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Sherezade a salvo

Antonio Rodríguez Almodóvar





«¡Oh, Sherezade, qué espléndida es esa historia!»


Quizás el poco aprecio que la cultura ilustrada siente por las literaturas fundamentales (popular, infantil, juvenil...) se deba a que hay pocos libros de reflexión adecuados para hacerlas entender mejor. Entre «cosas de viejas» y «cosas de niños» se las suele despachar, acaso con una mueca de paternalismo en la que quedó una pretendida sonrisa. Ni siquiera los programas oficiales que se imparten en las escuelas o facultades donde se forman futuros profesores incluyen de manera clara y ordenada (créanselo) los conocimientos de esas materias. Y no digamos las destrezas necesarias en el arte de contar y encantar con la palabra. La cultura oficial todavía no ha aprendido lo que significa que Sherezade se libró de la violación y de la muerte gracias al enigma insondable de sus cuentos. Más todavía, cómo el corazón de aquel tirano se transformó por ellos.

Hoy haremos un alto en nuestro difícil camino para dar sitio a tres libros recientes que, desde distintos ángulos, abordan esa imprescindible meditación.

La prestigiosa Fundación Germán Sánchez Ruipérez nos ha ofrecido Siete llaves para valorar las historias infantiles, libro de reflexión colectiva bajo la dirección de Teresa Colomer, de la Universidad Autónoma de Barcelona. En él, un grupo de muy experimentados investigadores de los entresijos de la literatura infantil nos brindan sus ideas, sus inquietudes, sus dudas, acerca de cómo funciona el delicado mecanismo de esas historias, por qué unas sí y otras no. Qué pasa con Harry Potter, con Manolito Gafotas, con El topo que quería saber quién había hecho aquello en su cabeza... Por qué hay que ver imágenes antes de leer, o hay que escuchar cuentos antes de leerlos. Es la formación de la voz interior lo que hace que el niño se acerque a los libros, no al revés; apreciar el espesor de las palabras con el eco de la tradición, ser otros sin dejar de ser uno mismo, ampliar la experiencia del mundo hasta lo maravilloso. Un libro que se tornará imprescindible.

Anaya nos brindó poco antes del verano otro asalto a la cuestión: La lectura, ¿afición o hábito?, de Luis Arizaleta, un experto en procesos de animación lectora, con más de diez años probando métodos y acercamientos a esa complicada, endiablada a veces, materia. Una vez más resonarán en nuestro interior las inevitables preguntas: ¿Puede enseñarse el gusto por la lectura? ¿No será peor intentarlo de cualquier manera? ¿En qué momento se convierte uno en lector? Arizaleta asegura que existe un camino: cultivar la afición. Habilitar ámbitos (bibliotecas, espacios al aire libre, escuelas en horas extra, lectura en voz alta al borde de la cama), donde la vivencia del libro se pueda transferir, compartir la alegría de una buena historia, tocar al autor, escuchar cuentos, mitos, leyendas de muy diferentes culturas..., esto es, con un papel central de la oralidad, como antaño.

Y como venido de antaño es el tercer libro: Cien cuentos populares andaluces (recogidos en el Campo de Gibraltar), de Juan Ignacio Pérez y Ana María Martínez, dos esforzados buscadores de antiguos cuentos folclóricos que llevan años recorriendo su comarca, magnetófono en ristre, en una tarea digna de toda admiración. Contiene este libro sólo los cuentos de la clase «de costumbres» (nos prometen otro de maravillosos y un tercero de animales), siguiendo la clasificación de la escuela rusa que arranca con Afanásiev y que nosotros mismos hemos adaptado a la clasificación de los cuentos orales españoles. Además de auténticas perlas, recuperadas de esta tan vieja como entrañable tradición entre personas generalmente iletradas, el libro lleva una introducción de los mismos autores que se resume muy bien en qué estriba el cómo, el cuándo y el porqué de esas narraciones tan viejas como el mundo, de antes incluso de que Sherezade escapara de las garras de la vulgaridad y la locura.





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