Por el contenido de esta octava fúnebre y luctuosa, con el sentido de una despedida y un final, parece deducirse que debía ser la última de las octavas que incluyó en el primer envío para su publicación. Aunque sabemos que después envió cinco octavas más. No sabemos el orden que luego les dio el editor a ese último envío, en cambio, creo que esta octava debió ser la última del libro y no «Guerra de estío» que no cierra ningún ciclo.
Empieza la octava
con una alusión perifrástica de ataúd, y, este
mueble a medida nos lo vuelve a recordar el poeta en el soneto
XVIII de El rayo que no cesa: «ya de su creación, tal vez, alhaja
[...]»
.
En esta octava, el
carpintero («modisto de cristal y
pino»
o de trajes de madera), ha terminado uno de pino
con cristal para que se vea la cara maquillada del difunto, un
ataúd pequeño «a la medida
de una rosa»
, lo de la rosa es muy del estilo modernista
de Rainier Maria Rilke (1875-1927)
«De las rosas»: «que se abre
al viento y pude ser leído /con los ojos cerrados
[...]»
. Este traje de madera (aparador para el
sueño eterno) es como un prisma y a la vez que un poliedro
final, donde no se ahogue el diamante fino que es el pastor de
lunas y el perito en sueños.
En la segunda
parte: «Patio de vecindades menos
vecino»
, es el cementerio donde no hay vecinos vivos,
sino vecinos muertos, todos regresamos a la tierra de donde nacimos
por una lotería genética. Con «abre otro túnel (fosa) más bajo
tus flores»
, se dirige al sepulturero a quien le pide que
le entierre bajo las flores «para hacer
subterráneos sus amores»
, sus pretensiones de
poeta se enterrarán en el olvido, si no consigue el
éxito esperado con este poemario en el que tanto
confía y en el que ha echado un órdago.
La ilustración como no podía representar otra tema, es una lámina tétrica donde en primer plano tenemos una cruz de luz sobre la que sube una rosa, la rosa de la que nos habla la octava. El campo santo en el poema de Miguel es el patio de vecindad. Junto a las tumbas crecen flores y matojos, a la izquierda los cipreses surtidores tienen rostros de plañideras, dos lunas lejanas enfrentadas nos recuerdan la inmortalidad por los ciclos de la luna y sus fases de nacimiento, plenitud y muerte.
Miguel Hernández falleció el 28 de marzo de 1942 a las 5,30 horas de la mañana, en la enfermería del Reformatorio de Adultos de Alicante (Benalúa) y está enterrado en el cementerio alicantino de Nuestra Señora del Remedio.