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Si el mundo fuera una aldea

Antonio Rodríguez Almodóvar





Tras el mucho ajetreo de estos días por los andurriales de la fiesta, volvamos a lo cotidiano. La literatura infantil, a veces, también tiene esa vocación por la realidad inmediata, en la creencia de que a los niños les debería interesar tal cosa. (No la conocemos mayormente los mayores, pero osamos dársela a ellos en pequeñas píldoras. Bueno, por algo será). El hecho es que también se publican libros donde los fantasmas, las hadas y los duendes ceden paso a la familia, la ética ciudadana, el desarrollo del conocimiento..., un poco como si el caos que es el mundo para una mente primeriza debiera cuanto antes ordenarse. No digo yo que no, si hasta un cuento popular tan aparentemente inocuo como El gallo Kirico está hecho con esa viva intención. Pero no cualquiera podrá imitar la perfección de una historia aquilatada por los siglos. Como poco, esos otros libros necesitarán del adulto como acompañante del asombro infantil, esto es, libros orientados por la lectura en voz alta y el comentario que vaya saliendo al paso.

La editorial El Aleph acaba de publicar dos preciosidades en esa línea de procurar un acercamiento al mundo en que vivimos, tal como es, dentro de lo que cabe, naturalmente. El primero se llama Si el mundo fuera una aldea de cien personas, a cuatro manos lingüísticas: castellano, catalán, gallego y euskera. Esto no es un alarde, sino que tiene mucho que ver con la primera línea motriz del texto: la tolerancia, a través de la evidencia. No todo el mundo habla ni escribe de la misma manera. Ni todo el mundo es lo mismo que apreciamos en las estrechuras del día a día. Para mejor comprender que esto no es así, el libro nos mete en la ficción de que los 6300 millones que vamos siendo (¡) cupiera en una aldea de cien personas. En ese supuesto, 52 serían mujeres, 48 hombres; 30 serían niños, 70 adultos, y de estos 7 ancianos; 90 homosexuales y 10 heterosexuales; 70 de color y 30 blancos; 61 asiáticos, 13 africanos, 13 americanos, 12 europeos y uno de Oceanía; 33, cristianos, 19 musulmanes, 13 hinduistas, 6 budistas, 5 animistas, y 24 de otras religiones o de ninguna. 17 hablarían chino, 9 inglés, 8 hindi y urdu, 6 español, 6 ruso y 4 árabe. Y así todo. Es la fuerza de esa diversidad a la vista lo que deberá producir el primer sentimiento ético de la modernidad: la comprensión de que el otro no es ni superior ni inferior, sino diferente. Este libro nace de una experiencia real-virtual, pues su origen es un e-mail que fue arrojado al proceloso mar de Internet y allí ha dado varias veces la vuelta al mundo, con parada en la utopía y la esperanza: la aldea global, la aldea de paz. Bravo.

El otro libro de la misma editorial es ¿Qué ves, del derecho y del revés? Un álbum muy agradable de fotografías de objetos presentados como un laberinto, un torbellino, un montón, etcétera, donde el ejercicio visual, las pistas rimadas, la sagacidad, llevarán el dedito a descubrir que detrás de una rana, un botón o un rey de lata está el más maravilloso tesoro: la inteligencia.

Nuestro tercer abordaje a lo real -por hoy- es un libro de Ana García Castellano, titulado Marcela. La experimentada voz de esta excelente cuentacuentos, a fuerza de oír las voces de los niños que la rodean por todas partes, ha descubierto que una manera de interesar a los alevines en su propio mundo es contárselo de la manera más llana posible, hasta hacer más llevaderos los celos por la hermana pequeña, el retorno dramático de la abuela a una segunda infancia, los dramas nocturnos del pis incontrolado, el descubrimiento atroz de que tu amiguita te ha traicionado en el cole... En fin, qué quieren que les diga: la realidad. (¡)





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