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Los números de las páginas después de las citas corresponden a las ediciones de las novelas de Rosalía de Castro y Carmen Martín Gaite indicadas en la bibliografía.

 

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Sólo algunos ejemplos: «Yo me incorporo automáticamente y me corro hacia el rincón: habíamos quedado demasiado juntos» (p. 33); «nuestros dedos se rozan» (p. 99); «nuestros ojob se encuentran» (p. 140); «siento su pecho latiendo contra el mío [...]. Hundo la cabeza en su hombro» (p. 199).

 

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El concepto de «desorden» debe entenderse -en esta novela y en muchas escritas por mujeres- en el sentido positivo de ambiente propicio para el trabajo intelectual que se desarrolla sin ataduras. En El cuarto de atrás son abundantes las alusiones que conectan el desorden con la irregularidad, la desobediencia, la transgresión del umbral, la locura (en el sentido que le dan G. Gilbert y S. Gubar en The Madwoman in the Attic).

 

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Recordemos que en esta situación de diálogo se mantiene el carácter sexuado de los participantes en las dos novelas.

 

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Se aprecian igualmente rasgos de la función motivadora de creación del hombre de negro.

 

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La voz de Carola, que (en el capítulo V) llama para preguntar por Alejandro, no hace sino complicar aún más el continuo transitar entre la realidad y la fantasía. De hecho, no es seguro que el hombre por el que pregunta Carola (y que ella pinta como machista y Barba Azul) sea efectivamente el hombre de negro que espera en la sala de Carmen, ni que las cartas de las que habla la mujer al teléfono hayan sido escritas por Carmen.

 

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Y en otro lugar: «[...] es una nube gris que se extiende ahora sobre los años de guerra y postguerra, uniformándolos, volviendo imprecisos y opacos los contornos» (p. 107; el subrayado es nuestro).

 

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Tema favorito de CMG, y desarrollado admirablemente en Usos amorosos del XVIII en España y Usos amorosos de la postguerra.

 

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«Pues atrévase a contarla [...] Que no sepa si lo que cuenta lo ha vivido o no, que no lo sepa usted misma. Resultaría una gran novela» (p. 197). De nuevo, se ve la función motivadora -y perturbadora- del hombre-musa.

 

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La idea para otra de sus novelas -Ritmo lento, 1963- surgió una tarde en que, mientras rondaba un viejo chalet, un perro se acercó a la verja y empezó a ladrar (p. 168). Autobiografía, memoria y escritura se entremezclan también en este ejemplo.