Argumento de la XV Cena
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SIGERIL dize a
FELIDES si havía
visto acechar a su señora, y passan sobre esto muchas
razones; y viene PANDULPHO
y dale la respuesta de CELESTINA, y acuerda de yr
FELIDES essa noche a ella.
Y entrodúzense:
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SIGERIL,
FELIDES, PANDULPHO.
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SIGERIL.- Señor, ¿viste quando
passávamos estar acechando a la señora Polandria y a
su donzella, Poncia?
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FELIDES.- Sí vi, mas ¿por
qué lo dizes?
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SIGERIL.- Dígolo porque nunca medre yo si
ella no deve haver leýdo la carta, y aun mala pascua me
dé Dios si no están ya dentro en el juego.
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FELIDES.- Tú por tu coraçón
juzgas los agenos.
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SIGERIL.- Y tú, señor, ¿no
viste la risa que tenían?, que, por Nuestra Dueña,
acá se oýa.
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FELIDES.- ¿Pues qué fundas
tú desso? ¿No puede ser que burlavan de nosotros, lo
qual yo tengo por más cierto?
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SIGERIL.- Y cómo, señor,
¿tú no conosces condición de mugeres, que con
quien burlan público, gozan secreto?
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FELIDES.- Essas serán de las damas con
quien puedes tú tratar, mas no las tales como mi
señora, que aun essa merced de burlar de mí pienso
que no me querría hazer, porque sobra a mi merecer por ser
de su mano.
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SIGERIL.- No sé, por Dios, señor,
para qué buscas remedio en lo que tú lo aboreces con
tus desconfianças; con mal estava el mundo, si otras con
quien ella puede bivir no han alcançado otros que pueden
bivir contigo.
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FELIDES.- Calla, ya, necio, que no dirás
palabra que no la conviertas en necedad. ¿Y hay en el mundo
quien merezca servir a Polandria? Quanto más servir ella a
otra.
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SIGERIL.- ¿Y cómo, señor,
luego en el mundo no hay reynas, ni princessas, ni otras
señoras de gran estado?
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FELIDES.- ¡Cómo eras necio! Simple,
¿quál es más, me di, posseer estado o
merecimiento de tener estado? ¿Sabes quánto vade lo
uno a lo otro?, ¿o de tener estado que se lo da Dios, seguro
de acaecimiento, o el que ponen los hombres, sujeto a todos
acaecimientos? Esta es, y no otra, la differencia de la grandeza de
mi señora a la de esas reynas y princessas que dizes.
¿Qué va del merecimiento de Medea al de
Penélope?; ¿que no era reyna, me di? ¿Ni del
de la emperatriz Mesalina al de Lucrecia? Y por estos estados
conoscerás que no le falta a mi señora, en el mayor
de sus virtudes, el que se le devía de grandeza. ¿No
sabes, necio, que dize el proverbio que quien quisiere bien, que no
lo merezca? Ándate aý tras tus dineros, que sin
persona son un poco de tierra.
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SIGERIL.- Pues yo te prometo, señor, que
la mayor esperiencia que yo tengo para minar la fortaleza de
Polandria que son ellos, y el tiempo te doy por testigo. Mas he
aquí donde viene Pandulpho, éntrate en tu
cámara y veremos qué dize aquella santa dueña
de Celestina.
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FELIDES.- ¿Pues qué tenemos,
Pandulpho?
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PANDULPHO.- Señor, yo fui a aquella vieja
honrrada de Celestina; dexadas razones aparte, ella se muestra tan
santa quanto para encobrir mejor la red es menester. Todas sus
palabras son de Dios y endereçadas a Dios, y para
sólo consolar tu mal, si no es de amores, ella dize que
verná a un devoto monasterio a te hablar, en haziendo manto,
que no lo tiene, o embiándoselo tú prestado a nunca
pagar.
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FELIDES.- ¿Cómo es esso?
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PANDULPHO.- Que quiere manto para la vista del
processo.
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FELIDES.- Esso es lo de menos que yo le
daré, si ella me da remedio. Mas ¿tú no dizes
que no quiere entender en amores?
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PANDULPHO.- Señor, ¿tú no
me entiendes? Si yo no la entendiera mejor a ella, mejor librada
quedara su santidad para conmigo que mi saber para contigo; y pues
ella por buen estilo pide manto, harta señal de dar es
recebir, porque esta santa madre nunca metió aguja sin sacar
reja.
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FELIDES.- Pues por esso no quede. Corta luego,
Sigeril, quatro varas de contrayr de aquella pieça que me
traxeron de la feria, y dalas a Pandulpho que se las lleve, y a
él otras ocho varas para saya y capa que le
mandé.
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SIGERIL.- A tres tales aguijones, no
quedará cera en el oýdo.
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FELIDES.- ¿Qué vas rezando,
qué dizes?
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SIGERIL.- Señor, digo que ¿no
sabes que a dineros pagados, braços quebrados? Que mejor
fuera, pues ella no puede salir, que fueras tú allá
esta noche, para que, si no quiere entender en amores, el manto te
havrás ahorrado.
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FELIDES.- No dize mal este necio; hágase
assí y da su paño a Pandulpho; y vaya a la fuente a
saber de Quincia lo hecho.
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SIGERIL.- Señor, suplícote, pues
sabes quel amor no tiene consejo, que nunca te pese de recebirlo de
quien te dessea servir, que en estos casos, créeme, que de
los escarmentados se hazen los arteros.
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FELIDES.- Dentro está ya Sigeril en la
sabiduría. ¡Hideputa, qué de damas he
alcançado, y quánta edad tiene para ser artero, con
tales escarmientos y espiriencias!
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SIGERIL.- Señor, si yo no las tengo,
aý está Pandulpho que ha tratado toda su vida con
mugeres y las conoce.
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FELIDES.- Hi, hi, hi. Por Dios, gentil aviso
sabe de las damas de la mancebía, para las que yo tengo de
servir. ¡Uno es el juego para sacallo por las trechas del
burdel!
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SIGERIL.- Pues yo te prometo, señor, si
has de jugar con Celestina, que te conviene jugar de las trechas
del burdel, y aun a casa llena, según a mí me va
paresciendo, porque sus trechas no las sacó ella del palacio
de los reyes, sino de la esperiencia de los burdeles. Quando
estés con Polandria, hablarle has como a Polandria, mas
quando con Celestina, háblale, señor, con nombre de
madre, y como a madre de putas, digo, y con más doblezes en
el hablar que llevas en la ropa, porque no viene ella aforada de
menos armas, y créeme, señor, que en lo que ella te
dixere, que puedes bien pensar que no es todo vero lo que canta el
pandero; ve bien apercibido y serás medio combatido, que yo
te prometo que si no te sabes con ella sostener, que a tres
días no te dexe cera en el oýdo. A las cosas de
burlas, señor, assí han de yr los hombres, salteados
a ellas, que no les salgan de veras. Los corredores descubren las
celadas, el tocar al arma pone cuydado en los exércitos, las
espías dan aviso de las celadas, debaxo de la buena
razón se ha de temer el engaño. Assí que,
señor, tú mejor sabes estas cosas que no yo; mas ya
sabes que el amor que lo pintan ciego, ¿por qué, si
piensas?, porque no vee; pues si no vee, bueno es un moço de
ciego como yo, que sabe dónde tropieça, y un perro
viejo como Pandulpho, que te sabrá guiar a pedir limosna en
casa de Celestina, sin que estrompieces delante su casa. Y con esto
concluyo, que del amigo se ha de tomar el primero consejo, quanto
más del servidor como yo. Oye, señor, que más
vale dexar el consejo, si tal no fuere, después de havello
oýdo, que no por falta de no lo querer oýr por
ventura carecer de consejo, pudiendo ser tal, y procurar con
consejo siempre desculpar el acaecimiento, y no que el acaecimiento
te ponga la culpa por haver aborrecido el consejo.
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FELIDES.- Basta, que por buen estilo me has
querido llamar ciego. Yo te agradezco tus palabras y assí lo
pienso hazer. Y dame aquella vihuela en quanto viene Pandulpho.
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SIGERIL.- Señor, los sabios antiguos te
pusieron el nombre quando te batizaste, con lágrimas tomaste
nombre de amador, que yo no te lo pongo. E la vihuela, hela
aquí, y quiero yr a mandar dar de comer a aquel açor,
que con estos amores todos tenemos poco cuydado.
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FELIDES.- Pues hazió assí, porque
no diga por vosotros que el harto, del ayuno no tiene cuydado
ninguno.
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Argumento de la XVI Cena
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PANDULPHO va a
saver de QUINCIA lo que
hizo sobre la carta de FELIDES, y él y ella burlan de
las razones della; y él va muy alegre con su recaudo a
contallo a FELIDES. Y
introdúzense:
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PANDULPHO,
QUINCIA.
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PANDULPHO.- Deste juego, ya, Pandulpho,
tú llevas lo mejor, anoche de gozar de tan gentil
moça como Quincia, y hoy capa y sayo de contray. Quien agora
te diesse un papirote en las narizes ¿qué
sería?; no creo en tal, si yo querría ser él.
El coraçón, de plazer, no me cabe en el cuerpo. Voto
a la casa sancha, que aún tengo de mudar el pelo malo con
estos amores, que mi amo es liberal y está caýdo en
el lazo, y no ha de doler ni estimar el gasto; y bien dize el
proverbio que con lo que Juan adolece, Sancho y Domingo sanan,
assí que mi amo doliente, y más que Juan en sus
amores, con lo que él adolece sana a Sancho y Domingo, que
somos yo y Celestina; que yo voto a diez, que antes que ella saque
las manos de la massa, que ella dé de heñir a mi amo;
mas a mí qué me pena, que a rýo buelto,
ganancia de pescadores. Ya me paresce que asoma Quincia con su
cántaro, quiérome llegar a ella, que
quiçá traerá tal nueva que me valga más
que la de esta mañana, y si no truxiere yo la sabré
ordenar, porque quien quisiere mentir, alarge los testigos, como yo
los alargaré probando con Quincia y con Poncia, donde
será escusado saber dellas la verdad.
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QUINCIA.- ¡Ay desventurada!, que a
Pandulpho veo y quiérome morir de vergüença de
lo que con él anoche passé. ¡Ay Jesús, y
qué saltos me da el coraçón! Pardiós,
que estoy por me bolver sin agua. ¡Ay desventurada!, que
allega cerca y no puedo huylle.
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PANDULPHO.- Señora de mi alma, ya no
podía sufrir el desseo de te ver, que, por Nuestra
Dueña, mil años se me han hecho desta noche
acá. ¿Y por qué no me hablas, amores
míos? Peor está que estava. Si te han dicho algo para
te meter mal comigo o te ha acaecido algún desastre por mi
causa háblame, mi ángel, que me tienes todo alterado;
y si alguno te ha enojada dímelo, que yo te voto a la cruz
de Caravaca que pueden doblar por él.
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QUINCIA.- ¡Ay, señor mío, no
me hables, por tu vida!
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PANDULPHO.- ¿Y por qué, mi
ángel, no te tengo de hablar?
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QUINCIA.- Porque, por mi vida y tuya, que me
muero de vergüença de ti.
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PANDULPHO.- ¡O despecho de la
condición!, ¿y de qué has
vergüença? Juro a la casa de Meca que me tenías
alterado, mas yo te quitaré presto essa
vergüença; mas también huelgo, porque yo
querría las mugeres en la calle muy vergonçosas, y a
mí al contrario en lo secreto, y assí me vas
tú pareciendo, porque en todo te hizo Dios a mi
condición. Mi yda, señora de mis entrañas,
será para esta noche; por tanto, aguárdame.
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QUINCIA.- Mejor viva yo que en mi vida
más te hable.
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PANDULPHO.- ¡O despecho de la vida!,
¿y cómo es esso, amores míos?
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QUINCIA.- ¡Ay Jesús, señor,
que me muero de miedo de ti! Pardiós, tal trato me diste
tú esta noche para tornarte a hablar.
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PANDULPHO.- No, que ya no te tengo de enojar
más que a mis ojos. ¿No sabes tú que los
principios de las cosas todas son difíciles, mas con la
costumbre házese otra naturaleza?
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QUINCIA.- Otra vez me puedes engañar; y
por tanto ve quando mandares, que ya sabes que soy tuya.
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PANDULPHO.- Yo, mi coraçón, tuyo
más que mío. Mas, dexado esto por asentado por esta
noche, ¿qué recado tenemos en lo de la carta?
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QUINCIA.- Muy bueno.
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PANDULPHO.- ¿Bueno, dizes, por mi vida?,
pues yo te mando unos chapines.
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QUINCIA.- Yo te diré qué tal, que
esta mañana quando passó por nuestra puerta Felides,
violo Poncia y llamó a mi señora Polandria y a
mí; y aun harto me pesó a mí que no te vi
allí, que por mi vida, que tenía ya desseo de te
ver.
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PANDULPHO.- Téngotelo a merced, que no
bives engañada, mis ojos.
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QUINCIA.- Assí que començaron a
burlar de tu amo y de su paje, de quán resquebrajados ivan y
quán envelesados, especial tu amo, que parecía que se
le quería caer la bava de enamorado.
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PANDULPHO.- Pese a tal con este bovo, que harto
se lo tengo yo avisado, que dexe essos envelesamientos y estas
elevaciones, que aborrecen a todo el mundo.
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QUINCIA.- Assí que, señor, yo
comenzé a dezir que tú también andavas muy
enamorado, y allí burlamos de todos tres, passando mil
donayres, que Poncia y Polandria son muy donosas y tienen gracia en
quanto dizen.
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PANDULPHO.- Es la mejor cosa que nunca vi; yo te
prometo que no dexassen de burlar de las filosofías de mi
amo, y del palacio del badajo de su paje, que presume de muy
sabio.
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QUINCIA.- Y passando más adelante en
burla y donayres, yo dixe lo que teníamos concertado de la
carta, y hizo muchas bravezas Polandria porque no la havía
rasgado, y yo dixe que sí havía, y aquí dixo
Poncia que no me tenía ella por tan necia que tal huviesse
hecho hasta ver lo que dezía.
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PANDULPHO.- ¡O qué gracia de
donzella!; voto a tal, que no es necia la señora.
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QUINCIA.- Y por mi fe, con lo que Poncia me dixo
saqué la carta, y Polandria quisiera luego rasgalla.
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PANDULPHO.- ¡O Santo Dios, qué gran
bondad! Pues por Nuestro Señor, que ella se amanse, que
otras tan bravas he yo ya visto.
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QUINCIA.- Y mi fe, señor, Poncia no lo
consintió hasta que la leyese.
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PANDULPHO.- ¡O calla!, que me matas de
amores con el saber y gracia dessa donzella.
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QUINCIA.- Mi fe, hermano mío, la
señora Polandria vino en que se leyese, y tomónos
juramento a Poncia y a mí que no lo dixéssemos, y
mandóme cerrar la puerta para la leer.
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PANDULPHO.- No me medre Dios si esso no va
bueno. Pues passa adelante, amores míos, que yo te absuelvo
desse juramento, porque juramento en perjuizio de parte no se ha de
complir, ni se puede ni deve hazer.
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QUINCIA.- ¿Qué perjuyzio?
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PANDULPHO.- ¡O, pese a la vida!, ¿y
qué mayor perjuyzio que el que mi amo de no lo saber
recibiría, y el que yo de perder las albricias que me tiene
mandadas?
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QUINCIA.- ¡Andate aý a dezir
donayres!
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PANDULPHO.- ¿Tú piensas que burlo?
Boto a la casa sancha que sería gran cargo de consciencia no
dezir lo que passó.
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QUINCIA.- ¿Dízeslo de verdad?
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PANDULPHO.- Dígolo tan de verdad que el
Papa sólo fuesse parte para te poder absolver, si lo
encubriesses en tan notable perjuyzio de mi amo y mío.
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QUINCIA.- Pues has de saber, señor, que
Poncia la començó a leer y, mi fe, no acertava; y mi
señora la tomó de sus manos y, diziendo que
alçasse la mano y me santiguasse, no lo supiesse la tierra,
la leyó; mas maldita sea yo de Dios si pienso que palabra
dello entendieron, tan poco como yo la entendí; aunque
Poncia, por hazerse la sabia, dezía que era muy sentida, mas
Polandria dixo que yo tenía razón, porque dixe que no
entendía las retólicas que allí
venían.
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PANDULPHO.- ¡O, maldito sea hombre tan
necio; encomiendo al diablo sus filosofías y sus
comparaciones!; que le tengo avisado al asno mil vezes que
dé a Dios estas retólicas, que no las entienden las
mugeres y antes las aborrecen, y no haze sino porfiar con sus
badajadas. Ora, pues, ¿en qué paró?
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QUINCIA.- En que, por mi vida, que no le pesa a
Polandria, que no lo pudo encobrir, que yo lo sentía, aunque
dissimulava. Y en esto tornó a passar Felides y tornó
a la burla de los requebrados, y dio tu amo un gran sospiro.
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PANDULPHO.- ¡A, válame Dios! Todo
quedaría por él con esse sospiro. Mas en fin,
¿qué me dizes, amores, que la carta la leyó
Polandria?
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QUINCIA.- ¿Cómo que la
leyó?, y aun dos vezes; porque le dixo Poncia que ya que la
leýa que la leyesse con la solenidad de congoxa y sospiros
que se requerían, y Polandria lo quiso hazer assí,
que ver la gracia con que ella lo contrahazía, a todos nos
hazía dar mil larcadas de risa.
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PANDULPHO.- ¡O, graciosa Poncia y sabia
Polandria! Voto a la fe de los moros que todo esso era burlar de
los envelesamientos y escuridades de mi amo. Por tu vida, que
pienso que ha de estar con ella y no ha de ser para más de
para filosophar, encareciendo sus penas con comparaciones que ni
tengan provecho a Dios ni al mundo. Ora ello está mejor que
lo podemos pedir a Dios; yo voy a demandar las albricias, y los
ángeles queden contigo. Y lo dicho, dicho, para esta
noche.
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QUINCIA.- Y contigo vaya, señor.
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Argumento de la XVII Cena
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SIGERIL dize a
FELIDES que viene
PANDULPHO, y,
después que le ha dicho lo que QUINCIA havía hecho, van a casa
de CELESTINA y
háblanla, y queda acordado que CELESTINA vaya a casa de PALTRANA. Y
eintrodúzense:
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SIGERIL,
FELIDES, PANDULPHO, CELESTINA, ELICIA.
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SIGERIL.- Señor, Pandulpho viene, y
paréceme que viene alegre.
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FELIDES.- Él venga en hora buena. Pues
Pandulpho, ¿con qué venimos?
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PANDULPHO.- Señor, con más de lo
que se puede pensar.
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FELIDES.- ¿Cómo esso?
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PANDULPHO.- Es, señor, que Polandria
leyó tu carta dos vezes, y no quieras, tras esto, saber
mejor nueva para la primera vez.
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FELIDES.- En gran cargo te soy, Pandulpho,
¿cómo te puedo yo pagar tanto quanto por mí
has hecho?
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PANDULPHO.- Señor, ya tú me tienes
pagado con las mercedes recebidas, y yo lo estoy de mí, en
averte hecho algún servicio. Mas mira, señor,
perdóname, que te lo quiero dezir, que tú como eres
tan sabio no quieres tomar consejo y rýeste de lo que hombre
te dize. Cata, señor, que ninguno que pelea vee tanto como
los que miran, que no hay quien sepa en sus cosas propias como en
las agenas, que más veen cuatro ojos que no dos, y lo que
vota la mayor parte del senado esso se haze, porque presumen las
leyes que aquello es lo mejor, y comúnmente se acierta
más por parecer de muchos que por el de uno.
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FELIDES.- No quiere esso el que dize que adonde
está la muchedumbre, aý está la
confusión. Mas ¿por qué dizes esso?
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PANDULPHO.- Esa confusión has de
entender, señor, por tabahola o bozes de cofradría,
donde los unos a los otros ni se oyen ni aguardan respuesta, que en
lo demás la razón da la que tengo dicha. Y lo
porqué lo dixere es por lo que muchas vezes te tengo dicho,
que des al diablo para con las mugeres comparaciones ni estilo
retórico, que me dixo Quincia que no havían
más entendido palabra de tu carta que antes que la leyessen.
¿De qué sirve, señor, escrevir lo que no se ha
de entender, pues no puede aprovechar?
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FELIDES.- Esso sería que no lo
entendería Quincia, ¿por ella juzgas tú a las
otras?
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PANDULPHO.- Voto a tal de te lo dezir,
señor, pues me hazes que lo diga, que tampoco lo
entendió Polandria; y si llevava las razones del romance
deste otro día, ¿qué diablos havía de
entender?, que yo juro a los santos que yo no lo
entendí.
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FELIDES.- He, he, he.
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PANDULPHO.- ¿De qué te
rýes, señor?
|
FELIDES.- Rýome de que pareces don
Ximeno.
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PANDULPHO.- ¿Que por mi mal veo el ageno,
quieres dezir? Pues yo te certifico que lo que yo no entendiere que
no lo entienda Polandria. ¿No sabes tú, señor,
que tengo yo corrido a Ceca y a Meca y a los olivares de Santander,
y que sé dónde roye o puede roer el çapato?
Pues pídote por merced que hierres por parescer ageno, antes
que aciertes por el tuyo, porque no podrás errar errando con
consejo, ni acertar acertando sin él; y en caso de amores
sabe que he sido bien acuchillado.
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FELIDES.- Bien se te parece según eres
sabio; yo tomaré tu parecer de aquí adelante. Y
dexando esto, tomá vuestras capas y espadas y vamos a casa
de Celestina, que es ya hora.
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PANDULPHO.- Vamos, señor, y si pudiere
ser háblala en mi presencia, porque yo te prometo que tienes
menester faraute para con vieja tan matrera; y sabes, señor,
que yo he leýdo donde ella, en un libro, digo, y para un
traydor son buenos dos alevosos, porque palabra no te dirá
que no tenga dos entendimientos, y para tu nobleza es escura su
germánica, y muy clara para quien la entiende como yo.
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FELIDES.- Ora basta lo dicho, que yo te
agradezco tu consejo; y dame, Sigeril, una espada y una rodela y
vamos.
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SIGERIL.- Hela aquí, señor.
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FELIDES.- ¿Vamos bien por
aquí?
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PANDULPHO.- Señor, muy bien; y quiero
llamar, que aquí es su casa. Ta ta ta.
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CELESTINA.- Hija Elicia, mira quién llama
aý.
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ELICIA.- ¿Quién está
aý?
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PANDULPHO.- Señora, di a la madre que
aquí está Pandulpho.
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ELICIA.- Madre, aquel gentilhombre es que hoy te
habló.
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CELESTINA.- Bien venga si trae recaudo;
ábrele, hija, y suba.
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ELICIA.- Entra, señor Pandulpho.
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PANDULPHO.- Señor, aguarda y hazella he
saber cómo estás aquí. Madre señora,
Dios te guarde.
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CELESTINA.- Hijo, mi amor, ¿qué
buena venida es ésta? No se le deve de cozer el pan a aquel
cavallero, o ¿qué es esta priessa?
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PANDULPHO.- Madre, ya sabes a los dolientes
quán dulce les es la cara del médico, especial en
males congojosos y que no sufren la tardancia, como el de mi
amo.
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CELESTINA.- Según esso, el manto deves de
traer.
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PANDULPHO.- Aun essa tardança no tuvo
sufrimiento para aguardar, que aquí viene a hablarte, que a
la puerta queda, mira si mandas que suba.
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CELESTINA.- Más cortos los passos y larga
la bolsa quisiera yo este galán.
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PANDULPHO.- ¿Dizes, madre que suba?
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CELESTINA.- Jesús, hijo, no digo sino que
no tengo yo tan cortos los passos para no abaxar a recebir tal
persona, que yo yré abaxo a ver qué manda su
merced.
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PANDULPHO.- Más vale que suba él,
madre, que es moço, no tomes tú tanto trabajo.
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CELESTINA.- No hables en esso, mi amor, que no
soy tan mal criada. Alumbra esse candil, Elicia, que está
allí el señor Felides.
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SIGERIL.- Señor, paréceme,
según lo que veo, que habremos esta noche de andar a
perdizes, pues no nos falta candil.
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FELIDES.- Calla y entremos. ¡O madre
señora, abraçarte quiero, que Dios sabe lo que con tu
venida yo he holgado!
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CELESTINA.- Señor Felides, ¿y para
qué tomavas tanto trabajo?; que yo fuera a tu casa, que era
más razón.
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FELIDES.- Más es, por cierto, que venga
yo a la tuya, siendo tan anciana y honrrada persona como eres.
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CELESTINA.- No digas esso, señor, que me
corro, que yo fuera y de rodillas. Mas, por vida desta mochacha,
que no quedó sino por falta de manto; que, mal pecado, como
soy rezién venida, aun para acordarme de lo sacar, por vida
tuya, señor, no me han dado lugar con vesitaciones; y ya
sabes que quien de muchos se quiere aprovechar, que con todos ha de
complir, que esta negra honrra no se puede sostener sino con
trabajos, que en mi vida supe hazer mi voluntad por complir con las
agenas.
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FELIDES.- Madre, assí es; que por esso
los sabios tienen por mayor fortaleza al propio vencimiento que los
agenos, y no haze su voluntad el que la sigue, sino el que contino
la contradize para estar en las voluntades agenas; y por esso no me
maravillo que una persona tan señalada como tú
contradiga siempre su voluntad.
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SIGERIL.- ¿Y cómo
señalada?, si bien le mirases el hierro que, como a yegua
morisca, le dieron por las quijadas. ¿Crees, hermano, que le
dieron la señal para hazella señalada por el rostro,
por no seguir su voluntad por estar en las agenas?
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CELESTINA.- Nunca el diablo me ha de sacar de
moços susurradores.
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FELIDES.- ¿Qué dizes, madre?
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CELESTINA.- Digo, señor, que nunca Dios
me ha de sacar de trabajos, en quanto presumiere de honrra, y por
tanto quisiera que lo escusaras tú de venir acá, y me
lo dexaras a mí para yr a tu casa; que en mi alma, que hallo
la mía tan mudada y desbaratada que estrado ni silla no
hallé en ella, en que se pueda sentar sin
vergüença tal persona como tú. Llega
aquí, Elicia, essa silleta en que se asiente su merced.
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FELIDES.- Señora, no haze menester, que
por Nuestro Señor, que estoy harto de estar sentado y
tañendo con una vihuela.
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SIGERIL.- Bueno es mandalle asentar; piensa el
asno que está al evangelio de sus palabras y sentarse ha mi
padre, que Dios perdone.
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PANDULPHO.- Si no llevasse más cerimonia
el evangelio de Celestina que la epístola de nuestro amo de
hoy, él estaría mejor librado con su amiga.
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FELIDES.- Moços, ¿qué es
esso? ¿Adónde aprendistes essa criança?
¿Pensáis que estáis en algún
bodegón?
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PANDULPHO.- No le pesaría desso a
Celestina.
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FELIDES.- ¿Qué estáys
rezando?
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PANDULPHO.- Señor, no digo sino que nos
reýmos de una cabeçada que dio en la puerta Sigeril,
quando entramos.
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FELIDES.- Abaxárase él bien y no
topara; y calla luego y salíos allá, a la calle.
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CELESTINA.- No havía yo menester tantos
bachilleres como aquí veo.
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FELIDES.- ¿Qué dizes, madre?
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CELESTINA.- Señor, que no es menester;
déxelos, que son moços y huélganse, que a los
mancebos de qualquiera cosa les está bien reýr, que
los viejos, mi fe, señor, con la esperiencia de las cosas
que por nosotros han passado, pocos donayres nos hazen
reýr.
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FELIDES.- Aquéllos no son donayres, sino
necedades; que donde yo estoy han de callar. Sus, salíos
afuera, cerrad essa puerta.
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CELESTINA.- No, por mi vida, señor, sino
súbanse al fuego arriba, para Elicia, que es moça y
passarán tiempo, pues sabes que cada cosa se huelga con su
ygual.
|
FELIDES.- Por mi vida, madre, no
subirán.
|
PANDULPHO.- ¿Parécete, Sigeril,
que tomó bien nuestro amo mi consejo?
|
SIGERIL.- ¿Por qué lo dizes?
|
PANDULPHO.- ¿No vees los rodeos que ha
buscado para quedarse solo con la vieja, con quanto hoy le he
avisado?
|
SIGERIL.- Yo te prometo que si Marina
bayló, que tome lo que halló; que quien en ruin lugar
haze leña, a cuestas la saca. Mas, por Dios, ¿quieres
que acechemos por entre las puertas lo que passa?
|
PANDULPHO.- Por Dios, que te quería dezir
que lo hiziéssemos.
|
CELESTINA.- Señor, agora que estamos
solos, ¿qué mal es el tuyo? Que hoy aquel tu criado
no me lo supo dezir; que, por cierto, si es cosa en que yo pueda
aprovechar, alma y vida pondré por tu servicio.
|
FELIDES.- Por cierto, madre, que me lo deves en
el amor que te tengo y siempre tuve; que, por cierto, assí
me pesó de tu muerte como me plugo de tu venida.
|
CELESTINA.- Burlando, señor mío,
dizes que te lo devo. ¿Y tuve yo mayor señor en este
mundo, y que más favoreciesse mis cosas, que tu agüelo,
que en gloria sea? ¡O, qué cavallero aquél!,
¡qué presencia, qué gracia, qué
disposición que tenía! En verdad, quando entraste por
aquella puerta no me parecía sino que lo tenía
delante de mis ojos.
|
PANDULPHO.- Ya lo comiença a
enlabiar.
|
SIGERIL.- Yo te prometo, hermano, que ella lo
enlabie presto, y aun lo emboçe como a hurón, porque
no le coma la caça.
|
CELESTINA.- ¡Y es verdad que tu padre,
Andrómedes, que yva en çaga tu agüelo!
Dígote que en essos dientes de la boca le pareces cosa
estraña, que los tenía como tú, un poco
grandes, y la rysa graciosa como tú. Pues a la señora
Sebila, tu madre, ¿no la conoscí? ¡O,
qué real muger, qué gracia y qué saber! No
parecía quando yva por la calle sino duquesa, que
assí la henchía toda.
|
FELIDES.- ¿Que conosciste a mi
señora Sebila, madre?
|
SIGERIL.- Mira si la conosció, voto a la
casa de Meca; a Adán y a Eva, su madre, diga que
conosció, si se lo preguntan y es menester, para que
él no la conosca a ella.
|
PANDULPHO.- Ora callemos.
|
CELESTINA.- ¡Y cómo la
conoscí, mi señor! ¿Y con quién
comunicava ella sus dolores y sus plazeres, sino con esta vieja?
¡O, quántas vezes la torné del otro mundo a
éste! que la señora Sebila era muy doliente de la
madre. Por cierto, no pariera ella sin mí por todo el mundo;
que quando Felides, que está presente, nació,
assí goze yo desta alma pecadora y tú desse cuerpo
gentil, que la vieja Celestina fue la primera que te tómo en
las manos. Más nalgadas te di, señor, en este mundo,
y besos, que años tengo a cuestas; no venía la luna
por acullá, ni la callentura, ni el mal de ojo, que luego no
venía un paje a llamarme para que te viesse y te curase y te
desaojasse, que cada día te aojavan, que siempre fuiste como
hecho de oro, que no parescías sino un ángel, y agora
pareces un serafín con essa crespa de oro, que desde
tamañito la tuviste tal. Pues con los trabajos ¿no
venían los galardones? Por tu vida, hijo, que los pajes de
su casa a la mía se encontravan con los presentes, y aun yo
te certifico, que si tu madre fuera viva, que no tuviera yo
necessidad de manto prestado quando hoy me mandaste llamar.
¡O, qué franca!, ¡o, qué liberal!,
¡o, qué hermosura!, ¡o, qué piadosa!,
¡o, qué complida! No me asomava la necessidad por una
legua quando ya la tenía suplida, no parecía sino que
tenía corredores en mis necessidades, según
sentía sus celadas; que en mi ánima y por el siglo
quella tiene, que necessidades que sola yo y mi confessor pensava
que las sabíamos las adevinava, no sé quién se
las podía dezir, si no la voluntad que para me hazer
mercedes tenía.
|
PANDULPHO.- Ya la puta vieja le comiença
a conjurar con sus mentiras, confitadas de sus falsas y cautelosas
lágrimas, para sacalle el manto que hoy le havíamos
hecho ahorrar.
|
SIGERIL.- Pues mira con qué
atención la está oyendo nuestro amo.
|
CELESTINA.- Yo tenía en ella madre en
amor, señora en favor, compañera en
conversación, letrada en consejo. Pues con las justicias,
¿no estava favorecida? ¡Por mi alma, señor!,
que una vez o dos que me prendieron por cosas, que nunca faltan,
mal pecado, envidiosos en esta vida a las que veen puestas en
honrra como yo, que pienso que no comió ni dormió
hasta verme fuera de la cárcel; y quantos escuderos y pajes
tenía en su casa y fuera de casa tenía desatinados y
acossados, unos acá, otros por acullá: «ve a
ver la madre, llévenle de comer, sabe si tiene cama y mira
si le falta algo, ve a la justicia que le suplico que le alivie las
prisiones, que me la den en fiado, al carcelero y carcelera que la
traten bien; ¿qué tal está?,
¿quándo saldrá?, ¿cómo fue?,
¿cómo le levantaron tan falso testimonio a aquella
cordera?» ¡O, señor!, de aquí a
mañana no acabaría de dezirte las virtudes de aquella
santa y honrrada dueña de mi señora, tu madre, y las
mercedes que della rescebí en la vida, y la falta que agora
siento en su muerte. Y aun por cierto, sillas faltaran en mi casa
para que se assentara Felides, como agora, que las faces se me
quieren abrasar de vergüença de tal persona como
tú; y si te quisiera combidar, ¿faltaran manteles
reales en que te lo pudiera poner, como agora todo me falta?
|
PANDULPHO.- Quanto te sobra a ti de ruindad.
|
SIGERIL.- Escucha, que ya responde nuestro
amo.
|
FELIDES.- Señora madre, no llores, que,
plaziendo a Dios, ya que yo sé lo que me has dicho y tus
necessidades, yo supliré la falta de mi señora.
|
CELESTINA.- Señor mío,
bésote las manos, que no lo digo tanto por mostrarte mis
necessidades, que, loado Dios, con mis trabajos nunca falta un
pedaço de pan y dos vezes de vino que bever, mas por la
necessidad que siento del amor que la señora Sebila me
tenía, y de la falta de su conversación, y para que
sepas la obligación que a servirte tengo, y la que tú
tienes para me favorecer y hazer mercedes, como a criada vieja de
tu casa; y para ayudarme a sostener esta sobrina, porque no caya de
su honrra, que plega a Dios no me lleve para sí otra vez
hasta que la dexe remediada y casada, que en mi alma, para contigo,
que en toda la noche no duermo, como alcayde sospechoso de la
honrra de perder la fortaleza, ya señor me entiendes, por
guardar, digo, ganado nuevo y loco. Que, en fin, como sea muger
moça y algo hermosa, como ella lo es, ¿quién
quitará que no tenga necessidad de guardarse? Aunque, a la
verdad, harto buena hija, cuerda y asentada y obediente me es ella,
que es harto buena señal; mas en fin, señor, es
moça; ¿digo mal, por tu vida?
|
FELIDES.- No, sino como sabia, y persona celosa
de su honrra della y de la tuya.
|
CELESTINA.- Ora señor, yo te tengo, como
a señor, dada cuenta de mi vida; dime tus duelos, pues has
oýdo los míos, que diferentes deben de ser, mal
pecado. Y perdóname, por Dios, si te he enojado con mis
boverías, que bien he sentido que he sido prolixa, mas con
el amor que tuve a tus padres y te tengo a ti he tomado el
atrevimiento.
|
FELIDES.- Madre, por cierto, no has sido sino
muy corta para lo que yo he holgado de te oýr.
|
SIGERIL.- Esso no te pareciera a ti, si huvieras
estado al sereno como yo, dos oras, oyendo sus mentiras y tus
necedades.
|
FELIDES.- Assí que, señora madre,
dexado aparte todos preámbulos, porque para contigo no son
menester, yo vivo el más apassionado y triste hombre del
mundo, y tanto, que el comer y bever y dormir me falta, y no pienso
que con faltar no me faltará la muerte, si la vida no me
socorre, la qual está toda puesta en tus manos.
|
CELESTINA.- ¿En mis manos, señor?,
pluguiesse a Dios, que no la procuraré menos que la
mía propia. Y dime tu mal de qué es, y verás,
si lo puedo remediar, lo que tienes en mí.
|
FELIDES.- Mi mal es el mayor del mundo, porque
es de amores.
|
CELESTINA.- He, he, he.
|
FELIDES.- ¿Rýeste, madre?
¿Piensas que burlo? Por tu vida, no burlo.
|
CELESTINA.- No pienso que burlas, señor,
mas rýome que para mí no es entender en tales
burlas.
|
SIGERIL.- Ya se comiença a encarecer la
puta vieja.
|
CELESTINA.- Jesú, señor
mío, ¿y tal cosa me havías a mí de
dezir, sobre ochenta años a cuestas, muerta y castigada y
escarmentada, y rezién remitida a hazer penitencia de las
culpas passadas? Consejo dártelo he yo, señor
mío, como a mi alma y como a mis ojos, mas remedio Dios y tu
buen seso lo han de poner en tu mal.
|
FELIDES.- Pues madre, ésse te vengo yo a
pedir.
|
CELESTINA.- Ésse te daré yo de muy
buena voluntad, que será que te apartes de tales
pensamientos, en que tanta ofensa recibe Dios, que te acuerdes que
te has de morir, lo que, mal pecado, los moços no hay cosa
que más olvidado tengáys; y sé que, en mi fe,
señor, todo es viento lo desta vida, sino servir a Dios, y
bien que nos lo dize la Yglesia en el oficio de finados, si lo
quisiéssemos mirar.
|
FELIDES.- Madre, esse consejo déxalo
tú para los que predican, que no te pido yo sino para
remediar mi pena, presupuesto que huye todo consejo.
|
CELESTINA.- Hijo, assí lo dize el poeta,
quel amor más enciende sus llamas, quanto le ponen mayor
defensión.
|
FELIDES.- ¿Pues para qué me
aconsejas esso, si se ha de encender más con tu consejo?
|
CELESTINA.- ¿Pues tras quáles
cabras ando yo?
|
FELIDES.- ¿Qué dizes, madre?
|
CELESTINA.- Digo que no es tras esso lo que yo
ando. Si fueras una donzella que por un desastre, como cada
día acaesce, huvieras perdido tu virginidad y te quisieras
cassar; si estuvieras preñada, dar manera a parir en todo
secreto; ya sabes que dize el evangelio que bien aventurados son
los misericordiosos, porque ellos alcançarán
misericordia; en tales casos yo, señor, no dexara de
entender, mas ya sabes que lo que me demandas hazer es contrario,
porque no creo que me mandarás tú que lo haga,
haviendo tantas en el lugar que lo sabrán hazer muy mejor
que yo lo sabré mirar.
|
FELIDES.- En lo que mucho va, madre, se conocen
los amigos, que en lo que poco, poco va en que se haga.
|
CELESTINA.- ¿Y aconsejarme hías
tú, señor, que lo hiziesse?
|
FELIDES.- Sí, por cierto.
|
CELESTINA.- ¿Y el alma, señor?
|
FELIDES.- ¿Cómo, madre, donde
pongo yo la mía no aventurarías tú la tuya,
hasta confessarte?
|
CELESTINA.- Hijo, ésse es una especie de
pecar en el Espíritu Santo, pecar en confiança de la
misericordia de Dios. ¿Mas tú bien me
absolverías?
|
FELIDES.- Sí, por cierto; y no
habrá cosa que tú me mandes que yo no hiziesse, por
grave que fuesse.
|
CELESTINA.- Pues assí es, dame camino
para Elicia.
|
FELIDES.- Esso es lo menos que por ti
haré, si tú hazes lo que te pido.
|
CELESTINA.- ¿Prométeslo
assí?
|
FELIDES.- Sí prometo.
|
SIGERIL.- Dentro lo tiene, maldito sea hombre
tan asno y sin sufrimiento. Corre Pandulpho, y llama un escrivano,
y hazelle ha una obligación.
|
CELESTINA.- Calla señor, que estoy
burlando contigo, que ni lo uno ni lo otro no se sufre. Mas mira,
llégate acá a este rincón, que te quiero dezir
un secreto.
|
FELIDES.- ¿De qué me diste de ojo,
madre?
|
CELESTINA.- De que quiero que no nos oyan lo que
quiero agora dezirte, y por esso, para desmentir las escuchas
rehusé tu merced, que no lo dexo de acetar, ni de obligarme
a mi servicio; mas temo estos moços tuyos, que los oý
denantes murmurar, no me levanten algún caramillo como los
de Calisto, mal siglo les dé Dios allá donde
están, que sí creo que dará, que aquí
si otra cosa fuera yo lo dixera; que, para aquel Dios que
está en los cielos, no tuve más culpa que tú.
Mas dexando esto, yo, señor, quiero hazer por ti lo que no
tenía pensado, mas ha de ser con todos secreto, y tú
di a tus criados que no has podido acabar cosa comigo; y dime la
dama.
|
FELIDES.- Señora, yo te lo agradezco y
prometo pagar. La dama es Polandria, hija de Paltrana.
|
CELESTINA.- No prometas más,
señor, que basta lo prometido, y mucho huelgo que te hayas
empleado en tal parte; y sepamos si has pasado algo con ella para
que no se hierre la cura.
|
FELIDES.- Sólo de señas le he dado
a conoscer mi pena, y una carta mía pienso que le dio una
moça suya.
|
CELESTINA.- No te fíes de moços ni
moças, señor, que en un día dirán, no
sabiendo negociar, lo que no se pueda remediar de mí. Y vete
y déxame el cargo, porque no sientan tus criados lo que
passa y no parlen, y tomen aviso de mí en casa de Paltrana;
y ten sufrimiento de aquí a quatro o cinco días que
yo haré manto, y yo yré luego a entender en ello, que
más no se tardará.
|
FELIDES.- Por esso no quede, madre, que yo te
embiaré luego manto, quanto lo haga hazer luego esta
noche.
|
CELESTINA.- Pues sea assí, pues no tienes
sufrimiento.
|
FELIDES.- ¿Quiéreslo garnecido de
terciopelo?
|
CELESTINA.- Para mí no es menester tan
galán, no digan, mal pecado, a la burra vieja, arracadas
nuevas; mas no será mal, que no me acordava, para si Elicia
quisiere salir alguna vez, que es moça y galana. Y tú
vete, señor, y a mí déxame el cargo.
|
FELIDES.- Pues madre, los ángeles queden
contigo.
|
CELESTINA.- Señor, y contigo vayan.
Elicia, para mi santiguada, que te tengo aquell asno de suerte que
presto nos traerán a cargas el bastimento.
|
ELICIA.- ¿Cómo es esso?
|
CELESTINA.- Cenemos, que es tarde, que sabello
has quando sea tiempo.
|
SIGERIL.- Señor, ¿dexas la vieja
qual ha de quedar?
|
FELIDES.- ¡Dola al diablo!, viene tan
santa que no hay quien la pueda hazer, hazer cosa.
|
PANDULPHO.- Agora la creo menos.
|
FELIDES.- El manto le quiero dar para ver si la
podré vencer; házelo hazer Sigeril, y vien guarnecer,
y traya solo Pandulpho de mañana, porque ya sabes que
dádivas quebrantan piedras. Y vámonos a cenar que es
ora. Y mirá, vosotros ¿para qué estáis
susurrando de Celestina, que sabe más ruindad que el diablo,
y metésme a mí en afrenta?
|
PANDULPHO.- ¿Y por esso, señor,
nos echaste fuera?, ¿para hazer lo que te tenía
avisado? Mejor aviso tuvo ella quando te apartó al
rincón porque no le oyessen lo que quería
dezirte.
|
FELIDES.- No seas malicioso, que no me
quería cosa que a mí ni a ella tocava.
|
SIGERIL.- Quien compra y miente en su bolsa lo
siente.
|
FELIDES.- ¿Qué dizes tú,
Sigeril?
|
SIGERIL.- Señor, no digo sino que aquella
vieja, con mentir, quiere comprar a los menos el sereno que con sus
prollixidades nos hizo allí passar.
|
FELIDES.- Por cierto, esso no me pareció
a mí, que gloria es oýlla.
|
SIGERIL.- Menos nos pareciera a nosotros si nos
dexaras sobir a Elicia, y aun pienso que a ella no le pesara de
nuestra conversación.
|
FELIDES.- Calla en mal punto, que la quiere
casar, que no era razón.
|
PANDULPHO.- Ha, ha, ha; ¿agora la quiere
casar, después de haver corrido a Ceca y a Meca y a los
olivares de Santander? ¡O señor, y cómo te
hazen creer quanto quieren, y cómo no crees quanto te cumple
creer!
|
FELIDES.- ¿Por qué dizes esso?
|
PANDULPHO.- Porque encomiendo al diablo la
verdad que en la boca de aquella puta vieja cabe, que agora
querría que le casases la criada; un bien tienes,
señor, que no hallarás quien la tome, según
está ya tomada.
|
FELIDES.- Ora basta lo dicho, y callemos, que
estamos en casa; y dadme de cenar. Y tú, Sigeril, ten
cuydado del manto; y mira, corta un sayo para ti de la mesma
pieça.
|
SIGERIL.- Bésote las manos, señor.
Bueno va esto, a rýo buelto, ganancia de pescadores; agora
diga y haga Celestina quanto quisiere, que quando el proverbio
quiere que mal de muchos sea gozo, con mas razón lo
será bien de muchos con mal de uno.
|
Argumento de la XVIII Cena
|
|
POLANDRIA
había consigo sola, quexándose del amor, y llama a
PONCIA para que vayan a
ver al pastor enamorado FILÍNIDES, y están con
él hasta que las llama QUINCIA. Y
entrodúzense:
|
|
POLANDRIA,
PONCIA, QUINCIA, FILÍNIDES, PALTRANA.
|
POLANDRIA.- ¡Ay de mí, que no de
balde se dize: lo que ojos no veen, que el coraçón no
dessea; si yo no viera la carta de Felides haviendo visto su
hermosura, no desseara el coraçón lo que la
razón aborrece. ¡O, amor, y quán contrario de
razón te hallo, quán amigo del desseo te veo,
quán contrario de honesticidad te miro, quán enemigo
de honrra te entiendo! ¡Ay de mí, quán mal se
casan amor y la obligación de mi limpieza! No sé
qué diga que no sea contra mí, ni qué haga
para vengarme de mí; y lo peor de mi mal es que le falte,
por mi honestidad, el bien que con comunicarse los males se puede
hallar para aliviar la congoxa, pues mi honestidad defiende lo que
en esto el remedio me pide, assí que la muerte ha de quedar
por testigo de mi honestidad, o por testigo de mi natural
forçado, con el contranatural de mi honrra castigado. Mas
para alivio del mal, muchas vezes he oýdo que es gran parte
comunicarlo con los heridos del mismo dolor, y por tanto yo quiero
rogar a Poncia que vamos al jardín, donde el pastor
Filínides está haziendo las cuchares y preguntalle de
su enamorada, la pastora Acays, y con oýr sus males
podré consolar la congoxa de los míos, porque cosa
maravillosa es lo que aquél, en su lengua rústica,
sabe de los secretos del amor.
|
PONCIA.- ¿Qué hablar es
éste de Polandria entre sí, y qué descuydo en
su cuydado que contino de poco acá la veo? Mal pecado, no
sean las burlas de Felides que hayan salido a veras; que por mi
vida, que aunque yo burlo de las señas de su paje, que no me
pesa quando le veo passar, ni lo quiero tan mal que no me pesasse
de qualquiera cosa que a él no le estuviesse bien. Quiero
preguntalle de qué anda como suspensa. ¡A,
señora mía Polandria!, parésceme que andas
como envelesada, suplícote que me digas el porqué si
lo sabes, y digo si lo sabes porque mil vezes me acaesse estar
alegre sin saber de qué, y otras estar triste.
|
POLANDRIA.- ¡Ay, Poncia!, dessa suerte,
por tu vida, estoy; y pienso quel mal de la yjada que mi
señora esta noche ha tenido me ha dado lo principal de mi
pena. Y para algún alivio te querría rogar que nos
fuéssemos al jardín, a oýr al pastor
Filínides hablar en los amores de la pastora Acays, que no
es sino gloria oýlle.
|
PONCIA.- Ya, ya, no me digas más,
¿en amores quieres hablar? En mi seso estava yo, más
mal hay que suena.
|
POLANDRIA.- ¿Qué dizes,
Poncia?
|
PONCIA.- Señora, digo que es gloria
oýlle cantar y aun contar su mal; que vamos.
|
QUINCIA.- Señora, habla passo, que duerme
mi señora.
|
POLANDRIA.- Buenas nuevas te dé Dios; y
ven acá, Quincia, ¿hate dicho más aquel loco
del otro día?
|
QUINCIA.- Señora, no le doy yo tanto
lugar, que luego en viéndolo boto como un rayo.
|
POLANDRIA.- Hazes tú muy bien, y
assí lo haze.
|
PONCIA.- Buen dissimular es ésse.
|
POLANDRIA.- ¿Qué dizes
tú?
|
PONCIA.- Digo, señora, que si el mal
pesar del duelo de mi requebrado si le ha dicho algo. ¡Ay,
Dios, y quán lindo es, no me lo aojen!
|
QUINCIA.- Pardiós, harto pues me mira
él quando me vee.
|
PONCIA.- Y el otro hurgonero de horno de tu
requebrado, gesto de cucharón de hazer conserva,
¿cómo te va con él?
|
QUINCIA.- Calla en mal ora, señora, que
por cierto, que no me paresce a mí sino un pino de oro, y
tal sea su vida si yo no le paresco a él mejor.
|
POLANDRIA.- Ora déxate desas burlas, y en
despertando mi señora llámanos al jardín; y
anda acá, Poncia. Dios te salve, amigo Filínides.
|
FILÍNIDES.- Assí haga a ti,
señora Acays.
|
POLANDRIA.- ¿Cómo es esso,
hermano, y no me conoces?
|
FILÍNIDES.- Pardiós señora,
yo cuydava que de yuso de los hayos, a la fuente sombrosa, estava
haziendo este cucharón, y como vi cosa tan bella, no pude
pensar quién fuesse sino aquélla que no s'aparta mi
memoria de otealla.
|
PONCIA.- Según esso, hermano mío,
¿no estavas pensando en mí?
|
FILÍNIDES.- Pardiós,
señora, no tiene tanta fuerça mi ganado para aballar
mis memoriales de lo que digo, de lo qual mi soldada es buen
testigo, que toda se ha ydo en las prendas que por estar prendado
de Acays me han prendado en los panes y vedados, donde con tanto
cuydado mis ovejas se apacientan, en quanto yo, con semejante
descuydo, me puedo apacentar en los prados y flores de la hermosura
de mi Acays.
|
POLANDRIA.- ¡Ay amigo, qué gloria
es oýrte; cuenta más, por tu fe, di desso mucho!
|
FILÍNIDES.- ¡Ay mi señora!,
¿Qué querés que os cuente?, sino que tan
desmarrido y cargado de cordojos me siento, quanto descordojado de
mí y perdidos los memoriales, que ni boz de pastor oyo, ni
ladrido de perro me pone cordojo, para que primero que yo pueda
oýr el llobo no haya ya llevado la cordera; tan ocupado y
encarniçado está el llobo del amor en mis
entrañas. Pues los cencerros de los mansos, tan sordos
están en mis oýdos quanto me los tiene recalcados y
tapidos la memoria de la boz de mi Acays, sin que otra cosa pueda
ni quiera oýr. So los olmos del lugar mil vezes a dormir me
recuesto, y quando recuerdo so las hayas me hallo, sin saber
quién me lleva, que aunque mis pies me traen Acays es quien
los manda; ya el bayllar me tiene buelto en cordojos, las
castañetas en muy terribles sospiros, el cantar en plantos
de mis ojos, que ya de hechos ríos tengo aburridas las
fuentes; ni las frescas majadas me ponen temprança al calor
que siento, ni las yervas agostadas y fuerça del sol en las
siestas me quitan el frío que tengo, junto con
abraçarme. No hay ayre temprado para mí, ni cosa de
prazer que no me destempre, pues si alguno toma cordojo en
ponérmelo, quando acabe de departir, si me pide cuenta de lo
que me ha dicho, treynta vezes desatino. Con ninguno me hallo sino
con Acays, a ninguno entiendo por entender en pensalla, no me oteo
por otealla, ni gozo de cosa por gozar de su ymaginación;
los sonidos que retumban por los valles y bosques todos me
despiertan con sobresalto de ser mi Acays, la calor de sus amores
me tiene acostado mi prazer, y su desamor abuchornada mi
esperança, de suerte que, de quemadas las froles de toda
ella, escusado es esperar la fruta de mi libertad. Y ni el bever de
bruças en las fuentes me quita la sed, ni recostarme en los
prados me pone descanso, ni las vellotas, castañas ni
piñas me quitan la hambre, ni los llobos me ponen cuydado,
ni el ganado me quita el descuydo. Ya os he dicho lo que sé
de lo que siento, y no es cacho el todo que de amor puedo
sentir.
|
POLANDRIA.- ¡O hermano, qué gozo me
ha sido oýrte! Por mi amor, que nos cantes algunos versos si
sobre tu mal has hecho.
|
FILÍNIDES.- |
|
De buenamente comienço en
quanto acabo este cucharro:
|
|
O hayas de gran beldad |
|
|
|
que os alçáis tanto
del suelo, |
|
|
|
mis dolores otead, |
|
|
|
mi pena y su crueldad, |
|
|
|
y subid con ella al cielo. |
|
|
|
Las aves, los animales, |
|
|
|
por los bosques y los prados, |
|
|
|
canten y lloren mis males, |
|
|
|
pues que siendo en sí
mortales |
|
|
|
en mí al revés son
tornados. |
|
|
|
|
POLANDRIA.- Canta, por mi amor, más,
amigo, para que ayudemos con las aves y animales a sentir tu
dolor.
|
FILÍNIDES |
|
|
Fuentes, entrad en mí
luego, |
|
|
|
con los mares y los
ríos |
|
|
|
procurar matar mi fuego, |
|
|
|
y a las llamas todas ruego |
|
|
|
vengan a matar mis
fríos. |
|
|
|
Y todo se ponga en medio |
|
|
|
de mis pechos, y veremos |
|
|
|
si en frío calor hay
medio |
|
|
|
y en calor frío remedio |
|
|
|
en concertar sus estremos. |
|
|
|
|
POLANDRIA.- ¡O, válame Dios,
qué cosa tan sentida! Ve, por Dios, adelante.
|
FILÍNIDES |
|
|
Si un estremo es yo cuytado, |
|
|
|
Acays es otro estremo, |
|
|
|
el medio será escusado, |
|
|
|
según me hallo apartado |
|
|
|
de su amor con que me quemo. |
|
|
|
Con él haze cherriar |
|
|
|
por cigarras mis dolores, |
|
|
|
y como grillos cantar |
|
|
|
en las noches mi penar |
|
|
|
sobre el sol de sus amores. |
|
|
|
|
POLANDRIA.- ¡Ay por Dios, amigo
mío, no acabes tan aýna!
|
FILÍNIDES |
|
|
Mis lágrimas fuentes
son, |
|
|
|
donde lançado de
pechos, |
|
|
|
todas juntas quantas son |
|
|
|
con el ayre y la razón |
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de mis sospiros deshechos, |
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no bastan la sed matar |
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del calor que está en el
alma, |
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ni a dexar dese ahogar, |
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con fuelles de sospirar, |
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mi coraçón en tal
calma. |
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QUINCIA.- Señora, mi señora ha ya
despertado y te llama.
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POLANDRIA.- Amigo Filínides,
quédate a Dios, y, por tu fe, que nos vengas a ver quando
tuvieres lugar, que si no me llamaran toda mi vida te estuviera
oyendo.
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FILÍNIDES.- Señora, Dios vaya
contigo.
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POLANDRIA.- Señora mía,
¿qué tal te sientes?
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PALTRANA.- Hija, algo mejor; ve tú,
Poncia, y tráeme algún paño caliente.
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POLANDRIA.- ¿Todavía te duele el
lado, señora?
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PALTRANA.- Hija sý, mas mucho provecho
hallo en los paños calientes. ¿Qué has hecho,
mi amor?
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POLANDRIA.- Señora, pardiós, en
quanto has dormido he estado oyendo al pastor Filínides, el
que mandaste hazer los cucharros, que no es sino gloria
oýlle.
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PALTRANA.- Ay, hija, diz que está loco,
el cuytado, de amores de una pastora.
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POLANDRIA.- No lo parece en sus razones.
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PONCIA.- Señora, he aquí los
paños.
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PALTRANA.- Dalos acá.
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PONCIA.- Mira, señora Polandria,
qué te digo al oýdo.
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POLANDRIA.- ¿Qué dizes? ¿Ha
passado el mal pesar de tu requebrado por la puerta?
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PONCIA.- No, mas embiávame el mi duelo
una carta, con un pobrezito déstos que entravan en casa a
pedir por Dios.
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POLANDRIA.- ¿Pues tomátela?
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PONCIA.- Mal año para él,
¿de tomalla havía? Antes le di de bofetadas y lo
embié con el diablo.
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POLANDRIA.- Luego ¿él era el que
llorava denantes?
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PONCIA.- Pardiós, no era otro.
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POLANDRIA.- Pues no te tengo yo a ti por tan
necia que no supieras darte maña a tomar la carta, que no
fuera poco de veer.
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PONCIA.- Pardiós señora, que te
matara de amores si vieras cómo en un punto la tomé y
le rasgué un papel que trahía en el seno,
haziéndole entender que era la carta que me havía
dado.
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POLANDRIA.- Mucho huelgo desso, que tendremos un
buen rato en que passar tiempo.
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PALTRANA.- Hija, ve tú y Poncia a que me
aderecen la cena.
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PONCIA.- Vamos señora; y primero arriba a
ver la carta de aquellos amoritos míos, para ver si trae
elegancias como su amo.
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POLANDRIA.- Ora cierra essa puerta, y
dalacá y oye: «Señora de mis entrañas, o
templa tu hermosura o tu crueldad para comigo.»
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PONCIA.- Y aun pesa al diablo, señora,
porque me la templó Dios tanto, aunque se destemplará
más para con su pena.
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POLANDRIA.- Nunca medre yo si tú piensas
eso, no te fagas ora tan santa.
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PONCIA.- Pardiós, señora,
sí pienso; y ve adelante.
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POLANDRIA.- «Y no seas, señora
mía, quando te ríes conmigo, como gato que
retoça con la presa para después la matar.»
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PONCIA.- ¡Ay, mi duelo, y también
él haze comparaciones!
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POLANDRIA.- Calla en mal punto, que harto se
humilia el cuytado en hazerse ratón.
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PONCIA.- Pues si se faze ratón, con un
poco de queso le haré pago, y veamos en qué para; y
di más, señora, que me va contentando.
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POLANDRIA.- «No te acontezca como a las
harpías, que se matan quando se miran en las fuentes y veen
que han muerto sus propias figuras, que tal soy yo contigo, tan
ocupados mis sentidos y memoria en tu hermosura tienes.»
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PONCIA.- ¡O, válame Dios, que
muerto lo vemos a este hombre!
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POLANDRIA.- Calla, que según me paresce
peligro corres, noramaças, pues razón tiene;
¿para qué le matas al cuytado si después te
has de matar por él?
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PONCIA.- Por cierto, señora, que ambos
estamos bien seguros desse peligro; por tanto, passa adelante.
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POLANDRIA.- «Y para que sepas,
señora de mi alma, la razón que tienes de me haver
piedad, suplícote que me quieras dar lugar a que te hable; y
con esto acabo, besando tus manos, hasta que pueda merecer besar tu
hermosa boca.»
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PONCIA.- Oxte mi asno, xo que te estrego, asna
coxa; por mi vida, señora, que quisiera podelle dezir que me
tomara a cuestas y me besara donde no me pudiera aojar, pues recibe
mal de ojo.
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POLANDRIA.- Por cierto, tú le pagas mal
sus desseos al cuytado.
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PONCIA.- Bonita boca, pues, tiene mi dolor para
le besar, que no se contentara con las manos, que la boca
quería; y dala acá señora, dalle he el pago
que merecen tales necedades.
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POLANDRIA.- ¿Para qué, en mal
punto, la rasgavas?, que era buena para la amostrar para
reýr.
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PONCIA.- Nunca, señora, pongas en
aventura las cosas de veras, por gozar de las burlas.
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POLANDRIA.- ¿Por qué dizes
esso?
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PONCIA.- Dígolo porque muchas vezes de
ssemejantes cosas se juzgan y condenan las veras secretas y honrra
de las mugeres por las burlas públicas; porque quien viere
la carta, burlando della, no dexará de condenar, a bueltas
de las burlas, las veras de havella recebido, porque en esta parte,
créeme, señora, que las mugeres y los alcaydes hemos
de ser de una manera, quiero dezir que no demos jamás orejas
a oýr lo que no devemos de hazer, que como del
coraçón los hombres solos son juezes de sí
mismos no se han de descuydar para poner sospecha en su virtud,
pues sabes que los indicios son parte de provança, a lo
menos para poner a quistión de tormento, como es indicio a
la muger y al alcayde rescibir embaxadas ni cartas para sospechar
de su fidelidad. Y con esto nos vamos a dar la cena a mi
señora.
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Argumento de la XIX Cena
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PANDULPHO va a
casa de CELESTINA con el
manto, y, después de ydo, CELESTINA dize a ELICIA, fingendo no que está
allá CRITO, que no
quiere desonestidades en su casa ya; y yda, queda CRITO y ELICIA. Y
introdúzense:
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PANDULPHO,
CELESTINA, ELICIA, CRITO.
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PANDULPHO.- Ta, ta, ta.
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CELESTINA.- Mira, hija Elicia, quién
llama a la puerta.
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ELICIA.- Tía señora, Pandulpho,
criado de aquel cavallero que vino acá anoche.
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CELESTINA.- Anda, mi amor, ábrele, que a
este su amo no se le deve de cozer el pan.
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PANDULPHO.- Tía señora, Dios te
salve.
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CELESTINA.- Hijo, ¿qué buena
venida es ésta?
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PANDULPHO.- Señora, Felides, mi
señor, te embía este manto; y que le perdones, que no
es qual él quisiera.
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CELESTINA.- Hijo, él es mejor que yo le
puedo mereçer a Dios; que plega a Dios, hijo, que él
biva muchos años y buenos, que yo espero que no me haga
falta mi señora, su madre, que está en gloria.
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PANDULPHO.- A perro viejo, no cuz cuz,
vieja.
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CELESTINA.- ¿Qué dizes, hijo?
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PANDULPHO.- Madre, que esto es lo menos que mi
amo ha de hazer por ti; y que te ruega que no le olvides en tus
oraciones, pues no le puedes aprovechar en otra suerte.
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CELESTINA.- En mi ánima, hijo, que esso
haga yo de tan buenas entrañas qual las tenga Dios para
comigo, que yo te prometo de dar hoy quatro bueltas a mi rosario. Y
dexando esto aparte, ven acá mi amor, ¿todo esto es
el amor y conoscimiento passado de la mal lograda de mi
comadre?
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PANDULPHO.- ¿Por qué dizes esso,
madre?
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CELESTINA.- Tú me entiendes mejor que yo
lo sé dezir, no te me hagas bovo.
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PANDULPHO.- Por la Verónica de
Jaén, madre, no entiendo.
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CELESTINA.- Hijo, los buenos amigos no se han de
roer los çancajos.
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PANDULPHO.- ¿Por qué dizes esso,
madre? Declárate, que hablar claro Dios lo dixo.
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CELESTINA.- Hijo, por el murmurar que anoche
tuvistes de mí, tú y essotro tu compañero, que
no ha aún salido de casaron ni sabe dónde le roye el
çapato y quiere mofar de una vieja como yo; que bien puedes
creer que no soñava él de nascer, quando tenía
yo ya mudados los dientes, a lo menos la segunda vez, digo, y
pónese a mofar de mí en presencia de su amo; que ya
que no lo dexasse por la reverencia de mis canas, por la autoridad
de su amo lo devría de hazer.
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PANDULPHO.- Madre, por Nuestra Dueña del
Pelarín, que no lo devías de entender.
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CELESTINA.- Hijo, a buen entendedor, pocas
palabras; y a la verdad, a ti no te culpo, porque no podías,
en fin, dexar de oýr, mas dígolo por essotro tu
compañero, que me paresce mofador y escarnidor; y
pardiós, hijo, que si mete la mano en su seno, que a cada
parte hay tres leguas de mal camino, que, por mi vida, si le
parezco puta vieja, que más se lo pareciera su agüela,
y aun su madre no le yva en çaga.
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PANDULPHO.- No le deves de conoscer,
señora.
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CELESTINA.- Veamos ¿y él no es
hijo de Canaruça, el ama de Felides?
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PANDULPHO.- No de otra, por tu vida.
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CELESTINA.- Pues cállese y callemos, que
cada sendas nos tenemos, y no me haga que suelte yo esta maldita,
si no, por mi vida, que podemos entendernos a coplas. Y
agradézcalo, hijo, él a ti, que por mi vida, que
ganó contigo anoche como con cabeça de lobo, que otro
cuydado tengo yo de remediar tus cosas que tú de sacar las
mías a plaça; que por tu vida, no sé si lo
pudistes ver, que sí verías, que, mal pecado,
açecharías por entre las puertas, que quando yo
aparté en secreto anoche a tu amo no fue sino para dezille
mil males de ti, quales plega a Dios los digan de mí,
haziéndole saber quién eres y quánto
meresçes y te deven por tu persona, y más por el
desseo de su servicio, y con quánta voluntad me
havías hablado en sus cosas. Y por mi vida, que no le quise
dexar yr hasta que perdiesse el enojo del murmurar en su presencia,
que no fue poco acaballo con él según estava enojado
de vosotros, y a la verdad tenía mucha razón; y si
viene a mano pensarías tú que lo apartava yo para mi
provecho. Mas en fin, hijo, haga cada uno lo que deve y diga
quienquiera lo que quisiere, que al cabo a Dios sólo tengo
de dar la cuenta; y toma, hijo Pandulpho, de mí una cosa, y
con ésta acabo: que la mayor virtud y el mayor saber de
todos es no dezir a ninguno cosa de que le pese; porque el que las
dize, créeme amigo, que se ha de aparejar a oýllas,
porque ya sabes, hijo, que quales palabras me dizes, tal
coraçón te tengo, porque por tu vida, que el cabo del
año todos estamos en cuenta. Yo me he tanto contigo alargado
porque, a la verdad, téngote en el lugar que tu madre, que
haya buen siglo, te me dexó encomendado, en lugar de hijo,
digo; y de aquí adelante mucho más, y seamos buenos
amigos, ya que nos tenemos tentadas las espadas, y
agradésceme lo dicho, que por tu vida, que si lo hazes, que
más te valdrá que el pan que has de comer este
mes.
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PANDULPHO.- Madre señora, téngote
en merced lo dicho; aunque, cierto, tú te engañaste
en lo de anoche, que, por cierto, yo te tengo en lugar de
madre.
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CELESTINA.- Hijo, yo lo creo, que tampoco no lo
digo tanto por mí como para que no te dañe la
conversación de tu compañero, pues sabes que no con
quien nasces, sino con quien pasces; guárdate, hijo, de las
malas conversaciones, y llégate a los buenos y serás
uno dellos. Y con esto te ve con Dios, y a tu amo di lo dicho.
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PANDULPHO.- Y tú, señora, con
Él quedes, y la señora Elicia también.
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ELICIA.- Y tú vayas, señor
Pandulpho.
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CELESTINA.- ¿Paréscete, hija, si
te dexo bien rascado aquell asno para hazelle sufrir el
albarda?
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ELICIA.- Ya lo vi, madre, que espantada me
tienes de tu saber.
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CELESTINA.- Pues a ti lo digo, mi hijuela,
entiéndelo tú, mi nuera; que no lo dixera yo tanto
por escantarle a él los oýdos, como para darte a ti
consejo. Que en fin, bien sé que has de venir a lo que
vengo, que la mocedad no ha de durar para siempre, y destas cosas y
de otras tales ya sabes que de los escarmentados salen los arteros;
y también te quiero dezir otra cosa, ce, llégate
acá.
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ELICIA.- ¿Qué quieres, madre?
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CELESTINA.- ¿Fuesse ya Crito?
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ELICIA.- ¿Quándo diablos se
havía de yr?, antes está en el sobrado escondido.
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CELESTINA.- Pues no le hables de aquí
adelante sino fingendo que yo no lo sé ni me passa por
piensamiento, y no digo más a él que a otro; porque
ya sabes que si por camino de santidad no vamos, que somos ya
tomados con el hurto; y desvíate allá y haré
como que no sé que está acá.
¿Quién era aquel galán, Elicia, que te hablava
denantes en el portal?
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ELICIA.- ¿No lo conociste que era
Crito?
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CELESTINA.- ¿Qué Crito, ni
qué Crita? No me entre hombre en esta casa, que no vengo
acá al siglo para tornar a pagar pecados agenos.
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ELICIA.- ¿Y qué has tú
visto, madre, para dezir esso?
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CELESTINA.- Elicia, lo que he visto o lo que no
he visto, esto mando yo, y en mi casa hase de hazer lo que yo
mando; y si no, aý está la puerta, hija, que ya no me
cumplen a mí nada destas romerías, ya me tienes
entendida, porque a buen entendidor, pocas palabras.
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ELICIA.- Por Dios madre, yo no sé
qué has visto tú en mí para que dixesses
esso.
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CELESTINA.- Déxate dessas
lágrimas, y lo dicho, dicho.
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ELICIA.- Madre, yo lo haré como lo
mandas; y acaba, por Dios, no des más bozes.
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CELESTINA.- Aquí no hay bozes ni bozicos,
que tú las das; sino que yo quiero que Crito ni Crita, ni
Centurio ni otros tales, si no fueran personas religiosas, no
entren en mi casa. Y de aquí adelante cuentas se han de
hallar en mi casa, y no redomillas ni badulacas, que las ruecas y
los husos quiero que nos sostengan para sostener mi honrra, que al
cabo, hija, mis dos maravedís y mi cara sin
vergüença quiero más que provechos sin honrra y
con pecado; que el mundo acábasse presto, y escótase
muy a la larga lo que dél se goza; yo te prometo, hija, que
por él se puede bien dezir que es carne de buytrera, que el
que la come paga bien el escote. Y mira en essa puerta, que quiero
estrenar este manto en yr a dar gracias a Dios, que la primera
jornada razón es de emplealla en Él.
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ELICIA.- Al diablo la vieja, mejor fuera que
nunca Dios acá la tornara, si me ha ella de querer poner
tassa en lo que el rey no la puso. ¿Oýste,
señor Crito, lo que ha dicho mi tía de que te vio
hablar comigo en el portal?
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CRITO.- Ya lo vi; pese a tal con la puta vieja,
y quán santa viene.
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ELICIA.- ¡Ay, señor mío!, es
cosa que no se puede pensar; por tu vida, que quando entrares mires
mucho que no te vea; y aun por Dios, que creo, que a bueltas de su
santidad, que mi tía está enojada de otra cosa que yo
me sé.
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CRITO.- ¿De qué, por mi vida,
amores?
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ELICIA.- De no nada, que estoy burlando.
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CRITO.- Di, por mi vida.
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ELICIA.- Que por mi vida, no es nada.
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CRITO.- Plega Dios que yo muera mala muerte si
tú no me lo dixeres.
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ELICIA.- ¡Ay, Jesú, no digas tal
cosa!, mejor lo haga Dios.
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CRITO.- Ora, pues, dímelo.
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ELICIA.- Por Dios, que no lo quieras oýr,
que he vergüença.
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CRITO.- Ora dímelo, por mi vida.
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ELICIA.- Por Dios, señor, que la verdad
es que anoche me preguntó si después de su muerte si
me havías dado mucho, y yo dixe que no me havías dado
nada, y ella díxome cosas del diablo, y que no te viesse
ella más en esta casa.
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CRITO.- Voto a la casa santa, que de aý
deve de venir la tos a la gallina. Ora pues, que esso yo lo
remediaré, y ves aquí dos doblas.
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ELICIA.- Téngotelo en merced,
señor. No me las des, que yo no lo digo por esso, sino
porque creo que haze mucho esto a su intención.
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CRITO.- Por mi vida, que las has de tomar, que
bien veo que tiene la señora Celestina razón.
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ELICIA.- Por Dios, por esso no te lo
quería dezir, porque luego vi que havías de pensar
que porque me diesses algo lo dezía; porque en mi alma, que
nunca te miré por nada desto, y no las tomara sino por
amansar a la vieja, que cree, señor, que assí se
huelga con dineros como si viesse a Dios.
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CRITO.- Natural cosa de la vejez es codicia. Y
anda acá, vamos a holgar un poquito.
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ELICIA.- ¡Ay, señor!, ¿y
para qué es ya tanto retoçar?
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CRITO.- Señora, yo me quiero yr.
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ELICIA.- Ya me maravillava de tu sufrimiento;
créeme que es mala la muger que haze plazer a hombre, que en
haziendo vuestra voluntad luego no hay quien os tenga. ¿Hate
venido algún dolor de estómago como el de la otra
noche que por te yr de mí fengiste?
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CRITO.- Ora, cree que eres el diablo; voto a
tal, no hay quien ose hablarte, según echas las cosas a la
peor arte. No lo haga en mal ora, sino porque no venga Celestina, y
no sea el diablo, ¿tú no viste lo que te dixo?
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ELICIA.- Ora está un poco, que no
vendrá tan aýna.
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CRITO.- Pese a tal con ella, de escotar
havré el plazer. ¡Qué passatiempo para
mí estos amores! Estoy rabiando por me yr, como un perro, y
ella mucho besar.
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ELICIA.- ¿Qué dizes entre dientes?
Pues mándote yo rabiar, que estas dos oras no saldrás
de aquí.
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CRITO.- No digo, por Dios, sino que no hay muger
que tenga seso, que vendrá tu tía; que por lo
demás, toda mi vida quería estar contigo.
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ELICIA.- ¿Pues por qué buelves el
rostro? ¡Mal año para ti, que yo te sufra! Anda, vete
con Dios.
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CRITO.- Por Dios, no me fuera sino por lo que te
digo; y queda, mi alma, con Dios. Voto a tal, que me paresce que
escapo de la cárcel, que parecía que jamás
havía de salir de allí. Yo te prometo que no me tomes
acá tan presto.
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