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271

Recuerdos del tiempo viejo, pág. 48.

 

272

La poesía lírica y épica en la España del siglo XIX, por J. Valera, O. C. t.º XXXII (Madrid, 1912), pág. 106.

 

273

Don Juan, Canto I.

 

274

«Y dejando también mis digresiones - más largas cada vez, más enojosas». (El Diablo Mundo, Canto III).

 

275

El Diablo Mundo, publicado por entregas por el editor Boix, fue continuado por el amigo de Espronceda, Miguel de los Santos Álvarez (V. el Semanario Pintoresco (1853), págs. 6, 14, 23, 30, 38 y 55, o el t.º CXXII de la Biblioteca Nacional, por Pedro Antonio de Alarcón, que no llegó a publicar su trabajo y que según el padre Blanco García, inutilizó los manuscritos, y por Maximino Carrillo de Albornoz, periodista malagueño, autor, entre otras obras, del Romancero de D. Quijote (1890), que concluyó el poema (1867-1871).

 

276

Apareció en El Siglo. Tuvo por modelo el apóstrofe Al Sol, del poema ossiánico Carthon.

 

277

Publicóse en El Artista.

 

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(1817-1893).- Nació en Valladolid y pasó parte de su niñez en Sevilla y Madrid. Hizo sus primeros estudios en el Colegio de Nobles, cursando después varios años de la carrera de Leyes, en Toledo y su ciudad nativa. En 1845 marchó a Francia, de donde tornó con motivo de la muerte de su madre doña Nicomedes del Moral. Volvió a Burdeos y París, consiguiendo la amistad de Musset, Dumas, Teófilo Gautier y otros escritores de fama. En 1854 se embarcó para Cuba y Méjico, donde alcanzó la estimación del emperador Maximiliano. Regresó a España en el 66, residiendo en Cataluña, Valladolid y Madrid. En 1885 ingresó en la Academia Española. Su discurso de entrada ofreció la originalidad de estar escrito en verso, si bien fray Juan de la Concepción había hecho otro tanto en el siglo anterior.

Murió en Madrid, el 23 de Enero de 1893, tras de haber sido coronado, con grande solemnidad, en Granada. Se dió a conocer como poeta en 1837, en el entierro de Larra. Ha sido el poeta más popular y aplaudido de España. Mejor épico o narrativo, que lírico. Sus mejores obras son: Leyendas poéticas (1838); Cantos del trovador (1841); Granada, poema oriental (1852); y los dramas Don Juan Tenorio (1844); El Zapatero y el Rey (1840), y Traidor, confeso y mártir (1849).

BIBLIOGRAFÍA.- N. Alonso Cortés: Zorrilla. Su vida y sus obras (Valladolid, 1917); A. Valbueno: José Zorrilla, estudio crítico-biográfico (Madrid, 1889); E. Ramírez Ángel: Biografía anecdótica de José Zorrilla (Madrid, 1916); M. de la Revilla: Obras de M. de la Revilla (Madrid, 1883); A. Ferrer del Río: Galería de Literatura Española (Madrid, 1846); N. Pastor Díaz: Obras, ed. de la A. E., (Madrid, 1867, t.º III); M. Sancho: Crónica de la Coronación de Zorrilla; Navarro Ledesma: Resumen de Historia Literaria (Madrid, 1917); Fernández Flórez: Zorrilla (Autores dramáticos contemporáneos); J. Valera: Obras completas (Madrid, 1912), tomos XXXII y XXXIII; Blanco García: La literatura española en el siglo XIX (Madrid, 1909,t.º I); Francisco Javier Martín Abril: Valladolid y Zorrilla (El Español, 23 Enero 1943); M. Borla de Tannemberg: La poesía castellana contemporánea (París, 1889); E. Pardo Bazán: Nuevo teatro crítico, año 3.º, núms. 25 y 26; Cástulo Carrasco: Tres españoles y algunos más (Cáceres, 1949); G. Eguía Ruiz: Un poeta patriótico (Razón y Fe. Vol. 49, 1917).

 

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«Yo soy el escritor de menos ciencia»... «Yo soy el poeta de fe, mas no de ciencia»... «Nada sé nada soy ni nada he sido»... (Nosce te ipsum. Zorrilla, Poesías. Clásicos castellanos. Madrid, 1925, págs. 154, 158 y 159). Su ortografía poco recomendable y el atribuir, entre otras cosas, el Burlador de Tirso a Moreto, y la refundición que de esta obra hiciera D. Antonio de Zamora; a Solís, parecen confirmar sus palabras. Su notable biógrafo Sr. Alonso Cortés achaca el primer error a un lapsus plume, porque en un autógrafo de Zorrilla da a entender éste que el Burlador es de Tirso. Pero la reiteración con que se lo atribuyera a Moreto (págs. 163-164 de sus Recuerdos indica, al menos, la inseguridad de sus conocimientos.

 

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Poema incompleto, aparecido en 1852, que «encierra la más bella evocación que jamás haya podido hacerse de la dominación árabe en España», según D. Narciso Alonso Cortés (Prólogo a la ed. de Zorrilla, de Clásicos castellanos, Madrid, 1925).