Significados, acepciones y variaciones: usos contradictorios del concepto de «tragedia» en los «Comentarios reales» del Inca Garcilaso de la Vega1
Carmela Zanelli Velásquez
El presente trabajo forma parte de un proyecto de mayor envergadura, donde busco indagar sobre la dimensión trágica de la propia historia en la Historia general del Perú (1617), la obra póstuma y segunda parte de los Comentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega2. Ahora bien, lo interesante es que coexisten dos acepciones del concepto de tragedia en la obra peruana del cronista mestizo. La primera acepción usada corresponde a un uso neo-aristotélico, afín a la recuperación renacentista de la Poética, hecha por los comentaristas europeos y aparece en la primera parte de los Comentarios (1609). La segunda aparición, en los capítulos finales de la segunda parte póstuma, resulta más problemática y también más interesante y es el resultado del uso corriente del término, tras su largo y accidentado recorrido por la cultura europea medieval. Es esta discrepancia la que pienso discutir en este trabajo.
La Historia
general, como ya se dijo, fue concebida por su autor como la
segunda parte de los Comentarios reales de los incas y es
donde concluye el recorrido genealógico del Incario,
iniciado en la primera parte3.
Este hilo conductor explicaría la necesidad del cronista de
terminar su obra con la ejecución pública del
último inca Tupac Amaru, ocurrida en 1572. Garcilaso pone
prácticamente punto final a su crónica con este
episodio, es decir, impone un final que parece responder a un plan
predeterminado y que no coincide ni con su partida del Perú,
ocurrida en 1560, ni incluye lo ocurrido después de la
muerte del Tupac Amaru hasta los años cuando se encuentra
escribiendo el texto, primero en Montilla y luego en su refugio
cordobés, entre 1604 y 1616 (1994: 299 y ss.)4.
Es precisamente en el momento cuando se relata «el término y fin de la sucesión de
los Reyes Incas»
que el cronista utiliza el
término tragedia. En efecto, en el decimonoveno y
antepenúltimo capítulo del último libro del
texto, el narrador decide relatar la ejecución
pública de Túpac Amaru, el último inca rebelde
de Vilcabamba y «terminar» con este luctuoso episodio
su mayor legado, los Comentarios.
(VII, XIX, 250; subrayado mío)5 |
Del fragmento se
puede destacar el retrato ejemplar del Inca Túpac Amaru, la
referencia a Blas Valera sobre la legitimidad de la dinastía
incaica y, sin duda, la caracterización no solo del episodio
luctuoso sino de la obra completa como tragedia. Un
elemento sobre el que es indispensable reflexionar es que pareciera
que Garcilaso pone punto final a toda la obra con este
capítulo, sobre todo si se considera el patetismo y dolor
que se desprende de la escena descrita, y la magnanimidad y
elocuente autoridad del Inca, a punto de ser sacrificado. No
obstante, no es así; a pesar del cargado dramatismo del
momento, Garcilaso no concluye aquí los Comentarios
reales, faltan todavía dos capítulos más.
El capítulo inmediatamente siguiente parece ser una suerte
de ajuste de cuentas con la historia -realizado por Garcilaso- con
los responsables de la captura y muerte de Tupac Amaru, me refiero
a Martín García de Loyola y el Virrey Francisco de
Toledo. En efecto el título del capítulo siguiente va
como sigue: «La venida de Don Francisco de
Toledo a España. La reprehensión que la Majestad
Católica le dió, y su fin y muerte; y la del
governador Martín García Loyola»
(VIII, XX:
251). Es una suerte de justicia poética pero que
resulta siendo, a mi parecer, anticlimática al desenlace
trágico antes presentado. No obstante, para
Riva-Agüero, es la conjugación de todos estos elementos
lo que convierte a la Historia general del Perú en
una «clásica tragedia»: «La escena del suplicio de Túpac Amaru, el
disfavor y la muerte de D. Fco. De Toledo y el asesinado D. Martín García de Loyola, sus
verdugos, son el artístico y providencial desenlace de la
clásica tragedia que ha venido escribiendo en los
dos tomos de sus Comentarios»
(XXXIX; subrayado
mío).
Volviendo al pasaje donde aparece el término tragedia, destaca, por cierto, el carácter metatextual del fragmento que ilumina la filiación del texto con un tipo discursivo, definido como tragedia. Al realizar a continuación un análisis más detallado del pasaje se desprenden al menos cinco consideraciones importantes que iluminan el concepto de tragedia manejado por Garcilaso y que me permitirá definir qué requisitos o restricciones esta noción impone al proceso de composición del texto.
- Los eventos en sí mismos son lastimeros o trágicos, al margen de su representación textual. Se trata, en este caso, de hechos históricos.
- El texto -de carácter histórico y narrativo-, que relata dichos eventos históricos, es una tragedia.
- El relato de dicho evento sirve como punto final del texto analizado. En el fragmento es explícita la intención del cronista de ubicar el relato de dicho evento en esa posición; reconoce además que ha antepuesto en el relato, episodios acaecidos después cronológicamente hablando, para terminar con la ejecución pública de Túpac Amaru6.
- Finalmente el evento en cuestión corresponde a la muerte de un rey. Su desaparición física y el consecuente destierro de su linaje significan para Garcilaso el fin de una dinastía, de un imperio y de toda una civilización, como veremos más adelante.
- Si bien la muerte de Túpac Amaru es, para Garcilaso, «lo más lastimero» de su historia; la caracterización de tragedia se hace extensiva a los finales de todos los libros de esta segunda parte, sobretodo, si se piensa -como señala Miró Quesada- en el final aciago de cada uno de los protagonistas de la historia (cf. supra)7.
La interrogante que ahora surge es cómo es posible que el recuento en prosa y de carácter narrativo de eventos históricos sumamente recientes con respecto al momento de escritura pueda ser calificado como tragedia. Sin todavía aventurar una respuesta satisfactoria y menos aún definitiva, es necesario complicar un poco más la discusión, sobre todo, tomando en cuenta que Garcilaso utiliza y define la palabra tragedia en otro momento, en un contexto muy diferente y en un sentido bastante distinto, siempre dentro de los Comentarios reales.
La primera
aparición de la palabra ocurre en la primera parte de los
Comentarios, en el capítulo XXVII del segundo
libro. El capítulo se ocupa, tal y como lo señala el
título, de «La poesía de
los Incas amautas, que son filósofos, y harauicus, que son
poetas»
. Parece desprenderse del título una cierta
oposición entre la labor filosófica de los
amautas y la poesía de los harauicus, no
obstante, queda claro que ambos grupos son incas y que ambos
componen poesía.
(Garcilaso 1943: II, XXVII: 121; subrayados míos)8 |
En este contexto,
Garcilaso define claramente la tragedia como una
composición artística de naturaleza teatral y
poética pero sostiene también que los argumentos de
las tragedias recogen hechos históricos de
carácter ejemplar. En el capítulo XXVII que voy
analizando, prosigue Garcilaso de la siguiente manera: «También componían en
verso las hazañas de sus Reyes y de otros famosos Incas y
curacas principales, y los enseñaban a sus descendientes por
tradición, para que se acordassen de los buenos hechos de
sus pasados y los imitassen»
(1943: II, XXVII: 121;
subrayados míos). El adverbio también parece
indicar que Garcilaso se refiere a otra forma literaria, diferente
de la tragedia, que también se ocupa de hechos
históricos dignos de ser recordados y enseñados.
Pareciera que se tratara de formas épicas, aunque aclara, a
continuación, que lejos de ser composiciones largas como
podría esperarse de las epopeyas, «los versos eran pocos, por que la memoria los
guardasse, empero muy compendiosos, como cifras»
(1943:
II, XXVII: 121). En suma, ofrezco a modo de puntualizaciones,
todavía tentativas, las siguientes consideraciones en el
intento por delimitar el o los conceptos de tragedia
presentes en las dos partes de los Comentarios reales.
- La aparición de la palabra tragedia en el capítulo XXVII del libro II de la primera parte propone una definición que se ajusta mejor a las tesis sostenidas por los teóricos y comentaristas de la Poética de Aristóteles ya en pleno siglo XVI, como se verá más adelante, en la medida que reafirma (o más bien recupera) el carácter teatral de la tragedia.
- Resulta claro, asimismo, que las tragedias de los amautas son textos poéticos, es decir, compuestos en verso. En este punto, conviene recordar las opiniones que el propio Garcilaso tiene sobre La Araucana de Alonso de Ercilla, es decir, sobre la impropiedad de utilizar versos para relatar hechos históricos. En el capítulo XIII del libro octavo de la Historia general del Perú, Garcilaso dice lo siguiente sobre los indios Araucos, «que estaban my sobervios y altivos con las victorias que de los españoles havían ganado, la primera de Pedro de Valdivia y otras que huvieron después, según las escriven en verso los poetas de aquellos tiempos, que fuera mejor escrevirlas en prosa, porque fuera historia y no poesía, y se les diera más crédito» (1944: VIII, XIII: 234; subrayado mío). Por lo tanto, Garcilaso, a diferencia de los amautas, debía componer su historia de los incas en prosa para obtener el debido crédito.
- La otra aparición del término tragedia, cuando se describe la ejecución de Túpac Amaru (el capítulo XIX del Libro VIII de la Historia general) es, sin duda, más problemática, pero también más rica porque, al caracterizar un texto histórico, narrativo y en prosa como una tragedia, reúne en un sólo texto elementos del quehacer historiográfico y poético.
- Por último, es importante destacar, que a partir del análisis del fragmento del capítulo XXVII, queda claro que los incas amautas, es decir los filósofos, guardan en versos (poesía) la fama de los hechos pasados por los incas (historia). Es decir, que se ajustan a la figura del historiador-poeta, figura típica de la historiografía renacentista.
La necesidad de ofrecer un recorrido diacrónico del concepto de tragedia nace de la necesidad de conciliar las dos nociones -aparentemente contradictorias- de tragedia presentes en los Comentarios de Garcilaso. Como se verá a continuación, parto de una definición aristotélica de tragedia, sin embargo, es necesario aclarar que la Poética, desconocida durante la antigüedad latina, fue bastante incomprendida y distorsionada cuando reaparece en Occidente durante el siglo XIII. La Poética se convirtió en fuente de consulta obligada durante el renacimiento y en férrea preceptiva a partir de entonces. Sin embargo, esto no impidió que durante los siglos XVI y XVII una definición de tragedia, inspirada en la Poética, coexistiera con un concepto que arrastraba consigo toda suerte de distorsiones y variados matices gracias a su largo y accidentado periplo por la cultura europea medieval. La hipótesis que pretendo sustentar plantea que la definición propuesta por Garcilaso en el capítulo XXVII de la primera parte resulta más afín a la recuperación (y, hasta cierto punto, simplificación) de la Poética de Aristóteles, hecha por los comentaristas renacentistas -principalmente Pinciano y Cascales- mientras que la segunda aparición del término, aquélla que describe la pública ejecución de Túpac Amaru en el Cuzco, responde más bien al concepto corriente (incluso hoy) de tragedia y que es resultado de las sucesivas capas de significado que el término ha sufrido y que serán iluminadas gracias al siguiente recorrido del término a través de la cultura occidental9.
En la
Poética, Aristóteles define a la
poesía trágica y la poesía épica como
textos poéticos de regular extensión que representan
acciones humanas completas de tono grave y elevado. La diferencia
fundamental entre ambas formas literarias se reduce a que la
primera es actuada mientras que la segunda es básicamente
narrada. En el repertorio de los posibles argumentos de las
tragedias, Aristóteles prefiere el paso de la prosperidad a
la adversidad, siendo el mejor argumento, aquel donde el
héroe trágico es personaje digno de cierta
admiración pero marcado por un defecto o hamartia
que precipita su caída. Estos argumentos proceden de las
tradiciones de unas cuantas familias; se trata de personajes como
Edipo o Tiestes, que sufren situaciones extremas o cometen
terribles crímenes. El final infeliz es un requisito para
lograr la mejor tragedia pero no es un elemento indispensable; de
hecho, muchas tragedias clásicas, que Aristóteles,
sin duda, conoció, presentan un final favorable para sus
protagonistas. Baste recordar el final de la
Orestíada de Esquilo. Pero, durante el periplo
latino del concepto, se va acentuando el énfasis dado por
Aristóteles al final desgraciado de las tragedias,
excluyendo cualquier otro tipo de desenlace en el argumento de las
mismas. Hay, no obstante, una línea definitoria en el
derrotero del concepto y esta la encarna el influyente texto de la
Consolación de la Filosofía de Boecio, texto
latino escrito en el siglo VI y perteneciente al antiguo
género de la consolatio. En él, se exponen dos aspectos
de la historia, como Providencia y como fortuna. La primera es el
plan simple y sin cambios de la mente divina, mientras que la
Fortuna es la siempre cambiante distribución de los eventos
que Dios ha planeado en su simplicidad (Watts 1969: 24). Boecio
celebra el gobierno divino del universo pero se pregunta por
qué se ha aislado los asuntos humanos de dicho gobierno y
porqué los hombres están sujetos a los caprichos de
fortuna. En el capítulo II del libro II de la
Consolación, Filosofía adopta la voz de
Fortuna y tras explicar el cambio de suerte de importantes reyes de
la antigüedad pregunta: «¿No
es esto lo que la tragedia conmemora con sus
lágrimas y tumulto -El destronamiento de felices reinos
gracias a los inesperados golpes de Fortuna?»
(Libro II,
Capítulo II, 58; traducción y subrayados
míos). Claramente, el personaje de Fortuna señala que
la tragedia se ocupa de eventos históricos y no
imaginarios, del destronamiento de reyes y del fin de los imperios,
en suma, del cambio inesperado de Fortuna en la vida de los
hombres. Es esta la definición de tragedia que me
interesa retomar y donde están contenidos los principales
elementos procedentes de la Consolación de la
filosofía, que reaparecerán en la obra de
Giovanni Boccaccio10,
Geoffroy Chaucer, Juan de Mena, y según intento demostrar,
en la Historia general del Inca Garcilaso.
Durante buena parte de la temprana Edad Media, se perdió de vista el carácter dramático de la forma literaria conocida como tragedia. Para San Isidoro de Sevilla, quien es uno de los últimos en haber tenido una experiencia directa de los anfiteatros, la tragedia era un poema realista que trata de penosos asuntos de reyes y naciones (cit. en Kelly 1993: 49). Luego, el énfasis se volcó en el contenido y no en las peculiaridades del modo dramático. La tragedia clásica, según muchos pensadores medievales, es un texto escrito que versa sobre la adversidad de la fortuna para con los hombres. Como se ha visto antes, el repertorio de personajes se amplía para incluir a líderes y reyes además de los héroes consagrados por la tradición clásica. La tradición iniciada por Boecio permite que hechos históricos se conviertan en materia trágica. El final desgraciado e infeliz se va convirtiendo en rasgo exclusivo y excluyente de las distintas definiciones de tragedia mientras que el paso de la prosperidad a la adversidad se propone como el argumento obligado y único de toda tragedia.
En suma, ha
llegado a nuestros días una definición de tragedia
que permite calificar, incluso hoy, tanto un evento como la
textualización del mismo como algo trágico. En
segundo lugar, la Historia general del Perú es un
texto narrativo de carácter histórico, concebido por
su autor como una tragedia. Esta idea de tragedia se apoya
en Boecio y también en San Isidoro de Sevilla, quien en el
libro 8 de sus Etimologías señala que la
tragedia es «un poema realista que trata
de cosas penosas concernientes a una república o a la
historia de un rey»
(cit. en
Nelly 1993: 49). El Inca sostiene junto como muchos pensadores
medievales que el final adverso es condición indispensable
en la construcción de una tragedia y coincide con el
personaje de Fortuna de la Consolación de la
filosofía de Boecio, que la materia trágica
consiste en el destronamiento inesperado de reyes y
príncipes. Por todas estas razones, sostengo que la
Historia general del Perú es muestra singular de
una tragedia cuya materia es americana.
Para concluir, se
lee en el Tesoro de Covarrubias, en la definición
de comedia, que la tragedia se ocupa de «las costumbres y manera de vivir de los
príncipes y grandes señores»
(2003 [1611]:
341); se insiste así en la naturaleza histórica y
ejemplar de la tragedia, mientras que en la propia
definición de tragedia del mismo diccionario, se
insiste en el final desgraciado: «la qual
de ordinario se remata con alguna gran desgracia»
(2003
[1611]: 973). No podía, el Inca Garcilaso, haber escogido
evento histórico más trágico,
entonces, que su relato de la pública ejecución del
último inca, Tupac Amaru I, en la plaza del Cuzco, en el
lejano año de 1572.
- Boecio. 1969. The Consolation of Philosophy. Trad. e introd. V. E. Watts. Londres: Penguin Classics.
- Covarrubias, Sebastián de. 2003 [1611], Tesoro de la lengua castellana o española. Ed. Martín de Riquer. Barcelona: Alta Fulla.
- Garcilaso de la Vega, el Inca. 1943 [1609]. Comentarios reales de los Incas. Ed. Ángel Rosenblat. 2.ª ed. 2 vols. Buenos Aires: Emecé Editores.
- ——. 1944 [1617]. Historia general del Perú. Ed. Ángel Rosenblat. Elogio de autor y examen de la segunda parte de los Comentarios reales por José de la Riva-Agüero. 3 vols. Buenos Aires: Emecé Editores.
- Kelly, Henry Ansgar. 1993. Ideas and Forms of Tragedy. From Aristotle to the Middle Ages. Cambridge: Cambridge University Press.
- Miró Quesada, Aurelio. 1985. «Prólogo». En Garcilaso de la Vega, el Inca. Comentarios reales de los Incas. Ed. César Pacheco Vélez. Lima: Banco de Crédito del Perú.
- ——. 1994. El Inca Garcilaso. 2.ª ed. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
- Riva-Agüero, José de la. 1944 [1916]. «Elogio del Inca Garcilaso de la Vega». En Garcilaso de la Vega, el Inca. Historia general del Perú. Ed. Ángel Rosenblat. Elogio de autor y examen de la segunda parte de los Comentarios reales por José de la Riva-Agüero. 3 vols. Buenos Aires: Emecé Editores. VII-XLIII.
- Watts, V.E. 1969. «Introducción». En Boecio. The Consolation of Philolophy. Londres: Penguin Classics. 7-32.