Argumento de la XXXIV Cena
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En que AREÚSA llama a la puerta de
CELESTINA y ábrela
ELICIA, y dize que viene a
comer con ella a costa de GRAJALES y BARRADA, despensero del maestrescuela,
el qual trae para ELICIA.
Y entra BUZARCO,
moço de GRAJALES,
con las aves y con el vino, y después viene GRAJALES y BARRADA. Y
introdúzense:
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AREÚSA,
CELESTINA, ELICIA, BUZARCO, GRAJALES, BARRADA.
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AREÚSA.- Ta ta ta.
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CELESTINA.- Mira, hija, quién llama
allí.
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ELICIA.- ¡Ay, prima mía y mis
entrañas, que bienvenida seas! Aguarda, yrte abrir.
Tía señora, mi prima Areúsa es.
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CELESTINA.- Ella y los buenos años
vengan.
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AREÚSA.- Tía señora, Dios
te salve, que acá me vengo a comer contigo y con mi
prima.
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CELESTINA.- Ello sea enhorabuena, hija; y a
osadas, que algo de bueno deves tú de traer, que nunca
tú vienes las manos vazías.
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AREÚSA.- Pardiós, madre, Grajales
me rogó que viniéssemos acá a comer, y que
él embiaría su ración.
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CELESTINA.- A osadas, hija, que no sea mala, que
yo lo tengo por tan complido y por tan hombre de bien que no
consentirá él escote de nuestra parte.
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AREÚSA.- Assí lo cree tú,
madre. Y venimos a gozar de la despedida de Centurio, que ya ayer
le embié a dezir que se fuesse a la malaventura, y
también, a la verdad, a honrrar las bodas de mi prima, que
le tengo concertado un amigo de Grajales, que a osadas, madre, que
no le vaya en çaga en henchile las manos.
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CELESTINA.- ¿Y cómo es su
gracia?
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AREÚSA.- Madre, Barrada, y muy valiente
hombre y un Alexandre; y él y Grajales vendrán juntos
a comer.
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CELESTINA.- Aguarda hija, por cierto, que pienso
que conozco yo esse hombre de bien, veamos ¿él no es
criado del maestrescuela?
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AREÚSA.- Sí, madre, y despensero
suyo, y que manda toda su casa.
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CELESTINA.- Aguárdate, hija, que en el
pico de la lengua tengo a su madre; ¡válame Dios, y
cómo tengo caduca la memoria!, aguarda, aguarda,
¿cómo se llamava, Celestina? Por tu vida, que es hijo
de Garapía, la hija de la Carbena, su padre no me acuerdo el
nombre, pienso que tenía officio de sacamuelas, y singular
official. Por cierto, hija, que huelgo dello como de la vida, por
dar a tu prima tal amigo y sacalla del poder del desventurado de
Crito y del baral del paje roxo, que no hay diablos que le echen
desta casa, como si hubiéssemos de comer de cabellos rubios
y nos lo diesse él, assí le pesa si vee entrar alguno
en esta casa al pelado.
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AREÚSA.- Vaya, prima, a la
maldición, que no eres tú para romper sin
alçar.
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ELICIA.- ¡Ay, prima! no quisiera yo que
viniera acá esse hombre de bien hasta que yo despidiera al
paje del infante.
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CELESTINA.- ¿Qué despedir y
qué nada? Si él fuesse hombre de bien, él se
ternía por despedido. ¿Por quál carga de agua,
hija, le has tú de dar essa obediencia?, ¿por el
comer o el vestir que te ha dado? Quando estés en tu casa,
mi amor, usa tú essos cumplimientos, que en la mía
déxamelos tú para mí, hija; que yo que
rogué a tu prima que buscasse tal persona como Barrada, te
sacasse, hija, de vergüença con darte hombre de barba,
y no pelado, como esotro hurgonero de Albacín, o servidor;
que a osadas, tan pelado de las barbas como de la moneda, que en mi
ánima y por el siglo de mi padre, un gesto más
deslavado tiene y sin vergüença que en mi vida vi. Y
pues no tiene barva, ya sabes, hija, que con mal está el
huso quando la barva no anda desuso; engáñate por
mí y busca agora que eres moça quien te dé y
no quien te huelle y envegezca, que no han de ser todos los amores
flores y gentileza, sino de lo uno con lo otro.
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AREÚSA.- Prima, mi tía dize quanto
hay en ello.
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CELESTINA.- Pregunta, hija, a tu prima
Areúsa, cómo le fue y le ha ydo con el consejo que le
di la noche que la hallé con el dolor de la madre, guardando
mucho lealdad al otro negro capitán, como si le huviera
hecho pleyto o omenaje de guardalle la fortaleza; assí
aguardava la bova a dexarse tomar por hambre, y hasta agora se
estuviera, si no tomara mi consejo, a diente, como haca gallega.
Sabe, sabe hija, como tu prima, salir de uno y entrar en otro, y
nunca, mi amor, dexes envejeçer la bestia en tu poder, pues
sabes que desque ha cerrado no podrás salir della; sino que
como tu prima, si fuere menester, del capitán a
Pármeno, y de Pármeno a Centurio, y de Centurio a
Grajales, con otros que bien me sé, yendo de bien en mejor,
como dizen: de aguja a dedal, de dedal a gallo, de gallo a cavallo.
Que todos los cantares y refranes, hija, tienen sentencias para
condenar por necios a los que, oyéndolos, no se avisan, como
tengo yo a tu prima por tan avisada, que yo te certifico, que si
fuere menester, que tan sin pena dexe a Grajales como salió
del otro gesto del diablo de Centurio.
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ELICIA.- ¡Diferencia hay, por cierto, del
gesto de Albacín y su gracia y dispusición a la de
Centurio, para hazer comparación!
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AREÚSA.- ¡Ay, prima!, ¿y el
capitán qué devía a Albacín? Por
cierto, que nunca le viste caer la bava, ni pienso que le limpiaste
los mocos; que por Dios, dél a un serafín no
havía diferencia, y no fue más menester que mandarme
mi tía que lo dexase para hazello; quanto más que si
tuerto y coxo me lo diesse, por de dos ojos lo tomaría, y
por sano de los pies.
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CELESTINA.- Assí lo es, hija, el que lo
fuere de la bolsa; que no haya, mi amor, gentilezas sin dineros. Y
mira, mira qué lágrimas le corren a tu prima por
dexar al negro paje, ¡como si Barrada se mamasse los
dedos!
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ELICIA.- ¿Pues no tengo de recebir pena
de dexar un ángel que me adora y me dexa de querer?
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CELESTINA.- ¿En qué se te parece,
hija, el adoración? ¿En los sacrificios que te ha
hecho de aves y cabritos, con el humo del encencio de la pringue
quando se assavan?, ¿o con las ofrendas de pan y vino que te
ha dado, según la orden de Melchisedex?
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ELICIA.- Más quiero contentamiento que
quanto me pueden dar, porque todas las riquezas se buscan para este
fin.
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CELESTINA.- Ora sus, sus, dexemos de lagrimitas,
y quando estés en tu casa harás tu voluntad, que en
la mía, la mía se ha de hazer.
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AREÚSA.- ¿Para qué es esso,
madre?, que no hay necessidad, que mi prima hará todo lo que
tú quisieres; porque en fin, noramaças, dévele
de querer bien, y él a ella.
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CELESTINA.- Obras son amores, hija, que no
buenas razones; harto tendríamos aquí que hazer en
entender de servir al paje roxo.
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ELICIA.- ¡Jesús, madre!,
¿quántos servicios le has tú hecho, o
quántas malas noches has passado por él? Y aun, por
mi vida, que quando reñimos con Palana, que si yo quisiera,
que le cruzara él la cara, que no le soy en tan poco
cargo.
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CELESTINA.- Desso comeremos, hija, como de los
fieros y mentiras de Centurio. Aprende, aprende hija, que poco
sabes, mal pecado, del mundo; nunca te ceves, mi amor, de fieros de
rufianes, que si lo huviessen de hazer, cree, hija, que no lo
dirían, quanto más que no haze al caso buena parola y
mal fato. Baste, que mi voluntad es, y ya lo has oýdo, que
no me entre aquel paje, y la misma es que tomes a Barrada, que yo
que te le doy por tu provecho, no te lo dexaré envejecer si
fuere para tu daño.
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ELICIA.- Hi, hi, hi; bueno es esso, madre.
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CELESTINA.- ¿Ríeste, bova, de que
te dixe que no te lo dexara envejecer? ¿Pues qué
pensavas, que te quería casar con él para siempre?
Mejor salud nos dé Dios que yo te lo dexe más de
quanto viéremos que no cría polilla en sus troxes, ni
haze tesoro donde lo come el orín y lo hurtan los ladrones,
como dize el evangelio; que aquí más lo queremos por
su bolsa que por su disposición, aunque, a la verdad, no la
tiene mala; y que la tuviera no hazía a nuestro caso, mas
bueno es lo uno y lo otro junto, pues es meter honrra y provecho en
un saco, que pocas vezes se haze. Assí que, hija, quien te
da éste y te quita esotro jesto de palmatoria, te
sabrá quitar éste y dar otro, y otros, si con
más provecho se ofrecieren, porque derreniega, hija, de
tratos sin ganancia.
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ELICIA.- Ora, madre, no se gasten más
palabras, que yo no tengo de salir, en fin, de tu voluntad y
consejo, pues sé que éssa es mi honrra, y que con
quanto más fuerça de la voluntad se gana es de mayor
loor.
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CELESTINA.- ¡Ánda a dezir
donayres!, más pensé que te havía yo, hija, de
aconsejar cosa que no fuesse tu honrra; cree, hija, que ya
sé quántas son cinco, y en qué está la
honrra y la deshonrra, la fortaleza y la temeridad, la liberalidad
y la prodigalidad, y si no lo sabes, sabe no salir de mi
consejo.
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ELICIA.- Assí lo haré, madre.
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AREÚSA.- Assí lo haz, prima, que a
osadas, que no yerres, sobre mi corona. Y limpia essos ojos, porque
si vienen Grajales y Barrada no conoscan en ti descontentamiento,
que esto está bien acordado; y parésceme que a la
puerta llaman.
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CELESTINA.- Mira, Elicia, quién es.
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ELICIA.- Madre, un moço en piernas es,
que viene cobijado con una capa y trae gran bulto, que, en mi
ánima, parece que viene preñado.
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CELESTINA.- Ábrele, hija, y
alúmbrelo Dios con bien si viene preñado, y sepamos
presto si tenemos hijo o hija.
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AREÚSA.- Abre, abre prima, que
moço es de Grajales, llamado Buzarco.
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BUZARCO.- Señoras, Grajales, mi
señor, y el señor Barrada embían estos capones
y estas perdizes con este cangilón de vino de Monviedro, y
que estando guisado son luego acá.
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CELESTINA.- Hijo, mi amor, dezid que ellos
vengan mucho enorabuena, que luego se pondrá a assar; y
andad con Dios, mi hijo.
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BUZARCO.- Con Dios quedéys,
señoras.
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AREÚSA.- Buzarco, mis ojos, di a tu
señor que mire cómo viene, porque he sido avisada que
Centurio y Traso el Coxo me han rondado esta noche toda la puerta,
y que se vengan presto.
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BUZARCO.- Señora, déxame el
cargo.
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CELESTINA.- ¿Parécete, hija
Elicia, que tendremos hoy mejor de comer que de la parola del paje
y de los cuentos viejos de Crito? Sus, sus, assad essas aves, y
déxate de bozes; y muestra, provaré esse vino,
¡por Dios, singular es! ¡Ay, bovas, bovas!, ¿y
qué queréys vosotros más que las despensas del
Arcediano y maestrescuela?
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ELICIA.- Ay, por Dios, tía, no se hable
más en esso, pues se haze todo como tú lo
quieres.
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CELESTINA.- Pues mira, que no te conosca
descontento Barrada; y quando viniere súbete tú
allá, que lo quiero hablar en tu absencia.
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ELICIA.- Assí lo haré tía,
como acabe de assar estas aves. Y tú, prima, lava essas
copas, no estés mano sobre mano.
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AREÚSA.- Ora, que sí haré;
aunque yo jubilada havía de ser, mas porque has de ser
tú hoy la novia lo quiero hazer.
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ELICIA.- Calla ya, enoranegra, prima, no digas
essas malicias, que ya viejo es Pedro para cabrero. Aunque por mi
vida, que agora me quiere dar casamiento el señor Felides, y
seré novia de verdad, con hazer entender al novio del cielo
çebolla.
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AREÚSA.- Aý está mi
tía, con quien podrás pasar esse puerto como
açor con gavilián, sin que se pague el portazgo.
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CELESTINA.- Por mi vida, hija, que si ella
quiere y quisiesse, que también puede passar consigo como
comigo, que también sabe acuñar la moneda como yo
para que corra por buena, sino que de muy dueña quiere
despreciarse del officio. Pues, para mi santiguada, que tiempo
venga que tú te arrepientas, que moça eres y vieja
serás, y lo que en la mocedad, hija, no se aprende, mal se
sabe en la viejez; mas andar, que el tiempo te doy por testigo, que
con él la necessidad te hará saber lo que la falta de
discreción agora te encubre. No sé qué diablos
es la presunción de las moças deste tiempo, que por
el siglo de mi padre, moça fuy, y no más fea que
otra, y nunca me desprecié de saber y aprender y trabajar
como una perra, porque, en fin, hijas, la honrra no viene, ni el
provecho, dormiendo y holgando.
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ELICIA.- ¿Qué negros trabajos para
ganar honrra dirá agora mi tía?
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CELESTINA.- ¿Qué negros, hija?
Perdónela Dios a mi comadre, su madre de Pármeno,
aunque él supo mal conocer el amistad que con ella tuve, que
ella te dixera los trabajos; que para el siglo que la tiene y nos
espera, que tan moça como tú y con tanta
presunción de hermosa, más noches escuras que boca de
cuervo fuemos a la horca del Teso, más vezes que canas tengo
en la cabeça. Pues conjuros de encruzijadas, ¡pocos me
hallé a su lado! Que en mi ánima, quien la viera
llena de candelillas sacudirle y menear las quexadas, aunque fuera
Héctor, le temblara la contera y se respeluzara el copete, y
estava yo con ella que ella se maravillava. Mas bien se me ha
parecido, a osadas hija, que por Dios, que pienso que no hay
maestra de mi officio, ni aun sacamuelas en el suyo, que
assí sepa sacar los dientes a un ahorcado, ni cabestrero que
tan bien sepa quántos hilos desparto tiene una soga, tantas
vezes las he quitado y deshecho; pues conjuros con que hazía
temblar a todos los espíritus, ¡pocos he hecho! Por
cierto, más, hija Areúsa, que tengo años.
¡Pues es verdad que tengo con los días caduca la
memoria! Por cierto, no hay çumo de yerba, ni virtud de
piedra para mi officio que se me haya olvidado; ni cómo se
han de hazer los vasos de la yedra y cogerse en ellos el agua de
mayo, ni las agujas ponerse en la cera para traspasar los
coraçones, ni hilo de arambre, ni telas de los potros
rezién nacidos, con otras mil tarabusterías que de
aquí a mañana no acabara de dezir. Mas quédese
esto, que a la puerta llaman; mira tú, hija Areúsa,
quién es.
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AREÚSA.- Sus, sus, señora,
Grajales y Barrada; quiérolos yr a abrir.
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CELESTINA.- Mas toma tú allí y
súbase Elicia arriva, que yo les abriré, porque
quiero dar una lición a Barrada, como la di a Grajales.
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ELICIA.- Pues toma, prima, que en mi
ánima, que me muero de vergüença de Barrada, que
me paresce ya hombre mayor, y pone mucho empacho ygualdad de
conversación a donde más edad para consejo se
havía de tomar que retoços de mancebos; porque tal
para tal y Pedro para Juan, que en mi alma, esto me hazía
querer al paje del infante.
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AREÚSA.- Dacá en mal punto, y
súbete arriba, que más moço es un viejo, si se
aliviana, que quantos mancebos hay en el mundo.
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ELICIA.- Esso es en el seso, mas no será
en el peso.
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AREÚSA.- Ahora déxate desso; y
anda, que tú te podrás aprovechar de ambos, y pelar
del uno para emplumar la cabeça al otro, y hazerle guirnalda
de penachos en pago de la que a estotro dexares de cuernos, sobre
siete soldos que le harás pagar.
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CELESTINA.- Bien venga el señor Grajales
y la compañía.
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GRAJALES.- Y tú estés en ella,
madre; y conosce al señor Barrada por hijo y por servidor,
como a mí me tienes.
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CELESTINA.- Por cierto, presencia tiene
él para que yo gane en tal conoscimiento. Y subid, hijos,
que acá te quiero hablar, señor Barrada.
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BARRADA.- Dondequiera, señora, soy yo
tuyo, y como a hijo y criado desta casa me puedes mandar.
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GRAJALES.- ¡Por los misterios de la missa,
que me sueño gran señor, pues tal cozinero tengo!
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AREÚSA.- ¿Mas tú bien
pensavas comer de lo que yo asso?
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GRAJALES.- Y aun por fruta de sobremesa gozar de
la cozinera.
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AREÚSA.- Agora para padrino eres llamado,
que no para novio.
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GRAJALES.- Ora, que todo es bueno, y pan para
casa; que mi madre dispensará también con los
padrinos como con los ahijados. Mas dexando una razón por
otra, ¿dónde está la señora Elicia?
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CELESTINA.- Hijo, haziendo está una cama
arriba.
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GRAJALES.- Quien la haze la deshaze; y mira,
madre, quán colorado se ha parado Barrada con lo que
dixe.
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CELESTINA.- Haze bien, que no es
desvergonçado como tú, que estás diziendo
malicias.
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GRAJALES.- Madre, el moço
vergonçoso, el diablo le traxo a palacio.
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CELESTINA.- Tú lo desembolverás
presto, a osadas, hijo.
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GRAJALES.- Déxate aora de burlas, madre,
y entendamos en las veras, para que, como dizen, pueda ser
después de la comida, sobre el buen comer, el ajo.
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CELESTINA.- ¡Ay, putillo, deslavadillo!,
parésceme que más querrías estar ya al sabor
que al olor, de la fruta de sobre mesa, digo.
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GRAJALES.- A buen entendedor, madre, pocas
palabras; que, por Dios, ya no me tomaría la fruta en
ayunas, que, para Nuestra Dueña, dos pares de San
Martín tengo ya en el buche.
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CELESTINA.- ¡Ay putillo, y quién te
tomasse el buche como a garça! Mas déxate ora desso,
que con el señor Barrada, que no es loco como tú, lo
quiero haver y hablar con él en seso. Y hijo Barrada, mi
sobrina Areúsa me ha dado nuevas de tus condiciones, porque
en lo demás de tu casta días ha que la conoscí
como a mí a tu madre Garapía, y aun alcancé
algún conocimiento con Carbena, tu agüela; assí
que, hijo, yo te digo que no hay obligación para menos que
para tenerte por tal. He sabido que tienes afición a tener
amistad con Elicia, y por cierta, lo que dixe a su prima sobre
Grajales lo tengo dicho a ella, y lo digo agora a ti; que yo
más quisiera que se passara, hijo, con su necessidad, para
suplir la de la honrra, y trabajara, mas es tanto, hijo, nuestra
necessidad, que donde fuerça hay, drecho se pierde; y ya que
se ha de hazer, huelgo que sea, por cierto, más contigo que
con el rey, porque me paresces cuerdo y persona de secreto, que
éste, hijo, es el que haze a las mugeres querer por
él más a unos hombres que a otros; porque, hijo
mío, ninguna sería mala si no fuesse publicada, que
el hecho, pues ninguno lo vee, del dicho nos guarde Dios.
Assí que aquí todo cabe bien, pues se encierran en ti
ambos mandamientos en que consiste la ley y los prophetas, el
primero amor, de suplir la necessidad, digo, que esto es sobre
todas las cosas lo que se ha de amar, y al próximo (que eres
tú), el segundo, amalle como a sí misma, por hombres
de secreto, como persona con quien se mete honrra y provecho en un
saco. Verdad es, hijo, que yo no te lo quisiera dezir, mas ya que
he començado, como a mi alma y como a mi vida y como a mis
entrañas, todavía, hijo, te lo habré de dezir.
Y es que Elicia está muy escandalizada de que el otro
día le dixo aquí una señora, amiga suya, que
por promesas le havía burlado un señor, y la
havía dexado sin nada, y ella juró que ya que se
determinasse de hazer por alguno de no lo hazer sin ver primero por
qué; y porque ella está desnuda, mal pecado, que a la
verdad, hijos, para con vosotros, ésta es la negra cama que
está haziendo, vergüença, digo, de parescer
assí, y como es tan niña, querría, pues se
determina de conoscer otro que no sea su esposo, pues ya él
es muerto, que pudiesse suplir lo que la falta para osar
parescer.
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GRAJALES.- Ya le quiere untar la cabeça,
después de havelle quebrado el casco.
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CELESTINA.- ¿Qué dizes tú,
hijo Grajales?
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GRAJALES.- Digo, madre, que para con mi hermano
no hay necessidad de nada desso, que yo salgo por fiador.
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CELESTINA.- ¡Ándate aý a
dezir donayres, hijo! ¡Como si no fuesse el señor
Barrada persona para fiar dél también como de ti!
Esso y más que esso se fiara dél; mas
¿tú no entiendes, enoramaças, que no es sino
por el juramento que hizo Elicia?
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GRAJALES.- A, por el juramento no mirava.
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CELESTINA.- ¿Pues qué pensavas,
bovo? Por lo demás, ¿qué necessidad
havía de fianças donde está Barrada? Mas el
ánima, hijo, es sobre todo, y esto haze que por un
ladrón pierden los otros el mesón, como por
aquél que hizo lo que no devía pierda Barrada lo que
se fiara dél si no se huviera jurado.
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BARRADA.- Señora, que assí
está bien, que al buen pagador no le duelen prendas; ves
aquí quatro ducados para una saya, para pago y
señal.
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GRAJALES.- Al diablo el asno, ya lo tiene dentro
en la gorreonera.
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CELESTINA.- Hijo, por mi vida, que no los tomara
sino por lo que tengo dicho, que harta vergüença se me
haze; mas para señal los tomo, y por esto verás que
por no quebrar el juramento lo hago, más que por no fiar de
tal persona como tú; que tan poca cosa, si no por
señal, no se havía de tomar, mas yo fío lo
más y rescibo en señal lo menos que puedo
recebir.
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GRAJALES.- Ya fia la puta vieja sobre buena
prenda; y quál está el bovazo, que piensa que hurta
bolsas.
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CELESTINA.- ¿Qué dizes el dezidor?
Alguna gracia, a osadas, estás tú agora
comidiendo.
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GRAJALES.- No digo, madre, sino que mandes
abaxar a Elicia, y abraçarse han, y beveremos el
alboroque.
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CELESTINA.- ¿No lo digo yo que algo es
ello? No te mates, que hazerse ha la saya, que más
días hay que longanizas, que no es razón que la vea
Barrada desnuda la primera vez.
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GRAJALES.- Señora, mejor es assí;
que la polla pelada se ha de comer, y tendrá menos mi
hermano que desplumar, pues él está desplumado.
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CELESTINA.- ¿Qué es esso que a la
postre digeste entre dientes? ¿No sabes que no para
mí, que te las entiendo?
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GRAJALES.- Déxate deso, señora, y
venga la señora Elicia.
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CELESTINA.- Que no está por salir.
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AREÚSA.- Madre, venga; que gesto tiene mi
prima que no le han de mirar a la lista; y pues gesto pone mesa,
venga a comer, que del braço y de la pierna yo fiadora que
no se desagrade Barrada.
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BARRADA.- Sí, señora,
suplícotelo que venga.
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CELESTINA.- Ora, por Barrada quiero hazer lo que
no tenía determinado. ¡Baxa acá, Elicia!
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ELICIA.- ¡Ay, Jesús! madre, no me
lo mandes, por Dios; que estoy desnuda, que me muero de
vergüença desse señor.
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CELESTINA.- Baxa acá, hija, que
assí te quiere él.
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ELICIA.- Por Dios, madre, que no me lo
mandes.
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GRAJALES.- Anda tú, hermano, y sube por
ella.
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BARRADA.- Por Dios, que yo lo quiero hazer y
subo.
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CELESTINA.- ¿Para qué le hazes
subir? ¿Ya le quieres hazer como tú,
desvergonçado?
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GRAJALES.- En mi vida vi bestia tan
empachada.
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AREÚSA.- Haze bien, ¿para
qué han de ser los hombres deslabados, como tú? Acaba
ya, ha vergüença de las canas que le están
mirando; déxate de retoçar, que tiempo havrá,
y oye lo que passan mi prima y Barrada, y azechemos.
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CELESTINA.- Mirá nos vean.
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BARRADA.- Dios te salve, señora
hermosa.
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ELICIA.- Assí haga a ti, gentil
hombre.
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BARRADA.- Señora, ¿por qué
no abaxas?
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ELICIA.- ¡Ay, Jesús!
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BARRADA.- Señora mía,
¿qué es lo que dizes?
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ELICIA.- Digo, señor, que te abaxes, que
yo yré luego.
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BARRADA.- Pues hasme de dar la fe de abaxar; y
dame acá la mano.
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ELICIA.- Desvíate allá,
señor, que no soy de las que piensas.
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BARRADA.- Pues abráçame y yo me
abaxaré.
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GRAJALES.- ¡O, hideputa, y qué gran
bestia!
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AREÚSA.- Mira, mira mi prima, quán
becicompuesta está, como novia de aldea.
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GRAJALES.- No veo yo en son el asno para sello
de aquí a mañana, mas bien es que tenemos ya quatro
ducados y la comida de hoy para la vista del processo.
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AREÚSA.- Mirad, y qué mucho; ora
oye.
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BARRADA.- Señora, ¿no me has de
querer hablar?
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ELICIA.- Ora báxate, señor, que
sí hablaré.
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BARRADA.- Ora pues, abráçame y yo
me abaxo.
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ELICIA.- Ay, gentil hombre, desbíate, por
Dios, allá, y abáxate, que yo me yré
luego.
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BARRADA.- Pues señora, bésote las
manos, y yo quiero hazer lo que me mandas.
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ELICIA.- Dios vaya contigo. ¡Ay,
Jesús, qué hombre tan desgraciado! Por Dios, buena
cosa, pues, me ha traýdo mi prima; y ya que le falta gracia,
es bien desembuelto el asno.
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AREÚSA.- Anda acá, vámonos,
que ya venen.
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GRAJALES.- ¿Pues cómo no la traes,
hermano?
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BARRADA.- Está muy
çahareña.
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CELESTINA.- Ella, hijo, se amansará y se
hará de tu mano, que como no se ha visto en otra tal ha
vergüença; mas yo la quiero llamar.
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BARRADA.- Sí, madre, por tu vida.
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CELESTINA.- Ora, sus, ¡Elicia! ora baxa
acá; pues lo has de hazer, déxate de
vergüenças.
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ELICIA.- Ay, Jesús, madre ¿para
qué me mandas abaxar desnuda?
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CELESTINA.- Ora, sus, abraça al
señor Barrada, que nunca Dios te depare peor marido.
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BARRADA.- Heme aquí, señora,
¿quiéresme abraçar?
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GRAJALES.- He, he, he.
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AREÚSA.- Calla, en mal ora, tú; no
te rýas, no se corra Barrada.
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GRAJALES.- Ay, hermano, por los misterios de la
missa, que pareces açor çahareño que se
espanta de la polla y no osa entrar en ella.
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BARRADA.- No te hagas ora tú, pues, tan
gracioso, que si fuere menester yo me sabré tan bien como
tú atraynar.
|
AREÚSA.- Anda, enoranegra, que
está el triste afrontado.
|
CELESTINA.- Quita pues, tú, Elicia, la
manga de la boca, que no te huele el huelgo; y abraça esse
ángel, que tal me paresce él en su
condición.
|
ELICIA.- Ora, sus, ¿ves?, aquí te
abraço.
|
BARRADA.- A, pese a tal, señora,
¿buélvesme la cabeça? Muy desenamorada
eres.
|
AREÚSA.- Hi, hi, hi; boçal es el
galán, por mi vida, aunque no en el boço de las
barvas.
|
GRAJALES.- Estáste tú ryendo y
después dizes a mí.
|
CELESTINA.- Ea, sus, asentar, sus, asentar y
comamos; siéntate tú, señor Barrada,
aquí cabe mí, y Elicia se sentará cabe ti; y
essotros, ellos se sabrán asentar si quisieren.
|
GRAJALES.- ¿Assí, madre?
Çelos he yo de esso. ¿Assí que de fuera
vendrá quien de casa nos eche?, ¿hoy venido y eras
garrido?
|
CELESTINA.- Hago bien; sábete que lo
quiero más que a ti, que es mi hijo. Y tú, Grajales,
sirve de trinchante, que ya sabes que mi officio es servir de
copa.
|
AREÚSA.- Hi, hi, hi.
|
CELESTINA.- ¿De qué te rýes
tú, loca?
|
AREÚSA.- Pardiós, rýome que
parescen desposados de aldea el señor Barrada y mi prima,
según están mesurados.
|
CELESTINA.- Tal sea mi vida, y tal sea mi alma,
y tal sea mi vejez como aquello me parece; quanto más que
gato maullador, nunca buen murador, que yo te certifico que aunque
Barrada calla, que piedras apaña, que bien sabéys,
fijos, que hasta que hay tinieblas no se tañen los
maçuelos; quanto más que yo le miro con ojos, que
alçados los manteles y acabados los officios y muertas las
candelas, que la falta de la desemboltura de Elicia, por tan nueva
en el officio, que a osadas, para mi santiguada, que él lo
supla. Y reýos vosotros quanto quisiéredes.
|
ELICIA.- ¡Ay, por Dios, tía, no
digas tales desonestidades! Por cierto, y aun esse pensamiento
tengo yo agora. Ay, prima, ¿y para qué te rýs?
Come, por tu vida, y déxate dessos escarnios.
|
AREÚSA.- ¿Y cómo, prima, no
quieres que me rýa? Pardiós, bueno sería si me
huviesses de atapar la boca.
|
CELESTINA.- Ora, pues, porque no me la
atapéys vosotras, yo echaré el bastón con este
cangilón, y haré de un tiro dos cuchilladas, que
serán a tapar la boca, pues tanto daña el hablar; y
daros he enxemplo para que hagáys como yo hago.
|
BARRADA.- Pues, madre, ¿por qué no
beves por la copa?
|
CELESTINA.- ¡Ay, putillo, y ya vos os
desembolvéys! Por mi vida, que pienso que presto tengamos
más necessidad de ponerte freno que espuelas; mas, hijo,
pues preguntas, razón es de responder. Bevo por aquí,
mi amor, porque mudar, hijo, costumbre es a par de muerte; y como
yo, mi amor, pocas vezes tengo copa, sino un jarrillo viejo y mal
empegado, ya, con la costumbre, no me hallo a bever por otra parte,
como quieren los sabios que la costumbre sea otra naturaleza, y
porque, a la verdad, bévese menos beviendo por jarro. Pero
dexando una razón por otra, por cierto, el vino es singular
y, aunque ha días que no lo beví, yo juraré
que es de Monviedro.
|
GRAJALES.- ¿Que no lo sabías,
madre?
|
CELESTINA.- Por tu vida, hijo, no, sino que en
beviendo qualquier vino luego diré dónde es.
|
GRAJALES.- Para podenca de muestra, madre,
fueras buena, pues tan bien rastras.
|
CELESTINA.- Hijo, por tu vida, que no dieras
tú peor del viento que yo, ni cayeras con la perdiz menos
bien en la herida.
|
GRAJALES.- Mas, por mi vida,
¿sabíaslo?
|
CELESTINA.- No, por tu vida, hijo; antes, aquel
tu moço, Buzarco, dixo que era de Luque, pero a mí no
me echará nadie dado falso.
|
ELICIA.- Por cierto, madre, no dixo sino de
Monviedro.
|
CELESTINA.- Por tu vida, hija, tal no oý
mas no me dexarás tú a mí mentir.
|
BARRADA.- Señora, di a la señora
Elicia que coma, que me parece que no quiere comer.
|
CELESTINA.- Para esso, hija, tienes tú
mucha vergüença, mas no para sacar la mía a la
plaça desmentiéndome; pues yo te prometo que
estás en manos de quien te la hará presto dexar, que
yo miro con ojos al señor Barrada que sabrá bien
romper el potro y hazerte que no seas espantadiza.
|
GRAJALES.- Y aun, a osadas, que no digo lo que
dize el proverbio.
|
CELESTINA.- ¿Qué dize?
|
GRAJALES.- Que el potro, primero de otro.
|
CELESTINA.- No, a osadas, hijo, que bien se le
paresce a la mochacha, que tan boçal está, que
despantadiza amuesga las orejas.
|
BARRADA.- Dalle he de las espuelas, madre, y
hazelle passar claro.
|
CELESTINA.- He, he, he. Ay, putillo, ¿y
esso me tenías guardado?, ¿tan buen ginete eres?
|
ELICIA.- Habló el buey, y dixo mu.
¡Qué graciezitas éstas para mí!
|
CELESTINA.- Atiéntale el freno, hijo,
pues le haze abrir la boca.
|
BARRADA.- Más quiero tentalle el
diente.
|
ELICIA.- Sí, que no soy bestia, que me
has de mirar el diente.
|
GRAJALES.- He, he, he; bien puedes pensar que no
ha cerrado, pues aún no está domada.
|
CELESTINA.- Por el siglo de mi madre, que lo
puedes bien dezir; que tan niña la conosció su
esposo, que en gloria sea, y como luego murió, que tan por
domar quedó como antes.
|
GRAJALES.- De suerte que si le echan la talega
de la arena, que dará pernadas.
|
BARRADA.- Aquí está quien le
hará perder essos siniestros.
|
ELICIA.- ¡Ay, bendígamelo Dios, el
gracioso, no me lo aojen!
|
CELESTINA.- Ora yo quiero ver, hijos, si tira
pernadas este cangilón, para varealle y hazer que passe la
carrera claro.
|
GRAJALES.- Hideputa el diablo, qué rostro
y qué braço lleva mi madre en la carrera, y al parar,
por Nuestra Dueña, que pone el colodrillo en el suelo.
|
BARRADA.- Pues no tiene, a mi parescer, muy buen
freno.
|
CELESTINA.- ¿Y vos también
motejáys?
|
GRAJALES.- Madre, no lo dize sino porque se te
fue el cavallo un poco de boca, mas, a lo menos, no dirá que
se torció, que assí goze yo, tan claro en mi vida vi
a nadie passar la carrera.
|
CELESTINA.- ¿Y vos también
tomáys ya de Barrada a dezir donayres? Ora, pues, yo quiero
ver cómo corréys vosotros.
|
GRAJALES.- Madre, échame aquí en
este esquilón, que yo officio de campanero aprendí,
más que de ginete.
|
CELESTINA.- A osadas, hijo, que según
sabes bien empinar, que se te parece bien que aprendiste el
officio, que tan buen maestro has salido. Ora, tú, hijo
Barrada, ayúdale con esotro esquilón a doblar por el
jarro.
|
GRAJALES.- Madre, según lo dexaste
muerto, bien pueden doblar por él.
|
CELESTINA.- Por mi vida, hijo, que quando yo
caý con él, que ya venía el señor turco
herido de más de dos pares de lançadas.
|
GRAJALES.- Bien puede ser, más
después que entró en tus manos bien podemos dezir
perdónelo Dios, pues no le quedó sangre en el
cuerpo.
|
CELESTINA.- Por mi vida, pues que no eres
tú tan mal çurujano, que no llegaste tú por
presto que yo le herý, y más presto, a tomar la
sangre.
|
AREÚSA.- ¡Ay, Jesús!
¿todo el palacio ha de ser de vino?
|
GRAJALES.- Pues como la señora, mi madre,
viene agora del otro mundo, es más devina que humana.
|
CELESTINA.- Por mi vida, hijo, que lo eres
tú, aunque no has ydo allá ni has visto las
rebelaciones de Sant Pablo.
|
BARRADA.- Ora, por mi vida, que hemos de ver la
señora Elicia cómo passa la carrera.
|
GRAJALES.- En esso, pues, yo te prometo que no
dé corcovos, porque ya tiene usada la carrera y no se
espantará en ella.
|
ELICIA.- Dexástela tú tan llana y
passeada que no hay para qué poder espantarse nadie en ella,
y por no te hazer esse plazer no la passaré.
|
CELESTINA.- Hija, nunca por quebrar los ojos a
otro te los quiebres a ti; beve y no cures de motes.
|
BARRADA.- Pardiós, de dalla una sofrenada
en los dientes, pues no quiere entrar en la carrera.
|
ELICIA.- Desvíate allá, ten
empacho.
|
AREÚSA.- Por mi vida, que te besó,
burla burlando, prima.
|
ELICIA.- Pardiós, no besó sino en
el carrillo, que mal año para él, que no lo diesse
lugar.
|
CELESTINA.- Yo te prometo, hijo, que con tales
sofrenadas, que nunca le quiebres los dientes.
|
GRAJALES.- Los dientes no, mas vendrále a
sacar las muelas.
|
AREÚSA.- Ay, desvíate allá
desgraciado, no digas essas desvergüenças.
|
GRAJALES.- ¡A, pese a tal, señora!,
¿y quién te amosó esse latín?
|
AREÚSA.- Háblaslo tú tan
claro que no hay que haverlo aprendido para entenderte.
|
CELESTINA.- Ora, sus; de tornar havré a
echar el bastón.
|
GRAJALES.- Madre, cata que el vino del
cangilón que no tiene agua, no te haga mal.
|
CELESTINA.- Hijo, antes dizen los médicos
que es dañoso el vino muy aguado.
|
GRAJALES.- Muy aguado sí, madre, mas no
sin agua ninguna.
|
CELESTINA.- ¡Ay bovo, bovo!, ¿y no
sabes tú que cada cosa llegada a su principio tiene
más perfición? Y assí, hijo, el vino por
sí se ha de bever, y el agua por sí.
¿Quiéreslo ver?; pues ves aquí Areúsa
que no beve vino, pídote por merced que le eches en el agua
algún vino, y mira cómo lo bevería.
|
AREÚSA.- ¡Ay, guárdeme Dios
de tan mala cosa!
|
CELESTINA.- Pues pídote por merced, hijo,
que me digas qué ventaja tiene el agua al vino para gozar
del previlegio que el vino no goza; que assí como el agua no
consiente mezcla de poco vino, menos consiente el vino mezcla de
poca agua, que de mucha escusado es. Mi fe, hijo, cada cosa es para
su officio, el agua para lavar y el vino para bever; y quanto
más que yo desde que nascí lo bevo assí por
cierta enfermedad, que me lo mandaron bever los físicos; ya
sabes, hijo, que como dize el proverbio, que mudar costumbre es a
par de muerte. Mezcla, por tu vida, una poca de hyel con mucha miel
y verás quál se para; porque cada cosa, hijo, quiere
guardar el previlegio de su natural, como el fuego no se sufre con
el agua, y assí de los otros elementos, y por esta
razón no se sufre el agua con el vino, pues sabes que el
vino es caliente y el agua fría; conciértame essas
medidas por me hazer merced. Tú, hijo, poco sabes de
filosofía natural, quanto más que aunque en la
teóryca no la sabes, en la prática, por mi vida, que
no la tienes olvidada; porque assí goze, que tan poca agua
como yo te he visto echar en el vino.
|
GRAJALES.- Por cierto, madre, grandes
autoridades has dicho para fundar tu intención.
|
CELESTINA.- Por tu vida, hijo, que es tuya
también como mía.
|
AREÚSA.- Ora déxese ya, por Dios,
este vino, y hablemos en otra cosa, pues hemos ya comido.
|
CELESTINA.- Pues assí queréys,
hija Elicia, sube tú, mi amor, allí por unas pajas
con que se limpien los dientes el señor Grajales y Barrada.
Y tú, hijo Barrada, súbete allá antes que
abaxe Elicia, y a buen entendedor, pocas palabras, porque si lo
siente no habrá diablo que allá la haga tornar; y el
moço vergonçoso, el diablo le traxo a palacio, ya me
tienes entendida.
|
BARRADA.- Déxame el cargo, madre, que yo
voy.
|
CELESTINA.- Andad acá vosotros, hijos,
yrnos hemos a reposar.
|
GRAJALES.- Mejor me ayude Dios que yo no vaya a
açechar primero a mi compañero, para ver cómo
se desembuelve.
|
AREÚSA.- Pues yo no quedaré, que
te quiero tener compañía.
|
CELESTINA.- Pues mirad, mal ora, que no os
sientan; que yo me voy a reposar, y vosotros quedáys a
Dios.
|
Argumento de la XXXV Cena
|
|
En que ELICIA y
BARRADA passan en el
sobrado muchas razones, acechándolos GRAJALES y AREÚSA, y al ruydo acude
CELESTINA; y estando con
ellos, llegan CENTURIO y
ALBACÍN y quieren
entrar, y despídelos CELESTINA por buena maña. Y
entrodúzense:
|
|
ELICIA,
BARRADA, AREÚSA, GRAJALES, CELESTINA, CENTURIO, ALBACÍN.
|
ELICIA.- ¡Jesús, señor!,
¿para qué subías acá? En mi vida vi
hombre tan emportuno; pensava yo que estava por ti el
capón.
|
BARRADA.- Señora, suplícote que
conozcas la voluntad que te tengo y el desseo de servirte, de lo
qual ya tengo dado a la señora Celestina la
señal.
|
ELICIA.- ¿Qué señal y
qué nada?, ¿qué cuydado tengo yo desso?
Desvíate allá, que no soy de las que piensas. Buena
estava, por Dios, ¿pensavas ya, gentil hombre, que no
havía más que llegar y pegar?
|
BARRADA.- Por Nuestra Dueña, que no
sé por qué no has lástima de mí; que
por vida tuya, señora, ques la cosa que más quiero,
que te amo más que a mis entrañas.
|
ELICIA.- Por vida tuya, señor, que te
abaxes; y déxame.
|
BARRADA.- ¿Por qué, señora,
eres tan desamorada?
|
ELICIA.- Y aun, pardiós, razón
harta hay para ser amorosa, con el mucho conoscimiento y los muchos
servicios que me has hecho. Anda, báxate allá,
señor, y desvíate allá, pardiós.
|
BARRADA.- Pues bésame, señora,
primero.
|
ELICIA.- He, he, he; bueno sería,
pardiós. ¡Dios, que esso estava agora yo pensando!
|
AREÚSA.- Ay, Grajales, ¿para
qué trahýas acá este asno? En mi vida vi tan
donoso hombre como éste; mejor hizieras en echalle un
albarda y hazelle llevar harina al molino.
|
GRAJALES.- Mas ¿para qué es ora
Elicia hazerse tan santa?
|
AREÚSA.- Más pensé, ora en
buena fe, que le havía ella de rogar. Está tú
quedo también; ¿quieres aora suplir las faltas de tu
compañero? Harás mejor en llevalle de aquí,
que, en mi ánima, no puedo sufrir hombre tan gran bestia.
Ora, está quedo ya y escucha.
|
BARRADA.- Señora, si pensara que tan mal
me havías de querer, por Nuestra Dueña, acá no
subiera.
|
ELICIA.- Poco es el trabajo, gentil hombre, de
te tornar a abaxar.
|
BARRADA.- Pues señora,
¿quándo me harás mercedes de quererme
remediar?
|
ELICIA.- ¿Qué llamas remedio?
|
BARRADA.- Quitarme de tanta passión como
por ti contino passo.
|
ELICIA.- ¿Y con qué te la tengo de
quitar?
|
BARRADA.- Señora, con remediarme.
¡O, señora, no te vayas, si no, por mi vida, de te
tener!
|
ELICIA.- Déxame, señor, no seas
malcriado, ¿para qué quieres de nadie cosa contra su
voluntad?
|
BARRADA.- Señora, para esso ¿para
qué me hazíades venir acá?
|
ELICIA.- ¿Y quién te hizo venir?
Por cierto, bueno, pues, es esso.
|
BARRADA.- Por Nuestro Señor, de me yr a
quexar a la señora Celestina.
|
ELICIA.- Ya fuesses ydo.
|
BARRADA.- ¿Qué dizes,
señora, entre dientes?
|
ELICIA.- Digo, señor, que pardiós,
que te abaxes allá y que me dexes.
|
BARRADA.- Ora yo me quiero abaxar, pues tan mal
comigo lo hazes.
|
GRAJALES.- ¡O, maldito sea hombre tan
asno! Por Nuestra Dueña, que no estoy sino por yr, y mosalle
cómo se ha de desembolver.
|
AREÚSA.- ¡Ay, deslavado!,
¿una querías tener en papo y otro en saco? Por mi
vida, que no mirasses tú mucho al deudo que yo y Elicia nos
tenemos.
|
GRAJALES.- Señora, si no fuesse por
enojarte, para todos essos casos tengo yo dispensación.
|
AREÚSA.- ¿Y qué
dispensación tienes?
|
GRAJALES.- ¿Qué
dispensación? Mejor desemboltura que mi compañero;
que por tu vida, que si tal pensara acá no lo traiera, que
me corro de venir con hombre tan bestial.
|
AREÚSA.- Pardiós, tal me paresce
él. Mas escucha, escucha, por mi vida, que mi prima le
quiere desembolver.
|
ELICIA.- Ven acá, señor, antes que
te baxes. Di, por tu vida, ¿quién te dixo a ti que te
havía yo mandado venir acá?
|
BARRADA.- ¡O, bendito sea Dios,
señora!, que me dixiste que no me abaxasse.
|
ELICIA.- Bueno es esso; no lo digo sino para
saber quién pudo levantarme tal testimonio; que en mi
ánima, que juraré que nunca te vi si hoy no.
|
BARRADA.- Pues, por cierto, la señora
Areúsa me hizo venir acá, diziendo que tú
querías tener mi amistad y que me querías mucho.
|
ELICIA.- ¿Hay tal donayre en el mundo?
Por cierto, nunca yo tal le dixe. Quererte bien sí quiero,
por cierto, mas de buena parte, como a señor y hermano.
|
BARRADA.- Pues, señora, yo como a
enamorado quiero que me quieras.
|
ELICIA.- Ora, señor, que con el tiempo y
los servicios que hizieres podrá ser que se haga lo que
agora estorva el poco conoscimiento.
|
BARRADA.- Por mi vida, señora, que te
tengo de besar.
|
ELICIA.- ¡Ay, Jesús, y qué
hombre tan atrevido! ¿Paréscete bien? Por mi vida, si
esto supiera que no te dixera que me dixeras lo que te
pregunté; por cierto, buen atrevimiento ha sido ésse.
Ora, sus, acaba ya y vete; y bástete, que, en mi
ánima, no pensé en mi vida hazer otro tanto por ti;
quítate allá.
|
BARRADA.- ¿Empúxasme,
señora? No sé por qué me tratas tan mal y das
essas vozes.
|
CELESTINA.- Elicia, ¿qué vozes son
éssas? Pardiós, hija, que sería ora bien que
juntases aquí toda la vezindad. ¡Por Dios, que me das
la vida!
|
ELICIA.- Mas, pardiós, bueno
sería, madre, que callase; dile que se abaxe de aquí,
si no, en mi ánima, de juntar toda la vezindad; piensa que
no hay más sino entrar en lo vedado.
|
CELESTINA.- Ce, llégate acá,
señor Barrada.
|
BARRADA.- ¿Qué me quieres,
madre?
|
CELESTINA.- No te maravilles, hijo, que como es
mochacha y nunca se vio en otra tal, está
çahareña y arisca, mas ella se amansará; que
en un día no se ganó Troya. Elicia, por mi amor, que
no me tornes a despertar y que te estés con esse
señor, y déxate ora, hija, de bozes.
|
ELICIA.- Pues esté él quedo y
hable de apartado, y callaré yo.
|
BARRADA.- Mejor será, señora, que
me vaya, que yo veyo que es escusado.
|
AREÚSA.- ¿Para qué son,
prima, essos misterios? Bien puedes, si quieres, no hazer por
él sin dar bozes, como si nunca hoviesses visto hombre, que
assí te espantas.
|
ELICIA.- Por tu vida, prima, que te bayas a
dormir la siesta, y no des consejo a quien no te lo pide.
|
AREÚSA.- Por mi vida, pues, que no te
haría a ti mal, prima, tomallo para no hazer essas
algaradas.
|
CELESTINA.- Calla, enoranegra, que es
niña y nunca se ha visto en otra tal. Y tú,
señor, súfrete, súfrete, que más
días hay que longanizas, que otro día
amanecerá y hará buen tiempo; que yo salgo por
fiadora que antes de ocho días ella te ruegue que no te
vayas.
|
ELICIA.- Con essa esperança se puede bien
echar a dormir, y soñará que le espulga el gato.
|
CELESTINA.- Ora, ora yo fiadora que tú te
amanses, aunque estás muy çahareña, y vengas a
comer en la mano. Mas mira, que a la puerta llaman, sabe
quién es; mas yo voy, y calla tú.
¿Quién está aý?
|
CENTURIO.- Señora, el señor
Albacín y yo estamos aquí, que te queremos dezir dos
palabras.
|
AREÚSA.- ¡Ay, desventurada de
mí! Plega a Dios que no acontesca alguna cosa, que aquel
rufianazo con algún fiero deve él de venir porque
ayer le embié a despedir, y pues él trae consigo al
otro, deve de haver sabido cómo estáys acá
vosotros.
|
GRAJALES.- Si él viniere con essa demanda
no le faltará la respuesta; y calla, veamos lo que
quiere.
|
CELESTINA.- Hijo, mi amor, ¿qué es
lo que mandas? Dilo desde aý, que estoy acá
embaraçada en cierta hazienda, que, en mi ánima, no
puedo abaxar, y Elicia no está en casa para que abra; que,
mal pecado, si viene a mano, deve de estar con su prima
Areúsa, y yo estoy la esperando para comer.
|
CENTURIO.- Señora, solíasme
tú abrir, no sé por qué agora no quieres, bien
parece que el lobo y vulpeya ambos son de una conseja; pues voto a
la reverborada, que no me mamo los dedos.
|
CELESTINA.- Hijo, ¿qué quieres
dezir por esso?, que por el siglo de mi padre, que no te
entiendo.
|
CENTURIO.- Pues yo sí a ti; y pues tienes
allá a las señoras y los galanes no te hagas aora de
nuevas y ábrenos, si no quieres que seamos malcriados.
|
GRAJALES.- Déxame, señora, salir
allá a castigar aquel fanfarrón.
|
AREÚSA.- Bueno sería esso,
pardiós; por mi vida, de aquí no saldrás.
|
BARRADA.- Déxanos, señora, que no
son cosas para sufrir.
|
AREÚSA.- Prima, ten a Barrada aý,
por amor de Dios, no se haga tal cosa, que es destruyrnos a
nosotras, que mi madre lo remediará todo.
|
CELESTINA.- Hijo Centurio, algunos çelos
deves tú de tener pues que esso dizes, y en mi ánima,
que me parece como de perlas, que nunca hay celos sino donde hay
amor. No tengas, no tengas essas sospechas, mi amor, que a osadas,
assí nos quisiesse Dios como Areúsa te quiere a
ti.
|
CENTURIO.- Si esso fuera no me embiara a dezir
que no entrase más en su casa. Pues voto al martilojo de pe
a pa que el que entrare en ella, si no fuere yo, que ha de salir
por las ventanas.
|
GRAJALES.- Déxame, señora, salir,
que no son cosas para sufrir éstas.
|
AREÚSA.- Por mi vida, no saldrás;
buena cosa, pardiós, para destruyrnos a nosotras. Sabe,
noranegra, desimular, que por más está la prenda.
|
CELESTINA.- Bien digo yo, hijo Centurio, que
algo es ello, que el lobo haze entre semana por donde no va el
domingo a missa. Tú yrýas algún cabo, por
donde Areúsa te embiaría a dezir esso; mas a buen
entendedor, pocas palabras, pues sabes, hijo, que la yra de los
amadores es para más confirmación de amor. Tú
puedes, mi amor, dormir a sueño suelto, que yo te
quitaré dessa congoxa, que a la tarde yo yré a su
casa y le reñiré essos çelitos y essas
naditas. Y también, noranegra, quando entrares en alguna
casa, mira cómo entras, y no digan por ti el refrán
que dize que el hombre ande con tiento, y que la muger no la toque
el viento; no pidas, hijo, lo que negaste, ni niegues lo que
pediste, como dize Séneca. Y yos con Dios, que quisiera yo
estar en desposición de poderos abrir, mas la casa
está tan rebuelta que, por el siglo de mi padre, yo he
empacho de tales personas.
|
CENTURIO.- Señora, a quien cueze y amassa
nunca le hurtas hogaça, que nosotros venimos
desembaraçar la casa.
|
CELESTINA.- ¿Y qué embraço,
hijo, podéys vosotros desembaraçar? Mal pecado,
pienso, hijos, que nunca barristes ni fregastes para quitarme essos
embaraços.
|
CENTURIO.- A lo menos, madre, yo te prometo que
el cangilón que truxo Buzarco, que creo yo que no
aguardastes los que allá estáys a que lo
desembaraçássemos nosotros.
|
CELESTINA.- He, he, he; ándate aý,
hijo, a dezir donayres. ¿Y qué cangilón, y
qué Buzarco o Buzarca, hijo, tú viste entrar en esta
casa? Mas mala landre me dexe, que no me acordava que esta
mañana vino aquí, sobarcado con dos o tres
pieças de lienço, a saber si le quería Elicia
hazer ciertas camisas, y devríades vosotros, en mal punto,
de comedir alguna malicia. No hijo, no, no; no se acostumbran en mi
casa cosas de que se pueda tomar sospecha, limpiamente bivimos, no
se tratan aquí, hijo, essas tramas.
|
CENTURIO.- Señora, mándanos abrir,
que lo que con los ojos veo, con el dedo lo adevino.
|
CELESTINA.- Pues, por mi vida, que por dexarte
con essa ansia, que no entres tú acá agora; y andad
con Dios, hijos, que quiero reposar.
|
ALBACÍN.- Por vida del infante, que de
aquí no hemos de yr sin entrar allá.
|
CELESTINA.- Hijo, por vida del rey, que es
más que el infante, que acá no entréys.
¿Y por quál carga de agua, mi amor, queréys
vos tener essa juridición en mi casa?, ¿por los
tributos que nos havéys dado?
|
ALBACÍN.- Yo soy persona que por mi
persona me han de honrrar adoquiera que fuere, y tener en lo que
soy.
|
CELESTINA.- Déxate dessos donayres, hijo,
que aquí no te conoscemos ni sabemos quién eres,
más de para honrrarte por paje del señor infante; y
por esta causa, por cierto, te digo, si mi casa estuviera buena
para ello, yo holgara de rescebirte en ella como a mis
entrañas. Mas yo me quiero, hijos, declarar con vosotros,
que por vuestra vida, que estoy aguardando a mi primo Barbanteso,
que ha de venir agora a hablar aquí comigo sobre cierto
casamiento de Elicia; a la noche, hijos, os podéys venir,
assí ambos como estáys, solitos, y yo os
hablaré quanto mandardes, y por mi amor, que os vays de
aý, no venga Barbanteso y os halle, que es el más
malicioso del mundo, y no sospeche alguna malicia; y perdonad,
hijos, que no puedo más estar aquí.
|
CENTURIO.- ¿Qué haremos,
Albacín?
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ALBACÍN.- Que derroquemos las
puertas.
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CENTURIO.- No me parece buen consejo, porque
ellos están dos dentro, y con poca afrenta suya la
podríamos recebir. Mas vámonos al burdel a buscar a
Traso el Coxo y Tripa en Braço y Montón Doro, y
daremos aquí a la noche un rebate con que espantemos los
garçones y los oxeamos, de suerte que nos dexen la possada;
que más vale, voto al martilojo, hazer estas cosas con seso,
que no ponellas a riesgo.
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ALBACÍN.- Bien me parece. Vamos, que
estos no saldrán de aquí hasta la noche.
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CELESTINA.- Allá yréys,
rufianazos. ¿No veys con qué se venían aora?
¡Guayas de mi viejez, si me havían ellos a mí
de echar el dado falso! Y ándate tú aý,
Grajales, haziendo del esforçado, que querías mucho
salir. ¡Ay bovo, bovo!, ¿no sabes que a palabras,
palabras? Ora, sus, hijos, esto está muy bien hecho; yos, no
se le antoje a aquel rufianazo de tornar, y no se borre todo. Y
tú, Barrada, huelga y descansa, que yo salgo por fiadora que
quando tornes, que Elicia no esté tan brava.
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BARRADA.- Assí te lo suplico yo,
señora.
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CELESTINA.- Tú puedes, hijo, dormir a
sueño suelto.
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ELICIA.- Con esse cuydado te puedes bien
descuydar.
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AREÚSA.- Ora, ya pues, tú, prima,
no seas ya tú tampoco tan desabrida y abráçele
aý, y váyase con Dios, y hayamos la fiesta en
paz.
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GRAJALES.- Por Nuestra Dueña, que si no
fuera por hazeros plazer de aquí no saliera.
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CELESTINA.- Ora, hijo, que conoscido está
tu esfuerço; y nunca te pongas con los tales a aventurar la
honrra; y andad con Dios hasta otro día.
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GRAJALES.- Y con Dios quedés,
señora y señoras.
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Argumento de la XXXVI Cena
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En que CENTURIO y
ALBACÍN van
hablando y topan a TRASO EL
COXO y a TRIPA EN
BRAÇO, y acuerdan de dar un repiquete de broquel en
casa de CELESTINA; y van y
sale CELESTINA para se
quexar, y ellos se van; y queda ella y ELICIA hablando, y vienen BARRADA y GRAJALES. Y
entrodúzense:
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CENTURIO,
GRAJALES, BARRADA, ALBACÍN, TRASO EL COXO, TRIPA EN BRAÇO, CELESTINA, ELICIA.
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CENTURIO.- Por la santa letanía, que
estoy para renegar la leche que mamé, de ver que me tenga en
tan poco Grajales que me tome esta muger, y que ella me ose embiar
a dezir que no entre en su casa. Yo renegaré déstas,
si no hago un hecho que sea sonado y castigo para ellos.
|
ALBACÍN.- ¿Y yo no tengo
razón, que me dexe a mí Elicia, siendo quien soy, por
Barrada, despensero del maestrescuela? Pues voto a tal que no se me
vaya alabando, que no me ha de quedar por corta, ni por mal echada,
la satisfación.
|
CENTURIO.- Tú, señor
Albacín, no tienes tanta razón.
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ALBACÍN.- ¡O, pese a la vida que
bivo!, ¿y esso has de dezir? ¿Y por qué no
tengo tanta razón, dexándome por un majadero una
muger que la adoro y me dexa de querer?
|
CENTURIO.- Yo te lo diré; y la
razón es porque tú a Elicia no le das nada, y no es
camaleón que se ha de mantener del ayre, y basta que no te
ha embiado a despedir como a mí la otra puerca de su prima,
que voto al Santo Sepulchro de Sant Vicente de Ávila, que
estoy para tomar el cielo con las manos.
|
ALBACÍN.- ¡O, pese ora a tal, con
hombre que tal dize! ¿Y tú qué das a
Areúsa, más que yo a Elicia?
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CENTURIO.- ¿Qué? Que voto a tal,
no me pague el peligro que por ella me puse con todo quanto tiene
Grajales, ni la puta vieja de su tía Celestina.
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ALBACÍN.- ¿Dizes por lo que
hiziste quando mataste a Calisto?
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CENTURIO.- ¿Pues parécete que fue
caso ésse para olvidar, adonde entonces aventuré la
vida y cada día la traygo en aventura? Que, para la santa
letanía, cada mañana, quando despierto, me atiento
los gargueros, pensando que estoy en la horca o que tengo la soga
ya echada para ahorcarme.
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ALBACÍN.- Pues veamos, porque tú
pusiste la vida por ella, ¿es ella obligada a poner la suya,
dexándose morir por ti de hambre, si tú no se lo das
tampoco, como yo dizes que no lo doy a Elicia?
|
CENTURIO.- ¡O, pese al diablo con tal
dicho! Esso es si le quitasse yo que no hiziesse lo que quisiesse;
sí, que bien sé que no soy salido quando es entrado
Grajales, y Vicente y otros veynte, que no sé tan poco del
mundo, ni he aprendido tan poco en veinte y cinco años que
sé qué es tener mugeres a ganar la vida, que no sepa
que una muger que ha de tener un hombre por valiente hombre y por
amor, y pelar de otros boçales para sostenerse a sí y
a él. Desto no me quexo, que no sé tan poco de las
tramas destas tales que no sepa enchilar las canillas, y aun tramar
los liñuelos sin quebrar los hilos; y hazerme bovo, y passar
en el alarde el gayón por primo, y haziendo que creo del
cielo çebolla y que no hay otro sino yo. Que vejas son para
mí todas roncerías, que bien sé aguardar los
tiempos de la yça y quáles son, como sé los de
la guadra y del rodancho; que no me acodicio tanto a tirar el tajo
mortal para que la puta me adore, que no me sepa reparar del
revés peligroso que me puede matar de hambre, porque tanto
la quiero por la mesa como para la cama; que bien se me entiende
que la bondad que no guarda ni ha de guardar por su honrra, que no
la defenderá por mi plazer, quanto más que no es otro
el mío, sino que gane de otros para honrrarme a mí,
conforme a las leyes de la Santa Gualtería, las quales se
guardan en las disfraçadas rameras como éstas, como
en las públicas y luminarias de las boticas del burdel.
Assí que, hermano Albacín, aún agora
bisoño y boçal eres en este colegio, y poco
esperimentado en esta guerra, y pues no la sabes, aprende de tal
doctor como yo los misterios de la santa germanía, y de tal
capitán general cómo se han de hazer los ardides de
la guerra, tirando tiros mortales sin sacar sangre ni vertella,
blasonando bien, digo, del arnés, ya me tienes entendido;
porque voto a la santa letanía, que por el camino que llevas
una espada más larga es menester que de aquí a Roma,
y una vida más luenga que Matusalén, con un seguro
firmado de Dios, por vida de Mahoma, si has de defender la
possessión de la señora Elicia, en quanto ella
tuviere derecho a la propiedad que tiene y nunca perderá, si
con la vida no la pierde; porque se pierden los dientes y no las
mientes. Aprende, aprende hermano, si quieres salir buen hijo en
este officio, y si quieres lealtad, vazía la bolsa, y
quedarás pelado del dinero y vestido de cuernos
disfraçados; que por vida tuya y mía, que porque
mantengas la dama, que no ahorres los cuernos, y pues han de ser
forçados, más vale desimulallos tú a costa
suya, que no que a la tuya los disimule ella y los encubra de ti;
que por las reliquias de Mahoma, que delante los ojos te hagan mil
trampantojos, metiendo dado y sacando dado, metiendo, digo, como
prima el primo y el pariente, y saliendo por gayón o marido,
sin desaminar contigo la dispensación, si es buena o
mala.
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ALBACÍN.- Voto a tal, que no pensé
que tanto sabías. Mas ves aquí a Traso el Coxo y a
Tripa en Braço, que no los tengo yo por necios en este
officio.
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CENTURIO.- Nunca Dios me depare peores dotores
ni compañeros para un repiquete de broquel y bever el
alboroque después, sabiéndolo hazer a salvo, como el
que repica se pone del ruydo; que esto es lo principal que el buen
maestro de nuestro officio ha de tener, que sea el ruydo más
que las nuezes, buena parola y mal fato quiero dezir, y la espada
no sacalla, porque con salir de la vayna no añuble y llueva
sobre su dueño, como pudiera ser si quebráramos las
puertas de Celestina, como tú querías; porque mejor
es oxeallos a costa de su miedo que a la nuestra, con peligro de
las vidas, y ponernos en hazañas donde se gana poco provecho
y menos honrra, aventurando la vida por putas; porque si la vida se
deve a la honrra, no es razón de pagar con ella en cosa que
menos sea, como sería perdella por las tales; y pues se
toman para plazer no se han de sostener para enojo, a lo menos que
llegue a sangre, sino por camino de Santiago, donde anda tanto
Traso el Coxo como el sano.
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TRASO EL
COXO.- ¿Qué dizes de Traso?
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CENTURIO.- Digo yo, hermano, que camino de
Santiago, que tanto andas tú como haze el señor Tripa
en Braço.
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TRASO EL
COXO.- ¿Con la parola, escusado el fato,
quieres dezir?
|
CENTURIO.- Esso digo yo, porque el señor
Albacín y yo queríamos bien oxear un par de
garçones de casa de Celestina, para que no me coman la fruta
tan descubierto que no tengan en nada a los ortolanos.
|
TRASO EL
COXO.- Al cabo estó; pues, sus, vamos en
anochessiendo, y anden los pomos de las espadas en las copas de los
rodanchos como quien repica a fuego, para no se quemar en
él, a defuera, digo, porque no caya algún madero que
nos descalabre.
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CENTURIO.- Pues no, que dize el señor
Albacín que mejor es derrocar la puerta y entrar a matar el
fuego en casa de Celestina.
|
TRASO EL
COXO.- No es éste fuego de alquitrán,
que se ha de matar con vinagre y tan azedo, sino fuego de amores
que se ha de matar con vino a defuera y beviendo el alboroque.
|
CENTURIO.- En mi coraçón
estás, en un libro havemos leýdo.
|
TRIPA EN
BRAÇO.- ¿Pues qué diferencia hay
en eso? Está essa lición tan sabida de coro que no se
lee otra cosa en el arte del burdel.
|
CENTURIO.- Que no, que mejor es entrar por lana
y venir tresquilados.
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TRIPA EN
BRAÇO.- Voto a la reborborada, que quando yo
era boçal, que aquello era, con la mocedad, como el
señor Albacín, lo que me parescía, hasta que
la esperiencia de bien acochillado me hizo cirujano, para saber
curar las llagas antes que se hagan.
|
TRASO EL
COXO.- Con un tajo que me dieron en esta pierna me
atajaron essos passos y me los acortaron, biendo las veneras que se
suelen traer de tales romerías; porque éste es un
potaje que se ha de traer a una mano y a defuera del fuego, porque
no se corte como manjar blanco.
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TRIPA EN
BRAÇO.- Tal blanco es, voto a tal, quien lo
quiere guisar de otra manera.
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TRASO EL
COXO.- Ora, que aquí no hay qué
estudiar, sino que ya me parece que es ora, que noche es ya; y en
llegando, desenvaynar, y vosotros hazed que queréys quebrar
las puertas para oxear los garçones, y Tripa en Braço
y yo que lo queremos estorvar. Y buen ojo, y buen broquel, y a
defuera y cantos, no tiren de la ventana alguna lágrima de
Moysén; y si salieren los garçones a nosotros, dezir
que no pensávamos que eran ellos, sino otros.
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ALBACÍN.- Pues esso parescería
cobardía, si saliendo no hiziéssemos lo que somos
obligados.
|
TRIPA EN
BRAÇO.- ¿Ante qué escrivano
está essa obligación? Por Dios, buena paga
sería éssa; a lo menos no sin costas. Muy moço
eres, hermano, no deves aún de saber a qué sabe la
trementina; nunca busques cinco pies al carnero, pues está
averiguado que no tiene más de quatro, y si no te quieres
cortar, déxalo desollar a quien sabes que te sacará
sano el pellejo, que en manos está el pandero de quien lo
sabrá tañer; y en quanto pudieres sacar las
castañas del fuego con la mano del gato, no las saques con
la tuya, si no te quieres quemar. Déxate de bozes y
engáñate por nosotros, que sabemos ya dónde
roe o pueda roer el çapato, y nunca las cosas de burlas las
hagas veras pudiéndolas escusar. Y sus, vamos y
dexémonos de bozes, que esto está mejor pensado que
merecemos a Dios, que la çelada va también encubierta
con rama que si no nos descubrimos nosotros nadie nos ha de
sentir.
|
CENTURIO.- Ora, que no hay más que pedir,
vamos; por aquí vamos mejor. Ya llegamos; ora, sus,
desembayna tú, Albacín, y tú, Centurio.
|
TRASO EL
COXO.- Ora, por amor de Dios, señores, no se
haga tal cosa.
|
CENTURIO.- Déxanos, déxanos
derrocar la puerta, y veamos qué garçones son
éstos que están dentro.
|
TRIPA EN
BRAÇO.- Que no, por amor de Dios, ora, teneos
allá, no se haga tal desvarío.
|
ELICIA.- ¡Ay, desventuradas, tía!,
que aquél es Albacín y Centurio, que dizen que
quieren quebrar la puerta.
|
CELESTINA.- ¿Qué quebrar o
qué nada? Sé, que rey tenemos, déxame parar a
aquella ventana. ¿Qué cosas son éstas? Andad,
andad con Dios, de mi puerta. ¿Qué deshonestidad es
ésta?, ¿qué atrevimiento de hombres de
bien?
|
ALBACÍN.- Boto a tal que hemos de saber
quién está allá.
|
CELESTINA.- Voto yo a ésse que vos
juráys que la justicia sepa lo que pasa. Oxte pues,
cómo yo me pago yo de fieros de rufianes; sí, que
Dios hay en el cielo y rey en la tierra.
|
CENTURIO.- Dexaos de palabras, muger honrrada,
si no queréys que quebremos la puerta, y echad los garzones
fuera.
|
CELESTINA.- ¿Qué garçones y
qué nada, y qué fieros? Yo certifico que si bosotros
pensárades que hay dentro hombres, que no hiziérades
lo que hazéys; para con las ruecas tenéys manos.
Andad, andad con Dios, hermanos, que en esta casa no se usan esas
cosas ni essas deshonestidades, que honestamente bivimos, con
nuestros husos y ruecas nos sostenemos, y no de tales
velaquerías.
|
ALBACÍN.- ¿Vos no queréys
abrir?
|
CELESTINA.- ¿Qué abrir? Aguarda,
que sí abriré. Elicia dame acá aquel manto,
que, por vida del rey, a aquella justicia me vaya bramando como una
leona; veamos dónde se sufren tales rufianerías como
éstas.
|
ALBACÍN.- Dexaos ora, vieja honrrada,
dessas pláticas, y echa fuera los galanes si no
queréys que salgan por la ventana.
|
CELESTINA.- Dacá, dacá mi manto,
veamos qué fieros y qué burlería es
ésta desta noche.
|
ELICIA.- Madre, no vayas assí sola;
aguarda, que yo yré contigo.
|
CELESTINA.- ¿Qué cosas son
éstas? Seme testigos, y mira tú en essa casa,
Elicia.
|
TRASO EL
COXO.- Voto a la casa de Meca, que no deve de haver en
casa nadie; tenla, tenla tú, Tripa en Braço, que yo
no la puedo alcançar con esta mi pierna coxa.
|
TRIPA EN
BRAÇO.- Torna, torna señora, no hayas
enojo, que nosotros haremos que se vayan luego; no haya más,
por Dios.
|
CELESTINA.- ¿Qué torna, torna?,
que no quiero sino que se castigue tan gran afrenta, y que sepa
Dios y todo el mundo mi limpieza y cómo bivimos.
|
ELICIA.- ¿Parécente buenos hechos
éstos, señor Albacín?
|
ALBACÍN.- Mas ¿parécete
bien a ti, señora Elicia?
|
ELICIA.- Déxate deso, señor, que
ni a Dios ni al mundo parescen bien tales cosas.
|
TRASO EL
COXO.- Señora, por amor de mí, que por
esta noche no salgas de tu casa, que agora estás
compassión.
|
CELESTINA.- ¿Y cómo
compassión?, ¿no te parece que tengo
razón?
|
TRIPA EN
BRAÇO.- Sí, por cierto, y grande; mas
por amor de mí, que a lo menos por esta noche, que tú
te entres en tu casa y no haya más.
|
CELESTINA.- Por amor de ti, assí lo
haré, mas con condición que mañana no me lo
estorbes y que entrés en mi casa, tú y el
señor Traso, para ver qué galanes son éstos
que tenemos dentro.
|
TRIPA EN
BRAÇO.- Yo, señora, te lo tengo en
merced, y no es menester, que assí se cree de tal persona
como tú.
|
CELESTINA.- ¡Dios, que a esso me embiaran
acá del otro mundo!; ¿paréceos a vos? ¡Y
qué dichos de señores!
|
CENTURIO.- Déxate, madre, dessas
yproquesías, que no son para mí; no quieras por
hazerte a ti sabia, hazerme a mí necio.
|
CELESTINA.- Más déxate tú
dessas rufianerías, que te las entiendo yo a ti mejor.
|
TRASO EL
COXO.- Éntrate en casa, señora, no
estés aquí dando cuenta a los que passan.
|
CELESTINA.- Desso huelgo yo, de dalla a Dios y a
todo el mundo. ¿Qué es esto? Claramente, hijo
Centurio, bivo, y limpia, que ni hay aquí yproquesías
ni santidades fingidas, que sólo Dios es el santo, que yo
por pecadora a Él me tengo, y a solo Dios tengo de dar essas
cuentas, que no las has tú, hijo, de venir a pedir a mi
casa. ¿Y por quál carga de agua?, ¿por las
muchas mercedes que de ti hemos recebido? Anda, anda, mi amor, con
Dios, y no pidas cuenta donde no hay recibo, pues sabes que no
puede haver alcançe.
|
CENTURIO.- Pues por el santo martilojo, que sin
alcançe alcanço yo a entender quántas son
cinco.
|
CELESTINA.- Pues si lo sabes, sábe en tu
casa, hijo, que en la mía yo sé lo que me cumple,
pues ya sabes que más sabe el necio en su casa que el sabio
en la ajena.
|
CENTURIO.- Señora, dexémonos de
andar a motes, y pídote por merced que me perdones, y si
está acá Areúsa, que me la dexes dezir dos
razones.
|
CELESTINA.- Después de me quebrar la
cabeça, me unta el casco. Perdónete Dios, hijo, que
más passó Él por mí; y Areúsa,
mi amor, búscala en su casa, que no suele ella venir a la
mía a tales oras.
|
CENTURIO.- ¿Pues cómo?,
¿haze ella cosa sin tu consejo?
|
CELESTINA.- Harto, hijo, tengo que entender en
mis duelos, sin curar de los agenos, que a cada parte hay tres
leguas de mal camino.
|
CENTURIO.- ¿Pues cómo?,
¿ella no estava casi noche acá, en tu casa?
|
CELESTINA.- Pues que estuviesse, ¿no
puede ser yda? ¿Soy yo obligada a ser su fiadora y traella
de traílla? Vete, hijo, con Dios, que no pensava yo rescebir
tal pago de ti, de las buenas obras que en esta casa has recebido;
mas bien dizen que maldito sea el hombre que confía en el
hombre que a osadas, que un gran beneficio no se paga sino con gran
desagradescimiento, como de ti lo tengo recebido.
|
CENTURIO.- Tú, madre, tienes la
culpa.
|
CELESTINA.- Si tengo la culpa, hijo, ya tengo
recebida la pena, que quien en ruin lugar haze leña, ya me
tienes entendida.
|
CENTURIO.- Madre, sé bien criada, no me
hagas ser descortés.
|
CELESTINA.- Ya no puedes, hijo, a lo menos,
dexar de sello comigo, como lo has sido. Hame deshonrrado, y dize
que sea bien criada. Sabe, hijo, que quales palabras me dizes, tal
coraçón te tengo.
|
ELICIA.- Çe, señor Albacín,
yos con Dios, que quando yo tenga lugar te diré
maravillas.
|
CELESTINA.- Elicia, súbete arriba y
déxate de secretos, hija.
|
ELICIA.- ¡Ay, tía!,
¿qué secretos me vees tú a mí hablar ni
dezir?
|
CELESTINA.- Lo que con los ojos veo, ya, hija,
creo que me entiendes. Lo que yo mando es que te subas arriba, que
yo quiero cerrar mi puerta.
|
TRASO EL
COXO.- Ora, que ello está bien; y
perdónanos, señora, y queda a Dios.
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CELESTINA.- A Dios vayas, hijo, y vosotros
también.
|
CENTURIO.- Voto a tal, muy bien se ha hecho, que
la cosa queda de manera que pienso que saltaran los garçones
por los tejados de miedo.
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TRASO EL
COXO.- Ello está mejor que pensávamos;
vamos a bever el alboroque.
|
CENTURIO.- Vamos, pues tan bueno nos ha salido
el ardid.
|
CELESTINA.- Ora, ¿has mirado con
qué se venían los rufianazos a dar repiquetes de
broquel a mi puerta? ¡Guayas de mí!, ¡como si no
conosciesse yo rufianes! Y tú Elicia, póneste al
oydito desotro majadero delante de mí; pues delante ni
detrás, no lo vea yo en esta casa. Y quando Barrada viniere,
no sea lo que hasta aquí.
|
ELICIA.- Ora ya, por cierto, tía, que
eres muy sospechosa, que en mi ánima, no le dezía
sino reñille su descortesía.
|
CELESTINA.- Por mi vida, hija, que a quien cueze
y amassa, ya me entiendes, y creo que me tienes ya entendida; que
este paje no quiero que me entre aquí, pues honrra ni otro
provecho dél se saca, sino la afrenta de esta noche y otras
tales.
|
ELICIA.- Por cierto, tía, pues no es poco
provecho tener una persona de casta como Albacín para que
defienda mi honrra; que unos se han de tener para honrrarse la
persona dellos, y otros para provecho, que tal como Albacín
es para cumplir la honrra, y como Barrada para la necessidad.
|
CELESTINA.- Más quiero, hija, asno que me
lleve, que cavallo que me derrueque, quanto más, que Barrada
yo lo miro con tales ojos que servirá de ambas sillas,
assí de la honrra como de la del provecho.
|
ELICIA.- Y aun disposición tiene
él para honrra.
|
CELESTINA.- Déxate, mi amor, de las
disposiciones, que no hemos de comer dellas, que más has de
tomar el hombre para provecho que para pasatiempo, más por
interesse que por hermosura, más por su bolsa que por su
disposición. Que, mal pecado, hija, pues por necessidad lo
tomas, más has de servir de jornalera que no de dama;
más del amor del interesse que de sólo passatiempo,
las quales passatiempos muy mal, hija, se passan con hambre, pues
no hay peor ahíto que della.
|
ELICIA.- ¿Pues no vale más,
tía, tener mediadamente con honrra, que sin honrra gozar de
mayor interesse?
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CELESTINA.- ¿Qué quieres dezir por
esso?
|
ELICIA.- Quiero dezir que mejor es tener al paje
del infante para mi honrra, con el mediano interesse de Crito, que
no todo el interesse de Barrada con la falta de su linaje.
|
CELESTINA.- ¡Qué negro linaje, y
qué negra nada de honrra! Como si no supiesses, hija, que
todos somos hijos de Adán y de Eva. Y por aquí
verás, mi amor, que sola la riqueza haze el linaje; porque
créeme, hija, que como ya todo lo que se compra y se vende
anda puesto a peso y medida, assí anda la honrra y el linaje
a peso y medida, de ser más y valer más no el que
más vale de persona, mas el que más vale su hazienda,
no el que más tiene de virtud y linaje, mas el que
más tiene de falta de todo esto con sobra de lo contrario
para saber adquerir más dinero. Mira, mira hija, los estados
cómo se estiman, y estimarás aquello porque se estima
los estados, de donde nasce la honrra. ¿Por qué, si
piensas, es más el rey que el duque, y el duque que el
marqués, y el marqués que el cavallero, y el
cavallero que el escudero, y el escudero que el official, y el
official que el labrador? No por otra cosa, sino por el peso y
medida del más o menos dinero. ¿Quiéroslo ver
más claro? Pues mira quel ditado no da autoridad al dinero y
estado, mas el dinero y estado al ditado; porque si assí no
fuesse, siempre los ditados mayores serían más
tenidos y honrrados, con menos de dinero, que los menores con
más de riqueza, lo qual es al contrario, porque a un conde
se haze con más de hazienda la honrra, que a un duque no se
haze con menos de tal interés; y si lo quieres ver
más claro, mira la differencia de la honrra que se haze a un
obispo de anillo, a la de otro obispo de mayor renta con ygual
dinidad y ditado. Assí que, hija, mi fe, ya no se estima
hombre sin dinero, sino dinero sin hombre; assí que, mi
amor, no hay tacha quel dinero no encubra, ni virtud que supla la
falta de dinero; ni veo que al pobre la falta de las lisonjas que
oye le pongan estado, ni al rico la sobra de las lisonjas, con la
falta de la verdad que le dizen, le quite el estado; ni veo que el
simple, rico, dexe de ser oýdo, ni que al sabio y pobre
alguno le quiera oýr; ni veo dexar de acompañar al
rico y avaro, ni veo acompañado al pobre liberal y virtuoso.
¿Sabes por qué? Porque no miran a ninguno lo que da,
sino lo que puede dar. Assí que el acatamiento al mayor
interesse haze no tener acatamiento, ni respeto, al menor interesse
con sobra de virtud; y de aquí vino a dezir más vale
páxaro en mano que buytre volando. Assí que, hija, lo
que se usa no se escusa; y concluyo con un cantar ytaliano que
dize: «Compaño, mi compaño / volle que te dica
/ quien no tiene dinare / tene mala vita».
|
ELICIA.- Por cierto, tía, pues yo he
oýdo dezir que dizen los sabios que más vale saber
que haver, y virtud que riqueza.
|
CELESTINA.- Esso, hija, sería en otro
tiempo, mas no en éste, que ya sabes que dize el proverbio
que cada cosa en su tiempo. ¿No has visto usar un vestido y
de aquí a tres días otro, teniendo ya por grossero el
primero? ¿Pues qué piensas que lo muda y lo haze? No
otra cosa, sino el tiempo que muda todas las cosas; la mocedad en
vejez, la hermosura en fealdad, la vida en muerte, y aun fasta las
plantas y campos anda vestiéndolos de hermosura y libreas de
colores de hojas y flores en el verano, y desnudándolas en
invierno de tal hermosura. Todo, hija, lo haze y deshaze el tiempo,
y por esto dixeron los sabios que era la verdad hija del tiempo; y
pues la verdad es hija del tiempo, créeme, mi amor, que el
padre no hay cosa que más quiera que a los hijos, y por
aquí verás que el tiempo quiere lo que se usa en
él, engendrado por él, ques el dinero. Y pues
sabiduría es bivir conforme al tiempo, procura hazer, hija,
lo que se usa hazer en él, pues lo que se usa no se escusa,
como dixe, que es el dinero, que con éste te casarás
mejor sin castidad que con más castidad que Lucrecia si eres
pobre, que no hay, hija, cosa que más aborresca que la
pobreza. Y con esto acabo, porque paresce que llaman a la puerta;
mira quién es.
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ELICIA.- ¿Quién está
aý?
|
GRAJALES.- Señora, di a la madre que el
señor Barrada y yo estamos aquí.
|
ELICIA.- Tía, Grajales y Barrada son.
|
CELESTINA.- Espera, que de aquí los
quiero hablar. Hijos míos, ¿qué
mandáys?
|
GRAJALES.- ¿Qué ruydo ha sido el
que acá dizen que ha acaescido? Que, por Nuestra
Dueña, como supimos que era a tu puerta, por la posta hemos
venido a ver si havías menester algo.
|
CELESTINA.- ¡Ay, hijos, yos de aý!,
no tornen aquellos rufianazos, no sea peor la recaýda quel
primer adolescer. Que aquí nos han querido, Centurio y el
negro paje del infante, quebrar las puertas, porque ha mil
años que anda perdido de amores por esta mochacha, y de que
no le ha aprovechado, de zelos de vosotros, dezía que os
hechássemos fuera, si no, que quebrarían las puertas,
y assí lo hizieran si no por Traso el Coxo y Tripa en
Braço que lo estorvavan.
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GRAJALES.- Assí pues, anda acá,
hermano, que esto no se puede ya sufrir, vamos allá y
castiguemos estos panfarrones.
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BARRADA.- Vamos.
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CELESTINA.- Hijos, por mi amor, tal cosa no se
haga. ¡O, desventurada, que corriendo van! Plega a Dios no
acontesca algo, que éstos son dos valientísimos
hombres.
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ELICIA.- Allá se avengan si aconteciere
algo. Dexemos, tía, los duelos agenos y entendamos en
cenar.
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CELESTINA.- Pues mira qué vino
quedó en el cangilón, para que si no tenemos vino
embiemos por ello, si halláremos algún rapaz que nos
lo traya.
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ELICIA.- ¡Ay, tía, por mi vida, que
no hay mucho!, mas ven y siéntate.
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CELESTINA.- De mala gana lo hago en saver que
hay poco vino, mas por ti lo quiero hazer; porque, por cierto,
hija, ansí se me ansía el coraçón si no
tengo vino, a lo menos a comer y a cenar, que no paresce sino que
me toma gota coral, y como yo soy algo vieja, con dos traguitos me
parece que me torna el alma al cuerpo, y que me refresca y me
calienta la sangre. Porque cree, hija, que no hay epítima
que assí esfuerce el coraçón, ni caldo
esforçado que assí torne el alma al cuerpo como el
vino, que assí como es gloria bever el bueno, se me
ansía el coraçón con el malo; mas mal por mal,
todavía es mejor que agua.
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ELICIA.- ¡O, madre, y cómo huelgo
desso! Porque assí como te contenta a ti más un vino
que otro, aunque es más a tu costa, assí me huelgo yo
más, aunque sea a la mía, con el paje que con
Barrada.
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CELESTINA.- Dígote que uno es el juego
por hazer comparación, para poner un muchacho con buen vino
anejo.
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ELICIA.- Madre, en el vino es mejor el anejo, y
en los amores el nuevo.
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CELESTINA.- Déxate de bozes, y lo que yo
dixere tenlo por fe, si no lo alcanças por razón; y
cenemos, pues todos los duelos, ya me entiendes.
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