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ArribaAbajoArgumento de la XXXIV Cena

 

En que AREÚSA llama a la puerta de CELESTINA y ábrela ELICIA, y dize que viene a comer con ella a costa de GRAJALES y BARRADA, despensero del maestrescuela, el qual trae para ELICIA. Y entra BUZARCO, moço de GRAJALES, con las aves y con el vino, y después viene GRAJALES y BARRADA. Y introdúzense:

 
 

AREÚSA, CELESTINA, ELICIA, BUZARCO, GRAJALES, BARRADA.

 

AREÚSA.-  Ta ta ta.

CELESTINA.-  Mira, hija, quién llama allí.

ELICIA.-  ¡Ay, prima mía y mis entrañas, que bienvenida seas! Aguarda, yrte abrir. Tía señora, mi prima Areúsa es.

CELESTINA.-  Ella y los buenos años vengan.

AREÚSA.-  Tía señora, Dios te salve, que acá me vengo a comer contigo y con mi prima.

CELESTINA.-  Ello sea enhorabuena, hija; y a osadas, que algo de bueno deves tú de traer, que nunca tú vienes las manos vazías.

AREÚSA.-  Pardiós, madre, Grajales me rogó que viniéssemos acá a comer, y que él embiaría su ración.

CELESTINA.-  A osadas, hija, que no sea mala, que yo lo tengo por tan complido y por tan hombre de bien que no consentirá él escote de nuestra parte.

AREÚSA.-  Assí lo cree tú, madre. Y venimos a gozar de la despedida de Centurio, que ya ayer le embié a dezir que se fuesse a la malaventura, y también, a la verdad, a honrrar las bodas de mi prima, que le tengo concertado un amigo de Grajales, que a osadas, madre, que no le vaya en çaga en henchile las manos.

CELESTINA.-  ¿Y cómo es su gracia?

AREÚSA.-  Madre, Barrada, y muy valiente hombre y un Alexandre; y él y Grajales vendrán juntos a comer.

CELESTINA.-  Aguarda hija, por cierto, que pienso que conozco yo esse hombre de bien, veamos ¿él no es criado del maestrescuela?

AREÚSA.-  Sí, madre, y despensero suyo, y que manda toda su casa.

CELESTINA.-  Aguárdate, hija, que en el pico de la lengua tengo a su madre; ¡válame Dios, y cómo tengo caduca la memoria!, aguarda, aguarda, ¿cómo se llamava, Celestina? Por tu vida, que es hijo de Garapía, la hija de la Carbena, su padre no me acuerdo el nombre, pienso que tenía officio de sacamuelas, y singular official. Por cierto, hija, que huelgo dello como de la vida, por dar a tu prima tal amigo y sacalla del poder del desventurado de Crito y del baral del paje roxo, que no hay diablos que le echen desta casa, como si hubiéssemos de comer de cabellos rubios y nos lo diesse él, assí le pesa si vee entrar alguno en esta casa al pelado.

AREÚSA.-  Vaya, prima, a la maldición, que no eres tú para romper sin alçar.

ELICIA.-  ¡Ay, prima! no quisiera yo que viniera acá esse hombre de bien hasta que yo despidiera al paje del infante.

CELESTINA.-  ¿Qué despedir y qué nada? Si él fuesse hombre de bien, él se ternía por despedido. ¿Por quál carga de agua, hija, le has tú de dar essa obediencia?, ¿por el comer o el vestir que te ha dado? Quando estés en tu casa, mi amor, usa tú essos cumplimientos, que en la mía déxamelos tú para mí, hija; que yo que rogué a tu prima que buscasse tal persona como Barrada, te sacasse, hija, de vergüença con darte hombre de barba, y no pelado, como esotro hurgonero de Albacín, o servidor; que a osadas, tan pelado de las barbas como de la moneda, que en mi ánima y por el siglo de mi padre, un gesto más deslavado tiene y sin vergüença que en mi vida vi. Y pues no tiene barva, ya sabes, hija, que con mal está el huso quando la barva no anda desuso; engáñate por mí y busca agora que eres moça quien te dé y no quien te huelle y envegezca, que no han de ser todos los amores flores y gentileza, sino de lo uno con lo otro.

AREÚSA.-  Prima, mi tía dize quanto hay en ello.

CELESTINA.-  Pregunta, hija, a tu prima Areúsa, cómo le fue y le ha ydo con el consejo que le di la noche que la hallé con el dolor de la madre, guardando mucho lealdad al otro negro capitán, como si le huviera hecho pleyto o omenaje de guardalle la fortaleza; assí aguardava la bova a dexarse tomar por hambre, y hasta agora se estuviera, si no tomara mi consejo, a diente, como haca gallega. Sabe, sabe hija, como tu prima, salir de uno y entrar en otro, y nunca, mi amor, dexes envejeçer la bestia en tu poder, pues sabes que desque ha cerrado no podrás salir della; sino que como tu prima, si fuere menester, del capitán a Pármeno, y de Pármeno a Centurio, y de Centurio a Grajales, con otros que bien me sé, yendo de bien en mejor, como dizen: de aguja a dedal, de dedal a gallo, de gallo a cavallo. Que todos los cantares y refranes, hija, tienen sentencias para condenar por necios a los que, oyéndolos, no se avisan, como tengo yo a tu prima por tan avisada, que yo te certifico, que si fuere menester, que tan sin pena dexe a Grajales como salió del otro gesto del diablo de Centurio.

ELICIA.-  ¡Diferencia hay, por cierto, del gesto de Albacín y su gracia y dispusición a la de Centurio, para hazer comparación!

AREÚSA.-  ¡Ay, prima!, ¿y el capitán qué devía a Albacín? Por cierto, que nunca le viste caer la bava, ni pienso que le limpiaste los mocos; que por Dios, dél a un serafín no havía diferencia, y no fue más menester que mandarme mi tía que lo dexase para hazello; quanto más que si tuerto y coxo me lo diesse, por de dos ojos lo tomaría, y por sano de los pies.

CELESTINA.-  Assí lo es, hija, el que lo fuere de la bolsa; que no haya, mi amor, gentilezas sin dineros. Y mira, mira qué lágrimas le corren a tu prima por dexar al negro paje, ¡como si Barrada se mamasse los dedos!

ELICIA.-  ¿Pues no tengo de recebir pena de dexar un ángel que me adora y me dexa de querer?

CELESTINA.-  ¿En qué se te parece, hija, el adoración? ¿En los sacrificios que te ha hecho de aves y cabritos, con el humo del encencio de la pringue quando se assavan?, ¿o con las ofrendas de pan y vino que te ha dado, según la orden de Melchisedex?

ELICIA.-  Más quiero contentamiento que quanto me pueden dar, porque todas las riquezas se buscan para este fin.

CELESTINA.-  Ora sus, sus, dexemos de lagrimitas, y quando estés en tu casa harás tu voluntad, que en la mía, la mía se ha de hazer.

AREÚSA.-  ¿Para qué es esso, madre?, que no hay necessidad, que mi prima hará todo lo que tú quisieres; porque en fin, noramaças, dévele de querer bien, y él a ella.

CELESTINA.-  Obras son amores, hija, que no buenas razones; harto tendríamos aquí que hazer en entender de servir al paje roxo.

ELICIA.-  ¡Jesús, madre!, ¿quántos servicios le has tú hecho, o quántas malas noches has passado por él? Y aun, por mi vida, que quando reñimos con Palana, que si yo quisiera, que le cruzara él la cara, que no le soy en tan poco cargo.

CELESTINA.-  Desso comeremos, hija, como de los fieros y mentiras de Centurio. Aprende, aprende hija, que poco sabes, mal pecado, del mundo; nunca te ceves, mi amor, de fieros de rufianes, que si lo huviessen de hazer, cree, hija, que no lo dirían, quanto más que no haze al caso buena parola y mal fato. Baste, que mi voluntad es, y ya lo has oýdo, que no me entre aquel paje, y la misma es que tomes a Barrada, que yo que te le doy por tu provecho, no te lo dexaré envejecer si fuere para tu daño.

ELICIA.-  Hi, hi, hi; bueno es esso, madre.

CELESTINA.-  ¿Ríeste, bova, de que te dixe que no te lo dexara envejecer? ¿Pues qué pensavas, que te quería casar con él para siempre? Mejor salud nos dé Dios que yo te lo dexe más de quanto viéremos que no cría polilla en sus troxes, ni haze tesoro donde lo come el orín y lo hurtan los ladrones, como dize el evangelio; que aquí más lo queremos por su bolsa que por su disposición, aunque, a la verdad, no la tiene mala; y que la tuviera no hazía a nuestro caso, mas bueno es lo uno y lo otro junto, pues es meter honrra y provecho en un saco, que pocas vezes se haze. Assí que, hija, quien te da éste y te quita esotro jesto de palmatoria, te sabrá quitar éste y dar otro, y otros, si con más provecho se ofrecieren, porque derreniega, hija, de tratos sin ganancia.

ELICIA.-  Ora, madre, no se gasten más palabras, que yo no tengo de salir, en fin, de tu voluntad y consejo, pues sé que éssa es mi honrra, y que con quanto más fuerça de la voluntad se gana es de mayor loor.

CELESTINA.-  ¡Ánda a dezir donayres!, más pensé que te havía yo, hija, de aconsejar cosa que no fuesse tu honrra; cree, hija, que ya sé quántas son cinco, y en qué está la honrra y la deshonrra, la fortaleza y la temeridad, la liberalidad y la prodigalidad, y si no lo sabes, sabe no salir de mi consejo.

ELICIA.-  Assí lo haré, madre.

AREÚSA.-  Assí lo haz, prima, que a osadas, que no yerres, sobre mi corona. Y limpia essos ojos, porque si vienen Grajales y Barrada no conoscan en ti descontentamiento, que esto está bien acordado; y parésceme que a la puerta llaman.

CELESTINA.-  Mira, Elicia, quién es.

ELICIA.-  Madre, un moço en piernas es, que viene cobijado con una capa y trae gran bulto, que, en mi ánima, parece que viene preñado.

CELESTINA.-  Ábrele, hija, y alúmbrelo Dios con bien si viene preñado, y sepamos presto si tenemos hijo o hija.

AREÚSA.-  Abre, abre prima, que moço es de Grajales, llamado Buzarco.

BUZARCO.-  Señoras, Grajales, mi señor, y el señor Barrada embían estos capones y estas perdizes con este cangilón de vino de Monviedro, y que estando guisado son luego acá.

CELESTINA.-  Hijo, mi amor, dezid que ellos vengan mucho enorabuena, que luego se pondrá a assar; y andad con Dios, mi hijo.

BUZARCO.-  Con Dios quedéys, señoras.

AREÚSA.-  Buzarco, mis ojos, di a tu señor que mire cómo viene, porque he sido avisada que Centurio y Traso el Coxo me han rondado esta noche toda la puerta, y que se vengan presto.

BUZARCO.-  Señora, déxame el cargo.

CELESTINA.-  ¿Parécete, hija Elicia, que tendremos hoy mejor de comer que de la parola del paje y de los cuentos viejos de Crito? Sus, sus, assad essas aves, y déxate de bozes; y muestra, provaré esse vino, ¡por Dios, singular es! ¡Ay, bovas, bovas!, ¿y qué queréys vosotros más que las despensas del Arcediano y maestrescuela?

ELICIA.-  Ay, por Dios, tía, no se hable más en esso, pues se haze todo como tú lo quieres.

CELESTINA.-  Pues mira, que no te conosca descontento Barrada; y quando viniere súbete tú allá, que lo quiero hablar en tu absencia.

ELICIA.-  Assí lo haré tía, como acabe de assar estas aves. Y tú, prima, lava essas copas, no estés mano sobre mano.

AREÚSA.-  Ora, que sí haré; aunque yo jubilada havía de ser, mas porque has de ser tú hoy la novia lo quiero hazer.

ELICIA.-  Calla ya, enoranegra, prima, no digas essas malicias, que ya viejo es Pedro para cabrero. Aunque por mi vida, que agora me quiere dar casamiento el señor Felides, y seré novia de verdad, con hazer entender al novio del cielo çebolla.

AREÚSA.-  Aý está mi tía, con quien podrás pasar esse puerto como açor con gavilián, sin que se pague el portazgo.

CELESTINA.-  Por mi vida, hija, que si ella quiere y quisiesse, que también puede passar consigo como comigo, que también sabe acuñar la moneda como yo para que corra por buena, sino que de muy dueña quiere despreciarse del officio. Pues, para mi santiguada, que tiempo venga que tú te arrepientas, que moça eres y vieja serás, y lo que en la mocedad, hija, no se aprende, mal se sabe en la viejez; mas andar, que el tiempo te doy por testigo, que con él la necessidad te hará saber lo que la falta de discreción agora te encubre. No sé qué diablos es la presunción de las moças deste tiempo, que por el siglo de mi padre, moça fuy, y no más fea que otra, y nunca me desprecié de saber y aprender y trabajar como una perra, porque, en fin, hijas, la honrra no viene, ni el provecho, dormiendo y holgando.

ELICIA.-  ¿Qué negros trabajos para ganar honrra dirá agora mi tía?

CELESTINA.-  ¿Qué negros, hija? Perdónela Dios a mi comadre, su madre de Pármeno, aunque él supo mal conocer el amistad que con ella tuve, que ella te dixera los trabajos; que para el siglo que la tiene y nos espera, que tan moça como tú y con tanta presunción de hermosa, más noches escuras que boca de cuervo fuemos a la horca del Teso, más vezes que canas tengo en la cabeça. Pues conjuros de encruzijadas, ¡pocos me hallé a su lado! Que en mi ánima, quien la viera llena de candelillas sacudirle y menear las quexadas, aunque fuera Héctor, le temblara la contera y se respeluzara el copete, y estava yo con ella que ella se maravillava. Mas bien se me ha parecido, a osadas hija, que por Dios, que pienso que no hay maestra de mi officio, ni aun sacamuelas en el suyo, que assí sepa sacar los dientes a un ahorcado, ni cabestrero que tan bien sepa quántos hilos desparto tiene una soga, tantas vezes las he quitado y deshecho; pues conjuros con que hazía temblar a todos los espíritus, ¡pocos he hecho! Por cierto, más, hija Areúsa, que tengo años. ¡Pues es verdad que tengo con los días caduca la memoria! Por cierto, no hay çumo de yerba, ni virtud de piedra para mi officio que se me haya olvidado; ni cómo se han de hazer los vasos de la yedra y cogerse en ellos el agua de mayo, ni las agujas ponerse en la cera para traspasar los coraçones, ni hilo de arambre, ni telas de los potros rezién nacidos, con otras mil tarabusterías que de aquí a mañana no acabara de dezir. Mas quédese esto, que a la puerta llaman; mira tú, hija Areúsa, quién es.

AREÚSA.-  Sus, sus, señora, Grajales y Barrada; quiérolos yr a abrir.

CELESTINA.-  Mas toma tú allí y súbase Elicia arriva, que yo les abriré, porque quiero dar una lición a Barrada, como la di a Grajales.

ELICIA.-  Pues toma, prima, que en mi ánima, que me muero de vergüença de Barrada, que me paresce ya hombre mayor, y pone mucho empacho ygualdad de conversación a donde más edad para consejo se havía de tomar que retoços de mancebos; porque tal para tal y Pedro para Juan, que en mi alma, esto me hazía querer al paje del infante.

AREÚSA.-  Dacá en mal punto, y súbete arriba, que más moço es un viejo, si se aliviana, que quantos mancebos hay en el mundo.

ELICIA.-  Esso es en el seso, mas no será en el peso.

AREÚSA.-  Ahora déxate desso; y anda, que tú te podrás aprovechar de ambos, y pelar del uno para emplumar la cabeça al otro, y hazerle guirnalda de penachos en pago de la que a estotro dexares de cuernos, sobre siete soldos que le harás pagar.

CELESTINA.-  Bien venga el señor Grajales y la compañía.

GRAJALES.-  Y tú estés en ella, madre; y conosce al señor Barrada por hijo y por servidor, como a mí me tienes.

CELESTINA.-  Por cierto, presencia tiene él para que yo gane en tal conoscimiento. Y subid, hijos, que acá te quiero hablar, señor Barrada.

BARRADA.-  Dondequiera, señora, soy yo tuyo, y como a hijo y criado desta casa me puedes mandar.

GRAJALES.-  ¡Por los misterios de la missa, que me sueño gran señor, pues tal cozinero tengo!

AREÚSA.-  ¿Mas tú bien pensavas comer de lo que yo asso?

GRAJALES.-  Y aun por fruta de sobremesa gozar de la cozinera.

AREÚSA.-  Agora para padrino eres llamado, que no para novio.

GRAJALES.-  Ora, que todo es bueno, y pan para casa; que mi madre dispensará también con los padrinos como con los ahijados. Mas dexando una razón por otra, ¿dónde está la señora Elicia?

CELESTINA.-  Hijo, haziendo está una cama arriba.

GRAJALES.-  Quien la haze la deshaze; y mira, madre, quán colorado se ha parado Barrada con lo que dixe.

CELESTINA.-  Haze bien, que no es desvergonçado como tú, que estás diziendo malicias.

GRAJALES.-  Madre, el moço vergonçoso, el diablo le traxo a palacio.

CELESTINA.-  Tú lo desembolverás presto, a osadas, hijo.

GRAJALES.-  Déxate aora de burlas, madre, y entendamos en las veras, para que, como dizen, pueda ser después de la comida, sobre el buen comer, el ajo.

CELESTINA.-  ¡Ay, putillo, deslavadillo!, parésceme que más querrías estar ya al sabor que al olor, de la fruta de sobre mesa, digo.

GRAJALES.-  A buen entendedor, madre, pocas palabras; que, por Dios, ya no me tomaría la fruta en ayunas, que, para Nuestra Dueña, dos pares de San Martín tengo ya en el buche.

CELESTINA.-  ¡Ay putillo, y quién te tomasse el buche como a garça! Mas déxate ora desso, que con el señor Barrada, que no es loco como tú, lo quiero haver y hablar con él en seso. Y hijo Barrada, mi sobrina Areúsa me ha dado nuevas de tus condiciones, porque en lo demás de tu casta días ha que la conoscí como a mí a tu madre Garapía, y aun alcancé algún conocimiento con Carbena, tu agüela; assí que, hijo, yo te digo que no hay obligación para menos que para tenerte por tal. He sabido que tienes afición a tener amistad con Elicia, y por cierta, lo que dixe a su prima sobre Grajales lo tengo dicho a ella, y lo digo agora a ti; que yo más quisiera que se passara, hijo, con su necessidad, para suplir la de la honrra, y trabajara, mas es tanto, hijo, nuestra necessidad, que donde fuerça hay, drecho se pierde; y ya que se ha de hazer, huelgo que sea, por cierto, más contigo que con el rey, porque me paresces cuerdo y persona de secreto, que éste, hijo, es el que haze a las mugeres querer por él más a unos hombres que a otros; porque, hijo mío, ninguna sería mala si no fuesse publicada, que el hecho, pues ninguno lo vee, del dicho nos guarde Dios. Assí que aquí todo cabe bien, pues se encierran en ti ambos mandamientos en que consiste la ley y los prophetas, el primero amor, de suplir la necessidad, digo, que esto es sobre todas las cosas lo que se ha de amar, y al próximo (que eres tú), el segundo, amalle como a sí misma, por hombres de secreto, como persona con quien se mete honrra y provecho en un saco. Verdad es, hijo, que yo no te lo quisiera dezir, mas ya que he començado, como a mi alma y como a mi vida y como a mis entrañas, todavía, hijo, te lo habré de dezir. Y es que Elicia está muy escandalizada de que el otro día le dixo aquí una señora, amiga suya, que por promesas le havía burlado un señor, y la havía dexado sin nada, y ella juró que ya que se determinasse de hazer por alguno de no lo hazer sin ver primero por qué; y porque ella está desnuda, mal pecado, que a la verdad, hijos, para con vosotros, ésta es la negra cama que está haziendo, vergüença, digo, de parescer assí, y como es tan niña, querría, pues se determina de conoscer otro que no sea su esposo, pues ya él es muerto, que pudiesse suplir lo que la falta para osar parescer.

GRAJALES.-  Ya le quiere untar la cabeça, después de havelle quebrado el casco.

CELESTINA.-  ¿Qué dizes tú, hijo Grajales?

GRAJALES.-  Digo, madre, que para con mi hermano no hay necessidad de nada desso, que yo salgo por fiador.

CELESTINA.-  ¡Ándate aý a dezir donayres, hijo! ¡Como si no fuesse el señor Barrada persona para fiar dél también como de ti! Esso y más que esso se fiara dél; mas ¿tú no entiendes, enoramaças, que no es sino por el juramento que hizo Elicia?

GRAJALES.-  A, por el juramento no mirava.

CELESTINA.-  ¿Pues qué pensavas, bovo? Por lo demás, ¿qué necessidad havía de fianças donde está Barrada? Mas el ánima, hijo, es sobre todo, y esto haze que por un ladrón pierden los otros el mesón, como por aquél que hizo lo que no devía pierda Barrada lo que se fiara dél si no se huviera jurado.

BARRADA.-  Señora, que assí está bien, que al buen pagador no le duelen prendas; ves aquí quatro ducados para una saya, para pago y señal.

GRAJALES.-  Al diablo el asno, ya lo tiene dentro en la gorreonera.

CELESTINA.-  Hijo, por mi vida, que no los tomara sino por lo que tengo dicho, que harta vergüença se me haze; mas para señal los tomo, y por esto verás que por no quebrar el juramento lo hago, más que por no fiar de tal persona como tú; que tan poca cosa, si no por señal, no se havía de tomar, mas yo fío lo más y rescibo en señal lo menos que puedo recebir.

GRAJALES.-  Ya fia la puta vieja sobre buena prenda; y quál está el bovazo, que piensa que hurta bolsas.

CELESTINA.-  ¿Qué dizes el dezidor? Alguna gracia, a osadas, estás tú agora comidiendo.

GRAJALES.-  No digo, madre, sino que mandes abaxar a Elicia, y abraçarse han, y beveremos el alboroque.

CELESTINA.-  ¿No lo digo yo que algo es ello? No te mates, que hazerse ha la saya, que más días hay que longanizas, que no es razón que la vea Barrada desnuda la primera vez.

GRAJALES.-  Señora, mejor es assí; que la polla pelada se ha de comer, y tendrá menos mi hermano que desplumar, pues él está desplumado.

CELESTINA.-  ¿Qué es esso que a la postre digeste entre dientes? ¿No sabes que no para mí, que te las entiendo?

GRAJALES.-  Déxate deso, señora, y venga la señora Elicia.

CELESTINA.-  Que no está por salir.

AREÚSA.-  Madre, venga; que gesto tiene mi prima que no le han de mirar a la lista; y pues gesto pone mesa, venga a comer, que del braço y de la pierna yo fiadora que no se desagrade Barrada.

BARRADA.-  Sí, señora, suplícotelo que venga.

CELESTINA.-  Ora, por Barrada quiero hazer lo que no tenía determinado. ¡Baxa acá, Elicia!

ELICIA.-  ¡Ay, Jesús! madre, no me lo mandes, por Dios; que estoy desnuda, que me muero de vergüença desse señor.

CELESTINA.-  Baxa acá, hija, que assí te quiere él.

ELICIA.-  Por Dios, madre, que no me lo mandes.

GRAJALES.-  Anda tú, hermano, y sube por ella.

BARRADA.-  Por Dios, que yo lo quiero hazer y subo.

CELESTINA.-  ¿Para qué le hazes subir? ¿Ya le quieres hazer como tú, desvergonçado?

GRAJALES.-  En mi vida vi bestia tan empachada.

AREÚSA.-  Haze bien, ¿para qué han de ser los hombres deslabados, como tú? Acaba ya, ha vergüença de las canas que le están mirando; déxate de retoçar, que tiempo havrá, y oye lo que passan mi prima y Barrada, y azechemos.

CELESTINA.-  Mirá nos vean.

BARRADA.-  Dios te salve, señora hermosa.

ELICIA.-  Assí haga a ti, gentil hombre.

BARRADA.-  Señora, ¿por qué no abaxas?

ELICIA.-  ¡Ay, Jesús!

BARRADA.-  Señora mía, ¿qué es lo que dizes?

ELICIA.-  Digo, señor, que te abaxes, que yo yré luego.

BARRADA.-  Pues hasme de dar la fe de abaxar; y dame acá la mano.

ELICIA.-  Desvíate allá, señor, que no soy de las que piensas.

BARRADA.-  Pues abráçame y yo me abaxaré.

GRAJALES.-  ¡O, hideputa, y qué gran bestia!

AREÚSA.-  Mira, mira mi prima, quán becicompuesta está, como novia de aldea.

GRAJALES.-  No veo yo en son el asno para sello de aquí a mañana, mas bien es que tenemos ya quatro ducados y la comida de hoy para la vista del processo.

AREÚSA.-  Mirad, y qué mucho; ora oye.

BARRADA.-  Señora, ¿no me has de querer hablar?

ELICIA.-  Ora báxate, señor, que sí hablaré.

BARRADA.-  Ora pues, abráçame y yo me abaxo.

ELICIA.-  Ay, gentil hombre, desbíate, por Dios, allá, y abáxate, que yo me yré luego.

BARRADA.-  Pues señora, bésote las manos, y yo quiero hazer lo que me mandas.

ELICIA.-  Dios vaya contigo. ¡Ay, Jesús, qué hombre tan desgraciado! Por Dios, buena cosa, pues, me ha traýdo mi prima; y ya que le falta gracia, es bien desembuelto el asno.

AREÚSA.-  Anda acá, vámonos, que ya venen.

GRAJALES.-  ¿Pues cómo no la traes, hermano?

BARRADA.-  Está muy çahareña.

CELESTINA.-  Ella, hijo, se amansará y se hará de tu mano, que como no se ha visto en otra tal ha vergüença; mas yo la quiero llamar.

BARRADA.-  Sí, madre, por tu vida.

CELESTINA.-  Ora, sus, ¡Elicia! ora baxa acá; pues lo has de hazer, déxate de vergüenças.

ELICIA.-  Ay, Jesús, madre ¿para qué me mandas abaxar desnuda?

CELESTINA.-  Ora, sus, abraça al señor Barrada, que nunca Dios te depare peor marido.

BARRADA.-  Heme aquí, señora, ¿quiéresme abraçar?

GRAJALES.-  He, he, he.

AREÚSA.-  Calla, en mal ora, tú; no te rýas, no se corra Barrada.

GRAJALES.-  Ay, hermano, por los misterios de la missa, que pareces açor çahareño que se espanta de la polla y no osa entrar en ella.

BARRADA.-  No te hagas ora tú, pues, tan gracioso, que si fuere menester yo me sabré tan bien como tú atraynar.

AREÚSA.-  Anda, enoranegra, que está el triste afrontado.

CELESTINA.-  Quita pues, tú, Elicia, la manga de la boca, que no te huele el huelgo; y abraça esse ángel, que tal me paresce él en su condición.

ELICIA.-  Ora, sus, ¿ves?, aquí te abraço.

BARRADA.-  A, pese a tal, señora, ¿buélvesme la cabeça? Muy desenamorada eres.

AREÚSA.-  Hi, hi, hi; boçal es el galán, por mi vida, aunque no en el boço de las barvas.

GRAJALES.-  Estáste tú ryendo y después dizes a mí.

CELESTINA.-  Ea, sus, asentar, sus, asentar y comamos; siéntate tú, señor Barrada, aquí cabe mí, y Elicia se sentará cabe ti; y essotros, ellos se sabrán asentar si quisieren.

GRAJALES.-  ¿Assí, madre? Çelos he yo de esso. ¿Assí que de fuera vendrá quien de casa nos eche?, ¿hoy venido y eras garrido?

CELESTINA.-  Hago bien; sábete que lo quiero más que a ti, que es mi hijo. Y tú, Grajales, sirve de trinchante, que ya sabes que mi officio es servir de copa.

AREÚSA.-  Hi, hi, hi.

CELESTINA.-  ¿De qué te rýes tú, loca?

AREÚSA.-  Pardiós, rýome que parescen desposados de aldea el señor Barrada y mi prima, según están mesurados.

CELESTINA.-  Tal sea mi vida, y tal sea mi alma, y tal sea mi vejez como aquello me parece; quanto más que gato maullador, nunca buen murador, que yo te certifico que aunque Barrada calla, que piedras apaña, que bien sabéys, fijos, que hasta que hay tinieblas no se tañen los maçuelos; quanto más que yo le miro con ojos, que alçados los manteles y acabados los officios y muertas las candelas, que la falta de la desemboltura de Elicia, por tan nueva en el officio, que a osadas, para mi santiguada, que él lo supla. Y reýos vosotros quanto quisiéredes.

ELICIA.-  ¡Ay, por Dios, tía, no digas tales desonestidades! Por cierto, y aun esse pensamiento tengo yo agora. Ay, prima, ¿y para qué te rýs? Come, por tu vida, y déxate dessos escarnios.

AREÚSA.-  ¿Y cómo, prima, no quieres que me rýa? Pardiós, bueno sería si me huviesses de atapar la boca.

CELESTINA.-  Ora, pues, porque no me la atapéys vosotras, yo echaré el bastón con este cangilón, y haré de un tiro dos cuchilladas, que serán a tapar la boca, pues tanto daña el hablar; y daros he enxemplo para que hagáys como yo hago.

BARRADA.-  Pues, madre, ¿por qué no beves por la copa?

CELESTINA.-  ¡Ay, putillo, y ya vos os desembolvéys! Por mi vida, que pienso que presto tengamos más necessidad de ponerte freno que espuelas; mas, hijo, pues preguntas, razón es de responder. Bevo por aquí, mi amor, porque mudar, hijo, costumbre es a par de muerte; y como yo, mi amor, pocas vezes tengo copa, sino un jarrillo viejo y mal empegado, ya, con la costumbre, no me hallo a bever por otra parte, como quieren los sabios que la costumbre sea otra naturaleza, y porque, a la verdad, bévese menos beviendo por jarro. Pero dexando una razón por otra, por cierto, el vino es singular y, aunque ha días que no lo beví, yo juraré que es de Monviedro.

GRAJALES.-  ¿Que no lo sabías, madre?

CELESTINA.-  Por tu vida, hijo, no, sino que en beviendo qualquier vino luego diré dónde es.

GRAJALES.-  Para podenca de muestra, madre, fueras buena, pues tan bien rastras.

CELESTINA.-  Hijo, por tu vida, que no dieras tú peor del viento que yo, ni cayeras con la perdiz menos bien en la herida.

GRAJALES.-  Mas, por mi vida, ¿sabíaslo?

CELESTINA.-  No, por tu vida, hijo; antes, aquel tu moço, Buzarco, dixo que era de Luque, pero a mí no me echará nadie dado falso.

ELICIA.-  Por cierto, madre, no dixo sino de Monviedro.

CELESTINA.-  Por tu vida, hija, tal no oý mas no me dexarás tú a mí mentir.

BARRADA.-  Señora, di a la señora Elicia que coma, que me parece que no quiere comer.

CELESTINA.-  Para esso, hija, tienes tú mucha vergüença, mas no para sacar la mía a la plaça desmentiéndome; pues yo te prometo que estás en manos de quien te la hará presto dexar, que yo miro con ojos al señor Barrada que sabrá bien romper el potro y hazerte que no seas espantadiza.

GRAJALES.-  Y aun, a osadas, que no digo lo que dize el proverbio.

CELESTINA.-  ¿Qué dize?

GRAJALES.-  Que el potro, primero de otro.

CELESTINA.-  No, a osadas, hijo, que bien se le paresce a la mochacha, que tan boçal está, que despantadiza amuesga las orejas.

BARRADA.-  Dalle he de las espuelas, madre, y hazelle passar claro.

CELESTINA.-  He, he, he. Ay, putillo, ¿y esso me tenías guardado?, ¿tan buen ginete eres?

ELICIA.-  Habló el buey, y dixo mu. ¡Qué graciezitas éstas para mí!

CELESTINA.-  Atiéntale el freno, hijo, pues le haze abrir la boca.

BARRADA.-  Más quiero tentalle el diente.

ELICIA.-  Sí, que no soy bestia, que me has de mirar el diente.

GRAJALES.-  He, he, he; bien puedes pensar que no ha cerrado, pues aún no está domada.

CELESTINA.-  Por el siglo de mi madre, que lo puedes bien dezir; que tan niña la conosció su esposo, que en gloria sea, y como luego murió, que tan por domar quedó como antes.

GRAJALES.-  De suerte que si le echan la talega de la arena, que dará pernadas.

BARRADA.-  Aquí está quien le hará perder essos siniestros.

ELICIA.-  ¡Ay, bendígamelo Dios, el gracioso, no me lo aojen!

CELESTINA.-  Ora yo quiero ver, hijos, si tira pernadas este cangilón, para varealle y hazer que passe la carrera claro.

GRAJALES.-  Hideputa el diablo, qué rostro y qué braço lleva mi madre en la carrera, y al parar, por Nuestra Dueña, que pone el colodrillo en el suelo.

BARRADA.-  Pues no tiene, a mi parescer, muy buen freno.

CELESTINA.-  ¿Y vos también motejáys?

GRAJALES.-  Madre, no lo dize sino porque se te fue el cavallo un poco de boca, mas, a lo menos, no dirá que se torció, que assí goze yo, tan claro en mi vida vi a nadie passar la carrera.

CELESTINA.-  ¿Y vos también tomáys ya de Barrada a dezir donayres? Ora, pues, yo quiero ver cómo corréys vosotros.

GRAJALES.-  Madre, échame aquí en este esquilón, que yo officio de campanero aprendí, más que de ginete.

CELESTINA.-  A osadas, hijo, que según sabes bien empinar, que se te parece bien que aprendiste el officio, que tan buen maestro has salido. Ora, tú, hijo Barrada, ayúdale con esotro esquilón a doblar por el jarro.

GRAJALES.-  Madre, según lo dexaste muerto, bien pueden doblar por él.

CELESTINA.-  Por mi vida, hijo, que quando yo caý con él, que ya venía el señor turco herido de más de dos pares de lançadas.

GRAJALES.-  Bien puede ser, más después que entró en tus manos bien podemos dezir perdónelo Dios, pues no le quedó sangre en el cuerpo.

CELESTINA.-  Por mi vida, pues que no eres tú tan mal çurujano, que no llegaste tú por presto que yo le herý, y más presto, a tomar la sangre.

AREÚSA.-  ¡Ay, Jesús! ¿todo el palacio ha de ser de vino?

GRAJALES.-  Pues como la señora, mi madre, viene agora del otro mundo, es más devina que humana.

CELESTINA.-  Por mi vida, hijo, que lo eres tú, aunque no has ydo allá ni has visto las rebelaciones de Sant Pablo.

BARRADA.-  Ora, por mi vida, que hemos de ver la señora Elicia cómo passa la carrera.

GRAJALES.-  En esso, pues, yo te prometo que no dé corcovos, porque ya tiene usada la carrera y no se espantará en ella.

ELICIA.-  Dexástela tú tan llana y passeada que no hay para qué poder espantarse nadie en ella, y por no te hazer esse plazer no la passaré.

CELESTINA.-  Hija, nunca por quebrar los ojos a otro te los quiebres a ti; beve y no cures de motes.

BARRADA.-  Pardiós, de dalla una sofrenada en los dientes, pues no quiere entrar en la carrera.

ELICIA.-  Desvíate allá, ten empacho.

AREÚSA.-  Por mi vida, que te besó, burla burlando, prima.

ELICIA.-  Pardiós, no besó sino en el carrillo, que mal año para él, que no lo diesse lugar.

CELESTINA.-  Yo te prometo, hijo, que con tales sofrenadas, que nunca le quiebres los dientes.

GRAJALES.-  Los dientes no, mas vendrále a sacar las muelas.

AREÚSA.-  Ay, desvíate allá desgraciado, no digas essas desvergüenças.

GRAJALES.-  ¡A, pese a tal, señora!, ¿y quién te amosó esse latín?

AREÚSA.-  Háblaslo tú tan claro que no hay que haverlo aprendido para entenderte.

CELESTINA.-  Ora, sus; de tornar havré a echar el bastón.

GRAJALES.-  Madre, cata que el vino del cangilón que no tiene agua, no te haga mal.

CELESTINA.-  Hijo, antes dizen los médicos que es dañoso el vino muy aguado.

GRAJALES.-  Muy aguado sí, madre, mas no sin agua ninguna.

CELESTINA.-  ¡Ay bovo, bovo!, ¿y no sabes tú que cada cosa llegada a su principio tiene más perfición? Y assí, hijo, el vino por sí se ha de bever, y el agua por sí. ¿Quiéreslo ver?; pues ves aquí Areúsa que no beve vino, pídote por merced que le eches en el agua algún vino, y mira cómo lo bevería.

AREÚSA.-  ¡Ay, guárdeme Dios de tan mala cosa!

CELESTINA.-  Pues pídote por merced, hijo, que me digas qué ventaja tiene el agua al vino para gozar del previlegio que el vino no goza; que assí como el agua no consiente mezcla de poco vino, menos consiente el vino mezcla de poca agua, que de mucha escusado es. Mi fe, hijo, cada cosa es para su officio, el agua para lavar y el vino para bever; y quanto más que yo desde que nascí lo bevo assí por cierta enfermedad, que me lo mandaron bever los físicos; ya sabes, hijo, que como dize el proverbio, que mudar costumbre es a par de muerte. Mezcla, por tu vida, una poca de hyel con mucha miel y verás quál se para; porque cada cosa, hijo, quiere guardar el previlegio de su natural, como el fuego no se sufre con el agua, y assí de los otros elementos, y por esta razón no se sufre el agua con el vino, pues sabes que el vino es caliente y el agua fría; conciértame essas medidas por me hazer merced. Tú, hijo, poco sabes de filosofía natural, quanto más que aunque en la teóryca no la sabes, en la prática, por mi vida, que no la tienes olvidada; porque assí goze, que tan poca agua como yo te he visto echar en el vino.

GRAJALES.-  Por cierto, madre, grandes autoridades has dicho para fundar tu intención.

CELESTINA.-  Por tu vida, hijo, que es tuya también como mía.

AREÚSA.-  Ora déxese ya, por Dios, este vino, y hablemos en otra cosa, pues hemos ya comido.

CELESTINA.-  Pues assí queréys, hija Elicia, sube tú, mi amor, allí por unas pajas con que se limpien los dientes el señor Grajales y Barrada. Y tú, hijo Barrada, súbete allá antes que abaxe Elicia, y a buen entendedor, pocas palabras, porque si lo siente no habrá diablo que allá la haga tornar; y el moço vergonçoso, el diablo le traxo a palacio, ya me tienes entendida.

BARRADA.-  Déxame el cargo, madre, que yo voy.

CELESTINA.-  Andad acá vosotros, hijos, yrnos hemos a reposar.

GRAJALES.-  Mejor me ayude Dios que yo no vaya a açechar primero a mi compañero, para ver cómo se desembuelve.

AREÚSA.-  Pues yo no quedaré, que te quiero tener compañía.

CELESTINA.-  Pues mirad, mal ora, que no os sientan; que yo me voy a reposar, y vosotros quedáys a Dios.



ArribaAbajoArgumento de la XXXV Cena

 

En que ELICIA y BARRADA passan en el sobrado muchas razones, acechándolos GRAJALES y AREÚSA, y al ruydo acude CELESTINA; y estando con ellos, llegan CENTURIO y ALBACÍN y quieren entrar, y despídelos CELESTINA por buena maña. Y entrodúzense:

 
 

ELICIA, BARRADA, AREÚSA, GRAJALES, CELESTINA, CENTURIO, ALBACÍN.

 

ELICIA.-  ¡Jesús, señor!, ¿para qué subías acá? En mi vida vi hombre tan emportuno; pensava yo que estava por ti el capón.

BARRADA.-  Señora, suplícote que conozcas la voluntad que te tengo y el desseo de servirte, de lo qual ya tengo dado a la señora Celestina la señal.

ELICIA.-  ¿Qué señal y qué nada?, ¿qué cuydado tengo yo desso? Desvíate allá, que no soy de las que piensas. Buena estava, por Dios, ¿pensavas ya, gentil hombre, que no havía más que llegar y pegar?

BARRADA.-  Por Nuestra Dueña, que no sé por qué no has lástima de mí; que por vida tuya, señora, ques la cosa que más quiero, que te amo más que a mis entrañas.

ELICIA.-  Por vida tuya, señor, que te abaxes; y déxame.

BARRADA.-  ¿Por qué, señora, eres tan desamorada?

ELICIA.-  Y aun, pardiós, razón harta hay para ser amorosa, con el mucho conoscimiento y los muchos servicios que me has hecho. Anda, báxate allá, señor, y desvíate allá, pardiós.

BARRADA.-  Pues bésame, señora, primero.

ELICIA.-  He, he, he; bueno sería, pardiós. ¡Dios, que esso estava agora yo pensando!

AREÚSA.-  Ay, Grajales, ¿para qué trahýas acá este asno? En mi vida vi tan donoso hombre como éste; mejor hizieras en echalle un albarda y hazelle llevar harina al molino.

GRAJALES.-  Mas ¿para qué es ora Elicia hazerse tan santa?

AREÚSA.-  Más pensé, ora en buena fe, que le havía ella de rogar. Está tú quedo también; ¿quieres aora suplir las faltas de tu compañero? Harás mejor en llevalle de aquí, que, en mi ánima, no puedo sufrir hombre tan gran bestia. Ora, está quedo ya y escucha.

BARRADA.-  Señora, si pensara que tan mal me havías de querer, por Nuestra Dueña, acá no subiera.

ELICIA.-  Poco es el trabajo, gentil hombre, de te tornar a abaxar.

BARRADA.-  Pues señora, ¿quándo me harás mercedes de quererme remediar?

ELICIA.-  ¿Qué llamas remedio?

BARRADA.-  Quitarme de tanta passión como por ti contino passo.

ELICIA.-  ¿Y con qué te la tengo de quitar?

BARRADA.-  Señora, con remediarme. ¡O, señora, no te vayas, si no, por mi vida, de te tener!

ELICIA.-  Déxame, señor, no seas malcriado, ¿para qué quieres de nadie cosa contra su voluntad?

BARRADA.-  Señora, para esso ¿para qué me hazíades venir acá?

ELICIA.-  ¿Y quién te hizo venir? Por cierto, bueno, pues, es esso.

BARRADA.-  Por Nuestro Señor, de me yr a quexar a la señora Celestina.

ELICIA.-  Ya fuesses ydo.

BARRADA.-  ¿Qué dizes, señora, entre dientes?

ELICIA.-  Digo, señor, que pardiós, que te abaxes allá y que me dexes.

BARRADA.-  Ora yo me quiero abaxar, pues tan mal comigo lo hazes.

GRAJALES.-  ¡O, maldito sea hombre tan asno! Por Nuestra Dueña, que no estoy sino por yr, y mosalle cómo se ha de desembolver.

AREÚSA.-  ¡Ay, deslavado!, ¿una querías tener en papo y otro en saco? Por mi vida, que no mirasses tú mucho al deudo que yo y Elicia nos tenemos.

GRAJALES.-  Señora, si no fuesse por enojarte, para todos essos casos tengo yo dispensación.

AREÚSA.-  ¿Y qué dispensación tienes?

GRAJALES.-  ¿Qué dispensación? Mejor desemboltura que mi compañero; que por tu vida, que si tal pensara acá no lo traiera, que me corro de venir con hombre tan bestial.

AREÚSA.-  Pardiós, tal me paresce él. Mas escucha, escucha, por mi vida, que mi prima le quiere desembolver.

ELICIA.-  Ven acá, señor, antes que te baxes. Di, por tu vida, ¿quién te dixo a ti que te havía yo mandado venir acá?

BARRADA.-  ¡O, bendito sea Dios, señora!, que me dixiste que no me abaxasse.

ELICIA.-  Bueno es esso; no lo digo sino para saber quién pudo levantarme tal testimonio; que en mi ánima, que juraré que nunca te vi si hoy no.

BARRADA.-  Pues, por cierto, la señora Areúsa me hizo venir acá, diziendo que tú querías tener mi amistad y que me querías mucho.

ELICIA.-  ¿Hay tal donayre en el mundo? Por cierto, nunca yo tal le dixe. Quererte bien sí quiero, por cierto, mas de buena parte, como a señor y hermano.

BARRADA.-  Pues, señora, yo como a enamorado quiero que me quieras.

ELICIA.-  Ora, señor, que con el tiempo y los servicios que hizieres podrá ser que se haga lo que agora estorva el poco conoscimiento.

BARRADA.-  Por mi vida, señora, que te tengo de besar.

ELICIA.-  ¡Ay, Jesús, y qué hombre tan atrevido! ¿Paréscete bien? Por mi vida, si esto supiera que no te dixera que me dixeras lo que te pregunté; por cierto, buen atrevimiento ha sido ésse. Ora, sus, acaba ya y vete; y bástete, que, en mi ánima, no pensé en mi vida hazer otro tanto por ti; quítate allá.

BARRADA.-  ¿Empúxasme, señora? No sé por qué me tratas tan mal y das essas vozes.

CELESTINA.-  Elicia, ¿qué vozes son éssas? Pardiós, hija, que sería ora bien que juntases aquí toda la vezindad. ¡Por Dios, que me das la vida!

ELICIA.-  Mas, pardiós, bueno sería, madre, que callase; dile que se abaxe de aquí, si no, en mi ánima, de juntar toda la vezindad; piensa que no hay más sino entrar en lo vedado.

CELESTINA.-  Ce, llégate acá, señor Barrada.

BARRADA.-  ¿Qué me quieres, madre?

CELESTINA.-  No te maravilles, hijo, que como es mochacha y nunca se vio en otra tal, está çahareña y arisca, mas ella se amansará; que en un día no se ganó Troya. Elicia, por mi amor, que no me tornes a despertar y que te estés con esse señor, y déxate ora, hija, de bozes.

ELICIA.-  Pues esté él quedo y hable de apartado, y callaré yo.

BARRADA.-  Mejor será, señora, que me vaya, que yo veyo que es escusado.

AREÚSA.-  ¿Para qué son, prima, essos misterios? Bien puedes, si quieres, no hazer por él sin dar bozes, como si nunca hoviesses visto hombre, que assí te espantas.

ELICIA.-  Por tu vida, prima, que te bayas a dormir la siesta, y no des consejo a quien no te lo pide.

AREÚSA.-  Por mi vida, pues, que no te haría a ti mal, prima, tomallo para no hazer essas algaradas.

CELESTINA.-  Calla, enoranegra, que es niña y nunca se ha visto en otra tal. Y tú, señor, súfrete, súfrete, que más días hay que longanizas, que otro día amanecerá y hará buen tiempo; que yo salgo por fiadora que antes de ocho días ella te ruegue que no te vayas.

ELICIA.-  Con essa esperança se puede bien echar a dormir, y soñará que le espulga el gato.

CELESTINA.-  Ora, ora yo fiadora que tú te amanses, aunque estás muy çahareña, y vengas a comer en la mano. Mas mira, que a la puerta llaman, sabe quién es; mas yo voy, y calla tú. ¿Quién está aý?

CENTURIO.-  Señora, el señor Albacín y yo estamos aquí, que te queremos dezir dos palabras.

AREÚSA.-  ¡Ay, desventurada de mí! Plega a Dios que no acontesca alguna cosa, que aquel rufianazo con algún fiero deve él de venir porque ayer le embié a despedir, y pues él trae consigo al otro, deve de haver sabido cómo estáys acá vosotros.

GRAJALES.-  Si él viniere con essa demanda no le faltará la respuesta; y calla, veamos lo que quiere.

CELESTINA.-  Hijo, mi amor, ¿qué es lo que mandas? Dilo desde aý, que estoy acá embaraçada en cierta hazienda, que, en mi ánima, no puedo abaxar, y Elicia no está en casa para que abra; que, mal pecado, si viene a mano, deve de estar con su prima Areúsa, y yo estoy la esperando para comer.

CENTURIO.-  Señora, solíasme tú abrir, no sé por qué agora no quieres, bien parece que el lobo y vulpeya ambos son de una conseja; pues voto a la reverborada, que no me mamo los dedos.

CELESTINA.-  Hijo, ¿qué quieres dezir por esso?, que por el siglo de mi padre, que no te entiendo.

CENTURIO.-  Pues yo sí a ti; y pues tienes allá a las señoras y los galanes no te hagas aora de nuevas y ábrenos, si no quieres que seamos malcriados.

GRAJALES.-  Déxame, señora, salir allá a castigar aquel fanfarrón.

AREÚSA.-  Bueno sería esso, pardiós; por mi vida, de aquí no saldrás.

BARRADA.-  Déxanos, señora, que no son cosas para sufrir.

AREÚSA.-  Prima, ten a Barrada aý, por amor de Dios, no se haga tal cosa, que es destruyrnos a nosotras, que mi madre lo remediará todo.

CELESTINA.-  Hijo Centurio, algunos çelos deves tú de tener pues que esso dizes, y en mi ánima, que me parece como de perlas, que nunca hay celos sino donde hay amor. No tengas, no tengas essas sospechas, mi amor, que a osadas, assí nos quisiesse Dios como Areúsa te quiere a ti.

CENTURIO.-  Si esso fuera no me embiara a dezir que no entrase más en su casa. Pues voto al martilojo de pe a pa que el que entrare en ella, si no fuere yo, que ha de salir por las ventanas.

GRAJALES.-  Déxame, señora, salir, que no son cosas para sufrir éstas.

AREÚSA.-  Por mi vida, no saldrás; buena cosa, pardiós, para destruyrnos a nosotras. Sabe, noranegra, desimular, que por más está la prenda.

CELESTINA.-  Bien digo yo, hijo Centurio, que algo es ello, que el lobo haze entre semana por donde no va el domingo a missa. Tú yrýas algún cabo, por donde Areúsa te embiaría a dezir esso; mas a buen entendedor, pocas palabras, pues sabes, hijo, que la yra de los amadores es para más confirmación de amor. Tú puedes, mi amor, dormir a sueño suelto, que yo te quitaré dessa congoxa, que a la tarde yo yré a su casa y le reñiré essos çelitos y essas naditas. Y también, noranegra, quando entrares en alguna casa, mira cómo entras, y no digan por ti el refrán que dize que el hombre ande con tiento, y que la muger no la toque el viento; no pidas, hijo, lo que negaste, ni niegues lo que pediste, como dize Séneca. Y yos con Dios, que quisiera yo estar en desposición de poderos abrir, mas la casa está tan rebuelta que, por el siglo de mi padre, yo he empacho de tales personas.

CENTURIO.-  Señora, a quien cueze y amassa nunca le hurtas hogaça, que nosotros venimos desembaraçar la casa.

CELESTINA.-  ¿Y qué embraço, hijo, podéys vosotros desembaraçar? Mal pecado, pienso, hijos, que nunca barristes ni fregastes para quitarme essos embaraços.

CENTURIO.-  A lo menos, madre, yo te prometo que el cangilón que truxo Buzarco, que creo yo que no aguardastes los que allá estáys a que lo desembaraçássemos nosotros.

CELESTINA.-  He, he, he; ándate aý, hijo, a dezir donayres. ¿Y qué cangilón, y qué Buzarco o Buzarca, hijo, tú viste entrar en esta casa? Mas mala landre me dexe, que no me acordava que esta mañana vino aquí, sobarcado con dos o tres pieças de lienço, a saber si le quería Elicia hazer ciertas camisas, y devríades vosotros, en mal punto, de comedir alguna malicia. No hijo, no, no; no se acostumbran en mi casa cosas de que se pueda tomar sospecha, limpiamente bivimos, no se tratan aquí, hijo, essas tramas.

CENTURIO.-  Señora, mándanos abrir, que lo que con los ojos veo, con el dedo lo adevino.

CELESTINA.-  Pues, por mi vida, que por dexarte con essa ansia, que no entres tú acá agora; y andad con Dios, hijos, que quiero reposar.

ALBACÍN.-  Por vida del infante, que de aquí no hemos de yr sin entrar allá.

CELESTINA.-  Hijo, por vida del rey, que es más que el infante, que acá no entréys. ¿Y por quál carga de agua, mi amor, queréys vos tener essa juridición en mi casa?, ¿por los tributos que nos havéys dado?

ALBACÍN.-  Yo soy persona que por mi persona me han de honrrar adoquiera que fuere, y tener en lo que soy.

CELESTINA.-  Déxate dessos donayres, hijo, que aquí no te conoscemos ni sabemos quién eres, más de para honrrarte por paje del señor infante; y por esta causa, por cierto, te digo, si mi casa estuviera buena para ello, yo holgara de rescebirte en ella como a mis entrañas. Mas yo me quiero, hijos, declarar con vosotros, que por vuestra vida, que estoy aguardando a mi primo Barbanteso, que ha de venir agora a hablar aquí comigo sobre cierto casamiento de Elicia; a la noche, hijos, os podéys venir, assí ambos como estáys, solitos, y yo os hablaré quanto mandardes, y por mi amor, que os vays de aý, no venga Barbanteso y os halle, que es el más malicioso del mundo, y no sospeche alguna malicia; y perdonad, hijos, que no puedo más estar aquí.

CENTURIO.-  ¿Qué haremos, Albacín?

ALBACÍN.-  Que derroquemos las puertas.

CENTURIO.-  No me parece buen consejo, porque ellos están dos dentro, y con poca afrenta suya la podríamos recebir. Mas vámonos al burdel a buscar a Traso el Coxo y Tripa en Braço y Montón Doro, y daremos aquí a la noche un rebate con que espantemos los garçones y los oxeamos, de suerte que nos dexen la possada; que más vale, voto al martilojo, hazer estas cosas con seso, que no ponellas a riesgo.

ALBACÍN.-  Bien me parece. Vamos, que estos no saldrán de aquí hasta la noche.

CELESTINA.-  Allá yréys, rufianazos. ¿No veys con qué se venían aora? ¡Guayas de mi viejez, si me havían ellos a mí de echar el dado falso! Y ándate tú aý, Grajales, haziendo del esforçado, que querías mucho salir. ¡Ay bovo, bovo!, ¿no sabes que a palabras, palabras? Ora, sus, hijos, esto está muy bien hecho; yos, no se le antoje a aquel rufianazo de tornar, y no se borre todo. Y tú, Barrada, huelga y descansa, que yo salgo por fiadora que quando tornes, que Elicia no esté tan brava.

BARRADA.-  Assí te lo suplico yo, señora.

CELESTINA.-  Tú puedes, hijo, dormir a sueño suelto.

ELICIA.-  Con esse cuydado te puedes bien descuydar.

AREÚSA.-  Ora, ya pues, tú, prima, no seas ya tú tampoco tan desabrida y abráçele aý, y váyase con Dios, y hayamos la fiesta en paz.

GRAJALES.-  Por Nuestra Dueña, que si no fuera por hazeros plazer de aquí no saliera.

CELESTINA.-  Ora, hijo, que conoscido está tu esfuerço; y nunca te pongas con los tales a aventurar la honrra; y andad con Dios hasta otro día.

GRAJALES.-  Y con Dios quedés, señora y señoras.



ArribaAbajoArgumento de la XXXVI Cena

 

En que CENTURIO y ALBACÍN van hablando y topan a TRASO EL COXO y a TRIPA EN BRAÇO, y acuerdan de dar un repiquete de broquel en casa de CELESTINA; y van y sale CELESTINA para se quexar, y ellos se van; y queda ella y ELICIA hablando, y vienen BARRADA y GRAJALES. Y entrodúzense:

 
 

CENTURIO, GRAJALES, BARRADA, ALBACÍN, TRASO EL COXO, TRIPA EN BRAÇO, CELESTINA, ELICIA.

 

CENTURIO.-  Por la santa letanía, que estoy para renegar la leche que mamé, de ver que me tenga en tan poco Grajales que me tome esta muger, y que ella me ose embiar a dezir que no entre en su casa. Yo renegaré déstas, si no hago un hecho que sea sonado y castigo para ellos.

ALBACÍN.-  ¿Y yo no tengo razón, que me dexe a mí Elicia, siendo quien soy, por Barrada, despensero del maestrescuela? Pues voto a tal que no se me vaya alabando, que no me ha de quedar por corta, ni por mal echada, la satisfación.

CENTURIO.-  Tú, señor Albacín, no tienes tanta razón.

ALBACÍN.-  ¡O, pese a la vida que bivo!, ¿y esso has de dezir? ¿Y por qué no tengo tanta razón, dexándome por un majadero una muger que la adoro y me dexa de querer?

CENTURIO.-  Yo te lo diré; y la razón es porque tú a Elicia no le das nada, y no es camaleón que se ha de mantener del ayre, y basta que no te ha embiado a despedir como a mí la otra puerca de su prima, que voto al Santo Sepulchro de Sant Vicente de Ávila, que estoy para tomar el cielo con las manos.

ALBACÍN.-  ¡O, pese ora a tal, con hombre que tal dize! ¿Y tú qué das a Areúsa, más que yo a Elicia?

CENTURIO.-  ¿Qué? Que voto a tal, no me pague el peligro que por ella me puse con todo quanto tiene Grajales, ni la puta vieja de su tía Celestina.

ALBACÍN.-  ¿Dizes por lo que hiziste quando mataste a Calisto?

CENTURIO.-  ¿Pues parécete que fue caso ésse para olvidar, adonde entonces aventuré la vida y cada día la traygo en aventura? Que, para la santa letanía, cada mañana, quando despierto, me atiento los gargueros, pensando que estoy en la horca o que tengo la soga ya echada para ahorcarme.

ALBACÍN.-  Pues veamos, porque tú pusiste la vida por ella, ¿es ella obligada a poner la suya, dexándose morir por ti de hambre, si tú no se lo das tampoco, como yo dizes que no lo doy a Elicia?

CENTURIO.-  ¡O, pese al diablo con tal dicho! Esso es si le quitasse yo que no hiziesse lo que quisiesse; sí, que bien sé que no soy salido quando es entrado Grajales, y Vicente y otros veynte, que no sé tan poco del mundo, ni he aprendido tan poco en veinte y cinco años que sé qué es tener mugeres a ganar la vida, que no sepa que una muger que ha de tener un hombre por valiente hombre y por amor, y pelar de otros boçales para sostenerse a sí y a él. Desto no me quexo, que no sé tan poco de las tramas destas tales que no sepa enchilar las canillas, y aun tramar los liñuelos sin quebrar los hilos; y hazerme bovo, y passar en el alarde el gayón por primo, y haziendo que creo del cielo çebolla y que no hay otro sino yo. Que vejas son para mí todas roncerías, que bien sé aguardar los tiempos de la yça y quáles son, como sé los de la guadra y del rodancho; que no me acodicio tanto a tirar el tajo mortal para que la puta me adore, que no me sepa reparar del revés peligroso que me puede matar de hambre, porque tanto la quiero por la mesa como para la cama; que bien se me entiende que la bondad que no guarda ni ha de guardar por su honrra, que no la defenderá por mi plazer, quanto más que no es otro el mío, sino que gane de otros para honrrarme a mí, conforme a las leyes de la Santa Gualtería, las quales se guardan en las disfraçadas rameras como éstas, como en las públicas y luminarias de las boticas del burdel. Assí que, hermano Albacín, aún agora bisoño y boçal eres en este colegio, y poco esperimentado en esta guerra, y pues no la sabes, aprende de tal doctor como yo los misterios de la santa germanía, y de tal capitán general cómo se han de hazer los ardides de la guerra, tirando tiros mortales sin sacar sangre ni vertella, blasonando bien, digo, del arnés, ya me tienes entendido; porque voto a la santa letanía, que por el camino que llevas una espada más larga es menester que de aquí a Roma, y una vida más luenga que Matusalén, con un seguro firmado de Dios, por vida de Mahoma, si has de defender la possessión de la señora Elicia, en quanto ella tuviere derecho a la propiedad que tiene y nunca perderá, si con la vida no la pierde; porque se pierden los dientes y no las mientes. Aprende, aprende hermano, si quieres salir buen hijo en este officio, y si quieres lealtad, vazía la bolsa, y quedarás pelado del dinero y vestido de cuernos disfraçados; que por vida tuya y mía, que porque mantengas la dama, que no ahorres los cuernos, y pues han de ser forçados, más vale desimulallos tú a costa suya, que no que a la tuya los disimule ella y los encubra de ti; que por las reliquias de Mahoma, que delante los ojos te hagan mil trampantojos, metiendo dado y sacando dado, metiendo, digo, como prima el primo y el pariente, y saliendo por gayón o marido, sin desaminar contigo la dispensación, si es buena o mala.

ALBACÍN.-  Voto a tal, que no pensé que tanto sabías. Mas ves aquí a Traso el Coxo y a Tripa en Braço, que no los tengo yo por necios en este officio.

CENTURIO.-  Nunca Dios me depare peores dotores ni compañeros para un repiquete de broquel y bever el alboroque después, sabiéndolo hazer a salvo, como el que repica se pone del ruydo; que esto es lo principal que el buen maestro de nuestro officio ha de tener, que sea el ruydo más que las nuezes, buena parola y mal fato quiero dezir, y la espada no sacalla, porque con salir de la vayna no añuble y llueva sobre su dueño, como pudiera ser si quebráramos las puertas de Celestina, como tú querías; porque mejor es oxeallos a costa de su miedo que a la nuestra, con peligro de las vidas, y ponernos en hazañas donde se gana poco provecho y menos honrra, aventurando la vida por putas; porque si la vida se deve a la honrra, no es razón de pagar con ella en cosa que menos sea, como sería perdella por las tales; y pues se toman para plazer no se han de sostener para enojo, a lo menos que llegue a sangre, sino por camino de Santiago, donde anda tanto Traso el Coxo como el sano.

TRASO EL COXO.-  ¿Qué dizes de Traso?

CENTURIO.-  Digo yo, hermano, que camino de Santiago, que tanto andas tú como haze el señor Tripa en Braço.

TRASO EL COXO.-  ¿Con la parola, escusado el fato, quieres dezir?

CENTURIO.-  Esso digo yo, porque el señor Albacín y yo queríamos bien oxear un par de garçones de casa de Celestina, para que no me coman la fruta tan descubierto que no tengan en nada a los ortolanos.

TRASO EL COXO.-  Al cabo estó; pues, sus, vamos en anochessiendo, y anden los pomos de las espadas en las copas de los rodanchos como quien repica a fuego, para no se quemar en él, a defuera, digo, porque no caya algún madero que nos descalabre.

CENTURIO.-  Pues no, que dize el señor Albacín que mejor es derrocar la puerta y entrar a matar el fuego en casa de Celestina.

TRASO EL COXO.-  No es éste fuego de alquitrán, que se ha de matar con vinagre y tan azedo, sino fuego de amores que se ha de matar con vino a defuera y beviendo el alboroque.

CENTURIO.-  En mi coraçón estás, en un libro havemos leýdo.

TRIPA EN BRAÇO.-  ¿Pues qué diferencia hay en eso? Está essa lición tan sabida de coro que no se lee otra cosa en el arte del burdel.

CENTURIO.-  Que no, que mejor es entrar por lana y venir tresquilados.

TRIPA EN BRAÇO.-  Voto a la reborborada, que quando yo era boçal, que aquello era, con la mocedad, como el señor Albacín, lo que me parescía, hasta que la esperiencia de bien acochillado me hizo cirujano, para saber curar las llagas antes que se hagan.

TRASO EL COXO.-  Con un tajo que me dieron en esta pierna me atajaron essos passos y me los acortaron, biendo las veneras que se suelen traer de tales romerías; porque éste es un potaje que se ha de traer a una mano y a defuera del fuego, porque no se corte como manjar blanco.

TRIPA EN BRAÇO.-  Tal blanco es, voto a tal, quien lo quiere guisar de otra manera.

TRASO EL COXO.-  Ora, que aquí no hay qué estudiar, sino que ya me parece que es ora, que noche es ya; y en llegando, desenvaynar, y vosotros hazed que queréys quebrar las puertas para oxear los garçones, y Tripa en Braço y yo que lo queremos estorvar. Y buen ojo, y buen broquel, y a defuera y cantos, no tiren de la ventana alguna lágrima de Moysén; y si salieren los garçones a nosotros, dezir que no pensávamos que eran ellos, sino otros.

ALBACÍN.-  Pues esso parescería cobardía, si saliendo no hiziéssemos lo que somos obligados.

TRIPA EN BRAÇO.-  ¿Ante qué escrivano está essa obligación? Por Dios, buena paga sería éssa; a lo menos no sin costas. Muy moço eres, hermano, no deves aún de saber a qué sabe la trementina; nunca busques cinco pies al carnero, pues está averiguado que no tiene más de quatro, y si no te quieres cortar, déxalo desollar a quien sabes que te sacará sano el pellejo, que en manos está el pandero de quien lo sabrá tañer; y en quanto pudieres sacar las castañas del fuego con la mano del gato, no las saques con la tuya, si no te quieres quemar. Déxate de bozes y engáñate por nosotros, que sabemos ya dónde roe o pueda roer el çapato, y nunca las cosas de burlas las hagas veras pudiéndolas escusar. Y sus, vamos y dexémonos de bozes, que esto está mejor pensado que merecemos a Dios, que la çelada va también encubierta con rama que si no nos descubrimos nosotros nadie nos ha de sentir.

CENTURIO.-  Ora, que no hay más que pedir, vamos; por aquí vamos mejor. Ya llegamos; ora, sus, desembayna tú, Albacín, y tú, Centurio.

TRASO EL COXO.-  Ora, por amor de Dios, señores, no se haga tal cosa.

CENTURIO.-  Déxanos, déxanos derrocar la puerta, y veamos qué garçones son éstos que están dentro.

TRIPA EN BRAÇO.-  Que no, por amor de Dios, ora, teneos allá, no se haga tal desvarío.

ELICIA.-  ¡Ay, desventuradas, tía!, que aquél es Albacín y Centurio, que dizen que quieren quebrar la puerta.

CELESTINA.-  ¿Qué quebrar o qué nada? Sé, que rey tenemos, déxame parar a aquella ventana. ¿Qué cosas son éstas? Andad, andad con Dios, de mi puerta. ¿Qué deshonestidad es ésta?, ¿qué atrevimiento de hombres de bien?

ALBACÍN.-  Boto a tal que hemos de saber quién está allá.

CELESTINA.-  Voto yo a ésse que vos juráys que la justicia sepa lo que pasa. Oxte pues, cómo yo me pago yo de fieros de rufianes; sí, que Dios hay en el cielo y rey en la tierra.

CENTURIO.-  Dexaos de palabras, muger honrrada, si no queréys que quebremos la puerta, y echad los garzones fuera.

CELESTINA.-  ¿Qué garçones y qué nada, y qué fieros? Yo certifico que si bosotros pensárades que hay dentro hombres, que no hiziérades lo que hazéys; para con las ruecas tenéys manos. Andad, andad con Dios, hermanos, que en esta casa no se usan esas cosas ni essas deshonestidades, que honestamente bivimos, con nuestros husos y ruecas nos sostenemos, y no de tales velaquerías.

ALBACÍN.-  ¿Vos no queréys abrir?

CELESTINA.-  ¿Qué abrir? Aguarda, que sí abriré. Elicia dame acá aquel manto, que, por vida del rey, a aquella justicia me vaya bramando como una leona; veamos dónde se sufren tales rufianerías como éstas.

ALBACÍN.-  Dexaos ora, vieja honrrada, dessas pláticas, y echa fuera los galanes si no queréys que salgan por la ventana.

CELESTINA.-  Dacá, dacá mi manto, veamos qué fieros y qué burlería es ésta desta noche.

ELICIA.-  Madre, no vayas assí sola; aguarda, que yo yré contigo.

CELESTINA.-  ¿Qué cosas son éstas? Seme testigos, y mira tú en essa casa, Elicia.

TRASO EL COXO.-  Voto a la casa de Meca, que no deve de haver en casa nadie; tenla, tenla tú, Tripa en Braço, que yo no la puedo alcançar con esta mi pierna coxa.

TRIPA EN BRAÇO.-  Torna, torna señora, no hayas enojo, que nosotros haremos que se vayan luego; no haya más, por Dios.

CELESTINA.-  ¿Qué torna, torna?, que no quiero sino que se castigue tan gran afrenta, y que sepa Dios y todo el mundo mi limpieza y cómo bivimos.

ELICIA.-  ¿Parécente buenos hechos éstos, señor Albacín?

ALBACÍN.-  Mas ¿parécete bien a ti, señora Elicia?

ELICIA.-  Déxate deso, señor, que ni a Dios ni al mundo parescen bien tales cosas.

TRASO EL COXO.-  Señora, por amor de mí, que por esta noche no salgas de tu casa, que agora estás compassión.

CELESTINA.-  ¿Y cómo compassión?, ¿no te parece que tengo razón?

TRIPA EN BRAÇO.-  Sí, por cierto, y grande; mas por amor de mí, que a lo menos por esta noche, que tú te entres en tu casa y no haya más.

CELESTINA.-  Por amor de ti, assí lo haré, mas con condición que mañana no me lo estorbes y que entrés en mi casa, tú y el señor Traso, para ver qué galanes son éstos que tenemos dentro.

TRIPA EN BRAÇO.-  Yo, señora, te lo tengo en merced, y no es menester, que assí se cree de tal persona como tú.

CELESTINA.-  ¡Dios, que a esso me embiaran acá del otro mundo!; ¿paréceos a vos? ¡Y qué dichos de señores!

CENTURIO.-  Déxate, madre, dessas yproquesías, que no son para mí; no quieras por hazerte a ti sabia, hazerme a mí necio.

CELESTINA.-  Más déxate tú dessas rufianerías, que te las entiendo yo a ti mejor.

TRASO EL COXO.-  Éntrate en casa, señora, no estés aquí dando cuenta a los que passan.

CELESTINA.-  Desso huelgo yo, de dalla a Dios y a todo el mundo. ¿Qué es esto? Claramente, hijo Centurio, bivo, y limpia, que ni hay aquí yproquesías ni santidades fingidas, que sólo Dios es el santo, que yo por pecadora a Él me tengo, y a solo Dios tengo de dar essas cuentas, que no las has tú, hijo, de venir a pedir a mi casa. ¿Y por quál carga de agua?, ¿por las muchas mercedes que de ti hemos recebido? Anda, anda, mi amor, con Dios, y no pidas cuenta donde no hay recibo, pues sabes que no puede haver alcançe.

CENTURIO.-  Pues por el santo martilojo, que sin alcançe alcanço yo a entender quántas son cinco.

CELESTINA.-  Pues si lo sabes, sábe en tu casa, hijo, que en la mía yo sé lo que me cumple, pues ya sabes que más sabe el necio en su casa que el sabio en la ajena.

CENTURIO.-  Señora, dexémonos de andar a motes, y pídote por merced que me perdones, y si está acá Areúsa, que me la dexes dezir dos razones.

CELESTINA.-  Después de me quebrar la cabeça, me unta el casco. Perdónete Dios, hijo, que más passó Él por mí; y Areúsa, mi amor, búscala en su casa, que no suele ella venir a la mía a tales oras.

CENTURIO.-  ¿Pues cómo?, ¿haze ella cosa sin tu consejo?

CELESTINA.-  Harto, hijo, tengo que entender en mis duelos, sin curar de los agenos, que a cada parte hay tres leguas de mal camino.

CENTURIO.-  ¿Pues cómo?, ¿ella no estava casi noche acá, en tu casa?

CELESTINA.-  Pues que estuviesse, ¿no puede ser yda? ¿Soy yo obligada a ser su fiadora y traella de traílla? Vete, hijo, con Dios, que no pensava yo rescebir tal pago de ti, de las buenas obras que en esta casa has recebido; mas bien dizen que maldito sea el hombre que confía en el hombre que a osadas, que un gran beneficio no se paga sino con gran desagradescimiento, como de ti lo tengo recebido.

CENTURIO.-  Tú, madre, tienes la culpa.

CELESTINA.-  Si tengo la culpa, hijo, ya tengo recebida la pena, que quien en ruin lugar haze leña, ya me tienes entendida.

CENTURIO.-  Madre, sé bien criada, no me hagas ser descortés.

CELESTINA.-  Ya no puedes, hijo, a lo menos, dexar de sello comigo, como lo has sido. Hame deshonrrado, y dize que sea bien criada. Sabe, hijo, que quales palabras me dizes, tal coraçón te tengo.

ELICIA.-  Çe, señor Albacín, yos con Dios, que quando yo tenga lugar te diré maravillas.

CELESTINA.-  Elicia, súbete arriba y déxate de secretos, hija.

ELICIA.-  ¡Ay, tía!, ¿qué secretos me vees tú a mí hablar ni dezir?

CELESTINA.-  Lo que con los ojos veo, ya, hija, creo que me entiendes. Lo que yo mando es que te subas arriba, que yo quiero cerrar mi puerta.

TRASO EL COXO.-  Ora, que ello está bien; y perdónanos, señora, y queda a Dios.

CELESTINA.-  A Dios vayas, hijo, y vosotros también.

CENTURIO.-  Voto a tal, muy bien se ha hecho, que la cosa queda de manera que pienso que saltaran los garçones por los tejados de miedo.

TRASO EL COXO.-  Ello está mejor que pensávamos; vamos a bever el alboroque.

CENTURIO.-  Vamos, pues tan bueno nos ha salido el ardid.

CELESTINA.-  Ora, ¿has mirado con qué se venían los rufianazos a dar repiquetes de broquel a mi puerta? ¡Guayas de mí!, ¡como si no conosciesse yo rufianes! Y tú Elicia, póneste al oydito desotro majadero delante de mí; pues delante ni detrás, no lo vea yo en esta casa. Y quando Barrada viniere, no sea lo que hasta aquí.

ELICIA.-  Ora ya, por cierto, tía, que eres muy sospechosa, que en mi ánima, no le dezía sino reñille su descortesía.

CELESTINA.-  Por mi vida, hija, que a quien cueze y amassa, ya me entiendes, y creo que me tienes ya entendida; que este paje no quiero que me entre aquí, pues honrra ni otro provecho dél se saca, sino la afrenta de esta noche y otras tales.

ELICIA.-  Por cierto, tía, pues no es poco provecho tener una persona de casta como Albacín para que defienda mi honrra; que unos se han de tener para honrrarse la persona dellos, y otros para provecho, que tal como Albacín es para cumplir la honrra, y como Barrada para la necessidad.

CELESTINA.-  Más quiero, hija, asno que me lleve, que cavallo que me derrueque, quanto más, que Barrada yo lo miro con tales ojos que servirá de ambas sillas, assí de la honrra como de la del provecho.

ELICIA.-  Y aun disposición tiene él para honrra.

CELESTINA.-  Déxate, mi amor, de las disposiciones, que no hemos de comer dellas, que más has de tomar el hombre para provecho que para pasatiempo, más por interesse que por hermosura, más por su bolsa que por su disposición. Que, mal pecado, hija, pues por necessidad lo tomas, más has de servir de jornalera que no de dama; más del amor del interesse que de sólo passatiempo, las quales passatiempos muy mal, hija, se passan con hambre, pues no hay peor ahíto que della.

ELICIA.-  ¿Pues no vale más, tía, tener mediadamente con honrra, que sin honrra gozar de mayor interesse?

CELESTINA.-  ¿Qué quieres dezir por esso?

ELICIA.-  Quiero dezir que mejor es tener al paje del infante para mi honrra, con el mediano interesse de Crito, que no todo el interesse de Barrada con la falta de su linaje.

CELESTINA.-  ¡Qué negro linaje, y qué negra nada de honrra! Como si no supiesses, hija, que todos somos hijos de Adán y de Eva. Y por aquí verás, mi amor, que sola la riqueza haze el linaje; porque créeme, hija, que como ya todo lo que se compra y se vende anda puesto a peso y medida, assí anda la honrra y el linaje a peso y medida, de ser más y valer más no el que más vale de persona, mas el que más vale su hazienda, no el que más tiene de virtud y linaje, mas el que más tiene de falta de todo esto con sobra de lo contrario para saber adquerir más dinero. Mira, mira hija, los estados cómo se estiman, y estimarás aquello porque se estima los estados, de donde nasce la honrra. ¿Por qué, si piensas, es más el rey que el duque, y el duque que el marqués, y el marqués que el cavallero, y el cavallero que el escudero, y el escudero que el official, y el official que el labrador? No por otra cosa, sino por el peso y medida del más o menos dinero. ¿Quiéroslo ver más claro? Pues mira quel ditado no da autoridad al dinero y estado, mas el dinero y estado al ditado; porque si assí no fuesse, siempre los ditados mayores serían más tenidos y honrrados, con menos de dinero, que los menores con más de riqueza, lo qual es al contrario, porque a un conde se haze con más de hazienda la honrra, que a un duque no se haze con menos de tal interés; y si lo quieres ver más claro, mira la differencia de la honrra que se haze a un obispo de anillo, a la de otro obispo de mayor renta con ygual dinidad y ditado. Assí que, hija, mi fe, ya no se estima hombre sin dinero, sino dinero sin hombre; assí que, mi amor, no hay tacha quel dinero no encubra, ni virtud que supla la falta de dinero; ni veo que al pobre la falta de las lisonjas que oye le pongan estado, ni al rico la sobra de las lisonjas, con la falta de la verdad que le dizen, le quite el estado; ni veo que el simple, rico, dexe de ser oýdo, ni que al sabio y pobre alguno le quiera oýr; ni veo dexar de acompañar al rico y avaro, ni veo acompañado al pobre liberal y virtuoso. ¿Sabes por qué? Porque no miran a ninguno lo que da, sino lo que puede dar. Assí que el acatamiento al mayor interesse haze no tener acatamiento, ni respeto, al menor interesse con sobra de virtud; y de aquí vino a dezir más vale páxaro en mano que buytre volando. Assí que, hija, lo que se usa no se escusa; y concluyo con un cantar ytaliano que dize: «Compaño, mi compaño / volle que te dica / quien no tiene dinare / tene mala vita».

ELICIA.-  Por cierto, tía, pues yo he oýdo dezir que dizen los sabios que más vale saber que haver, y virtud que riqueza.

CELESTINA.-  Esso, hija, sería en otro tiempo, mas no en éste, que ya sabes que dize el proverbio que cada cosa en su tiempo. ¿No has visto usar un vestido y de aquí a tres días otro, teniendo ya por grossero el primero? ¿Pues qué piensas que lo muda y lo haze? No otra cosa, sino el tiempo que muda todas las cosas; la mocedad en vejez, la hermosura en fealdad, la vida en muerte, y aun fasta las plantas y campos anda vestiéndolos de hermosura y libreas de colores de hojas y flores en el verano, y desnudándolas en invierno de tal hermosura. Todo, hija, lo haze y deshaze el tiempo, y por esto dixeron los sabios que era la verdad hija del tiempo; y pues la verdad es hija del tiempo, créeme, mi amor, que el padre no hay cosa que más quiera que a los hijos, y por aquí verás que el tiempo quiere lo que se usa en él, engendrado por él, ques el dinero. Y pues sabiduría es bivir conforme al tiempo, procura hazer, hija, lo que se usa hazer en él, pues lo que se usa no se escusa, como dixe, que es el dinero, que con éste te casarás mejor sin castidad que con más castidad que Lucrecia si eres pobre, que no hay, hija, cosa que más aborresca que la pobreza. Y con esto acabo, porque paresce que llaman a la puerta; mira quién es.

ELICIA.-  ¿Quién está aý?

GRAJALES.-  Señora, di a la madre que el señor Barrada y yo estamos aquí.

ELICIA.-  Tía, Grajales y Barrada son.

CELESTINA.-  Espera, que de aquí los quiero hablar. Hijos míos, ¿qué mandáys?

GRAJALES.-  ¿Qué ruydo ha sido el que acá dizen que ha acaescido? Que, por Nuestra Dueña, como supimos que era a tu puerta, por la posta hemos venido a ver si havías menester algo.

CELESTINA.-  ¡Ay, hijos, yos de aý!, no tornen aquellos rufianazos, no sea peor la recaýda quel primer adolescer. Que aquí nos han querido, Centurio y el negro paje del infante, quebrar las puertas, porque ha mil años que anda perdido de amores por esta mochacha, y de que no le ha aprovechado, de zelos de vosotros, dezía que os hechássemos fuera, si no, que quebrarían las puertas, y assí lo hizieran si no por Traso el Coxo y Tripa en Braço que lo estorvavan.

GRAJALES.-  Assí pues, anda acá, hermano, que esto no se puede ya sufrir, vamos allá y castiguemos estos panfarrones.

BARRADA.-  Vamos.

CELESTINA.-  Hijos, por mi amor, tal cosa no se haga. ¡O, desventurada, que corriendo van! Plega a Dios no acontesca algo, que éstos son dos valientísimos hombres.

ELICIA.-  Allá se avengan si aconteciere algo. Dexemos, tía, los duelos agenos y entendamos en cenar.

CELESTINA.-  Pues mira qué vino quedó en el cangilón, para que si no tenemos vino embiemos por ello, si halláremos algún rapaz que nos lo traya.

ELICIA.-  ¡Ay, tía, por mi vida, que no hay mucho!, mas ven y siéntate.

CELESTINA.-  De mala gana lo hago en saver que hay poco vino, mas por ti lo quiero hazer; porque, por cierto, hija, ansí se me ansía el coraçón si no tengo vino, a lo menos a comer y a cenar, que no paresce sino que me toma gota coral, y como yo soy algo vieja, con dos traguitos me parece que me torna el alma al cuerpo, y que me refresca y me calienta la sangre. Porque cree, hija, que no hay epítima que assí esfuerce el coraçón, ni caldo esforçado que assí torne el alma al cuerpo como el vino, que assí como es gloria bever el bueno, se me ansía el coraçón con el malo; mas mal por mal, todavía es mejor que agua.

ELICIA.-  ¡O, madre, y cómo huelgo desso! Porque assí como te contenta a ti más un vino que otro, aunque es más a tu costa, assí me huelgo yo más, aunque sea a la mía, con el paje que con Barrada.

CELESTINA.-  Dígote que uno es el juego por hazer comparación, para poner un muchacho con buen vino anejo.

ELICIA.-  Madre, en el vino es mejor el anejo, y en los amores el nuevo.

CELESTINA.-  Déxate de bozes, y lo que yo dixere tenlo por fe, si no lo alcanças por razón; y cenemos, pues todos los duelos, ya me entiendes.


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