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Al enfatizar el valor deconstructor de la ausencia, en Un fulgor tan breve, no se está atentando contra la fidelidad a lo real. Lo expuesto en los poemas de está obra está en consonancia con lo defendido en Real Presences (1989) y Martin Heidegger (1991) de George Steiner. Se puede muy bien estar de acuerdo con la línea raciocinante de estas obras, sin compartir los ataques contra la praxis deconstruccionista lanzados por Steiner. Algo parecido quizá sea aplicable, desde otra perspectiva, a lo expuesto por   —329→   David H. Hirsch (1991) en The Deconstruction of Literature. Criticism after Auschwitz. El desenmascarar la tendencia totalitaria de teorías actuales de crítica literaria no conlleva necesariamente implicar a la deconstrucción en tales movimientos que, en modo al uno, son subversivos.

 

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El concepto teórico de isotopía, según lo señalado por A. J. Greimas (1971) en Semántica estructural, desempeña el papel funcional de trazar una conexión entre los diversos elementos recurrentes en el texto.

 

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Puesto que el sujeto poético se refiere a su propia percepción de lo que él, tal vez, considere fugacidad, cabe la posibilidad de que pueda estar proyectando su estado de ánimo sobre lo que expresa acerca de la naturaleza o la realidad externa. Conforme José Antonio Marina (1994) ha señalado en Teoría de la inteligencia creadora una de las obras ensayísticas de más valor publicadas en España en los últimos años, percibir es asimilar los estímulos, otorgándoles un significado que no necesariamente está en ellos. En definitiva, es el presunto sujeto de la percepción el que crea significados libres, aunque tal libertad esté siempre limitada.

 

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Al compartir los presupuestos existenciales de Américo Castro, expuestos en De la edad conflictiva (1976), El pensamiento de Cervantes (1972), Teresa la Santa y otros ensayos (1982) y España en su historia. Cristianos, moros y judíos (1983), Jiménez Lozano no sólo se opone a toda concepción esencialista fija que impida el cambio y el progreso, sino también muestra su desacuerdo con concepciones historiográficas basadas en datos objetivados y abstraídos de sus correspondientes contornos contextuales, en donde realmente podían tener significación relevante para la vida de seres humanos de carne y hueso.

 

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Para una comprensión conceptual de lo connotado por ser anamnético, se precisa tener en cuenta las bases filosófico-teológicas estudiadas, con acierto, precisión y conocimiento de causa, por Reyes Mate en Mística y política (1990) y La razón de los vencidos (1991).

 

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Lo expresado líricamente en «El resucitado de Diego de la Cruz» viene a añadirse a múltiples expresiones y modalidades de cruces que se acumulan a lo largo de los escritos de Jiménez Lozano. A este respecto conviene tener presente las cruces de la novela teológica Historia de un otoño (1971) y las de numerosos relatos breves recopilados en El santo de mayo (1976), El grano de maíz rojo (1988a), Los grandes relatos (1991), Objetos perdidos (1993a) y El cogedor de ancianos (1993b). Las connotaciones semánticas de dichas cruces no siempre coinciden y ponen de manifiesto la riqueza polisémica que afecta a gran parte de los textos literarios de Jiménez Lozano.

 

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No se necesita estar totalmente familiarizado con el conjunto de la obra literaria de Jiménez Lozano para saber apreciar la dimensión agónica, de procedencia intertextual unamuniana, de personajes agobiados por dudas continuas, frente a las que testimonian su fe. Tal es el caso de lo que les sucedía al cardenal Noailles y a la madre Du Mesnil de Historia de un otoño (1971), a Pablo de Olavide en El sambenito (1972) y al científico, a punto de fallecer, del relato breve «La orfandad» de El santo de mayo (1976). Ha sido Thomas Mermall (1983) quien, con su habitual perspicacia crítica, ha sabido relacionar en «José Jiménez Lozano y la renovación del género religioso» esta actitud agónica de personajes creyentes con lo expuesto ensayísticamente por Unamuno en La agonía del cristianismo (1938) y con lo narrado en San Manuel Bueno, mártir (1971). El referirse a las aportaciones de Mermall, al aludir a la relación intertextual que puede establecerse entre la obra de Jiménez Lozano y la de Unamuno, no sólo es costumbre, sino también acto de honradez intelectual.

 

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Para un esclarecimiento crítico de la obra ensayística de Aranguren, la obra de Enrique Bonete Perales (1989), Aranguren: La ética entre la religión y la política, continúa siendo un instrumento insuperado de consulta.

 

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Lo connotado por el ámbito simbólico ha sido estudiado tanto por Lacan en las obras citadas, como por Julia Kristeva en Desire in Language: A Semiotic Approach to Literature and Art (1980) y Revolution in Poetic Language (1984). Lo simbólico corresponde al orden de lo impuesto culturalmente, bien sea bajo formas fijas de lenguaje reforzadas por instituciones autoritarias o bajo modalidades de poder opresivo, ante el que aparentemente no queda alternativa alguna, sino la sumisión.

 

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Para poder apreciar críticamente la obra de Jiménez Lozano es imprescindible no perder de vista las relevantes relaciones intertextuales que pueden establecerse con pasajes bíblicos. Sin un conocimiento escriturístico adecuado y sin estar familiarizado con la consiguiente reflexión teológica que sobre dicho conocimiento se asienta, resulta extremadamente difícil, y en muchos casos casi imposible, comentar seriamente los escritos de Jiménez Lozano. Ahí parece radicar la razón que explicaría la existencia de solamente un número muy reducido de críticos que han analizado aspectos concretos de dicha obra.