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Arriba Manuel Alvar (1923-2001): Español de las dos orillas

José Romera Castillo


Director de Signa

«Señores, si quisiéssedes atender un poquiello, / querría vos contar un poco de ratiello [...] un buen aveniment: / terrédeslo en cabo por bueno verament». El verbo sencillo y cálido del monje riojano, Gonzalo de Berceo, trasunto de la recurrente fórmula juglaresca, sintetiza a la perfección el objetivo que me toca cumplir aquí. El buen aveniment (así: la buena nueva) no es otro que rendir un cariñoso y cálido homenaje a una vida esplendorosa, plena de trabajo y dedicación a la investigación (este es el buen aveniment), de uno de los grandes maestros de la filología española del siglo XX, don Manuel Alvar López (nacido en Benicarló, Castellón, en julio de 1923, y muerto en Madrid en agosto de 2001).

En el poco ratiello, que me progongo consumir, destacaré, en primer lugar, que son tantos y tan cualificados los méritos del profesor Manuel Alvar que su enumeración alargaría este texto en demasía y, sobre todo, son tan conocidos y valorados por los filólogos de estirpe que no precisan que los pormenorice.

Ante todo, Alvar ha sido maestro de maestros. Buena prueba de ello es su larga y esforzada dedicación a la docencia en diferentes cátedras de la universidad española: Granada, desde 1948 -donde tuve la inmensa suerte de recibir su magisterio-, la Autónoma de Madrid, la Complutense -desde 1969 hasta su jubilación- y, en los comienzos de su carrera, la de Salamanca,   —356→   han tenido la satisfacción de contar en su claustro con uno de los más destacados maestros de la Filología española. En el resto de las universidades españolas -todas-, así como en numerosísimas universidades del extranjero (del uno al otro confín) -¿qué filólogo español, americano, asiático o africano que se precie no ha disfrutado de su magisterio?- don Manuel Alvar ha ido sembrando la semilla del saber, la inquietad por nuestra lengua y literatura y, en suma, el cariño y la estima por todo lo español. Al haber tenido la suerte de haber sido uno de sus alumnos, en nombre de ellos, gracias, muchas gracias, don Manuel.

En el terreno de la investigación -inserta en la firme raíz de la Escuela de Filología Española-, es casi imposible seguir los pasos de este peregrino -evocando el título de uno de sus emotivos libros- porque las entradas bibliográficas consignadas en su curriculum vitae son tan cuantiosas -se aproximan a mil entre libros (una cuarta parte) y artículos- que dejan exhausto a cualquiera que quisiera conocerlas en su integridad. Sus investigaciones se centraron en el estudio de la lengua y la literatura españolas. La diacronía y la sincronía de nuestra lengua ocuparon su buen hacer; muy especialmente la dialectología (con sus monumentales Atlas lingüísticos y etnográficos de Andalucía, Canarias, Aragón, Santander, Hispanoamérica -en proceso de publicación-, etc.), la sociolingüística, la informática y tantas otras parcelas... Labor lingüística unida a un quehacer labor de riguroso historiador de nuestra literatura (desde la Edad Media hasta nuestros días), perspicaz crítico literario (desde diversas perspectivas), agudo estudioso de la literatura comparada, fiel editor de nuestros clásicos, etc.

Un peregrino que centró su dilatada labor de investigación en su patria más querida (la de la lengua española: la de España e Iberoamérica con la que tantos lazos vivenciales tuvo). Manuel Alvar fue, por tanto, un español de las dos orillas. De España y de América. Por nacimiento y corazón y, sobre todo, por estudio y reflexión. Un peregrino, en suma, que nos ha dejado una profunda estela científica, de sabia maestría.

Un peregrino, además, de arte (sus poemas, sus versos, calan en la sensibilidad del receptor) y -cómo no- un peregrino de humanidad («Quisiera que nada humano me resultara ajeno», Alvar dixit), de trato afable y cordial que, junto con su esposa doña Elena -una simbosis igual escasamente he conocido tanto en lo humano como en el trabajo-, han sabido cultivar el más preciado y humano don, el de la generosa amistad, como bien sabemos los que hemos tenido la dicha de estar muy cercanos a su círculo familiar.

Los innumerables méritos de don Manuel Alvar han sido reconocidos con diversas distinciones: desde numerosísimos premios (el Premio Nacional de   —357→   Literatura y tantos otros), pasando por su elección como miembro de número de la Real Academia de la Lengua -de la que fue director-, la Academia de la Historia, etc. Numerosas universidades (de España, Hispanoamérica y del resto del mundo) le otorgaron el doctorado honoris causa. La Universidad Nacional de Educación a Distancia lo acogió en su seno con tal distinción, el día 28 de enero de 1993, por su magisterio, su dilatada labor científica y su generosa colaboración (siempre) en cuantas actividades le solicitamos. Por ello -como señalaba en la laudatio de su investidura-, desde el hondón del alma, gracias, muchas gracias don Manuel. De todo corazón...