Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




ArribaAbajoArgumento de la XX Cena

 

PALTRANA dize a QUINCIA que mire quién llama, y ella dize que CELESTINA, y POLANDRIA ruega que suba, y, subida, haze grandes offrecimientos vendiéndose por santa; y después de la haver recebido vase con POLANDRIA y PONCIA al jardín, donde con gran cautela descubre a POLANDRIA su venida. Y entrodúzense:

 
 

PALTRANA, QUINCIA, CELESTINA, POLANDRIA, PONCIA.

 

PALTRANA.-  Quincia, mira quién llama a aquella puerta.

QUINCIA.-  ¿Quién está aý?

CELESTINA.-  Hija, di a la señora que está aquí una criada y servidora suya.

QUINCIA.-  ¡Válala el diablo la vieja! Señora, mala muerte me tome si Celestina, la que resucitó, no está allí.

PALTRANA.-  ¡Válame Dios! ¿Y qué querrá?

POLANDRIA.-  Ay, señora, por tu vida, que suba, y dezirnos ha algo del otro mundo; que muero por vella, que es maravilla.

PALTRANA.-  Pues dile que suba.

QUINCIA.-  Madre, que subáis.

CELESTINA.-  Paz, salud, descanso sea en esta casa.

PALTRANA.-  Comadre honrrada, para bien sea tu venida, que Dios sabe el gozo que en esta casa de tu resurrectión se ha tenido.

CELESTINA.-  Señora, yo te beso las manos, y por essa voluntad que yo siempre de ti conoscí, que como dizen no hay coraçón engañado, ha sido ésta la primera visitación; que por tu vida, y assí gozes desta hija honrrada y la veas casada como desseas y ella meresce, que sí verás, como no he atravesado ell umbral de mi casa después que vine a este siglo, hasta que vine aquí; y también, la verdad, porque hablar claro Dios lo dixo, supe de tu enfermedad, y parescióme causa que acrescentava en la obligación de visitarte primero que a otra ninguna señora deste lugar, que, a Dios gracias, tengo hartas, no porque yo lo meresca a Dios, mas por su virtud.

PONCIA.-  Qué lavia tiene la madre.

POLANDRIA.-  Calla, que estoy espantada, que me parece que veo fantasma, según lo que de su muerte ha poco que oý.

PALTRANA.-  Vezina honrrada, yo te agradezco tu visitación y huelgo, por cierto, con ella.

CELESTINA.-  Señora, bésote las manos; mas, ¿de qué es esse mal que te tiene en la cama tan fatigada?

PALTRANA.-  No sé, un lado es; unos me dizen que es madre, otros, yjada. Mil cosas me han hecho y nada me aprovecha.

CELESTINA.-  Donzella de oro, hazed traer una poca de lumbre, y calentaré las manos y tentaré a su merced, que, mal pecado, a mí algo se me deven de entender destos males.

PALTRANA.-  Quincia, anda, trae aquí un braserico con lumbre. Por cierto, que huelgo, vezina, de lo que dizes, que en todo deves de ser sabia.

CELESTINA.-  Señora, mal pecado, la espiriencia me ha hecho maestra, porque ya sabéys que no hay tal çirugiano como el bien acuchillado, que más madres e yjadas he tenido, por mis pecados, que años tengo a cuestas.

POLANDRIA.-  Hi, hi, hi.

CELESTINA.-  ¿Rýeste de lo que digo, señora?

POLANDRIA.-  Rýome, madre, que fueras buena para atún según las yjadas que dizes que has tenido.

CELESTINA.-  ¡Ay, gesto de ángel, con qué gracia lo dizes! tal me vengan los años qual tú me paresces. Bendígala Dios, señora. ¡Y qué muger está! Espantada estoy, que me parece que aún ayer la vi nacer.

PALTRANA.-  La mala yerva presto crece.

CELESTINA.-  No se entenderá aquí esso, que, por cierto, ni tiene ella cara ni presencia para lo dezir, ni poderse pensar.

PALTRANA.-  Assí quiera Dios, madre.

CELESTINA.-  Sí querrá, señora. Y aun por mi vida, hija, señora Polandria, que si me tomaras en otro tiempo, que supiera yo dar cuenta de otras curas para las moças, como sé para las viejas.

PONCIA.-  ¿Essas curas serían de amores, madre?

CELESTINA.-  Aquí parésceme que pueden dezir que en casa del alboguero todos lo son, que también esta donzella es graciosa. Hija, ya passó esse tiempo, que moça fui y vieja soy, mal pecado, en mi tiempo también a mí me miravan. Mas, mi amor, las curas de rostro, cavellos y manos son, no lo eches tú a la peor parte. Más me precio, hija, de dar consejos, que de tales vencejos, de un rosario, digo, hija, y sus misterios, de una oración del conde o de la emperedada; esto te podré yo amostrar, mi amor, si lo quieres aprender.

PONCIA.-  Por cierto, madre, nunca tuve desseo de ser emperedada; por tu vida, que no me lo muestres.

CELESTINA.-  He, he, he; bien parece que esta donzella quiere gozar del mundo como quien viene agora a él. Hija, pues demparedar has tu voluntad para yr al cielo, que la vía de la salvación estrecha es y fuerça padece; no podemos, mi amor, en esta vida, haziendo nuestra voluntad hazer la de Dios, porque en todo contradize esta carne pecadora a lo que quiere el espíritu, como lo sentía esto San Paulo quando dezía que sentía en sí otra ley que repunava la ley de su espíritu, por las inclinaciones naturales dezía. Assí que, mi fe, mi amor, en esta vida sembramos con bien, mal pecado, con lágrimas, para coger con gozo, sí, a la fe. Y mírame tú, hija, que a esto torné acá, que no a otras liviandades; bien sé, hija, que holgaras tú más que te dixera que con ceniza de sarmientos y cal, tanto de uno como de otro, con cendra y orochico y alarguez se haze la buena lexía para esponjar, y que con solimán molido y cosido con un limón se haze buen badulaque para el rostro, y con xabón raspado y nueve días en vinagre fuerte se cura y mudan bien las manos, con otras mil tarabusterías que de aquí a mañana no acabaría de dezir. Mas hija, lo que es bueno para el baço es malo para el hígado, para el alma, digo, que para ésta se han de hazer las verdaderas lexías, con çeniza de dolor y con agua de lágrimas de arrepentimiento, con que se te hará en la gloria una crespina de oro que parezcas un ángel.

PONCIA.-  Más la quisiese agora acá, que quando vieja, madre, haría essotra lexía.

CELESTINA.-  Esta donzella, señora, a vieja piensa llegar. ¡Ay hija, ay hija!; ¿y no sabes, mal pecado, que tan presto se va el cordero como el carnero? ¿Y qué seguro tienes de Dios, mi amor, para llegar a vieja? Nunca, hija, en quanto tengas con qué pagar, tomes fiado, porque, en fin, es más caro, y por fuerça ha de llegar el tiempo de la paga, y muchas vezes al tiempo de la paga no tenemos con qué pagar y házennos esecución por la paga, y pónennos en la cárcel hasta pagar la postrera blanca, como lo dize el evangelio. Assí que, hija, en quanto tuvieres con qué pagar a Dios las mercedes que te dio con darte ser y hermosura y gracia, y sobre todo hazerte cristiana, no aguardes a la vejez, pues, mi amor, no sabemos el día ni la ora de la muerte, siendo cada día más cierta y más natural ora de morir que no de bivir.

PALTRANA.-  ¡Ay, comadre honrrada, qué gozo es de oýrte hablar en las cosas de Dios! Bien me lo habían a mí dicho que venías una santa.

CELESTINA.-  Señora, Dios es santo, que yo pecadora a Él me siento, y indigna de ser suya y llamarme tal.

PALTRANA.-  Ay, tía, por tu fe, que me visites mucho para dar exemplo a esta hija.

CELESTINA.-  Señora, como a mis entrañas, que no vengo a otra cosa.

QUINCIA.-  Señora, he aquí la lumbre.

PALTRANA.-  Mas ¿no devieras hoy venir acá? ¡Para embiar por la muerte eras buena! Aunque assí goze yo, que me estuviera boquiabierta oyéndote, madre, de aquí a mañana, que casi sin dolor he estado con oýrte.

CELESTINA.-  Ora, señora, dexemos uno y tomemos otro, que, como dize el proverbio, cada cosa en su tiempo y nabos en aviento. Ponte despaldas y tentarte he y bendezirte he, que yo espero en Dios que antes de mañana quedes sin dolor, que sabida la causa luego será remediada, que, como dizen, quita la causa y quito el pecado.

PALTRANA.-  Ya estoy como mandas, madre.

CELESTINA.-  ¿Es aquí o aquí?

PALTRANA.-  Aý es, aý, aý, donde tienes agora la mano.

CELESTINA.-  Bendígate Dios tal cuerpo, señora; por cierto, la señora Polandria con su niñez no puede tener mejor barriga y pechos que tienes.

PALTRANA.-  ¡Ay, madre, no digas esso! ¿Qué hizieras si me lo vieras hoy ha veynte años?

CELESTINA.-  A osadas, señora, que no tienes necessidad de dezillo, que por lo presente se parece bien lo passado; y por cierto, que no sé qué mejor pudo ser que es.

PALTRANA.-  Ay, tía, ¿y para qué dizes esso? Verdad es que, para haver parido, bien pienso que no havrá otra que me haga ventaja; mas, en fin, diferencia hay de quando era moça.

POLANDRIA.-  Por Dios, madre, pues si vieras a mi señora lavar las piernas este otro día, que te maravillaras de quán buenas y blancas las tiene, pues una lisura tienen que no es sino gloria traer las manos por ellas.

CELESTINA.-  A osadas, hija señora, que no tiene necessidad de me lo dezir, que por el hilo saco yo bien el ovillo.

PALTRANA.-  ¡Ay dolor, madre, del hilo y aun del ovillo! Di lo que te paresce de mi mal y déxate agora de esso, que ni vaya nada en que sea bueno ni lo dexe de ser, que ya passó su tiempo.

CELESTINA.-  Señora, esto más me paresce yjada que no madre. Lo que has de hazer es que tú, hija, mi amor, ¿cómo es tu gracia?

QUINCIA.-  Quincia.

CELESTINA.-  Pues Quincia, mi amor, tomarás y harás un saquito tan largo como la yjada, y enchillo has de flor de saúgo, y sin calentar si no lo quisieres calentar, y ponlo en la yjada; y tú, señora, échate sobre el lado, y tú me nombrarás; y si el saúgo no se puede haver verde, que no habrá, que no es tiempo, sea la flor dél seca, aunque mejor fuera verde; y si esto no aprovechare yo tornaré, que no faltarán otras cosas, aunque ésta es muy singular. Ya que te tengo dicho lo que conviene para tu mal, a mi señora Polandria quiero dezir ciertas beras en pago de las burlas que ella me ha dicho.

PALTRANA.-  Desso holgaré yo, por cierto. Y tú, hija, toma contigo a la madre y llévala al jardín, que, por ventura, havrá algunos higos o granadas y desenhadarse ha.

CELESTINA.-  Esto es que yo desseava.

PALTRANA.-  ¿Qué dizes, tía?

CELESTINA.-  Señora, que no tengo de cosa más desseo que de esso, especial con tal compañía.

POLANDRIA.-  Tía señora, anda acá.

PALTRANA.-  Poncia, ve tú con ellas.

CELESTINA.-  Por cierto, fresco y deleytoso lugar es éste, no paresce sino paraíso.

POLANDRIA.-  Madre, en el otro mundo mejores jardines havrá.

CELESTINA.-  Hija señora, hay tantas cosas que no se pueden dezir ni contar.

PONCIA.-  Madre, por tu fe, ¿viste allá a Melibea?

CELESTINA.-  Ya, hija, me han preguntado essa niñería otra vez. Mi amor, no se pueden dezir essos secretos, bástete saber que fue homicida de sí misma.

POLANDRIA.-  Ay, Jesús, ¿para qué preguntas essas boverías?

PONCIA.-  Por Dios, señora, que te quería a ti ver preguntar para ver qué preguntarías.

POLANDRIA.-  A lo menos no preguntaría yo boverías como tú.

CELESTINA.-  Déxala, señora, que es moça y los niños todos quieren saber, y aquello ante es buena señal, cierto, de querer saber para quando vieja, porque de bueyçillo verás que buey harás.

PONCIA.-  Tía señora, quien pregunta no hierra.

CELESTINA.-  No, por cierto, hija. Mas, dexando las burlas y tornando a las veras, yo sé de ti, señora Polandria, cosa que pensarás tú que ninguno no las puede saber; y aun a ti, Poncia, también.

POLANDRIA.-  Ay, tía, dime esso, por tu vida.

PONCIA.-  Y a mí, madre señora, assí Dios te dexe acabar en su servicio.

CELESTINA.-  A ti, hija Poncia, yo te haré rabiar porque mofavas de mí delante tu señora; tú, bova, ¿piensas que con los días he perdido el seso?

PONCIA.-  Ay, tía, no digas esso que, por Dios, no burlava, y que me corro en que me digas tal cosa, que no soy tan malcriada.

CELESTINA.-  Hija, mi amor, burlando estoy contigo, que no sé tan poco del mundo que no sé quáles son burlas y quáles son veras. Agora quiero hablar a la señora Polandria, otro día será para ti; y entre tanto, mi amor, encubre essas guedejas que traes defuera y ponte más honesta, para que mis palabras puedan llover sobre mojado, porque ya sabes que quando la tierra está muy seca que todas las gotas se tornan sapos, como acaece en las reprensiones quando no se dispone la parte con humildad a recebillas.

PONCIA.-  Madre, pues me predicas tú a mí, quería que quitasses primero la viga que me viesses la mota.

CELESTINA.-  He, he, he. Ay, hija, por esta guarnición del manto deves de dezir.

PONCIA.-  Alaçé, no lo digo por otra cosa; porque, a la verdad, ya tu edad no lo demanda, como la mía no dexa de pedir lo que tú me reprehendes.

CELESTINA.-  Ay, hija, por ti se puede dezir, dígole un duelo y dízeme ciento. Poco has leýdo donde yo, nunca juzgues la toca por la lista; ¿no sabes tú, mi amor, quán reprehendida es la ypocresía entre los justos, y que la palabra divina manda que nos untemos y lavemos las cabeças quando ayunáremos, por no parescer a los ypócritas tristes, que hazen uno y muestran otro querer dezir? Y assí, mi amor, con ruin saya traxo buen manto, y no todo bueno, porque los estremos siempre son viciosos, y por esso yo, hija, me pongo en el medio, y aun porque dize el sabio que en el medio consiste la virtud. Mas paréscete, si otra tacha me supieres también me la dixeras. ¡Ay hija, hija, bien paresces que aun agora vienes al mundo!

PONCIA.-  Madre, aun porque yo vengo a él y tú sales, me parescen bien las guedejas defuera a mí, y a ti mal el manto con lista.

CELESTINA.-  Ay, hija, por ti me paresce que se podrá dezir, pregonar en balde; y por tanto, acá lo quiero haver con mi señora Polandria, y tú perdona un poco, que no quiero que oyas lo que digo, pues tan poco te conviertes.

PONCIA.-  Madre, yo soy un poco sospechosa, no me parescen bien essos secretos.

CELESTINA.-  Pues en mi alma, que no oyas nada, porque quedes con essa sospecha; y andacá señora. ¡Ay, señora Polandria, y qué perla de donzella tienes aquí!; en mi alma, no es sino gloria departir con ella. ¡Pues es verdad que es fea, ya que la hizo Dios graciosa!

PONCIA.-  Qué palabras tiene la puta vieja; agora te creo menos. Haze que habla secreto, de manera que lo oya, para enlabiarme.

POLANDRIA.-  Pues, madre, más de verdad dirías esso si conociesses su condición, que no es sino como un ángel en tratar con ella, que nunca mentira ni dezir mal de otro en su boca vi; pues secreto, yo te certifico que pudieras bien dezir delante della qualquiera cosa y durmir a sueño suelto.

CELESTINA.-  Mucho huelgo, mi amor, que tengas tal compañía. Y tornando a lo que te quiero dezir, el caso es que, señora, según tu linaje, discreción, saber y cordura, escusado era tomar yo este trabajo, mas, hija, para que sepas lo que yo sé y desseo saber en tu servicio, te quiero avisar de lo que creo que tú estarás avisada; y esto en confessión, que no quiero que sepan para mi daño, pues yo lo digo por tu provecho.

POLANDRIA.-  Tía, bien puedes dezir lo que quisieres, que a buen seguro lo dexarás en mi secreto.

CELESTINA.-  ¡O, ángel de oro! ¡O, perla preciosa, con qué gracia lo dizes! Assí lo creo yo, por cierto; mas mira, señora, descuýdanse las personas y suéltase alguna palabra que podría hazerse carne, que podría costarme la vida, digo; y baste havella perdido una vez por Calisto, sin culpa, no querría perdella otra vez por Felides, que pienso que no me costaría menos el consejo que te quiero dar, si él lo supiesse; y por esso te dixe lo que te dixe.

POLANDRIA.-  Por cierto, madre, que con las postreras palabras me has asossegada de alteración que de las primeras, con numbrarme esse loco, me pusiste. Sobre tal prenda bien puedes dezir lo que quesieres.

CELESTINA.-  Señora, conociendo mi autoridad y haviendo oýdo mis palabras, no sé qué alteración te podía poner ninguna cosa de mi boca hasta saber el fin. Y para que más crédito desto tengas, yo he alcançado por mis artes, después que te vi, que este cavallero anda loco perdido por tus amores, hecho otro Calisto y peor, y no es nada la pena que tú puedes saber ni él puede dezir con la que passa, que es tanta, que no me maravillo sino como no pierde la vida junto con el seso; y no lo puedo yo encarecer, que no compra barato quanto a él le cuestan caro tus amores.

POLANDRIA.-  A buena fe, tía, que si acabas como has encomençado, que no dexe de pensar que te ha dado dineros aquel loco por tercera; mas con las palabras que me dixiste me quiero asossegar hasta acabarte de oýr.

CELESTINA.-  ¡O, cómo me huelgo, hija señora, de verte con essas alteraciones y açoramientos! Que, a buena fe, no me tengas por tan necia que tan secamente te dixera lo dicho, si no fuera para tocar el oro de tus quilates, porque la virtud con su contrario se ha de esperimentar y en la tentación se esmera la bondad; de la pólvora, hija, hasta que le toca el fuego no se conosce su virtud. ¡Quién te vio tan mansa!, ¡quién te vee agora tan çahareña y alterada! Pues tal parezca yo ante Dios como esso me parece, y tal sea mi vejez como esso me contenta; y con seguridad que el fin de mi consejo es muy contrario de lo que hasta aquí ha parecido, quiero passar adelante, y digo que juzgué lo que tengo dicho de aquel cavallero porque por mis artes hallo que por tu causa ni come, ni duerme, ni vela, según está adormido en pensarte, ni oye, y por cierto, que está tal, que pienso que ya ni vee, ni palpa. ¿Para qué, si piensas, señora, te tengo dicho todo esto?

POLANDRIA.-  No sé, por cierto; tú lo dirás.

CELESTINA.-  Pues oye, que sí diré. La razón, señora, es que eres muger, y no de hierro ni de piedra, sino de la natural condición de las mugeres, piadosa quiero dezir; y sabiendo lo que te tengo dicho de aquel cavallero, como sé que mucha parte saves, tengo temor que con mensajes y burlas de enamorados no acaezca lo que Dios no quiera, pues sabes que la estopa no está segura en burlas con los tizones. Que te guardes y santigües con la mano derecha quiero dezir, y si hasta aquí le has dado alguna lisonja de favor con la yzquierda, que no puede ser menos en tales burlas, que no lo sepa la tu derecha, pues sabes que la honrra de las mugeres no está en más de la común opinión. Esto es lo que te quiero dezir, de lo que te quiero avisar y lo que te quiero aconsejar; y la merced que quiero desto recebir es que recibas en servicio mis palabras.

POLANDRIA.-  Por cierto, madre, yo te agradezco lo dicho mucho, y conozco el cargo en que te soy, puesto caso que yo estoy bien salteada de las liviandades de aquel loco; y pues todo lo sabes, no es razón de encobrirte cosa, que, a la verdad, no ha dexado de hazer algunas muestras de sus liviandades, y aun una carta pienso que suya halló una moça de aquí de casa, que por tu vida, que no la viera si no fuera por importunidad de aquella donzella, para passar tiempo con sus importunidades.

CELESTINA.-  Pues más que esso sé yo, mas no te lo quiero dezir, pues te hazes tan santa.

POLANDRIA.-  Di, por tu vida, madre.

CELESTINA.-  ¿Dasme licencia?

POLANDRIA.-  Sí, pardiós.

CELESTINA.-  Ora, que no te lo quiero dezir, que te enojarás.

POLANDRIA.-  Pardiós, que no enojaré.

CELESTINA.-  Pues si acertare no me has de encobrir la verdad.

POLANDRIA.-  Pardiós, sí diré.

CELESTINA.-  Pues, en mi alma, que yo sé que no lo quieres mal; y no me maravillo, porque un hombre que en dispusición no tiene par, y en gracia no es nacido otro, después desso un Alexandre en franqueza y un Héctor en fortaleza ¡mi padre, si se querrá mal, que no es possible! Mas aquí se gana, hija, la honrra, queriéndole bien y queriéndote a ti mal, contradiziendo tu voluntad para estar más en tu honrra, quiero dezir, que queriéndole mal, ni grado ni gracias. ¿He acertado, por mi vida? ¿Rýeste, señora? Di la verdad, no hayas vergüença.

POLANDRIA.-  Pardiós, madre, no le quiero mal, ¿para qué es sino dezir la verdad? Mas assí lo quiero bien con que no me quiera mal.

CELESTINA.-  Tal sea mi vida y tal sea mi vejez y tal sea mi alma, como esso me contentado ha. Pues otra cosa, señora, se me olvidava, de que deves tener aviso mucho.

POLANDRIA.-  ¿Qué, madre?

CELESTINA.-  Que te guardes del diablo, señora, y por los ojos que en la cara tienes, que no le oyas tañer ni cantar, que, en mi alma, una gracia tiene en hazello, que pienso que no hay piedra ymán que a ssí trayga el azero como con su boz los coraçones de las mugeres llama; y con este aviso nos vamos, que es ya hora, señora, que comas.

POLANDRIA.-  Tía, assí es bien; mas, por mi vida, ¿havíate dicho algo en esto aquel cavallero?

CELESTINA.-  No me parece mala señal ésta, pues no quiere dexar la plática.

POLANDRIA.-  ¿Qué dizes, madre?

CELESTINA.-  Jesús, señora, ¿y si me lo dixera, havíatelo yo de dezir? No, en mal hora, sino que yo lo sé y como tu servidora te aviso: y vámonos, y esto baste.

POLANDRIA.-  Tía, vamos; mas mira, por tu fe, que no digas nada a aquel cavallero desto que ha passado.

CELESTINA.-  ¡Ay, señora, y quán mal me tienes conocida! ¿No sabes que quando tú nasciste tenía yo mudados los dientes y aun caýdas las muelas? ¿Por qué me avisas? Llama a tu donzella, que estará la señora Paltrana sola.

POLANDRIA.-  Poncia, ven acá, que nos queremos ya yr.

PONCIA.-  Buen dissimular es ésse, señora.

CELESTINA.-  Calla, hija, que a ti te verná tu Sant Martín otro día, y andacá. Señora Paltrana, Dios te agradezca la merced que hoy me has hecho en la compañía que me diste, con el deleytoso lugar donde hemos estado. Dios quede contigo y con la señora tu hija, y si fuere menester para tu dolor, yo bolveré.

PALTRANA.-  Madre, yo te lo agradezco, y aunque no sea menester no nos olvides.

CELESTINA.-  Esso yo lo llevo a cargo, que no he rescebido mercedes para olvidar esta casa. Señora mía, Polandria, mira que te digo dos palabras.

POLANDRIA.-  ¿Qué, madre?

CELESTINA.-  Que después acá he pensado en lo que te dixe y llevo un scrúpulo, y por descargo de mi conciencia, por no ser en cargo de su muerte, ni que lo seas desesperándolo del todo, que no será malo mostralle algún favor quando passare por la calle y le vieres; porque, hija, bienaventurados son los misericordiosos, por quanto ellos alcançarán misericordia, la qual no lo sería si de todo punto lo desfavoreciéssemos, si a nuestra causa enloqueciesse o muriesse, bien me tienes entendida.

POLANDRIA.-  Muy bien.

CELESTINA.-  Pues con esto me voy, y Dios quede contigo.

POLANDRIA.-  Y contigo vaya, madre.



ArribaAbajoArgumento de la XXI Cena

 

CELESTINA va a Sant Martín y dize a FELIDES que tiene ganado de POLANDRIA que le muestre favores de aquí adelante, y él le da treinta ducados y se va; y él queda con PANDULPHO y con SIGERIL, passando burlas y encubriéndose de su hecho. Y introdúzense:

 
 

CELESTINA, FELIDES, PANDULPHO, SIGERIL.

 

CELESTINA.-  ¡O, hermosa astucia!, ¡o, linda cautela!, ¡o, maravillosa burla! ¿Quién como yo supiera rodear tan bien y tan sin sospecha este negocio? ¡Y cómo le hize entender lo que me complía, vendiéndogelo por su provecho, siendo en su daño y mi provecho! Yo me quiero yr por casa de Felides, y por ventura veré alguno de sus criados, para que le diga que me conviene hablalle; bien se me ordenará. Yrme he a Sant Martín para le hablar.

FELIDES.-  Válame Dios, aquélla me paresce a Celestina; sí, ¿es ella?, ella es, por Nuestro Señor. ¿Qué diablos la truxo por acá con tanta priessa? De ojo me haze, algo de bueno deve haver; en Sant Martín se mete, yr quiero allá. Moços, tenedme guisado de comer, en quanto llego aquí a Sant Martín a rezar ciertas devociones. ¡O, madre y todo mi bien!, ¿qué buena venida es ésta?, que, por Dios, quando vi asomar tan reverenda persona por la calle, sin conocerte, un sobresalto me dio el coraçón, y no deve de ser sin causa, que mi alma y tu gesto conforman con mi sospecha.

CELESTINA.-  Por cierto, señor Felides, con toda tu hazienda no me pagasses, si con la obligación del amor no supliesse la paga, no lo que por ti he hecho, mas la cautela y arte que tuve para lo hazer.

FELIDES.-  Dime, señora y madre mía, lo que es, que no quiero yo que el amor escuse la paga de tu trabajo; porque, assí como tú lo deves al amor que me tienes lo que hazes, devo yo la paga a la obligación de quien soy.

CELESTINA.-  Hijo señor, tú dizes como quien eres, que las mercedes más acatamiento han de tener a quien las haze que a quien las recibe, como pues lo sintió aquel rey Alexandre, exemplo de liberales, quando pidiéndole un pobre miserable limosna le dio una ciudad. Assí que, hijo, peréceme que ya yo puedo aprender de tu saber, por cierto, según sabes todos los términos de fortaleza, que pienso que sabes de coro todas las obras de Aristóteles, y en más tengo sabellas exercitar que hazer porque, hijo, no es sabio el que mucho sabe, mas el que obra como sabio; assí que, de hoy más, yo quiero dexar para ti el obrar y para mí el hazer, pues todos de ti podemos aprender. Y a Dios, pardiós, dalle he gracias porque tal saber y juyzio te dio en tan poca edad, donde pocas vezes sin esperiencia y madura edad se halla dezir y hazer, pues, como dize el proverbio, que es para buenos, y assí me lo paresce, por cierto, a mí, pues en ti se conosce la esperiencia; y pues tan bien tienes sabidos los términos de la liberalidad, yo me puse a dezir lo que no sabes de lo que yo sé que traygo hecho en tu servicio.

FELIDES.-  Di, madre, que con desseo de oýrte no te tengo entendidas tus razones.

CELESTINA.-  Buen dissimular es ésse; aun pesaría al diablo si huviesse sido vana mi retórica.

FELIDES.-  ¿Qué dizes, señora?

CELESTINA.-  Hijo, que alabando tu liberalidad y saber hazella conforme a quien la haze y no a quien se haze dixiste, he estado encareciendo y autorizando lo que se deve loar, pues yo, mal pecado, no tengo fuerça para más; y como estás trasportado en tus pensamientos, y con razón, en verdad, no me has entendido, y si servido eres, yo te tornaré a referir mi oración.

FELIDES.-  Madre, yo te tengo entendida, que burlando te lo dixe para que me dixesses con brevedad lo que deseo, que como tus palabras no sean locas, cree que no serán mis orejas sordas.

CELESTINA.-  Assí lo creo yo, señor, que como en todo eres fuerte que sojuzgarás tu voluntad y te vencerás, pues ésta es la mayor fortaleza de todas, como tú mejor sabes; y dexando esto por concluydo, yo fuy en casa de su madre de Polandria.

FELIDES.-  ¿Que fuyste, madre?

CELESTINA.-  A la fe, que fui yo y no otra.

FELIDES.-  Ven acá, que te quiero abraçar mil vezes, que con tal entrada no pueda haver mala salida.

CELESTINA.-  Señor, pues no me abraces tanto ni me beses los carrillos, que, mal pecado, ya sabes quán peligroso es el pajar viejo quando se enciende, especial si el fuego es grande como el de tu hermosura.

FELIDES.-  Madre, por me reprehender que no te beso las manos por tan gran merced creo dizes esso, y tienes razón, y dámelas acá y besártelas he.

CELESTINA.-  Essas aguardo yo para besártelas a ti por las mercedes que espero; y no me atajes hasta el cabo, que has de saber que hallé a su madre, Paltrana, mala en la cama, y como dize el proverbio, con lo que Sancho adolece, Domingo y Martín sanan, que quiero dezir que con su mal alcançamos tú y yo el principio de la salud; porque has de saber que me fize física y me aproveché de mi saber, porque como sabes, quando fueres en Roma bive como romano, y atentéle los pechos y la barriga, y allá le hize entender que los tenía mejores que su hija, que no lo puedo más encarecer, teniéndolos más floxos que dos madexas sin cuenda, y la barriga como un reclamo; mas desnudéme de verdad por vestirlla de lisonja, para ganalle la boca y ponelle freno con que le hize hazer corvetas. Y sobr'esto fue la segunda parte de mi sermón, toda de santa dotrina, pregonando vino y vendiendo vinagre, de suerte que, por gracia privada suya, mandó a su hija y a su donzella que me llevasen al jardín a recrear y comer fruta, y sobre tan buena comida ya tú puedes saber si sería sabrosa la fruta.

FELIDES.-  ¡O, singular muger! ¡O, astuta y sabia cautela! No me digas más, que perderé el seso con oýrte.

CELESTINA.-  Bien librada estava yo si tú no lo tuviesses ya perdido.

FELIDES.-  ¿Qué dizes, madre? No hables passos que con trompetas querría que se apregonassen tan gloriosas nuevas.

CELESTINA.-  No digo, señor, sino que no fue mi tiempo perdido, que supe assí rodear mis lisonjas con la donzella suya, que, a la verdad, es graciosa y hermosa, que la hize passear y quedéme con Polandria sola.

FELIDES.-  ¿Qué me dizes? ¿Que sola la tuviste? ¿Es possible?

CELESTINA.-  Alaçé, sola; y díxele tales razones con que, por evitar prolexidad, queda de suerte que temo fará de hoy más otro rostro y favor que hasta aquí. Mira si es harto para la primera vez.

FELIDES.-  ¿Qué paga? Ya no tengo con qué te pagar tan gran bien. Y por tu vida, madre, que no me hables en prolexidad en cosa de mi señora, sino que me lo cuentes todo por estenso lo que con ella passaste.

CELESTINA.-  El harto, del ayuno no tiene cuydado ninguno; caro me costaría a mí tanta prolexidad.

FELIDES.-  ¿Qué dizes, señora?

CELESTINA.-  Señor, que no quieras por agora saber más, porque hasta llegar a este fin todo fue rigor para contigo; bástete saber que el fin fue bueno, que es hora de tornar a mi casa, que tengo, como te dixe, ganado nuevo y malo de guardar, que yo tornaré allá muchas vezes como está acordado, y otras vezes nos veremos, y no lo quieras todo junto. Y a la verdad es ora de comer, y, mal pecado, quando fuere a casa, si viene a mano, no havrá qué comer ni cuydado de se haver traýdo.

FELIDES.-  ¿Qué, hate de faltar de comer agora ni en toda tu vida? Pues para esse sobresalto embía por ración cada día a mi casa.

CELESTINA.-  Señor, bésote las manos por la merced, y mejor será, secretamente, que me la hagas en dineros, porque no burrunten en casa de Polandria, ni tus criados menos; no hayamos de reñir sobre partir la ganancia, como con los moços de Calisto dizen que me acaeció, quando me costó no menos que la vida.

FELIDES.-  Muy bien dizes, madre, y assí se hará; y quiero ver si tengo aquí algo, en esta bolsa que para jugar traygo. Ello es poco, mas como por señal lleva essas treynta doblas; y el casamiento de tu criada, no se dexe de buscar marido y tenlo por cierto.

CELESTINA.-  Señor, por señal y por paga la recibo yo esta merced, y bien me parece que oýste el exemplo de Alexandre.

FELIDES.-  Madre, no hables en esso, que me corro, que tú verás lo que yo hago adelante, y acaba tu razón.

CELESTINA.-  Señor, por mi vida, que hasta traerte mejores nuevas se quede, y bástete, que por las obras quiero que me conozcas, que yo soy muy enemiga de palabras, y ellas sean testigos de mis servicios y tus mercedes. Y no gastemos tanto tiempo juntos que despertemos al que duerme, pues que sabes que quien no asegura no prende. Déxame tú errar o acertar esta tela que tengo tramada y engáñate por mí, que a osadas, que no te engañes.

FELIDES.-  Madre, hágase como tú mandas y abráçame; y Dios vaya contigo, que no te quiero ser más enojoso.

CELESTINA.-  Y quede contigo. Y pássame por la puerta esta tarde muy gentil hombre, qual yo te pinté y tú lo eres, que no puse nada de mi casa.

FELIDES.-  Déxame el cargo, y yo me voy. ¡O, bienaventurado Felides! ¡O, excelente muger Celestina! ¡O, gozo tan grande, que temo con él no perder el seso y olvidar, con perderlo, lo que gané en havello perdido! ¡Moços! ¡Moços!

SIGERIL.-  Señor.

FELIDES.-  ¿Comeremos ya?

SIGERIL.-  A buena ora, pardiós, señor. Por Nuestro Señor, que están tan secos los capones, y que pienso que no están para comer, según ha tardado.

FELIDES.-  ¿Qué ora es?

SIGERIL.-  Señor, la una es dada.

FELIDES.-  ¡Válame Dios!, no sé cómo me he descuydado. Ora pues, sus, comamos, que el mejor comer y la mejor ora es quando hombre lo ha gana.

SIGERIL.-  Y quando los otros la tienen perdida.

FELIDES.-  ¡Qué necedad! ¿Tengo yo de comer por tu voluntad, o por la mía? Llámame acá a Pandulpho.

PANDULPHO.-  Señor, ¿y no me vees?

FELIDES.-  Por Nuestro Señor, no te vía. ¿Pues tenemos más de lo passado?

PANDULPHO.-  Con los nuevos terceros los viejos se te han olvidado; pues voto a tal, que yo aún parte tengo en el concierto.

FELIDES.-  ¿Cómo que te olvidaré? Por cierto, Pandulpho, tal no haré yo, ni aun tengo olvidadas las razones que me avisaste para escrivir.

PANDULPHO.-  Pues búrlate tú, señor, que yo te prometo que no yerres si tomaras mi consejo.

FELIDES.-  Yo te prometo que si otra carta escrivo que yo te la encomiende a ti; y para en señal de lo que te tengo de dar toma essa pechuga de capón, y dale tú, Sigeril, una vez de vino por mi copa y de mi vino.

PANDULPHO.-  ¿Quieres dezir, señor, que sobre el buen comer, el ajo? Pues déxame el cargo, que por tu vida, que yo te haga que mientes, y aun me ayunes la bíspera, mejor que la de Santa Celestina, libera nos domine, y que tú me digas alguna vez: te rogamos, audi nos.

FELIDES.-  ¿Passas por la santidad de aquella buena muger?

PANDULPHO.-  Buen dissimular es ésse.

FELIDES.-  ¿Qué dizes?

PANDULPHO.-  Digo, señor, que a otro perro con esse huesso.

FELIDES.-  ¡Cómo eres malicioso!

PANDULPHO.-  Lo que con los ojos veo, con los dedos lo adivino. ¿Para qué es esso, señor? A perro viejo nunca le digas cuz cuz.

FELIDES.-  ¿Por qué dizes esso? Mira no digan por ti y mí que escudero pobre, rapaz adevino.

PANDULPHO.-  Yo, señor, me lo querría ser, mas, mal pecado, ya tengo edad para saber yo quántas son cinco. Mas paréceme que no sin causa fui contigo cedaçuelo nuevo, tres días en estaca, ya me traes sin tocinos y sin estacas, que no te acuerdas si soy nascido, y teniéndome delante preguntas por mí. Y assí la raleza de las cosas es madre de admiración, salvo si te quieres tornar beato con las predicaciones de Celestina y si te ha tomado por testigo de abono para canonizalla por santa. Y a buen entendedor, pocas palabras; y no me tengas, señor, por bovo, que yo te entiendo y tú me entiendes, mas ya sabes que no hay peor sordo quel que no quiere oýr; mas refrán viejo es que de fuera venga quien de casa nos eche.

FELIDES.-  Desso estarás tú seguro, que a buen sueño suelto puedes dormir, y yo, con descuidarme con el cuydado que del mío has tomado. Y con esto alça esta mesa, que yo me voy a reposar, y para después a la tarde aderéçame el cavallo bovero con un jaez blanco; y tú, Sigeril, aparéjame el vestido frisado acuchillado sobre tela de oro, que quiero dar una buelta.

PANDULPHO.-  Alguna buena nueva hay.

FELIDES.-  ¿Qué dizes, Pandulpho?

PANDULPHO.-  Digo, señor, que no hay buelta sin rebuelta; que la rebuelta que contigo traes te haze dar estas bueltas, y tantas daremos a la noria, que salgan llenos los arcaduces.

FELIDES.-  Assí plega a Dios; y quédate con Él, que me voy a reposar. Y dame aquella vihuela y diré un villancio que hize esta noche.

SIGERIL.-  Señor, hela aquí.

FELIDES.-

Pues oye:

  (Villancico.) 

Lloraréis mis ojos tristes
vuestro mal, no por cruel,
mas por la tardança dél.

SIGERIL.-  Singular es, pardiós, señor.

FELIDES.-

Pues oye las coplas:

Llorad el mal que perdistes
y no se puede cobrar,
el tiempo que sin penar
por amores estuvistes;
y veréys, si no lo vistes,
que en mi mal no hay mal por él
si no es la tardança dél.

SIGERIL.-  ¡O, qué a propósito del villancico es la copla!

FELIDES.-

Oye:

El tiempo que no gastastes
en servir a quien servistes,
todo aquel tiempo perdistes
quanto en servilla ganastes;
tiempo sin tiempo passastes
pues que perdistes aquél
que no penastes en él.

SIGERIL.-  Más perdido es, señor, el que dexas de trobar, pues tan bien lo sabes hazer.

FELIDES.-

Ora, oye y calla.

No hallo tiempo ganado
si no es el tiempo servido,
que lo más todo ha passado
sin passar, pues es perdido;
sin vivir havéys bivido
todo el tiempo que con él
vivistes sin pena en él.

Y toma allá esta vihuela, que me entristeze la música más de lo que yo estoy, y vete.


SIGERIL.-  Pardiós, señor, de aquí a mañana me estuviera oyéndote. Mas bien es que descanses; y yo me voy.



ArribaAbajoArgumento de la XXII Cena

 

CELESTINA va a su casa y muessa a ELICIA las doblas, y en esto PALANA llama a la puerta, y sobre celos de PANDULPHO deshónranse todas tres; y danle de chapinazos y de palos con una rueca, y los vezinos las desparten; y ellas se van a un monesterio. Y introdúzense:

 
 

CELESTINA, ELICIA, PALANA, VEZINAS.

 

CELESTINA.-  Ta ta.

ELICIA.-  ¿Quién está aý?

CELESTINA.-  Abre, hija Elicia, que yo soy.

ELICIA.-  Pardiós, madre, a buena ora vienes, mas nunca devieres, pardiós, venir acá, que, en mi alma, transida de hambre estoy.

CELESTINA.-  Ay, hija, poco cuydado tienes de lo que yo, yva para quien le cumple. ¿Parécete, hija, que es cara tardança la que nos ha dado treynta pieças de oro, después que de aquí salí? Tú no miras a mañana; sabe, hija, que no he andado holgando, ni eres más de hueso y carne que yo lo soy.

ELICIA.-  ¡Ay, tía señora!; ¿y dónde huviste tanto bien?

CELESTINA.-  A la fe, hija, de mi oficio; y no aprendas y ándate aý con tu Crito a cuestas, que al cabo de diez años te da dos doblas.

ELICIA.-  Ora tía, comamos y déxate deso, que ya sabes que nunca fui aficionada a esse oficio, sino a ganar dos doblas y comellas con uno o con dos amigos a mi contentamiento.

CELESTINA.-  Ora hija, pasarse ha la mocedad, y quando viniere el tiempo que des los cañibetes, estonces tú te acordarás de mí; mas dexemos esto y comamos, que transida vengo de sed.

ELICIA.-  Madre, como dizen, beve a cortesía, que no has comido bocado y has bevido tres vezes.

CELESTINA.-  Hija, por tu vida, que no me estés contando las vezes, pues yo no te arriendo los escamochos, que pocas vezes me verás, hija, rifar sobre el pesebre, que por mi vida, que no te sabe a ti peor que a mí.

ELICIA.-  Madre, no te enojes, que no lo digo por tanto, que, en fin, bien sabré bever agua si fuere menester.

CELESTINA.-  Ya lo digo, que por mi vida, que no lo bevo yo todo; y callémonos, no nos oyan reñir sobre el bever. ¿Oyes que a la puerta llaman? Mira quién es.

ELICIA.-  ¿Quién llama aý?

PALANA.-  Yo soy, que quiero dos palabras a la señora Celestina.

ELICIA.-  Tía, en mi ánima, Palana está allí, que te quiere hablar.

CELESTINA.-  ¿Quién es Palana?

ELICIA.-  ¡O, Jesús madre, qué mala memoria tienes! ¿Tú no oýste el otro día hablar de una ramera que está por Pandulpho, el moço despuelas de Felides?

CELESTINA.-  Pues ¿qué quiere ella en mi casa?

ELICIA.-  Por Dios, no sé más, en mi alma, que aunque passa ya de sus treynta y cinco años, unas colores trae, que de dos dedos en alto trae los carrillos almagrados, y otro tanto en alvayalde.

CELESTINA.-  Por Dios, que estamos buenos; dile, hija, que se vaya con Dios, que no son tales mugeres para entrar en mi casa. ¡Dios, que esso es lo que ando yo a buscar para aprobar mi persona!

ELICIA.-  Señora Palana, que está mi tía ocupada, que no puedes al presente estar con ella.

PALANA.-  Buen dissimular es ésse, hermana; a quien cueze y amasa nunca le hurtes hogaça, que viejo es Pedro para cabrero, por mi vida.

ELICIA.-  ¡Válala Dios!, ¿y ella qué ha? Hermana, vete con Dios, que no te entiendo essa algaravía.

PALANA.-  Tú me entiendes, y aun el que tienes allá yo le tengo bien entendido.

ELICIA.-  ¿Hay tal cosa en el mundo? Andad, andad hermana con Dios, que no son para mí esas roncerías, que ni te entiendo ni sé qué dizes.

PALANA.-  Gentil cortesía de señora, después que ha hecho sus mangas, presume agora de muy dueña.

CELESTINA.-  Hija, dexa essa borracha, y déxate destar con ella acullá fue mas acullá vino desde la ventana, que no es tu honrra ni mía.

PALANA.-  Mujer honrrada, no llaméys a ninguna borracha, que aquí no hay borracha ninguna, y dexaos desso y echad acá ese galán que tenéys allá encerrado.

ELICIA.-  ¡Al diablo la deslabada, y mirá qué dichos! Por mi vida, doña puerca suzia, que si de aý nos ys, que yos haga castigar como vos merecéys. ¿Y qué gentil hombre havés visto acá? Mirad, por vuestra vida, quien tal oye a la bagasa y creello ha.

PALANA.-  Vos soys la bagasa y la puerca, que yo soy muger tan honrrada que no me merecés vos descalçar. ¿Y quién me havía a mí de castigar? ¿vuestro rufián, Crito?, ¿o Pandulpho, el que agora tienes allá metido? Pues yos prometo que tan en ora mala allá lo tenés.

CELESTINA.-  ¡Jesú, Jesú! ¿Tú no has entendido esta trama que trae esta buena muger?, que piensa que le tienes acá su rufián, porque le deven de haber dicho que ha venido aquí dos o tres vezes. ¡En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, con tal testimonio! ¡Jesús, Jesús, líbreme Dios del diablo y de tal testimonio! ¿Habéys oýdo qué maldad? Andad, andad muger de bien, que en mi casa no se acostumbran essas rufianerías; que muger soy que del rey abaxo pueden entrar en mi casa sin sospecha dessas vellacarías, que ni conocemos aquí a Crito ni a Crita, ni a Pandulpho, más de por criado de Felides, que es un honrrado cavallero. ¿Havés ora mirado con qué se viene allegar gente la deslavada, suzia, desvergonçada, y qué osadía y qué atrevimiento?

PALANA.-  ¡Ay Celestina, y quién la oye!, ¡como si no conociéssemos su labia y sus palabras!

ELICIA.-  Borracha, vellaca, establera ¿con mi tía os havés vos de ygualar? Landre mala me mate si nos hago cortar las narizes, doña puerca, bagassa.

PALANA.-  Mirad, qué condessa Celestina para no se ygualar con ella. Vos soys la puerca y la bagassa, y callad y meted la lengua donde sabés, que vuestra cabeça guardará la mía. Verés vos la duquesa, que amenaza con sus cavalleros que cortará narizes.

CELESTINA.-  Miráme acá, dueña; para ésta y por los huesos de mi padre, que vos me lo paguéys y que yos haga cruzar los hocicos, porque pongáys vos lengua en tal muger como yo.

PALANA.-  Mirad, por mi fe, que no la havía conoscido; en mi alma, que es la señora Celestina, la de la cuchillada, la que dize que me la hará dar. Señora, perdóneme vuestra merced, que no la havía conoscido.

ELICIA.-  Do al diablo la establera; mala muerte muera si cabello en la cabeça le dexo y los cascos a chapinazos no le quiebro.

CELESTINA.-  Torna acá, Elicia, no te yguales con essa borracha.

PALANA.-  Celestina, con lo que vos bevés me emborracho yo.

ELICIA.-  Aguardá, doña bagassa.

VEZINAS.-  ¿Y esso, señora Elicia, y tu seso? ¿Y con éssa te havías tú de ygualar?

ELICIA.-  Dexadme, dexadme castigar essa vellaca, ramera, suzia, establera. ¿Y con mi tía se ha ella de ygualar?

PALANA.-  Vos soys la ramera y la establera, que yo limpiamente y público bivo de mi oficio, y no ganando dineros secretos como vos. Yo soy tan buena como vos y mejor.

CELESTINA.-  Déxala, hija, que dize la verdad, que Séneca dize que estonces es la muger buena, quando claramente es mala.

PALANA.-  ¡Callá vos, puta vieja!, que estáis predicando de la ventana al cabo de ochenta años de alcahueta.

ELICIA.-  ¡O, la vellaca! ¡Dexáme, dexáme señoras!

PALANA.-  Seme testigos que me arrojó el chapín y me ha descalabrado con él.

VEZINAS.-   Anda, en mal punto, ¿y con Celestina, vieja honrrada, te has de tomar?

PALANA.-  ¡Como si no supiéssemos aquí quién es Celestina, a cabo de ser coronada tres vezes por alcahueta!

CELESTINA.-  ¡O, mala muger averiguada!

VEZINAS.-  ¿Y esso, madre, tu seso dónde está?

CELESTINA.-  ¡Dexámela, dexámela; que por el siglo de mi padre de hazelle pedaços esta rueca en la cabeça!

ELICIA.-  El diablo me lleve, doña puta, si pelo os dexo en la cabeça.

PALANA.-  ¡Justicia, justicia!; ¡que me matan y me han descalabrado!

VEZINAS.-  Ora no más; y métete tú, madre, en tu casa, y tú, Elicia.

PALANA.-  Señores, sedme testigos cómo me han mesado y quebrado las ruecas en la cabeça.

VEZINAS.-  Ora anda, amiga, con Dios, y toma tus lados, que en mi alma, que pensé que eran tus cavellos hasta verte la motila de fuera.

PALANA.-  A aquella justicia me yré, bramando como una leona, porque sobre cuernos, penitencia.

CELESTINA.-  Andad, andad doña borracha, que no os havés vos de ygualar con tal muger como yo; que no es esso nada, que por los huesos de mi padre, que yos haga hazer un castigo que sea sonado, y para otras borrachas escarmiento.

VEZINAS.-  ¡Jesús!, ¿y qué ha sido, comadre, esto?

CELESTINA.-  Mi desdicha, que en este mundo ni en el otro no me dexa. ¡Desventurada de mí, qué negro día fue el que yo nascí!

VEZINAS.-  ¿Y esso, comadre? ¡Por Dios, no te abofetees ni messes!, mira la autoridad de tus canas.

CELESTINA.-  ¿No tengo de sentir que una vellaca me levante que tengo rufianes en mi casa, biviendo como Santa Catalina, y lazerando, y pasando hambre y sed para sostener mi honrra, y que hoy venida y cras garrida? Plega a ti, Señor, que estás en los cielos, que en poder de justicia vea yo aquella vellaca que tal me ha levantado. ¡Hombres diz que tenemos encerrados! ¡Vezinos honrrados, entrad en mi casa y buscaldo para que se sepa si tengo hombres escondidos; que, por el siglo de mi padre, mi honrra ponga en la vida de aquella borracha deslenguada!

ELICIA.-  Calla, tía señora, que, en fin, yo te prometo que si Marina bayló, que tome lo que halló; que cosa no le dexaste en la cabeça sana, ni le dexé, con los chapines y la rueca; y enoramala, porque no tenía cabellos, que como me dexó las guedejitas que trahýa la borracha, a cabo de su vejez, en las manos, me dexara los cabellos si los tuviera.

VEZINAS.-  En ora negra, que una oreja medio la dexaste arrancada.

ELICIA.-  Más quisiera podella arrancar ambas, y aun las narizes.

VEZINAS.-  Ora, tía señora, tócate, y tú, Elicia, métela en casa; y bien será yros a alguna casa o monesterio hasta que se asiente esto, que aquella muger de bien no va en son de parar hasta dar quexa.

CELESTINA.-  No soy muger que tengo de salir de mi casa por tan poca cosa.

VEZINAS.-  Sí, mas todavía es bien, porque la justicia, en fin, no mira tan por al cabo las cosas.

ELICIA.-  Bien dizen las vezinas, madre; por tu vida, que nos vamos a Santa Clara, que es monasterio de dueñas, y allí estaremos más a nuestra honrra.

CELESTINA.-  Pues te paresce, hija, toma tu manto, y cierra essa puerta y vamos. Y señoras, pidos por merced que miréys por mi casa, que poco durará esta ausencia.

VEZINAS.-  Pierde cuydado, tía; Dios vaya contigo.



ArribaAbajoArgumento de la XXIII Cena

 

ELICIA dize a CELESTINA cómo viene AREÚSA a vellas, y tras ella viene PANDULPHO, y luego FELIDES, y PANDULPHO y SIGERIL burlando dél, de que había en seso con el senado de CELESTINA, y toma a cargo de delibrarlas con la justicia; y házelo assí, embiando la respuesta con CANARÍN, su pajezico. Y entrodúzense:

 
 

ELICIA, CELESTINA, AREÚSA, CENTURIO, FELIDES, PANDULPHO, SIGERIL, CANARÍN.

 

ELICIA.-  Madre, bien dizen échate a enfermar, y sabrás quién te quiere bien y quién te quiere mal. Que he aquí donde viene Areúsa, y quán desahilada viene.

AREÚSA.-  ¿Qué es esto, madre? Que toda vengo sin huelgo, quando me dixeron que te havían visto venir depriessa, tú y mi prima, y que quedávades en Santa Clara.

CELESTINA.-  A la fe, hija, los malhechores no es cosa nueva andar por yglesias. ¿Parécete que estoy bien librada, al cabo de mi vejez andar en tales passos?

AREÚSA.-  ¡Ay, madre!, ¿qué ha sido esto?; que desde la calle del Arcediano vengo los chapines en las manos por venir más apriessa.

ELICIA.-  ¿Y cómo, prima, y tú no lo sabes?

AREÚSA.-  No sé más de cómo os vieron venir, como quien viene a ganar beneficio.

ELICIA.-  ¡Ay, prima!, si tú huvieras visto en la escarapela que nos hemos visto, más con razón dixeras lo que dizes.

AREÚSA.-  ¿Y qué escarapela?

CELESTINA.-  ¡Qué dimonios de escarapela! Que no fue nada, hija, sino que una borracha vino a mi casa y no sé qué desonestidades me dixo, y quebréle una rueca en los cascos, y dixéronnos que dava quexa; y yo havía de venir aquí a rezar ciertas devociones y traxe comigo a tu prima; que ni hay por qué estar aquí, y todo no fue nada.

ELICIA.-  ¡A osadas, madre, que no fue nada! Por tu vida, prima, que sobre echalle los todos en el suelo con la cavellera, los chapines le deshize chapinazos y las orejas le desé medio arrancadas; y dize mi tía que no fue nada.

CELESTINA.-  Alaçé, hija, no fue nada, pues no dexó allí las narizes, y aun la vida, según lo que merescía.

AREÚSA.-  ¿Y quién era la señora?

ELICIA.-  Por cierto, vergüença es de dezillo por no ensusiar mi boca en nombralla, como ensuzié mis chapines en castigalla. Hi, hi, hi.

AREÚSA.-  ¿Y de qué te rýes?

ELICIA.-  De que no puedo dexar de reýrme, de ver la borracha cómo venía, con sus guedejitas a los lados y sus dos dedos de color mal puesta en las mexillas, que no parecía sino unas santas viejas mal envernizadas, y quando no me cato vila con su motila defuera y los cavellos rubios, sin tocas, por esse suelo, pisados de quantos allí andavan.

AREÚSA.-  ¿Y quién era ella?

ELICIA.-  ¿Quién diablos podía ser, sino aquella rameruela borracha de Palana?

CELESTINA.-  ¡A osadas, no, enoramaças, rameruela! ¡Llámola yo rameraza, y más que rameraza!

AREÚSA.-  ¿Quién, Palana, la cantonera de quatro maravedís, que bive a la cal nueva?

ELICIA.-  Essa misma y no otra. Y aquí viene Centurio que la conocerá mejor.

AREÚSA.-  ¡En el nombre del Padre y del Hijo y Espíritu Sancto! ¿Y dónde estava vuestro seso quando en tal puerca ensuziávades las manos? A tal borracha mandalla matar a palos a dos azemileros.

ELICIA.-  ¡Ay, prima!; ¿y cómo dizes esso? Y aun, por Dios, paciencia nos puso ella para aguardar esso.

CENTURIO.-  ¡O, despecho de la condición!, ¿y qué ha sido lo que ha passado? Que reniego de la leche que mamé, si no preciara más llegar a tiempo que quanto tengo, para cortar el gesto a aquella borracha vellaca de Palana.

ELICIA.-  Y tú, señor, ¿has sabido lo que fue?

CENTURIO.-  ¿Qué fue? Fue, que juro a la santa letanía, que no he dexado botica en todo el burdel que no he buscado aquella vellaca; y aun boto al santo martilojo, que este guante de malla me calcé para dalle dos pares de bofetones, por no ensuziar las manos en aquella puerca, que las tales no se han de castigar sino de pomo de espada o tanto del bofetón de guante, hasta hazella escopir la malla a bueltas de las muelas y dientes.

ELICIA.-  ¿Dónde lo supiste, señor?

CENTURIO.-  ¡Déxame, pesar de los moros, que estoy para me ahorcar! ¿Y tú, madre, havías de poner manos en tal borracha?

CELESTINA.-  Hijo, por tu vida, que me hizo salir de seso; que bien veo que fue desatino, una muger como yo ponerme a castigar tal puerca.

CENTURIO.-  ¿Burlando dizes desvarío? Ora sus, sus, no se hable más en esto, que ello se hará lo que se ha de hazer, para castigo de una y escarmiento de muchas tales vellacas, borrachas, puercas, suzias, estableras, como aquéllas y otras tales.

ELICIA.-  Yo te certifico, señor, que ella queda bien castigada de mis manos.

CENTURIO.-  Ora, que ello se hará lo que se ha de hazer; no se hable más en ello, que he aquí donde viene el señor Felides; acá deve de venir.

CELESTINA.-  Deve de haver sabido lo que passa y, mal pecado, como yo fui muy querida de la señora Sevila, viéneme a visitar y ver lo que he menester, que para esto son los buenos en el lugar. Mi señor Felides, bien dize el proverbio, échate a enfermar, y sabrás quién te quiere bien o quién te quiere mal; bien empleado es el servicio en tales personas donde las mercedes no tienen descuydo en todo tiempo.

FELIDES.-  ¿Qué ha sido esto, madre?; que en saliendo de mi casa me dixeron no se qué, y derecho he venido a ver lo que mandas.

CELESTINA.-  Señor, no fue nada, ¿qué havía de ser, sino cosas de mugeres? Mas, a osadas, hijo Pandulpho, que nos ha costado caro dos vezes que en mi casa has entrado, que la fama que hemos sacado, en el dedo la ataremos.

PANDULPHO.-  Señora, dissimularas tú con aquella puerca y dixérasmelo, que yo la castigara como ella merecía.

CELESTINA.-  A osadas, mi amor, ¿cómo dizes tú, dissimularas?; y aun esse lugar nos dio ella para dissimular.

FELIDES.-  Madre, no se hable, por Dios, más en esto; que, por Dios, paresce poquedad muger tan honrrada como tú, que se diga que tiene diferencias con tal como Palana.

CELESTINA.-  ¿Diferencias, señor? Bien librada estava yo, por tu vida, más olvidada la tengo ya que la primera camisa que vestí; yo la perdono, señor, por que ya sabes que nuestro Redentor nos manda que si nos dieren una bofetada que paremos el otro carrillo.

FELIDES.-  Pues si sabías esso, madre, ¿por qué no tuviste paciencia, y no ponerte a aventurar tu honrra adonde ninguna se puede ganar con las tales?

CENTURIO.-  Porque no tuvo sofrimiento; porque cree, señor, que no hay muger que tenga seso.

CELESTINA.-  Ándate aý a dezir donaires, amigo; ¿no sabes tú que tras aquella hoja hay otra, donde dize el mismo Señor: dad y daros han?

CENTURIO.-  Según yo he sabido no aguardaste tú a esso, porque primero diste y nunca recebiste.

CELESTINA.-  Ay, hijo, entiende bien que dize pedid y datos han, y las palabras de aquella suzia pidieron para dalle lo que le dieron, y mucho más fuera su merecido.

FELIDES.-  Ora basta, que ello está bien, bien dicho y mal entendido; que, a la verdad, tú, madre, toviste poca paciencia.

CELESTINA.-  ¡O, señor, cómo hablas de talanquera! Querría yo que los que dizen esto que les tocassen en la honrra para ver el sofrimiento que tendrían; bien con razón dize Catón que defuera todos sabemos y a otros damos consejo, y para nosotros mismos no lo tenemos. Cree, señor, que del dito al fato, que hay gran rato, no hay ninguno que no dé consejo, y pocos veo recebillo en sus cosas propias; ¿no has tú oýdo que del loco al ayrado no hay diferencia?

FELIDES.-  Y aun por esso dize David, madre, ayraos y no queráys pecar, porque los primeros movimientos de la yra no son en manos de los hombres mas la razón ha luego de señorear la inclinación natural de la vengança.

PANDULPHO.-  ¡O, pese a la vida con tu seso y tu presunción, pues havía de parar para predicar a Celestina y a Elicia y en la santidad de Centurio!

SIGERIL.-  ¿Y el autoridad de la tela de oro en tal senado?. Maldito sea hombre que assí se quiere deshonrrar a ssí y a los que venimos con él.

FELIDES.-  Y la fortaleza en esso consiste, y por esto havían los hombres de procurar abituarse a refrenar sus inclinaciones, porque de la costumbre házese hábito y viene a convertirse en natural el tal hábito, pues quiere el philósopho que la costumbre sea otra naturaleza.

PANDULPHO.-  Por cierto, esse ábito a lo menos que tú traes no te ha hecho con toda tu riqueza la naturaleza de tu desautoridad, y mejor se podrá por ti dezir que el hábito no haze al monje. Mira con quién habla en el philósopho; si alegaran algún dicho de Mollejón, el padre de las señoras del burdel, yo te certifico, hermano, que le entendieran mejor. ¡Hideputa, qué doctor, Centurio, para esas autoridades!

SIGERIL.-  ¿Tú no vees que la señora Celestina sabe mucho de los efetos de natura? No tienes razón.

PANDULPHO.-  Mejor dixeras de los defetos; mas también me parece que quiere aquí philosophar, como en la carta del otro día. Pues por Nuestra Dueña del Lantigua, que hoy a la fuente di a la moça otra carta mía en su nombre para Polandria, para ver si aprovechara más mi germanía que su philosophía.

SIGERIL.-  Cata, ¿y estás burlando?

PANDULPHO.-  ¿Que burlo? Voto a tal y por vida de Quincia que no burlo, sino que es assí.

SIGERIL.-  Pues no digas nada a Felides, que se enojará, hasta ver cómo sale tu ardid.

PANDULPHO.-  Assí se hará; yo te prometo que se saque otra fruta de mis razones que de sus philosophías.

CELESTINA.-  Señor, yo te beso las manos por lo dicho. Y pues lo passado no tiene remedio, suplícote que pongas remedio en lo presente y en lo por venir, pues somos tuyas; y de camino no dexes de hablar al corrigidor, ya me entiendes.

FELIDES.-  Muy bien; y quede Dios contigo, que yo me voy a la justicia y te embiaré luego aviso de lo que passa; y si no se delibrare tan presto, lo qual yo no pienso sino que se hará, sabido el corregidor la verdad, no es razón que estés aquí, que yo buscaré casa honrrada donde podáis estar más a vuestra honrrada. Y quedad a Dios; y andad acá, moços.

CELESTINA.-  Señor, Dios te guíe.

ELICIA.-  Bendígalo Dios, que no paresce sino un pino de oro.

AREÚSA.-  ¿Burlando lo dizes, hermana? Por cierto, no pienso, que hay tan gentil hombre como él en el mundo. ¡Y qué crespa tiene! Por cierto, dél a Sant Miguel ángel no hay diferencia, sino que es frío. En mi alma, perlas parecién quantas palabras echava por aquella boca. ¡Maldita sea la muger que niega lo que le pide tal hombre! ¡Sino que el vestido es mocoso y poco galán!

CENTURIO.-  Ta, ta, ta, señora, que tengo celos desto, ¿y cómo, yo no te paresco mejor?

CELESTINA.-  Hijo, otras cosas tienen los hombres más que hermosura de que se contentan las mugeres, que de otra suerte, bueno sería si todas anduviessen tras los más hermosos.

AREÚSA.-  Mi madre te ha respondido quanto hay en esto; quanto más que bien sabes tú, que quien feo ama, hermoso le parece.

CENTURIO.-  ¡O, despecho de la condición!, ¿que yo feo soy?

ELICIA.-  Anda señor Centurio, que, en fin, virtudes son las que vencen.

CENTURIO.-  ¿Y por esso fundas tú que me quiere a mí tu prima?

AREÚSA.-  Alaçé, más que no por tu hermosura, que, en fin, aunque te quiero mucho, no dexo de conoscer que es más hermoso Felides que no tú; mas assí te quiero yo como a mi vida.

CENTURIO.-  Tienes razón, que assí havrá diferencia de lo que yo haré por tu servicio a lo que hará Felides; si no, a las obras cree, la noche que me mandaste aquello, ya me tienes entendido.

AREÚSA.-  ¡Ay, por Dios, no me digas tantas vezes esso!, pues que sabes que don çaherido que no es agradecido; no digan por ti que una vez que fuiste al baño, tienes que contar todo el año.

CENTURIO.-  ¿No sabes tú, señora, que dezir y hazer que es para bueno? Pues si tú me tienes por tal, déxame dezir lo que quiero, porque no hay ninguno que sus hazañas las quiera meter debaxo de tierra, sino que sean públicas, con gloria suya y exemplo para los otros.

AREÚSA.-  Sí, mas dexa tú a otras loar tus cosas, y no les quites tú con el loor de ti mismo la gloria que de otra boca dicha recibirán. Porque bien sabes que ninguno en sus cosas propias es creýdo, y pues con las palabras de tu alabança pones defeto en las obras que te pueden alabar, házlas tú y díganlas otros.

CENTURIO.-  Señora, no da ya la envidia de los hombres esse lugar, para que yo dexe ya de dezir lo que otros sé que han de callar y adelgazar.

CELESTINA.-  Hijo, bien te dize; que, en fin, la verdad quieren los sabios que sea hija del tiempo, y assí con él se sabe lo bueno y aun lo malo, y pues todos conocen tu valor, no hay para qué querello autorizar con palabras. Y callemos, que aquí viene un paje de Felides.

CANARÍN.-  Señora, Felides, mi señor, dize que él ha estado con el corregidor, y que ello está como deve, y que tú te puedes yr y Elicia a tu casa sin ningún temor, y que huelgues y tomes plazer.

CELESTINA.-  Hijo, mi amor, dezid a su merced que le besamos las manos, y que plega a Dios que nos biva él mil años, que no se espera menos de tal persona; y andad, mi amor, con Dios, que nosotras nos vamos luego.

CENTURIO.-  Ora, yos vosotras, que yo quiero yr a ver si podré topar aquella borracha, para le arrancar las narizes en pago de la lengua, si no se la pudiere de presto cortar.

CELESTINA.-  No, por mi vida, hijo; baste lo passado.

CENTURIO.-  Déxame, madre; que aún lo que me deve a mí no está pagado.

CELESTINA.-  Ora, sus, dile, por Dios, que no cure de tal cosa, no se borre lo bien hecho.

AREÚSA.-  ¡A, Centurio!

CENTURIO.-  ¿Qué mandas?

AREÚSA.-  No hagas nada desso, que no quiere mi tía.

CENTURIO.-  Mas mejor será suffrir que nos meen en los ojos.

CELESTINA.-  Por mi vida, hijo, que no hables más en esto.

CENTURIO.-  Ora, madre, pues assí quieres, ve con Dios, y si te quebraren otro día la cabeça échate a ti la culpa.

CELESTINA.-  Assí lo quiero yo, y Dios vaya contigo.

CENTURIO.-  ¡Bien tenían pensado las borrachas que havía yo de hazer algo! ¡Mejor sueño les dé Dios que yo por ellas le perdiera esta noche, no me faltavan otros duelos! Mas ellas creýdo lo llevan, qual sea su salud, assí yo lo hiziera. Yo querría, pardiós, antes topar a Pandulpho para reýr de la brega de su puta, y yrnos mano mano a un bodegón, donde beviéssemos el alboroque y hablássemos algaravía, como aquel que bien la sabe, germanía, digo. Mas no puedo yr con él, yo quiero yr solo a gozar de haverme librado desta trama tan a mi honrra; y sobre mi alegría doblarse ha la parada, pues dizen que el vino alegra el coraçón del hombre, para no haver envidida a Celestina, que bien creo yo que, esta noche, la vengança que no quiso que tomasse de Palana, que ella la tome del jarro, pues no le faltará gana.



ArribaAbajoArgumento de la XXIV Cena

 

PONCIA dize a POLANDRIA que venga a ver passar a FELIDES y a sus criados, y passando sobre ello donayres, QUINCIA dize que tiene la carta de PANDULPHO en nombre de FELIDES, y léenla y búrlanse de sus necedades; y POLANDRIA deshonrra a QUINCIA por traer la carta. Y entrodúzense:

 
 

PONCIA, POLANDRIA, FELIDES, SIGERIL, QUINCIA.

 

PONCIA.-  Señora, señora, corre, corre presto, presto, mira quán galán biene el señor de mi requebrado; ¡pardiós, bien vestido viene y como galán!

SIGERIL.-  Señor, señor, mira, mira, ¿no vees?

FELIDES.-  Y con lo mucho que vía, no vi cómo me perdía.

POLANDRIA.-  No ha dicho mal, Poncia, ¿Oýste lo que dixo aquel galán?

PONCIA.-  Señora, oýlo yo y sentístelo tú.

POLANDRIA.-  ¡Toma, en mal punto, porque digas malicias! Por mi vida, que me pareció tan bien que no pude dexar de reýrme, y creo, noramala para ti, que pensó que me reýa con él.

PONCIA.-  Sea para él, señora, y para mi enamorado, que pienso, pardiós, que de mí no la puede llevar buena. Mas mira qué hablar tienen, y, pardiós, que tornan.

FELIDES.-  Tú, Sigeril, ¿no viste cómo se me reyó mi señora?

SIGERIL.-  Pardiós, señor, pues la mía no la fue en çaga.

PONCIA.-  Dentro vienen, por mi vida, ¿no vees, señora, qué reýr se traen? ¡Ay, mis almas! quanto que desta hecha todo queda por vosotros. Mira, señora Polandria, qué rysa trae Quincia.

QUINCIA.-  Pardiós, no me reyo yo desso.

PONCIA.-  ¿Pues de qué te rýes?

QUINCIA.-  Pardiós, rýome que de la mesma manera del otro día me arrojó otra carta, y porque venía mucha gente la tomé.

POLANDRIA.-  ¡Al diablo esta vellaca! Por mi vida, no estoy sino por te quebrar essos ojos, y yos los quebraré si más con cartas me venýs, burlando ni de veras.

QUINCIA.-  ¿Pues querías tú, señora, que la dexasse allí, para que la leyessen todos?

POLANDRIA.-  Sí, y no la tomárades vos. ¿Y qué es della?, dalla acá luego.

QUINCIA.-  Hela aquí.

PONCIA.-  Por cierto, heziste muy bien; y como no parezca que las tomas, muchas déssas nos vengan, que quanto más moros, más ganancia para reýr.

POLANDRIA.-  Dala acá y rasgalla he.

PONCIA.-  Pardiós, no rasgarás hasta que la veas.

POLANDRIA.-  Déxame, Poncia.

PONCIA.-  Pardiós, no te dexaré si no me prometes de no la rasgar hasta la leer.

POLANDRIA.-  Ora, que sí prometo; y oye, que dize assí: «Señora de mis entrañas y amores de mi alma».

PONCIA.-  ¡Oxte mi asno!

POLANDRIA.-  Ora, yo me maravillo de tan gran necedad, oye: «Aý te embío mi coraçón pintado en essa carta, atravessado, como la verás, con essas saetas, que tal me tienes tú a mí el mío, mi alma».

POLANDRIA.-  Quincia, ¿esto bien lo entiendes tú?

QUINCIA.-  Por Dios, señora, y aun me parescen otras razones que las retólicas del otro día.

POLANDRIA.-

Ora, pues, óyelas, que para ti son: «Y señora mía, tú eres la que mis entrañas puedes sanallas, y pues tu beldad me hirió, sáneme tu piedad. ¡Ay, coraçón, que me muero!, ¡ay, entrañas, que me fino!, ¡ay, mi alma, que me matas!, como lo dize essa copla:

Eres tan hecha de flores
y de perlas y açuceñas,
que me ponen mil dolores,
que me ponen más temores
que me han de matar tus penas.
Linda dama en perfeción,
sabida entre las discretas,
ves aý mi coraçón
como está tan sin razón,
passado con tres saetas.»

Mal año para ti, doña puerca, que esta carta sea para mí, que sus razones dan la razón de las razones que tú entiendes en la lengua de Pandulpho, o de otros tales moços despuelas como él. Que la razón de mis pensamientos bastava a ponella en la lengua, aunque faltara en el saber.


PONCIA.-  Quieres dezir, señora, que tal para tal y Pedro para Juan.

POLANDRIA.-  Mira que haré, Felides loco es y majadero en tener tales pensamientos, si los tiene, digo, mas si él la escrivió, ni escriviera tales necedades, que me maten, porque el instinto de su linage y casta supliera lo que la razón para escrivir faltara; sino que aquel Pandulpho, o otro tal, dio a esta vellaca esta carta, y para tener forma de la ver dixo que era del otro cuytado. ¡Y aun cierto, las razones de la del otro día y las désta todas se quieren parecer!

PONCIA.-  Señora, según esso no te parecieron mal.

POLANDRIA.-  ¿Por qué me havían de parescer mal si ellas eran buenas? Parésceme mal la locura de su dueño, mas las razones no dexan de ser buenas, quanto éstas son nescias. Y tómala allá y rásgala, que aun essa honrra no quiero yo que reciban de mis manos tales necedades. Y anda, súbete allá y no me vengas más con essas embaxadas, y cierra essa puerta y vete. Ora ¿passas, Poncia, por tales badajadas? Cree, como crees en Dios, que aquella carta es para aquella rapaza, y ella tuvo buena manera para vella.

PONCIA.-  Sin duda no es otra cosa.

POLANDRIA.-  ¿Quiéreslo ver? Pues si miras en esto, no tenía más que ver la letra désta con la del otro día que yo con el rey.

PONCIA.-  Pardiós señora, que es verdad, que esta parescía de rapaz aprendiz, y la otra de galán y muy sueltamente escrita; mas es el mayor donayre del mundo.

POLANDRIA.-  ¿Ora, has visto cómo quiso sacar las castañas del fuego con la mano del gato la señora Quinçuela? ¿Si hallava otro sacristán o monazillo para leella más a mano que a mí? ¿Passas por tal cosa?

PONCIA.-  Passo porque no se te passa cosa por alto.

POLANDRIA.-  A lo menos las razones desta carta no passaran por alto.

PONCIA.-  Pardiós, señora, que traen escripto en la frente el moço despuelas. ¡Mas qué plazer sería para Felides si supiesse que tales razones te havían dado en su nombre!

POLANDRIA.-  Antes era mejor para él, para darme a entender que a mi causa havía perdido todo el saber y seso, según que con tal testimonio se probava, haviéndola él escrito. Mas dexemos las burlas y tomemos las veras, y debaxo de todo secreto, y en confissión, tomarás la que te dixere.

PANDULPHO.-  Señora, con tal confiança puedes darme tu coraçón, y yo recebbillo con la condición con que lo das, puesto que los sabios niegan esto del secreto, porque dizen que cómo piensa ninguno que otro le guarde el secreto que él a sí mismo no pudo guardar.

POLANDRIA.-  Yo estoy en esso al contrario, porque nunca fió ninguno de otro gran secreto sino de una de dos maneras, o debaxo de ley de amistad, o compassión, la qual no le da sufrimiento a podella encobrir. Si por la primera manera el amigo, como tal, descubre su secreto al amigo, créeme que no menos está obligada la verdadera amistad a no encobrir secreto al que toma por amigo con verdadera amistad, que a encubrillo el que lo recibe con tal ley de amigo; porque no es justo que el amigo encubra cosa a su amigo, ni por la misma razón descubra el amigo lo que se le dixo, no como a persona apartada, mas como a uno, como han de ser los verdaderos amigos una cosa. Pues lo que se descubre con passión, como dixe, la misma razón la da para guardar el secreto; porque el que lo rescibe, la passión que tuvo el que se la dixo para descobrirlle su secreto se buelve al que lo rescibe en razón para no lo descobrir. Assí que no tuvieron razón, a mi ver, los que dixeron que cómo quiere ninguno que otro le guarde el secreto que él a ssí no supo guardar secreto, por las razones dichas; como yo por ambas, assí de la amistad que me tienes y te tengo, como de la passión que para descobrírtelo me fuerça a te dezir lo que agora sabrás; y es que de la gloria que se gana en forçar con la razón lo que quiere el natural desseo, no quiero que falte testigo de mi vitoria, para con acrescentarse con saberlo tú, se esfuerçe más la razón de resistir al desseo. Porque créeme, Poncia, que pocos habría que con esfuerço aventurassen las vidas, si pensassen que solos ellos havían de ser testigos de la gloria de sus hazañas; mas por la estimación que acerca de la gloria de osar ganan acerca de los otros, o de la mala estimación de no servir con la vida a la fortaleza de osar, por razón de temer, se disponen al sacrificio de las vidas por las honrras. Porque yo te certifico que si esto assí no fuesse, que no aguardara Lucrecia a sellar su castidad con el cuchillo delante los deudos, pudiendo sacrificarse tanto antes, después de la fuerça del Superbo Tarquino, y por esto quiso lo mortal posponer a lo immortal, assí acerca de los hombres en la fama, como acerca de Dios para gozar de su gloria. Y porque yo no la pierda en ambas partes, ya que con Dios tengo complido, como quien sabe y conosce los coraçones, quiero complir con los hombres diziéndote a ti lo que siento, para que mi muerte quede en testimonio de mi limpieza, y tú publiques este secreto para testimonio de mi fama. Y para esto, sabrás que ni la hermosura y gracias de Felides tienen perdida su fuerça natural en mí, ni mi conoscimiento ni la obligación de mi limpieza tiene perdidas las fuerças de su obligación, para resistirme a mí de mí. Créeme, Poncia, que ni el fuego de la sinrazón de amor dexa de abrasar mis entrañas, ni el mayor de sacrificarme a la honrra de encender en el alma con mayores llamas mi coraçón. Mira con quánta fuerça se haze aquélla con que mi limpieza resiste al deseo de podella ofender; llora mi pena y gózate con mi gloria; espántete mi dolor, admírete el resistillo; maravíllete cómo amo a Felides y más cómo me desamo por resistir el amor; mira cómo el cuerpo sacrifico al desseo, mas el alma a la fama de mi honestidad y limpieza. Mi mal has oýdo, tu consejo espero, no en lisonjas, pues ni de tu parte se me deven ni de la mía se sufren; dime tu parecer en lo que devo, no conforme al mío en lo que dessea, mas en lo que aborrezco a mí por desseallo, para menos lo hazer.

PONCIA.-  Señora, yo te beso las manos por la confiança que de mí hazes, y pésame de lo que dizes, no tanto por lo que siento por la razón de lo que devo sentir, lo que tú tanto dizes que sientes tu dolor, como por la licencia que para dezillo has tomado. Porque cree, señora, que más quisiera que la vergüença de dezir tu mal te hiziera a ti sola testigo de la gloria de resistillo, que no que para estender tu fama tomaras licencia de me lo dezir, porque alargando la licencia de descobrirlo se va encogendo la vergüença de resistillo; porque no hay cosa que más conserve la vergüença de las mugeres que el hábito de no descobrir sus flaquezas, para que con él se haga otra naturaleza en la honestidad, porque con descobrirse muchas vezes las inclinaciones naturales no pierdan el velo de la vergüença, que es el principal muro en las mugeres para resistir la furiosa artillería de los fuegos y secretos del amor. Y por tanto, mi consejo es que, con autos virtuosos exercitando el tiempo, hagas al tiempo que olvide lo que sin tiempo desseó. Este es mi consejo; y mi consuelo es que, junto con el trabajo de resistir tu voluntad, no pierdas de la memoria la gloria que sale de resistilla, y para mejor resistir el amor toma otro amor.

POLANDRIA.-  ¿Y qué amor?

PONCIA.-  El amor de Dios y de tu honrra, y podrás meter honrra y provecho en un saco.

POLANDRIA.-  Yo te agradesco, Poncia, tu buen consejo. Y bien paresce que la natural virtud te mostró por instinto lo que la edad por razón te niega; y bien paresce, a osadas, que lo que la naturaleza da ninguno lo puede negar, pues tu virtud natural te haze dezir lo que nunca oýste ni aprendiste en los estudios de Atenas.

PONCIA.-  Señora, no hay mejor estudio, si los hombres fuessen o quisiessen ser sabios, que lo que la razón a cada uno dize para guardar su virtud, porque créeme, señora, que como la ley natural te amuessa naturalmente que es mal hazer con los otros lo que no queremos que ellos hiziessen con nosotros, la misma razón, si queremos mirar, nos dize que no hagamos ni consintamos en nosotros lo que a otros reprendemos por vicio o falta de virtud. Créeme, señora, que de todo nos puso Dios dechado en todo lo que vemos fuera de nosotros mismos, porque de allí sacásemos las labores de virtud que en nosotros mismos encubre el amor propio y falta de conoscimiento con nuestra passión propia, que nos ciega para ver en nosotros mismos lo que no dexamos de ver en los otros. ¿Quieres ver la razón desto que nos niega vernos? Pues la espiriencia nos lo muestra por espiriencia, como si pones una cosa junta a la vista, no la verás como algo apartada, y la razón es porque hay necessidad de medio para verse, y como éste le falta, pierde la vista el principio para ver el fin, porque le falta la proporción del medio. ¿Pues qué cosa más cerca de nosotros que nosotros mismos? Y como falta el medio que nos ha de proporcionar la vista para vernos, que es claridad sin passión, con su contrario la ceguedad de amor propio y passión de nuestras cosas, nos falta perfición del fin que para nos ver es menester. Assí que, señora, mira tú lo que te parece mal en otras tales como tú, sin el medio de la poca passión que en las cosas agenas tienes para ver sus defetos y conoscer sus virtudes, que aquello temo que será lo que testorva que no puedes ver en ti misma, y saca de tales dechados las labores para no errar el punto real de tu vertud y limpieza.

POLANDRIA.-  Tú me has dicho tanto que no pensé que tu edad pudiera hallar tanta labor de lo que dizes. Y pues te he començado a dezir este hecho, quiero que sepas un misterio, y es que aquella buena muger, Celestina, me dixo el otro día todo mi coraçón y el secreto del de Felides.

PONCIA.-  ¡O, mala muger averiguada, reclamo de codorniz, añagaza aforrada de corcho! No de balde sospechava yo de sus secretos sin mí.

POLANDRIA.-  No juzgues mal hasta oýr, que por esso dizen que es mal juzgar sin oýr las partes, que antes me dio consejo que me guardasse dél.

PONCIA.-  ¡O, mala muger! Con esse oro te quiso confitar el azíbar de las pildoras que te dava, con esse açúcar encobrir el rejalgar, y tras essas matas verdes encobrir la celada. Bien con razón dize David que nos guarde Dios de los labios ynicos y de la lengua engañosa; créeme, señora, que no de balde dize Séneca que estonces es la muger buena, quando claramente es mala, pues con saber su maldad no puede empeçer lo que aquesta buena muger de Celestina pue dañar con su yproquesía. Bien con razón dize de los ypócritas nuestro Redentor que con oraciones deshazen las casas de las viudas, como aquella vieja con sus palabras quería deshonrrar la casa de mi señora. Suplícote, señora, que en tales mares nunca navegues sin la sonda en la mano, sin calar las palabras y la hondura dellas, digo; que no hay piélago más hondo que el coraçón del hombre, ni máscara más desfraçada que la lengua del lisonjero o del que quiere engañar, porque los tales con la lombriz encubren el ançuelo, engañando el gusto hasta que tiran por el sedal y sacan la presa. ¡O, quán bueno ha sido, señora, darme parte desto!, porque tu sabiduría, con la bondad, pierde la sospecha que en los tales tiempos se deve tener. Guárdate de su lengua; que yo le conoscí, que mal año para los oradores romanos, que más fuerça tengan en orar que esta vieja tiene.

POLANDRIA.-  ¿Y qué puede ella dezir, estando yo avisada, para que me mueva?

PONCIA.-  ¿Qué, señora? Lo que pudo la lengua de Tulio para deshazer la sentencia pronunciada por Céssar y todo el Senado contra el rey de Egito, quando se le embió a encomendar. Que no hay piedra imán, señora, que más trayga assí el azero que la lengua dulce al coraçón que tiene ya blando, por esso no te engañes.

POLANDRIA.-  Pues si supiesses lo que me dixo quando me tornó a hablar delante de mi señora, más razón tendrías.

PONCIA.-  ¿Y qué te dixo?

POLANDRIA.-  Que tenía escrúpulo de consciencia por lo que me havía dicho, no fuesse causa de su muerte de Felides, y por tanto que le diesse algún favor porque no muriesse o enloqueciesse, pues que bienaventurados son los misericordiosos.

PONCIA.-  ¡O, mala hembra, y con el gusano Christo y sus palabras te encubría el anzuelo! ¿Y qué más claramente quieres tú, señora, ver lo que te digo? Por cierto, el homicidio ella lo hazía, pues quería matarte con matar tu honrra. Aquí, señora, no haya más, sino que te guardes della como del diablo, y a lo menos, cosa no te diga que no me la digas, para ser como dizen, a un traydor, dos alevosos.

POLANDRIA.-  Ora yo estoy espantada de tu saber, que nunca tal pensé, y déxame el cargo de aquí adelante. Y con esto nos vamos para mi señora, que ha mucho que estamos acá.


Anterior Indice Siguiente