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Sermones1


Fray Dionisio Vázquez






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- I -

Sermón de la Resurrección


In Resurrectione Domini



Thema: Vicit leo de tribu Juda radix David.


(Apoc., V, 5.)                


Doctísimo y reverendísimo y católico concejo. Celebra hoy nuestra madre la Iglesia la segunda natividad de Cristo nuestro Redemptor en cuanto hombre, y es fiesta muy de su Sancta

Madre, y tanto que es tanto suya, en su manera, como suya de Él en la suya. Bien veo que sabéis todos que el que tiene hijo es padre, y en el punto que se muere el hijo, dexa de ser padre: y esto mismo hemos de decir de la madre.

Cristo nuestro Redemptor fue verdaderamente muerto, y, cuando estaba en el sepulcro, estaba muerto. Aunque la divinidad nunca dexó la humanidad, etiam mortuo Christo, pero el ánima de Cristo bien dexó la humanidad.

Pues digo aguora que la Reina sacratísima dexó de ser Madre de Dios cuando murió Cristo, porque dexó de ser el que ella había parido, porque parió a Dios hecho hombre. De manera que, pues dexó de ser hombre, dexó de ser su hijo, y ella dexó de ser madre, porque no hay madre sin hijo. Fue privada la Madre de Dios de la mayor dignidad y excelencia que ninguna criatura hasta hoy privada se vio, porque se vio privada de tener a Dios por hijo, y así sintió más de su Pasión que otro ninguno; que, aunque se compadesció con todos, pero mucho más que todos, y aunque con munchos, pero más que munchos. Y todos los dolores y compasiones juntos, fundidos, no son nada en comparación de lo que ella sintió. [Costó mucho a la Madre de Dios la muerte de su Hijo porque le costó el ser madre, y a Él le costó ser hombre. Pero en esta natividad, Él pasó de ser perfecto hombre a ser perfectísimo hombre; y ella, de ser perfecta madre, a ser perfectísima madre]. De manera que derechamente la llamaremos su fiesta, pues en ella tornó a ser Madre de Dios, y de muy otra hechura, y el por qué, adelante lo diré.

Pues llamemos a esta fiesta segunda natividad de Cristo nuestro Redemptor, con licencia de San Agustín. San Agustín dice que dos fueron las natividades de Cristo. La primera fue cuando nasció del vientre virgíneo, único, y tan único, que no hubo otro, ni habrá otro tan único en virginidad. Y esta natividad fue verdaderamente natividad. Esta otra fue metafórica, que fue cuando Cristo salió del sepulcro. De manera que estuvo en dos vientres únicos, porque el vientre del sepulcro fue tan único, en su manera, como el de la Virgen, en la suya.

En esta segunda natividad fue la Madre de Dios, que había dexado de ser madre, reelegida en ser Madre de Dios.

Vamos adelante. Veamos cuál fiesta fue más suya: ésta u la de la Natividad. En verdad, mucho más ésta. Porque, aunque en la otra fue Madre de Dios verdadera, porque le parió; pero en ésta fue Madre de Dios porque cobró lo perdido. En la otra fue madre para dejar de ser madre; mas en ésta fue hecha madre para no dexar de ser hecha madre. En la otra fue hecha madre de hombre que había de dejar de ser hombre; mas en ésta fue hecha madre de hombre incorruptible. ¡Oh, válasme Dios, cuán suya es esta fiesta! Mucho, en verdad.

Ahora, pues, démosle las buenas Pascuas de ser madre, según la natividad primera; pero con mayor regocijo le demos las albricias de ser Madre de Dios y hombre. Pero muchas mayores y más copiosas mercedes os pedimos desta segunda natividad, en la que os visteis la más honrada madre, que nunca se vio ni se verá. Señora, hasta ahora os llamábamos Madre a ten ten, agora os llamaremos Madre a boca llena. Y porque estas mercedes no se pueden alcanzar sin gracia, otorgadnos, Señora, una poca, pues sois parte para hacernos con ella. Y para más obligaros, os rezamos la antífona, con la cual toda la Iglesia os saluda hoy: Regina caeli, laetare.


Vicit leo, etc.


«Venció el león del tribu de Judá, raíz de David, para abrir el libro».

La misma autoridad demuestra lo que tiene y cuán pregnada está. Venció el león, visto en figura de cordero por San Joán. Veamos: si león, ¿cómo cordero?; si cordero, ¿cómo león?

Vamos más adelante. Radix David. Dad acá. ¿Cómo encaxaremos esto? Esaías dice: Egredietur virga de radice Jesse. Donde se dice que la flor es Cristo nuestro Redentor, y se dice que Jesé es raíz de Cristo nuestro Redentor. Luego también David, su hijo, será raíz de Cristo nuestro Redentor. Luego ¿cómo dice que es raíz de David? ¿Qué es esto, evangelista? Decídnoslo vos, por vuestra vida.

Mirad: dexemos ahora de hablar de Cristo, en cuanto Dios, que, en cuanto Dios, principio es de todas las cosas, y ansí no hay dificultad en el tema; pero, en cuanto hombre, digo que fue raíz de David. ¿Queréislo ver? Si David fue rey, por Cristo lo fue; si tuvo estado, por Cristo lo tuvo; si tuvo fausto, por Él lo tuvo. Si no hubiera de haber Mesías, no hubiera rey, no hubiera sacerdotes, no hubiera templo, no hubiera Sancta Sanctorum, no hubiera nada desto; no, nada. Luego Cristo, en cuanto hombre, raíz es de David. Así es: vamos adelante.

Venció el león, [no] por fuerza de armas, no con lombardas, no con trabucos ni con nada de eso, sino con solemne justicia y heroica. Fue necesarísimo que fuese la cosa por justicia y no por punyadas. Este vencimiento fue hecho cuando Cristo nuestro Redemptor expiró en la cruz. Y había de ser este vencimiento una cortesía y un placer muy grande para Dios, por una ofensa muy grande que se le había hecho, por lo cual andaba un pleito pendiente entre Dios y los hombres, como entre partes principales, sobre tres cosas muy importantísimas para nuestra salvación. La primera sobre la gloria del ánima. La segunda sobre el buen tratamiento del cuerpo. La tercera sobre el aposento que se le había de dar.

Mirad: cuando Dios crió al hombre, crióle muy lindo, muy hermoso, muy gracioso, muy bien dispuesto, sin enfermedades; crióle con todos los sentidos naturales vivos, y muy vivísimos todos los órganos ansí interiores como exteriores. Púsole en una tierra fertilísima, que fue en el Paraíso terrestre. Crióle de tal manera y en tal estado que estaba mucho en su mano el no pecar; y lo que más era, que tenía esperanza de ir adonde no solamente pudiese no pecar; empero adonde no, pudiese pecar. Criólos de tal manera que estaba en su mano el morir o no morir, el libre arbitrio, muy perfecto y muy entero. ¡Guárdenos Dios! Era muy gran cosa el hombre y fue criado como muy gran cosa. Y fuéle quitando todo esto por una ofensa grande que se hizo contra Dios con demasiado desacato y con gran desvergüenza. Era menester que Dios fuese satisfecho de aquesta injuria, de tal manera que fuese hecho un servicio a Dios tan grande que fuese mayor el placer que a Dios se hiziese por aquel servicio, que el desplacer, que le fue hecho por la ofensa, contra Él cometida. Porque para pagar a un hombre, especialmente si es grande, una afrenta, que le haya sido hecha, es menester que le deis algún servicio que le haga más placer, que desplacer le hizo la afrenta que le fue hecha. Y mientras esta paga no hubo, el hombre estuvo mal con Dios, y Dios con el hombre. Condenóle con gran justicia, que, aunque el hombre fue engañado, pero justísimamente fue condenado. Y fue permisión divina que pecase y que nosotros todos pecásemos en este hombre, que, fue el padre Adán. De arte que, si se pudiese hacer un hombre de todos cuantos ha habido y hay y habrá, este tal sería el que ofendió sumamente a Dios. Pues tomemos agora todas cuantas rufianerías, todas cuantas roberías, y logrerías, y tacañerías y adulterios han pasado; hagamos un hombre de todo. ¿Paréceos que sería gran diablazo y que desplacería a Dios? Ya os tengo dicho, y agora lo digo otra vez, que, si en Dios cupiese interese o afrenta o otra alguna alteración, que la sentiría más que todos los hombres juntos: mayor sinsabor le daría que a todos los hombres juntos. Esto es averiguado. Pero imaginad ahora que así, que en Dios quepa alguna alteración. ¡Qué revolvimiento de entrañas y de corazón le daría este diablazo, que os tengo dicho! ¡Valasme Dios! Muy gran sinsabor le haría. Mirad un hombre do entran los Nerones, los Decios, los Egias, los Pilatos, los arianos, los leuteranos, ¡cuánto enojo, cuánta afrenta le haría a Dios! ¿Paréceos que sería razonable? Yo bien pienso que sería muy grande, en verdad, y tan grande que excediese todo el entendimiento humano. Pues miradme la ofensa que se le hizo a Dios cuando el comer de la manzana. Fue tan desagradable a Dios, que yo os prometo que, si como era imposible que le fuese hecha ofensa con menoscabo suyo, fuera posible hacérsela con menoscabo, más afrenta recibiera y más pesar de lo que se puede pensar. De manera que, Dios está muy quitado de intereses, porque no se le puede hacer servicio que le haga mayor, ni deservicio que le haga menoscabo. De manera que, si yo peco mortalmente, ofendo a Dios tanto que, si Dios fuese capaz de una bofetada, no se afrentaría tanto de recibilla, cuanto se afrenta y se ofende de un pecado mortal. ¡Oh! que Dios no recibe menoscabo ninguno porque peque yo. Pocas gracias a ti; que, si Él fuese capaz de interese o de daño, grandísimo enojo y muy gran revolvimiento de tripas y de corazón le harías en pecar mortalmente; y así la ofensa, hecha a Dios por nuestros primeros padres, fue muy abellacada, porque fue más que pecado mortal, más, sin comparación, su amor propio de sí y desamor y menosprecio de Dios. (Intona).

La raíz primera de los pecados mortales y más principales es el amor propio. No hay pecado mortal sin amor propio y sin menos precio de Dios. No hay tacañería, no hay robería, no hay rufianería, no hay logrería, que no nazca de amor propio; donde haya amor propio es imposible que haya amor de Dios. Mirad cómo lo dice San Agustín: Amor Dei usque ad temptum sui, amor sui usque ad contemptum Dei. El amor propio viene a parar en aborrecimiento de Dios y en menosprecio de Dios; y el amor de Dios viene a parar en menosprecio vuestro. Si cometéis fornicación, decid, ¿tenéis amor a Dios? No. ¿Tenéis amor a vos? Sí. La razón está clara. Quien hace lo que quiere, y no lo que yo quiero, ¿no tiene mayor amor a sí que no a mí? Quien hace lo que yo quiero, y no lo que él quiere, tiene más amor a mí que a sí. Si cometéis un adulterio, ¿hacéis lo que quiere Dios? No; lo que queréis vos. Luego más amor tenéis a vos que a Dios. Pues ¿qué era menester necesariamente que hobiese? Un hombre que tuviese tanto amor de Dios, que no se le diese nada por sí, un hombre que no tuviese amor propio, ni señal dél, un hombre que, si fuese menester, se pusiese a la muerte por Dios. Dexemos agora aqueste. No le digamos nada hasta de aquí a un poco.

¿Veis aquel diablazo que os pinté? ¿Veis a aquel monstruo? Yo os prometo, que tiene tanto amor propio suyo que no se acuerda de Dios; que le aborrece en tanta manera que, si fuese posible, le comería vivo. Es cosa infernal, dada al diablo. Este diablazo tiene la manera de un condenado, que ama tanto a sí, que desama a Dios y le aborrece. Con este amor propio más siente las penas que las sentiría, pues, como desea regalarse a sí, vee que no puede sentir mayores congojas. Pues imaginad este diablazo, el mayor bellaco desuellacaras que hay en el mundo. Imaginad que es fundido, como campana, de todos los bellacos del mundo. ¿Veis cuán hediondo y desagradable [es] a Dios?

Pues imaginad otro hombre, el más bien inclinado, el más sabio, el más docto, el más bien dispuesto, el más desasido del amor propio, el más asido del amor de Dios que se pueda pensar. Imaginalde a éste agora, Poné a este diablazo y a este sancto hombre delante de Dios. ¿Quién es este buen hombre? ¡Oh Redemptor del mundo, prototipo nuestro, Salvador nuestro, que Vos sois éste! (Intona). Éste es el que dio fin a nuestro pleito y contienda entre nosotros y Dios. Éste es el que tuvo tanta cabida con Dios que meresció perdón para tan abominables transgresores. Éste es el que dio fin y conclusión a las tres cláusulas tan importantes a nuestra salvación. A la primera, que era la gloria del ánima, diole fin cuando murió, que luego aquellos santos Padres con Cristo juntamente vieron la esencia divina. Dio fin y conclusión a la segunda, que era el buen tratamiento del cuerpo, cuando resucitó con cuerpo glorioso y impasible. Dio fin y conclusión a la tercera, que era sobre el buen aposento que se le había de dar, cuando subió a los cielos. Diose sentencia definitiva por nosotros el viernes de la cruz, cuando Cristo murió con la mayor justicia que en el mundo sentencia se dio ni se dará, porque le fue hecho el mayor servicio a Dios en aquel día que nunca jamás, se le hizo y el mayor deservicio que nunca se le hizo. Mirad (que es un donaire muy grande) que se le hicieron a Dios en un mismo auto ofensa grande y servicio grande: ofensa grande de parte de los que le mataron, servicio grande de parte del que murió. De manera que dio cabo y dio fin a esta cosa por nuestro amor, y diole fin, teniendo siempre por averiguado que se habla de dar la sentencia por nosotros, porque tenía de su parte a Dios, que era juez muy propicio, y acabó con Él lo que quiso y con la mayor justicia del mundo.

Agora mirad. Veis aquí estos dos delante de Dios. Imaginad agora el sinsabor que dará el uno y el sabor que dará el otro; los enojos que dará el uno y los placeres que dará el otro. Imaginad que Dios los está mirando al uno y al otro: cuán de mala gana mirará a aquel diablazo, con cuánta saña, y cuán propiciamente miraría a éste y con cuán alegre semblante. Pues mirad. Bien veréis los enojos, los sinsabores, las afrentas, los revolvimientos de entrañas, si cupiesen en Dios, que este diablazo tenía hecho, pues bien lo veis: yo os prometo que le aplace más a Dios un servicio que este otro le ha hecho, que le despluguieron todas cuantas ofensas se le habían hecho por parte del otro. Más quiere Dios la simpleza deste y más le aplace, que le descontentaron todas las suciedades deste otro. Todas las limpiezas del mundo y todas las bondades es nada en comparación de lo que ha placido a Dios. La limpieza de Job es estiércol en comparación de la deste. La paciencia suya es soberbia en comparación de la deste. Todas las bellaquerías del mundo no son tan bellaquerías como son bondades las bondades deste. ¡Ah!, pues luego venció el león del tribu de Judá. ¡Vencido ha, vencido ha!

Pero, Señor, ya que venciste, ¿cómo con justicia? Dice: «Yo os diré cómo. Mirad, bien sabéis que yo no tengo ningún pecado, mortal ni venial, chico ni grande, ninguno. Y sabed más: que yo, no solamente recebí gracia personal, pero recebí gracia universal». (Intona). No ha habido hasta hoy criatura en la vida que haya recebido gracia más de para uno, que es para sí; y así la Madre de Dios no recibió gracia más de para sí solamente, que si alcanza alguna cosa para los otros, eso por ruego es. Pero Cristo, como cabeza de la Iglesia, recibió gracia para sí y para los otros. Pues luego, «Señor, dice Cristo nuestro Redentor, ya veis que no tengo ningún pecado». -Así es. -Luego para mí no había necesidad de morir. Morí por los otros; y por mi muerte merecen todos lo que querían. -Así es, porque vuestro servicio me ha seído muy agradable y me ha placido mucho. -Pues luego, no solamente os he pagado lo que debía el género humano, pero quedáisme deudor a mí, que no me pagáis lo que me debéis a mí. Satisfecho os tengo, no solamente por los otros, pero por mí; y de aquí me debéis algo, porque pago más de lo que era menester pagar, porque con librar a éstos os hiciera pago. No hice solamente esto, pero más hice; que quise ser maltratado, abofeteado y deshonrado. Y todo esto había de pagar vuestra Majestad a mí por mí; a los otros por mí. Debéisme lo que a mí habíades de dar. Yo quise ser abofeteado verdaderamente. ¡Válgame Dios! ¡Qué se puede decir verdaderamente que fue abofeteado y escupido! (Intona). Vidimus eum et non erat ei aspectus, etc. Luego Vicit leo de tribu Juda.

Vamos más adelante. Estas palabras del tema escribe el gran evangelista San Joán en el Apocalipsi. Dice que vio una visión imaginaria, y que en ella vio un trono muy grande, y en él estaba asentado un hombre, y que al rededor dél estaban sentados veinte y tantos viejos. Y dice que vio un libro de la hechura que eran los libros entonces, un pergamino grande cosido. (Deste libro in alio sermone). Dice que estaba escripto de dentro y de fuera y que estaba sellado con siete sellos; y dice más: que salió un ángel fuerte a voces diciendo: «¿Hay quien pueda abrir este libro?» Y nunca jamás se pudo hallar en el cielo ni en la tierra ni en el infierno quien pudiese abrir este libro. Yo, como vi esto, dice San Juan, comencé a llorar amargamente; y vino a mí un ángel y díxome: «No llores, que ya se halló quien pudiese abrir este libro». Y miré, y vi un cordero como degollado, que abrió el libro. ¡Ah Dios, mi Dios! ¿Cómo es esto? Vicit leo de tribu Juda, et dignus est agnus [qui occisus est, accipere virtutem, etc.] (Intona). Era menester que el que hubiese de abrir este libro tuviese tanto de león como de cordero, y que fuese cordero hecho león, y león hecho cordero: león porque fuerte y no simple, cordero porque sin crueldad. No ha habido cordero en el mundo como Cristo nuestro Redentor. Quasi agnus coram tondente se obmutuit. Manso, palpable y afable, paciente, sin mancilla. No hay ni ha habido cordero tan limpio como Él, ninguno, ninguno. No ha habido león tan león como él, fuerte, animoso, valeroso, vencedor, guerreador. ¡Oh Redentor del mundo, cordero-león y león-cordero! León, porque venciste, cordero, porque sin crueldad. Vicit leo, etc. Adelante.

Dice San Juan: «Como vi aquel Cordero que había abierto el libro, estuve atento y miré cómo todos aquellos viejos venerables se postraron para adorar al Cordero. Y comenzó una música muy acordada a decir: Dignus est agnus aperire librum. Y los viejos, todavía en el suelo, adorando al Cordero, y diciendo: «Adorámoste, Cordero, porque tú solo mereciste abrir el libro, que es la Sagrada Escriptura, la cual nunca se entendió hasta que Cristo resucitó. Adorámoste, Cordero, porque con grande justicia libraste al mundo del demonio. Adorámoste, Cordero, porque no solamente satisfeciste a Dios con servicio grande, pero quisiste pagarle de manera que te quedase a deber. Adorámoste, Cordero, pues diste conclusión al pleito pendiente [entre Dios y los hombres]. Adorámoste, Cordero grande y León grande, cordero porque sin crueldad, león porque sin simpleza. Vicit leo.

Vamos al Evangelio. Imaginad, por caridad, el desfallecimiento y el descaecimiento que debía de tener la escuela de Cristo después que le sepultaron. Imaginaldo. Necesariamente hemos de decir que todos cayeron entonces. (Dexemos a la Madre de Dios). Pues, aunque sea necesario decir que todos cayeron, no es necesario decir que todos cayeron juntos entonces. Esto no es necesario decir. Imaginad todo esto. Pues vengamos al Evangelio.

Dice el Sancto Evangelio que dos discípulos iban de mañana (debía de ser cuando salían de Jerusalén), una mañana clara, serena, i iban a Emaús. Creo yo que debía de ser su tierra. Imaginad dos hombres de bien, de buen ingenio y de buena condición.

Iban su camino hablando el uno con el otro. Y debió alguno dellos de mover la plática y decir: -Decí, compañero, no paséis por alto esto que ha pasado en Jerusalén, de nuestro Maestro. Yo espantado estó, en verdad, de lo que ha pasado, pues la fiesta que le hicieron hoy ha ocho días y el rescibimiento y la cosa tan solemne, y agora en tres días veisle muerto. -No sé. O nosotros andábamos engañados con él, o se engañaba. Dios le perdone, que buen hombre era. Pero cierto es que se debía engañar. Mirad, necesariamente habían de decir esto los que no tenían por averiguado que era el Mesías. Por fuerza habían de decir que él se había engañado, porque, a decir que ellos andaban engañados, consintían con los fariseos, que le llamaban alborotador del pueblo.

De manera que iban hablando y decían el uno al otro: -¡Sus!, esto es hecho. Él es muerto y no le veremos más; pero, por cierto, injustamente le mataron nuestros fariseos, porque él era muy buen hombre, hacía muchos milagros y muy grandes. No sé cómo ha consentido Dios una cosa tan injusta. Esto es hecho; no hay más que hacer. Por cierto, si pudiese el hombre escandalizarse de Dios y del cielo porque no se cayó, y de la tierra porque no se hundió o tragó esta ciudad en donde él se mató, un hombre tan illustre y tan magnífico y tan siervo de Dios; que ya que hubo no sé qué estruendo, que las piedras se hirieron unas con otras; pero habían de quedar perpetuas tinieblas en Jerusalem por este tan grande maleficio, y no había de quedar memoria della más que de Sodoma y de Gomorra, porque el pecado dellos no fue nada en comparación deste nuestro.

Cristo, en hábito de peregrino, iba por su camino y alcanzólos, y debiólos de saludar. Llégase a ellos y díxoles: Decidme, hermanos míos, ¿qué es esto que vais hablando entre vosotros, que parece que os casa tristeza? Miradme. Dize el evangelista: No le conocieron. Veamos, ¿cómo no le reconocieron? Ellos no eran ciegos, no eran vicios, vían muy bien, tenían buenos ojos. ¿Por qué no le conocieron? ¿Fue, por ventura, porque Cristo mudó el rostro? No, que su propio gesto llevaba. Pues ¿cómo no le conocieron? Yo os diré cómo acaesció, que Cristo nuestro Redemptor hacía de manera que las especies [que] iban de su figura y gesto a los ojos dellos no fuesen del todo como su rostro. Podíales impedir el medio, no enviando las especies verdaderas de su rostro; pero yo pienso que lo más cierto fue que todas las facciones de su cuerpo mudaría un poco en los ojos dellos Cristo. Otra cosa me espanta a mí más que ésta: cómo, si Cristo no había mudado la voz, no le conocieron en ella. Pero, sin duda, yo pienso que la mudó o la templó de manera que cuando les preguntó aquello, dixéronle: -¿De dónde sois, hombre de bien? -De tal parte. -¿De dónde venís? -De Jerusalem. -Pues ¿cómo vos solo de todos quantos peregrinos había en Jerusalem no sabéis lo que ha pasado en estos días, de Jesús Nazareno, que fue un varón tan grande, tan poderoso y de tanta manera tan reverenciado y tan acatado; cómo nuestros clérigos y nuestros obispos y nuestros arzobispos y nuestros fariseos le han matado en dos o tres días? No ha habido remedio, sino que le han muerto no sé cómo, sin justicia y sin razón. Estamos escandalizados de Dios porque no destruye a Jerusalem y haze que no haya memoria della. Y estamos escandalizados del cielo y de la tierra y de nosotros mismos porque no nos ahorcamos. Estamos tontos y bobos y embelesados, y no sabemos de nosotros porque no, [se] hace justicia de un tan gran crimen. Y nosotros esperábamos que había de redimir a Israel y que había de resucitar. No vemos nada. Unas mujeres andan diciendo no sé qué, que han visto; pero al fin es cosa de mujeres; no sabemos.

O stulti et tardi ad credendum! ¡Oh nescios y lerdos y torpes! Esto quiso dezir a la letra. ¿Cómo no os acordáis de las cosas que os dixo Cristo cuando era vivo? ¡Oh Redentor del mundo! ¡Cuán vuestras eran estas palabras y cuán vuestras son! ¡O torpes y nescios! Mirá, que es de mirar, qué repreensión. Que fue muy grande en ser de persona que ellos no conocían. Sin duda, creo yo que le mirarían cuando les empezó a hablar ansí áspero, y, como no le conosciesen, imagino que creerían que era alguna persona notable, conoscido o discípulo de Cristo. Y con esto le escucharon con mayor atención. Dice que les declaró todas las Escripturas. Comenzando desde Moisén y discurriendo por todos los profetas, declaróles todo lo que dél se habla dicho solamente. Porque en la Escriptura muchas cosas hay que no se dixeron. de Cristo. Abrióles la Escriptura, abrióles el libro. Necesariamente hemos de decir que en el punto que murió Cristo se les cerró este libro a todos sus discípulos. ¡Sancta María! Todos dudaron que era el Mesías, y no estaban en ello firmes. Con no nada les hizieran decir que no había venido a redimir el mundo. Et nos sperabamus, etcétera. Como quien dice: Esperábamos nosotros que había de venir a redemir el pueblo de Israel, y ahora parécenos otra cosa. De manera que necesariamente hemos de decir que cuando Cristo murió, se les cerró el libro, y no se les abrió hasta este día. Y así dixo Cristo: Omnes vos scandalum patiemini in ista nocte. Esta noche, quiso dezir, todos estropezaréis en mí, todos dubdaréis de mí ser quien soy, y, por dubdar esto, pecaréis. Así que no hemos de tener otra cosa sino que todos uno animo estuvieron dubdando. No todos juntos, como tengo dicho, sino en diversos tiempos. Yo, sin dubda ninguna, pienso quel primero que tornó al ristre fue San Pedro. Dexemos ahora esto. Vamos al Evangelio.

Dice: -¿No os acordáis de las cosas que os decía cuando estaba vivo? ¿Vosotros tenéis a Dios por tonto, tenéisle por loco, por injusto? ¿Tenéisle por parcial? -No. -¿Creéis que hace sus cosas a necias? ¿No os acordáis vosotros de los milagros que hizo ese profeta que decís? -Sí. -¿Pudieran ser sin ayuda de Dios? -No. -¿Sabéis qué hombre era? -Sí; muy bueno. -¿De qué estáis escandalizados? -De Dios, porque no hunde esta cibdat. -O stulti et tardi! ¿Acábase el mundo, necios y torpes? ¿Sabéis vosotros lo que ha de ser desta ciudad? ¿Pensáis que ha de andar Dios al apetito de los hombres, que luego se habría de mover sin más ni más? No, no. De otra manera y de otra hechura son las cosas de Dios. Dexá vosotros a Jerusalem, que venirle ha su Sanmartín. ¿Paréceos que, pues Dios no es tonto ni bobo, como decís, que consintiera que muriera, si no fuera cosa necesarísima para salvación del mundo? ¿Paréceos, pues ese Jesús no era bobo ni tonto, como vosotros decís, que, si viera que no era necesarísimo para el mundo que él muriera, que se metiera en las manos de sus enemigos? Y pues decís que hizo milagros por sanar a otros, por resucitar a otros, ¿no os parece que pudiera hacer milagros para salvarse a sí, o, ya que no quisiera salvarse, hacer que no le empecieran los azotes ni los clavos? ¿No os parece que, pues era hombre tan valeroso, que si él no quisiera morir, que cuando se halló con treinta mil hombres y os dixo que subía a Jerusalem a padecer, que pudiera tentar a toda Jerusalem, y ponerle fuego, a lo menos encantalla? Pues luego ¿por qué os escandalizáis de Dios? O stulti et tardi! No tenéis razón, sino antes estáis mil leguas della. Sino que necesariamente y necesarísimamente murió para redimir a todos. Mirad, pues que sois hombres doctos y de buen ingenio, mirad las Escripturas, veréis cómo era necesaria cosa que Cristo fuese abofeteado y escupido y escarnecido y crucificado y muerto y sepultado, porque de otra manera no se cumpliera aquello de Esaías: Quasi leprosum et humiliatum a Deo et percusum, etc. ¿Cómo se cumpliera aquello del profeta: Ipse autem vulneratus est propter delicta nostra, si no muriera? ¿Cómo se cumpliera aquello: In manus tuas commendo spiritum meum? ¿Cómo se cumpliera aquello de Oseas, si no resucitara: Specta me, dicit Dominus, in die resurectionis meae in futurum? ¡Oh buenos hombres! ¿Habeisme entendido? ¡Cómo! ¿Por esto os escandalizabais de Dios, por tan poca cosa, teniéndole por justo y por sancto, y que no hace sus cosas a bobas ni a tontas? ¡Oh nescios y torpes! Todo esto era lo que os predicaba él: cómo era Cristo, y cómo era el Mesías, y cómo había de padecer y morir Por el linaje humano. Torná, torna en vosotros y mirad que hubo grandísima necesidad que muriese. Decí vosotros. ¿No se os acuerda cuando le preguntastes, por curiosidad, de un ciego de nacimiento: Decí, Maestro, ¿quién pecó, éste o sus parientes?, que os dixo que no era necesario que hubiese pecado ni su padre ni su madre, para él ser ciego, sino que aquello había sido para que fuesen manifiestas las obras de Dios en él? Pues ansí digo que no por eso Cristo dexaba de ser Dios verdadero y Redentor del mundo, necesariamente, por haber muerto. No, no, que se hizo para mostrar, en cuanto Dios, sus maravillas en sí mismo; en cuanto hombre, para, mostrar el amor que tiene al género humano y cuánto quería padecer y sufrir por amor dél. ¡Ah, Señor, en buen hora! Pero vemos que, estando en la cruz, dixo: Deus, Deus meus, ut quid me dereliquisti. Llamó a su Padre y a su Dios, y no le respondió. Dixo que, le había dexado desamparado, y quexábase gravemente, y no le fue respondido nada. ¿Qué queréis que digamos a esto? Los discípulos suyos y compañeros nuestros, descarriados, unos para acá, otros para allá. O stulti et tardi! Mirad que todo eso que decís se había de hazer necesariamente, porque dexó entonces Cristo los agentes divinales para sentir más dolor por merecer más para el linaje humano y para no deber nada a Dios, sino que antes le debiese a él. Todo eso que decís se ha hecho ut manifestarentur opera Dei in illo. Dezidme, ¿no habéis oído que una arca que hizo Noé, cuando Dios destruyó el mundo, en donde le mandó meter tantos animales de los mundos y de los inmundos tantos? -Sí sabemos. -¿No sabéis que iban allí grifos, osos y leones y tigres, ¡oh, y qué caza tan donosa!, donde iban culebras y lagartos y grifos y águilas, toda esa cosa? ¿Paréceos que pudiera todo eso hacerse, sino por virtud divina? -No pudiera hacerse. -¿Cómo pudiera ser que un hombre cazara todo aquello y lo metiera dentro de un arca? -Era imposible. -¿Cómo era posible que con tan grandes aguas una arca no se anegase? -Y una nao, ¿cuánto más una arca? Era imposible de toda imposibilidad sin virtud divina y sin su ayuda. -¿Cómo era posible que aquellos animales allí se conservasen sin voluntad de Dios? Para que se conservasen aquellos animales, ¿era necesaria la arca? -No, que bien los pudiera conservar sin el arca. -Luego el arca no era necesaria para conservar los animales. -Así es. Para conservar el arca y los animales era necesaria la voluntad divina, y para conservar los animales no bastaba el arca. -Luego quien guardó el arca con animales, que no se anegase, podía guardar los animales sin arca. De manera que el arca, sin la voluntad divina, no era necesaria; la voluntad divina, sin arca, era necesaria. Pues luego, ¿para qué mandó Dios al otro que hiziese cosa tan grande, de tantas cámaras y tantas recámaras, que estuvo acepillando y aserrando tanto tiempo, para qué? Yo os lo diré. Para que mostrase Dios sus maravillas en esta arca. Sí, que el arca no podía hazer que los que estaban dentro tuviesen tan buena agua para beber, porque si no la guardara, muriéranse de sed. Pero Dios, que sabe bien lo que haze, lo proveyó de manera que no se muriesen de sed. ¿No os parece que bastaba para redemir el mundo sin morir en cruz? Para su hecho no era necesario que muriese en cruz; pero quiso él morir en ella por mostrar sus maravillas, porque, si no hubiera cruz, nunca hubiera esta arca de Noé, pues no era necesidad. Dezidme, ¿no conocistes a aquel profeta grande y hombre grande y grande amigo de Dios Abrahán, vuestro padre (ya que lo tenéis en mucho)? ¿No sabéis que le dio Dios un hijo solo sobre muchos ruegos y sobre muchos sacrificios, siendo él viejo y su mujer estéril? -Sí, bien lo sabemos todo eso, y lo hemos leído todo eso muchas vezes. -¿No, habéis oído cómo mandó Dios a Abraham que tomase su hijo Isac y le sacrificase sobre el monte? ¡Oh, válame Dios, espántame a mí ese sacrificio, en verdad. Dize aquí una cosa Josepho, y tiene razón: que no es de menos mérito la aceptación de Isac que la obediencia de Abraham. (Dic de virtute et constantia ejus et dolore patris, dilatando, etc.). -Bien sabemos todo eso. -Pues mirad: Abraham es figura de Cristo, en cuanto Dios, que fue obediente a su Padre en tomar carne humana. Isac fue figura de Cristo, en cuanto hombre, que fue obediente a su Padre hasta la muerte.

Vamos más adelante. Ya sabéis cómo su hijo tomó, y fue para el monte. Y le dixo el hijo: -Decí, padre, ¿dónde vamos? Dice: -Hijo, a sacrificar en este monte. -Padre, ¿qué es del sacrificio? -No te mates, Isac, que Dios lo proveerá.

¿Qué irá pensando Abraham viendo ir delante subiendo a cuestas la leña del sacrificio a su unigénito hijo, que habrá, según algunos doctores, por suma de treinta años, y muy agraciado, en quien estaba la sucesión prometida del remedio de la tierra y del cielo?

Allegados a la cumbre, toma el hijo su leña, y púsola sobre el altar que, tenían hecho. ¡Válasme Dios, válasme Dios! ¿Qué debió de sentir entonces Abraham, cuando vio que no había remedio, sino que un hijo solo que tenía, que era de él regalado y querido, no podía hacer menos de matarle? Dice: -Hijo, ven acá, que te quiero decir la cosa como pasa. Tú bien sabes que Dios no es tonto ni bobo ni hace sus cosas sin mirarlas. Tú bien sabes que te quería mucho y que tú eras mi descanso, mi regocijo. Tú bien sabes (a lo menos habrás oído decir) cómo hice tantos sacrificios por ti, y todas esas cosas. (Dilata). Dice: -Bien lo sé. -A mí no me tienes por hombre que hace locuras. Pues sabe, hijo, que manda que mueras aquí, porque es su voluntad ésta. -¿Así pasa la cosa, padre? Pues mirad, padre, bien veo que sois hombre de buen juicio y que no sois tonto ni bobo, y bien veo que sois profeta, y no os he visto hacer locuras. Y pues así es, haced la voluntad de Dios. Y porque yo soy mancebo y con la juventud y con la muerte podría ser que no estuviese tan obediente como es menester, átame, mi padre, átame. Pasa desta manera, que no bastaba cualquiera persona a atar a Isac sin su voluntad, considerando la gran vejez de Abraham y las fuerças de Isac, que era mancebo de treinta anyos. De manera que començóle a atar, y díxole: ¡Oh hijo mío! Como me había prometido Dios que tú habías de ser mi mayoradgo, y téngolo por averiguado que tu simiente ha de poseer la tierra de promisión, aunque te veo cercano a la muerte, no puedo perder la esperanza, porque sé que Dios no puede mentir en ninguna manera. Así púsole sobre el altar, y antes que echa se mano a la espada, empezó un ángel de dar vozes: «Abraham, Abraham; no más, no más. No mates a tu Isac. Ahora conozco que temes al Señor». Y en diciendo esto, vio venir un carnero por el monte, que significaba la humanidad de Cristo, sin el ánima, y Isac, [que] quedó vivo, significaba la divinidad, que, siempre quedó viva. ¿Habéis visto todo esto, necios, torpes? Decidme, ¿qué necesidad había de todo esto, si no fuera figura de otra cosa? O stulti et tardi! ¿No veis estas y otras figuras muchas, que hay en el Testamento Viejo, cumplidas en ese profeta Jesús Nazareno? Nunca jamás ninguna cosa destas se entendió perfectamente hasta que Cristo resucitó; [ni] en el sacrificio de Abraham, ni en el arca de Noé, ni [en] la salida de Ejipto. No, nada, nada. Pues luego, ¿qué dubdáis? No dubdéis, sino que Cristo vino a redimir el mundo, a darnos exemplo de obediencia y paciencia para abrir el libro, que, hasta su resurrección nunca se abrió ni se pudo abrir. Y fue necesarísima su pasión y muerte para dar fin a las Escripturas y para cumplir con ellas, y para dar al linaje humano goria, quam vobis et nobis, etc.




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- II -

Sermón de la Ascensión


Sermo Dionisii ad Archiepiscopum Toletanum de Acensione Domini


Thema. Nemo ascendit in caelum nisi qui descendit de caelo Filius qui est in caelo.


(Ex Evangelio Joan, c. 3.)                


Reverendísimo en Cristo Padre y illustrísimo Príncipe. Quien pensase muy en hondo qué cosa es la naturaleza del hombre y de qué composición y de qué suelo, que es de lodo y de barro; y que este hombre puede estar en el cielo y sobre cielo y hollarle y pisarle, de verdad que se spantase. ¡Válasme, Dios! Que este hombre con sus pernezillas, y con sus manos y con sus pies ha de subir al cielo sobre cielo, hollar cielo y apisar cielo, de verdad es cosa grande y que spanta. Y ansí en el siglo antiguo espantó el mundo y puso en grande admiración a los que lo oyeron, como se lee en el 4.º de los Reyes, creo que en el 2.º capítulo, de Elías que tuvo revelación de Dios que se había de apartar de la conversación del mundo; pero que no había de morir, sino vevir en otra parte, que se estuviese allí hasta que viniese el Antecristo, y que habíe después de morir y revivir otra vez en el juizio; y esto revelóselo Dios a Eliseo, que era otro varón sancto, y el Elías dizía a Elíseo que le dexaxe, y el Eliseo dizía: Vivit Deus et vivit anima tua, non dimittam te. Por la vida de Dios y tuya, que no te dexe. Después tornó más adelante, y dízele, que quiere llegar a Gálgala, y a Jericó y al Jordán; que le sperase allí. Y respondió siempre Eliseo: Vivit Deus; no, no, ¡vive Dios! (que era manera de jurar entonces), ¡vive Dios! que yo no te dexaré. Después Elías vino a Eliseo. Dize: pídeme alguna merced, porque yo tengo de partirme agora, aunque no moriré; pero no me verás hasta el día del juizio universal. Por eso mira qué quieres alcançar de mí. Eliseo le dixo que le pedía el spíritu doblado de profetizar y de hazer milagros. Y respondióle Elías una cosa como de donayre y como cosa destos que hazen cercos y no sé qué allá, y es cosa mística y grande y donayre divino. Mirá qué le dixo: «Si al tiempo que me partiere de ti no tuvieres miedo, ni te acobardares ni cerrares los ojos de spanto, hazerse ha lo que pides; y si no tuvieres ánimo y fueres medroso y acobardado, no se hará lo que pides». El Eliseo estaba sobre el aviso y abierto el ojo y alerto, y ansí de presto empieçaron truenos y relámpagos, y viene un carro, una cuadriga de fuego y unos caballos de fuego. Ansí lo dize el testo: Currus igneu et equi ignei. Y estando ansí los dos juntos, apaña presto de Elías el carro, y llévale por esos ayres hasta el cielo aéreo. Mirá qué pasó en esta asención. Mirá qué de cosas pasaron aquí. Daca los profetas, daca a Eliseo, toma a Eliseo, hax esto, hax lo otro, daca el carro y el fuego, y no te has de espantar, y no sé yo qué; y cómo se spantó el mundo della y todo aquel collegio de profetas, que, hable estonces collegios de profetas como hay aguora collegio de estudiantes. Pues en la Asención de nuestro Redemptor, grande por parte del que sube y, del término ad quem, que es aquel çielo Impíreo de fuego, no que dé calor sino resplandor, y que fue por cosa que nos importa tanto y en que nos va tanto, ¿no os paresçe que hay de qué spantarnos? Que la Asentión de Elías, de la qual se spantó el mundo, fue con relámpagos, y tenemos la de Cristo que fue serena, fácil, mansa, pública, visiblemente, su poco apoco, poco a poco, bendiziendo sus discípulos, mirándolos, hablándolos, aconsejándolos, exhortándolos, amonestándolos y persuadiéndoles. ¡Oh válasme, Dios! Mira qué tan grande fue esta Asención en respecto de la otra, si es suficiente la comparación, que la Iglesia católica le pone por título admirable, como quien dize: muy diferente acensión es ésta de la que se hizo en los siglos pasados, muncho por parte de las circunstancias y de cada una dellas, y ansí dize per admirabilem Ascensionem tuam, libera nos, Domine. Que aunque la Pasión fue sumamente admirable, y la Resureción sumamente admirable; pero no les da título de admirable, sino a la Acensión. Per admirabilem Ascensionem tuam. Mirá que admirable fue la incarnación del Hijo de Dios. Que la persona divina del Hijo de Dios supositase en sí en unidad de supósito la naturaleza humana sincerisimamente, sin mixtura ninguna, y quede ella unida con el Verbo por unión hipostática, y del Verbo se hiciese una persona sola y un uniente, mirá qué admirábile. Pues mirá la Pasión. Un castiguo el más horrible, el más spantoso, el más terrible, el más doloroso, el más trabajoso, el más penoso, que fue, ni es ni será; y, con esto, entre las mismas penas estar el que padesçió, que fue nuestro Redemptor, en tantos sabores y descansos y placeres y consuelo como está a la diestra del Padre, ¿paréceos que fue admirable su Pasión? Pues su Resurrección para darse vida a sí mesmo, resucitarse a sí mesmo, revivirse a sí mesmo por su propia virtud, y despojar los infiernos, y sacar los que quiso, y dexar los que quiso, y salir, çerrado el sepulcro, y entrar por las puertas, cerradas las puertas, y aparecer a quien quiso, y desaparecer a quien quiso, por cierto, cosa admirable es ésta. Y, con todo esto, la Iglesia sancta pone el título de admirable a la Asención, por ser cosa grande, y obra grande y importantísima al mundo, y fin y remate de todas las sumas hazañas que nuestro Redemptor hizo. Por cierto que haya bien de que spantarnos hoy y bien de que callar por ser la cosa tan grande, que digo: y aun bien de que hablar pues que tenemos nuestra naturaleza tan ensalçada hoy y tan sublimada. Yo no sé qué me haga, sino callar o no hablar de Dios, apocarme a mí, y abatirme a mí, y callar de mí y hablar de la mano de Dios, de cuyo favor y divino afiato tenemos todos neçesidad grande. La cosa es muncha. Menester hemos interçesora, que sea entre, las personas grandes la mayor después de su benditísimo Hijo, que es la Virgen sacratísima, aquella que nunca pidió nada que se le negase. Supliquémosle húmilmente a su Majestat que nos la alcançe esta merced, que de verdad es muy grande y estamos necesitados de ella. Y por obligarla más a que condescienda a nuestras suplicaciones, servilla hemos con la salutación angelical, diziendo cum mente pia: Virgo, ave Maria. Ave Maria gratia plena.

La cláusola que propuse refiere el Evangelista San Juan en el capítulo tercero. Trasladada de latín en castellano suena esta sentencia: «Ninguno subió al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo». Bien sé que comúnmente todos los doctores leen aquel ascendit en presente, y San Agustín. También sé que por la certinidad de la cosa puede estar por pretérito, aunque esté de presente, como paresce en munchas profecías, que por su certidumbre están en presente antes que acaescan; pero más viene a mi propósito que aquel ascendit esté de pretérito de su propio rigor, aunque en presente está muy bien; y también porque en el original griego está en pretérito. Así dize el griego. De manera que viene muy bien a mi propósito que esté en pretérito, como cosa ya pasada, como es verdad que es pasada. De arte que quiere dezir la cláusola: «Ninguno subió al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del Padre, que está en el cielo». Por cierto la cláusola es dificultosa, ansí a la letra, de entenderse, ya lo veis; y escrebióla sanct Juan, y escrebióla solo él entre los Evangelistas, y es de un razonamiento que hizo nuestro Redemptor con un fariseo sancto y doctor, que era maestro, varón nobilísimo y de gran autoridad, que venía, a escondidas de los judíos, a hablar a nuestro Redemptor secretamente. Ansí lo dize el Evangelio: Qui venit ad eum nocte. Era varón justo, y por el scándalo y por no sé yo qué, vino de noche a nuestro Redemptor. Hablóle a Jesús cosas de muncho peso y de muncha importancia. Ya digo, el capítulo donde están estas palabras lo escribe solamente San Juan, y que fue el razonamiento con un doctor sancto y amigo de Dios, y en secreto. Mirá qué sería la plática y el razonamiento. Y entre otras razones que allí están, grandísimas, y hondísimas y profundísimas, hay ésta, que es el fundamento de la plática de hoy: Nemo ascendit in caelum nisi qui descendit de caelo, Filius hominis qui est in caelo. Por cierto, ansí a la letra, tiene bien que desmenuzar. ¿Qué quiere dezir «ninguno subió al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo»? Si está en el cielo, ¿cómo descendió del cielo? Y si está en el cielo, ¿como subió al cielo? Todo lo hinche, todo lo abarca, todo lo ocupa, todo lo manda, a todo está asistente. Y por eso, porque no pensemos que el subir y baxar fue a la manera del subir de acá y del baxar de acá, dice más ahí: «que los que están en el cielo», que esta palabra qui est in caelo fue la glosa desto, para que entendiésemos de qué ascensión y de que descensión hablaba. Mirá de qué arte fue esta subida, que ninguno subió al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. De manera que no fue subir como quien sube por escalera, ni fue descender como quien desciende por escalera. El descender de Dios fue anichilarse y apocarse y abatirse y humillarse. Exinanivit semetipsum formam servi accipiens in similitudinem carnis peccati et habitu inventus ut homo, factus obediens usque ad mortem, mortem, autem crucis. Este fue el baxar, terminar nuestra humanidad y supositarla en sí, y unirla a sí en unidad de supuesto, sin mixtura ninguna, y sin mescla y sin amasamiento ninguno, y hazerse menor que el Padre, en cuanto hombre. Este fue baxar. Ansí plantó la Iglesia, hecho hombre, y quedó por cabeça del cuerpo místico, que son todos los que se han salvado y se salvarán, y ansí ninguno entró en el cielo, sino el que baxó del cielo, Él o qualquiera que fuere místico inxerto en Él, en su cuerpo por fe, y sperança y charidad. Y quien ansí no subiere allá, no espere de subir, y éste que descendió es verdad que condescenderá. Deste arte está en el cielo, Dios de todos, y Señor de todos y presente a todos. Qui solem suum oriri facit super bonos et malos et pluit super justos et injustos. Luego, señores, averiguado queda que ninguno subió al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo; ninguno subirá si no estuviere inxerto en el cuerpo místico de Cristo, ni es posible subir al cielo, sino el que descendió del cielo. Mirá que digo que no es posible subir al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo, y el hombre, que estuviere inxerido en el cuerpo místico, cuya cabeça es éste que está en el cielo. ¡Oh, válasme Dios, qué cosa es esta para spantar, y para animarnos y para comovernos a cosas grandes! ¡Que no repugne al cielo tener tierra sobre sí, sino que le sea natural! ¿Qué somos sino cuatro spuertas de tierra? ¡Y que su propio movimiento de la tierra sea yr hacia abaxo, y que su movimiento violento sea ir hacia riba, y que haya hecho Dios a la tierra que le sea natural, ir hacia riba, y subir sobre el agua, y subir sobre el aire, y subir sobre el fuego, y subir sobre la luna, y sobra Venus, y sobre el Sol, y sobre Mercurio, y sobre Júpiter, y sobre Saturno, y sobre las strellas, y sobre ese orbe, y esotro y esotro, Pasta llegar a ponerse en el cielo Impíreo! ¡Y que me sea natural subir al cielo, y pisarle y hollarle! ¡Oh, hombres! Abrí los ojos, mirá que podéis ya pisar cielo; mirá que no hay repugnancia ninguna ya en la subida; pensá de subir, que ya natural es. Llamo que natural es, no porque sea natural a la naturaleza humana secundum quod est natura humana, sino ya en cuanto es glorificada. Y ansí a la naturaleza ya glorificada, naturalísimo le es y no violento pisar el cielo y hollarle. Y ansí, teniendo nuestro Redemptor los quatro dotes de agilidad, y subtilidad, y claridad y impasibilidad, digo que fue muy natural a su sacrosancta humanidad subir sobre todos los cielos y subir sobre todos los ángeles y sobre los más altos serafines. Y aun pongo esta proposición: que haría Dios injusticia en no sublevantar la humanidad, de tal arte dispuesta, a pisar cielo. Torno a dezir que quedara Dios por injusto a no dar a la humanidad de nuestro Redemptor, ya glorificada, subir a hollar cielo. Aguora lo dixe: y aun lo digo: que no solamente a la humanidad de nuestro Redemptor, ya glorificada, le fue dado por justicia subir sobre los cielos; pero que haríe Dios sinjusticia con qualquiera de nosotros, si no nos diese subir sobre los cielos, estando nuestra humanidad deste arte dispuesta, porque, como digo, naturalísimo [es] a la tierra, de tal arte dispuesta, subir sobre los cielos, y naturalísimo es al cielo estar debaxo de la tierra, desta arte dispuesta, y hollado de la tierra, y pisado y acoçeado. Y ansí, aunque no es natural a la naturaleza humana en cuanto tal, es natural en cuanto humana naturaleza y glorificada cual es aguora.

El alma no puede hacer todo lo que quiere por estar impedida en el cuerpo que informa. Quiere ir el alma a estar en Roma, hale de costar dos meses de camino, y aun después llegará, si llega, rebramando y cansado y molido. Quiere ver el alma lo que se hace en Toledo, y en Francia, y no puede; que dize el cuerpo que no puede ir allá para vello. Quiere el alma entrar por una puerta cerrada, por no ser sentido y dize el cuerpo: «Señora ánima mía, perdoná, que yo no puedo hacer eso. Hacéme vos un agujero, y abríme la puerta, y yo entraré». El alma está atada aguora en el cuerpo, y ligada con él, y anudada con él y acordada con él. Ha de haber paciencia a que se cumplan las leys del cuerpo, tanto que munchas vezes haze el cuerpo al alma andar a su sabor y hazer lo que él quiere que se haga. Pero cuando está la humanidad nuestra glorificada, todo lo que quiere el alma se hace; y si quiere el alma estar en Roma, luego está el cuerpo en Roma; y si quiere estar en París, luego está el cuerpo en París; y si quiere el alma estar en Toledo, luego está el cuerpo en Toledo; y si quiere ver lo que se haze en Francia, luego [lo] ve. Y ansí, glorificado ya el cuerpo, está subtilísimo al alma y es muy conforme a la razón; y lo que el uno quiere, quiere el otro, que es esta una armonía dulcísima, y una consonancia divina y una música de alma y cuerpo bien acordada, sin rebelión ninguno, sin contrariedad y sin contradición, sin zozobra, sin pesadumbre ni molestia alguna, hace el cuerpo lo que quiere el ánima. Y ansí estuvo el cuerpo de nuestro Redemptor y su bendítisima carne subjectísimo a su alma; aunque no entraba, cerradas las puertas, hasta que resucitó, y estaba glorificada ya la carne. Y ansí paresce después de resucitado, gloriosísimo, hermosísimo, clarísimo.

Imaginalde, por charidad, cual estaría entonces. ¡Qué reverendísimo, qué auctorizadísimo, qué gloriosísimo, qué delicatísimo, qué hermosísimo, qué resplandesciente, qué elegante, qué dispuesto. Imaginalde, señores, sapientísimo, poderosísimo, rectísimo, justísimo, misericordiosísimo, clementísimo, benignísimo, piadosísimo, illustrísimo, beatísimo, bonísimo y sanctísimo; los ojos sanctos, las narizes sanctas, las orejas sanctas, las cejas sanctas, los labios santos, los dientes sanctos, la lengua sancta, las manos sanctas, los braços sanctos, las piernas sanctas, los pies sanctos, el cuerpo sancto, los dedos sanctos, las uñas sanctas, la cabeça sancta, los cabellos sanctos; todo glorioso, todo glorificado, todo beato, todo sancto, todo divino. Plega a la divina majestat que nos dé a sentir esta cosa y a pensar esta cosa para que sepamos enamorarnos de Dios. ¡Válasme, Dios! ¿Qué sería ver a Dios? ¡Válasme, Dios! ¡Válasme Dios! Y verle deste arte en la tierra, ágil, subtilísimo, claro, impasible, inmortal, incorruptible, con ser hombre y verdadero hombre de nuestro metal, de nuestra masa, de nuestra condición, de nuestra naturaleza, de nuestra complexión; aunque mejor, de nuestra ralea, de nuestro saco, de nuestra madera». Mirá qué sería su claridad y su resplandor, que allá antes que resucitase quiso mostrar a aquellos sanctos la specie de su gloria, y los llevó [a] aquel monte alto, apartado, y muy en secreto, y les aparesció blanquísimo y fulgentísimo y gloriosísimo. Se empeçaba ya San Pedro a emborrachar con aquello, y no queríe más de aquello, y reposaba con aquello, y no queríe ya más, ni buscaba ya más, ni pedía ya más, ni deseaba ya más, ni amaba ya más. Estaba ya cebado, y contento y harto, tanto que quisiera para siempre estarse allí con nuestro Redemptor, de aquella manera, y aun lo ponía ya por obra y lo puso en plática, aunque no salió con ello, porque no le cumplía a él salir con ello, que le hizo Dios misericordia en no darle esto que pedía y deseaba. Si lo puso en plática u no, miraldo. Dize: «Señor, bien estamos aquí, no nos vamos de aquí, quedémonos aquí, que a mí media choça me basta. Hagamos, Señor, aquí tres tabernáculos, tres choças, tres tiendas, tres moradas: una para vos, y otra para Elías y otra para Moyses». Como quien dice: Señor, háganse estas moradas, que yo en una dellas me entraré. Harto hay en una para dos; la media me basta a mí y aun no ninguna. Véaos yo, Señor, así siempre, que no quiero más, ni ando tras otra cosa; sólo esto me contenta y me harta y me regozija. Hagamos, Señor, aquí tres choças, si le paresce a vuestra merced, que bien bastará. Harto hay, estémonos aquí. ¡Ah Pedro, Pedro! Ya pensáis que está hecho; no pensáis que ha de haber más. Ansí ha de ir la cosa. Ya estáis çebado, Pedro. Pues esperá un poco. Potestis bibere calicem quem ego bibiturus sum? Ahora dexemos esto para cuando hablemos de Sanct Pedro, que hay harto aquí que decir, en verdad. Quédese, quédese.

De manera que nuestro Redemptor, ya glorificado y glorioso, determinó de subirse al cielo. Para ello sacó a sus discípulos fuera de la çiudad en proçesión, y hablólos, y predicóles, y aconsejóles, y amonestóles, y persuadiólos, y confortólos, y abraçólos, y bendíxolos, y súbese como en blandezas poco a poco, poco a poco, y ellos elevados mirándole, y él bendiziéndolos y consolándolos y alegrándolos. ¡Oh, válasme Dios! ¡Oh, válasme Dios! ¡Qué cosas pasaríen allí y qué requiebros entre la Madre de Dios y el Hijo de Dios! ¡Qué consuelos, qué regalos, qué mirarse el uno al otro, qué bendeçirse el uno al otro, qué solemnidad, qué alegría, y qué tristeza, qué lloros y qué risas, qué milagros de ver subir ansí a un hombre por esos aires, así con sus pies y con sus manos y con su cabeça. Imaginaldo, por charidad. ¡Qué cosa sería de ver tan spantosa, y tan milagrosa y tan divina! ¡Oh, cómo lo dize san Agustín! ¡Válasme Dios! Mirá cómo encaresce esta Ascensión. Mirá que dize. (Aquí dixo una cláusola grande). Más es ésta de pensarse allá en la cámara, de verdad, que no de hablarse; y quisiera yo tener lugar para decir lo que creo yo que, allí pasaríe y el cómo fue, que es materia dulçísima y sabrosísima; pero no hay hoy, señores, lugar. Quedarse ha para otro año, si Dios quiere, o para cuando habláremos de esta fiesta. Solamente quiero que veamos hoy brevísimamente qué es la causa, por qué Dios aceleró tanto su Açensión, y quiso que fuese tan breve después de la Resurrección. Y dan los doctores causas bonísimas, y sanctísimas y munchísimas. Y creo yo que toda la importancia y el negocio dello está en una causa que yo daré, y no diré más.

Ahora, ¡sus!, hablemos un poco [a] nuestro Redemptor. Señor, dad acá. ¿A qué os queréis partir ahora? Que no nos paresce que conviene, ni conviene tampoco para hacerse bien aquello sobre lo qual venistes vos al mundo. Vos, Señor, habéis dado una ley al mundo y habéis sembrado una doctrina sancta, una doctrina justa, una doctrina suavísima para quien bien la conosçe; pero es dotrina la más nueva al mundo y más a pospelo del mundo que se puede pensar. Vanos la vida en que entendamos esta cosa y estamos los más hinchados y aun los más usados del mundo a hacer lo contrario. No hay quien se atreva a persuadir la gente. ¡Oy, oy, válasme Dios! ¿Quién la persuadirá a la gente, que está la más ex diametro oposita a vuestra dotrina que se puede imaginar? ¿Quién la persuadirá? ¿Quién la pregonará? ¿Quién la predicará? ¿Quién la renovará? ¿Quién meterá la mano en ella? Ahora sois vos, Señor, menester muy mucho para persuadir al mundo y para dexar esta vuestra dotrina siquiera sembrada. Quedaos, Señor, acá siquiera unos tres años, y estaréis el uno en África, y el otro en Asia y el otro en Europa. Que quede noticia desta dotrina, y que quede algo sembrada siquiera. Y ya que haya de ser esta cosa por fuerça de braços, somos pocos y de baxo suelo; los más gentes inerme y pobres. ¿Cómo meteremos sacomano al mundo, y cómo meteremos a cuchillo toda esa gente adúltera, y fornicaria, y usurera, y logrera, y tramposa, y homicida, y rebelde, y cruel, y hazañadora y bellaca? Para haber de ir la cosa por grados, muy mejor lo haréis vos, Señor, que nosotros. ¡Ah, Apóstoles míos! ¡Ah, discípulos míos! No penséis que ha de ir la cosa a fuerça de braços, que toda mi pasión, y mi muerte y mis meresçimientos son para dar salud y salvaçión a todos los que quisieren guardar mi dotrina; pero no bastan para sanar a quien no quisiere ser sano. Si no, pongo una proposición: que no es poderoso Dios para hacer que su Pasión me salve, si yo no quiero ser salvo; si quiero yo, si; si no quiero yo, no, porque Dios quiere nuestro sí o nuestro no. Torno a decir que Dios es impotente para salvarme a mí, si yo libérrimamente no quiero ser salvo, porque no me puede hacer fuerça, salvo habiéndome dado libertad libre y albedrío libre para que yo lo quiera. Y así dize el psalmo: Calix in manu Domini vini meri plenus mixto et inclinabit ex hoc in hoc; veruntamen fex eius non est exinanita. Bibent omnes peccatores terrae. Mirá que no dice darles [he] con el cálix a los pecadores para que beban, sino dice: los pecadores beberán, ellos han de querer tomar el cálix, ellos le han de tomar, ellos le han de querer beber el cálix, y ellos mismos le han de beber, si quisieren que les aproveche la bebida. El cálix en la mano de Dios está para que caiga en este y en estotro, y sus hezes no están agotadas, y beberán dél todos los pecadores de la tierra que quisieren. Bibent omnes peccatores terrae. ¿Habéisme entendido? Yo creo que me habéis entendido, si habéis querido entenderme. De arte, Señor, que esta cosa no ha de ir a palos ni por fuerça, sino libérrimamente. Pues bien será, Señor, que vos la persuadáis un poco de tiempo, siquiera tres años. -¡Oh, discípulos míos! ¿Y no veis que me es a mí muy deçente que me parta? -Señor, deçentísimo es, por cierto, que no es razón que vuestro cuerpo gloriosísimo, y glorificatísimo y incorruptible esté en lugar corruptible, y hediondo y sucio. Mirá qué tanto, que no es tan indecente el más sucio y el más hediondo establo para aposento de un príncipe, quanto es el más illustre capitolio de Roma ni de todo el mundo para en que nuestro Redemptor pose, sin comparación ninguna. Dicho creo que lo he (así es, así es) que es más honroso aposento para el rey el más deshonrado establo, que el más honrado palacio real para Cristo. Dicho lo he. De manera que es decentísimo que nuestro Redemptor esté allá en el cielo y no en este establo de acá baxo. Pero, Señor, mire vuestra Majestat que aunque esto sea ansí, como es verdad que es ansí, que nos va la vida eterna de ser persuadidos de vuestra Majestat, y veis lo que va. Quedaos, Señor, un poco de más tiempo entre nosotros. ¡Oh! Ahora, ¡sus!, bien será declararos por qué me voy o lo que os va en que yo me vaya. Oíme: Expedit vobis ut ego vadam, si enim non abiero Paraclitus non veniet ad vos, et cum venerit arguet mundum de peccato, etc. Vaos la vida a vosotros en que yo me vaya, porque si no me voy, no verná el Spíritu Sancto a vosotros; y si me voy, inviaros he el Spíritu Sancto a vosotros; y cuando este Spíritu Sancto viniere, yo os digo de verdad que argüirá al mundo de pecado, y de justicia y de juicio, y enseñaros ha toda la verdad, y declararos ha todo quanto yo os he dicho. ¡Oh palabras spantosas, oh palabras divinas, oh palabras grandes, o palabras preñadísimas y importantísimas y misteriosísimas! ¿Cómo, Señor, qué es esto? ¿Qué quiere decir «vaos la vida en que yo me vaya, porque, si yo no me fuere, el Spíritu Sancto no verná a vosotros»? ¿Cómo, Señor, y vos sois estorbo a el Spíritu Sancto, o pugnáis ex diametro vos y el Spíritu Sancto? ¿No cabéis en un saco vos y el Spíritu Sancto? ¿Vuestra benditísima humanidad es embaraço para que el Spíritu Sancto venga a nosotros? Ella fue fabricada por sus manos, y no hubo cosa en que Él más se holgase, ni la habrá, ni la puede haber, como es vuestra sacratísima humanidad. ¿Qué es esto, Señor, que no quepáis los dos juntos? Allá Dios y Belial, Dios y el diablo, Dios y el mundo, Dios y los pecados no caben; pero Cristo y el Spíritu Sancto ¿cómo no caben? ¿Por ventura, Señor, queréis vos algo que no quiera el Spíritu Sancto, o el Spíritu Sancto quiere algo que vos no queráis? No hube cosa más [conforme] con su voluntad del Spíritu Sancto, ni es posible haberla, que Jesucristo. Él fue el que más le agradó en cuanto hombre; que en quanto Dios, iguales son y una misma esencia son. Él fue el que más le amó, el que más le obedesció, el que más le honró. Pues ¡válame Dios!, ¿qué es esto?, ¿cómo está aquí esto?, ¿cómo se compadece esto? No le agradó nadi tanto, ni le complació nadi tanto a el Spíritu Sancto, como nuestro Redemptor le agradó, ni hubo nadi a quien el Spíritu Sancto honrase tanto que viniese sobre su cabeça visiblemente en figura de paloma, como hizo a nuestro Redemptor. Mirá qué magnífica honra, y qué grande y qué illustre, abrirse los cielos y baxar el Spíritu Sancto a ponerse visiblemente sobre la cabeça de Jesu Christo. Y óyese una vox desde el çielo en esos aires grandísima, y articuladísima y altísima y clarísima, que fue un testimonio verísimo y rectísimo y de gran majestat. Oí esto, que no penséis que fue así este testimonio como quiera, sino que habéis de creer, como es verdad que es así, que fue la cosa de mayor alteza y de mayor divinidad, y de mayor majestat y de mayor autoridad que se dio testimonio en el mundo. Mirá quién le daba (con quien me entiende hablo); mirá, señores, quién daba el testimonio, y de quién se daba, y cómo se daba, y a qué propósito se daba, y el porqué, y el para qué, y lo que importaba, y veréis lo que fue y qué montó el testimonio de hoy, en que fue una carta de crédito de Dios al mundo de su Hijo propio y natural. Oí: Hic est Filius meus in quo mihi bene complacui. Ipsum audite. ¡Ah mortales, ah hombres, ah vellacos, ah buenos, ah sanctos, ah no sanctos, ah justos, ah no justos, ah pecadores! Veis a mi Hijo muy amado de mí, de mi substancia, igual a mí, coeterno conmigo, bonísimo como yo, sapientísimo como yo, poderosísimo como yo, justísimo como yo, Señor como yo, Dios como yo. Miralde, hombres, de vuestra ropa, de vuestra librea, de vuestro talle, de vuestra masa, de vuestra naturaleza. Miralde ya hecho compañero vuestro y hermano vuestro. Es tan gran persona, que es Hijo mío. Quiéreos tanto, que va a morir por vosotros. Quiere a mí tanto, que en ninguno me agradé ni me agrado ni agradaré tanto como en él, sin comparación alguna. Miralde, mortales; no digáis que no os aviso. Creé que es tal que le podéis bien dar crédito a lo que dixere. Amalde, servilde, obedeçelde, oilde, seguilde, reverençialde, tomá su dotrina, guardá sus palabras, imitá sus obras, confiaos dél, dalde crédito, que os va la vida en darle crédito; oilde, ipsum audite, oilde, oilde. ¡Oh, válasme Dios, qué testimonio, válasme Dios! Ipsum audite. ¿Paréceos que le honró aquí el Padre Eterno y el Spíritu Sancto, y que los sirvió él, en quanto hombre, desde el instante de su concepción hasta la muerte, y que nunca los desagradó ni en un cabello, y que fue imposible desagradarlos? ¡Y que diga aquí nuestro Redemptor, con ser todo esto que he dicho verdad, como es verdad que es verdad: «Vaos la vida en que yo me vaya de vosotros y que personalmente me absente porque, si yo no me voy, el Spíritu Sancto no verná a vosotros»! ¿Qué enemistad, más qué amistad, es ésta que hay entre Cristo y el Spíritu Sancto? ¡Y que no quepan en un saco los que más han cabido en un saco, y los que más es posible caber en un saco! Plega a la divina majestad que sepa yo decir esto; plega a Dios.

Mire vuestra Señoría Reverendísima: No se dice aquí que cumple partirse nuestro Señor para que venga el Spíritu Sancto (porque, a no partirse, no vendrá) porque repugnen los dos juntos y estar el uno a do está el otro; y no se sigue que a do está el uno ha de estar el otro; pero porque la humanidad sacratísima de nuestro Redemptor tiene tan abobados a los discípulos que los tiene absortos y enamorados della y embarazados en ella, y, como hartos y contentos, paraban en ella, y no pasaban adelante a calar lo divino y a minarlo y pensarlo, y ansí, aunque no por parte del Spíritu Sancto ni de Cristo proviniese impedimento, habíale por parte de los discípulos, que paraban solamente en la humanidad. Y en esta segunda manera, que es quoad discipulos Christi y quoad nos, no caben en un saco la humanidad de Cristo y el Spíritu Sancto; y ansí, para que no se çebasen los discípulos en la humanidad, sino que anhelasen a la divinidad, y para despertallos y avivallos más, fue menester y mucho menester que se les quitase la humanidad de nuestro Redemptor, en quien tanto se cebaban, delante los ojos; y ansí los discípulos de su parte, por parar en la humanidad, se embaraçaban de parar en la divinidad. Y ansí, quanto a ellos, y por su causa de ellos, se sigue que no estén en un saco el Spíritu Sancto y la humanidad de Cristo, porque no sabíen usar de. la humanidad de nuestro Redemptor, como era menester y hasta donde era menester; y ansí fue necesarísimo, utilísimo, importantísimo a ellos y a nosotros que se la quitasen delante los ojos. Pues dad acá, señores. Si por la causa que tengo dicha no cabíen la humanidad de Cristo y el Spíritu Sancto en un saco, ¿cómo cabrá con el Spíritu Sancto la soberbia, cómo cabrá la avaricia, cómo cabrá la luxuria, cómo cabrá la ira, cómo cabrá la gula, cómo cabrá la invidia, cómo cabrá la pereza, cómo cabrá la nigligencia, cómo cabrá el descuido, cómo cabrá la tibieza, cómo cabrán nuestras bellaquerías, cómo cabrán nuestros pecados, cómo cabrán nuestras maldades, cómo cabrán nuestros adulterios, cómo cabrán nuestros robos, cómo cabrán nuestros hurtos, cómo cabrán nuestros latrocinios, y nuestras rapiñas, y nuestros juegos y nuestras trampas? ¡Oh, válasme Dios! Por cierto que es verdad que me spanto de ver el engaño que tenemos hoy en el mundo todos: que haya venido la cosa a que nos hayamos persuadido a nosotros que caben en un saco Dios y nuestras hipocresías. Cata que es la cosa más donosa del mundo. Que venga un hombre a persuadirse a sí mesmo que pueda Dios caber con un pecado, y que se tenga uno por muy sancto; y que diga que es eso: «que ni yo mato, ni robo, ni quiero mal a nadie, ni soy jugador ni desuellacaras; pero otros habrá en el mundo peores que yo. Lo más, más que tengo yo a mi parescer es ser dado un poco a cosas de carne». ¡Oh diablura grande y hediondez grande, que pienses tú que ha de caber Dios en tu alma y tu luxuria! ¡Jesús, Jesús! Es un engaño manifiesto que anda hoy en el mundo. Que vendrá un logrero, un diablo desuellacaras, robador de la de su próximo, un tramponazo, usurero, revendista y trampista, y dize que no perderíe la misa cada día por cuanto hay en el mundo y que no se le pasase sermón que no oiga, y que cada fiesta está en vísperas, y piense por esto que no hay mal ninguno en él, y se compadesce muy bien esto con lo otro, y estáse ansí engañado, que nunca se mejora; que vive en aquello y muere en aquello, y aquello piensa que le basta. Y vendrá otro beatoro y otra beatora y pensará que por estarse tres horas de rodillas, y por roer las paredes, y por comer los sanctos, y roer las imágenes, que, aunque sean pecadores, que los basta aquello; y piensan que están bien con Dios, y en aquel estado se quedan toda su vida, sin pasar adelante. ¡Ah pecador de mí, qué engaño tan grande, señores! Que no cabe Dios con el mundo, sino que es querer medio Dios y medio mundo. No se compadesce el Spíritu Sancto y el pecado en ninguna manera, ni es posible compadescerse. Todo lo malo se ha de renunçiar, todo pecado se ha de dexar, para que el Spíritu Sancto venga a nuestras voluntades, porque se las hemos de dar libremente, y libremente limpias, y libremente dispuestas; y ansí, en el baptismo dicen a los niños: Abernuncias Satanae?, y respondéis: Abrenuncio. Y luego dice: et omnibus operibus eius? -Abrenuncio. «Reniego del diablo». Adelante. «Y reniego de todas sus obras». Luego ninguna de ellas se compadesce con Dios. Y las obras son los pecados. Luego los pecados no se compadescen con Dios. Así es la verdad, que ninguno ni todos ni ninguno dellos se compadescen con Dios, ni se pueden compadesçer, ni es posible compadesçerse. Y mientras estos pecados tuviéremos, no nos espantemos que venga cada día a la puerta ese turco y ese Barbarroja y esos diablos y rabiosos canes, que dicen que vienen con cien mil peones y ciento y cinquenta y cinco mil de caballo; que, de verdad, si nosotros quitásemos estos turquitos de entre nosotros, que fuese uno de nosotros para diez dellos. Y no digáis «spañoles somos», y no sé qué; que de verdad, que si no somos buenos, que no sé lo que Dios permitirá. Por eso procuremos de echar de nosotros nuestros pecados, porque no permita Dios que los turcos maltraten a los cristianos turcos, que están de nombre cristianos y de obra turcos. Y ansí su Señoría Reverendísima, como persona de excelente consejo y juicio, considerando lo que va en esto, ha mandado que en todas las iglesias, como es Primado de las Spañas, se diga en la misa una rogación a Dios para que entre tanto lloremos nosotros nuestros pecados, y supliquemos a Dios que nos perdone, para poder así muy mejor y más fáçilmente vençer a los turcos, y a los moros, y a los judíos, y a los herejes, y para vencer al dimonio y a nosotros mismos; para que la fe sea ensalçada y sublimada y para que Dios servido, y obedesçido, y amado y reverenciado; y para que nosotros no vivamos como a sombra de tejados, sino que miremos por nuestra salud y supliquemos a la divina majestat que nos oya, y nos ayude, y nos favoresca, y nos dé su grada y su gloria, ad quam nos perducat misericordia, Iesu Christi per infinita saecula saeculorum. Amen. Finis sermonis.



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