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Séneca en España. Investigaciones sobre la recepción de Séneca en España desde el siglo XIII hasta el siglo XVII: Fundamentos y condiciones para la revitalización

Blüher, Karl Alfred






ArribaAbajoDivulgación y popularidad crecientes de las obras de Séneca

En el siglo XV empieza en tierra española una nueva fase en el proceso de recepción de Séneca. Si en los siglos precedentes habían sido en España muy limitados el conocimiento y el uso directo de sus obras, en este siglo Séneca se convierte en un autor cuya producción es muy leída y de fácil acceso no sólo en su texto original latino, sino también en numerosas traducciones. Las circunstancias se hicieron incomparablemente más favorables que antes para un encuentro ideológico con él. Hasta qué punto se aprovecharon estas propicias condiciones es, naturalmente, otra cuestión. Lo primero que debemos investigar es en qué consistieron esas nuevas condiciones que hicieron posible, en el siglo XV, un auge en la difusión de las obras de Séneca.

Sabido es que la vida cultural y literaria de Castilla experimentó un nuevo resurgimiento en el siglo XV -en la zona catala-no-aragonesa un poco antes- tras su persistente estancamiento en el siglo anterior. Al igual que en el siglo XIII, también en éste fueron los centros culturales de la corte los que nuevamente dieron empuje y dirección a este resurgimiento. Ya en tiempo de Pedro IV (1336-1387), especialmente al final de su reinado, se observan en la corte catalano-aragonesa señales de un arranque cultural que se continúa bajo Juan I (1387-1395) y Martín I (1395-1410) y finalmente alcanza su máximo esplendor con Alfonso V (1416-1458) al trasladar éste su corte a Nápoles, desde 1443, y rodearse allí de un brillante círculo de humanistas1. En Castilla se produce un desarrollo parecido desde Juan II (1406-1454). También aquí se forma en la corte real, en la primera mitad del siglo XV, un núcleo de cultura en cuya órbita se desenvuelve una importante actividad literaria2. Durante el reinado de Enrique IV (1454-1474), se interrumpe de nuevo el movimiento ascendente, pero bajo Isabel (1474-1504) y Fernando (1479-1516), tras la unión de las coronas de Castilla y Aragón, a impulsos de la llegada a España del Humanismo, se ponen finalmente los fundamentos para el florecimiento cultural del siglo siguiente3.

El efecto de la Corte como centro cultural fue múltiple. Para el desarrollo del proceso de recepción de Séneca en España, la Corte real adquirió importancia ya por el solo hecho de que, al fundarse las bibliotecas privadas de los reyes -como veremos- se hizo especial hincapié en la adquisición de las obras del «español» Séneca. Pero lo que más trascendencia tuvo fue que estas Cortes, con su interés literario, sirvieron de inspiración para que se hicieran numerosas traducciones de obras latinas, entre las que los escritos de Séneca ocupaban el primerísimo lugar.

La actividad literaria y el mecenazgo de los reyes de Castilla y Aragón recuerda, más o menos de cerca, la situación de las Cortes italianas del Renacimiento. Donde más patente se manifiesta esto es, naturalmente, en la Corte napolitana de Alfonso V, quien reunió a su alrededor un círculo de brillantes humanistas y poetas. La influencia ejemplar de las Cortes italianas del renacimiento es en este aspecto innegable. En Castilla, sin embargo, donde al principio no se pensaba en hacer venir humanistas italianos a la corte -los primeros que se ven en España, hombres como Lucio Marineo Siculo, Pedro Mártir y los hermanos Geraldini, aparecen en tiempos de los Reyes Católicos4-, sólo llegó a desarrollarse por la misma época, en la Corte de Juan II y en su ámbito, una cultura que, si bien altamente significativa desde el punto de vista literario, en el fondo no tenía nada de humanista. Con todo, no es lícito olvidar que en la misma Corte castellana de Juan II hubo conatos de contacto con el incipiente Humanismo italiano. El mismo rey mantenía, al igual que Alonso de Cartagena, contacto epistolar con Leopardo Bruni5. Provenientes de los centros humanistas de Italia, llegaron a España manuscritos de obras clásicas, y también las obras de los primeros humanistas italianos6.

Que en la España de entonces no faltaba la voluntad de hacer suya la cultura literaria del naciente Humanismo italiano se ve claro, más que en nadie, en las gestiones del Marqués de Santillana (1398-1458), quien, por otro lado, estaba en estrecho contacto personal con el ambiente literario de la Corte de Castilla7; pero la voluntad sola no bastaba. Faltaba la imprescindible cultura latina que habían conseguido los humanistas en Italia a base de un intenso estudio de la antigüedad romana. Los conocimientos que el Marqués de Santillana tenía del latín eran muy elementales8. Lo mismo se puede suponer de los otros representantes de la aristocracia feudal literariamente erudita, como Fernán Pérez de Guzmán. No es extraño que estos dos hombres -como veremos más adelante- encargaran traducciones de las obras de Séneca. Ni siquiera los mismos traductores poseían en ningún caso una formación latina propia del Humanismo, ni aun el más erudito entre ellos: Alonso de Cartagena. El resultado fue que la asimilación del clasicismo se llevó a cabo en España en el siglo XV de un modo muy superficial, torpe y diletante. Se redujo, en general, a la consideración del contenido. M. Menéndez Pelayo caracterizó así la cultura literaria del siglo XV:

... antes que Nebrija, con el concurso de Arias Barbosa, diese a los estudios de humanidades la forma y organización definitiva que habían de conservar en el glorioso siglo XVI, fue menester que el Renacimiento español, rezagado en medio siglo respecto del italiano, pasase por un período de vulgarización y de «dilettantismo» más aristocrático y cortesano que gramatical y erudito, período de traducciones y adaptaciones, en que se procuraba coger el seso real según común estilo de intérpretes. «Si se carece de las formas, poseamos al menos las materias», decía el Marqués de Santillana, que, no bastante noticioso de la lengua latina, empleaba como traductor a su propio hijo, D. Pero González de Mendoza, el que fue después Gran Cardenal de España.9



Conviene también señalar que, ya desde un principio, se entremezclan rasgos visibles de un patriotismo literario en todos estos conatos, que debemos a lo sumo designar como tentativas prehumanísticas bastante superficiales. La vuelta al clasicismo se realiza, en parte, en forma de una apropiación de la herencia considerada «española». Por eso en la línea de la tradición que hemos observado en el siglo XIII, Séneca entra en escena como un «español» clásico cuyas obras hay que revitalizar por todos los medios. Así se dice paladinamente, si bien con exaltación panegírica, en el prólogo al Triunfo del Marqués, que Diego de Burgos escribió a la muerte de éste:

Mas como el varón de alto yngenio viese por discursos de tiempos, desde Lucano e Seneca e Quintiliano e otros antiguos e sauios, rrobada e desierta su patria de tanta rriqueza, doliendose dello, trauajo con grand diligençia por sus propios estudios e destreza e con muchas e muy claras obras conpuestas del mesmo, ygualarla e conpararla con la gloria de los famosos onbres de Atenas o de academia e tanbien de Rromanos, trayendo a ella grand copia de libros de todo genero de filosofia en estas partes fasta entonçe non conoçidos...



La afirmación de que Castilla, gracias a los esfuerzos de Santillana, le había quitado ya el puesto a Italia es una presunción sin base y no sólo un alarde retórico:

... oy los de Ytalia se deuen doler e quexar que por lunbre y ynjenio deste señor (la eloquençia) a ellos sea quitada e trayda a nuestra Castilla e ya en ella a tanta gloria floresca que notoriamente se conoscan sobrados10 .

En Castilla, en los círculos de vanguardia cultural de la Corte de Juan II y en la zona de influencia del Marqués de Santillana, se observa, pues, cierta emulación literaria con los centros italianos del Renacimiento, aunque sin alcanzar la altura del Humanismo italiano. En las páginas siguientes estudiaremos este fenómeno con todo detalle en el caso de Séneca. Pero ya podemos adelantar que casi todas las traducciones al castellano de las obras de Séneca se hicieron entonces gracias a la inspiración que salió de estos círculos y que, por encima de todos, acogen a Séneca aquellos autores que mantienen estrecho contacto con dichos centros culturales. Se crean otros centros culturales de menor importancia, a los que se les pega un poco de esta actividad literaria, en la Corte de Navarra en tiempos de Don Carlos, Príncipe de Viana11, o en otras sedes de la aristocracia feudal de Castilla. Para la recepción de Séneca siguieron careciendo de importancia. Por fin debemos anotar enfáticamente que, lo mismo que en los siglos XIII y XIV, tampoco en el XV, los monasterios y las pujantes universidades españolas, con Salamanca a la cabeza, parece que hayan desempeñado papel alguno fundamental en la revitalización de Séneca entonces. El fermento espiritual producido en los centros culturales de la Corte y en las sedes de la nobleza feudal es el cultivo fértil que hace crecer la intensa atención prestada a Séneca en el siglo XV.

La divulgación, en rápido auge, de las obras de Séneca se ve claramente en los catálogos de bibliotecas que se han conservado12. En primer lugar hay que mencionar aquí la biblioteca de los Papas en Aviñón, que presentaba entonces quizás el más copioso surtido de toda clase de manuscritos de toda la Edad Media. El antipapa Benedicto XIII, el español Pedro de Luna, trasladó en 1407, al volver exiliado a España, gran parte de esta biblioteca desde Aviñón a la fortaleza de Peñíscola. Un catálogo de Peñíscola (ca. 1409) contiene 24 códices de Séneca (con un total de más de un centenar de sus escritos), número absolutamente asombroso para aquel tiempo13 A la muerte de Pedro de Luna (1423) un gran contingente de esta biblioteca fue regalado o -en Valencia y en la misma Peñíscola- vendido. De ahí que por entonces debió de llegar a las varias bibliotecas españolas un elevado número de manuscritos. Entre estos manuscritos, al parecer, se encontraba casi la totalidad de los manuscritos de Séneca, ya que cuando el Cardenal de Foix, encargado de tomar posesión de la biblioteca papal, llevó a cabo en 1429 un inventario general de los ejemplares restantes, quedaba de los 24 códices de Séneca ya mencionados solamente un florilegio de menor importancia (extractos de las Declamationes de Séneca el Viejo)14. Lo más probable es, pues, que los otros 23 códices hayan quedado en España. De un Codex de la biblioteca del Escorial, por ejemplo, se puede asegurar con bastante certeza, como A. Fontán ha demostrado, que procede de la biblioteca papal15

Cuestión diferente es establecer hasta qué punto el mismo Pedro de Luna se interesó por las obras de Séneca y cuál fue su mérito por haberlas dado a conocer. Al respecto recomendamos tomar una actitud prudente16. El testimonio aducido generalmente como prueba principal de su interés por Séneca, la Consolatio theologiae (que también lleva el título de Consolatio vitae humanae), publicado en traducción castellana como Libro de las consolaciones de la vida humana17, en realidad no proviene de él. Viene a ser, como A. Auer ha demostrado, una redacción abreviada de la Consolatio theologiae (aparecida en 1366) de Juan de Dambach18. Las citas de Séneca que aparecen en la obra citada proceden de este autor. La recepción de Séneca por parte de Pedro de Luna se circunscribe a unas alusiones ocasionales a aquél en la correspondencia epistolar de éste19. En cuanto a justipreciar sus méritos en la difusión de los escritos de Séneca en España, hay que tener discreción. De acuerdo con los documentos publicados, no se puede probar que el antipapa realizara esfuerzos especiales para incrementar las adquisiciones de los manuscritos de Séneca. Pues de los 24 códices que se encontraban en 1409 en la biblioteca papal llevada a Peñíscola, en 1375, bajo el Papa Gregorio XI, ya había 1920. Tampoco se puede determinar fácilmente en qué cantidad él mismo distribuyó manuscritos de Séneca de la biblioteca papal. Sólo de un caso tenemos información más exacta: el 24 de enero de 1406, el Rey Martín I le dirigió el ruego de que le dejase una antología de Séneca. La iniciativa no fue aquí de Pedro de Luna21.

Si en primer lugar consideramos la cultura catalano-aragonesa, comprobamos que allí, en el siglo XV, numerosas bibliotecas aumentaron sus listas de obras de Séneca. En la privada del Rey Martín I de Aragón (1396-1410) no sólo figuraban las obras de Séneca en latín, sino también las Epistulae ad Lucilium en una traducción «siciliana»22. Y, puesto que, como hemos indicado, el rey consiguió una antología de Séneca: la Tabulatio et Expositio Senecae de Luca Mannelli23, el inventario es claramente incompleto. Sobre la importantísima biblioteca de Alfonso V de Aragón (1416-1458) no tenemos, por desgracia, más que información fragmentaria24. De todas formas, algunos de los códices de Séneca que se encuentran más tarde en la biblioteca de los reyes de Aragón en Nápoles25, deben proceder de adquisiciones de Alfonso V. Sabemos por unas cartas que este rey pidió a uno de sus Gobernadores el 17 de enero de 1433 que le dejara una versión (en romanç) de las Epistulae ad Lucilium26. La común afirmación de que Alfonso había traducido por su propia mano las Epistulae carece de fundamento. Examinando de cerca las noticias contemporáneas, no admiten otra interpretación que la de que Alfonso V leyó en latín las cartas de Séneca en presencia -y, sin duda, asistido- de los humanistas de su séquito, y las tradujo oralmente27. Lo que es cierto es que el Rey, en su espíritu humanista, rindió siempre a Séneca la más ardiente admiración y encontró gran placer en la lectura de sus obras, como nos lo cuenta Antonio Beccadelli (il Panormita) en su escrito De dictis et factis Alfonsi Regis Aragonum et Neapolis28. También en sus cartas dejó sitio para citas de Séneca29.

A juzgar por otras bibliotecas del reino de Aragón, es también claro que la difusión de los escritos de Séneca se intensifica en el siglo XV. Se encuentran, por ejemplo, las «Epístolas de Séneca abreujades» en la biblioteca privada de la esposa de Alfonso V30. En el inventario que hizo en su testamento Pere Beçet, Batlle general de Cataluña (13657-1430), figuran obras de Séneca31. La bien surtida biblioteca que, en el siglo XV, montó Fernando de Aragón, Duque de Calabria, contenía una serie de manuscritos de Séneca32. En Navarra no se le pasó a Carlos de Viana recibir en su biblioteca las obras de Séneca, entre otras una traducción francesa de las Epistulae ad Lucilium33.También Don Pedro, Condestable de Portugal, logró hacerse con una traducción francesa de las mismas34

En cuanto a Castilla, hasta ahora no se conocen muchos datos de la biblioteca de Juan II. Sin embargo, precisamente esta biblioteca fue sin duda, copiosa en escritos de Séneca, pues el considerable número de traducciones que, por encargo real, hicieron Alonso de Cartagena y Pedro Díaz de Toledo fue, en todo caso, incorporado a ella. Lo mismo puede suponerse, con cierta probabilidad, de la traducción castellana de las Epistulae ad Lucilium, que se publicó por iniciativa de Fernán Pérez de Guzmán. De esta traducción volveremos a hablar más en detalle. De entre inventarios posteriores de la biblioteca real debemos mencionar un catálogo parcial de la Reina Isabel, del año 1503, que enumera dos códices con traducciones de Séneca35; pero, sobre todo, la famosa donación de Felipe II al Escorial (1576) en la que se encontraban no menos de 16 códices casi exclusivamente con las traducciones castellanas mencionadas arriba, en manuscritos o incunables36.

Otros catálogos confirman la gran divulgación de las traducciones castellanas iniciada en el siglo XV. Así Don Rodrigo Alonso Pimentel poseía en su biblioteca, que comenzó a formar poco después de 1440 en el castillo de Benavente, no menos de 7 códices, los cuales, al parecer, contenían todos versiones castellanas37. Y en la igualmente célebre biblioteca del Conde de Haro, cuyo origen se fija en 1455, se comprueba la existencia de 5 códices con traducciones castellanas38. Pero la más nutrida colección la tenía el Marqués de Santillana en su biblioteca, que M. Schiff llegó a reconstituir basándose en los ejemplares aun hoy existentes. Todavía hablaremos más de esta biblioteca39. Las obras de Séneca en latín figuran también en los catálogos de la biblioteca de Alvar García de Santa María40 (muerto en 1460) y en la donación de Juan de Segovia a la Universidad de Salamanca (1457)41.

En suma, por las bibliotecas del siglo XV sabemos que la difusión de las obras de Séneca aumentó considerablemente en general y que, lo que es más importante, las traducciones en lengua vernácula contribuyeron más a esa divulgación que los manuscritos latinos.




ArribaTraducciones de Séneca al catalán y al castellano

La señal más inequívoca de la extraordinaria revitalización de Séneca en el siglo XV la constituyen las traducciones que entonces se hicieron al catalán y al castellano, de las cuales todavía hoy se conserva un elevado número de manuscritos en las bibliotecas españolas. Algunas de las versiones castellanas alcanzaron difusión hasta más allá de la mitad del siglo XVI en numerosas impresiones, y no cabe duda de que, por esta razón, en muchos casos fueron leídas en España incluso en el siglo XVII.

Según las fechas conocidas hasta entonces, se sitúan las traducciones primero en zona catalana42. La primera de todas se cree generalmente que fue una traducción catalana en prosa de las Tragedias de Séneca, hecha por Antoni de Vilaragut (1336-1400) y que probablemente apareció antes de 139643. Contiene las versiones completas de siete tragedias (Hércules furens, Thyestes, Phoenissae, Phaedra, Oedipus, Troades, Medea), así como fragmentos de otra (Agamemnon; se interrumpe en el verso 309)44. Habida cuenta de que en la traducción se relata el argumento de las diez tragedias anteponiéndolo al mismo texto (es decir, incluyendo también Hercules Oetaeus y Octavia, obras consideradas entonces como auténticas) y que, por otra parte, el manuscrito mejor conservado se interrumpe a la mitad del texto de la antepenúltima, cabe suponer que Antoni de Vilaragut tradujo las diez y que la falta de las dos últimas se debe a la pérdida de las hojas correspondientes de un códice.

Es evidente que estas traducciones se hicieron no con la idea de una posible representación escénica de las tragedias, sino con la exclusiva finalidad de dar a conocer su contenido. Los manuscritos contienen también, a veces, notas aclaratorias, que intentan explicar al lector los sucesos antiguos45. Cuán grande era el interés únicamente por la temática de las tragedias, se deduce también del hecho de que fue posible intercalar sin dificultad la traducción de Medea en la versión catalana de la crónica en francés antiguo de Gaucher de Denain46. Siendo esto así, parece muy dudoso que en estas traducciones se deba hablar, como lo hace Rubió i Lluch, no sólo de rasgos medievales, sino también humanísticos, a no ser que se considere como una aportación «humanística» en general toda traducción en prosa medianamente clara y literal47.

Otras razones movieron al catalán Antoni Canals a verter el De providentia. La versión fue escrita entre 1396 y 1404 y dedicada al Gobernador del Regne de Valencia48. El traductor ve en la obra de Séneca el loable intento de un pagano por resolver el problema teológico con los medios de la razón natural, es decir, cómo se puede conciliar la Providencia de Dios con la existencia del mal. Provista de adecuadas rectificaciones, esta obra antigua podía, a su juicio, prestar buenos servicios aun en su tiempo entre las gentes carentes de formación teológica49. Preocupado por adaptar la teología estoica del De providentia a la doctrina cristiana, no deja pasar la ocasión de refutar, en el prólogo, como «errores» paganos la justificación del suicidio y la aplicación del concepto de la fatalidad, que Séneca defiende. En su traducción no duda en vestir con ropajes cristianos aquellos pasajes paganos que podrían escandalizar. Así, por ejemplo, los dioses, en plural, de la Antigüedad se convierten en el singular del concepto cristiano de la divinidad, y las vestales, ocupadas con sus ofrendas nocturnas, se transforman en monjes que leen maitines para honrar a Dios50. Del espíritu del Humanismo no se percibe aún ni rastro. El vivo entusiasmo (tot me'n levi inflamat) que Antoni Canals manifiesta por la obra de Séneca, así como su extraordinaria apreciación del filósofo antiguo (nuil temps fuy ne seré tant gran philòsoff com Sènecha) 51, se mueven todavía sin duda dentro del marco de la recepción medieval de Séneca, común a toda Europa, para la que Séneca era el filósofo moral por antonomasia. Para España, sin embargo, cuya acogida de Séneca en la Edad Media antes del siglo XV apenas va más allá, como hemos visto, de la transcripción de unos cuantos pensamientos y sentencias aislados, en contraste con las condiciones prevalentes en el resto de Europa, este interés ideológico, que aquí aflora, por la marcha de las ideas en el De providentia representa un notable progreso. Hasta entonces nunca se había puesto a Séneca en España tan explícitamente al servicio del pensamiento cristiano.

En el siglo XV se emprendieron, además, dos traducciones distintas de las Epistulae ad Lucilium. La primera52 se hizo no del original latino, sino de otra traducción al francés antiguo, que había visto la luz en Italia a principios del siglo XIV53. El traductor anónimo realizó la versión por encargo de un magnate desconocido (un seu gran amich e Senyor)54, que evidentemente no dominaba ni el latín ni el francés. Naturalmente no se puede esperar precisión de una traducción así, de segunda mano. Por el contrario, parece que la segunda traducción, cuya existencia ha caído en olvido general hasta el presente, se hizo directamente del latín. Es también anónima y está escrita en dialecto valenciano. No contiene más que las cartas 1-2955.

Las versiones catalanas del De moribus con el título de Libre de virtuosses costumps56, y del De remediis fortuitorum con el título de Libre dels remeys de les desaventures57, atestiguan que todavía perduraba el interés medieval por los apócrifos.

Finalmente, la traducción de la ya mencionada Tabulatio et Expositio Senecae de Luca Mannelli ostenta rasgos netamente medievales58 . En el texto base latino se trata de una amplia antología de Séneca, ordenada alfabéticamente, que el dominico Luca Mannelli compuso durante su mandato como obispo de Osimo, 1347-52, por encargo del Papa Clemente VI59. Para esta colección, que ya muy al principio figuró en la biblioteca papal de Aviñón60, habían servido de modelo las antologías de ejemplos de la Edad Media compuestas por orden alfabético61. No es improbable que la traducción catalana que lleva el título de Taula per alphabet sobre tots los llibres de Séneca obedeciera a la iniciativa del Rey Martín I de Aragón62. No parece que haya tenido gran difusión.

No se conocen más traducciones en la zona catalana. El Sumari de Séneca, que a veces se aduce, recibió ese título engañoso de mano posterior. Su contenido es, en realidad, el del Tractat dels vicis e de tes virtuts del catalán Pero Mollá63.

Las traducciones castellanas se produjeron algo más tarde que las catalanas, pero alcanzaron ya entonces una importancia mucho mayor. Aparecieron todas, bien en la Corte del Rey Juan II, bien en el animado ambiente literario que rodeaba al Marqués de Santillana.64

El traductor más importante fue el Obispo de Burgos, Alonso de Cartagena (1385/86-1456)65 proveniente de una familia cultísima de judíos convertidos. Este eclesiástico, que adquirió renombre especialmente por su notable intervención en el Concilio de Basilea y por sus relaciones con Leonardo Bruni, cuyo respeto se ganó en una vehemente controversia literaria66, ejerció múltiple influjo en la Corte del Rey Juan II. Sus traducciones al castellano son las únicas del siglo XV hechas directamente del original latino de obras auténticas de Séneca. El número extraordinario de manuscritos que todavía hoy se conservan de ellas nos permite adivinar el enorme eco que encontraron entonces en España67. Parte de estas traducciones fueron más tarde incluso impresas con el título de Los cinco libros de Séneca, y se propagaron entre 1491 y 1551 en cinco ediciones68.

Como se colige de los prólogos, el motivo inmediato que movió al traductor fue, en primer lugar, facilitar al joven monarca Juan II la lectura de las obras latinas de Séneca, que aquél cultivaba -sin duda bajo la tutela personal de Alonso de Cartagena- para su formación espiritual. Por esta razón, el erudito obispo -a la sazón todavía Deán de Segovia- añadió a sus traducciones no sólo extensas acotaciones marginales sino a veces también introducciones más o menos críticas, que arrojaban luz sobre el valor de cada una de las obras traducidas, sobre todo desde una perspectiva teológica.

Característico para el espíritu aún falto de humanismo en el que emergieron estas traducciones, es el hecho de que Alonso de Cartagena no haya ido primero directamente a las obras de Séneca, sino a la ya mencionada Tabulatio et Expositio Senecae de Luca Mannelli, hacia quien manifestaba gran interés entonces Juan II en la Corte castellana, como un cuarto de siglo antes el Rey Martín I de Aragón. De esta compilación alfabética tradujo, en el mismo orden, todas aquellas secciones que al Rey le parecían de relieve. De este modo nació la Copilación de algunos dichos de Séneca, cuyos primeros títulos rezaban: «Tractado del amor, tractado delos casos dela fortuna, tractado dela crueldad, tractado delos mudamientos, del amor y amistad, delos sieruos, dela dificultad», etc., etc. Alonso de Cartagena se sirve repetidamente de las glosas con que Luca Mannelli había apostillado su florilegio, pero se siente cada vez más movido a hacer sus propios comentarios69. El llamado Título de la amistanza o del amigo se acomoda asimismo a la compilación de Luca Mannelli, en concreto a los títulos «Amicitia vel amicus» y «Amor», que, por cierto, no se tomaron por entero70. Así, pues, fue un florilegio de la Edad Media el que dio el último impulso a Alonso de Cartagena para que tradujera a Séneca.

Sólo después de éstas, emprendió Alonso de Cartagena, y, de creer al prólogo, por inspiración del rey, el trabajo de verter al castellano una obra genuina de Séneca: De providentia (Libro de la providencia de Dios)71. La alta estima del «Séneca moralis» como filósofo moral por excelencia, aunque también orgullo por el origen «español» de Séneca, resuenan en las encomiásticas expresiones que dedica al antiguo filósofo:

Y avn que muchos leeys, plaze os escoger alas vezes Seneca y no sin razon. Porque como quier que muchos son los que bien vuieron hablado. Pero tan cordiales amonestamientos, ni palabras que tanto hieran enel coraçon, ni assi traygan en menosprecio las cosas mundanas, no las vi en otro delos oradores gentiles. Y avn que a Cicero todos los latinos reconozcan el principado dela eloquenda, pero mas según el mundo hablo en muchos lugares. Y no guarnescio sus libros de tan expressas doctrinas mas siguyo su larga manera de escreuir y solenne como aquel que con razón enel hablar lleuo el principado, mas Seneca, tan menudas y tan juntas puso las reglas dela virtud, con estilo eloquente, como si bordara vna ropa de argenteria bien obrada de sciencia, en el muy lindo paño de la eloquenda. Porende no lo deuemos llamar del todo orador. Porque mucho es mezclado conla moral philosophia, y avn con esta razón bien puedo mouer otra. Porque Seneca fue vuestro natural, y nascido en vuestros reynos, y tenido seria si biuiesse de vos hazer omenaje72.



En su calidad de teólogo, alaba al rey por haber escogido precisamente esta obra para ser la primera que se tradujese73. En una introducción que sigue al prólogo, pone en guardia en contra de aceptar sin más ni más la argumentación estoica. Explica que encaja bien en una perspectiva cristiana el que la doctrina estoica (y peripatética) rechace la cosmología de Demócrito y Epicuro, que explicaba el mundo como una «Physis» dominada por el acaso. Sin embargo, afirma que se debe uno acercar al concepto estoico del «Fatum» con gran cautela; es mejor evitarlo y sustituirlo por la idea cristiana de la Providencia. Aclara que ha escrito en notas marginales las debidas correcciones a los pasajes en que Séneca se aparta de la doctrina cristiana, ya que únicamente se pueden aceptar las enseñanzas de la antigüedad pagana cuando no contradigan a las cristianas74. Por tanto, los errores capitales, que él corrige en esta obra de Séneca, son precisamente, por una parte, este concepto estoico del hado que elimina el libre albedrío, y, por otra, la doctrina estoica del suicidio («¡gran horror!»), que no es una acción virtuosa sino un «acto de flaqueza, y reprouado»75.

Principios similares determinan las traducciones siguientes. Del De clementia, Alonso de Cartagena tradujo primero el libro segundo. Como explica en la introducción, había llegado a la conclusión de que este libro originalmente había sido escrito en primer lugar, pues es el que propone la definición del concepto de clemencia, y tales definiciones, de ordinario, se encuentran en primer lugar. Enjuicia la obra de Séneca por el patrón de los tratados escolásticos76. El influjo de la escolástica también se echa de ver en que ha subordinado en la introducción al libro I la «clementia» a la «caritas»77. Por lo demás, siguiendo la tradición medieval, Alonso de Cartagena se esforzó por cortar esta obra antigua a la medida exacta del cuerpo de un príncipe cristiano, valiéndose de glosas.

En su traducción del De constantia, que (sin duda por su ejemplar latino) designó equivocadamente como Libro segundo de Séneca de la providencia78, renuncia -lo cual es peculiar- a elaborar el punto de vista cristiano a propósito de la cuestión planteada aquí de la «apatía» estoica. Que el sabio deba o no ser sensible a las injurias es para él una controversia sin importancia, que deja para los «altos ingenios». Que sí hay «diuersidad de opiniones» entre estoicos y peripatéticos, pero que en el fondo la diferencia es pequeña. Haciendo el papel de espectador tras la barrera, exclama: «...para nos asas basta mirar la pelea»79. También en sus glosas soslaya por completo dicha problemática. Desde una perspectiva teológica, trivializar así el problema es claramente insatisfactorio. Uno tiene la tentación de buscar la explicación de esa actitud en que Alonso de Cartagena se quiso ahorrar la exégesis detallada de asunto tan complejo para el destinatario de su traducción, el Rey Juan II.

Alonso de Cartagena tradujo con el título de Libro de las siete artes liberales la carta 88 a Lucilio, publicada en la Edad Media, a menudo separadamente, bajo el epígrafe De septem artibus liberalibus80. En una extensa glosa desarrolla el punto de vista cristiano sobre el concepto del Hado, apoyándose en la autoridad de Boecio y San Agustín (De Civ. Dei, V, viii)81. Intenta rebajar de tono la actitud crítica de Séneca respecto a lo útil que puedan ser las artes liberales para la educación que lleva a la Sapientia, suponiendo que Séneca no incluyera en su crítica ni la Retórica ni la Lógica, ya que no las menciona82. De seguir el parecer de este comentarista teólogo, esto significaría que Séneca había concentrado sus ataques fundamentalmente contra la enseñanza de la Gramática; no afectarían, por tanto, a la Retórica ni a la Lógica, asignaturas base en la enseñanza escolástica.

Importancia fundamental concede Alonso de Cartagena a la última traducción de una obra auténtica de Séneca, la de De vita beata (Libro de la vida bienaventurada), que abarca también el De otio, obras que fueron fundidas en los códices medievales83. Vuelve a utilizar prólogo e introducción para impartir una lección de Teología. Declara que la Antigüedad pagana no había podido conocer el verdadero Summum bonum por la insuficiencia para ello de la Ratio humana. Tampoco bastaban las virtudes intelectuales y morales -aristotélicas- para alcanzar el Bien supremo; las virtudes teologales, que el hombre sólo podía recibir por el bautismo, eran de necesidad absoluta. Sin embargo, las enseñanzas antiguas ofrecían, según él, más de un aspecto útil, entendidas correctamente, es decir: en su validez relativa; las «buenas doctrinas» de los filósofos «no poco aprouechan, si son bien y a buen fin entendidas»84. La utilidad del escrito de Séneca está en que el Summum bonum, que Séneca, como Aristóteles, equipara a la felicidad (término que traduce al español como bienaventuranza), radica exclusivamente en la Virtus, no en el placer de los sentidos o bienes externos de Fortuna. En la medida en que la doctrina estoica de la Virtus libere al hombre de la falsa felicidad y bienes exteriores, será bienvenida: «sin sospecha alguna, y seguros quanto a este fin, le podemos oyr85». No obstante, como Alonso de Cartagena expone en una glosa final, no se debe olvidar que el concepto estoico de Virtus promete únicamente una felicidad imperfecta, como terrena que es, mientras la bienaventuranza del cristiano no es de este mundo: «nuestra bienauenturança perfecta es la fruycion y vision de dios86».

Atrapado todavía en la tradición medieval, tradujo Alonso de Cartagena además una serie de escritos apócrifos; éstos: De remediis fortuitorum (Libro contra las adversidades de la fortuna)87, la Formula vitae honestae (Libro de las cuatro virtudes88) , y la antología medieval de aforismos De legalibus institutis (Libro de amonestamientos y doctrinas89). Finalmente escogió para traducir 11 de las Declamationes del padre de Séneca90. En varios códices se encuentra además, bajo el título de Dichos de Séneca en el fecho de la cavalleria (o también Tratado de la guerra), una traducción de trozos tomados del Epitome rei militaris de Flavio Vegecio. Es dudoso que esta traducción sea de Alonso de Cartagena91.

La serie cronológica que aquí presentamos en la composición de cada una de las traducciones, con excepción de las últimas mencionadas de los apócrifos, se basa en la evidencia de varias indicaciones contenidas en las introducciones y glosas92. Apoyándose en otros puntos de referencia, se pueden establecer incluso las diferentes fechas de las traducciones, que demuestran que éstas se hicieron en el periodo de 1430-1434, es decir, antes de la marcha de Alonso de Cartagena para asistir al Concilio de Basilea (1434)93

Como traductor, Alonso de Cartagena defendió el principio de traducir no las palabras, sino el sentido: «siguiendo el seso más que las palabras94». Por eso han resultado sus traducciones diáfanas y de fácil lectura, mas sacrifican la finura del detalle en aras del afán por elaborar los pensamientos principales. Nada se observa de la acribia de la actividad traductora de los humanistas. Pero, en su estilo, estas traducciones alcanzaron para el siglo XV un nivel considerable de calidad. Su prosa pujante, clara, aunque poco diferenciada, resiste la comparación con las mejores obras en prosa de aquel tiempo.

Las introducciones y glosas patentizan que el más tarde. Obispo de Burgos poseía una cultura extraordinaria para su tiempo en España. Como disponía de una excelente formación teológica y de extensos conocimientos sobre los autores antiguos, pudo interpretar, con mano segura, desde un punto de vista cristiano, los escritos estoicos de Séneca. No es difícil imaginarse que su autoridad entre los contemporáneos tuvo que haber sido enorme. Varios de sus coetáneos han comentado el papel que este hombre desempeñó en la vida espiritual de Castilla, entre ellos: Juan de Lucena, Diego Rodríguez de Almella y Murcia, Fernando del Pulgar y Fernán Pérez de Guzmán. Juan de Lucena en su Libro de Vida beata lo señala nada menos que como el autor que ha introducido la Filosofía en España. En este Diálogo, que sigue en la composición de muchas de sus secciones el Dialogus de felicitate vitae del humanista Bartolomeo Fazzio, pone en boca del Marqués de Santillana la exclamación:

... Nasçió en Greçia la philosophia. Sócrates la llamó desdel çielo. Después de Sócrates, al tiempo que Bruto liberó á Roma, Pithágoras la sembró por Italia. Tú agora, transplántasla en España! Beata ella, feliçe Castilla! Para ella nasçiste quando nasçiste, no para tí sólamente. Tú de cavallería, de república, de fe cristiana escreviste vulgar, y las obras famosas del moral Séneca nuestro vulgarizaste95.



En este pasaje, inspirado en Cicerón (Tuse. IV, i, 1 sq.), se mencionan con especial énfasis precisamente las traducciones de Séneca. Diego Rodríguez de Almella y Murcia tampoco las olvida en la enumeración de las obras del obispo: «... y torno de latin en nuestra lengua vulgar doze libros de Seneca...96». Femando del Pulgar alude también a ellas en un pasaje destacado de sus Claros varones de Castilla: «Tornó de lengua latina en nuestra lengua vulgar ciertas obras de Séneca, que el rey don Juan le mandó reduzir97». El texto más famoso se encuentra en las Coplas necrológicas que Fernán Pérez de Guzmán dedicó a Alonso de Cartagena:


Aquel Seneca espiro
a quien yo era Lucilio;
la fecunda y alto estilo
de España con el murio:
assi que, no solo yo,
mas España en triste son,
deue plañir su Platon
que en ella resplandescio98.

La significación de Alonso de Cartagena para la propagación de las obras de Séneca en España en el siglo XV fue extraordinaria. Los escritos originales que tenemos de Alonso de Cartagena no nos permiten, sin embargo, comprobar la existencia de una recepción ideológica de Séneca por parte de aquél, que vaya más allá de su actividad traductora, como parece deducirse precisamente de las palabras que acabamos de citar de Pérez de Guzmán. Las escasas citas de Séneca, que, de vez en cuando, deja caer en sus escritos, no son suficientes para demostrar una relación espiritual más profunda con Séneca99. Y no lo olvidemos: incluso sus traducciones estaban condicionadas por la idea de que los autores antiguos sólo eran de utilidad en cuanto sus escritos, debidamente glosados y rectificados, podían llevar por el camino de la razón natural hasta el umbral de las verdades de la revelación cristiana. Sólo como ancilla de la doctrina cristiana puede la filosofía moral antigua señalar el camino hacia la Virtus, se dice en el prólogo a la traducción del De senectute (Cato Maior) de Cicerón:

...los elocuentes oradores antiguos, los cuales aunque non alcanzaron verdadera lumbre de fe, hobieron centella luciente de la razón natural; la cual siguiendo como guiadora, dixeron muchas cosas notables en substancia e compuestas so muy dulce estilo. E tales que allegadas e sometidas a la fe e a las otras virtudes theologales, excitan el espíritu, animan el corazón e avivan e esfuerzan la voluntad a los actos virtuosos: e recreando el ingenio con la dulce lectura dellas, más pronto e más fuerte se halla para la lección principal de la Sacra Escriptura100.



A pesar de la incondicional admiración por Cicerón y Séneca, se ve que en Alonso de Cartagena el acceso ideológico a la antigüedad se realiza todavía de lleno en la órbita de la tradición medieval. La fresca brisa que desde el principio del Humanismo italiano soplaba también hacia Castilla no fue capaz de cambiar nada. Aun como filósofo moral, Séneca no satisface completamente a este teólogo formado en la filosofía escolástica, incluso reconociendo sus compromisos éticos. En su homenaje más extenso al Filósofo, escribe:

Seneca uero quam dulcibus suasionibus et acutissimis increpationibus nos ad uirtutem prouocet, nemo est, qui ignoret. Profecto cum Epistulas eius legimus, quas ad Lucilium aliosque illius aevi uiros saepissime destinami, praecordia incitantur ac uiscera contremiscunt, illum tamquam quendam magistrum timendo; nec aliter mihi salutares illas monitiones legenti animus moueri uidetur, quam si monitus saluberrimos audirem. Sic enim quibusdam compunctionis clauis, quod ad mores pertinet, imprimere ac confingere nititur, quod ad contemptum mundi, ad eius confutandas pernicies ac uanitates respuendas omnes gentilium scriptores excellit, ac si illi fides catholica adfuerit: quam etsi scripturis non exprimat, a Paulo tamen suscepisse epistulis eius, quas ad illum direxerat, nonnulli permoti arbitrantur. Sanctum illum fuisse pie possumus opinari; nam mores illi, si opera scripturis aequauit, cum fide catholica iuncti ad beatitudinem ueram iter merito peperissent. Sed in hac inquisitione uirtutum et illarum scientifica discussione quam summarie se habuerit, quam improprie discusserit, facillimum est (uidere); ut enim Epistulas eius aliaque opuscula taceam, quae oratorum magis dulcedinem redolent, etiam cum De quatuor uirtutibus loqueretur, quas nos iam cardinales uocamus, ubi magistralius eum locutum fuisse putant, quanta commixtione confuderit, sub qua imperfectione indiscussa reliquerit, apertissimum est. Nam sub prudentia aliena non modicum aggregauit, contentiam nedum in uirtutem assumpsit, sed etiam illi liberalitatem aliaque peregrina, magnanimitati fortitudinem ut accessorium quid connectendo, ut indubie latius uolumen illius libelli suppletio exigat, quam totus ille tractatus uirtutum consistit101.



Pese a estar formulada en un lenguaje altamente personal, encontramos aquí la profunda estima con que la Edad Media honraba al Filósofo moralista, acompañada de una alusión cautelosa y restrictiva sobre su final conversión al cristianismo102. En otro orden de cosas, Alonso de Cartagena dirige una seria crítica a los escritos morales de Séneca que él ejemplifica en la Formula vitae honestae -que no tenía por apócrifa-: falta de orden, embrollo entre los diversos asuntos, estado incompleto de los textos. Es, pues, el punto de vista escolástico de la ética sistemática, el cual rechaza la presentación poco metódica y abierta de las obras de Séneca. Se evidencian aquí, quizá de la manera más clara, las fronteras espirituales que separan a Alonso de Cartagena del pensamiento de Séneca. Es un punto en el que el enfoque medieval sobre la figura de Séneca se separa del humanístico, y no es ninguna casualidad que estas palabras se encuentren en aquel escrito polémico que Alonso de Cartagena dirigió contra la traducción humanística de la Ética de Aristóteles que compuso Leonardo Bruni.

A las órdenes de Juan II trabajó otro traductor, Pedro Díaz de Toledo, capellán del Marqués de Santillana103. Tradujo los apócrifos Proverbia Senecae con el título de Proverbios de Séneca. Acumuló en su traducción prolijos comentarios, que más contribuyen a lucir su erudición que a explicar las sentencias. La obra gozó de extraordinaria popularidad, no sólo en el siglo XV, sino sobre todo en el XVI todavía, como atestiguan los numerosos manuscritos conservados104 y las no menos de doce ediciones105.

Sin concebir la más mínima sospecha sobre la autenticidad, Pedro Díaz de Toledo ve en los Proverbia una obra extraordinariamente útil de filosofía moral. En el prólogo se afirma que ésta fue enseñada por algunos filósofos morales, Aristóteles por ejemplo, como una ciencia sistemática. Otros, como Salomón en el Antiguo Testamento, habían compuesto en verso las reglas y ejemplos de la moral, «... porque mas los frequentassen los hombres y mas dulcemente veniessen ala virtud y se apartassen de los vicios». Por fin, un tercer grupo: «... hizieron de aquestos prouerbios en prosa poniendo sciencias compendiosas y cortas porque mas prestamente se aprendiessen, como hizo Seneca en el presente tractado: enel qual da sentencias y doctrina quasi de todos los actos y costumbres delos hombres»106. Se entiende fácilmente por qué precisamente esta traducción de los Poverbia Senecae, de tanta popularidad, era lo más a propósito para fomentar la alta reputación de Séneca como autor de aforismos, que en los siglos precedentes se había extendido por todas partes. Con un verdadero diluvio de citas de las más dispares vertientes que él toma muy a menudo de los libros sapienciales del Antiguo Testamento y autores cristianos, se esfuerza el erudito comentarista por rodear las sentencias de la aureola de validez moral universal. Envuelve dichos de sabiduría práctica de Publilio Siro con una nebulosa interpretación moralizante. Sólo ante los aforismos explícitamente amorales cede él en sus esfuerzos. A propósito de «Quando las maldades aprouechan peca quien obra derechamente», se dice en el comentario: «La sentencia deste prouerbio es dicha con mas passion que no con razón»107 . Y el dicho «Del enemigo non hablaras mal: mas piensalo» es claramente rechazado: «Esta sentencia deste prouerbio no es conforme ala doctrina euangelica»108. Sin embargo, trata de compaginar la mayor parte de las sentencias con la doctrina moral cristiana mediante un comentario prolijo y circunstanciado.

En el prólogo explica Pedro Díaz de Toledo que antes ya había traducido otro florilegio de sentencias -asimismo apócrifo-: «... el libro que compuso (sc. Seneca) que intitula de las costumbres y fechos»109. Y pues hay constancia de una traducción a mano con un título parecido (Obra y tractado de costumbres), uno se siente tentado a ver en ella la de Pedro Díaz de Toledo. El texto original es la antología pseudosenequiana De moribus, completada con algunas añadiduras110.

Además, aparecieron en torno a la Corte castellana por entonces toda una serie de traducciones que, en contraste con las antes nombradas, no se basaron en textos latinos, sino en ejemplares en lengua vulgar. Siguiendo instrucciones de Fernán Pérez de Guzmán, un traductor anónimo puso en castellano una selección de las Epistulae ad Lucilium titulándola Epístolas de Séneca. Esta versión se conserva también en un número mayor de manuscritos111 y alcanzó varias ediciones hasta pasada la mitad del siglo XVI112. Abarca un conjunto de 75 cartas, ordenadas en una sucesión que, en algunos puntos, resulta en extremo arbitraria. Como el prólogo indica, se hizo a base de un texto italiano113. La traducción italiana -anónima- es bien conocida: aparecida hacia 1313, usa, a su vez, como texto, al igual que la ya mencionada versión catalana, el de la traducción al francés antiguo, redactada poco antes. La traducción castellana es, pues, de tercera mano114. Todavía no se ha aclarado por qué procedimiento se llegó a la selección de 75 cartas; lo más probable es que el traductor la haya hecho al emprender su trabajo115. Es evidente que de una traducción así no se puede esperar exactitud. Más asombroso es que en los siglos siguientes su texto burdo, incompleto, no fuera sustituido por una traducción mejor. Ni siquiera en el Siglo de Oro pudieron los españoles leer la obra principal de Séneca en una traducción correcta y a la vez completa116.

Del Marqués de Santillana salió la iniciativa para la versión de las Tragedias, como observa él en carta a su hijo, estudiante de Salamanca:

A ruego e instancia mía, primero que de otro alguno, se han vulgariçado en este reyno algunos poemas, asý como la Eneyda de Virgilio, el libro mayor de las Transformaciones de Ovidio, las Tragedias de Lucio Anio Séneca, e muchas otras cosas en que yo me he deleytado fasta este tiempo e me deleyto117.



Se supone generalmente que esta traducción se ha perdido. En cambio, se conserva en varios manuscritos una traducción de las Tragedias senequianas del siglo XV118. Y aunque no existen razones claras para suponer que esta traducción obedezca a la iniciativa del Marqués de Santillana, tampoco parece que haya razones que prueben lo contrario. Lo que sí es seguro es que esta traducción anónima castellana se apoya en la ya mencionada catalana de Antoni de Vilaragut119. Lo que dijimos sobre él carácter medieval de esta traducción vale también aquí.

Finalmente, la conexión con el Humanismo italiano aparece clara en una última traducción nacida en estos círculos de Castilla. Pier Candido Decembrio había compuesto una versión italiana de la Apocolocyntosis de Séneca, que dedicó al español Nuño de Guzmán120. Este Nuño de Guzmán, gran viajero, que pasó largas temporadas en Italia, donde, entre otros, trabó contacto con Giannozzo Manetti, quien le dedicó su Vitae Socratis et L. A. Senecae121, y que realizó gestiones para conseguir los más variados manuscritos, trajo posiblemente de Italia una serie de ellos destinados al Marqués de Santillana, a quien conocía personalmente122. La versión italiana mencionada más arriba fue traducida al castellano y titulada Juego de Claudio Emperador123, sospecho que más por iniciativa suya que por su propia mano124. Nuño de Guzmán procuró incluso, como hemos dicho, refundir la traducción del De ira, originaria del siglo XIII125.

Finalmente debemos mencionar algunas obras apócrifas. Así, por entonces se tradujeron las falsas epístolas intercambiadas entre Séneca y San Pablo126. Existe una segunda traducción de la Formulae vitae honestae con el título Las quatro virtudes e doctrinas, que no se ha de confundir con la de Alonso de Cartagena127 Se conserva además una larga colección de dichos: Los Proverbios de Séneca llamados vicios y virtudes128. Aforismos genuinos de Séneca se citan sólo esporádicamente.

La plétora de versiones del siglo XV al castellano y catalán constituye una prueba segura del elevado interés que despertaron las obras de Séneca, principalmente en la primera mitad del siglo, en la Corte de Juan II y en ciertos círculos culturales avanzados de la nobleza castellana. Hemos visto claramente que la iniciativa inmediata para la mayor parte de las traducciones emanó de aquellos ambientes que, por su insuficiente conocimiento de la cultura latina, encontraron cerrado o, al menos, difícil su acceso directo a la producción de Séneca. Los abanderados de la cultura literaria de entonces anhelaban ardientemente conocer los escritos de un autor que se consideraba como el representante más destacado del pasado cultural de España. No se le dio gran importancia a la exactitud en las traducciones. Sin escrúpulo alguno se echó mano de traducciones ya hechas a lengua vulgar -al italiano, francés y catalán-, y cuando, como en el caso de Alonso de Cartagena y Antoni Canals, se tradujo directamente del latín, se manipuló el texto original con toda libertad, muchas veces incluso cambiándolo. Los principios humanísticos, en lo que a traducir se refiere, todavía no habían sentado pie en España en el siglo XV. Esto se refleja finalmente también en que los escritos apócrifos se aceptaron sin crítica alguna y florilegios medievales como la Tabulatio et Expositio Senecae de Luca Mannelli toman decidida posición en primera fila. El estilo de la glosificación respira el mismo espíritu.

Cierto, todas estas traducciones fomentaron la revitalización de Séneca en el siglo XV; pero, en el fondo, sólo fueron capaces de difundir en España una imagen medieval de aquél.





 
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