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El pasaje final de «Elegía» (cuarta de las dedicadas a Olimpia; 1820) de Rivas, la famosa «A las Musas. Elegía» (h. 1821) de Leandro Fernández de Moratín, el soneto «¡Muerto está el corazón: ni aun el suspiro...» (1849) de Dacarrete, «Adiós a la Lira. Imitación de Lamartine» (1850) de Gómez de Avellaneda, «Adiós a la Melancolía» (1857) de Arnao, «A la Lira» (1858) de Zea, etc.

 

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La carta de doña Elvira a don Félix de Montemar de «El Estudiante de Salamanca» («Voy a morir; perdona si mi acento...», vs. 371-418; 1840) de Espronceda, el fragmento «Adiós, tierra infeliz, triste y esclava...» de «Armonía Religiosa» (1842) de Arolas, el Canto XVII de Horas Perdidas (1844) de Asquerino, «Corona de Muerte» (1849) de Arnao, «La Voz del Cielo. Imitación de Uhland» (1849) de Cabrera, la conocida carta de «El Tren Expreso» (Canto III: «El Crepúsculo», II; 1872) de Campoamor, etc. Éste, además, parodió los adioses a la vida en «Don Juan» (1872), en la cínica carta-circular que el seductor, ya viejo, les envía a sus antiguas amadas para moverlas a compasión (Canto I: «Deja (aquí el nombre) que en mi triste estancia...»).

 

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«A la memoria desgraciada del joven literato don Mariano José de Larra» (1837) de Zorrilla, «A la Muerte de Espronceda» (1842) de Gil y Carrasco, «El Sepulcro de Evarina. (Imitación de Ossián)» (1842) de García Gutiérrez, «En la Tumba de don Enrique Gil» (h. 1848) de Vera e Isla, «Elegía, A Carlos Latorre» (p. 1851) de Fernández y González, el fragmento de la «Epístola a Pedro» («Bien te dice mi voz que soy tu hermano...» vs. 145-185; 1856) de E. F. Sanz, dirigido al fallecido Gil y Carrasco, el cantar «Madre mía, compañera...» (XXXV de La Soledad, 1861) de Ferrán, «Una Lágrima a su Memoria» (1847), «El Entierro de la Niña» (1849), «La Niña Muerta» y «Último Adiós» (ambas, h. 1868) de Arnao, etc.

 

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«Le poème lyrique implique toujours la présence de deux personnages: l'auteur implicite et le destinataire. Il est indispensable qu'il y ait une communication entre eux» (Lévine, 1976: 205).

 

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«Lo schema fondamentale delle relazioni di persona concentrate nell'opera letteraria, è comune a qualsiasi atto di comunicazione linguistica. A seconda della funzione assolta nei confronti di questo atto, si possono distinguere tre persone che sostengono i ruoli principali: 1) il mittente: colui che parla; 2) el destinatario: colui al quale si parla; 3) l'eroe: colui del quale si parla».

 

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Levin distingue tres tipos de primera persona en el discurso lírico: propia, «quando l'io esplicito può essere identificato con l'autore reale, o il noi con un ristretto gruppo comprendente l'autore reale»; otra, «quando io non può essere identificato con l'autore reale», y generalizada, «quando noi si riferisce genericamente all'uomo, o all'umanità, o ad un gruppo esteso di persone». En cuanto a la segunda persona, también una propia, «tale da venir identificata con un preciso destinatario reale (singolo o collettivo: interlocutore, uditorio»; impropia, «quando si ha un concreto destinatario de la allocuzione, chiaramente impossibilitato a raccoglierla»; generalizada, «quando tu e voi sono genericamente l'uomo, o l'umanità, o una categoria di persone»; y, por último, autocomunicativa, «quando tu = io (allocuzione rivolta a se stesso)».

 

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«Il texto è egotico e appellativo; inoltre, il destinatario palese è fisso e rappresenta un personaggio concreto, magari del tutto ignoto al lettore, ma ben noto (e, di regola, prossimo) all'io esplicito» (Levin, 1979: 436).

 

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Entre tantas que podrían citarse, la Epístola V, «A González de Candamo», en que Meléndez se despide de este amigo suyo en su partida a Méjico: «¿Huyes, ¡ay!, huyes mis amantes brazos, / dulce Candamo, y entre el indio rudo, / en sus inmensos solitarios bosques / corres a hallar la dicha que en el seno, / en el fiel seno de tu tierno amigo / el cielo y la amistad te guardan sólo?...» (vs. 1-6).

 

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En las dos primeras estrofas de «Adiós, España, adiós», Carolina Coronado exhorta a su hermano Pedro, que marchaba a América, a despedirse de España y, en la última, de ella misma: «...y di con triste acento: / ¡adiós, España, adiós! /...di ¡Carolina, adiós!» (vs. 7-8 y 24); en la segunda parte, «¡Acuérdate de mí!», se despide de su hermano rematando cada estrofa con la frase que le da título y, como antes, dicta y encarece la promesa del recuerdo: «...repite, dulce hermano, / yo me acuerdo de ti. / ...Carolina, / ¡acuérdate de mí!» (vs. 25-26 y 31-32).

 

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En cuatro de las cinco despedidas de Espronceda, el yo poético es siempre otro explícitamente distinto: «La Entrada del Invierno en Londres» (1828) es un llanto del destierro y despedida de la patria en boca de su amigo Balbino Cortés; en «La Despedida», canto I del osiánico «Óscar y Malvina» (1827) y «Despedida del Patriota Griego de la Hija del Apóstata» (1834), la separación de los amantes es anunciada por el narrador, un yo distinto, pues, del de los protagonistas de la ficción, que en la primera se despiden en sendos monólogos alternados; y la famosa carta de doña Elvira a don Félix («El Estudiante de Salamanca», 1840) es un lírico adiós al amante y a la vida, perteneciente a la ficción narrativa.