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ArribaAbajoMario Eduardo de la Viña: Una trama apagada

José Bolado - Antonio Alonso de la Torre


I. E. S. «Miguel Servet», Madrid - Licenciado en Historia del Arte


Introducción

En la actualidad puede decirse que el nombre del escritor gijonés Mario Eduardo de la Viña se ha convertido en una estela más del vasto cementerio que ocupan la mayoría de los escritores y artistas del exilio español. Apenas algo más que los recuerdos de sus familiares y amigos y la cita erudita en escasos estudios y diccionarios.

Su voz da entrada en el diccionario de Escritores y Artistas Asturianos100 de Constantino Suárez al relato de una obra que, aunque realizada en poco tiempo, es valorada por sus notables logros.

Cuando llega la guerra, Mario de la Viña es un conocido escritor, forjado, sobre todo, en las páginas del diario madrileño La Libertad. Es entonces muy joven y su carrera periodística ya se había consolidado. Ésta había comenzado de modo brillante en el año 1931101 cuando gana el premio Zozaya, de crónicas, convocado por el citado periódico madrileño. Tenía veintiún años y se encontraba en Pamplona, realizando el servicio militar. (El galardón se le había concedido por «Cárceles», entre un total de 589 crónicas inéditas, y el jurado estaba compuesto por algunas de las más relevantes figuras literarias del momento: Isabel Oyarzábal de Palencia, Gabriel Alomar, Eduardo Zamacois, Alberto Insúa y Rafael Cansinos Assens).

Mario, que no había sido buen estudiante en el Instituto Jovellanos, fue, sin embargo, lector voraz en la Biblioteca Circulante del Ateneo Obrero de Gijón. Su padre, el marino y profesor Ángel de la Viña, era ateneísta y le había inscrito en aquella sociedad cuando sólo tenía doce años. Allí conoce a personalidades de variados campos de la cultura y a algunos renombrados escritores pero, ante todo, lee libros de ciencia, de política, de literatura... y pronto quedará subyugado por el estilo de Gabriel Miró. Acepta su magisterio y es fácil observar la influencia recibida en sus prosas espesas, detenidas y olorosas.

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En el número extraordinario de la revista del Ateneo Casino gijonés del año 1932, en la Sección de la Biblioteca Circulante, encontramos un documentado artículo102, sin firma, sobre Gabriel Miró, en el que se reseña el valor humanista de sus escritos y en el que se pronostica el aprecio que de su obra se hará cuando los tiempos se remansen y la actualidad política no sea el tema capital que domine la atención lectora. En parecidos términos se expresará Mario Eduardo de la Viña repetidas veces.

En «Sentido social de la obra de Miró»103 observa, además, un punto de vista mironiano, que para él mismo es esencial, el valor de la tierra como referente de salvación humano. En realidad desenvuelve, una vez más, el tópica del lugar de origen como ordenador de vida y fuente de armonías personales:

¿Dónde vas, muchachito mío?... -viene a decir, sin decirlo, Miró, empapado en tristezas dolorosas-. ¿Dónde vas, tan niño, tan débil, tan desnudo? ¿No ves que cuando vuelvas, cuando vuelvas rico de Barcelona, que hasta rico puedes volver de allá, habrá muerto tu abuela, y tu madre, y tu padre, y te serán extraños tus hermanos, y no conocerás nada de la tierra, y te ladrará tu perro, y huirán de ti tus animales, y preguntarás por muchas cosas que ya son idas, y no conocerás nada de lo nuevo, porque nada has hecho tú, porque nada es tuyo, porque has consumido tus años mejores entre gentes ingratas, enemigas, y aunque consigas volver rico, ¡rico, señor, rico! volverás muy pobre y muy desgraciado, porque tus manos no habrán cerrado los ojos muertos de tu madre y tú mismo estarás ciego, solo, perdido?...



«Habla así Miró con el corazón en la boca -dice de la Viña-. Y eso es lo mejor que late en lo profundo de su obra, y es ése el sentir social de ella. El de que la salvación de todos está en un amor, en un cariño y desvelo caliente por nuestra tierra, por nuestra provincia...».

De modo semejante a él retornan, hoy, con éxito escritores como Seamus Heaney y John Berger buscando, cada uno a su modo, el sentido de las viejas palabras familiares y reordenando, en la nueva red de relaciones, las antiguas voces del paisaje moral y físico reconocido. Asunto que está obteniendo notable proyección en la lírica asturiana actual.




El amor por la tierra

El amor de Mario de la Viña por su tierra se plasma en un punto de vista múltiple:

Social, entendido como atención hacia la vida de la gente común. Su premiada crónica «Cárceles»104 podríamos situarla de este modo. Su mirada se detiene morosa en los presos que ya no viven como seres humanos. Algo fundamental en su existencia se rompe al traspasar el portón. Afecta a los que instalan el sistema y a quienes lo padecen. No da soluciones políticas, describe.

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De modo relevante, luego, se ocupa de las víctimas de la represión posterior a la revolución de octubre de 1934, sobre todo de los niños huérfanos y de las mujeres hambrientas. Sería muy prolijo detallar las ocasiones en que su referente son los problemas sociales, entre las más de setenta crónicas y artículos que hemos recogido de las páginas de La Libertad, El Noroeste, El Liberal, etc. Quizá sean dignas de mención especial «La dictadura del hambre» (La Libertad, 8 de febrero 1933), «Los olvidados» (La Libertad, 16 de junio 1933); «Los otros presos» (La Libertad, 7 de marzo 1936). En todas ellas, sus protagonistas son seres sin vocación de marginalidad pero abocados por las circunstancias sociopolíticas al nivel infrahumano de la subsistencia.

Paisajístico: en realidad, la descripción paisajística, detallada y colorista, configurada con matices pictóricos se percibe en la mayoría de sus escritos. En la descripción del color y en la composición de las figuras alcanza unos niveles sorprendentes y originales; quizá ello se deba a su conocimiento del arte pictórico y a la amistad que mantenía con Evaristo Valle, Luis Pardo y Aurelio Suárez. «Los álamos y el río» (Norte, marzo 1932); «Bocetos del Carnaval», dedicado a Evaristo Valle (La Libertad, 26 de febrero de 1933); «Imagen del puerto viejo» (El Noroeste, 19 de agosto 1934); «La caída del verano» (La Libertad, 11 de julio 1936) pueden ser modelos de una manera de atender al paisaje que debe mucho también a Gabriel Miró. De todos modos, Mario de la Viña consigue efectos memorables al situar en una matizada escenografía tipos y personajes muy vivos, con enorme carga emocional. Así ocurre, por ejemplo, en «Voz y figura de la sardinera» (La Libertad, 25 de agosto de 1933) o en «¡Ya vienen las boniteras!» (La Libertad, 23 de julio 1933).

Literario. Larra, el ya citado Miró, Rosario de Acuña, Gorki, son algunos escritores por los que muestra su aprecio. De forma habitual, en su relato combina experiencias vividas como lector, con semblanzas del autor o autora. No es un periodista de reseñas bibliográficas ni un hacedor de resúmenes por encargo. Sus líneas están marcadas por las sensaciones que le produjo una lectura o por el acercamiento emocional hacia una obra o hacia el pensamiento global de un escritor. Están también marcadas por las actitudes éticas, la simpatía hacia uno u otro aspecto biográfico conocido de los autores elegidos105.

El azar ha querido que la que creemos es su última colaboración en La Libertad haya sido la dedicada a «Mi Gorki». Sobre él, un sábado 18, de julio, los lectores -difícilmente- podrían haber leído:

Dolor, Naturaleza, y Libertad enormes es lo que uno padece y goza con Gorki. Dolor de la momificada y crudelísima vida del pueblo ruso. Naturaleza antigua de los ríos, de los bosques, de las estepas sin límites, y libertad salvaje de los vagabundos. De esos tres elementos se nutre el acorde gorkiano, que vibra emocionado en nuestros sentidos. Y el Volga -presente o ausente-, el agua del Volga y el bullir de sus riberas -«mujiks», pescadores, traficantes, viajeros-, forma siempre un fondo aterciopelado que exalta los tonos de los primeros términos. Con Gorki nos saciamos, unas veces, de obscuridades densas y encadenadas, escalofriantes, y otras, de fino aire primaveral. O barro y sudor y tinieblas, o frescos prados y tibieza y luz...



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Político. Las opiniones políticas del autor a favor de los desposeídos, obreros de las fábricas, mineros, campesinos, mujeres... y su defensa crítica del sistema republicano se hallan dispersas en la mayoría de sus escritos. De alguna manera es su punto de vista vertebrador. Pero en los meses anteriores a la guerra se observa otra intensidad. Varios artículos se alinean entonces claramente en la llamada literatura social o de combate. Así ocurre, por ejemplo, en «Nosotros y Ellos» (La Libertad, 16 de febrero 1936) o «En marcha» (La Libertad, 23 de febrero 1936), alegatos a favor de la República desde su característico estilo:

De lo mejor de España, del legítimo pueblo español, ha nacido otra vez el gran molde de la República. Con serenidad impresionante, con dignidad y con valor imponderables, lo más inteligente y generoso ha gritado su anhelo apasionado. De los bosques de cemento de las ciudades y, lo que es más rotundo, de los campos; de las eras, de los bancales, de las brañas apacibles, de las llosas cántabras, de las huertas levantinas, de los agros y las erías, y los ejidos, y las majadas, y las rastrojeras y los pastizales; de las pardas solanas, de las llanuras, de los valles, de los pedregales, de los cantizales, se ha alzado un clamor inmenso de justicia. Por el aire retumba el fragor de esa voz poderosa, y las piedras tiemblan penetradas de ecos unánimes. Y la tierra y el mar vibran gozosos, y las distancias se han llenado de claridades.



No se olvida, sin embargo, de bajar el tono épico y adoptar el propio de la reflexión, del análisis:

Muchos errores se cometieron en los primeros años de la República. Tantos y tan gruesos, que la razón se maravilla de que, en cierto momento, no fuéramos lanzados de nuevo hacia atrás, hacia lo que estaba, y está, bien ausente, que es más que vencido. Y eso, que pasó, es nuestra experiencia, el mineral amargo de nuestra experiencia106.



Algún otro premio recibiría Mario de la Viña, de la Cámara Oficial del Libro de Madrid y del diario El Liberal107, pero, ante todo, no dejamos de asombrarnos de la expresividad, fuerza y, en muchos casos, emoción con las que Mario de la Viña construía su prosa. Una forma de periodismo literario elegante y contundente que merece la luz y ser disfrutada hoy.




El exilio

Poco conocemos aún de lo que aconteció en la vida de Mario Eduardo de la Viña tras el inicio de aquella guerra tremenda. Sus colaboraciones en La Libertad cesan. Si publicó o no durante la guerra, está pendiente de investigación.

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Contamos por ahora con los testimonios de su hermana Maruja y de sus amigos los pintores gijoneses Luis Pardo y Antonio Suárez. Ellos nos sirven para reconstruir una débil faz de Mario de la Viña en el exilio francés. A través de sus palabras se moldea una impresión de hombre que vive la distancia con dolor y abatimiento y al que, caso contrario a otras figuras literarias como Luis Cernuda, el exilio empobreció o casi anuló su creación literaria.

Por mediación de Maruja de la Viña y de Luis Pardo sabemos que tras las dificultades de los primeros años, en Toulouse, participó en la segunda guerra mundial, luchando contra la ocupación nazi, quizá con la esperanza añadida de que una victoria aliada conllevara la derrota de la dictadura franquista.

Sin embargo, los años pasan y la posibilidad de regresar a su tierra, que había sido su principal referente literario, no se cumple. Mario de la Viña comienza a trabajar en la embajada cubana en París, al mismo tiempo que colabora en algunas revistas. Luego consigue el empleo de lector de español en la Sorbona. En esta universidad, dado su alto nivel cultural y su gran conocimiento de la literatura europea, conseguiría, al cabo del tiempo, impartir algunas clases y desarrollar algunas charlas sobre literatura española.

En París va rehaciendo su vida, se casará con una francesa y tendrá una hija. Con ellas gozará de algunos veranos de los años 70 en su añorado Gijón. Tenemos la impresión de que durante todo este tiempo sus casi únicos puntos de referencia serán su país de origen y los años de juventud pasados en él.

Finalizada la segunda guerra mundial, Mario de la Viña continúa escribiendo en dos publicaciones de corta vida aparecidas en París en 1946 y desaparecidas el año siguiente: Mi Revista y Heraldo de España108. En las dos revistas forma parte del equipo de redacción, con el puesto de secretario de redacción. Eran revistas en castellano, destinadas a lectores americanos, en las que Mario de la Viña escribía sobre temas variados, pero principalmente sobre la actualidad política. En ellas destacaba la colaboración de intelectuales franceses como Paul Èluard, Louis Aragon, Albert Camus, etc., además de otros escritores y periodistas españoles, algunos de ellos antiguos compañeros del diario La Libertad, como Eduardo Zamacois, Mariano Benlliure o el asturiano Alfonso Camín.




Recuerdos parisinos del pintor Antonio Suárez

Referente a los primeros años 50, contamos con el testimonio del pintor Antonio Suárez (Gijón, 1923) que contactó con Mario de la Viña a los pocos días de su llegada a París (1951). Nos cuenta Antonio Suárez que cuando llegó a París tenía dos puntos de contacto, uno formado por artistas y el otro con los asturianos en el exilio. Pasado un tiempo, Mario estaría a la cabeza de sus preferencias y mantendría con él una relación casi diaria: «En principio, según llegabas a París, siempre estaban allí los exiliados encantados de acogerte». La comunicación entre los dos fue fluida, ya que a Mario de la Viña le encantaba la pintura y porque «sin hablar de ello, sabe de qué están hablando siempre». Son los años en que Mario de la Viña trabajaba para la embajada de Cuba, estando muy ligado a   —58→   la figura del entrañable embajador, que sabría sin duda, nos dice el pintor, aprovechar la habilidad de Mario de la Viña a la hora de redactar.

Recuerda que entonces Mario de la Viña vivía en Montmartre, cómodamente, en un lugar agradable. Eran años en que los viernes tenían por costumbre juntarse en una comida un grupo de exiliados: «eran muy aficionados a estas cosas, estaban muy solos». Eran habituales los pintores cántabros Pisano y Ceballos y otros más, además de Mario de la Viña. Antonio Suárez guarda gratos recuerdos de todos ellos y no olvida «algo tremendo» que sucedía en esas comidas, que «aunque eran divertidísimas, no pasaban cinco minutos sin estar otra vez en el 36». Entonces se reproducían nuevamente las luchas internas de la República, y aunque ellos se querían y respetaban, discutían terriblemente según su ideología fuera comunista, socialista, anarquista, etc. Antonio Suárez, más joven, veía las cosas de otra manera y quedaba asombrado al oír todo aquello.

Del carácter de Mario señala que era un hombre incapaz de estar solo: «para él la soledad era una cosa verdaderamente espantosa». Añade Antonio Suárez que Mario de la Viña no podía pasar sin cenar a diario con gentes de Gijón, con las que necesitaba tener una gran relación, aunque fuese a esas reuniones casi solo para pasar un buen rato, riéndose con los comentarios y recuerdos de aquellas gentes, en su mayoría, humildes. Por el día estaba ocupado en sus cosas, en la embajada o escribiendo sus artículos para revistas como Carteles, pero por la noche tenía que ir a compartir la cena con alguien cercano. Dice Antonio Suárez:

Era un hombre que por su carácter, yo creo, se había apartado de muchas gentes, su refugio eran esas otras personas que le querían y le respetaban y con las que él se reía mucho. Pero pienso que no estaba con las que él tenía que estar, escapaba de ellas, y en cambio estaba con estos otros humildes exiliados gijoneses.



Recuerda que en esas ocasiones Mario de la Viña frecuentemente exclamaba: ¡Cago en Dios! Y había quien se lo recriminaba, pero él interrumpía rápidamente para justificar su actitud:

-¡Coño, Mario!, tas tol día diciendo ¡Cago en Dios!

-¡Toi enfadáu con él!



En esas comidas o cenas cuenta Antonio Suárez que aquellas gentes le preguntaban, por ejemplo, por «un chigre pintado de azul que había en tal calle, o tal otra..., cosas por el estilo», y la mayoría de las veces no sabía ni de qué lugar hablaban, porque habían desaparecido calles enteras de Gijón, y él les comentaba que todo había cambiado mucho, que posiblemente ya no existía, pero «había que tener un cuidado enorme, porque podía hacerles daño,... ¡siguen tan ligados a todo eso!, totalmente distinto a mí, que voy y vengo y marcho cuando me interesa. Muchos de ellos están perdidos, no saben qué hacer...».

Antonio Suárez tuvo un importante apoyo en Mario de la Viña durante esos años, difíciles en algunos aspectos, en París. El contacto fue intenso pero resalta que había un respeto enorme por la vida privada de estas personas exiliadas, que habían roto completamente con su vida anterior y les costaba un trabajo enorme el adaptarse, porque no tenían forma de entrar en los círculos franceses. Se encuentran desplazados, mientras jóvenes como él mismo no hallan esas dificultades y contactan con facilidad. Por esta razón dice   —59→   que eran unos años en que aquella gente era muy discreta, porque había que serlo; si no, no había posibilidad de convivencia entre ellos. Guardaban misteriosamente su vida privada, no se hacían preguntas porque había mucho respeto entre ellos. «Cada uno ha vivido como ha podido», dice Antonio Suárez, quien añade que, por lo que él sabe, aunque los había que lo pasaban muy mal, todos vivían de forma muy honesta:

Había que ir a verlos, estar con ellos y dejarlos hablar, que se explayaran, moverlos de casa, porque lo necesitaban,... vivían terriblemente solos.



También justifica la prudencia de sus palabras diciéndonos: «Hay cosas que no quiero ni recordarlas, que las tengo un poco borradas, porque no sé además si ellos mismos dicen las cosas...».

Antonio Suárez y su mujer, Geli, están aquellos años entrañablemente unidos a estas gentes de Gijón, no podía ser de otra manera, nos dice. Eran personas a las que ellos querían, aunque no sabían ni comprendían lo que Antonio Suárez pintaba, con la excepción precisamente de Mario de la Viña.

Éste, aún después de tener que dejar la embajada por el cambio de régimen en Cuba (curiosamente lo sustituirá Ceballos, que era comunista), no rompió su ritmo de vida. Continúa viviendo bien, tranquilo, muy elegante. Era de los pocos que «continúa viviendo en Mario de la Viña», en sí mismo, escribiendo y haciendo sus cosas, trabajando, pero incapaz de estar solo.

En las idas y venidas posteriores Antonio Suárez sigue viendo a Mario de la Viña en París. Años después, el también pintor Orlando Pelayo es quien le pone al corriente de cómo se encuentra su amigo. Un día de verano le avisa de que, por fin, está en Gijón. Recuerda aquel enorme abrazo en un café de la calle Corrida, y los contactos en posteriores veranos gijoneses. Orlando, después, también le irá trayendo las malas noticias sobre su salud deteriorada.




Cartas al pintor gijonés Luis Pardo

Nuestra principal fuente de información escrita son las cartas que el escritor enviaba a su amigo Luis Pardo. A través de ellas conocemos opiniones, sensaciones, experiencias, etc., del Mario transterrado. Por esta razón cederemos paso, con frecuencia, a las valiosas palabras del escritor en esas cartas inéditas, pues, son ellas el vehículo óptimo para reconstruir las condiciones de su vida en el exilio y la evolución de sus ideas.

Sabemos (carta a Luis Pardo, septiembre de 1976) que volvió a publicar su artículo «Cárceles» en Toulouse, ciudad que junto con París fue uno de los principales centros de publicación de los intelectuales republicanos exiliados. Es probable que en alguna de las numerosas revistas culturales y literarias de la ciudad francesa colaborase en los aún esperanzados primeros años de exilio:

Aquí te va sin tardanza lo ofrecido. No está en muy buen estado la crónica que decidió de mi vida. ¡Y menuda decisión!... Es una reproducción de un periódico de Toulouse de hace la mar de años. De cuando aún le bailaban a uno por la cabeza esperanzas e ilusiones...





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Colaboración en la revista Carteles

Releyendo las cartas de Mario de la Viña a Luis Pardo se verifica un dato interesante. A pesar de la separación física que impuso el exilio, gran parte de los antiguos amigos del Ateneo Obrero gijonés continúan manteniendo relaciones a través de la correspondencia. Este contacto les mantiene al tanto de sus labores creativas y les estimula a realizar mutuas colaboraciones. Una de las relaciones importantes de Mario es con Antonio Ortega, que dirigía la revista Carteles en La Habana. En los años 50 Mario colabora desde la capital francesa con esta revista con el cargo de redactor-corresponsal, escribiendo artículos sobre las novedades artísticas que acaecían en París. Luis Pardo nos comenta que también colaboraba con otras revistas de México y Argentina, sin que hasta el momento se encontrasen ejemplos de estos trabajos. Probablemente enviaría colaboraciones para las publicaciones en las que trabajaba el gijonés, y también ateneísta, José Luis Corujo Jamart, en Venezuela.

No debe sorprender el hecho de que Mario de la Viña se convirtiera en comentarista artístico. Sus artículos de antes de la guerra muestran, como ya hemos dicho, una singular vinculación estética con el mundo de la pintura. Abundan las descripciones desde el exterior de los personajes, los matices de color, incluso la misma estructura de los artículos recuerda, a veces, a la ordenación o composición de un lienzo. Incluso en algunos de sus artículos de La Libertad las máscaras de Valle cobran vida, o los pescadores del Retablo del mar de Sebastián Miranda, o las Piltrafas humanas que pintara Luis Pardo.

Esta cercanía al mundo de la pintura continúa tras la guerra, como se observa en las frecuentes citas que aparecen en su correspondencia referidas a libros que tratan sobre artistas o las amistades que en París mantiene con artistas asturianos, exiliados o jóvenes, que por allí andaban. De este modo mantiene contactos con el escultor ovetense Víctor Puente, el pintor José García Lamuño, Orlando Pelayo o Antonio Suárez.

Sus artículos presentan generalmente la característica de no detenerse a comentar ninguna obra o pintor en particular. Estos son sólo la excusa para reflexionar sobre el ambiente social del momento. Así lo confirma en una de sus cartas a Pardo (3 de julio de 1979) al decir: «a mi parecer, cuando de pintura se trata, sobran los comentarios escritos».

El primer comentario artístico que poseemos es de 1951, y el referente es Picasso, que exponía nuevamente en París. Los comentarios de Mario de la Viña pueden calificarse de valientes, intentando valorar las cosas en su justa medida, huyendo de los apasionamientos que levantaba la figura del pintor malagueño. Había quien lo calificaba de genio insuperable, mientras otros veían en su obra una burla. Mario sabe huir de los radicalismos de la crítica. En plena vorágine de comentarios él mantiene la calma. Dice de Pablo Ruiz Picasso:

...es un artista de mucho talento que ha trabajado con seriedad y constancia por embellecer y conservar las cosas de su alma en la materia y disciplina estrictas de la pintura, ajustado a la pura y difícil ley de las líneas y los colores, y que tuvo la suerte -la gran suerte- de aprovechar hasta las heces un estado mental de la sociedad de su tiempo.



Pero el análisis de Mario no acaba aquí, ya que logra distanciarse de los hechos en tal medida que logra analizar las consecuencias que trajo consigo el «efecto Picasso».   —61→   Abundaban los pintores que intentaban imitarlo, que ya no eran originales, que pretendían llegar a la meta sin haber recorrido antes el largo camino del maestro. Toda la libertad creativa que el siglo XX aportaba a la pintura podía conducir a engaño al espectador al hacer pasar por moderno o abstracto lo que no tenía ningún valor, porque ningún valor poseía el creador:

...Picasso sembró la confusión en la pintura. Pero no es suya la culpa, de Picasso, sino de los otros, de los pintores que dicen que lo son y comulgan con las ruedas de molino que el maître -maestro y amo- creó para su diversión, después de haberse cansado de demostrar que puede hacer lo que quiere, y hasta lo que no quiere, con el lápiz y el pincel; de los que ignoran, o fingen ignorar, que para desdibujar hay que saber dibujar, y que para romper el equilibrio de los volúmenes de un cuadro y dejar a un lado las leyes de la luz, es preciso haber llegado antes hasta la mano derecha de Rafael.



Sin duda Mario de la Viña se atreve a tocar uno de los problemas más importantes en el arte del siglo XX, como es la confusión que existe al primar intereses ajenos, en principio, al arte, como son el mercado o las relaciones personales que han llevado a triunfar a quien no tenía méritos para ello. En este sentido, Mario finaliza su escrito criticando el complicado lenguaje que utilizan algunos artistas o críticos, que únicamente vale para enredar y encubrir la realidad.

En parecidos términos vuelve a expresarse en su siguiente artículo, noviembre de 1951, titulado «La fuente y la cloaca», inspirado en lo que observó en el vigésimo sexto Salón de las Tullerías:

Entre un centenar de pintores de nombres ilustres o, más simplemente, de prestigio naciente, sólo a uno o a dos les da por seguir creyendo -¿sinceramente?- que el mundo, el exterior, es una especie de galimatías, y si además se trata del suyo interior, pues peor, y peor para ellos; y que las gentes tienen que convertirse el cerebro en caldo y hasta que saber trigonometría esférica para sentir lo bello.



Visitando el Salón deduce que la pintura abstracta, en sus palabras una mera «escapatoria de la impotencia», ya está cayendo en desuso. Insiste en la idea de que para ver con más agudeza que nadie debe antes conocerse a la perfección los cánones egipcios, griegos, romanos, góticos...

En consecuencia con sus palabras, no reniega de todo lo vanguardista, sino que sabe distinguir entre quienes demostraron esos conocimientos y ese dominio, pintores como Chagall, Matisse o Roault, y los que con engaño, burla, o dispersión artística no hacen más que poner en entredicho los logros de estos mismos maestros.

El final de este artículo es interesante ya que aplica sus reflexiones anteriores al mundo de la política, recordando de alguna forma sus artículos anteriores a la guerra, sobre todo los últimos, en los que reflejaba su desilusión ante la poca talla de los que ocupaban el poder. Quince años después, tras ser expulsado de su tierra y vivir de cerca dos crueles guerras, dice, con alusiones a la historia de su país y a la entrañable sabiduría popular de su recordada villa natal:

...El vigésimo sexto Salón de las Tullerías (...) ha venido a poner de nuevo en su sitio las cosas de la pintura. Los que creían que iban a la cabeza resulta que no están   —62→   ni en la cola. Algo parecido a lo que sucede en la política, donde los furibundos de la zurda se mudan en inquisidores al lado de los cuales Tomás de Torquemada fue un inofensivo sacristán. Y es que a bajamar todo aparece, como dicen los marineros de mi costa.

Bajó la mar, y la «fuente purísima» del arte abstracto se ha visto que era una cloaca. Lo lamentable es que todavía hay jóvenes valores americanos del arte que vienen a París sedientos de sus aguas... y ya podrá comprender el lector las consecuencias.



El artículo firmado en mayo de 1952, «Cien retratos de hombres», refuerza las anteriores opiniones de Mario de la Viña, pues elogia los diferentes estilos de la pintura, según las épocas, para representar la figura humana. No es de extrañar que una exposición de retratos atraiga la atención del articulista. Precisamente el Hombre había sido una de las preocupaciones fundamentales de aquella joven generación que empezaba a brillar con la República. Se interrogan a menudo sobre la incertidumbre humana, su soledad, su problemática... Así se observa en muchos artículos de Mario de la Viña de esos años 30, o en muchas pinturas de Luis Pardo, siempre construyendo seres humanos, estudiándolos e intentando penetrar en su íntima realidad para comprenderlos. Inmersos en ese ambiente no sorprende su postura escéptica para con la abstracción.

Comienza el artículo con una cita de Latour:

Cuánta vigilancia, cuánta rebusca y esmero son necesarios para conservar la unidad de movimiento en un retrato, a despecho de los cambios que produce en la fisonomía la sucesión de pensamientos y de afecciones del alma. El modelo está delante de nuestros ojos y cada segundo es distinto, sin contar las variaciones de la luz que mudan, insensiblemente, los tonos de los colores...



En estas palabras se resume la dificultad y la grandeza de un buen retrato. Pero el comentarista no quiere realizar un comentario particular de las mejores obras expuestas sino que prefiere centrarse en los trabajos más recientes, de los cuales puede obtener conclusiones sobre la sociedad actual.

Se había llegado al punto de menospreciar totalmente el arte del retrato y quiere vincular esta tendencia del arte con la vida moderna, por lo que en este caso el comentario artístico es un puente para volver de nuevo, como en sus viejos artículos, a comentar los males de la sociedad de su tiempo. Observa que en el actual sistema el individuo huye de su responsabilidad personal, no quiere libertades que lo comprometa, sólo desea la seguridad que proporciona verse miembro de un grupo que lo ampare:

...Las gentes ya no se conforman con ser rebaño, sino que quieren, y además piden, que se les marque bien visiblemente con el hierro de una ganadería. Lo que algunos llaman la masa -porque es masa, y no pueblo, lo que ellos necesitan- reclama pastores, perros... A esta condición miserable pretende reducir universalmente a los hombres una pretendida civilización que les niega cada día el derecho a ser lo que quieren ser, y que, por medio de mil empresas, disimuladas o declaradas, se dedica hora por hora a vaciarlos de su propia esencia.



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Aguda y descarnada visión de la sociedad, propia de quien tras sus experiencias vividas ha perdido la ilusión en una civilización más humana. Es una crítica distinta a las que realizaba en los años previos a la guerra, cuando señalando y observando injusticias confiaba en ayudar a superarlas con sus denuncias. Ahora ya no hay preguntas o propuestas, ya tiene la respuesta.

Estas desesperanzadas reflexiones le vienen a Mario de la Viña a la cabeza contemplando retratos que le parecen el «homenaje más bello a la irreductibilidad de la persona humana y a la infinita variedad de sus apariencias». Un Mario que observa como todo se globaliza, se vuelve homogéneo, y en consecuencia va perdiendo identidad. Sin embargo allí están frente a él Petrarca, Colón, Hydin, Chateaubriand, Verlaine, u otros muchos sin nombre que le llevan a interrogarse nostálgicamente sobre sus vidas, sus sueños, su civilización...

Cien retratos de hombres reunidos en la luz de la primavera de París, éste con su sonrisa, ése con su pena, aquél atento a vuestra mirada, el otro indiferente y desbordando más la personalidad del artista creador que la suya propia. El hombre y cien universos subjetivos insondables.



Puede intuirse algo más que una añoranza de otros tiempos, quizá haya también un deseo de huida, de escapar a otras épocas y a otras gentes. Y allí poder volver de nuevo a empezar.

Otro artículo está dedicado a las naturalezas muertas, a las que dedica una exposición el museo L’Orangerie. «La vida silenciosa», denomina a este artículo en el que Mario vuelve a mostrarse feliz rodeado de cosas sencillas, humildes. En los años de la República se constataba su aproximación a los hombres trabajadores, sufridos, con sus monos azules, sus modestas pero entrañables posesiones, etc. Vuelve ahora a escribir gozosamente sobre el placer que despierta en sus ojos la contemplación de lo más cercano, de las cosas triviales e insignificantes que a menudo despreciamos por habituales o por pobres, por quedarnos sólo en el mirar:

...Esta exposición representa para los ojos novicios nada menos que el descubrimiento del mundo de las cosas, y para los iniciados, que ven y no se quedan en el mirar, una confirmación emocionante de la profunda vida que guarda ese universo en reposo de lo humanamente inanimado, porque todo es divino y todo debe poseer su alma...



A todo ello encuentra «heroica vitalidad», «existencia gloriosa», a ese reloj que sigue andando fiel cuando estamos ausentes, a la botella que contiene y conserva desde hace años un licor precioso, al plato en el que nosotros comimos, y luego, tras deteriorarse, sirvió para el gato y, por último, para el estropajo y el jabón.

Contemplando estas naturalezas muertas vuelve su mente a reflexionar sobre las sociedades que las crearon, sobre cómo eran las relaciones humanas que engendraron esos lienzos, o, como él dice, «se puede aprender una lección valedera de historia de la pintura y de la psicología de los pintores».

En otro de sus artículos se aparta de los lienzos y los museos para reflexionar entrañablemente sobre los efectos del verano y los turistas sobre el viejo barrio de Montmartre. «Montmartre desaparece otra vez». De nuevo leemos al Mario contemplador, ensimismado   —64→   de su entorno, espectador gozoso de lo auténtico y bello que se presenta a sus ojos. Nos recuerda al escritor joven cuando describía la playa de Gijón, en verano109. A pesar de todo aún le queda dolor para sentir como «han espantado el espíritu de la Butte», con falsedades y engaños:

En las esquinas van instalándose los falsos pintores que antes de acabar sus cagarrutas ya las tienen vendidas a cualquier inteligentísimo; los restaurantes estrenan nuevas lápidas para hacer constar que este o el otro artista famoso solía ir por allí -sin explicar claro está, que las más de las veces se le echaba a cajas destempladas, y ya comprenderá el lector por qué-; el tintorro adquiere el precio de Borgoña, el Champaña el de la ambrosía rociada con néctar. Los porteros de los tabucos pomposamente llamados cabarets, que durante el invierno trabajan en cualquier fábrica de los suburbios, vuelven a vestir sus uniformes que huelen a naftalina y se desgañitan a la caza de clientes. Los sobrinos de San Ignacio exhiben nuevas colecciones de objetos piadosos y de fotografías de la basílica del Sacré-Coeur...



Critica que haya ciudades que caigan en un falso progreso, que en realidad es un proceso de ocaso que sólo busca rentabilidad, mientras su autenticidad se extingue lentamente. Esas gentes apresuradas, de nuevo masa, que corre de un lado para otro, creyendo «que las cosas les están esperando en todo momento para entregárseles por su cara bonita», no son dueñas de la emoción que permite gozar del instante. Se les escapan las verdaderas sensaciones, sobre todo en un sitio como Montmartre, «que es decoración que exige una hora y una luz y una cantidad de silencio y otra de ruido preciso para que la imaginación emocionada pueda ver los personajes de sus sueños». Y Mario de la Viña sueña -que soñar fue la actividad a la que más tiempo dedicó en el exilio- con el verdadero sabor, y olor, y tacto, y sonido, del viejo Montmartre, en el que sus famosos personajes cobran vida. Allá ve al filo de algunos amaneceres invernales al pobre Van Gogh desaparecer tras la puerta azul de un cuchitril, o el escenario de las borracheras de Utrillo, de los gritos de Picasso, de los versos de Apollinaire o Max Jacob..., o de la ancianita que un día sirvió de modelo a Renoir...

Mario añora y disfruta en los días tranquilos y -auténticos- de Montmartre. Porque el «Montmartre del verano y de exportación no vale la pena».

Este artículo sobre Montmartre conjuga, como en toda su obra, lo tierno, lo sensible, con la crítica sincera y dura. Pero cuando manifiesta su indignación, sabe hacerlo sin perder el estilo. Nos dice que para gozar y descubrir lo auténtico se necesita más calma y sensibilidad. La serena contemplación gozosa y los sucesos que le impiden disfrutar de ella son los protagonistas de sus escritos.

Volviendo a la relación entre Mario de la Viña y Luis Pardo, sabemos que fueron amigos desde la infancia, que los dos frecuentaron el Ateneo Obrero de Gijón y su biblioteca.   —65→   Mantuvieron el contacto en Madrid cuando en los años 30 intentaban abrirse camino con sus oficios en la capital, hasta que la guerra acabó con sus ilusiones y los separó físicamente durante muchos años. Mario, exiliado en Francia, parece ser uno de los escritores a quienes la distancia afecta de modo más negativo, pues su labor creativa se reduce hasta la casi total paralización. Mientras, Luis Pardo mantiene en Gijón una postura de exilio interior, alejado del mercado artístico y refugiado en sus seres cercanos y en una pintura muy personal y privada.

Dentro de nuestras fronteras el olvido no afectó únicamente a creadores desterrados como Mario de la Viña, sino también a algunos, como Luis Pardo, en su propia tierra enterrados, como bautiza Gabriel Celaya a los republicanos que se quedaron en España. A pesar de las diferentes consecuencias que la guerra trajo para los dos amigos, Mario de la Viña sufre añadido el desarraigo de la tierra y de esta forma describe la distinta situación de los dos amigos en sus cartas (agosto de 1977 y diciembre de 1983):

Bueno, hombre fondeado... Aquí te va un abrazo de ese otro hombre que prosigue su navegar por alta mar.

...Tú has sido vino que se quedó en el odre, y envejeció y crió solera, madre; y yo, sidrina que anduvo batida años y años por estos caminos de Dios y se ha hecho vinagre malo.



Son estas cartas las que nos ofrecen algunos interesantes datos sobre esos todavía oscuros primeros años de Mario en el exilio, sobre su vida y sobre la transformación que la guerra y el exilio supuso en su oficio de escritor. Por ejemplo, la que escribe en diciembre de 1983:

...Sacado de mis casillas, bueno, expulsado a tiros de mis lares, pasé 6 años de calamidades sin fin. Y en 1945, cuando quise volver a escribir, me dijeron que no era eso, que había que hacerlo de otra manera; y claro está, como tenía que ganarme el pan de todos los días, pues me transformé en una máquina de escribir palabras, en un noticiero estilo Bonet110, o peor. Hasta que un buen día me dije: ¿Pero qué estoy haciendo? España es irrecuperable, esta mierda de sociedad me debe quince o veinte años de privaciones y humillaciones, y me dediqué a cobrar la deuda, dándome a la bohemia dorada por el Viejo Montmartre. ¡Y qué bohemia!... (...) Y no estoy arrepentido de haberlo hecho así. El destino me había quemado quince años de mi vida y se los cobré pero bien cobrados. Todo esto fue apagando en mí la llama de mi juventud, consideré que aquellos comienzos prometedores me los habían arrancado de raíz, me mecanicé en cosas que daban para comer, y hasta hoy.



En los años 70, cuando Mario vuelve a frecuentar Gijón por los veranos, reanuda sus encuentros con su amigo. Desde entonces mantiene una interesante correspondencia con el pintor. A partir de ella podemos reconstruir en parte sus sensaciones en los largos años del exilio. Además en estas cartas solía incluir algunos recortes de sus antiguas colaboraciones en el diario La Libertad de Madrid desde 1931 a 1936, además de las que, como vimos, realizó desde París para la revista Carteles de La Habana, «intentos de tiempos en los que uno todavía tenía gana de escribir», como el propio Mario dice (septiembre de   —66→   1973). Si las cartas de por sí poseen un valor testimonial único, por el tono sincero y familiar que mantiene con su amigo, los recortes de sus colaboraciones nos pusieron sobre la pista de otros artículos que poseen un gran valor literario y humano.

Su valor puede aumentar si se confirma que son muestra de los escasos documentos recuperables de lo que escribió tras la guerra, ya que como dice en una de estas cartas (diciembre de 1981):

...piensa un poco en tu amigo, cuando la moral te falte, que no conserva absolutamente nada de todo lo que escribió -unas cosas se perdieron, y otras las tuve que abandonar en mis huidas de tirios y troyanos, y otras, finalmente, las quemé; para qué abrasarme los ojos releyéndolas...



Los sentimientos, que en otros escritores exiliados deben deducirse por lo que se conoce de sus vidas o de sus obras literarias, en el caso de Mario de la Viña los conocemos de primera mano, por medio de estas cartas a Luis Pardo en las que confiesa su estado de ánimo. Por este motivo la correspondencia recuperada aumenta su valor ya que no se tratan de textos forzados o artificiosos. Libre del rigor de las imposiciones editoriales, estas cartas no presentan ataduras ni en el fondo ni tampoco en la forma, ya que a menudo presentan palabras en lengua asturiana, de las que habitualmente utiliza cualquier gijonés.

Ni siquiera de haber mantenido Mario su nivel de producción anterior a la guerra tendríamos un testimonio de tanto calibre como éste, pleno de la sinceridad y naturalidad que otorgan los pensamientos íntimos de un hombre que escribe a su alejado amigo. Como por ejemplo cuando le dice en el mes de diciembre de 1981: «...aparte los paisajes, acaso seas tú el único hilo emotivo que me une a nuestro pueblo». O como le escribe en septiembre de 1983:

...Esta tarde me decido a ponerte estas líneas. Lo hago por amistad, naturalmente, pero también con un poco de egoísmo. Me explico: Escribiéndote siento un poco como si me acercara ahí, a mi infancia y juventud, a ese Gijón que me parece que no veré más.



La última carta que Luis Pardo nos facilitó viene fechada en septiembre de 1985, cinco años antes de la muerte de Mario. El pintor nos dice que siguió recibiendo más correspondencia, cada vez más sentida, y con detalles del avance de la enfermedad que lo afectaba, hasta que en la última misiva la misma hija de Mario le comunicaba su fallecimiento. Estas últimas cartas no han sido encontradas, aunque es posible que algún día aparezcan entre los papeles del pintor y nos aporten más datos.

La correspondencia recuperada nos informa también de las relaciones de Mario con otro conocido pintor gijonés, Aurelio Suárez, antiguo compañero de juegos y de veladas en el Ateneo, pero éste prefirió no facilitar información alguna sobre su amigo ya fallecido.


Desilusión

Mario de la Viña, con 72 años, realiza un sentido y sincero resumen de su trabajo literario en una de las cartas a Luis Pardo. En ella nos da su desolado parecer sobre los artículos que debía escribir puntualmente para las revistas americanas. Aprovecha además   —67→   para reflexionar sobre su evolución como escritor tras la guerra. El 6 de enero de 1983 comenta:

No me explico cómo me va ganando día a día una emotividad casi morbosa. Todo me afecta, o me molesta, o me da repugnancia o asco. A París voy raramente, aunque lo tengo a diez minutos de metro o autobús. Pero las enloquecidas gentes de por aquí me hacen daño. Luego es para llegar a algún café de Montparnasse y encontrarse con cuatro o cinco «vieyos», como yo, hablar de enfermedades y de jubilaciones, para acabar, siempre en nuestra guerra abominable. A muchos hombres de bien les destrozó. Creo que entre ellos estamos tú y yo. Al menos, yo. Ahí vivía para escribir y aquí tuve que escribir para vivir y adaptarme a todas las mojigangas que me pedían los periódicos de América. Acabé mecanizándome y esto me hizo vago y me destrozó. Ahora que tengo tiempo y libertad para escribir, pues no hago una línea. Muchas veces me pongo a ello, pero enseguida rompo las cuartillas diciéndome: ¿Para qué? Acaso tú te lo expliques.



El gozo de la escritura en los años de la República, tras las guerras se convierte en oficio de escribiente por necesidad. Unido esto a las duras experiencias personales, le conducen a casi abominar su profesión y vocación de escritor: «Aquella llama de juventud se apagó en mí por causas que resultaría muy intrincado y enojoso el explicarte» (carta de 23 de septiembre de 1983). El desencanto, la desesperanza, se apodera de un hombre a quien quizás en algún momento apeteciese seguir escribiendo sobre la realidad española de ese momento, o sobre el pasado republicano, pero según pasan los años va perdiendo la ilusión. Y no puede escribir porque ya no tiene fuerzas para abrir los ojos a los demás a través de la palabra, como antes hacía. Ahora ya no hay fe en el futuro ni en el progreso, sino una profunda sensación de haber luchado y sufrido en vano. En diciembre de 1976 escribe:

Leo muchas revistas de ahí, y frente a ese guirigay, creo que lo mejor es callarse y proseguir el proceso de fosilización. Algún escritor de por aquí me dijo que todas las edades tienen su estado de plenitud, pero «fuera bolu», como me encuentro, pues «non me alcuentro» y voy viendo pasar los días en abulia total...



Disminuye Mario progresivamente su actividad como escritor, reduciéndola prácticamente a la labor epistolaria. Lo que no abandonará será su vieja afición a la lectura, ahora refugio de sus últimos años. Citas de Cervantes, Calderón, («Y si la vida es sueño, déjame soñarla inacabable!»), Unamuno, Campoamor («...París, que ya no es el que tú conociste. Bueno, acaso sea esto visto así por mí, porque tengo gafas negras -y aquí del estupendo Campoamor»), Valle Inclán («Y a los días que vienen lo del valleinclanesco caballero don Juan de Montenegro: «¿Sois alma en pena o sois hijos de puta?»), Óscar Wilde («Lo malo no es envejecer, lo malo es sentirse joven»), etc.

Mención especial merece una observación de Quevedo, «en cruz acaba todo». En la carta de junio de 1981 Mario incluye la cita, además del recorte de un viejo artículo escrito por Eduardo Barriobero111 en La Libertad («La estrella en el charco», 10 de noviembre   —68→   1933) en el que agradece a Mario un artículo elogioso de su persona. El veterano político le dice al joven articulista (23 años) que si continúa en el mismo camino tendrá problemas: «La de usted [la estrella] se la comerán también [los cerdos], igual que la mía»; «Si quiere eludir el suplicio, o no brille o dedíquese a matar el brillo de las estrellas ajenas». Cerca del final le recuerda las palabras de Quevedo, en cruz acaba todo... Palabras premonitorias, que Mario guardó siempre. En la copia del artículo que envía a Pardo escribe de su mano: «¿Y ahora, qué?». Mario brilló unos años, no se dedicó a matar brillos ajenos, y en consecuencia, no pudo eludir un largo suplicio.

Las alusiones a la guerra, causante de sus desgracias, no son numerosas, tan sólo se la recuerda con cierta ironía nostálgica: «...a ver si 1976 -cuarenta aniversario del comienzo del «xiringüelu»- puede al fin reunir lo que queda de tanta hermosura perdida» (Carta de diciembre de 1975).

En estos años, uno de los principales alivios son los amigos, sobre todo los de Gijón, a los que él busca constantemente por París y a los que cita frecuentemente en sus cartas, como Alfredo «el coloráu», el pintor Lamuño o el escultor Víctor Puente. También están los jóvenes que llegan a París, por causas bien distintas a la de ellos, como los pintores, Orlando Pelayo, Antonio Suárez (al que llama «verdadero pintor») o, más tarde, Riera. Hay que citar también a los amigos añorados con los que mantiene una intensa correspondencia, como es el caso de Luis Pardo, pero también el escritor y periodista gijonés José Luis Corujo, exiliado en Venezuela112, o las cartas «barrocas» y esperpénticas que Mario dice que intercambia con el pintor gijonés Aurelio Suárez: «Ye tremendu». Todavía me acuerdo del «bígaru» que me regaló y porque lo tenía repetido» (junio de 1978).

Mientras se escriben estas cartas el tiempo cobra nuevas dimensiones, vuelve a un lejano pasado en las que escribe a Pardo -«Un abrazo muy fuerte de tu amigo de los tiempos de... Abraham»-, le dice; o pasa un buen rato escribiendo las que envía a Aurelio: «El que sí suele escribirme es Aurelio con sus ‘esperpentos’ de siempre. Yo le contesto con otros. Mientras lo hago, no siento pasar el tiempo. Supongo que a él le sucederá lo mismo. En su última me decía que le pedía a los Reyes un par de calcetos, un juego de la oca y una bolsina de fabes. Yo le dije que una perrona de cacahueses, otra de pases y una entrada para el ‘Versalles’. ¡El cine Versalles!... ¡Gran Abelardo!... Cuando veo el palacio de aquí del mismo nombre, me destornillo [sic] de risa interior» (enero de 1981).




Añoranza

Uno de los rasgos más comunes en esta correspondencia recuperada es el hecho de mostrar su anclaje en la nostalgia de su tierra y de un tiempo pretérito, rasgo ya observado en varios artículos de La Libertad, en los que desde Madrid realizaba un sentido canto de recuerdo a su Asturias, aunque en aquellos años la distancia no era tan insalvable como   —69→   pasa a serlo en el exilio. Desde París, en junio del 73 escribe a su amigo: «...el vivir descuartizado, la mitad en Asturias, y la otra mitad en cualquier parte, es la mismísima rehostia». Por eso sus deseos de volver a Asturias para vivir están siempre presentes: «Querido Luis: ¡Fíu del alma!... Si nos toca el ‘gordu’, llego ahí en globo. (...) Si hay algo, llego ahí en menos que canta un gallu» (Carta de septiembre de 1975). «A ver si puedo caer por ahí por mayo o junio, lo más tarde. Y si pudiera ser para quedarme...» (Octubre de 1976).

Pero su mujer y su hija son francesas y, sobre todo la primera, no consiguen adaptarse a la vida en Gijón, por lo que es obligado a que las estancias veraniegas de los años setenta no se conviertan en definitivas.

Con el tiempo, a la vez que disminuye la esperanza del regreso, se va diluyendo su fuerza reivindicativa y se refugia aún más en los recuerdos. Va creciendo paralelamente en su interior un espacio y un tiempo propios, casi imaginados, en un intento de regeneración personal imposible de realizar. Así se observa en muchos comentarios de las cartas en los que se ve cómo la memoria de su pasado lo acompaña hasta casi atormentarlo, aunque le sirva para «matar por unos instantes a estas hijas de puta de las ilusiones perdidas...». De esta forma recuerda sensaciones y momentos de su juventud:

...¡Ay, querido Luis!... A ti todavía te queda el remover todos esos tesoros de tu vida, el contemplar, siempre la misma, pero continuamente renovada, esa playa que llenó los ojos de nuestra infancia y juventud. Y como bien me dices, ahora, en invierno, solitaria. Como cuando veíamos a bajamar a los pescadores de Cimadevilla tender sus palangres, o a unos hombrones ir a bañar caballos, o en nuestros paseos nocturnos por el Muro la fila de las luces de los anguleros a orillas del Piles, o a los aldeanos y sus carros recogiendo la «ocla» que dejaban en la arena las mareas de fondo. Y todo y todo lo que tú viste como yo. Ya sé que no te servirá de consuelo -porque eres buena persona-; pero piensa un poco en tu amigo, cuando la moral te falte, que no conserva absolutamente nada...


(Diciembre de 1981)                


En otras ocasiones recrea las aventuras juveniles tras de las primeras novias, o el convento tenebroso al que su madre le enviaba a confesar y que le daba verdadero pavor. Incluso llega a remontarse a lo más alejado de su infancia:

Frente a tanta hospitalidad infrahumana, mi único consuelo es refugiarme en mis recuerdos de infancia y juventud, y tanto profundiza mi memoria que llego hasta recordar la edad de dos años, dos o tres, cuando me llevaba sobre las espaldas, corriendo por el pasillo de casa una criada de Granda... Miles y más miles de detalles afloran al presente. Pero, de golpe, la realidad se me presenta delante, como la muerte con su guadaña...


En parecidos términos dice en la carta de octubre de 1980: «...recuerdo un jubileo de cuando nosotros éramos neños, con muchos vieyos con veles, curas y soldados de Tarragona con ros y plumero».

En la última carta, septiembre de 1985, dice en el mismo sentido:

...Una mañanita de sol de Deva, un almuerzo en Peñarrubia, como aquel que hicimos y en el que dejamos la mesa hecha un desastre; una vuelta por Lequerica y por el Fomento, qué sé yo. Aquí, bloques de cemento, automóviles y gentes como enloquecidas. No me digas que Gijón es un pueblo triste. O explícamelo y si me convences me darás un gran consuelo.


  —70→  

Y dice esto porque Luis Pardo le aconsejaba para su nostalgia que Gijón no era precisamente el que él recreaba en su memoria. Pero es enfermedad que no parece tener remedio, como le contesta Mario en diciembre de 1983:

De lo que me aconsejas para mi «nostalgia» me lo he repetido yo cientos de veces. Comprendo que sufro un fenómeno de espejismo, que no es lo que yo pienso, que ni lo que dejé es lo que es, ni yo el que me fui, pero te recuerdo la frase de Pascal: «El corazón tiene razones que la razón no conoce». Siento alivio refugiándome en el recuerdo de aquella juventud de la que rebusco hasta el último detalle. Aquella tarde que subimos al caserón de Cimadevilla Valle, Alfredo, Perales y yo a verte; que nos fuimos dando un paseo por el Muro, y luego hasta el Coto a comer unos centollos. Esto y otras cosas son tan transparentes y sedantes para mí, no sé... como «La Primavera» de Boticelli.


Este sentimiento de nostalgia, unido a las dificultades del nuevo ambiente en el que se ve obligado a desenvolverse, a lo que hay que añadir la sensación de persona extraña cuando vuelve a Gijón por los veranos, le convierte en un hombre sin patria física, que únicamente la posee en su mente. Así lo manifiesta en sus cartas de agosto de 1977 y agosto de 1978:

Saludos otra vez desde aquí, donde llegué casi agotado, después de un viaje que se me hizo interminable, a causa de la bronquitis con que me obsequió el «veranín de Xixón», y de una dosis de nerviosismo más que regular. ¡Nada, viejo amigo, que aunque nací ahí ya no resisto eso, y no sólo el clima, sino, sobre todo, la «xente»! Resultado: Exiliado aquí y exiliado ahí. ¡Menudo panorama!...


Este año no voy por ahí. Me quedó tan mal recuerdo del verano pasado... O del «invierno pasado». Y otra vez tren, maletas, cambio en la frontera, con la mujer y la pequeña para lo mismo, probablemente, no. Además hay la puñetera artrosis y lo demás. Ya no puedo con tanto para tan poco. Y lo siento. No te puedes dar idea de cómo lo siento.


Estos ajetreos del viaje, las ataduras familiares y los achaques propios de la edad van haciendo cada vez más difícil su vuelta a los veranos gijoneses. Enemigo desde siempre de los barullos, -«que hay algo más estéril que clamar en el desierto, que es clamar en el barullo», escribía en un artículo de 1936113-, deja ver en las cartas lo fatigoso de los viajes hasta Asturias:

Aquí estamos de nuevo después de un viaje que hubiera sido feliz si nuestro tren no hubiera coincidido en la frontera con otro cargado de hombres -o algo parecido-, muyeres y neños provistos de equipajes como para pasar el invierno en el polo, y que por poco nos estrapayen en la aduana. ¡Vaya celtíberos!...


(Septiembre de 1973)                


Diez años después (enero del 83) ya desiste de emprender cualquier viaje: «La mujer y la hija se habían marchado 15 días a Deauville. Yo no quise ir. La sola vista de una maleta me hace mal. ¡Ah!, si fuera para irme ahí a acabar mi azarosa vida!».

  —71→  

Pese a serle imposible volver a vivir en su ciudad natal, continúa al menos deseando regresar a ella, aunque sea sólo con su imaginación, como escribe en la carta de octubre de 1980:

Y cuánto quisiera estar ahí. Haríamos guisos de primera: Buen pixín guisado con patatas de riñón; salchichas, como las de casa Rosina, con «arbeyinos»; merluza de altura -nada de baxura, que es basura- albardada, y ensalada de lechuga y cebolletas. Y, claro, buen Paternina o Riscal. Y si ya se puede beber, invitaríamos a Basterrechea, y andaríamos revolviendo y viendo y reviendo tus tesoros, y hablando hasta quedar afónicos. Que más vale quedar sin voz de hablar que de no hablar, que es lo que me está sucediendo a mí.





Soledad y dolor

A lo largo de toda la correspondencia se observa el avance de las molestias físicas que sufre Mario de la Viña, que van siempre acompañadas del tormento mental que le supone el obligado y creciente aislamiento. Ya en enero de 1975 escribe:

¿Te jubilan?... A mí me parece que sí, y falta me hace, porque esta puñeterísima artrosis cervical me está dejando como un «figu pasu». De todas maneras, recomencé a trabajar, y con la ayuda del buen vino de Burdeos, pues la máquina sigue andando.


Más que el clima parece ser el sufrimiento de las insalvables distancias, físicas y anímicas, lo que le aumenta los sufrimientos, entrando en una dinámica espiral irresoluble:

A mí no sé qué puñeta me pasa que en cuanto llego aquí me duele desde el astrágalo al occipital. Y me estoy convenciendo de que el único remedio es soñar, durmiendo y despierto.


(Octubre de 1976)                


La inmovilidad física a la que se va viendo condenado acrecienta el sufrimiento mental e influye en su carácter:

Sí, me muevo muy poco. Estas desdichadas hernias cervicales, que tocan la médula y me afectan los cuatro miembros. Los brazos sería lo de menos, pero las piernas... Además, ahora también está la gran hija de puta de la sacro-iliaca. En fin, un asco. Naturalmente, dado mi temperamento estas molestias físicas me acongojan y me acobardan.


(Carta de diciembre de 1978)                


Esta es una de las causas por las que no se atreve a emprender un nuevo viaje a Gijón, como confiesa en julio de 1979:

Hace dos años te dije en tu estudio que, a lo mejor, no volvería más a Gijón. Y, a lo peor, va a resultar verdad. Este año tampoco iré. La salud no anda bien. La dichosa artrosis y, además, no sé, la «neura». Resultado, que no me encuentro en condiciones para hacer un ida y vuelta a esa con la mujer, la hija, maletas y el copón bendito.


En enero de 1983, el sentimiento de pérdida se intensifica al igual que la enfermedad:

  —72→  

...Una dolorosa añoranza constante, que se transforma en una verdadera neurosis que voy sobrellevando con calmantes, es decir, con engaños. Soledad -no ya un amigo, sino ni un conocido tratable, que sienta y comprenda-.


(Noviembre de 1983)                


En la misma carta confiesa:

Y de amigos, absolutamente nada, nadie, ninguno. Vivo así en perpetuo monólogo, en continuo soliloquio.


Con el paso de los años sus antiguos amigos, compañeros en el exilio, habían ido desapareciendo. Escribía ya en julio de 1979:

De este bosque de cemento armado, nada. Lo miro desde los balcones y raras veces voy a él. Desde la muerte de nuestro querido Víctor Puente los escasos amigos que quedaban desaparecieron. Unos se fueron al valle de Josafat, otros a España, otros están en sus agujeros. Resultado, que uno se ha transformado en hombre-isla. Lo que es lo que menos conviene a mi temperamento. Pero a la fuerza...


En septiembre de 1985 insiste en la misma idea:

...Esa artrosis está acabando conmigo. Cervical, dorsal, lumbar y en las rodillas. El caos. Me paso meses enteros sin salir de casa. Y, además, ¿para ir a ver a quién? Otro que acaba de irse es mi amigo y compañero tuyo en San Fernando, el gran Lamuño. Un tumor canceroso en el cerebro. Son billones de años luz de aburrimiento lo que paso todos los días. Porque claro, el dolor artrósico me desequilibra por completo los nervios y me han llevado a una verdadera neurosis de angustia. Voy poniendo parches por aquí, por allá y por acullá, pero la raíz del mal no hay quien la destruya. Mi casa parece una farmacia. Mi único momento feliz es cuando tomo mi somnífero y me voy a la cama a no ser.


Son palabras de la última carta conservada. La enfermedad continuó su implacable avance y Mario de la Viña fallece el día 9 de junio de 1990 en Ivry-sur-Seine, muy cerca de París.




Olvido

Su querido y añorado Gijón hacía muchos años, más de 50, que había perdido memoria de aquel escritor joven que comenzaba a saborear importantes éxitos. De tiempo, mucho tiempo, dispuso Mario para saber y comprender los motivos por los que nunca guardarían memoria de él en su tierra. Ni siquiera, por su carácter sencillo, creemos que esperara nunca ningún reconocimiento: «A mí que me sobra hasta la camisa que llevo, porque algo hay que llevar», escribe en diciembre de 1981. Nada esperaba para sí mismo porque no se creyó nunca acreedor a ello, pero sabía que aunque mereciera máximos honores nadie en su tierra lo recordaría. Y lo sabía porque le sobraban ejemplos de imperdonables olvidos que a él le dolían enormemente por tratarse en muchos casos de personas queridas, viejos compañeros, que sin duda hubieran merecido mejor trato en vida:

  —73→  

...¿No es para que le estallen a uno los collones el que nombren ahora al hijo mayor de Valle Inclán marqués de Bradomín, mientras que el padre no tenía ni para pagar la renta de la casa? Así es la vida, Luis. No te extrañe, pues, lo tuyo. ¡Vivan los muertos y mueran los vivos!


(Junio de 1981)                


...Y hablando de poetas, ya leí que a Alfonso Camín le dieron los «santos óleos» de la limosna. Quién se lo iba a decir a aquel hombre de proa al que le florecía su bastón de cerezo todas las primaveras... Todavía le veo con su chambergo y su cayado al brazo, en Madrid, hablándome de Valle y de su «paso de duende». Y otro, Valle... ¿Es que hay ahora personas así? Quiero creer que sí, pero que nosotros no las vemos. Que «todo es según el color»... El fenomenal Campoamor otra vez.


(Diciembre de 1981)                


...Sobre lo de Valle no quiero hacer ningún comentario. ¡Pobre Evaristo! Y, en otra línea, claro, pobre Camín, también. En España hay que morirse para ser alguien, para estar vivo.


(Enero de 1983)                


Por desgracia este modesto reconocimiento a Mario de la Viña no le llega en vida, un caso más. Esperemos sirva al menos para ir recuperando la memoria de todos aquellos hombres y mujeres caídos en desgracia, borrados del conocimiento colectivo. Sólo pretendemos que este inicial trabajo sea pronto libro, libros, pero sobre todo, impulso para ir cubriendo el inmenso vacío cultural y humano que sobrevino tras la guerra.







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ArribaAbajoEl periódico neoyorquino La Voz (1937-1939): Prensa y literatura frente al franquismo

Ana María Díaz Marcos


Universidad de Massachusetts en Amherst

Un escritor exilado es en primer término, una mujer o un hombre exilado, es alguien que se sabe despojado de todo lo suyo, muchas veces de una familia y en el mejor de los casos de una manera y un ritmo de vivir, un perfume del aire y un color del cielo, una costumbre de casas y de calles y de bibliotecas y de perros y de cafés con amigos y de periódicos y de músicas y de caminatas por la ciudad.


Julio Cortázar                


Aproximadamente medio millón de desterrados sale de España tras la derrota republicana de 1939 (Rodríguez Puértolas 121), entre ellos unos cinco mil intelectuales (Abellán 1: 17). Michael Ugarte ha subrayado que muchos exiliados al verse expulsados del medio familiar experimentan un impulso a escribir, recordar y dar testimonio en un intento de recobrar la identidad y la patria que han dejado atrás; por ello recurren con frecuencia a la forma autobiográfica para dar testimonio de los recuerdos y asegurar la supervivencia de la memoria. Testimonio, memoria y nostalgia son, por tanto, palabras claves para entender la reconstrucción que el exiliado establece a través de su escritura (4-23).

Julio Cortázar ha señalado las diferentes vías que se le ofrecen a un escritor exiliado a la hora de afrontar la compleja experiencia del exilio:

Frente a esa ruptura de las fuentes vitales que neutraliza o desequilibra la capacidad creadora, la reacción del escritor asume aspectos muy diferentes. Entre los exilados fuera del país, una pequeña minoría cae en el silencio (...) Pero casi todos los otros exilados siguen escribiendo, y sus reacciones son perceptibles a través de su trabajo. Están los que casi proustianamente parten desde el exilio a una nostálgica búsqueda de la patria perdida; están los que dedican su obra a reconquistar esa patria, integrando el esfuerzo literario en la lucha política.


(19-20)                


Por un lado, esa literatura de la nostalgia característica del exilio sería el producto de la infección producida por un corpúsculo estudiado por Paul Tabori en su Anatomía del Exilio: el «bacillus emigraticus», virus de la nostalgia y la morriña (33). Por el otro, a la hora de hablar de prensa y exilio, especialmente cuando éste tiene un carácter político, es obligado señalar el poder combativo de la palabra, en tanto que «el exilio es uno de los pocos fenómenos en la historia en que el lenguaje es visto como una herramienta más   —76→   efectiva para el cambio social que la acción política» (Ugarte 16; la traducción es mía). Sustituyendo la palabra «lenguaje» por «escritura» se descubre el sentido de este periodismo combativo en el que la acción política encuentra su cauce a través de la acción escrita: el periodismo de resistencia. Roland Barthes ha señalado que la palabra implica poder y cuando está escrita conlleva intimidación, razón por la cual cada régimen tiene su propia escritura (20-25). Díaz-Plaja apunta también el poder de la palabra en la prensa escrita, señalando que «lo que distinguió a la España nacional (...) fue el enfocar el futuro de la prensa como un medio más de la propaganda del Estado» (314). Al lado del valor propagandístico de la prensa del bando nacional, se encuentra la esencia combativa que inspiraba la publicación de periódicos como La Voz. Muchas de estas publicaciones periódicas fueron impulsadas básicamente por intelectuales, periodistas y escritores exiliados y en ellas se hace palpable que, con bastante frecuencia, se alternan y entrecruzan las dos actitudes subrayadas por Cortázar: la nostalgia y el combate.

El periódico La Voz sale a la luz por primera vez en Nueva York el 19 de julio de 1937 «palpitante de intenciones democráticas y justicieras» (19-VII-38), coincidiendo con el aniversario del Alzamiento Popular. Después de ese primer número de carácter especial, La Voz comienza a publicarse con regularidad a partir del 24 de agosto de 1937 y sigue vendiéndose diariamente, a excepción de los domingos, hasta el 1 de diciembre de 1939. A partir del 2 de diciembre el título pasa a ser La Nueva Voz114 y la historia de esa segunda época se vuelve incierta por la escasez de datos. El precio de venta no varía a lo largo de esos dos años de vida: tres centavos la primera edición. La existencia de un periódico publicado íntegramente en español en Estados Unidos no constituye un hecho extraordinario pues ya desde finales del siglo XIX se venía publicando prensa de este tipo en ciudades como Boston, Nueva York, Washington o Filadelfia115. Lo destacable en este caso son las fechas de publicación, coincidentes con los años de la contienda española, la naturaleza combativa del periódico y su enfoque hacia un público bastante concreto: la colonia antifascista de habla hispana residente, sobre todo, en el área de Nueva York.

La Voz cuenta desde los primeros números con una gran variedad de contenidos: noticias de carácter nacional, internacional o sensacionalista, página deportiva, sección de anuncios, una tira del gato Félix y una página completa de Betty Boop116 los sábados. Existe una «Secçao Portuguesa» de media página diaria y una «Página Portuguesa» los sábados que luego pasará a llamarse «Página dos Portugueses»117. Se incluye también una «Página de la Mujer» que incluye artículos sobre cuestiones de moda, secretos de cocina, consejos de belleza o educación infantil. También se publican en esta sección colaboraciones   —77→   de carácter más comprometido, especialmente durante la primera mitad de 1938, cuando colabora habitualmente la sufragista mexicana Margarita Robles de Mendoza. Estos artículos destacan el papel de la mujer en la sociedad del momento118, su función ante la causa republicana119 y la lucha contra el fascismo120, semblanzas de mujeres como Madame Curie121 y artículos de denuncia o reivindicativos122. De especial interés el apartado titulado «Sociedades al día», que empieza ocupando media página diaria y adquiere cada vez mayores dimensiones, hasta el punto de que en 1938 dispone de dos páginas los sábados. La información que estos «ecos de sociedad» nos ofrecen es una herramienta valiosísima para conocer las actividades y vida cultural de la colonia española afincada en el área de Nueva York.

El director de La Voz desde sus comienzos y durante casi dos años, es Ceferino Barbazán, quien en una «Carta abierta» en la que subraya las dificultades económicas por las que pasa la publicación y los ataques de algunos enemigos, ofrecerá la dirección del periódico al padre Leocadio Lobo, conocido sacerdote antifascista, el día 24 de mayo de 1939123. La carta de aceptación del clérigo sirve como prueba de la consciente voluntad antifascista del periódico y la naturaleza de sus lectores:

La forzosa emigración de la posguerra trajo a este país multitud de hombres preparados, honestos y aún gloriosos y nadie puede dudar que todos ansían contribuir a la grande obra que España y aún el mundo tienen derecho a esperar de ellos en estos momentos decisivos (...) Defensa de España como norma suprema de orientación, información abundante y seria, defensa de personas y de intereses españoles e hispánicos, ayuda a nuestros refugiados, arte, cultura, pedagogía, deportes, ancho marco en fin para todas y sólo las nobles empresas (...) Todo para la causa grande y santa de España; nada para bajos fondos, rencillas o rencores.


(La Voz, 26-V-39)                


El compromiso de La Voz con la causa republicana y antifascista se hace manifiesto a lo largo de sus veinticuatro páginas durante esos dos años de vida. Así, Salvador Mendoza publica «El Decálogo Anti-Fascista para 1938» subrayando la necesidad de «defender a todo evento la libertad de prensa y de expresión, en todos los países en que esta libertad existe, y procurar que las restricciones que se han impuesto a ella en países fascistas, sea removida» (La Voz, 4-I-38). En su rechazo del fascismo, La Voz critica el   —78→   intento de neutralidad periodística llevado a cabo por parte de otras publicaciones, sacando a la luz una «Carta al Editor» firmada por Barbazán, quien reclama para sí «el nombre de Diario verdaderamente español, el único diario español que se publica en estas tierras» (21-VII-38), denunciando la política editorial de otro periódico neoyorquino publicado en español, La Prensa, propiedad de don José Camprubí124, que en fecha tan señalada como la del 19 de julio había dedicado su editorial «A los Accidentes de Tráfico». También durante el año 1938 La Voz convoca un concurso para los lectores bajo la pregunta «¿Qué Nombre Elige Ud. Para los Facciosos?», escogiendo el jurado calificador entre las múltiples respuestas los siguientes apelativos: caínes, felones, hispanicidas, los sin-nombre, nefarios y traidores, al tiempo que se solicita el envío de un segundo cupón con el voto razonado de los lectores para decidir cuál es el más expresivo de los seis (La Voz, 19-IV-38). Si el carácter de urgencia de la columna periodística «capta más auténticamente la intrahistoria de un suceso cotidiano al recoger no sólo el dato informativo y la opinión del columnista, sino la atmósfera, el ambiente, en que se ha producido ese suceso» (Ortega 112), no cabe duda de que los tres ejemplos anteriores ilustran perfectamente el partido tomado por los intelectuales, trabajadores y lectores agrupados en torno a La Voz durante esos años.

Ese espíritu de resistencia basado en el poder de la palabra escrita como arma de combate, inspira tanto las columnas editoriales de La Voz: «Nuestro lema sigue siendo el mismo: POR LA JUSTICIA SOCIAL, POR LA DEMOCRACIA; CONTRA LA TIRANÍA Y EL FASCISMO» (24-VIII-38), como también la mayoría de sus artículos. El titulado «Leyendo su prensa» de Gerardo Álvarez Gallego125, por ejemplo, denuncia la censura y la retórica fascista de la prensa del otro lado, una vez que ha triunfado la causa nacional: «Deben ser leídos los periódicos que llegan de España. Quien leyere encontrará las más auténticas lecciones del fascismo español (...) Sabido es que todos los periódicos españoles han sido incautados y, con sus talleres, sus existencias, su fondo de reserva en los Bancos, fueron entregados a la orientación y a la administración de Falange Española» (10-VII-39). Frente a la incautación y la censura del régimen franquista sobre la prensa publicada en España, periódicos como La Voz ejercían su labor de oposición a Franco y al fascismo desde el otro lado del Atlántico. En este sentido, La Voz participa completamente del ideal de María Zambrano con respecto a la postura del intelectual ante aquellas circunstancias históricas: «el intelectual recordó su oficio, pensando que la guerra no debía despojarle de esta su condición, que debía, por el contrario, afinar y pulir como un arma más en servicio de la causa común (...) La inteligencia tenía que ser también combatiente» (49). La Voz, desde sus editoriales, artículos o viñetas de humor gráfico, hace patente su calidad de «Diario Democrático Avanzado» y la voluntad de ser portavoz del «grito de rebeldía frente a la barbarie fascista, destructora de los más genuinos valores de la Cultura y la Civilización» (19-VII-38).

  —79→  
Autobiografía y testimonio frente a la nostalgia

El periodista Basilio Álvarez126 en una de sus colaboraciones en La Voz, con motivo del tercer aniversario del Alzamiento, enfatiza la necesidad de mantener vivos en la memoria los recuerdos: «Evoquemos esta fecha con la admiración más profunda para nuestros héroes caídos en la contienda, porque su sacrificio es nuestra gloria y la respuesta más viril, más denodada a los invasores que asolaron nuestra tierra al filo de la traición» (19-VII-39).

En La Voz se encuentran numerosos ejemplos de narraciones autobiográficas que intentan preservar esa memoria histórica de los hechos, enmendando la «historia oficial». Muchos de los textos publicados en La Voz pueden ser leídos dentro de las coordenadas de esa literatura de la nostalgia. El asturiano Alfonso Camín colabora asiduamente en La Voz127 y con frecuencia sus artículos se relacionan con episodios o estampas de la Guerra Civil como, por ejemplo, el titulado «Aranda en Oviedo», donde se hace manifiesta esa necesidad de contar su testimonio de los hechos, como testigo que discrepa sobre la supuesta «epopeya» de Aranda tal y como ha sido narrada por los vencedores, a los que corrige proponiendo su versión: «Amigo mío, ¡yo estaba allí! Precisamente, camino de Oviedo (...) sin las fuertes ‘columnas gallegas’, los ‘falangistas’ de toda Galicia, los voluntarios de La Coruña, los Caballeros de Santiago, los Tabores moros, las Banderas del tercio africano y los veintiocho aviones de bombardeo que ametrallaron el monte Naranco (...) Aranda estaría ahora odiado por los dos bandos en lucha» (19-VIII-38).

El tema de la partida de la patria es evocado constantemente en muchos de estos textos autobiográficos, poniendo de manifiesto esa conciencia de dinamismo en el espacio habitado por el extranjero, definido por Kristeva como «un tren en movimiento, un avión durante el vuelo, la transición que hace imposible la parada» (7-8; la traducción es mía), movimiento que no puede cesar porque en el resbaladizo camino del exilio se recrea continuamente el momento de partida. El relato titulado «Rumbo a México» que Adolfo García, refugiado del «Ipanema», publica en La Voz es un perfecto ejemplo de texto autobiográfico que se constituye en ejercicio evocador del momento de abandonar la patria una «mañana inolvidable» en la que, a bordo del barco que les llevaría a México, todavía divisaban la costa española: «Mi mujer se acerca a mí: -¿Ves? Ahí cerca está Avilés. Y rompe a llorar, mientras que el ‘Ipanema’ se aleja paralelo a la costa, que quién sabe cuando volveremos a ver, porque si no es para vivir libres, no pisaremos la tierra de España, jamás» (17-VII-39). Otro exiliado, Ceferino González, relata la partida del «Winnipeg» hacia Valparaíso, subrayando cómo la música popular de las distintas regiones acentuaba la emotividad de la despedida: «Asturias, melancólica y orgullosa en su martirio, se hizo presente en la proa, en donde una rapaza, rodeada de varios paisanos gemía más que cantaba: (...) Adiós Plaza del Fontán, / consuelo de mi barriga» (La Voz, 17-VIII-39).

Esa preocupación por dejar testimonio se refleja también en el anhelo de recoger y archivar de alguna forma la memoria para que prevalezca. Además de la evocación   —80→   presente en los textos anteriores, existen otros posibles métodos que declaran la guerra al olvido, como el utilizado durante el festival organizado por Solidaridad Internacional Antifascista con motivo de la visita de Avelino González Mallada, último alcalde de Gijón: «Se filmó una película del acto de la colecta. La multitud desfiló ante el objetivo de la cámara, con el puño en alto y mostrando los billetes con que se desprendía, para contribuir a la defensa de la integridad de España. La Colecta ascendió a más de cuatro mil dólares» (La Voz, 22-II-38). La idea de la grabación enlaza directamente con la imbricación entre espectáculo y propaganda: el espectáculo grabado con una cámara asegura la pervivencia del testimonio gráfico al tiempo que crea una sensación de comunidad y de fuerza entre los participantes en este tipo de actos colectivos.

La Voz editó también algunos textos de mayor extensión e idéntico carácter testimonial en su «Biblioteca La Voz». Al menos dos de ellos salieron por entregas en el periódico, ocupando la mitad inferior de una página de manera que se pudiera recortar y coleccionar en forma de libro. El título de uno de estos libros, publicado por entregas, es lo suficiente expresivo para entender el valor testimonial de la obra: Doy Fe128, del abogado Antonio Ruiz Vilaplana129. Otro de los coleccionables lleva por título Lo que han hecho en Galicia130 y está compuesto por «Episodios del Terror Blanco en las provincias gallegas contados por quienes los han vivido», siendo patente el interés por recoger y mantener vivo el testimonio oral de los testigos de los hechos: «Este libro se ha escrito con los relatos verbales, tomados taquigráficamente, seleccionados, confrontados y depurados, de varias personas solventes, conocidas y bien reputadas en Galicia, que han permanecido allí durante la dominación fascista» (La Voz, 8-III-38).

Todos estos textos poseen como denominador común el carácter testimonial, autobiográfico o referido a una experiencia colectiva de desarraigo. La salida de la patria, la revisión de la historia, los recuerdos y la nostalgia son algunos de los temas recurrentes. El artículo titulado «Los Hombres sin Patria»131 hace referencia a la precariedad del destierro: «A estos individuos ‘despatriados’ se les ha quitado el derecho a la nacionalidad con que nacieron. Estos infortunados tienen que vivir ‘arrimados’ a otros países y sin disfrutar de los derechos ciudadanos. No tienen gobierno propio, ni institución alguna que los proteja en caso de dificultad o injusticia» (La Voz, 14-VIII-39). El autor escondido bajo el seudónimo de Xan Calquera (Juan Cualquiera, en gallego) en su «Aviso a los Navegantes» utiliza muy ajustadamente esa metáfora de navegación en el título para describir el devenir del exiliado: «Lejos del hogar y de la Patria, la imaginación está en constante vigilia, afanándose en hallar solución al prosaico conflicto que plantea cada cuatro horas al día, su majestad el garbanzo» (La Voz, 10-III-38). El desterrado se coloca precisamente entre la vigilia evocadora del mundo que se ha dejado atrás y el laberinto de la nueva realidad.   —81→   Vigilia y laberinto que se relacionan con la peculiar naturaleza del exilio, siempre considerado provisional y dinámico. Francisco Ayala132 ha subrayado esa peculiar condición espacial y temporal del exiliado:

Nuestra existencia durante este período ha sido pura expectativa, un absurdo vivir entre paréntesis, con el alma en un hilo, haciendo cábalas sobre la conflagración mundial, escrutando el destino que para los españoles prometía su deseado desenlace y esperando de la gran catástrofe aquellas restituciones que España merecía.


(157-58)                





Una lengua de resistencia

Julia Kristeva ha destacado la intensidad con que los extranjeros echan raíces en cuanto tienen una acción o una pasión (9). En esa línea debe entenderse el periodismo combativo de La Voz, su fervor antifascista, su apasionada toma de posición política e incluso el tono de arenga que adopta en ocasiones. El discurso del exiliado es barroco y excesivo (Kristeva 21), porque el tono grandilocuente sirve de defensa ante la precariedad de las condiciones del exiliado, el cual, viéndose privado de su patria e identidad, utiliza un tono elevado como recurso de compensación lingüística en sus reivindicaciones (Ugarte 61).

El humor cáustico e irreverente dirigido desde La Voz a personalidades como Franco, Queipo de Llano, Mussolini o Hitler no se reduce a las viñetas firmadas por Girona. El mierense Antonio de la Villa con motivo del tercer aniversario del inicio de la guerra publica su artículo «Calendario de España: A los Tres Años Empieza la Risa», donde dirige a Franco mordaces comentarios:

Y a este Franco, como es tan poquita cosa en lo físico y la gente se ha dado cuenta de su desmedida afición a llevar siempre tras de sí a esos morazos, que también eran su debilidad en África, ya le rondan unas coplas muy verdes por cierto, con el clásico estribillo:


   por detrás, por detrás
   entran las palomas
   en el palomar.


(La Voz, 19-VII-39)                


En ese mismo artículo, Antonio de la Villa auguraba también la próxima caída del caudillo: «a cada puerco le llega su San Martín. Y que a este puerco, a Franco, le ha llegado su momento» (ibídem). Sin duda el apasionamiento llevaba al periodista a adelantarse a los hechos, pues la dictadura duraría todavía más de treinta años. Paul Ilie ha subrayado esa necesidad por parte de los exiliados de apuntar la temporalidad de su situación, convencidos de que podrán regresar victoriosos:

Si el exilio debe ser considerado como irreversible, su desarraigo niega su propia permanencia al alimentar un sentimiento de provisionalidad. La creencia de que «mañana volveré» se queda rezagada como una coordenada subliminal en la existencia del emigrado.


(107)                


  —82→  

El escritor Alfonso Vidal y Planas, habitual colaborador de La Voz desde sus comienzos133, se hace eco de semejante actitud triunfalista en un artículo donde augura la victoria republicana: «Franco: Perderás la Guerra. Tus victorias de Málaga, Bilbao, Santander y Gijón no fueron sino falsas rameras que se te entregaron sin amor. Victorias impuras, pintarrajeadas meretrices del horroroso gran burdel de la guerra» (La Voz, 30-XII-37).

En ocasiones el periódico incluye llamamientos directos donde se percibe el tono de arenga política como, por ejemplo, el de Federica Montseny134:

¡Mujeres de América! ¡Maestras, intelectuales, empleadas, periodistas, obreras! Donde quiera que estéis escuchadme (...) ¡Ayudadnos! ¡Movilizad vuestras conciencias! ¡Agitad a favor de España y las víctimas del fascismo donde quiera que estéis! Es vuestro deber de antifascistas, de madres, de mujeres dignas, en todo momento.


(La Voz, 18-I-38)                


El uso de esta retórica de combate, grandilocuente y apasionada es fruto de la voluntad de resistencia de La Voz, que repudia públicamente desde sus editoriales la política neutral y el «equilibrismo periodístico» (La Voz, 25-VIII-38) adoptado por otras publicaciones.

También son frecuentes las acusaciones de extranjería dirigidas al bando nacional desde las páginas de La Voz. Los exiliados políticos al escribir sus artículos esgrimen su testimonio como verdadera arma política, al tiempo que recalcan que ellos son los auténticos españoles leales, frente al intervencionismo de tropas extranjeras para ayudar a Franco. La categoría de extranjero se subvierte dejando de ser signo de la precariedad del exiliado para convertirse en acusación hacia el otro. Así, Alfonso Camín titula una de sus colaboraciones «Los extranjeros en España», en la cual subraya que

si exceptuamos la toma de Badajoz y el rescate de Aranda y de Moscardó de las plazas de Oviedo y Toledo, el resto de las ciudades que han caído a manos de Franco a base de batallas, no las ha ganado él. Se las dieron en arriendo los invasores para pasarle sus cuentas a la hora de la paz.


(La Voz, 23-XII-38)                


El artículo editorial del 19 de julio de 1938 recalca también esa diferencia entre lo autóctono y lo extranjero:

  —83→  

Dos años de pavorosa lucha entre el español legítimo, que defiende la independencia nacional y trabaja por la equidad y la liberación económica de las masas; y el extranjero bárbaro -respaldado por dos o tres malandrines nacidos en España-, que aspira a la colonización y el dominio absoluto de la península.


(La Voz, 19-VII-38)                


El padre Lobo se hace eco de idéntica opinión:

El fascismo español es, si me permitís la figura, como el engendro irascible de un ayuntamiento monstruoso y contranatura, de la loba capitolina y del águila teutona y por eso es hidra de siete cabezas que pretende devorar y aniquilar a España y al mundo por sus cuatro costados.


(La Voz, 15-VIII-38)                


Junto a esa acusación de extranjería de los otros, aparece reiteradamente en muchos de los artículos de La Voz la referencia a un nosotros que sugiere una idea de comunidad. La carta de Barbazán al padre Lobo, por ejemplo, se cierra con la frase «Todo por nuestra España» (La Voz, 24-V-39), Avelino Roces titula su artículo «De la Asturias que fue Nuestra» (La Voz, 27-IV-38) y Luis Alberto Sánchez habla de la necesidad de que «midamos nuestro dolor de España, con nuestro dolor de hombres. Será homenaje a España y a nosotros mismos» (La Voz, 25-XII-37). Ahora bien, ¿quién es ese «nosotros»?, ¿puede sustituirse por «los antifascistas», «los españoles leales», «los lectores de La Voz»? Ugarte ha subrayado que el «nosotros» presente en distintos textos de exiliados constituye un intento por parte del autor de adaptarse al hecho irreversible de haber perdido a su público anterior; por ese motivo busca una compensación imaginando y definiendo al público nuevo que pueda suplir esa pérdida (64). Al mismo tiempo, el «nosotros» crea una ilusión de comunidad y arraigo en el nuevo territorio; su uso nace de la necesidad de dirigirse al nuevo lector, delimitando sus contornos, dándole nombre e identificándose con él. Francisco Ayala se plantea también la necesidad de preguntarse sobre el destinatario de los escritos:

La forma abstracta, despersonalizada, en que hoy suele escribirse, oculta -o mejor esfuma, diluye- al destinatario en la indeterminación de un público vago, que tanto puede ser actual y real como supuesto y futuro, o meramente hipotético. Con esto, el escribir llega fácilmente a ser una rutina profesional desenvuelta en el vacío y, más que un soliloquio, el discurso de un demente, sin engarces con el mundo exterior; en definitiva, una actividad desprovista de sentido. Será pues, saludable que, a esta altura de las cosas, se pare uno a preguntar para quién está escribiendo.


(139)                


A este respecto Miguel Durán ha subrayado que fue característico en la escritura de los exiliados el hecho de que ningún tema les estaba prohibido pero, a cambio, tampoco sabían qué público iba a acogerlos, pues el lector español les estaba vedado (197-98). Los textos escritos por exiliados que se publican en La Voz son un perfecto ejemplo de esto: utilizan esa libertad para dirigir su lengua de resistencia y denuncia contra el fascismo y, al mismo tiempo, invocan continuamente a un «nosotros» de límites difusos para solidarizarse con el lector que viene a sustituir, al menos en parte, al que se ha dejado en la madre patria135. La continua referencia a ese «nosotros», generador de comunidad, tal vez tenga   —84→   que ver con el miedo a echar raíces en tierra extraña y a que las nuevas generaciones se identifiquen con el país de acogida.




La efervescencia social y cultural

A la hora de comprender la forma de vida y relaciones de la colonia española afincada en Nueva York debemos tener en cuenta la aclaración de José Luis Abellán sobre

la distinta configuración de las dos corrientes de exiliados, la americana y la europea; en tanto que la pequeña y mediana burguesía -entre ellas un buen número de intelectuales- marchaba, por lo común, a América, en Europa quedaba dispersada la base más popular de la República y el grueso de los movimientos políticos y sindicales de marcado signo obrero.


(3: 17)                


Javier Malagón subraya también que los exiliados que se establecieron en Estados Unidos:

lo hicieron en calidad de profesores universitarios (...) En general ya eran profesionales de autoridad reconocida en su especialidad (...) personas que destacaron en el campo de la literatura, en calidad de escritores y profesores.


(32)                


Con respecto a la necesidad de rodearse de un ambiente acogedor en el nuevo territorio para amortiguar esa nostalgia característica del exilio, es preciso recordar ahora la ya mencionada página de «Sociedades al Día», que da fe de la vida social y cultural de la colonia española que ubicó su exilio en el área neoyorquina. Julia Kristeva ha puesto de manifiesto la necesidad del extranjero de encontrarse con otros como una manera de aplacar esa nostalgia y la idea de que el trabajo es el único valor que puede redimirle (11-19). En efecto, la febril actividad social y cultural caracteriza a la colonia española residente en Nueva York durante esos años, imprimiendo un sello de comunidad: el «nosotros». Félix Martí Ibáñez en su «Mensaje a la Colonia Antifascista Española» subraya «la reacción de españolismo y la profesión de fe antifascista, que con motivo de nuestra llegada ha expresado la colonia española e hispanoamericana de Nueva York» (La Voz, 2-IX-38).

Esa efervescencia cultural es rastreable en la lista de asociaciones agrupadas bajo el título de «Sociedades Hispanas Confederadas» que ocupa más de media página en el número especial de La Voz, conmemorativo del segundo aniversario del Alzamiento. La vitalidad de centros como el asturiano y el gallego queda puesta de manifiesto en la apretada agenda de actividades organizadas en sus sedes culturales. El Centro de Galicia136   —85→   inaugura el 26 de diciembre de 1937 su nuevo local en el número 147 de la Avenida de Colón. El Centro Asturiano, a su vez, se encontraba ubicado en el número 245 de la calle 14 Oeste. Otras asociaciones como los Comités Femeninos Unidos de Nueva York o el Frente Popular Antifascista Gallego desempeñaron asimismo una actividad febril e incansable durante aquellos años. Esas páginas de sociedad anuncian colectas, festivales, bailes, verbenas, fiestas, jiras campestres, conferencias, mítines, veladas teatrales, funciones de variedades, actos de solidaridad y homenajes como, por ejemplo, el que rinde La Argentinita a su fallecido amigo Federico García Lorca en el MacMillan Academic Theatre de la Universidad de Columbia (La Voz, 12-XII-38).

Resulta de interés subrayar la existencia de una activa vida teatral enfocada hacia ese público español. Se estrenan obras137 como La Sirena Varada de Casona (22-X-37) y Todo un Hombre de Unamuno (24-X-37) en el teatro Nora Bayes; En la Boca del Lobo de Pedro Mata (19-XII-37) y Tierra Baja138 de Ángel Guimerá (28-XI-37), ambas en el Royal Windsor; Mariana Pineda de Lorca en la Universidad de Columbia (27-XII-38); el Juan José de Dicenta representado por el grupo Miaja en los salones del Centro Galicia (30-IV-38); Doña Perfecta en el Hunts Point Palace (30-X-38); El Sueño Dorado de Vital Aza en el Centro Asturiano (20-V-39); o Bodas de Sangre, con Margarita Xirgu, en el Teatro Latino (14-XI-39). Otras obras anuncian desde el título su compromiso con la causa republicana como El Fascismo en Vizcaya de Luis Garagarza (19-XII-37) o Huelga en el Puerto del «compañero Ignacio Zugadi» (5-XII-37). Asimismo se anuncia que la película Tierra Española rodada en España por Joris Ivens y Ernest Hemingway fue «exhibida por varias semanas con llenos sin precedente» (16-IX-37).

Estas páginas de sociedad dan cuenta también del interés que despierta en la colonia la llegada de algunos personajes del mundo intelectual o político español, como, por ejemplo, la visita de Avelino González Mallada, último alcalde de Gijón (La Voz, 22-II-38)139, el mitin de Margarita Nelken140 en el Centro Galicia que «se vio completamente lleno de público» (La Voz, 20-IX-38), la llegada del asturiano Ramón González Peña, ministro de Justicia durante la República, a quien la colonia y el Centro Asturiano rinden homenaje (La Voz, 22-VIII-38) o la visita del escritor Eduardo Zamacois (La Voz, 29-VII-39), al que Alfonso Camín dedica un artículo titulado «Don Juan en las Trincheras de España» (La Voz, 4-VIII-39).

Muchas de las noticias y las secciones de La Voz muestran el peso específico de dos comunidades en la Colonia: la asturiana y la gallega. La Voz se hace eco, por ejemplo, del festival campestre celebrado en la localidad de Donora (Pensilvania)141, con un «yantar» y la actuación   —86→   de José Martínez, «el gaitero de Tamón» (La Voz, 28-VI-39). Este tipo de actividades tendrían, sin duda, el propósito de afianzar los lazos de hermandad al tiempo que las tradiciones se mantenían vivas en tanto que llegaba el momento de regresar a Asturias. Así, en una fiesta del Centro Asturiano de Nueva York se anuncia la actuación de «José y Vega, magistral pareja de gaita y tambor, [que] prometen hacer recordar a los concurrentes los inolvidables días de romería en Asturias» (La Voz, 17-II-38). Estos exiliados asentados en Nueva York se enfrentaban a la nostalgia y al fascismo mediante una combinación de activismo político y agenda sociocultural que reforzaba los lazos de la comunidad al perpetuar costumbres, folclore y tradiciones.




Prensa y Literatura

Es preciso referirnos por último a la presencia del elemento literario en la prensa. Las fronteras entre estos dos términos, prensa y literatura, con frecuencia son difíciles de establecer: «varios campos -o géneros- se entrecruzan: entre el periodismo y la literatura, entre el periodismo y la política, entre la publicación de periódicos y revistas y las editoras de libros» (Suárez 601). Díaz-Plaja subraya que

los periódicos de 1936 a 1939 tuvieron también otro importante cometido: el de hacer llegar la voz de los intelectuales en favor de uno y otro bando en lucha. A los dos regímenes les interesaba mostrar la actitud de escritores conocidos en apoyo de sus ideales (...) La violencia que emplearon esos hombres en sus artículos no le iba a la zaga a las que usaban los combatientes en las trincheras.


(319-20)                


Un artículo de Alfonso Camín titulado «La España de Muñoz Seca» traduce la idea de las dos Españas, que el autor representa a través del símbolo de dos modos de literatura, dos nóminas de escritores opuestas y encontradas:

La España de Muñoz Seca, de Pemán y de Dominguín, de Pepete y del Angelete, del General Queipo de Llano y del Coronel Casacajo (...) echando, en cambio, pestes airadas contra la España dolorida y dramática de Antonio Machado, (...) Jacinto Benavente, Victorio Macho, Jiménez de Asúa, Castelao, Ossorio y Gallardo, el viejo general Miaja y los diez mil alcaldes de Móstoles que no estarán nunca de acuerdo con las expansiones imperiales de Hitler.


(La Voz, 24-VII-39)                


Álvarez Gallego en su artículo «En el Homenaje a Miguel Hernández» se hace eco de la importancia de la poesía como arma de combate en la Guerra Civil:

Todos los poetas de España, todos los verdaderos poetas españoles, se aprietan en dintorno a la causa nacional. Están los maestros viejos -Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez- los maestros jóvenes -Alberti, Altolaguirre- y la espléndida cosecha de poetas mozos.


(La Voz, 31-VIII-39)                


María Zambrano, al hablar del romancero de la Guerra Civil, destaca

este paso dado por la poesía en sus poetas mejores y de más brillo para acercarse al pueblo directamente, para fijar poéticamente las hazañas heroicas y que el pueblo se recuerde y se reconozca a sí mismo en la poesía.


(52)                


  —87→  

La poesía era un arma para la lucha y, por ello, periódicos como La Voz se esforzaban en diferenciar la nómina de autores adscritos a la causa antifascista de la de los autores proscritos. Los poetas eran considerados «soldados intelectuales» y una de las acusaciones favoritas de los republicanos de La Voz hacia el otro bando era la de que no contaba con las simpatías de intelectuales y artistas. El artículo «Deber de América» de Luis Reinaudi es un perfecto exponente de esto:

¿Qué sucedió con García Lorca? Se nos fue por los «cuatro chorros de sangre» abiertos en su cuerpo por el plomo traidor; con su muerte se murió, también, el renacimiento del teatro español (...) ¿Dónde está Rafael Alberti? ¿Dónde Pedro Salinas? La casualidad salvó a Juan Ramón Jiménez (...) ¿Nada nos dice esta desolada escuela de la guerra? ¿Es que vendrán a escribir poemas Francisco Franco, dramas Serrano Suñer, historia Millán Astray y a investigar y a suceder a Cajal y a Unamuno los Dávila y los Pemanes de la nueva dinastía? Vamos a quedarnos sin poetas, sin escritores, sin artistas.


(La Voz, 13-IX-39)                


La Voz establece una estricta nómina de autores alabados y denostados. Se critica hasta la saciedad, especialmente al

versero Pemán [que] satisfacía la impaciencia folletinesca de sus lectores franquistas con la elaboración de cualquier mamarracho consonantado.


(La Voz, 27-II-39)                


Otros escritores son clasificados por Álvarez Gallego bajo la etiqueta de «Los Alguaciles Alguacilados»:

los que se pasaron de listos. Marañón, Ortega y Gasset, Azorín, Baroja, Pérez de Ayala (...) A Pío Baroja, que ha publicado más de un centenar de obras, le han expurgado en España todas ellas. Todas. Se permite la circulación de la última, otro folleto o folletín del estilo del de Marañón, en el que el gran escritor recopila la pequeñez de unos artículos contra los republicanos. En cuanto a Pérez de Ayala y a Azorín, hemos podido reconocer que permanecen en París visitando la embajada de una España que le ha puesto el veto a las obras completas de ambos.


(La Voz, 22-VIII-39)                


Con voluntad opuesta aparecen responsos y textos que homenajean o recuerdan la muerte de figuras literarias tan emblemáticas para el bando republicano como Federico García Lorca142 «la personificación poética del Pueblo español» (La Voz, 1-X-38), Miguel Hernández143 en cuyos versos, «como en el lagar la uva, exprimió el pueblo español ansias, dolores, crispaduras, ramalazos, gestas épicas» (La Voz, 31-VIII-39) o Antonio Machado144, víctima del exilio más que de la guerra:

  —88→  

su gran espíritu pudo soportar los rigores de la guerra; pero no le fue posible sostener a su cuerpo enfermo en tierra extranjera.


(La Voz, 27-II-39)                


Aparecen también en La Voz breves artículos de Jacinto Benavente145 y Antonio Machado146 y también de autores hispanoamericanos como Vicente Huidobro147 o Nicolás Guillén148 que toman partido por España en sendas colaboraciones. Es preciso destacar la presencia en el periódico de múltiples artículos de crítica sobre escritores ya desaparecidos. Eduardo de Ontañón hace una reseña del asturiano Palacio Valdés al que se refiere como

este viejo escritor que, después de haber escrito con tanta blandura todos esos episodios bobalicones y coloreados de su obra, fue a morir dentro de las habitaciones tan extrañas e insospechadas para él como las de la guerra.


(La Voz, 15-IX-39)                


Basilio Álvarez, por su parte, ensalza la figura de Rosalía de Castro, sugiriendo que habría que canonizarla por «el milagro de sus versos divinos» (La Voz, 26-VIII-39). Rafael Sánchez Ocaña destaca de Cervantes «su alma noble, audaz, irreverente, donde en maravilloso conjunto se funden la más alta poesía y la sátira más cruel» (La Voz, 24-I-38) y Gerardo Álvarez Gallego critica la manipulación política de algunas muertes como la de Serafín Álvarez Quintero:

El suplicio que esa prensa ha venido cometiendo con los Quinteros y Benavente es inaudito... Los han venido degollando, desde 1936, de mil maneras distintas. Y no es extraño. ¿No han tenido agallas para decir que a Federico García Lorca lo habían fusilado los «bolcheviques» españoles?


(La Voz, 8-VII-39)                


En La Voz se publican hasta tres artículos149 sobre la figura de Miguel de Unamuno y su supuesta manipulación por el bando nacional. El artículo editorial del 5 de febrero de 1938 se titula «Las Miserias de la Propaganda Facciosa» y de nuevo se rechaza aquí el testimonio del bando nacional, al que se opone la «verdad» de los hechos. El editorial está respondiendo a una crónica publicada en el semanario fascista donostiarra Domingo, la cual atribuye a Unamuno las siguientes palabras: «Días antes de morir, y jugando en su casa con su nieto, preguntó a éste: ¿Tú qué eres? Fascista, contestó el niño. Muy bien: así se dice. Fascista, como tu abuelo» (La Voz, 5-II-38). Afirmaciones contra las cuales el artículo editorial de La Voz argumenta «aparecen en un periódico fascista, escritas por un periodista fascista, publicadas en la zona facciosa. Veamos ahora dos documentos publicados fuera de España, por extranjeros, en prensa liberal. Ambos testigos hablaron con   —89→   Unamuno en los últimos días de su vida» (ibídem). Entre los periódicos de uno y otro bando, se establece un diálogo, los artículos se contestan unos a otros y La Voz responde a la prensa fascista oponiendo la confesión de otros testigos y reclamando la veracidad de su testimonio frente a la mentira que siempre proviene de los otros: «Esta es la verdad, la única, la sola verdad sobre el ‘caso’ Unamuno» (ibídem).

Si la verdad es monolítica y excluyente, como señala la editorial de La Voz, el hecho de subrayar la veracidad del discurso como argumento para convencer tiene mucho que ver con la búsqueda del poder. Como ha señalado Foucault: «truth is not by nature free -nor error sevile- but that its production is throughly imbued with relations of power» (60). A la verdad y el testimonio se opone, por tanto, la mentira facciosa de los otros que «difunden a través del mundo, sin temores al ridículo, especies mentirosas, hijas de sus imaginaciones maléficas» (La Voz, 18-VIII-38). Estar en posesión de la verdad implica ostentar cierto poder, y estos escritores exiliados, privados de acceder a él, utilizaban su estrategia de «decir la verdad» para subvertir el orden establecido y recuperarse en parte de esa posición marginada.




Conclusiones

La Voz prueba que, al hablar de prensa y periodismo, la literatura de la nostalgia y la de resistencia no tienen que ser forzosamente dos vías distintas, sino que a veces pueden coexistir en un mismo autor: el periodista que hoy rememora la partida de la patria y mañana escribe un artículo combativo contra el fascismo o la censura. Ambas actitudes se entrecruzan y dan la mano negando el silencio, reclamando la comunidad de un «nosotros» que se materializa frente a «los otros». Las estrategias para fortalecerse tras la traumática separación de la patria ya se han subrayado: declararse en posesión de la verdad y del testimonio auténtico, impedir la pérdida de la memoria histórica y enmendarle la plana a la historia oficial. Para ello se utiliza un lenguaje altisonante e inflexible que fortalezca la palabra escrita y dote a esa prensa en el exilio del poder necesario para convertir el artículo periodístico en arma de combate y de propaganda «democrática» frente al fascismo. La Voz se constituye así en una trinchera más y sus periodistas y colaboradores en soldados de un frente intelectual que contesta desde Estados Unidos al acontecer de la guerra, primero, a la dictadura de Franco, después, y al fascismo europeo en general durante su trayectoria periodística: 19 de julio de 1937 - 1 de diciembre de 1939.




Obras citadas

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ZAMBRANO, María. Los Intelectuales en el Drama de España. Madrid: Hispamerca, 1977.





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ArribaAbajoEscritores asturianos exiliados en Cuba

Jorge Domingo Cuadriello


Instituto de Literatura y Lingüística (La Habana)

Poco es, en realidad, lo que se ha escrito acerca del exilio republicano español en Cuba con motivo de la Guerra Civil. Salvo algún estudio dedicado a una figura en específico -Juan Ramón Jiménez, Manuel Altolaguirre, Juan Chabás o Alfonso Rodríguez Castelao-, unos pocos artículos de carácter panorámico y una discreta incursión en este tema desarrollada por algunos historiadores, no resulta posible encontrar textos que profundicen en dicho fenómeno migratorio de raíz política. Las consecuencias que trajo a la cultura cubana aún están por precisar y al cabo de más de seis décadas del inicio de la contienda española no puede postergarse más el análisis serio y la valoración general del aporte ofrecido en distintas disciplinas por aquellos intelectuales exiliados en Cuba.

Dentro del contexto general de los perseguidos políticos españoles que a partir de 1936, una vez iniciada la guerra, buscaron refugio en tierra cubana le corresponde un lugar significativo a los de origen asturiano. No debe este hecho ser motivo de sorpresa si tomamos en consideración que por entonces en la isla existía una sólida colonia asturiana, importante por su número, su poder económico y su repercusión en el orden social. Como es bien sabido, durante las tres primeras décadas del siglo XX decenas de miles de inmigrantes asturianos en busca de fortuna desembarcaron en puertos cubanos y muchos de ellos se establecieron de modo definitivo en este país. Aunque ese flujo migratorio había disminuido a raíz de la crisis económica de 1929, que tan funestas consecuencias provocó en la isla, y de la inseguridad política causada por la dictadura de Gerardo Machado (1925-1933), la comunidad asturiana, al igual que la gallega, continuaba ostentando una notable fortaleza. Los hijos de Asturias y sus descendientes, quienes se concentraban fundamentalmente en La Habana, poseían un majestuoso palacio social en el corazón de la ciudad, el plantel educacional «Jovellanos», donde cursaban estudios más de un millar de alumnos, la Quinta de Salud «Covadonga», uno de los centros asistenciales mejores de Hispanoamérica, y alrededor de medio centenar de sociedades o clubes comarcales que realizaban una loable actividad benéfica, instructiva y recreativa. En otras poblaciones del interior del país como Cienfuegos, Cárdenas y Santa Clara también se localizaban núcleos importantes de asturianos. Estos poseían una influencia nada desdeñable sobre la prensa, en especial sobre el influyente Diario de la Marina, dirigido hasta su muerte, ocurrida en 1919, por Nicolás Rivero, natural de Villaviciosa, y a partir de entonces por su hijo, José Ignacio Rivero, nacido en Cuba. Cada dos años se efectuaban elecciones generales en el Centro Asturiano para renovar su directiva y en esta contienda tomaban parte dos o más candidaturas, que en algunas ocasiones respondían no sólo a distintos   —92→   programas de gobierno, sino a posiciones políticas conservadores o liberales. Los cargos directivos eran ocupados casi siempre por individuos de amplia solvencia económica. El comercio -mayorista y minorista- constituía la actividad laboral más frecuente de los asturianos.

El estallido de la Guerra Civil estremeció a toda la comunidad española en la isla y los centros regionales se convirtieron en escenarios donde se pusieron de manifiesto las contradicciones ideológicas de los contendientes en suelo hispano. El enfrentamiento entre republicanos y franquistas polarizó a casi toda la membresía de estas sociedades y el Centro Asturiano de La Habana no constituyó una excepción. Estas polémicas se vieron incentivadas con la llegada al país de los primeros refugiados o perseguidos políticos, muchos de ellos portadores de un discurso testimonial marcado por la violencia y la muerte. La exposición de sus respectivas experiencias personales sirvió, según cada caso, para reforzar los argumentos de los bandos en disputa. La población cubana, que en un porciento considerable descendía de españoles, también tomó partido en la contienda y no sólo a través de las palabras, sino de colectas monetarias o de diferentes productos, respaldó a una de las partes, aunque la causa republicana acaparó las mayores simpatías y así quedó demostrado en los multitudinarios actos efectuados en los jardines de «La Polar» que contaron con oradores como Marcelino Domingo, Fernando de los Ríos y Alfonso Rodríguez Castelao. El pueblo que tres años antes había protagonizado la huelga general que derrocó la dictadura sangrienta de Machado, en modo alguno podía apoyar a los militares sublevados contra un gobierno legítimamente constituido.

De acuerdo con el orden cronológico, los tres primeros escritores asturianos seguidores de la causa republicana que buscaron refugio en Cuba fueron Luis Amado-Blanco, su esposa Isabel Fernández de Amado-Blanco y Manuel Isidro Méndez, los tres en las últimas semanas del año 1936. El primero de ellos, nacido en Riberas de Pravia en 1903, ya había viajado a La Habana en el verano de 1934 con el fin de reportar para un diario madrileño la situación de la isla tras la revolución antimachadista. Fruto de aquellas visitas había sido una serie de crónicas que bajo el título de «A dónde va Cuba» alcanzó gran resonancia. En esta ocasión llegaba con los diplomas de graduado de la Escuela de Odontología de Madrid y de Licenciado en Medicina. De inmediato se incorporó a las campañas periodísticas a favor de la causa republicana que se libraban a través de los diarios nacionales Luz y Pueblo, así como de los órganos antifranquistas de la comunidad española Mensajes y Crónica de España, y en ellos publicó numerosos artículos de encendido respaldo al gobierno de Madrid. De este modo, Amado-Blanco dio inicio en tierra cubana a una intensa labor periodística que lo llevaría más tarde a integrar la redacción del diario Información, donde escribió críticas teatrales y cinematográficas, a colaborar en las más importantes revistas cubanas de la época -Bohemia, Carteles, Lyceum, Mediodía- y obtener los premios de periodismo «Enrique José Varona», «Justo de Lara» y «Juan Gualberto Gómez».

Como poeta, Amado-Blanco se había dado a conocer en 1928 con el libro de versos Norte, publicado en Madrid. Al año siguiente de su arribo a Cuba da a la imprenta en La Habana el cuaderno Poema desesperado (A la muerte de Federico García Lorca), apasionada elegía escrita con motivo del brutal asesinato de este poeta granadino. Por medio de la utilización de elementos y recursos empleados en sus romances por García Lorca -la luna, el ambiente gitano, las aceitunas, la navaja- Amado-Blanco logra plasmar un sentido homenaje de innegable belleza literaria. En Claustro, libro de poemas que ve la luz en   —93→   1942, vuelve a recurrir a la elegía, pero en esta oportunidad para deplorar el fallecimiento de su madre, ocurrido en Asturias. En su lamento no sólo está presente el desgarramiento causado por la pérdida de un ser muy querido, sino el dolor del exiliado que contempla cómo han quedado rotas sus raíces.



Todo debiera estar allí: la mano, el hijo,
fresco rocío de la noche pura,
la caricia amansada de milagros,
el corazón de miel sobre la mesa.

Todo debiera estar. Hasta yo mismo
erguido, fuerte, sin temblor, pensando,
hasta dormir el sueño de mi vida,
hasta dormir, dormido en la esperanza150.



La obra poética de Luis Amado-Blanco se completa con el cuaderno de poemas Tardío Nápoles, que en su primera edición apareció en Madrid en 1970. A través de la exaltación de esta ciudad italiana y de sus pasadas glorias, el autor le canta a la vida y al mismo tiempo lamenta el inclemente paso del tiempo, que lo aleja de la hermosura del mundo circundante. Sus versos largos, sin rima, están permeados por un tono personal.

Como cuentista, recibió en 1951 el importante premio «Alfonso Hernández Catá» con el relato «Sola», que fue incluido años más tarde en su volumen Doña Velorio (nueve cuentos y una novela), La Habana, 1960. Sus cuentos poseen un trazado correcto y un adecuado desarrollo, sin que se aparten mucho de los postulados tradicionales de la creación narrativa. El autor demuestra un mayor interés en la descripción de las peculiaridades psicológicas de los personajes y en la elaboración de una prosa depurada, de rico caudal idiomático. En el cuento «Pepín el Mulato» ofrece una evocación de la tierra asturiana y de los trágicos días de la guerra civil.

Amado-Blanco nos dejó también otros dos libros: Un Pueblo y dos agonías (México, 1955) y Ciudad rebelde (Barcelona, 1967). El primero está integrado por dos noveletas de temática asturiana cuya acción se desarrolla en Avilés, «El gato (primera agonía)» y «El tío Romualdo (segunda agonía)». En ambas están presentes personajes y costumbres tomados de esta región española. Ciudad rebelde es una novela inspirada en la lucha clandestina en La Habana contra la dictadura de Batista (1952-1958). El loable deseo del autor de alabar el heroísmo de los jóvenes revolucionarios y su total entrega a una causa noble y patriótica, al tiempo que se expone y se condena la brutalidad de los cuerpos represivos del régimen, hace que la obra se deslice hacia el terreno de la propaganda política.

Muy estrecha fue también la relación de Amado-Blanco con el teatro. Además de impartir clases en la Academia de Artes Dramáticas a partir de 1940, escribió la pieza Suicidio, inspirada en La vida es sueño de Calderón de la Barca y representada por el Patronato de Teatro en 1943, y llevó adelante una activa y muy útil labor como crítico. Sin embargo, posiblemente su más significativo desempeño en esta manifestación artística fue su quehacer como director teatral. En la década de los años 40 llevó a escena varias piezas   —94→   que recibieron el aplauso del público y el reconocimiento de los teatristas. Ejemplo de esa aceptación general fue el premio «Talía» que recibió en 1946 por la dirección de la obra La dama del alba, de Alejandro Casona.

Tras el triunfo revolucionario de 1959 se incorporó al cuerpo diplomático y representó al gobierno de Cuba en Portugal y más tarde en la Santa Sede. Luis Amado-Blanco falleció en Roma en 1975. Su esposa, Isabel Fernández, desarrolló una labor cultural más discreta, pero que de igual forma debe ser conocida. Antes de llegar a La Habana se había graduado de Licenciada en Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid. Una vez en tierra cubana ingresó en la institución cultural Lyceum y Lawn Tennis Club, donde llevó a cabo una labor tan sobresaliente que fue elegida Presidenta en dos ocasiones durante el período 1945-1955. Asimismo dirigió durante tres años la valiosa revista de esa entidad, Lyceum, en cuyas páginas dio a conocer ensayos literarios y artículos. Muy vinculada también al movimiento teatral cubano, se desempeñó como profesora de la Academia Municipal de Teatro de La Habana y dirigió la puesta en escena de varias obras que fueron representadas por la agrupación Patronato de Teatro. Bajo su conducción fue llevada a las tablas con tanto acierto la obra El loco del año, del autor avilesino residente en Cuba Rafael Suárez Solís, que mereció el premio «Talía» en 1946. En colaboración con la escritora cubana Cuqui Ponce de León compuso dos comedias de ambiente habanero y cierto sabor costumbrista: El qué dirán (1944), en dos actos, que fue llevada a escena en el Teatro «Auditorium» bajo la dirección de Luis A. Baralt en febrero de 1944, y Lo que no se dice (1945), estrenada en el mismo escenario en mayo 1946. En ambas piezas teatrales está presente la crítica a ciertos convencionalismos sociales que desembocan en la hipocresía y en las falsas relaciones de amistad.

Isabel Amado-Blanco, nombre que muchas veces adoptó al firmar sus escritos, colaboró además en otras revistas cubanas como La Quincena y en 1968, mientras se encontraba residiendo en Roma junto a su esposo, publicó en La Habana el libro de recomendaciones para la mujer Más belleza para ti. La muerte la sorprendió en la capital cubana en el pasado mes de marzo del presente año 1999. Había nacido en La Ferrería, Soto del Barco, en 1910.

Manuel Isidro Méndez, por su parte, al arribar a Cuba no lo hacía a una tierra para él desconocida. En 1896, con sólo catorce años, fue llevado por sus padres desde Navia, su pueblo natal, a Santiago de Cuba, en momentos en que ya se libraba la guerra independentista que al cabo decidiría la emancipación de la isla. Tras el recrudecimiento de las acciones bélicas y el desembarco de las tropas norteamericanas en las inmediaciones de aquella ciudad, al igual que otros miembros de la población civil se vio obligado a buscar refugio en un campamento de cubanos insurrectos. A partir de aquella convivencia surgieron en él sentimientos solidarios hacia la causa separatista y de admiración hacia sus principales animadores.

Una vez concluida la gesta liberadora, a punto de iniciarse el siglo XX se traslada a la localidad de Artemisa, Pinar del Río, donde fija su residencia. Tras varios años de ardua labor, alcanza a establecer una tienda de ferretería y comienza a cultivar la literatura. Como resultado de esa actividad ven la luz en la imprenta de esta población sus libros de versos Armonías íntimas (1914) y Etruscos (1915), de escaso valor literario para el gusto de hoy, pero que le proporcionaron entonces cierta notoriedad. Gracias a ese reconocimiento comienza a colaborar en revistas habaneras como Asturias, órgano de la colonia asturiana en la isla, El Fígaro y Bohemia, imparte conferencias en distintas instituciones   —95→   y publica algunos ensayos como La fiesta de la raza; contribución al hispanoamericanismo (1918).

Manuel Isidro Méndez regresa a España en 1923 y al año siguiente su libro José Martí. Estudio biográfico recibe el Premio Real Consistorio Hispanoamericano del Gay Saber. Publicado en París en 1925, ese texto tiene para las letras cubanas el incalculable valor de ser la primera biografía de nuestro Héroe Nacional y más elevado poeta. Con anterioridad apenas se habían impreso unas breves semblanzas de Martí, a pesar del mérito indiscutible que todos le reconocían; pero nadie había acometido la tarea de realizar de modo profundo una investigación que concluyera con una seria biografía. Ese aporte le corresponde a Manuel Isidro Méndez, quien a partir de entonces se convirtió en un exégeta martiano.

En las primeras páginas de su biografía declara que la escribió «para extender el nombre de Martí en España y contrarrestar equivocadas afirmaciones del carácter y del valor intelectual de Martí». Y al concluir su libro declara de modo categórico: «España no tuvo nunca en contra un contendiente más noble ni más ilustre que José Martí. Y nosotros, que somos españoles, al ensalzar el nombre de este ínclito hermano de América, ensalzamos también el de nuestra amada España, augusta madre de todos»151.

Una vez establecida en 1931 la República española, por la cual abogó a través de algunos artículos publicados en la prensa, emprende un largo viaje por Europa que lo va a llevar a Italia, a Alemania y a la Unión Soviética. De nuevo en Asturias, a principios de 1936 respalda a través de actos públicos y de escritos en los periódicos la candidatura del Frente Popular, al tiempo que se enfrenta a las fuerzas más retrógradas de la región. El alzamiento fascista de 1936 lo sorprende en Coaña y al caer esta localidad asturiana en manos de los franquistas es detenido y encarcelado. Logra escapar de la prisión y tras múltiples peripecias llega a la costa, donde toma una embarcación inglesa de modo clandestino.

De nuevo en La Habana, volvió a entregarse al estudio de la vida y la obra del más sobresaliente de todos los cubanos y en 1939 su ensayo Martí. Estudio crítico biográfico obtuvo el segundo premio en el Concurso Literario Interamericano de la Comisión Central Pro Monumento a Martí. En años sucesivos daría a conocer otros valiosos textos sobre el prócer cubano, entre ellos Autobiografía de José Martí (1943), Martí. Documentos para su vida (1947) y Entraña y forma de «Versos sencillos» de José Martí (1953). Todos esos estudios lo convirtieron en una de las principales autoridades acerca del Héroe Nacional y le abrieron las puertas de la Academia de la Historia de Cuba y de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, instituciones en las que impartió conferencias. Su valiosa labor como historiador se completa con la biografía El Intendente Ramírez (1944), con un acucioso análisis de la entrevista en La Mejorana de los líderes independentistas Máximo Gómez, Antonio Maceo y José Martí, Acerca de La Mejorana y Dos Ríos (1954), y con su minuciosa Historia de Artemisa, que apareció póstumamente en 1973. Manuel Isidro Méndez había muerto en La Habana el año anterior, sin que se hubiese dejado de reconocer antes sus méritos intelectuales y su contribución a la cultura cubana.

En 1937, cuando los combates se recrudecían en España y la solidaridad con la causa republicana se incrementaba en Cuba, llegaron a la isla dos conocidos escritores asturianos:   —96→   Alejandro Casona, en el mes de marzo, y Alfonso Camín, en mayo. Casona disfrutaba ya por entonces de una justa celebridad en España, alcanzada por medio de su obra teatral Nuestra Natacha, que había sido representada numerosas veces en distintos escenarios ibéricos y hasta cierto punto convertida en portavoz de los ideales republicanos. Pocos días después de su arribo, en declaraciones para el diario ¡Alerta!, expresaba su satisfacción por hallarse en Cuba y de modo reiterado lamentaba el asesinato de Federico García Lorca152.

En el mes de noviembre de 1937 Casona ofreció la conferencia «El teatro en cuanto a valor social» en la Institución Hispanocubana de Cultura, entidad dirigida por el polígrafo Fernando Ortiz que le abrió sus puertas y le concedió una tribuna a numerosos exiliados españoles. Su presentación, al inicio del acto, corrió a cargo del dramaturgo y profesor universitario cubano Luis A. Baralt y en su disertación Casona destacó los vínculos del teatro, desde sus inicios en Grecia, con el entorno social. Algunos fragmentos de esta conferencia aparecieron reproducidos en la revista Ultra. También en este mes de noviembre, en el acto de homenaje a ocho estudiantes de medicina fusilados por los voluntarios españoles en 1871, Casona pronunció unas hermosas palabras que aparecieron impresas en la revista antifranquista Faceta de Actualidad Española. A continuación copiamos uno de sus párrafos:

Estudiantes de Cuba, yo os hablo ahora en nombre de los estudiantes de España, hermanos vuestros ahora y hermanos siempre. De esos estudiantes con los que, año tras año, corrí las aldeas y los páramos de Castilla llevando a los campesinos el gozo y la emoción del arte; de los que supieron buscar la vida más allá de los libros y amaban la ciencia ante todo como servicio social, buscando en ella la redención del hambre y el dolor de su pueblo. También ellos luchan hoy, como los vuestros ayer, por una patria libre; por conquistar para su pueblo el pan y la justicia y la belleza. Ellos han hecho pública hoy la consigna por la que los vuestros cayeron en silencio ayer: «Vale más morir de pie que vivir de rodillas»153.



En diciembre de 1937 realizó una lectura comentada de su comedia El crimen de Lord Arturo en la sede de la Sociedad de Autores Teatrales de Cuba, actividad que le permitió establecer vínculos directos con los teatristas cubanos. Por aquellos días se encontraba en La Habana la Compañía Dramática Española de Pepita Díaz y Manuel Collado, que se encargó de presentar con gran éxito en el «Teatro Nacional» las obras de Casona Nuestra Natacha y Prohibido suicidarse en primavera. Esta última sólo había sido presenciada antes por el público mexicano. En el número correspondiente a este mes de diciembre en la revista Lyceum aparecieron incluidos varios poemas de Casona bajo el título general de «Encanto de una luna y agua». Entre ellos se encuentra uno nombrado «Asturias».

En mayo de 1939 volvió a la Institución Hispanocubana de Cultura, esta vez para impartir un ciclo de tres conferencias titulado «Tres lecciones sobre el amor», con abundantes reflexiones y citas literarias. Por aquellos días vio la luz en la capital cubana   —97→   el poemario Pastoriles, de la escritora y actriz Martha Elba Fombellida, cuyo prólogo lleva la firma de Alejandro Casona. Este se marchó de Cuba ese año y se radicó en Argentina.

Al igual que Manuel Isidro Méndez, Alfonso Camín había llegado a tierra cubana en plena adolescencia, aunque en su caso cuando el sistema republicano en la isla daba sus pasos iniciales. En La Habana se vio obligado a realizar diversos trabajos y en medio de una juventud accidentada, que él se encargó de relatar años más tarde en el libro de memorias Entre palmeras (Vidas emigrantes) (México, 1958), comenzó a escribir y a publicar poemas y a adentrarse en las labores periodísticas. En 1913 dio a conocer su primer libro de versos, Adelfas, al que le siguieron Los emigrantes (1914), Crepúsculos de oro (1914), Cien sonetos (1915) y La ruta (Madrid, 1916). Autor prolífico, insertó sus composiciones poéticas en revistas como Asturias, Hojas Cubanas y Crónica de Asturias, se convirtió en uno de los principales animadores de la poesía afrocubana, mérito escamoteado por algunos ensayistas154, y alcanzó a ser en 1915 redactor del Diario de la Marina.

Dueño ya de un nombre conocido en los círculos intelectuales cubanos y españoles, Camín en 1926 se establece en Madrid, donde colabora con frecuencia en la prensa periódica y publica algunos libros, entre ellos Carey; poemas de Cuba (1931) y El gallo de Mateón; cuentos asturianos (1934). La rebelión militar de 1936 lo sorprende en Palencia, donde se encuentra en tareas periodísticas, y al caer esta región en poder de los facciosos se ve impedido de pasar a territorio republicano. Con el propósito de cruzar hacia Asturias se traslada a León, después a Lugo y por fin a Luarca, pero esta localidad asturiana ya se halla bajo el control de los franquistas, se hace sospechosa su presencia en el lugar y es detenido y encarcelado. Aunque no había tenido una participación activa en la política, en algunas ocasiones había manifestado sus sentimientos antimonárquicos y republicanos, así como sus posiciones anticlericales. Esto fue suficiente para decretar su encierro, que se prolongó durante varias semanas. Al cabo, gracias a gestiones realizadas desde La Habana por su amigo José Ignacio Rivero, director del Diario de la Marina, quien ya en aquellos momentos ocupaba uno de los más altos cargos de la Falange Española en Cuba, logró ser liberado y pasar con un salvoconducto a Portugal, donde tomó un barco que lo condujo a La Habana.

Durante su permanencia en esta ciudad, Camín denunció los atropellos cometidos por los sublevados, colaboró en Facetas de Actualidad Española y en una entrevista concedida a la revista Selecta declaró enfáticamente: «Soy republicano, español y asturiano»155. Según nos cuenta en sus memorias, hasta en la redacción del Diario de la Marina, portavoz de los elementos franquistas, alzó su protesta en contra de los autotitulados salvadores de España:

Cierta mañana se reunieron los redactores en el viejo salón del Diario para que yo les hablase de la guerra intestina española. Les hablé con toda independencia. No me anduve por las ramas. La creí desastrosa para el presente y el futuro de España. Reprobé el desembarco de los moros y del Tercio Extranjero para que acuchillasen Andalucía,   —98→   Castilla, Asturias, Santander y las Vascongadas. Reprobé la Sección Cóndor de Hitler y las Llamas Negras de Mussolini. Los ejércitos italianos que habían de morder el polvo de Guadalajara156.



En 1938 Camín se trasladó a Ciudad de México y en la revista que allí fundó y dirigió, Norte, siempre le concedió un espacio a autores o temas cubanos. Con el fin de participar en los actos programados por el centenario del natalicio de José Martí, en los días finales de 1952 regresó a La Habana. Volvió a reunirse entonces con los viejos periodistas y poetas amigos, tomó parte en diversos encuentros literarios y recorrió varias poblaciones del interior del país, donde dejó escuchar su verso fácil y espontáneo. A mediados de 1953 retornó a México y en la década siguiente pudo volver a un rincón asturiano, donde falleció a los 92 años, en 1982.

Si breve fue el exilio en Cuba de Camín, más aún lo fue en el caso del gijonés José Gaos, quien en junio de 1938 arribó a La Habana en posesión de títulos académicos tan impresionantes, a pesar de su relativa juventud, como los de Catedrático de Filosofía de la Universidad de Zaragoza y de Rector de la Universidad Central de Madrid. A los pocos días de su llegada, por invitación de la universidad habanera, ofreció en este centro docente un ciclo de conferencias sobre pensamiento filosófico, que contribuyó a aglutinar en la isla a los amantes de esa disciplina intelectual. Al mes siguiente impartió en la Institución Hispanocubana de Cultura una lección sobre pensamiento español, que fue reproducida, por la revista de esa entidad, Ultra. Su presentación fue realizada por el ensayista y profesor universitario Roberto Agramonte, quien puso en alto los méritos del conferencista, y éste, en el desarrollo de su lección, afirmó que la literatura es una manifestación de la filosofía, pues constituye obra de pensamiento. Aunque José Gaos se marchó rumbo a México en agosto de 1938, dos meses después de su llegada a Cuba, puede afirmarse que dejó una excelente impresión en el seno de la Universidad de La Habana y en el ambiente intelectual cubano. De esta afirmación dan fe las colaboraciones que con posterioridad publicó en la revista Universidad de La Habana y el folleto Vocación, palabra y ejemplo de José Gaos (1939), escrito por Raúl Roa, ensayista y profesor de la Facultad de Ciencias Sociales y Derecho Público del más importante centro docente del país. En sus últimas páginas podemos encontrar estas afirmaciones de Roa:

La palabra de Gaos -palabra concreta- ha hecho surco entrañable en la juventud cubana. Y tanto como su palabra, su ejemplo (...)

Nuestra Universidad puede y debe contratar sus servicios por un curso académico. Acrecentaría su prestigio y oxigenaría su atmósfera. Gaos es un profesor de alto bordo. Sus disertaciones recientes dan sólo una aproximada medida de lo que Gaos es capaz. (...) Nuestra mejor juventud lo aguarda con ansia157.



En dicho año 1938 también arribó al puerto habanero un autor asturiano que en décadas anteriores había residido en la isla, José Fernández Castro. Natural de Sombredo, Soto del Barco, donde nació en 1868, a los quince años se trasladó a la capital cubana y muy   —99→   pronto se vio obligado a trabajar como empleado de comercio, al igual que otros muchos inmigrantes gallegos y asturianos. Al cabo de varios años logró acopiar cierto capital y pudo establecer un negocio propio en el ramo de la papelería y de los artículos de escritorio. También alcanzó a superarse educacionalmente, aprendió francés e inglés y comenzó a destacarse como pendolista. En la Exposición Internacional de San Luis, Estados Unidos, celebrada en 1904, recibió el primer premio de Caligrafía y poco después, como resultado además de su éxito en el comercio, fue elegido miembro de la directiva del Centro Asturiano de La Habana y de la Cámara de Comercio. En posesión de cierta fortuna, en 1908 regresó a Asturias y se estableció en Gijón, donde fundó varios negocios, incursionó en la política dentro de las filas liberales y comenzó a colaborar con artículos y poemas en la prensa periódica. Contaba ya con la avanzada edad de 68 años cuando estalló la Guerra Civil y se vio obligado a presenciar los horrores de la contienda. Aunque no fue represaliado por los franquistas, una vez que estos tomaron el poder en toda Asturias, se indignó ante la ola de fusilamientos y de venganzas cometida y con el fin de reunirse con su hija y con su yerno, los ya mencionados Isabel Fernández y Luis Amado Blanco, tras múltiples gestiones logró trasladarse a La Habana.

De seguro el cambio geográfico fue capaz de apaciguar su espíritu, pero no de borrar el recuerdo ni la amarga experiencia de la contienda fratricida. Así lo demuestran los versos del libro que publica en 1944, Días trágicos de España; poemas sobre la Guerra Civil, los cuales se encuentran marcados por un hondo dolor. Más que alabar a uno de los bandos y condenar al otro, Fernández Castro muestra en sus composiciones un mayor interés en reprobar la guerra, la violencia como vía para zanjar las discrepancias, la crueldad y el odio como recursos para imponer un sistema político. Si tomamos en cuenta quiénes fueron los que se sublevaron en armas, quebrantaron la paz y pisotearon las leyes, resulta evidente hacia qué causa se dirigen las inculpaciones de este poeta, cuyas producciones literarias, si bien están animadas por muy buenas intenciones, debemos decir que carecen de belleza formal. El autor sólo se propone transmitir un mensaje lleno de calor humano y de exhortación a la paz. Veamos como ejemplo unas estrofas de «Habla otra vez España», fechado en abril de 1942, en las que clama por el cese de los fusilamientos en la Península Ibérica:


Desde mi alto sitial,
y con calma reflexiva,
contemplo hoy sorprendida
el triste momento actual.
Al terminarse la guerra
que los hombres emprendisteis
vi después que no quisisteis
practicar lo que os dijera.
Les rogué a los vencedores
que fueran todo lo humanos
que corresponde entre hermanos
cuando no hay culpas mayores.
Recomendé la clemencia
para todos los vencidos
que no fuesen asesinos,
durante vuestra contienda.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
—100→
Pero hoy veo apenada,
que en la propia patria mía
se le priva de la vida
a gente que no fue mala.
Pues sólo por no sentir
vuestros propios ideales,
que todos son respetables,
ya les priváis de vivir158.



Fernández Castro publicó además Momentos de una vida; poemas (1945) y Apreciaciones de un desocupado; prosa y verso (1947), textos que no muestran una mayor calidad literaria y conservan las filantrópicas intenciones del autor. También con mucha frecuencia insertó sus composiciones poéticas en la revistas Ideales y Renovación, y Cultura Hispánica. A punto de cumplir 91 años, falleció en La Habana en 1953.

El fin del conflicto español en 1939 con la victoria final de las fuerzas franquistas trajo como consecuencia lógica la llegada a Cuba de un número mayor de exiliados, algunos procedentes de Francia y otros de la República Dominicana. A los factores favorables para este proceso migratorio, ya antes señalado, se sumaba ahora la situación de la isla, que se adentraba en un ambiente de democracia y de estabilidad económica y política. El arribo de estos perseguidos, así como de los combatientes internacionalistas cubanos que habían tomado parte en la defensa de la República, sirvió para mantener en alto el respaldo a la causa de la democracia española en la mayor parte de la población de la isla. Esa actitud se mantuvo vigente a lo largo de las décadas que se sucedieron y quedó plasmada en numerosos órganos de prensa, en declaraciones de políticos de distinta filiación y en pronunciamientos de diferentes asociaciones civiles.

En la relación de intelectuales españoles que llegan a La Habana en 1939 merece un lugar sobresaliente el gijonés Antonio Ortega. Graduado de la Licenciatura en Ciencias Químicas en la Universidad de Oviedo, Catedrático de Agricultura del Instituto de esta ciudad y merecedor de varios premios por sus narraciones breves, debido a sus decididas posiciones progresistas y a su militancia en el Partido Izquierda Republicana, tras el estallido de la Guerra Civil Española, fue nombrado Consejero de Propaganda del Consejo de Asturias y más tarde integró el Comisionado General del Ejército de Tierra. Al caer la región asturiana en manos de los sublevados logró trasladarse a Francia y a través de la frontera viajó a Barcelona, donde fue nombrado Catedrático del Instituto «Maragall». Al concluir la contienda se vio obligado otra vez a buscar refugio en territorio francés, pero en abril de 1939 alcanzó a arribar a La Habana, donde fijó su residencia. En octubre de ese mismo año fue designado Jefe de Información de la importante revista Bohemia. Pocos meses después ofreció una serie de conferencias sobre temas biológicos en la Institución Hispanocubana de Cultura, en el Lyceum y Lawn Tennis Club y en la Universidad de La Habana.

Con el ensayo Alrededor de la tragedia Antonio Ortega recibe en 1942 el primer premio en el concurso convocado por la Dirección de Propaganda de Guerra del Ministerio   —101→   de Defensa Nacional y en los años siguientes sus artículos merecen también premios en distintos certámenes periodísticos como el «Enrique José Varona» y el «Juan Gualberto Gómez». Sin embargo, su mayor triunfo literario consistió en el primer lugar alcanzado en el Concurso «Alfonso Hernández Catá» de 1945 por su cuento «Chino olvidado», que ha sido incluido en varias antologías y con toda razón es considerado por algunos críticos como una de las narraciones más logradas de las letras cubanas.

Todos estos reconocimientos, así como la aparición de su novela Ready (1946), que tiene como protagonista a un perro vagabundo que recorre las calles habaneras, hacen que su prestigio intelectual se acreciente y que en 1954 sea designado director de la revista Carteles, segunda en importancia del país. Desde este cargo, propició la divulgación de cuentos de autores cubanos y llevó adelante una meritoria labor de animación cultural a pesar de que por entonces las condiciones históricas, marcadas por la dictadura de Batista, no eran muy favorables para el normal desarrollo de las artes.

Desde su posición de exiliado, Ortega se mantuvo fiel a los principios republicanos y, además de colaborar en la revista antifranquista Nuestra España, tomó parte en la primera reunión de Profesores Universitarios Españoles Emigrados, efectuada en 1943 bajo la presidencia del ensayista y hematólogo Gustavo Pittaluga. También puede agregarse que en su novela Ready y en su relato «La Huida», cuya acción transcurre en Asturias en los días finales de la resistencia republicana, puso de manifiesto su invariable lealtad a los postulados democráticos.

En el volumen Yemas de coco y otros cuentos (1959), que reúne casi la totalidad de sus relatos, quedó plasmada la evolución literaria de este autor y su sostenida sensibilidad ante los diversos conflictos existenciales del hombre. Ortega demuestra poseer un dominio de la narración que se conjuga con un lenguaje elaborado y un cuidadoso manejo de las distintas situaciones. Sus personajes, nada esquemáticos, muestran una complejidad interior que los hace únicos.

Aunque Antonio Ortega recibió con alborozo el derrocamiento de la tiranía batistiana y el triunfo revolucionario de 1959 y fue seleccionado para integrar el jurado de la primera convocatoria del Premio «Casa de las Américas», a partir del año siguiente comenzó a manifestar cierta preocupación ante el rumbo comunista tomado por las nuevas autoridades y a finales de ese año emprendió, por segunda vez, el camino del exilio. En Venezuela, donde se estableció, tomó parte en la confección de la revista Bohemia Libre, pero al quebrar esta empresa perdió su empleo y comenzó entonces para él un período de estrecheces económicas que se cerró con su muerte, ocurrida en Caracas en 1970, a los 66 años de edad.

La República Dominicana fue refugio temporal de numerosos españoles del éxodo, a quienes el dictador Rafael Leónidas Trujillo les concedió entrada al país. Mas al poco tiempo de hallarse en esta isla caribeña, la política represiva del régimen y las escasas posibilidades de prosperidad económica hicieron que muchos de ellos se dirigieran a otro país. Un grupo considerable pasó a la vecina isla de Cuba y en él estuvo comprendido el asturiano Francisco Martínez Allende, quien había nacido en Cangas de Onís en 1906. Cuando aún no había cumplido los quince años fue llevado a Buenos Aires, donde realizó estudios y más tarde se inició en el mundo del teatro como actor y escritor. Durante la visita de Federico García Lorca a la Argentina trabó relaciones de amistad con él y amplió sus conocimientos sobre dramaturgia, lo cual fue de sumo provecho para realizar sus primeras puestas en escena.

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En 1934 Martínez Allende regresa a España y allí se vincula a distintas agrupaciones teatrales, se desempeña como actor y desde el punto de vista político toma partido a favor de la causa republicana desde posiciones socialistas radicales. Esa actitud favoreció que una vez iniciada la Guerra Civil Española fuese nombrado Director de Espectáculos Teatrales para las tropas del ejército leal. En cumplimiento de este cargo participó en numerosas representaciones encaminadas a fortalecer la moral combativa de las tropas y a consolidar la conciencia antifascista, al tiempo que se le ofrecía cierto entretenimiento a los oficiales y soldados. Al intensificarse la contienda fue nombrado Comisario del Ejército del Ebro, puesto que ocupaba al ocurrir la ofensiva final de los franquistas. Al igual que otros muchos republicanos, en febrero de 1939 cruzó la frontera y buscó refugio en Francia, donde fue internado en un campo de concentración. Tras una breve estancia en Santo Domingo, en 1940 desembarcó en el puerto de La Habana.

En un principio Martínez Allende se desempeñó como profesor de la Academia de Artes Dramáticas de la Escuela Libre de La Habana, centro docente fundado en 1939 por un grupo de exiliados, entre ellos los gallegos José Rubia Barcia y Luis Tobío y el salmantino Felipe Andrés Cabezas, unido a varios profesores cubanos como Raúl Roa, Elías Entralgo y Salvador Vilaseca. En 1941 ofreció en la Institución Hispanocubana de Cultura la conferencia «Resurrección del Tretarca en la escena moderna», la cual fue reproducida en la revista Ultra, y en La Habana vio la luz su drama en tres actos y catorce cuadros, con prólogo del poeta y ensayista José Bergamín, Camino leal. La acción de esta pieza teatral tiene como escenario la tierra asturiana en los días anteriores y posteriores al levantamiento fascista de 1936. A través de varios personajes sencillos, tomado de la masa anónima del pueblo, de rápidos diálogos, canciones populares y breves pinceladas caracterizadoras, creó una obra de proyección político-social en defensa de la causa republicana y de condena de las fuerzas reaccionarias. En sus páginas está presente además la denuncia a la represión desatada tras el movimiento revolucionario de octubre de 1934, la alegría general que provocó el triunfo en las elecciones del Frente Popular y la resistencia del pueblo asturiano bajo el poder de las fuerzas franquistas. En el número de la revista Nosotros, fundada por los exiliados españoles en Cuba, correspondiente al mes de diciembre de dicho año 1941, apareció otra pieza teatral suya mucho menos extensa: El Chaval. Por medio de un adolescente que conoció los horrores de la contienda y presenció la venganza de los falangistas una vez que llegaron al poder por medio de la fuerza, Martínez Allende nos expone las penalidades de la población civil durante la postguerra y los traumatismos sociales causados por tres años de fiera lucha. Al año siguiente publica su drama en un acto En algún lugar de la URSS, dirigido a exaltar el esfuerzo del pueblo soviético en su lucha contra los invasores alemanes.

Aunque Martínez Allende, al menos durante estos años de exilio en Cuba, demostró una concepción utilitaria del teatro que fue capaz de llevarlo a escribir piezas de marcado carácter político, trató de preservar cierta calidad literaria en sus obras. Gracias a ese cuidado no se convirtieron en un burdo panfleto ni en una máquina reproductora de consignas y todavía hoy pueden ser leídas con interés.

En 1943 Martínez Allende dirigió la puesta en escena de la obra perteneciente al género grotesco La máscara y el rostro, de Chiarelli, que fue presentada por el grupo de la Academia de Artes Dramáticas, y de la comedia A las doce de la noche, escrita por los autores cubanos Francisco Ichaso y Gustavo Baguer y escenificada por el Patronato de   —103→   Teatro. En el mes de octubre dictó en el Lyceum y Lawn Tennis Club la conferencia «De la pista al tablado», en la cual abordó el proceso de evolución de las artes escénicas.

Por este tiempo colaboró con frecuencia en la ya citada revista Nosotros, así como en las publicaciones periódicas Voz Gráfica y Gaceta del Caribe. Al crearse en 1944 la Alianza de Intelectuales Antifranquistas, ingresó en la misma junto a Herminio Almendros, José Luis Galbe, Julio López Rendueles y otros exiliados. Poco después fue elegido Vocal de la directiva de esta organización, que se propuso impulsar el quehacer cultural de los republicanos españoles refugiados en la isla. Mas, por falta de recursos económicos, vio limitadas sus posibilidades de acción.

Como reconocimiento a su labor intelectual fue designado para pronunciar un discurso en la VI Feria del Libro, celebrada en La Habana en diciembre de 1945. Por aquellos días escribió el libreto del ballet Antes del alba, que, con coreografía de Alberto Alonso, escenografía del destacado pintor cubano Carlos Enríquez e interpretación de la conocida bailarina Alicia Alonso, se presentó al público habanero en el Teatro «Auditorium» en mayo de 1947. Esta obra posee un notable valor que la particulariza dentro del considerable conjunto de ballets creados por coreógrafos cubanos. En la misma por primera vez se ofreció una denuncia de las desigualdades sociales existentes en la Cuba de entonces, al presentarnos como protagonista a una mujer viuda y tuberculosa que es desalojada de su vivienda por la policía al no poder pagar el alquiler. Llena de angustia, sin poder hallar una salida a su situación, este personaje opta por el suicidio. A esa crítica social tan directa se sumó, en el orden formal, la incorporación por primera vez en un ballet de ritmos populares como la guaracha, la rumba y la conga, todos ellos bailados con ritmos académicos, así como la presencia en escena de un Diablito, que fue tomado de las religiones sincréticas afrocubanas. Todo esto constituyó un verdadero escándalo: la alta burguesía se sintió ofendida, al igual que los gobernantes de turno, y el público, educado en un gusto tradicional, reaccionó airado ante tanta transgresión. Muy pocos fueron capaces de comprender el propósito de los creadores de Antes del alba: hacer un ballet cubano a partir de lo nacional y sin dejar al margen alguno de los elementos que integran la cultura identitaria de Cuba.

Martínez Allende no llegó a presenciar aquel espectáculo. El año anterior se había marchado a Buenos Aires, donde ha de morir en 1954.

Dentro de esta relación de autores asturianos en Cuba ocupa un sitio singular Domingo Fernández Suárez. Su nacimiento había ocurrido en Lendequintana, Villayón, en 1909, y cuando sólo contaba con catorce años se había trasladado a Cuba, al igual que otros muchos emigrantes económicos. En La Habana tuvo que comenzar de inmediato a trabajar como empleado de un comercio de víveres, pero impulsado por un deseo de superación dedicó las noches al estudio y pudo concluir los grados elementales. Ya en la edad juvenil se convirtió a la religión bautista y las autoridades de esta iglesia en la isla lo seleccionaron para realizar la enseñanza superior en el Instituto Bíblico de San José de Costa Rica. Allí se ordenó como pastor evangélico en 1935 y enseguida partió hacia su región natal para llevar a cabo en ella su misión religiosa. Se encontraba enfrascado en esa labor, bajo la hostilidad y el rechazo de la Iglesia católica local, cuando comenzó la Guerra Civil española. Pocos meses después la población del occidente de Asturias donde se encontraba pasó a manos de los sublevados y bajo la amenaza de ser encarcelado o fusilado tuvo que llevar una vida semiclandestina en una zona rural intrincada, hasta que fue citado para alistarse en el ejército franquista. En contra de su voluntad,   —104→   pues sus simpatías se inclinaban hacia el bando republicano, pasó a ser un soldado más de la sublevación militar; pero su inquebrantable fidelidad a la fe bautista y su negativa a asistir a las misas y a otros actos del ritual católico hicieron que fuera severamente castigado y que incluso estuviese a punto de ser eliminado. Una vez terminada la guerra, fue licenciado del ejército y como de ninguna forma lo atraía el despótico régimen impuesto por Franco realizó múltiples gestiones hasta que, finalmente, en 1941 pudo marchar de nuevo a Cuba y establecerse en La Habana. A partir de entonces llevó a cabo una intensa actividad pastoral que se prolongó durante dos décadas. Con el fin de divulgar las enseñanzas bíblicas y la doctrina bautista, en un medio de tolerancia muy diferente al español, publicó, entre otros, los siguientes títulos: El cristiano y la ley (1944), Destino histórico del pueblo israelita (1947), Creo en Dios (1950), La santificación (1952), Libertad de conciencia (1954), Disfrazados por el impostor (1956) y Respuesta a un católico (1960). También colaboró con frecuencia en las publicaciones periódicas La Voz Bautista, Revista Evangélica, El Mensajero Bíblico y El Expositor Bíblico y desde 1947 hasta 1961 tuvo a su cargo un espacio radial llamado «La Hora Bautista», que se transmitía todos los domingos a través de emisora CMQ Radio. Él se encargó de escribir los libretos y de pronunciar los sermones.

Domingo Fernández Suárez se desempeñó además como profesor de teología en el Seminario Bautista radicado en la ciudad de Matanzas y fue tan notable su magisterio que Marcos Antonio Ramos en su documentado Panorama del protestantismo en Cuba afirma:

Fernández no se apartó de las enseñanzas de Moisés Natanael McCall, que fue para él como un padre espiritual, pero le añadió nuevas dimensiones: el énfasis en la escatología -interpretación premilenial-, en el dispensacionalismo, y en hacerle frente a nuevas formas de religiosidad y a las sectas que se iban introduciendo en el país. Sus libros y folletos quedaron definitivamente como norma y sus clases en el Seminario Bautista de Cuba Occidental, donde sustituyó a McCall en la Cátedra de Teología, constituyeron elementos decisivos en la formación de nuevos pastores. Tan grande fue esa influencia que en 1986 los pastores que trabajan en Cuba mantienen casi intactos los principios mencionados159.



Por otra parte, no lanzó al olvido la amarga vivencia sufrida en Asturias durante la Guerra Civil y en 1946 publicó en la capital cubana el libro de memorias Sentenciado a muerte en la España franquista (Experiencias). De un modo llano y directo, en él nos presenta, además de su aventura personal, la actitud intransigente del clero católico reaccionario y la crueldad de los elementos falangistas más radicales. En su narración está presente de un modo velado el orgullo por haberse mantenido fiel a la religión bautista a pesar de amenazas y de castigos.

Domingo Fernández Suárez se desempeñó como pastor de la Iglesia bautista «William Carey», de La Habana, hasta el año 1961, cuando, inconforme con el rumbo comunista tomado por el gobierno llegado el poder en 1959, marchó a los Estados Unidos y se estableció en la ciudad de Miami, donde continuó desarrollando su misión evangélica en el seno de la comunidad cubana allí afincada. En junio de 1997 aún persistía en esta labor.

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Si asumimos una visión amplia del exilio republicano español en Cuba, no enmarcada rígidamente por el período 1936-1939, podemos también incluir en este panorama al gijonés José Ramón González-Regueral Valdés, quien sólo contaba con doce años cuando estalló el conflicto español. Después de haber presenciado los horrores de la guerra y a continuación la represión franquista, se trasladó a Madrid, en cuya universidad realizó estudios de medicina y tomó parte en actividades de resistencia al régimen. Al verse descubierto en 1944, escapó a Francia, y allí fue internado breve tiempo en un campo de concentración. Viajó a Nueva York en 1947 y pocos meses después arribó a La Habana, donde decidió establecerse. Dedicado a partir de entonces a ocupaciones periodísticas y literarias, su cuento «Arriba...abajo» obtuvo primera mención en el Premio Internacional «Alfonso Hernández Catá» celebrado en 1948. Por este tiempo comenzó a escribir crítica de radio para el órgano de prensa Pueblo. Más tarde publicó artículos y narraciones en las revistas Carteles, Crónica, Germinal y Chic, entre otras, y junto con el camarógrafo y director de documentales Manolo Alonso realizó varios noticiarios. Durante todos estos años no dejó de manifestar sus posiciones antifranquistas a través de distintos escritos, así como de tomar parte en actos organizados por el Círculo Republicano Español. De igual forma, tuvo cierta participación en la lucha clandestina contra la dictadura de Batista.

Tras el triunfo revolucionario de 1959 pasó a ser redactor del semanario Zig-Zag y en 1960 reunió sus cuentos en el volumen, impreso ese año, La noche ancha. González-Regueral declara en la nota introductoria: «La noche ancha no es mi autobiografía. Pero es la crónica biográfica de mi paso por dos mundos a través de tres guerras. Y, en este paso, hay mucho más de los otros que de sí mismo»160. Los dos mundos son Europa -España y Francia- y Cuba y las tres guerras: la civil española, la segunda conflagración mundial y el movimiento revolucionario en Cuba contra Batista. En los primeros relatos del libro, referidos a la resistencia en Asturias a los militares sublevados, el autor no oculta su adhesión a la causa republicana y su indignación ante los crímenes cometidos por los franquistas, pero manifiesta además serios reproches a aquellos que observaron con indiferencia el conflicto español y severas críticas a los gobernantes de Madrid durante la contienda por su ineptitud. Para González-Regueral, el mayor mérito recae en los hombres de pueblo, capaces de protagonizar actos de heroísmo o condenados a engrosar la relación de víctimas. Algunos de los cuentos se basan en la lucha clandestina de los cubanos y tienen como punto de apoyo acontecimientos históricos muy precisos. Por lo general, este autor demuestra predilección por los temas relacionados con la violencia, así como por el estilo narrativo directo, de diálogos concisos y descripciones generales. No siente interés en crear atmósferas especiales o en formular reflexiones, sino en plasmar los hechos de modo inmediato.

Aproximadamente en 1963 se vinculó a organizaciones opuestas al gobierno de Fidel Castro, por lo que fue detenido y encarcelado. Tras salir en libertad trabajó un tiempo como traductor en el Instituto del Libro. Alrededor de 1969 se marchó de Cuba y, de acuerdo con algunas versiones, en 1994 residía en Madrid y realizaba traducciones para la prensa periódica.

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Otros intelectuales asturianos que durante su exilio en América permanecieron una breve temporada en Cuba fueron Álvaro de Albornoz, Wenceslao Roces y Celso Amieva. El primero de ellos, político y periodista conocido, arribó a La Habana pocos meses después de concluir la guerra y en julio de 1939 ofreció en la Institución Hispanocubana de Cultura la conferencia «El liberalismo», que fue reproducida en la revista Ultra. En el siguiente mes de octubre fundó y comenzó a dirigir el órgano mensual Nuestra España, que fue financiado por el Gobierno Republicano Español en el Exilio e impreso en los talleres «La Verónica», pertenecientes al poeta Manuel Altolaguirre. Mas al año siguiente se trasladó a México y desde allí continuó al frente de Nuestra España hasta su desaparición a fines de 1941. Albornoz volvió a la capital cubana en 1953 para tomar parte en los actos programados con motivo del centenario del natalicio de Martí y en esa ocasión pronunció varios discursos en el Círculo Republicano Español.

Wenceslao Roces también llegó a Cuba después de haber finalizado la guerra. Su mayor aval académico consistía en haberse desempeñado como Catedrático de las universidades de Salamanca, Sevilla y Barcelona. En la Casa de la Cultura, entidad antifranquista habanera muy ligada a los militantes comunistas, impartió la conferencia «Obra de cultura de la República Popular», acerca de las medidas en beneficio de la cultura tomadas por el gobierno republicano español, que apareció impresa en forma de folleto en 1940. En los meses de enero y febrero del año siguiente dictó en la Institución Hispanocubana de Cultura un ciclo de conferencias bajo el título «El camino de la riqueza», a través del cual hizo un análisis de la situación económica y social del mundo en aquellos momentos. Como reconocimiento a su valor intelectual, en 1941 fue designado para desempeñarse como principal orador en el acto de inauguración de la Escuela Práctica de Derecho de la Universidad de La Habana. Poco tiempo después pasó a residir en México.

Celso Amieva, nombre literario de José María Álvarez Posada, desde su exilio en México viajó a La Habana en julio de 1955 y durante su estancia en Cuba se vinculó a la Institución Nacional de Escritores, Poetas y Amigos del Arte, ofreció varios recitales de poesía y tomó parte en el homenaje tributado al escritor y juez cubano Waldo Medina. Unos años antes, en 1950, había publicado en la revista Carteles una serie de «Cuentos policíacos asturianos».

Al llegar a Cuba, estos escritores naturales de Asturias encontraron que a través de la prensa periódica, de la radio y de los actos políticos organizados por el Círculo Republicano Español, la Casa de la Cultura o el Círculo Español Socialista, varios coterráneos suyos mantenían una activa campaña en defensa de la causa republicana. Entre ellos se encontraban el avilesino Rafael Suárez Solís, el salense Adolfo García Fernández, director de la revista Faceta de Actualidad Española y del espacio radial «Diario Español del Aire», Cesáreo González Naredo, director del mensuario Mundo Masónico, y, desde la ciudad de Pinar del Río, el también avilesino Isidro Pruneda Fernández, director del periódico Heraldo Pinareño. No debemos olvidar que desde principio del siglo XX habían sido creadas en Cuba varias organizaciones de republicanos españoles.

Estos escritores asturianos de mentalidad progresista se enfrentaban a otros que, desde posiciones reaccionarias, respaldaban a través de los órganos de prensa el alzamiento fascista. A esta facción pertenecieron Jorge Fernández Castro, director del periódico ¡Alerta!, en el que escribía la sección de opiniones políticas «Picotazos», Sergio Cifuentes, administrador y más tarde director de la revista mensual ¡Arriba España!,   —107→   órgano oficial de la Falange Española y de la JONS en Cuba, así como fundador de Unidad en 1941, el ovetense Constantino Cabal, de nuevo en La Habana y en la redacción del Diario de la Marina, a la cual pertenecía también el llanisco Cándido Posada. Este periodista y poeta realizó en 1946 un viaje a la Península Ibérica y a su regreso a la isla publicó el libro de propaganda Mis vacaciones en España (1946), que lleva como subtítulo «Reportajes en defensa del gran país ibérico, rotundo mentís a los propagandistas del exilio, un periodista hispanocubano al servicio de la verdad...». En esta relación podemos incluir también a Constante de Diego, natural de Infiesto, quien en 1940 dio a conocer en la capital cubana la novela Gesto de hidalgo, muy pobre en valores literarios y de exaltación a los falangistas asturianos, a los defensores del Alcázar de Toledo y el General Franco.

Estas posiciones políticas opuestas entre los escritores asturianos establecidos en Cuba pueden servir de ejemplo también para señalar la división existente en el seno de esta comunidad. Su más importante institución social, el Centro Asturiano de La Habana, como correspondía a sus objetivos aglutinadores y en nada partidistas, durante la Guerra Civil y en años posteriores trató de mantener una posición neutral, pero el componente progresista de su membresía y de sus directivos, entre ellos el boalense Salvador Díaz Rodríguez, Segundo Vicepresidente del Centro a partir de 1936 y figura destacada del Círculo Republicano Español, hizo que adoptase en algunos momentos posiciones dignas que podemos ejemplificar a través de hechos concretos. El 28 de febrero de 1942 celebró en su palacio social un baile en beneficio de los exiliados españoles en Cuba, que se extendió desde las nueve de la noche a las cuatro de la madrugada y fue amenizado por la Orquesta Sonora Matancera, famosa más tarde con la cantante Celia Cruz161. En el mes de noviembre de ese mismo año fue sede de la reunión del Comité de Unidad Española de La Habana que acordó enviarle el siguiente mensaje a Franco:

La Colonia española de Cuba, en este momento trágico para la humanidad y para la Patria, desea unánimemente, en nombre de la justicia, respeto a la vida de los refugiados que están siendo entregados por Francia. Pídenle conceda una amplia amnistía para los supuestos delitos políticos con ocasión de la pasada guerra. Espera finalmente que nuestra Patria se mantenga alejada de la colaboración con el Eje162.



Entre los firmantes de ese telegrama estuvo Antonio Méndez Méndez, Presidente por entonces del Centro Asturiano. Esta institución, con el fin de que se llevara a efecto la I Reunión de Profesores Universitarios Españoles Emigrados, celebrada en la Universidad de La Habana en septiembre de 1943 con la participación de reconocidos académicos como Fernando de los Ríos, José Giral, María Zambrano, Augusto Pi y Suñer y Mariano Ruiz-Funes, aportó la cantidad de 500 pesos. A ese importante encuentro ningún otro centro regional español en Cuba realizó una contribución monetaria y algunos, como el gallego y el Casino Español, estuvieron siempre controlados por dirigentes abiertamente franquistas o, por lo menos, muy pocos solidarios con la causa republicana y con los exiliados.   —108→   Durante la visita a Cuba en 1945 del dibujante y político gallego Alfonso Rodríguez Castelao, refugiado en Buenos Aires, el Centro Gallego se negó a que en su palacio social se le tributara el homenaje que sus admiradores deseaban ofrecerle y este tuvo que celebrarse en el Centro Asturiano, el cual sí le abrió sus puertas. Fue allí también donde se alzó la voz del dirigente socialista Indalecio Prieto durante sus viajes a la capital cubana en 1941, 1942 y 1944. Todo esto indica cierta actitud favorable a los exiliados asumida por la principal agrupación asturiana en suelo cubano.

Considerado en su conjunto, el quehacer cultural de aquellos refugiados en Cuba procedentes de Asturias fue sumamente provechoso para este país y se entronca con la labor desarrollada por el total de los exiliados españoles en la isla. En disciplinas tan diferentes como el periodismo, la narrativa breve, la dirección teatral, la literatura religiosa y la exégesis de José Martí dejaron huellas significativas, de apreciable valor, que llegan hasta el presente. Las mismas también pertenecen al legado cultural brindado por la numerosa colonia asturiana establecida en Cuba durante el siglo XX. Aunque ese aporte no había sido reconocido con toda justicia hasta hace unos pocos años, finalmente la verdad se ha abierto paso y hoy nadie lo pone en duda.

Antonio Ortega, Luis Amado-Blanco y Manuel Isidro Méndez, junto con los otros autores que hemos abordado en nuestro trabajo, no obstante su origen asturiano, forman parte ya de la literatura cubana. La tormenta provocada por la Guerra Civil los hizo trasladarse a esta isla y continuar en ella la creación literaria. Sus obras, forjadas en el exilio, constituyen un testimonio más del valor intelectual de aquella España Peregrina que buscó refugio en Hispanoamérica.