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1

Este discurso va pues a servir sólo para la lectura. Su autor no ha escrupulizado por lo mismo en darle mayor extensión que la que habría tenido en otro caso, determinándose a ello por el interés católico que inspiran varios de los puntos que trata. (N. del E.)



 

2

«Haec est victoria quae vincit mundum, fides nostra», I Joann., cap. V, v. 4. (N. del A.)



 

3

«Nihil autem opertum est quod non reveletur neque absconditum, quod non sciatur», Luc., cap. XII, v. 2. (N. del A.)



 

4

Tal vez parecerá que explicándome de esta suerte considero la abolición del poder temporal de los pontífices como el objeto final de la revolución, pero no es así. Para mí esa idea es prominente, y si se quiere de la primera magnitud; pero no el todo, ni mucho menos el fin de la revolución europea. Siempre he creído necesario distinguir entre el pensamiento de la revolución, que se identifica en cierto modo con el movimiento de los siglos, y el pensamiento de sus agentes, que de ordinario sigue la razón de las circunstancias y anda por la carrera de los obstáculos. ¿Para qué tratar de las diferencias entre el Austria y Roma? ¿Para qué discurrir especialmente sobre la célebre cuestión de la independencia italiana? En el estado actual de las cosas, nunca podemos detenernos aquí, porque la cuestión de independencia sería cuando mucho el primer acto de un drama en extremo complicado, vago y general para reducir a solo ella el pensamiento de la revolución. Una cosa importa saber, y es la razón en que se halla con ésta y con el movimiento general de la Europa el poder temporal de los pontífices. Viniendo a este punto no he temido concretar en este poder el pensamiento más inmediato de la revolución. ¿Por qué? Oigamos a uno de los que más se interesan en ella, y de los menos favorables por lo mismo al triunfo de los principios católicos. «La Italia, dice Mazzini, es el centro de la Europa tradicional e histórica, y en consecuencia el blanco de todas las fuerzas revolucionarias desarrolladas por este siglo y el precedente. Mientras exista la Italia católica, papal y tradicional, no podrá la Europa renovarse, porque la Italia es la suprema autoridad conservadora de todos los principios, de todos los derechos y de todos los intereses de lo pasado. De tres siglos acá, la Europa conspira contra Roma, etc., etc.»4.1. He aquí por qué no temí concretar la revolución europea en la revolución italiana, ésta en la de Roma, y el blanco de la de Roma en la autoridad y en el poder temporal del señor Pío IX. He creído siempre que el catolicismo con sus tradiciones, su historia, su pensamiento y sus destinos se reconcentra, considerado bajo un aspecto político, en la institución del poder temporal de los pontífices, y que por tanto, mientras éste viva, será más o menos clara o encubiertamente el primer objeto de la revolución europea, y por lo mismo de la de Italia y de la de Roma. (N. del A.)



 

4.1

De l'Italie dans ses rapports avec la liberté et la civilisation moderne, Tom. II.



 

5

Los fundamentos de este juicio histórico pueden verse en una obra mía titulada: Curso de jurisprudencia universal, Tomo II, Disertación 1.ª, publicada en Morelia desde 1844, es decir, un año antes de que se conociese aquí la obra del señor Balmes titulada: El protestantismo etc. (N. del A.)



 

6

Jerem. XII, v. 11. (N. del A.)



 

7

Ps. XIII, v. 4. (N. del A.)



 

8

Ps. II, v. 4. (N. del A.)



 

9

Ps. XX, v. 12. (N. del A.)



 
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