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Brandés en su obra Las grandes corrientes de la literatura en el siglo XIX, estudia detenidamente las extravagancias de los románticos alemanes. Los poetas «amontonaban los ritmos de tal modo -observa- los esparcían tan espesamente, que en esta superabundancia de rimas se perdía el sentido».

También procuraban con una ingenuidad pueril servirse de «asonancias y vocales de trágica tonalidad» para expresar determinados sentimientos... «Cuarenta aes consecutivas -añade- son aplicadas para poner de buen humor el lector, algunas docenas de ues sombrías, espeluznantes, le producen un susto saludable». Y cita como testimonio de esta novedad literaria la melancólica romanza en u de Tieck. El Alarkos de Federico Schlegel, como «arsenal de asonancias y aliteraciones», pues el protagonista concluye a veces cada trémetro con la misma vocal en dos o tres páginas seguidas.

Como el público alemán, que asistía a la representación de Alarkos en Weimar, rompiese a reír estrepitosamente, levantóse Goethe de su butaca y «con voz de trueno» lanzó un «¡Que nadie se ría!», al mismo tiempo que hacía una seña a los agentes de la autoridad para que expulsasen de la sala a los burlones.

Tieck en su comedia El mundo al revés emplea el lenguaje exclusivamente, según sus cualidades musicales. La obra comienza con una especie de sinfonía, con su andante, piano, crescendo, fortissimo, violino primo solo, forte, mezzo-forte, ancora piu forte... harpeggiando dolce, etc.

Hoffmann, en El gato Murr parodia las quejas y la música gatunas.

«Las historias dramatizadas de Tieck -sigue observando Brandés- como por ejemplo Barba Azul, parecen en realidad textos de ópera».

 

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Botones de muestra de este decadentismo, con algún que otro chispazo de inspiración vigorosa, los encontrará el lector en La Poesía Francesa moderna, por E. Díez-Canedo y Fernando Fortún (Madrid, 1913), en cuya página 128, aparece el soneto de las vocales, de J. Arthur Rimbaud.

 

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Más adelante insistiremos sobre este punto.

 

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Teorías estéticas (Madrid, 1884).

 

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Richter advirtió «el carácter romántico», en la Numancia, de Cervantes y en el pasaje homérico «en que Júpiter, desde lo alto del Olimpo, deja al mismo tiempo caer sus miradas sobre el tumultuoso campamento troyano y los campos lejanos de la apacible Arcadia, iluminados por el mismo sol». Ib., págs. 108 y 109.

 

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Hipólito Taine: La pintura en Italia, pág. 228.

 

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Germania, por Juan Scherr (Barcelona, 1882).

 

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La relación entre estos términos comparativos no es de naturaleza, sino de circunstancia: carecen todos ellos de una verdadera base científica.

 

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Oda IV: De sí mismo. (Poetas líricos griegos. Biblioteca clasica. Madrid, 1918).

 

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Oda XI, ib.