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IV. Por qué permite Dios estas caídas y escándalos en el mundo

     Mas, por ventura, preguntará alguno cuál sea la causa porque Nuestro Señor (por quien se gobierna la Iglesia) permita estos escándalos y caídas con otros males aún mayores, como son varias sectas y herejías, que hacen mayor daño. A esto responde el mismo Señor, diciendo: Tentat vos Dominus Deus vester ut palam fiat utrum diligatis Deum in toto corde et in tota anima vestra an non. Quiere decir: «Permite Dios que seáis tentados para que se manifieste si amáis a Dios con todo vuestro corazón y ánima o no.» Pues por esto permite Él estos escándalos y tentaciones, porque por aquí se vea quién ama a Dios de veras y quién no, quién es leal y fiel y quién desleal y infiel, quién es fuerte y constante y quién caña liviana que se mueve a todos vientos. Véis aquí, hermanos, el fructo que se saca de estos escándalos, que es conocimiento de vos mismos, en que se funda la humildad, fundamento de toda la vida espiritual. Porque en estos peligros sucede lo que dice Salomón: que el justo permanece como el sol, más el loco se muda como la luna.

     La diferencia de estos dos estados declaró el Salvador con una divina comparación, que dice así: Los fuertes edifican sobre piedra firme, y por esto no hay batería que los derribe; y los flacos edifican sobre arena, y por esto cualquier viento o lluvia les derriba la casa. Lo mismo también se ve en la trilla del pan, donde el viento se lleva la paja liviana, mas el trigo se queda en su mismo lugar. El oro y la plata echados en el fuego, se purifican y quedan más hermosos; pero la paja y la leña se convierten en ceniza. Lo mismo nos declara el Eclesiástico por otra semejante comparación, diciendo: Vasa figuli probat fornax, et homines justos tentatio tribulationis. Quiere decir, como declara San Agustín: «El vaso de barro bien amasado, echado en el horno, se fortalece y endurece más; pero el mal amasado, con el mismo calor, revienta y estalla; pues eso mismo acaece a los hombres buenos y malos, ofrecida la ocasión de la tribulación.»

     Y por todas estas comparaciones entenderéis que los flacos que con la ocasión de las caídas ajenas desmayan y desisten de sus buenos ejercicios, son, como decíamos de la luna, que cada día se muda; son como pajas que se lleva el viento; son como barro mal amasado que revienta en el horno; son como caña vana que con cualquier soplo de viento se muda; y finalmente, son como el loco que funda su casa sobre arena, y así cualquiera tempestad la derriba. Esto sólo debe bastar para que se conozcan y avergüencen los flacos y pusilánimes de la poca firmeza y constancia que tienen en la virtud.

     Y como importa mucho que se conozcan los flacos, para que se humillen, así también conviene que se conozcan los fuertes, por el gran fruto que se sigue de ser conocidos por tales; y lo uno y lo otro se descubre en semejantes ocasiones y tentaciones. Lo cual dice San Pablo por estas palabras: Oportet haereses esse, ut qui probati sunt manifesti fiant in vobis. Quiere decir: «Conviene que haya en el mundo herejías y engaños de hombres malvados para que con esta ocasión se conozcan los verdaderamente buenos; los cuales ni con esta ocasión ni con otra alguna se alteran ni pierden su virtud y constancia; y con esto quedan refinados y apurados, como el oro en la fragua, donde se prueba su firmeza. Y así confiesa el Profeta haber sido probado y examinado, diciendo En el fuego de la tribulación, Señor, me probastes y no hallastes maldad en mí. Y importa tanto que el verdaderamente bueno sea probado y conocido por tal, que el mismo Apóstol hace un largo memorial de todas sus virtudes y trabajos, cárceles y azotes y naufragios que había padescido por Cristo, y de las grandes revelaciones que tenía, hasta decir que fue llevado al tercero Cielo. ¿Pues para qué fin esto? La respuesta es que esto hacía el Apóstol para acreditarse con los de Corinto, a quien había predicado y convertido a la fe; y quería probar que era verdadero apóstol de Cristo, para que se fiasen de su doctrina y no diesen crédito a los falsos apóstoles que pretendían desacreditarle. De modo que de este crédito pendía la verdad de la doctrina que él había predicado. Por donde entenderéis cuánto importa que el bueno sea conocido por verdaderamente bueno; pues por esta causa permite Nuestro Señor los escándalos y herejías, para que se conozcan los aprobados y verdaderamente buenos, porque con esto nos aprovechamos de sus ejemplos y consejos y de sus documentos y doctrinas; mayormente siendo los buenos como carbones encendidos, que abrasan y encienden aquéllos con quien tratan.

     Para lo cual contaré aquí un ejemplo memorable que refiere San Agustín de los caballeros recién desposados: Los cuales aportando a una ermita, y leyendo en ella la vida del grande Antonio, determinaron renunciar al mundo y entregarse a Dios. Y por este mismo ejemplo las doncellas con que estaban desposados hicieron lo mismo, entrando en religión; tanto pueden los buenos ejemplos. ¿Qué más diré sino que el mismo San Agustín, que hasta los treinta años de edad fue hereje maniqueo, movido por este ejemplo, vino a ser de hereje una lámpara clarísima del mundo, de quien canta la Iglesia que después de los apóstoles y profetas tiene el segundo lugar en la iglesia cristiana?

     Veis aquí pues, respondido a la causa por qué permite Nuestro Señor haber estos escándalos en la Iglesia: para que por ellos el perfecto y imperfecto, y el fuerte y el flaco sean conocidos; y el que se hallare fuerte, dé gracias a Dios por su fortaleza; y el que se hallare flaco, se humille y diga con el Profeta: Si el Señor no me ayudara, poco faltó para dar una gran caída. Pues por esta causa pedía David a Dios que le tentase y le examinase: porque hasta verse en alguna tribulación, no podía tener entero conocimiento de sí mismo.

     Porque muchos se engañan con una sombra y imagen de virtud, y con una ternura de corazón que llega hasta derramar lágrimas; los cuales con todo esto desmayan y cayen en el tiempo de la tribulación.

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