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Sigue el símil o parábola de la Noble matrona... [fragmento]

Sor Gertrudis María de la Santísima Trinidad





Los de puro y recto corazón me fueron sinceros.


(Sal, 24, 22)                


He visto brillar un astro entre horrendas sombras cuya luz me permitía distinguir cuantos objetos se movían en una inmensa llanura.

Allí fieras espantosas, allí serpientes enormes, allí toros de horrible aspecto, allí pajarracos de encorvado pico y de afiladas uñas, allí bichos de toda especie… Y entre esa turba de animalotes fieros, una hermosa matrona blanca como el armiño, dulce y suave como la brisa del mar, que con majestuoso paso y dulces caricias amansaba suavemente la fiereza de aquellos brutos y espantosos animales.

Todos luchaban, todos se mordían y destrozaban cuando esa Señora se ausentaba. Todos se lamían y daban besos de paz cuando ella se acercaba. Y era que su amable rostro, su encantadora mirada los fascinaba de tal suerte que al verla perdían su fuerza y se sentían transformados.

Le pregunté por su nombre, y me dijo que se llamaba Caridad!

«Donde yo estoy -siguió diciéndome- no hay guerras, ni discordias, ni envidias, ni rencores, ni celos, ni disputas, ni nada que amargue el corazón.

Los perturbadores me aborrecen, los chismosos me odian, los soplones me detestan, los hipócritas me maldicen. Pero los que son puros y rectos de corazón, no pueden menos de amarme: Los de puro y recto corazón me fueron sinceros».


Y le pregunté en dónde moraba. Y me contestó que ya hacía años que andaba por el mundo y que apenas podía pasar una noche en parte alguna:

«Ando errante, hija mía, y doy la vuelta al mundo todos los años, pero soy tan desgraciada que a pesar de mis encantos nadie se fija en mí, todos me desprecian».


Entonces le dije yo:

«Quédate aquí, Señora mía, y descansa al menos un momento entre nosotras». Pero ella me replicó:

«Hubo un tiempo en que descansé tranquila en esta santa morada. ¡Oh, con qué gusto lo recuerdo! Pero ahora temo pasar una mala noche... Estoy por aceptar tu obsequio y, por no desairarte, aquí me tienes, pues me quedaré».


¡Oh, qué noche tan feliz pasé con la hermosa Caridad! Pero, como la vi cansada, dejela reposar y me marché. Al día siguiente fui a visitarla y me extrañé al verla muy demacrada y desfallecida. Sin embargo, le dije cómo había pasado la noche.

«No muy bien, querida hermana -me contestó-. Es mi naturaleza tan delicada que cualquier molestia me atormenta y me hace sufrir. Aquellos bichos que en un principio te conté, no me fueron sumisos del todo, y aun se atrevieron a golpearme. Por más que yo me esforzaba en aquietarlos, ellos no sólo se resistían, sino que hasta se rebelaban. De aquí la intranquilidad y el desasosiego que he pasado esta noche. Y éste es el motivo de verme tan triste y desconsolada».

«Pero, ilustre matrona, permitidme que os pregunte el significado de esos bichos, pues yo, después de tantos años como habito en esta casa, nunca los he visto ni me han espantado».

«Atiende, niña -me repuso la amable señora-, esos bichos de que te hablo no son objeto de los ojos carnales, ni de ningún sentido del cuerpo. Son las pasiones del alma que se desencadenan contra la ley del espíritu dirigido e ilustrado por Dios.

No eran a la verdad horribles monstruos, esto es ruidosos pecados, los que no me dejaron dormir; pero sí venenosos mosquitos que me picaban sin compasión. Esto es, insinuantes críticas, pensamientos atrevidos, ambicioncillas secretas, juicios temerarios, golpes contra la santa pobreza, dardos contra la buena fama, caprichos y veleidades contra las firmes y bien plantadas costumbres, miras terrenales y concilios de no muy buen género. Todos estos insectos, y otros de más de muy mala índole, han ensangrentado mi rostro como lo ves, a pesar de mi amable condición y compostura. Voime, pues, de aquí».


Y me lo dijo con tan severo rostro que yo me asusté, y cogiéndola de los vestidos, entre lágrimas y suspiros, le dije:

«Quédate con nosotras, ¡oh amable Caridad! No nos desampares, porque si llegases a faltar, ¡Ay de nosotras!: seríamos irremisiblemente perdidas. Ten un poquito de paciencia. Espéranos un poco más y nuestras picaduras no te harán daño. Y aunque sientas algún zumbido, no lo sientas, dulce señora; respetaremos tu rostro y siempre te verás entre nosotras blanca, bella, hermosa y sonriente».


A mis súplicas se aquietó, a mis ruegos condescendió. Sólo falta que mis promesas se cumplan y empezando por mí, aunque esto sea un símil o parábola, es, en mi concepto, una lección bien dada...

Dios nuestro Señor les dé su luz y gracia para que se puedan aprovechar todas las señoras religiosas.

Laus Deo.





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