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Sergio Ramírez: relatos sobre casos reales

Francisco Rodríguez Pastoriza





Aunque ahora se dedica totalmente a su carrera de escritor y a dar conferencias sobre literatura, su experiencia en el proceso que derrocó al dictador Anastasio Somoza y sus relaciones con personajes como Edén Pastora y Daniel Ortega, que contó en profundidad en su libro de memorias Adiós, muchachos, suscita la curiosidad y el interés de sus lectores, sobre todo de los contemporáneos de aquellos sucesos. Él mismo ha utilizado algunas de las experiencias de la lucha contra la dictadura en novelas y relatos. Estos días aparece un nuevo volumen de cuentos, Flores oscuras (Alfaguara), algunos de ellos también inspirados en vivencias y en personajes de la revolución.

Sergio Ramírez: Yo veo la revolución sandinista como un hecho del pasado. Un hecho del que yo también fui protagonista, pero un hecho del pasado. Fue una revolución que no tuvo secuelas, si acaso su secuela es la del poder. Está Daniel Ortega con el Frente Sandinista en el poder, pero eso no es la revolución, al menos no es aquella revolución conseguida entre una multitud de ideales y de sueños, ese es un capítulo cerrado. La revolución fue un asunto generacional que se dio en determinadas circunstancias en el mundo y en América latina, que se incubó en los años sesenta, la década de los grandes sueños perdidos. Una revolución que es un acontecimiento histórico y que como tal hay que analizarlo. Yo la veo ahora como un gran hecho histórico, con mucha nostalgia, claro, porque marcó mi vida. Y como escritor es una fuente literaria que me toca directamente y a la que yo entro con mucho cuidado porque es un tema muy delicado por el hecho de que yo piense hoy de determinada manera... Estos hechos tardan en ser objeto literario, como ha ocurrido en España con la República y con el franquismo. Ahora vendrán nuevas generaciones a analizar la revolución sandinista quizá con ojos más críticos que los míos.

En Flores oscuras hay al menos dos relatos directamente relacionados con la revolución sandinista o más bien con las secuelas de aquella revolución.

Uno de ellos es «Las alas de la gloria», que además es un episodio real de un hombre que fue asesinado en una cantina por un adolescente, y que había sido uno de los héroes que tomaron el Palacio Nacional a las órdenes de Edén Pastora.

En este relato señalas a otras víctimas de la revolución. Dices: «los indiferentes, los dedicados a sobrevivir, otros llenos de amargura o de frustración, con el sentimiento de haber sido olvidados y postergados».

Fueron los protagonistas de la revolución. En esa cita me refiero en concreto a los que tomaron el Palacio Nacional, que fue uno de los grandes acontecimientos de la revolución sandinista. Son héroes pero son también víctimas. Aunque tampoco en otros países ha sido diferente. Tú ves la amargura, el alcoholismo, la desadaptación social de los soldados que vuelven de la guerra de Vietnam, esos que han vivido rozados por las alas de la gloria. ¿Y después qué ha pasado con ellos? Los héroes del Palacio Nacional vivían en la pobreza cuando participaron en ese acontecimiento y la revolución no los sacó de allí. Algunos aún son fieles a Daniel Ortega y aparecen en las fotografías de las celebraciones del 22 de agosto. Luego vuelven a desaparecer. La mejor expresión es la del protagonista de ese cuento, que muere acuchillado en una cantina discutiendo con un joven sobre quién es más valiente, discutiendo con alguien que no sabe quién es él ni sabe qué ocurrió el 22 de agosto ni qué es la revolución, que no sabe absolutamente nada. La gente de la siguiente generación ignora mucho sobre la revolución. En un reportaje que vi en una televisión, un joven decía que Sandino había sido uno que había luchado con la contra. Es una ignorancia supina de lo que es la historia de Nicaragua y de la revolución.

Hay otros episodios reales en este libro.

Casi todos lo son.

Todos los protagonistas de estos relatos viven experiencias terribles de pobreza, de marginación, de infortunio. Si, como decía Tolstoi en Ana Karenina, todas las familias infelices cada una lo es a su manera, estos infelices también viven sus tragedias cada uno a su manera.

Precisamente porque las formas de infelicidad son muy distintas. En eso tiene mucho sentido la frase de Tolstoi, porque sobre las personas felices nadie escribe, sería una historia muy aburrida para un lector que lo que busca es lo que no es la vida normal. La infelicidad se engendra de distintas maneras. Es un padecimiento individual pero tiene que ver con los demás, con circunstancias históricas... alguien que es atrapado por los vientos del destino y de repente vive este estado de infelicidad o termina este estado de infelicidad no sabiendo lo que su vida hubiera sido si el azar no hubiera estado de por medio. La felicidad viene a resultar algo ideal pero el estado de felicidad perpetua es algo que no existe. Hay un nexo que une todos estos cuentos con una tragedia personal porque todo está tejido alrededor de una misma historia de la que los personajes provienen.

De vez en cuando, en estas personas marginadas, sórdidas, que parece que no tienen salvación, hay un destello de brillantez, como cuando en «Ángela, el petimetre y el diablo», aquel solterón y borracho que se niega a casarse con una cuarentona a la que ha dejado embarazada, y que de pronto descubrimos que ha sido un lector aficionado a la gran literatura, a juzgar por los libros encontrados en su biblioteca: Baroja, Papini, Gorki, Malaparte, Zweig…

Y Blasco Ibáñez, al que no cito y que también estaba. Digo que estaba porque esta es una historia real muy cercana. Es algo que le ocurrió a mi tía Ángela Ramírez, quien tuvo este traspiés con el novio, ya siendo mayor, y que tuvo este hijo, que murió loco en un siquiátrico. Ya había contado esta historia en mi novela Un baile de máscaras, pero ahora la cuento con los nombres reales. Fue una tragedia que yo viví porque mi padre siempre hablaba de esta historia, de lo que había hecho para salvar el honor de su hermana, de las gestiones con este hombre, que había sido íntimo amigo suyo de juventud. Sólo se le pedía que se casara, aunque no viviera con ella, que firmara ante el juez el documento del matrimonio para legalizar a su hijo, pero él nunca quiso. Era una obsesión de mi padre y por eso esa historia yo la sabía de memoria. Y recuerdo perfectamente la vitrina con los libros que le había dejado su padre. Eran los libros que circulaban entonces en Nicaragua y eran muy leídos. Con Blasco Ibáñez ocurría lo que ocurre ahora con los libros de García Márquez, que desbordan los círculos literarios y que son leídos en todas partes. Yo también los leí entonces y los toqué. Algunos he vuelto a releerlos y muchos me han decepcionado. La madre de Gorki, por ejemplo, que ahora veo que no es sino un instrumento de propaganda, puro realismo socialista. Y es real también la historia del cuento «Abbott y Costello», la del emigrante que fue despedazado por dos perros rottweiler en Costa Rica, y que provocó un debate terrible entre Costa Rica y Nicaragua. Recuerdo que la muerte de este hombre encendió mucho las pasiones nacionalistas y chauvinistas en los dos países. En los cuentos transformo estas historias reales pero trato de conservar el tono de una narración periodística más que de un relato de ficción. Gran parte del texto de la sentencia está copiado de las actas oficiales del caso, en el que se ve cómo los jueces actuaron de manera nada objetiva.

¿Hay también algo de autobiográfico?

«No me vayan a haber dejado solo», el relato que parte de la contemplación de una fotografía, es totalmente autobiográfico, y la foto en la que me baso para escribir esta historia existe. Viene de la obsesión que yo he tenido siempre por introducirme en el escenario en el que fue tomada la foto, la casa que ya está para siempre vacía.

Es posible que a través de estas narraciones el lector pueda hacerse una imagen sórdida de Nicaragua.

Es que la de Nicaragua hoy no es una imagen feliz. En estos relatos planteo lo que yo siento que es Nicaragua y lo hago a través de estos personajes, cuyas situaciones yo no he inventado sino que he tomado de la realidad: lo que pasa con los emigrantes que van a Costa Rica, el hecho de que muchas personas se hayan hecho ricas con la revolución y otras que habían sido héroes se hayan quedado viviendo de robar tapas de las alcantarillas para venderlas al peso...

La última historia es como un colofón perfecto porque nos viene a decir que el destino está marcado. Es una supuesta historia del pacto entre Judas y Jesús para que Judas haga lo que le dice Jesús que tiene que hacer para que todo salga como todos sabemos que ha salido. Es como si se diera a entender que los personajes de los cuentos que le preceden estuvieran ya marcados por un destino del que no pueden escapar.

Puede ser que exista ese nexo, el de una red tejida alrededor del destino, que es una tesis tan poco científica. A mí me fascinan en la literatura los temas del destino y el azar... cómo uno está sometido permanentemente al azar salvo cuando, como en el caso de las Sagradas Escrituras, se traza un plan arriba, se escogen abajo a los actores de ese plan y estos no tienen ninguna escapatoria, porque si el Maestro sabe que Judas lo va a traicionar es porque eso es parte de ese plan. Y eso libra de culpa a Judas porque ese es el papel que le han asignado. Ahí no hay azar. Eso es inmutable, se va a cumplir y eso lo viene repitiendo el Maestro. Tanto lo sabe que él mismo tiene miedo.

Algunos de estos episodios podrían convertirse en novelas, por la riqueza de sugerencias que contienen. ¿Qué es lo que decide que una historia se transforme en cuento o en novela?

El género en el que yo me siento mejor es en el de la narrativa en general, ya sea en una historia que vaya a dar al cuento o en un conjunto de historias que van a dar a una novela. Para mí el acto de inventar es un gozo seguido de un padecimiento, que es el de corregir. El inventar no lo considero un trabajo, es algo que va saliendo. Una novela ya se sabe que es asunto de tiempo, mientras el cuento sale de otra manera. Puede que uno ya tenga resuelto el final y va directo hacia ese final. Son procedimientos muy diferentes el del cuento y el de la novela. En la novela, aunque uno haga un esquema capítulo a capítulo, eso sólo es apenas una guía que a lo mejor sirve de poco. La novela tomará su curso, es un proceso en el que el subconsciente tiene mucho que ver. Es otro tipo de aventura. El otro género que practico es el de la reflexión, el ensayo o los artículos de prensa. Lo hago con rigor pero no con tanto placer, porque me encuentro ante una responsabilidad inmediata, que es la de plantearme si lo que voy a decir tiene algo novedoso o es fundado. Ese es otro tipo de proceso con el que me siento menos a gusto. Por eso cuando termino un ensayo, una conferencia o un artículo, siento que me he quitado un peso de encima.





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