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V. Del uso y frecuencia del Santísimo Sacramento y de la necesidad que de él tenemos para la defensa de nuestros espirituales enemigos

     Al fin de este sermón (aunque salga algún tanto del propósito principal) me pareció tratar del uso y frecuencia del Santísimo Sacramento y de la necesidad que tenemos de Él; porque ésta es la que da motivo a los pocos devotos para murmurar de ella, pareciéndoles ser demasiada. Y por esto, será razón tratar, de ella y de los abusos que acerca de esta frecuencia pueden entrevenir. Y pues la divina Providencia no permite males, sino para sacar de ellos algunos bienes, veamos los que de estas ocasiones debemos sacar. De lo cual algo dijimos al principio de este sermón mas agora añadiremos lo demás.

     Y aunque, en este género de argumentos, hable generalmente con todas las personas, pero más particularmente con las mujeres, que con los hombres. Y dígolo porque no sé qué plaga es ésta, que siendo este divino Sacramento el mayor tesoro y el mayor beneficio que después de la Sagrada Pasión se ha hecho al mundo, las mujeres parece que se han alzado con él; porque a muy pocos hombres vemos frecuentar este misterio. Por donde parece que para las mujeres es menester freno, y para los hombres espuelas muy agudas. Y no sé qué espuela sea más aguda, que decirles ser esta omisión y negligencia suya en alguna manera semejante al mayor de cuantos pecados ha habido en el mundo. ¿Escandalizaros heis de esto? Pues para que no os escandalicéis, acordaos de que caminando Nuestro Señor a Hierusalem a ofrecerse en sacrificio por la redempción del mundo, viendo la ciudad, comenzó a llorar la calamidad grande que le estaba aparejada: Y esto por no haber querido reconocer el tiempo de su visitación, ni aparejarse para recibir aquel tan grande beneficio que les ofrecía Dios con la venida de su Unigénito Hijo para la salud y remedio de ellos. Pues ved, agora, vos la semejanza que tiene vuestra negligencia con aquella culpa; pues ofreciéndoseos el mismo Señor cada día en la Iglesia para remedio y salud de vuestras ánimas, no queréis recibir el bien que se os entra por las puertas. Por tanto vea cada uno la cuenta que dará a Dios de esta negligencia; pues ofreciéndoseos Él con tanta gracia, no le queréis abrir la puerta de vuestras ánimas.

     Estos son, pues, los que dicen (como ya dijimos) que basta rezar un Pater noster, y comulgar una vez en el año, como lo manda la Iglesia: y que esotros espirituales ejercicios son para los que caminan a la perfección, y no para los imperfectos y flacos que es la mayor parte de la Iglesia. Quiero pues yo agora daros otro desengaño, no menos importante que el pasado. Y para esto quiero tomar este negocio dende sus principios, y traeros a la memoria que fuísteis baptizados, y que antes del Baptismo érades vasallos del demonio y pertenecíades a su reino y, por virtud de este sacramento, fuistes librados de este vasallaje y cautiverio, y allí renunciastes al demonio con todas sus pompas y vanidades y os armaron caballeros con todas las armas de las virtudes para pelear con este enemigo y señaladamente os ungieron con el Santo Oleo, como antiguamente se ungían los luchadores, porque habíades de pelear y luchar con este enemigo y con todos los demás. Y por esta razón vos previene luego el Espíritu Santo para esta batalla, diciendo: Hijo, allegándote al servicio de Dios, apercíbete con un santo temor y apareja tu ánima para la tentación. Y está tan cierta y aplazada esta batalla, que el santo Job dice que la misma vida del hombre es milicia y batalla sobre la tierra. Y reconociendo esto la Iglesia, manda dar cada noche un pregón general por todas las iglesias de la Cristiandad apercibíéndonos para esta guerra con aquellas palabras del apóstol San Pedro, que dice: Hermanos velad y estad sobre aviso, porque el demonio, vuestro adversario, como león rabioso anda buscando a quien tragar. Y el apóstol San Pablo, al mismo tono, también nos previene y apercibe, declarándonos la potencia y fortaleza de nuestros adversarios y las armas con que nos habemos de defender, diciéndonos: No es nuestra pelea contra enemigos de carne y de sangre, sino contra los príncipes y potestades del infierno y contra los espíritus malignos que andan por este aire. Y después de declaradas muchas armas para esta pelea, finalmente concluye con ésta: Per omnem orationem et obsecrationem orantes omni tempore in spiritu et in ipso vigilantes in omni instancia et obsecratione. En las cuales palabras encomienda la instancia y continuación de la oración tan encarecidamente y con tanta repetición de las mismas palabras, queriendo que velemos en este ejercicio en todo tiempo. Y hace tanta fuerza en la oración porque estos enemigos no pueden ser vencidos sino con socorro del Cielo; y la oración es el correo que va allá y lo trae consigo a la tierra. Lo cual avisaba el Apóstol, como quien conocía las fuerzas de nuestros adversarios; porque pues ellos nunca cesan de combatirnos, nosotros no debemos andar descuidados.

     Y cuales sean estos enemigos, en la cartilla lo aprendistes que son mundo, carne y demonio. Y por mundo entendemos los hombres mundanales y vanos, que con sus pompas y vanidades y malos ejemplos nos incitan al mal. Y entendemos también por mundo los hombres malos y perversos, que con injurias, infamias, agravios, deshonras y falsos testimonios nos tientan de paciencia, y hacen guerra a la caridad, provocándonos a odios y malquerencias. Por carne entendemos lo que llaman los teólogos fomes peccati, que es el apetito sensual con sus malas inclinaciones y deseos; que es el manantial y seminario de todos los pecados. Y estos apetitos y pasiones atiza y enciende el mismo demonio, de quien se escribe en el libro de Job, que con su vafo hace arder las brasas, que son los apetitos y ardores de nuestra carne. Y del mismo dice otra cosa terrible, y ésta es que a veces los enciende de tal manera que arden como un aceite que está herviendo a borbollones. Y esto acaece en algunas pasiones y tentaciones tan furiosas y vehementes, que le parece al hombre imposible vencerlas; puesto caso que en esto se engaña.

     Del tercer enemigo que es el demonio, no trato, porque ya sabéis que en el Evangelio se llama tentador, porque ningún otro oficio tiene perpetuamente sino éste, sin perdonar a nadie. «Porque, como dice San León papa: ¿A quién dejará de tentar, pues se atrevió a tentar al mismo Hijo de Dios» Tantum enim sibi de naturae nostrae fragilitate promiserat ut quem verum experiebatur hominem, praesumeret posse fieri peccatorem. Quiere decir, que tanto se prometía de la flaqueza de nuestra naturaleza que, viendo que este Señor era hombre, presumió que también podía ser pecador.

     Quiero, pues, agora, hermanos, entrar con todos en cuenta. Si nos consta por lo dicho, que toda la vida del cristiano es una batalla perpetua y ésta con enemigos tan astutos, tan poderosos y tan crueles y malos, y no va menos en la victoria que el paraíso o el infierno; y en el santo bautismo fuimos ungidos y armados para esta milicia; ¿cómo vivimos tan descuidados y desapercibidos? ¿Qué es de la oración? ¿Qué es de la guarda de los sentidos? ¿Qué es del socorro de los sacramentos? ¿Qué es del huir de las ocasiones de los pecados? ¿Qué es de los ayunos y penitencias? ¿Qué es de la guarda del corazón, con todas las otras armas de esta caballería, mayormente sabiendo que no perdona a chicos ni a grandes, ni a perfectos ni imperfectos, pues se atrevieron a tentar al mismo Hijo de Dios? ¿Y vos, queréis excusar a los principiantes y novicios en la virtud, sabiendo que esos tales están tanto más cerca de caer cuanto menos raíces tienen echadas en la virtud? Porque si el principiante y el imperfecto estuviesen más libres y más seguro de los combates del enemigo, tuviérades alguna razón; mas no lo está sino en tanto mayor peligro cuanto su flaqueza es mayor; y así mayor necesidad tiene de armas y reparos para defenderse. Clara cosa es que el castillo muy fortalecido y pertrechado fácilmente se defiende; mas el flaco y desapercibido mayor necesidad tiene de socorro. Pues lo mismo decimos de los cristianos fuertes, y flacos: el fuerte, en medio de las llamas, está seguro; mas el flaco, a veces un soplo de viento, como es una vista de ojos desmandada, basta para derribarlo.

     Y descendiendo más en particular, tres géneros de armas usaban los cristianos en la primitiva Iglesia: que eran, la palabra de Dios, y la Sagrada Comunión y la continua oración. Las cuales declara San Lucas diciendo: Erant perseverantes in doctrina apostolorum, comunicatione fracionis panis, et orationibus. Quiere decir: «Ocupábanse en oír la palabra de Dios de la boca de los apóstoles, y en la Sagrada Comunión, y en el ejercicio de la oración.» Y más abajo dice que perseverando las mañanas en oración en el templo, iban a sus casas a recibir la Sagrada Comunión, porque no había entonces iglesias para este efecto. Y con estos tres santos ejercicios se fundó la Iglesia y se crió y creció hasta llegar a su perfección.

     Mas entre estas armas espirituales la más poderosa es la Sagrada Comunión. Y así dice San Juan Crisóstomo: Ut leones spirantes ignem, ab illa mensa discedimus, terribiles doemonibus effecti. Quiere decir que, con la virtud de este Divino Manjar, salimos tan esforzados como leones que hechan fuego por la boca, y hacemos temblar los mismos demonios. Por donde San Hierónimo donde nuestra letra dice: Panem angelorum manducavit homo, traslada él: Panem fortium manducavit homo, para significar la fortaleza espiritual que este sacramento da a quien dignamente lo recibe. Y por esta causa, habiendo Nuestro Señor revelado a su Iglesia en tiempo de San Cipriano una grande persecución que se le aparejaba, escribe este santo obispo con otros treinta y siete obispos al papa Cornelio que dispense con algunos cristianos que estaban privados de la Sagrada Comunión, para que con la virtud de este Sacramento estuviesen fortalecidos y armados para la confesión de la fe. Porque, como dice él, Idoneus non potest esse ad martyrium qui ab Ecclesia non armatur ad proelium. Et mens deficit, quam accepta Eucharistia non erigit et accendit. Quiere decir «que no está esforzado para recibir martirio, a quien la Iglesia no arma con este sacramento». Porque es cierto que aunque en la torre de David, que es la Iglesia, hay todo género de armas espirituales para pelear en esta milicia, ninguna hay tan poderosa como la Sagrada Comunión. De lo cual tienen experiencia muchos que, viéndose muy apretados del enemigo y probando otros remedios, ninguno hallaron más eficaz que este divino sacramento, recibiéndolo con toda la humildad y reverencia que se le debe; por el cual cuasi miraculosamente fueron librados.

     Siendo, pues, la vida del cristiano una perpetua guerra (como dijimos) y estando cercados de tan crueles y poderosos enemigos, y siendo la mejor arma de todas este divino manjar, ¿cómo dejamos de aprovecharnos de este grande esfuerzo que el Hijo de Dios nos dejó para esta batalla? ¿Cómo pasan tantos tiempos sin aprovecharnos de este socorro? De otra manera se hacía esto en el principio de la Iglesia, donde los fieles comulgaban cada día. La cual costumbre se continuó hasta el tiempo del papa Anacleto, que fue el quinto después del apóstol San Pedro. Y conforme a esto se alega un decreto suyo en que dice: Omnes fideles, peracta consecratione, communicent, qui noluerint ecclesiaticis carere liminibus. Sic enim apostoli docuerunt et Sancta Romana Ecclesia tenet. Quiere decir: «Todos los fieles acabada la consagración de la misa, reciban el Santo Sacramento, porque así lo enseñaron los apóstoles y así lo tiene la Santa Iglesia de Roma.» Y aún más os diré, que las iglesias de España continuaron esta misma frecuencia hasta el tiempo de San Hierónimo, como él lo escribe en una epístola a Licinio Bético; lo cual redunda en grande gloria de nuestra nación, por haberse conservado en ella esta devoción del tiempo de los apóstoles.

     Dirá, pues, alguno: siendo esto así, ¿por qué la Iglesia no nos obliga a comulgar más que una vez en el año? A esto responde Santo Tomás que la causa es la malicia y poca devoción de los tiempos. Porque al principio, cuando hervía más la devoción de aquellos primeros cristianos, se recibía este sacramento cada día. Después, disminuyéndose más la devoción el papa Fabiano redujo esta obligación a las tres Pascuas del año. Y como las cosas de la vida humana van siempre de mal en peor y una licencia trae otra licencia y un vicio otro vicio, viendo esto el papa Innocencio Tercero, redujo esta obligación a sola la Pascua de Resurrección; y esto no sin grande consejo y prudencia. Porque las leyes generales comprehenden fuertes y flacos, y éstos son los más. Y de éstos hay muchos enredados en pecados, de que no quieren salir: unos enemistados, que no se quieren reconciliar; otros, que tienen usurpados los bienes ajenos, y no quieren restituirlos; otros, que andan en bandos muy apasionados, heredados de padres y abuelos, sin dar fin a ellos; otros, que traen pleitos injustos, de que no quieren desistir, y ya que más no pueden, dilatan la causa con agravio notorio de la justicia; y otros aún más enredados que éstos en afecciones sensuales, de que no lleva remedio apartarlos, porque los tiene el demonio presos con lazos de grandes afecciones. Pues si a éstos que tan obstinados están en su mal vivir, obligase la Iglesia a comulgar muchas veces en el año, correría gran peligro o que no obedeciesen o se atreviesen a comulgar indignamente, por no desistir de su pecado. Y por este tan justo respecto no los quiere obligar la iglesia más que una sola vez, dándoles un año entero de espera para descargarse de sus pecados y habilitarse para la Sagrada Comunión. Mas, con todo eso, los obliga a una comunión; porque si esto no hiciese, por ventura estarían toda la mayor parte de la vida sin comulgar; pues vemos agora que a poder de censuras y penas y publicación de su desobediencia, los traen a la comunión, lo cual es indicio que si no fueran compelidos y tenidos por infames, nunca se llegaran a este sacramento por no desistir de su pecado. Y por esto la Iglesia, con mucho consejo, ni los quiso obligar a muchas comuniones, porque los tales no comulgasen indignamente, ni quiso dejar de obligarlos a una, porque si no lo hiciera, muchos de ellos estuvieran sin comulgar toda la vida.

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