre, que me lo deves en el amor que te tengo y siempre tuve; que, por cierto, assí me pesó de tu muerte como me plugo de tu venida.

CELESTINA.-  Burlando, señor mío, dizes que te lo devo. ¿Y tuve yo mayor señor en este mundo, y que más favoreciesse mis cosas, que tu agüelo, que en gloria sea? ¡O, qué cavallero aquél!, ¡qué presencia, qué gracia, qué disposición que tenía! En verdad, quando entraste por aquella puerta no me parecía sino que lo tenía delante de mis ojos.

PANDULPHO.-  Ya lo comiença a enlabiar.

SIGERIL.-  Yo te prometo, hermano, que ella lo enlabie presto, y aun lo emboçe como a hurón, porque no le coma la caça.

CELESTINA.-  ¡Y es verdad que tu padre, Andrómedes, que yva en çaga tu agüelo! Dígote que en essos dientes de la boca le pareces cosa estraña, que los tenía como tú, un poco grandes, y la rysa graciosa como tú. Pues a la señora Sebila, tu madre, ¿no la conoscí? ¡O, qué real muger, qué gracia y qué saber! No parecía quando yva por la calle sino duquesa, que assí la henchía toda.

FELIDES.-  ¿Que conosciste a mi señora Sebila, madre?

SIGERIL.-  Mira si la conosció, voto a la casa de Meca; a Adán y a Eva, su madre, diga que conosció, si se lo preguntan y es menester, para que él no la conosca a ella.

PANDULPHO.-  Ora callemos.

CELESTINA.-  ¡Y cómo la conoscí, mi señor! ¿Y con quién comunicava ella sus dolores y sus plazeres, sino con esta vieja? ¡O, quántas vezes la torné del otro mundo a éste! que la señora Sebila era muy doliente de la madre. Por cierto, no pariera ella sin mí por todo el mundo; que quando Felides, que está presente, nació, assí goze yo desta alma pecadora y tú desse cuerpo gentil, que la vieja Celestina fue la primera que te tómo en las manos. Más nalgadas te di, señor, en este mundo, y besos, que años tengo a cuestas; no venía la luna por acullá, ni la callentura, ni el mal de ojo, que luego no venía un paje a llamarme para que te viesse y te curase y te desaojasse, que cada día te aojavan, que siempre fuiste como hecho de oro, que no parescías sino un ángel, y agora pareces un serafín con essa crespa de oro, que desde tamañito la tuviste tal. Pues con los trabajos ¿no venían los galardones? Por tu vida, hijo, que los pajes de su casa a la mía se encontravan con los presentes, y aun yo te certifico, que si tu madre fuera viva, que no tuviera yo necessidad de manto prestado quando hoy me mandaste llamar. ¡O, qué franca!, ¡o, qué liberal!, ¡o, qué hermosura!, ¡o, qué piadosa!, ¡o, qué complida! No me asomava la necessidad por una legua quando ya la tenía suplida, no parecía sino que tenía corredores en mis necessidades, según sentía sus celadas; que en mi ánima y por el siglo quella tiene, que necessidades que sola yo y mi confessor pensava que las sabíamos las adevinava, no sé quién se las podía dezir, si no la voluntad que para me hazer mercedes tenía.

PANDULPHO.-  Ya la puta vieja le comiença a conjurar con sus mentiras, confitadas de sus falsas y cautelosas lágrimas, para sacalle el manto que hoy le havíamos hecho ahorrar.

SIGERIL.-  Pues mira con qué atención la está oyendo nuestro amo.

CELESTINA.-  Yo tenía en ella madre en amor, señora en favor, compañera en conversación, letrada en consejo. Pues con las justicias, ¿no estava favorecida? ¡Por mi alma, señor!, que una vez o dos que me prendieron por cosas, que nunca faltan, mal pecado, envidiosos en esta vida a las que veen puestas en honrra como yo, que pienso que no comió ni dormió hasta verme fuera de la cárcel; y quantos escuderos y pajes tenía en su casa y fuera de casa tenía desatinados y acossados, unos acá, otros por acullá: «ve a ver la madre, llévenle de comer, sabe si tiene cama y mira si le falta algo, ve a la justicia que le suplico que le alivie las prisiones, que me la den en fiado, al carcelero y carcelera que la traten bien; ¿qué tal está?, ¿quándo saldrá?, ¿cómo fue?, ¿cómo le levantaron tan falso testimonio a aquella cordera?» ¡O, señor!, de aquí a mañana no acabaría de dezirte las virtudes de aquella santa y honrrada dueña de mi señora, tu madre, y las mercedes que della rescebí en la vida, y la falta que agora siento en su muerte. Y aun por cierto, sillas faltaran en mi casa para que se assentara Felides, como agora, que las faces se me quieren abrasar de vergüença de tal persona como tú; y si te quisiera combidar, ¿faltaran manteles reales en que te lo pudiera poner, como agora todo me falta?

PANDULPHO.-  Quanto te sobra a ti de ruindad.

SIGERIL.-  Escucha, que ya responde nuestro amo.

FELIDES.-  Señora madre, no llores, que, plaziendo a Dios, ya que yo sé lo que me has dicho y tus necessidades, yo supliré la falta de mi señora.

CELESTINA.-  Señor mío, bésote las manos, que no lo digo tanto por mostrarte mis necessidades, que, loado Dios, con mis trabajos nunca falta un pedaço de pan y dos vezes de vino que bever, mas por la necessidad que siento del amor que la señora Sebila me tenía, y de la falta de su conversación, y para que sepas la obligación que a servirte tengo, y la que tú tienes para me favorecer y hazer mercedes, como a criada vieja de tu casa; y para ayudarme a sostener esta sobrina, porque no caya de su honrra, que plega a Dios no me lleve para sí otra vez hasta que la dexe remediada y casada, que en mi alma, para contigo, que en toda la noche no duermo, como alcayde sospechoso de la honrra de perder la fortaleza, ya señor me entiendes, por guardar, digo, ganado nuevo y loco. Que, en fin, como sea muger moça y algo hermosa, como ella lo es, ¿quién quitará que no tenga necessidad de guardarse? Aunque, a la verdad, harto buena hija, cuerda y asentada y obediente me es ella, que es harto buena señal; mas en fin, señor, es moça; ¿digo mal, por tu vida?

FELIDES.-  No, sino como sabia, y persona celosa de su honrra della y de la tuya.

CELESTINA.-  Ora señor, yo te tengo, como a señor, dada cuenta de mi vida; dime tus duelos, pues has oýdo los míos, que diferentes deben de ser, mal pecado. Y perdóname, por Dios, si te he enojado con mis boverías, que bien he sentido que he sido prolixa, mas con el amor que tuve a tus padres y te tengo a ti he tomado el atrevimiento.

FELIDES.-  Madre, por cierto, no has sido sino muy corta para lo que yo he holgado de te oýr.

SIGERIL.-  Esso no te pareciera a ti, si huvieras estado al sereno como yo, dos oras, oyendo sus mentiras y tus necedades.

FELIDES.-  Assí que, señora madre, dexado aparte todos preámbulos, porque para contigo no son menester, yo vivo el más apassionado y triste hombre del mundo, y tanto, que el comer y bever y dormir me falta, y no pienso que con faltar no me faltará la muerte, si la vida no me socorre, la qual está toda puesta en tus manos.

CELESTINA.-  ¿En mis manos, señor?, pluguiesse a Dios, que no la procuraré menos que la mía propia. Y dime tu mal de qué es, y verás, si lo puedo remediar, lo que tienes en mí.

FELIDES.-  Mi mal es el mayor del mundo, porque es de amores.

CELESTINA.-  He, he, he.

FELIDES.-  ¿Rýeste, madre? ¿Piensas que burlo? Por tu vida, no burlo.

CELESTINA.-  No pienso que burlas, señor, mas rýome que para mí no es entender en tales burlas.

SIGERIL.-  Ya se comiença a encarecer la puta vieja.

CELESTINA.-  Jesú, señor mío, ¿y tal cosa me havías a mí de dezir, sobre ochenta años a cuestas, muerta y castigada y escarmentada, y rezién remitida a hazer penitencia de las culpas passadas? Consejo dártelo he yo, señor mío, como a mi alma y como a mis ojos, mas remedio Dios y tu buen seso lo han de poner en tu mal.

FELIDES.-  Pues madre, ésse te vengo yo a pedir.

CELESTINA.-  Ésse te daré yo de muy buena voluntad, que será que te apartes de tales pensamientos, en que tanta ofensa recibe Dios, que te acuerdes que te has de morir, lo que, mal pecado, los moços no hay cosa que más olvidado tengáys; y sé que, en mi fe, señor, todo es viento lo desta vida, sino servir a Dios, y bien que nos lo dize la Yglesia en el oficio de finados, si lo quisiéssemos mirar.

FELIDES.-  Madre, esse consejo déxalo tú para los que predican, que no te pido yo sino para remediar mi pena, presupuesto que huye todo consejo.

CELESTINA.-  Hijo, assí lo dize el poeta, quel amor más enciende sus llamas, quanto le ponen mayor defensión.

FELIDES.-  ¿Pues para qué me aconsejas esso, si se ha de encender más con tu consejo?

CELESTINA.-  ¿Pues tras quáles cabras ando yo?

FELIDES.-  ¿Qué dizes, madre?

CELESTINA.-  Digo que no es tras esso lo que yo ando. Si fueras una donzella que por un desastre, como cada día acaesce, huvieras perdido tu virginidad y te quisieras cassar; si estuvieras preñada, dar manera a parir en todo secreto; ya sabes que dize el evangelio que bien aventurados son los misericordiosos, porque ellos alcançarán misericordia; en tales casos yo, señor, no dexara de entender, mas ya sabes que lo que me demandas hazer es contrario, porque no creo que me mandarás tú que lo haga, haviendo tantas en el lugar que lo sabrán hazer muy mejor que yo lo sabré mirar.

FELIDES.-  En lo que mucho va, madre, se conocen los amigos, que en lo que poco, poco va en que se haga.

CELESTINA.-  ¿Y aconsejarme hías tú, señor, que lo hiziesse?

FELIDES.-  Sí, por cierto.

CELESTINA.-  ¿Y el alma, señor?

FELIDES.-  ¿Cómo, madre, donde pongo yo la mía no aventurarías tú la tuya, hasta confessarte?

CELESTINA.-  Hijo, ésse es una especie de pecar en el Espíritu Santo, pecar en confiança de la misericordia de Dios. ¿Mas tú bien me absolverías?

FELIDES.-  Sí, por cierto; y no habrá cosa que tú me mandes que yo no hiziesse, por grave que fuesse.

CELESTINA.-  Pues assí es, dame camino para Elicia.

FELIDES.-  Esso es lo menos que por ti haré, si tú hazes lo que te pido.

CELESTINA.-  ¿Prométeslo assí?

FELIDES.-  Sí prometo.

SIGERIL.-  Dentro lo tiene, maldito sea hombre tan asno y sin sufrimiento. Corre Pandulpho, y llama un escrivano, y hazelle ha una obligación.

CELESTINA.-  Calla señor, que estoy burlando contigo, que ni lo uno ni lo otro no se sufre. Mas mira, llégate acá a este rincón, que te quiero dezir un secreto.

FELIDES.-  ¿De qué me diste de ojo, madre?

CELESTINA.-  De que quiero que no nos oyan lo que quiero agora dezirte, y por esso, para desmentir las escuchas rehusé tu merced, que no lo dexo de acetar, ni de obligarme a mi servicio; mas temo estos moços tuyos, que los oý denantes murmurar, no me levanten algún caramillo como los de Calisto, mal siglo les dé Dios allá donde están, que sí creo que dará, que aquí si otra cosa fuera yo lo dixera; que, para aquel Dios que está en los cielos, no tuve más culpa que tú. Mas dexando esto, yo, señor, quiero hazer por ti lo que no tenía pensado, mas ha de ser con todos secreto, y tú di a tus criados que no has podido acabar cosa comigo; y dime la dama.

FELIDES.-  Señora, yo te lo agradezco y prometo pagar. La dama es Polandria, hija de Paltrana.

CELESTINA.-  No prometas más, señor, que basta lo prometido, y mucho huelgo que te hayas empleado en tal parte; y sepamos si has pasado algo con ella para que no se hierre la cura.

FELIDES.-  Sólo de señas le he dado a conoscer mi pena, y una carta mía pienso que le dio una moça suya.

CELESTINA.-  No te fíes de moços ni moças, señor, que en un día dirán, no sabiendo negociar, lo que no se pueda remediar de mí. Y vete y déxame el cargo, porque no sientan tus criados lo que passa y no parlen, y tomen aviso de mí en casa de Paltrana; y ten sufrimiento de aquí a quatro o cinco días que yo haré manto, y yo yré luego a entender en ello, que más no se tardará.

FELIDES.-  Por esso no quede, madre, que yo te embiaré luego manto, quanto lo haga hazer luego esta noche.

CELESTINA.-  Pues sea assí, pues no tienes sufrimiento.

FELIDES.-  ¿Quiéreslo garnecido de terciopelo?

CELESTINA.-  Para mí no es menester tan galán, no digan, mal pecado, a la burra vieja, arracadas nuevas; mas no será mal, que no me acordava, para si Elicia quisiere salir alguna vez, que es moça y galana. Y tú vete, señor, y a mí déxame el cargo.

FELIDES.-  Pues madre, los ángeles queden contigo.

CELESTINA.-  Señor, y contigo vayan. Elicia, para mi santiguada, que te tengo aquell asno de suerte que presto nos traerán a cargas el bastimento.

ELICIA.-  ¿Cómo es esso?

CELESTINA.-  Cenemos, que es tarde, que sabello has quando sea tiempo.

SIGERIL.-  Señor, ¿dexas la vieja qual ha de quedar?

FELIDES.-  ¡Dola al diablo!, viene tan santa que no hay quien la pueda hazer, hazer cosa.

PANDULPHO.-  Agora la creo menos.

FELIDES.-  El manto le quiero dar para ver si la podré vencer; házelo hazer Sigeril, y vien guarnecer, y traya solo Pandulpho de mañana, porque ya sabes que dádivas quebrantan piedras. Y vámonos a cenar que es ora. Y mirá, vosotros ¿para qué estáis susurrando de Celestina, que sabe más ruindad que el diablo, y metésme a mí en afrenta?

PANDULPHO.-  ¿Y por esso, señor, nos echaste fuera?, ¿para hazer lo que te tenía avisado? Mejor aviso tuvo ella quando te apartó al rincón porque no le oyessen lo que quería dezirte.

FELIDES.-  No seas malicioso, que no me quería cosa que a mí ni a ella tocava.

SIGERIL.-  Quien compra y miente en su bolsa lo siente.

FELIDES.-  ¿Qué dizes tú, Sigeril?

SIGERIL.-  Señor, no digo sino que aquella vieja, con mentir, quiere comprar a los menos el sereno que con sus prollixidades nos hizo allí passar.

FELIDES.-  Por cierto, esso no me pareció a mí, que gloria es oýlla.

SIGERIL.-  Menos nos pareciera a nosotros si nos dexaras sobir a Elicia, y aun pienso que a ella no le pesara de nuestra conversación.

FELIDES.-  Calla en mal punto, que la quiere casar, que no era razón.

PANDULPHO.-  Ha, ha, ha; ¿agora la quiere casar, después de haver corrido a Ceca y a Meca y a los olivares de Santander? ¡O señor, y cómo te hazen creer quanto quieren, y cómo no crees quanto te cumple creer!

FELIDES.-  ¿Por qué dizes esso?

PANDULPHO.-  Porque encomiendo al diablo la verdad que en la boca de aquella puta vieja cabe, que agora querría que le casases la criada; un bien tienes, señor, que no hallarás quien la tome, según está ya tomada.

FELIDES.-  Ora basta lo dicho, y callemos, que estamos en casa; y dadme de cenar. Y tú, Sigeril, ten cuydado del manto; y mira, corta un sayo para ti de la mesma pieça.

SIGERIL.-  Bésote las manos, señor. Bueno va esto, a rýo buelto, ganancia de pescadores; agora diga y haga Celestina quanto quisiere, que quando el proverbio quiere que mal de muchos sea gozo, con mas razón lo será bien de muchos con mal de uno.



ArribaAbajoArgumento de la XVIII Cena

 

POLANDRIA había consigo sola, quexándose del amor, y llama a PONCIA para que vayan a ver al pastor enamorado FILÍNIDES, y están con él hasta que las llama QUINCIA. Y entrodúzense:

 
 

POLANDRIA, PONCIA, QUINCIA, FILÍNIDES, PALTRANA.

 

POLANDRIA.-  ¡Ay de mí, que no de balde se dize: lo que ojos no veen, que el coraçón no dessea; si yo no viera la carta de Felides haviendo visto su hermosura, no desseara el coraçón lo que la razón aborrece. ¡O, amor, y quán contrario de razón te hallo, quán amigo del desseo te veo, quán contrario de honesticidad te miro, quán enemigo de honrra te entiendo! ¡Ay de mí, quán mal se casan amor y la obligación de mi limpieza! No sé qué diga que no sea contra mí, ni qué haga para vengarme de mí; y lo peor de mi mal es que le falte, por mi honestidad, el bien que con comunicarse los males se puede hallar para aliviar la congoxa, pues mi honestidad defiende lo que en esto el remedio me pide, assí que la muerte ha de quedar por testigo de mi honestidad, o por testigo de mi natural forçado, con el contranatural de mi honrra castigado. Mas para alivio del mal, muchas vezes he oýdo que es gran parte comunicarlo con los heridos del mismo dolor, y por tanto yo quiero rogar a Poncia que vamos al jardín, donde el pastor Filínides está haziendo las cuchares y preguntalle de su enamorada, la pastora Acays, y con oýr sus males podré consolar la congoxa de los míos, porque cosa maravillosa es lo que aquél, en su lengua rústica, sabe de los secretos del amor.

PONCIA.-  ¿Qué hablar es éste de Polandria entre sí, y qué descuydo en su cuydado que contino de poco acá la veo? Mal pecado, no sean las burlas de Felides que hayan salido a veras; que por mi vida, que aunque yo burlo de las señas de su paje, que no me pesa quando le veo passar, ni lo quiero tan mal que no me pesasse de qualquiera cosa que a él no le estuviesse bien. Quiero preguntalle de qué anda como suspensa. ¡A, señora mía Polandria!, parésceme que andas como envelesada, suplícote que me digas el porqué si lo sabes, y digo si lo sabes porque mil vezes me acaesse estar alegre sin saber de qué, y otras estar triste.

POLANDRIA.-  ¡Ay, Poncia!, dessa suerte, por tu vida, estoy; y pienso quel mal de la yjada que mi señora esta noche ha tenido me ha dado lo principal de mi pena. Y para algún alivio te querría rogar que nos fuéssemos al jardín, a oýr al pastor Filínides hablar en los amores de la pastora Acays, que no es sino gloria oýlle.

PONCIA.-  Ya, ya, no me digas más, ¿en amores quieres hablar? En mi seso estava yo, más mal hay que suena.

POLANDRIA.-  ¿Qué dizes, Poncia?

PONCIA.-  Señora, digo que es gloria oýlle cantar y aun contar su mal; que vamos.

QUINCIA.-  Señora, habla passo, que duerme mi señora.

POLANDRIA.-  Buenas nuevas te dé Dios; y ven acá, Quincia, ¿hate dicho más aquel loco del otro día?

QUINCIA.-  Señora, no le doy yo tanto lugar, que luego en viéndolo boto como un rayo.

POLANDRIA.-  Hazes tú muy bien, y assí lo haze.

PONCIA.-  Buen dissimular es ésse.

POLANDRIA.-  ¿Qué dizes tú?

PONCIA.-  Digo, señora, que si el mal pesar del duelo de mi requebrado si le ha dicho algo. ¡Ay, Dios, y quán lindo es, no me lo aojen!

QUINCIA.-  Pardiós, harto pues me mira él quando me vee.

PONCIA.-  Y el otro hurgonero de horno de tu requebrado, gesto de cucharón de hazer conserva, ¿cómo te va con él?

QUINCIA.-  Calla en mal ora, señora, que por cierto, que no me paresce a mí sino un pino de oro, y tal sea su vida si yo no le paresco a él mejor.

POLANDRIA.-  Ora déxate desas burlas, y en despertando mi señora llámanos al jardín; y anda acá, Poncia. Dios te salve, amigo Filínides.

FILÍNIDES.-  Assí haga a ti, señora Acays.

POLANDRIA.-  ¿Cómo es esso, hermano, y no me conoces?

FILÍNIDES.-  Pardiós señora, yo cuydava que de yuso de los hayos, a la fuente sombrosa, estava haziendo este cucharón, y como vi cosa tan bella, no pude pensar quién fuesse sino aquélla que no s'aparta mi memoria de otealla.

PONCIA.-  Según esso, hermano mío, ¿no estavas pensando en mí?

FILÍNIDES.-  Pardiós, señora, no tiene tanta fuerça mi ganado para aballar mis memoriales de lo que digo, de lo qual mi soldada es buen testigo, que toda se ha ydo en las prendas que por estar prendado de Acays me han prendado en los panes y vedados, donde con tanto cuydado mis ovejas se apacientan, en quanto yo, con semejante descuydo, me puedo apacentar en los prados y flores de la hermosura de mi Acays.

POLANDRIA.-  ¡Ay amigo, qué gloria es oýrte; cuenta más, por tu fe, di desso mucho!

FILÍNIDES.-  ¡Ay mi señora!, ¿Qué querés que os cuente?, sino que tan desmarrido y cargado de cordojos me siento, quanto descordojado de mí y perdidos los memoriales, que ni boz de pastor oyo, ni ladrido de perro me pone cordojo, para que primero que yo pueda oýr el llobo no haya ya llevado la cordera; tan ocupado y encarniçado está el llobo del amor en mis entrañas. Pues los cencerros de los mansos, tan sordos están en mis oýdos quanto me los tiene recalcados y tapidos la memoria de la boz de mi Acays, sin que otra cosa pueda ni quiera oýr. So los olmos del lugar mil vezes a dormir me recuesto, y quando recuerdo so las hayas me hallo, sin saber quién me lleva, que aunque mis pies me traen Acays es quien los manda; ya el bayllar me tiene buelto en cordojos, las castañetas en muy terribles sospiros, el cantar en plantos de mis ojos, que ya de hechos ríos tengo aburridas las fuentes; ni las frescas majadas me ponen temprança al calor que siento, ni las yervas agostadas y fuerça del sol en las siestas me quitan el frío que tengo, junto con abraçarme. No hay ayre temprado para mí, ni cosa de prazer que no me destempre, pues si alguno toma cordojo en ponérmelo, quando acabe de departir, si me pide cuenta de lo que me ha dicho, treynta vezes desatino. Con ninguno me hallo sino con Acays, a ninguno entiendo por entender en pensalla, no me oteo por otealla, ni gozo de cosa por gozar de su ymaginación; los sonidos que retumban por los valles y bosques todos me despiertan con sobresalto de ser mi Acays, la calor de sus amores me tiene acostado mi prazer, y su desamor abuchornada mi esperança, de suerte que, de quemadas las froles de toda ella, escusado es esperar la fruta de mi libertad. Y ni el bever de bruças en las fuentes me quita la sed, ni recostarme en los prados me pone descanso, ni las vellotas, castañas ni piñas me quitan la hambre, ni los llobos me ponen cuydado, ni el ganado me quita el descuydo. Ya os he dicho lo que sé de lo que siento, y no es cacho el todo que de amor puedo sentir.

POLANDRIA.-  ¡O hermano, qué gozo me ha sido oýrte! Por mi amor, que nos cantes algunos versos si sobre tu mal has hecho.

FILÍNIDES.-

De buenamente comienço en quanto acabo este cucharro:

O hayas de gran beldad
que os alçáis tanto del suelo,
mis dolores otead,
mi pena y su crueldad,
y subid con ella al cielo.
Las aves, los animales,
por los bosques y los prados,
canten y lloren mis males,
pues que siendo en sí mortales
en mí al revés son tornados.

POLANDRIA.-  Canta, por mi amor, más, amigo, para que ayudemos con las aves y animales a sentir tu dolor.

FILÍNIDES
Fuentes, entrad en mí luego,
con los mares y los ríos
procurar matar mi fuego,
y a las llamas todas ruego
vengan a matar mis fríos.
Y todo se ponga en medio
de mis pechos, y veremos
si en frío calor hay medio
y en calor frío remedio
en concertar sus estremos.

POLANDRIA.-  ¡O, válame Dios, qué cosa tan sentida! Ve, por Dios, adelante.

FILÍNIDES
Si un estremo es yo cuytado,
Acays es otro estremo,
el medio será escusado,
según me hallo apartado
de su amor con que me quemo.
Con él haze cherriar
por cigarras mis dolores,
y como grillos cantar
en las noches mi penar
sobre el sol de sus amores.

POLANDRIA.-  ¡Ay por Dios, amigo mío, no acabes tan aýna!

FILÍNIDES
Mis lágrimas fuentes son,
donde lançado de pechos,
todas juntas quantas son
con el ayre y la razón
de mis sospiros deshechos,
no bastan la sed matar
del calor que está en el alma,
ni a dexar dese ahogar,
con fuelles de sospirar,
mi coraçón en tal calma.

QUINCIA.-  Señora, mi señora ha ya despertado y te llama.

POLANDRIA.-  Amigo Filínides, quédate a Dios, y, por tu fe, que nos vengas a ver quando tuvieres lugar, que si no me llamaran toda mi vida te estuviera oyendo.

FILÍNIDES.-  Señora, Dios vaya contigo.

POLANDRIA.-  Señora mía, ¿qué tal te sientes?

PALTRANA.-  Hija, algo mejor; ve tú, Poncia, y tráeme algún paño caliente.

POLANDRIA.-  ¿Todavía te duele el lado, señora?

PALTRANA.-  Hija sý, mas mucho provecho hallo en los paños calientes. ¿Qué has hecho, mi amor?

POLANDRIA.-  Señora, pardiós, en quanto has dormido he estado oyendo al pastor Filínides, el que mandaste hazer los cucharros, que no es sino gloria oýlle.

PALTRANA.-  Ay, hija, diz que está loco, el cuytado, de amores de una pastora.

POLANDRIA.-  No lo parece en sus razones.

PONCIA.-  Señora, he aquí los paños.

PALTRANA.-  Dalos acá.

PONCIA.-  Mira, señora Polandria, qué te digo al oýdo.

POLANDRIA.-  ¿Qué dizes? ¿Ha passado el mal pesar de tu requebrado por la puerta?

PONCIA.-  No, mas embiávame el mi duelo una carta, con un pobrezito déstos que entravan en casa a pedir por Dios.

POLANDRIA.-  ¿Pues tomátela?

PONCIA.-  Mal año para él, ¿de tomalla havía? Antes le di de bofetadas y lo embié con el diablo.

POLANDRIA.-  Luego ¿él era el que llorava denantes?

PONCIA.-  Pardiós, no era otro.

POLANDRIA.-  Pues no te tengo yo a ti por tan necia que no supieras darte maña a tomar la carta, que no fuera poco de veer.

PONCIA.-  Pardiós señora, que te matara de amores si vieras cómo en un punto la tomé y le rasgué un papel que trahía en el seno, haziéndole entender que era la carta que me havía dado.

POLANDRIA.-  Mucho huelgo desso, que tendremos un buen rato en que passar tiempo.

PALTRANA.-  Hija, ve tú y Poncia a que me aderecen la cena.

PONCIA.-  Vamos señora; y primero arriba a ver la carta de aquellos amoritos míos, para ver si trae elegancias como su amo.

POLANDRIA.-  Ora cierra essa puerta, y dalacá y oye: «Señora de mis entrañas, o templa tu hermosura o tu crueldad para comigo.»

PONCIA.-  Y aun pesa al diablo, señora, porque me la templó Dios tanto, aunque se destemplará más para con su pena.

POLANDRIA.-  Nunca medre yo si tú piensas eso, no te fagas ora tan santa.

PONCIA.-  Pardiós, señora, sí pienso; y ve adelante.

POLANDRIA.-  «Y no seas, señora mía, quando te ríes conmigo, como gato que retoça con la presa para después la matar.»

PONCIA.-  ¡Ay, mi duelo, y también él haze comparaciones!

POLANDRIA.-  Calla en mal punto, que harto se humilia el cuytado en hazerse ratón.

PONCIA.-  Pues si se faze ratón, con un poco de queso le haré pago, y veamos en qué para; y di más, señora, que me va contentando.

POLANDRIA.-  «No te acontezca como a las harpías, que se matan quando se miran en las fuentes y veen que han muerto sus propias figuras, que tal soy yo contigo, tan ocupados mis sentidos y memoria en tu hermosura tienes.»

PONCIA.-  ¡O, válame Dios, que muerto lo vemos a este hombre!

POLANDRIA.-  Calla, que según me paresce peligro corres, noramaças, pues razón tiene; ¿para qué le matas al cuytado si después te has de matar por él?

PONCIA.-  Por cierto, señora, que ambos estamos bien seguros desse peligro; por tanto, passa adelante.

POLANDRIA.-  «Y para que sepas, señora de mi alma, la razón que tienes de me haver piedad, suplícote que me quieras dar lugar a que te hable; y con esto acabo, besando tus manos, hasta que pueda merecer besar tu hermosa boca.»

PONCIA.-  Oxte mi asno, xo que te estrego, asna coxa; por mi vida, señora, que quisiera podelle dezir que me tomara a cuestas y me besara donde no me pudiera aojar, pues recibe mal de ojo.

POLANDRIA.-  Por cierto, tú le pagas mal sus desseos al cuytado.

PONCIA.-  Bonita boca, pues, tiene mi dolor para le besar, que no se contentara con las manos, que la boca quería; y dala acá señora, dalle he el pago que merecen tales necedades.

POLANDRIA.-  ¿Para qué, en mal punto, la rasgavas?, que era buena para la amostrar para reýr.

PONCIA.-  Nunca, señora, pongas en aventura las cosas de veras, por gozar de las burlas.

POLANDRIA.-  ¿Por qué dizes esso?

PONCIA.-  Dígolo porque muchas vezes de ssemejantes cosas se juzgan y condenan las veras secretas y honrra de las mugeres por las burlas públicas; porque quien viere la carta, burlando della, no dexará de condenar, a bueltas de las burlas, las veras de havella recebido, porque en esta parte, créeme, señora, que las mugeres y los alcaydes hemos de ser de una manera, quiero dezir que no demos jamás orejas a oýr lo que no devemos de hazer, que como del coraçón los hombres solos son juezes de sí mismos no se han de descuydar para poner sospecha en su virtud, pues sabes que los indicios son parte de provança, a lo menos para poner a quistión de tormento, como es indicio a la muger y al alcayde rescibir embaxadas ni cartas para sospechar de su fidelidad. Y con esto nos vamos a dar la cena a mi señora.



ArribaAbajoArgumento de la XIX Cena

 

PANDULPHO va a casa de CELESTINA con el manto, y, después de ydo, CELESTINA dize a ELICIA, fingendo no que está allá CRITO, que no quiere desonestidades en su casa ya; y yda, queda CRITO y ELICIA. Y introdúzense:

 
 

PANDULPHO, CELESTINA, ELICIA, CRITO.

 

PANDULPHO.-  Ta, ta, ta.

CELESTINA.-  Mira, hija Elicia, quién llama a la puerta.

ELICIA.-  Tía señora, Pandulpho, criado de aquel cavallero que vino acá anoche.

CELESTINA.-  Anda, mi amor, ábrele, que a este su amo no se le deve de cozer el pan.

PANDULPHO.-  Tía señora, Dios te salve.

CELESTINA.-  Hijo, ¿qué buena venida es ésta?

PANDULPHO.-  Señora, Felides, mi señor, te embía este manto; y que le perdones, que no es qual él quisiera.

CELESTINA.-  Hijo, él es mejor que yo le puedo mereçer a Dios; que plega a Dios, hijo, que él biva muchos años y buenos, que yo espero que no me haga falta mi señora, su madre, que está en gloria.

PANDULPHO.-  A perro viejo, no cuz cuz, vieja.

CELESTINA.-  ¿Qué dizes, hijo?

PANDULPHO.-  Madre, que esto es lo menos que mi amo ha de hazer por ti; y que te ruega que no le olvides en tus oraciones, pues no le puedes aprovechar en otra suerte.

CELESTINA.-  En mi ánima, hijo, que esso haga yo de tan buenas entrañas qual las tenga Dios para comigo, que yo te prometo de dar hoy quatro bueltas a mi rosario. Y dexando esto aparte, ven acá mi amor, ¿todo esto es el amor y conoscimiento passado de la mal lograda de mi comadre?

PANDULPHO.-  ¿Por qué dizes esso, madre?

CELESTINA.-  Tú me entiendes mejor que yo lo sé dezir, no te me hagas bovo.

PANDULPHO.-  Por la Verónica de Jaén, madre, no entiendo.

CELESTINA.-  Hijo, los buenos amigos no se han de roer los çancajos.

PANDULPHO.-  ¿Por qué dizes esso, madre? Declárate, que hablar claro Dios lo dixo.

CELESTINA.-  Hijo, por el murmurar que anoche tuvistes de mí, tú y essotro tu compañero, que no ha aún salido de casaron ni sabe dónde le roye el çapato y quiere mofar de una vieja como yo; que bien puedes creer que no soñava él de nascer, quando tenía yo ya mudados los dientes, a lo menos la segunda vez, digo, y pónese a mofar de mí en presencia de su amo; que ya que no lo dexasse por la reverencia de mis canas, por la autoridad de su amo lo devría de hazer.

PANDULPHO.-  Madre, por Nuestra Dueña del Pelarín, que no lo devías de entender.

CELESTINA.-  Hijo, a buen entendedor, pocas palabras; y a la verdad, a ti no te culpo, porque no podías, en fin, dexar de oýr, mas dígolo por essotro tu compañero, que me paresce mofador y escarnidor; y pardiós, hijo, que si mete la mano en su seno, que a cada parte hay tres leguas de mal camino, que, por mi vida, si le parezco puta vieja, que más se lo pareciera su agüela, y aun su madre no le yva en çaga.

PANDULPHO.-  No le deves de conoscer, señora.

CELESTINA.-  Veamos ¿y él no es hijo de Canaruça, el ama de Felides?

PANDULPHO.-  No de otra, por tu vida.

CELESTINA.-  Pues cállese y callemos, que cada sendas nos tenemos, y no me haga que suelte yo esta maldita, si no, por mi vida, que podemos entendernos a coplas. Y agradézcalo, hijo, él a ti, que por mi vida, que ganó contigo anoche como con cabeça de lobo, que otro cuydado tengo yo de remediar tus cosas que tú de sacar las mías a plaça; que por tu vida, no sé si lo pudistes ver, que sí verías, que, mal pecado, açecharías por entre las puertas, que quando yo aparté en secreto anoche a tu amo no fue sino para dezille mil males de ti, quales plega a Dios los digan de mí, haziéndole saber quién eres y quánto meresçes y te deven por tu persona, y más por el desseo de su servicio, y con quánta voluntad me havías hablado en sus cosas. Y por mi vida, que no le quise dexar yr hasta que perdiesse el enojo del murmurar en su presencia, que no fue poco acaballo con él según estava enojado de vosotros, y a la verdad tenía mucha razón; y si viene a mano pensarías tú que lo apartava yo para mi provecho. Mas en fin, hijo, haga cada uno lo que deve y diga quienquiera lo que quisiere, que al cabo a Dios sólo tengo de dar la cuenta; y toma, hijo Pandulpho, de mí una cosa, y con ésta acabo: que la mayor virtud y el mayor saber de todos es no dezir a ninguno cosa de que le pese; porque el que las dize, créeme amigo, que se ha de aparejar a oýllas, porque ya sabes, hijo, que quales palabras me dizes, tal coraçón te tengo, porque por tu vida, que el cabo del año todos estamos en cuenta. Yo me he tanto contigo alargado porque, a la verdad, téngote en el lugar que tu madre, que haya buen siglo, te me dexó encomendado, en lugar de hijo, digo; y de aquí adelante mucho más, y seamos buenos amigos, ya que nos tenemos tentadas las espadas, y agradésceme lo dicho, que por tu vida, que si lo hazes, que más te valdrá que el pan que has de comer este mes.

PANDULPHO.-  Madre señora, téngote en merced lo dicho; aunque, cierto, tú te engañaste en lo de anoche, que, por cierto, yo te tengo en lugar de madre.

CELESTINA.-  Hijo, yo lo creo, que tampoco no lo digo tanto por mí como para que no te dañe la conversación de tu compañero, pues sabes que no con quien nasces, sino con quien pasces; guárdate, hijo, de las malas conversaciones, y llégate a los buenos y serás uno dellos. Y con esto te ve con Dios, y a tu amo di lo dicho.

PANDULPHO.-  Y tú, señora, con Él quedes, y la señora Elicia también.

ELICIA.-  Y tú vayas, señor Pandulpho.

CELESTINA.-  ¿Paréscete, hija, si te dexo bien rascado aquell asno para hazelle sufrir el albarda?

ELICIA.-  Ya lo vi, madre, que espantada me tienes de tu saber.

CELESTINA.-  Pues a ti lo digo, mi hijuela, entiéndelo tú, mi nuera; que no lo dixera yo tanto por escantarle a él los oýdos, como para darte a ti consejo. Que en fin, bien sé que has de venir a lo que vengo, que la mocedad no ha de durar para siempre, y destas cosas y de otras tales ya sabes que de los escarmentados salen los arteros; y también te quiero dezir otra cosa, ce, llégate acá.

ELICIA.-  ¿Qué quieres, madre?

CELESTINA.-  ¿Fuesse ya Crito?

ELICIA.-  ¿Quándo diablos se havía de yr?, antes está en el sobrado escondido.

CELESTINA.-  Pues no le hables de aquí adelante sino fingendo que yo no lo sé ni me passa por piensamiento, y no digo más a él que a otro; porque ya sabes que si por camino de santidad no vamos, que somos ya tomados con el hurto; y desvíate allá y haré como que no sé que está acá. ¿Quién era aquel galán, Elicia, que te hablava denantes en el portal?

ELICIA.-  ¿No lo conociste que era Crito?

CELESTINA.-  ¿Qué Crito, ni qué Crita? No me entre hombre en esta casa, que no vengo acá al siglo para tornar a pagar pecados agenos.

ELICIA.-  ¿Y qué has tú visto, madre, para dezir esso?

CELESTINA.-  Elicia, lo que he visto o lo que no he visto, esto mando yo, y en mi casa hase de hazer lo que yo mando; y si no, aý está la puerta, hija, que ya no me cumplen a mí nada destas romerías, ya me tienes entendida, porque a buen entendidor, pocas palabras.

ELICIA.-  Por Dios madre, yo no sé qué has visto tú en mí para que dixesses esso.

CELESTINA.-  Déxate dessas lágrimas, y lo dicho, dicho.

ELICIA.-  Madre, yo lo haré como lo mandas; y acaba, por Dios, no des más bozes.

CELESTINA.-  Aquí no hay bozes ni bozicos, que tú las das; sino que yo quiero que Crito ni Crita, ni Centurio ni otros tales, si no fueran personas religiosas, no entren en mi casa. Y de aquí adelante cuentas se han de hallar en mi casa, y no redomillas ni badulacas, que las ruecas y los husos quiero que nos sostengan para sostener mi honrra, que al cabo, hija, mis dos maravedís y mi cara sin vergüença quiero más que provechos sin honrra y con pecado; que el mundo acábasse presto, y escótase muy a la larga lo que dél se goza; yo te prometo, hija, que por él se puede bien dezir que es carne de buytrera, que el que la come paga bien el escote. Y mira en essa puerta, que quiero estrenar este manto en yr a dar gracias a Dios, que la primera jornada razón es de emplealla en Él.

ELICIA.-  Al diablo la vieja, mejor fuera que nunca Dios acá la tornara, si me ha ella de querer poner tassa en lo que el rey no la puso. ¿Oýste, señor Crito, lo que ha dicho mi tía de que te vio hablar comigo en el portal?

CRITO.-  Ya lo vi; pese a tal con la puta vieja, y quán santa viene.

ELICIA.-  ¡Ay, señor mío!, es cosa que no se puede pensar; por tu vida, que quando entrares mires mucho que no te vea; y aun por Dios, que creo, que a bueltas de su santidad, que mi tía está enojada de otra cosa que yo me sé.

CRITO.-  ¿De qué, por mi vida, amores?

ELICIA.-  De no nada, que estoy burlando.

CRITO.-  Di, por mi vida.

ELICIA.-  Que por mi vida, no es nada.

CRITO.-  Plega Dios que yo muera mala muerte si tú no me lo dixeres.

ELICIA.-  ¡Ay, Jesú, no digas tal cosa!, mejor lo haga Dios.

CRITO.-  Ora, pues, dímelo.

ELICIA.-  Por Dios, que no lo quieras oýr, que he vergüença.

CRITO.-  Ora dímelo, por mi vida.

ELICIA.-  Por Dios, señor, que la verdad es que anoche me preguntó si después de su muerte si me havías dado mucho, y yo dixe que no me havías dado nada, y ella díxome cosas del diablo, y que no te viesse ella más en esta casa.

CRITO.-  Voto a la casa santa, que de aý deve de venir la tos a la gallina. Ora pues, que esso yo lo remediaré, y ves aquí dos doblas.

ELICIA.-  Téngotelo en merced, señor. No me las des, que yo no lo digo por esso, sino porque creo que haze mucho esto a su intención.

CRITO.-  Por mi vida, que las has de tomar, que bien veo que tiene la señora Celestina razón.

ELICIA.-  Por Dios, por esso no te lo quería dezir, porque luego vi que havías de pensar que porque me diesses algo lo dezía; porque en mi alma, que nunca te miré por nada desto, y no las tomara sino por amansar a la vieja, que cree, señor, que assí se huelga con dineros como si viesse a Dios.

CRITO.-  Natural cosa de la vejez es codicia. Y anda acá, vamos a holgar un poquito.

ELICIA.-  ¡Ay, señor!, ¿y para qué es ya tanto retoçar?

CRITO.-  Señora, yo me quiero yr.

ELICIA.-  Ya me maravillava de tu sufrimiento; créeme que es mala la muger que haze plazer a hombre, que en haziendo vuestra voluntad luego no hay quien os tenga. ¿Hate venido algún dolor de estómago como el de la otra noche que por te yr de mí fengiste?

CRITO.-  Ora, cree que eres el diablo; voto a tal, no hay quien ose hablarte, según echas las cosas a la peor arte. No lo haga en mal ora, sino porque no venga Celestina, y no sea el diablo, ¿tú no viste lo que te dixo?

ELICIA.-  Ora está un poco, que no vendrá tan aýna.

CRITO.-  Pese a tal con ella, de escotar havré el plazer. ¡Qué passatiempo para mí estos amores! Estoy rabiando por me yr, como un perro, y ella mucho besar.

ELICIA.-  ¿Qué dizes entre dientes? Pues mándote yo rabiar, que estas dos oras no saldrás de aquí.

CRITO.-  No digo, por Dios, sino que no hay muger que tenga seso, que vendrá tu tía; que por lo demás, toda mi vida quería estar contigo.

ELICIA.-  ¿Pues por qué buelves el rostro? ¡Mal año para ti, que yo te sufra! Anda, vete con Dios.

CRITO.-  Por Dios, no me fuera sino por lo que te digo; y queda, mi alma, con Dios. Voto a tal, que me paresce que escapo de la cárcel, que parecía que jamás havía de salir de allí. Yo te prometo que no me tomes acá tan presto.


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