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Sergio, está linda la novela

Nicasio Urbina





Dice Thomas De Quincey en su famoso artículo «On murder considered as one of the fine arts» (1827) que «los actos violentos [en las artes] compelen en la audiencia una respuesta estética, basada en el presupuesto, que se trata del trabajo de un artista»1. De Quincey no quería bajo ningún punto justificar el asesinato, sino simplemente señalar que en las artes el crimen no es ni debería ser juzgado como un hecho ético, sino como un hecho estético. «Hazlo bellamente» dice Hedda Gabler en el famoso drama de Ibsen de 1890. Este imperativo estético nos sirve para analizar la nueva novela de Sergio Ramírez, Margarita, está linda la mar, donde el asesinato y la necrofilia someten al lector a una experiencia estética, que si bien no nos lleva a experimentar lo sublime en el sentido kantiano de la palabra, ciertamente nos impresiona por la elegancia de su estructura y el manejo del discurso narrativo. Sergio Ramírez nos ha dado ya muestras de su habilidad y pericia en estos menesteres en ¿Te dio miedo la sangre? (1977), la novela más compleja que se ha escrito en Nicaragua, Tiempo de fulgor (1970) donde aún joven demostró claramente su talento, y una docena de textos más, todos de gran calidad literaria y consumada maestría.

En Margarita, está linda la mar se conjugan dos muertes importantes en la historia y en el imaginario social y cultural de Nicaragua: el asesinato del dictador Anastasio Somoza García a manos de Rigoberto López Pérez, y la muerte del gran poeta Rubén Darío, en 1916, ambas ocurridas en León. Estos dos hechos, aparentemente disímiles y distantes, le dan a la novela una coherencia significativa, de gran belleza estructural y de importantes implicaciones críticas. Es la muerte de la autoridad, del poder: la autoridad política por un lado, la autoridad literaria por el otro; el asesinato político, la sirrosis hepática. Mientras el cadáver de Somoza chorrea excrementos por la bolsa plástica en que defeca, el cerebro de Darío es expuesto, manipulado y profanado en pos de la ciencia y la avaricia. Los múltiples paralelos y extrapolaciones que se entresacan de la novela son plurales y riquísimos en significaciones. En este artículo sólo puedo esbozar los rasgos que más tarde desarrollaré en un estudio monográfico.

La novela se abre con dos llegadas: la llegada de Somoza a León para una manifestación política el 21 de septiembre de 1956 con miras a la reelección, y la llegada de Darío a Nicaragua el 27 de octubre de 1907, triunfal y apoteósico, en la cúspide de su carrera. Dos retornos, dos arribos, dos eventos multitudinarios y significativos en la historia de Nicaragua.

La narración se realiza desde un espacio ya harto conocido: «la mesa maldita que se reúne por vieja tradición al otro lado de la Casa Prío»2 (17), mesa que ya conocimos muy bien en Castigo divino (1988). Es desde ese espacio dialógico desde donde se genera la narración. Conversan personajes ya conocidos en la novela de 1988: el Capitán Prío, el Dr. Salmerón; y algunos nuevos, Rigoberto López Pérez, el poeta, Erwin, Norberto y el orfebre Segismundo, entre otros. Cada capítulo de la novela lleva por título un verso de Darío: I.1. se titula «El retorno a la tierra natal», primer hemistiquio del primer verso del poema «Retorno», séptimo poema de Poemas de otoño y otros poemas (1910). I.2. lleva por acápite «Con temblor de estrellas y horror de cataclismo» que como todo buen nicaragüense recordará de memoria, viene del famoso «Canto de esperanza», décimo poema de Cantos de vida y esperanza (1905):


Ven, Señor, para hacer la gloria de ti mismo,
ven con temblor de estrellas y horror de cataclismo,
ven a traer amor y paz sobre el abismo.



He aquí tema para otro artículo interesante sobre esta novela, ya que el estudio de las relaciones entre los títulos de los poemas, el contenido de los capítulos, los versos de los poemas de Darío, y el contenido de los poemas de los que provienen, nos permitirían extrapolar (si existe) una red de relaciones sintagmáticas y paradigmáticas, capaces de explicar algunos aspectos de la obra. Pero Sergio Ramírez tiene más de Edgar Allan Poe que de Charles Baudelaire o William Shakespeare, por lo tanto el énfasis de la novela radica más en la planificación del asesinato del gangster (como le llama con fruición), que en el asesinato mismo. De hecho, el momento del asesinato en la novela es más bien pobre y decepcionante, ocupando apenas unas diez líneas de la página 340, mientras López Pérez bailaba La múcura, composición que ya había usado en un cuento primerizo. En la otra historia de la narración está por supuesto Darío, tanto en su Intermezzo de 1907, como en la más triste y final llegada de 1916. Bello el príncipe de los cisnes, borracho y triste, acosado por La Maligna Rosario Murillo y ayudado por el niño mudo Quirón, a quien en un acto de telekinesis le transmite el numen poético.

Ni siquiera he empezado aquí el estudio total de la novela. Sea este un prolegómeno para lo mucho que hay que decir, anotar y estudiar. Baste afirmar por el momento que con la publicación de Margarita, está linda la mar, Sergio Ramírez Mercado corrobora su posición como el mejor y más diestro novelista de la historia de la literatura nicaragüense.





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