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Sobre el sufijo «ezno» y el tratamiento «maño-maña»

Francisco Ynduráin Hernández






ArribaAbajoSobre el sufijo «ezno»

La bibliografía sobre sufijos, prefijos e infijos en español es muy escasa y asistemática, salvo los trabajos de Yakov Malkiel, que parecen acometidas parciales y muy documentadas a una cuestión de tanto volumen1. Las lenguas romances han heredado y acrecentado la capacidad formativa de palabras nuevas por esta suerte de flexión derivadora según define Wartburg2 la posibilidad de formar nuevas voces mediante prefijos y sufijos.

La nota que sigue es una aportación para el estudio del sufijo -ezno en su evolución fonética y semántica. Las anchas lagunas que esta nota deja tanto en la historia como en la geografía de dicho sufijo, habrán de ser colmadas en otra ocasión.


Origen

Por el momento baste con la autoridad de F. Hanssen, quien en su Gramática Histórica de la Lengua Castellana (Buenos Aires, 1945), pág. 139, escribe: «CINUS. -icinus se convierte en -ezno y se propaga en castellano: gamezno, lobezno, perrezno, torrezno, rodezno». El gramático no precisa ni el valor originario del sufijo, ni su significación romance, ni la vigencia del sufijo como tal.

Meyer-Lübke, por su parte (ReW), trae únicamente lobeznoy en el mismo apartado propone la base lŭpĩcĩnus , «kleiner Wolf », tanto para la forma española como para gall. lobezno, loberno, portugués ant. luberna, francés ant. luberne y prov. loberna, remitiendo a Mélanges d'etymologie française, París, 1897, de A. Thomas y Schuchardt, ZfrPh, 26, 442. Según M.-L., solo se nos ha conservado lupicinus como nombre propio.

Mi colega y amigo el Dr. Rohlfs me comunica amablemente la presencia de Lupicinus en el Corpus Inscriptionum Latinarum, 13, 3856 y 13, 921 en Augusta Treveris y Aquitania, respectivamente; Lupecinus en Inscriptions Chrétiennes de la Gaule, n.º 474; y Ursicinus, también en CIL, cinco veces, documentadas en Aquitania, Amiens, Moesia inferior, Noricum y Amiens, lo que da un repartimiento extenso. (Añádase la forma vervecinus, berbecinus, muy frecuente en el Thesaurus). En todos los casos citados se trata de una derivación antroponímica, cuyo significado -el de la forma con sufijo -icinus- no me parece claro, bien que no estimo aventurado suponer que se trate de patronímicos sobre Lupus, Ursus, nombres de personas seguros. Por el momento no dispongo de datos que me permitan extender esta sufijación a nombres apelativos de animales y determinar si tal uso ha pasado del empleo en nombres propios de persona a designar las crías de animales. Lo que sí puede asegurarse es la cantidad y acentuación, iĩcĩnus.




La significación moderna

Son muy pocas las Gramáticas que se han ocupado de este sufijo y no siempre con acierto. La de la Real Academia de la Lengua, en su edición de 1924, pág. 152, dice: «-ezno. Diminutivo despectivo, especialmente en nombres de animales: lobezno y viborezno, de lobo y víbora; rodezno, de rueda, y torrezno, de torrar».

Andrés Bello, por su parte, en Gramática de la Lengua Castellana (cito por la edición revisada y añadida, Buenos Aires, 1945) señala en el § 213 (h) diversos sustantivos que sirven para designar a los animales de tierna edad y que asocia a los diminutivos, entre los que cita viborezno y lobezno.

Como se ve, hay coincidencia en que designa el sufijo -ezno crías de animales, aunque Bello no considere expresamente el tal sufijo. La Academia añade la valoración despectiva, no del todo descaminada, al menos en la lengua medieval, como veremos más adelante, pero no clara en la actual. Se han incluido por la misma Corporación dos palabras, torrezno y rodezno, que decididamente descartamos de nuestro análisis.




Hablas locales

Limito mi estudio a la recogida de los datos aportados por los Vocabularios regionales de Aragón, Navarra y Álava. Don Jerónimo Borao, en su Diccionario de Voces Aragonesas (2.a ed., Zaragoza, 1908), recoge la voz «FINESNO, polluelo», sin más precisiones.

Por su parte, F. Baráibar, en Vocabulario de palabras usadas en Álava, Madrid, 1903, aporta datos de muy subido interés y que revelan excelente sentido filológico. Trae las formas hijesno e hijerno, «pollo de gorrión», que relaciona con los derivados con igual sufijación: osezno, viborezno, pavezno, lagartezna, judezno, morezno. Al tratar de ligaterna, lagartija (usado en pueblos lindantes con Burgos) lo considera variante fonética del anticuado lagartezna, «diminutivo de lagarta, para denotar su cría», como en los otros ejemplos ya citados. Recoge tres formas medievales, de que luego nos ocuparemos,y aporta la cita de Clemencín (nota 23 al cap. 26 de la segunda parte del Quijote) en que el erudito anotador advierte cómo el sufijo -ezno, tan expresivo, va desapareciendo con perjuicio para la riqueza del idioma.

José María Iribarren, en Vocabulario Navarro (Pamplona, 1952), trae numerosas variantes derivadas de un f iliu más el sufijo consabido: fijesno, fijerno, fillesno, hijesno, lijesno, nombres que se dan a las crías de las aves y, en algunos pueblos, exclusivamente a las crías de gorrión; en otros, al gorrión como tal. Como se ve, hay formas con / inicial conservada y perdida; dos soluciones del grupo LY, la castellana f y la dialectal, ll; se repite la rotización de s (comp. luberna, luberne y loberna, citados arriba, según Meyer-Lübke); y por equivalencia acústica z se ha sustituido por s. En cuanto a lijesno, y para explicar esa l inicial, parece muy probable que se trate de uno de tantos casos de amalgama del artículo con la palabra siguiente que empieza por vocal: el hijesno, l'ijesno, el lijesno3. Este fenómeno de atracción y aglutinación en el sustantivo del articulo puede haber sido favorecida por la rareza del nombre hijesno y en un momento en que su empleo era menos habitual.

Desde luego, parece seguro que no hay sentimiento lingüístico de composición en los hablantes, que no advierten la presencia del sufijo ni, por tanto, el matiz connotativo que alguna vez fue patente para todos, como ocurre hoy con otros sufijos todavía fecundos. La limitación de -ezno en el uso general y las diversas formas que ese sufijo ha alcanzado en estas hablas regionales (-esno, erno) han borrado toda idea de sufijación. Como notaba Clemencín, citado por Baráibar, el sufijo ya se iba anticuando y hoy lo está, salvo en contadísimas palabras 4.




Algunas formas medievales

En textos medievales encuentro este sufijo aplicado también a nombres de persona o ser personificado. En Berceo (Milagros) aparece tres veces el diminutivo judezno (v. 355 a; 356 c; 357 b, ed. Clás. Caste.), que debe entenderse claramente por el contexto, «niño judío», si bien en el último verso citado se refuerza: ninno judezno. Y no se advierte sentido despectivo alguno. Más complicado es el caso de los diversos textos en que aparecen morezno o moresno. Gracias a la amable generosidad de don Julio Casares he podido disponer del fichero léxico de la Academia de la Lengua y de él proceden estas papeletas, que extracto:

«et dieron unos pequennos moreznos bozes» (Pedro Marín, Miraculos, 1293, ed. 1736, pág. 136).

«Un día andando por la Villa con un morezno, que la guardaba: dixol: moreznillo, irme quiero» (ibid., pág. 150).

«Al capellán denle por su soldada un moro, e al escriuano en la hueste que fuere, denle un morezno...» (Fuero de Cuenca, ed. R. Ureña, Madrid, 1935, pág. 665). Puede añadirse moresno, que aparece en en el Fragmentum Conquense, 4444.

En el Siglo de Oro, Cáscales dice que «a los moriscos se les daba el nombre de moreznos». (Cartas filológicas, Clás. Cast., tomo III, página 243).

En estrecha relación con estas formas me parece otro diminutivo, moratiello, que en encuentro en El Fuero de Teruel: «el escriuano por soldada de su servicio aya C sueldos, e quando el conceio huest o cualgada fiziere, aya un moratiello, si alguno fuere ganado en la huest» (edición de Max Gorosch, Stockholm, 1950, s. v. moratiello y en § 89). Donde se ve que concuerda nuestro 'diminutivo' con el del Fuero de Cuenca, ya que se equiparan moratiello y morezno, este además en contraste con moro. Ahora bien, por los dos pasajes de Marín se ve la escasa fuerza diminutiva del sufijo -ezno, cuando se refuerza en un caso con pequennos, en otro con la superposición del sufijo -illo, moreznillo, y recuérdese que se ha docu mentado en Berceo también una insistencia, ninno judezno. La aplicación de este sufijo propio más bien para nombres de crías de animales a judíos y moros jóvenes pudo tener una intención despectiva, que no se advierte en los ejemplos citados, donde el sufijo añade un elemento nocional simplemente al sustantivo. (La interpretación de Cáscales no la encuentro apoyada en datos).

En el Libro de Buen Amor hay pavezno (284 b y 287 d), indudablemente, «cría de pavón», y la curiosa forma pecadezno (779 b), que vale tanto como «diablejo», con matiz ridículo si nos atenemos al pasaje (el lobo sale mal quebrantado del caz del molino a donde lo ha arrojado la puerca). Podría pensarse que Juan Ruiz juega del vocablo inventando este derivado, un tantico constreñido por la fuerza del consonante ademças, pues está en la rima de la cuarteta. La intención burlesca, sea o no invención de Juan Ruiz, parece segura y matiza cualquiera que sea el significado en que se tome pecado, «diablo, fantasma, espantajo?», como figura en Tentative Dictionary of Medieval Spanish (compilado por R. S. Roggs Lloyd Kasten, H. Keniston, H. B. Richardson, Chapell Hill, 1946). Pero yo creo que no es invención del Arcipreste y que vale tanto como «diablejo», diminutivo despectivo, según expuse antes.




Un escritor aragonés del siglo XVI

Confirma esta creencia mía el que se encuentre una designación parecida del diablo en un autor del siglo XVI, Bartolomé Palau. En el Acto V de la parte tercera de su Victoria Christi5, que es un entremés o paso cómico de relleno para aliviar la materia grave, se introduce un Bobo que se encuentra asediado

«de la Culpa y los culpeznos».

Más adelante, en el mismo paso, el Bobo:

«Ho, ya sale un culpezino».

y:

«Mueran, mueran los culpazos».

El autor juega con los diversos sufijos para fines de efecto cómico. Y culpezno, como las otras formas, es lo mismo que «diablejo» y que el pecadezno de Juan Ruiz.

Palau sentía cierta afición a este sufijo porque repite con nuevos ejemplos en otras obras suyas. En la Farsa llamada Custodia del Hombre, el Pastor se dirige al Custodio6:


«¿Soys quicas algún garcón,
o soys grúa o soys gruezno?
Mas quiça soys aguilezno».

Una situación semejante, Ángel que se aparece a un Pastor en la Historia de la Gloriosa Santa Orosia, dice el rústico7:


«¿Y sos bueno de comer?
Mas sos a mi parecer,
gruezno,
pato, ganso o aguilezno;
[...]
¿Sos, quizabro, milochezno?
Pues vos no seréis culpezno».

Para el escritor aragonés el sufijo tiene una fresca vigencia en su sentido más propio, el de «cria de ave» y, aun cuando sean palabras puestas en boca de Pastor y en el menos libre lugar de la rima, no advierto comicidad verbal salvo en la reiteración de la rima -ezno y en la incorporación al esquema de culpezno, que otra vez nos trae el recuerdo del pecadezno, de Juan Ruiz, confirmando todavía nuestra interpretación. El paso de un sufijo típico de nombres de animales a otros de personas o personificaciones, moros, judíos, diablos, lleva, al parecer, una intención denigratoria y, quizá en algún caso, de temple cómico. Ya es sabido que la situación coloquial o contextual deciden de los matices que encierran los llamados diminutivos, de que Amado Alonso hizo magistral análisis.

En cuanto al uso recto, el sufijo -ezno se restringe más modernamente y carece de fuerza productora de nuevos derivados8(pág. 254, op. cit.).






ArribaEl tratamiento «maño», «maña»

Las líneas que siguen solo son una modesta aportación para la historia de maño, maña, como fórmula de tratamiento. Yo soy el primero en reconocer los eslabones que faltan en la cadena completa. En todo caso, tampoco deduzco conclusiones desproporcionadas a los datos que manejo.

En las ediciones que los traductores pusieron a los Estudios sobre el español de Nuevo Méjico, de Aurelio M. Espinosa, para la edición de la Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana, I (Buenos Aires, 1930) y en la nota 1 al § 203, pág. 253, se lee: «En Chile se dice maño, maña "voz de cariño" por hermano (Chiloé). Supongo que es abreviación de indio de la palabra cast. hermano con la sustitución cariñosa de ñ por n' (Lenz, Dicc.). 'Maño, maña, no es provincialismo de Chiloé, como dice Cavada; se usa en muchas provincias de Chile y aun en Aragón (Román). La etimología que se da al aragonés maño es m a g n u s, fonéticamente correcta y también semánticamente como contraposición de chico. Pero no se debe descartar la posibilidad de una procedencia (her)mano, con palatalización de la n por influjo de la ñ de señor(r) Juan, seña Petra. Cualquiera de las dos etimologías necesita comprobación histórica». Y, sin embargo, en el texto se da mano como proviniente de hermano, por aféresis. Además, en el volumen II de la misma colección (Buenos Aires, 1946) se trata de la extensión de mano en el § 42 y § 45 con referencia al área mejicana.

Por mi parte adelantaré que no veo probable la etimología propuesta en alternativa con (her) mano, que supone un m a g n u s. La posibilidad fonética no se niega siempre que se documente una forma maño lo bastante remota como para estar seguros de la vigencia del paso de gn a ñ. Y por lo que hace a la semántica, a la posibilidad de esta quiero decir, habría que probar que había nacido maño por oposición a chico. La hipótesis en el campo de la evolución semántica se presta a fáciles despistes ingeniosos. Veamos por qué se prefiere el otro etymon.

Es frecuentísimo el empleo de hermano, a como fórmula de tratamiento en el Siglo de Oro, desprovisto de toda notación de parentesco. Con este valor suena ya en una de las jarchyas de Judá Ha-Levi,


«Garid vos, ay yermaniellas».

Pero prescindo de precedentes medievales por ahora, para ocuparme del habla coloquial del Siglo de Oro, que fue la que llegó hasta América, cualquiera recordará pasajes a docenas en que tal uso se documenta en nuestros escritores áureos y baste citar de memoria el «Hermano Perico» y


«Hanme dicho, hermanas,
que tenéis cosquillas
de ver el que hizo a
'Hermana Marica».

de Góngora para no tener que insistir más en este punto. Ahora bien, el empleo de hermano en fórmula de tratamiento, seguido del nombre propio a quien se dirige, deja a aquella palabra en posición proclítica y muy bien se explica la eliminación de la primera sílaba, tan alejada de un acento principal. Por esta razón nos explicamos la reducción de señor, señá a ño, ña, que por cierto estudia con extremada finura Amado Alonso, uno de los dos traductores a que arriba aludía, en el Apéndice VII del citado vol. I. (Lo que me inclina a suponer que no es de él la adición transcrita). Como se explica el tratamiento chacho, a, que se oye en Zamora y Salamanca, reducción evidente de muchacho. Todos los mano, manito, de uno y otro lado del Atlántico, son sin duda resultado de (her)mano9. El paso de mano, a hasta maño, a no negaré que haya podido ser favorecido por contagio de señor,a, como se propone antes; pero parece más fuerte el influjo que ha palatalizado la nasal por razones afectivas, como muy bien apunta Lenz en la obra citada, Diccionario etimológico de las voces chilenas derivadas de las lenguas indígenas americanas.

El texto más antiguo que conozco de este tratamiento, maña, lo he encontrado en una comedia atribuida a Tirso de Molina, aunque con recelos, por sus dos más modernos editores, Cotarelo y doña Blanca de los Ríos. Me refiero a La Joya de las Montañas. Doña Blanca arguye en pro de un ciclo aragonés dentro del teatro de Tirso con esta obra, en la que denuncia unos aragonesismos que no parecen tales, uno de ellos:

MOSQUETE
«Pues toma aqueste pellizco
por que no me digas, maña,
que jamás te he dado cosa».


dice el gracioso a Laura criada10. Y la editora toma maña por ara-gonesismo, que encajaría muy bien dentro de una comedia de tema y ambiente aragonés. Pero eso es lo que está por probar, que maña fuese entonces aragonesismo. Aunque no puedo detenerme a probarlo, y aquí es secundario, creo que esta comedia no es de Tirso y sí un plagio de otra del mismo título que corre atribuida a un Francisco López de Benavides, conservada en un manuscrito de la Biblioteca del Ayuntamiento de Madrid, el 39-13 de que Cotarelo se sirvió para completar el texto incompleto de la comedia atribuida al fraile según el ms. 15.125 de la Biblioteca Nacional11. En la pieza atribuida a López de Benavides hay más ambientación aragonesa, no con habla característica regional que yo no sé que alcanzara rango dramático en la «comedia», y también nos encontramos maña. Bodoque, gracioso, contesta a Lucinda, criada, que le reprocha comer carne en día de abstinencia:


«No, maña, que no la como»12.

Aunque no dispongo de más textos que los de estas dos comedias, me resisto a creer que el maña de ambas sea aragonesismo y me inclino a aceptar que se trata de una forma no regional o no empleada como tal por el autor dramático, sin entrar en discutir que además hubiera un uso regional de ese tratamiento. La ñ parece que se presta para la expresión afectiva y en los autores clásicos se encuentra un lenguaje de tipo aniñado o melindroso con abundancia de ese sonido palatal, introducido antietimológicamente. Y la confirmación de que dicho tratamiento está dentro de esta deformación expresionista del lenguaje la debo a mi amigo don Samuel Gili Gaya, quien me remite la siguiente papeleta:

«MAÑO, s. m. Hermano por síncopa, término usado entre monjas. En estilo humilde y de chanza dícese a cualquiera, como también Hermano en estilo humilde». (Bibl. Nacional, ms. 12.670). Y todavía repite algunas hojas más adelante:

«MANO, hermano: entre monjas principalmente».



El ms. de que el señor Gili Gaya me brinda este valiosísimo informe es el utilizado por él mismo en la redacción de su excelente Tesoro Lexicográfico, 1492-1726 (CSIC, Madrid, 1947) en curso de publicación, «el Diccionario español etimológico del aragonés José de Siesso y Bolea13, «que floreció por los años de 1720». El que un aragonés, que preparó la lista de aragonesismos para el Diccionario de Autoridades de la Academia y se interesó en su lengua regional como puede verse en el trabajo citado en la nota 5, no registre maño, a como aragonesismo y sí solo como perteneciente al lenguaje coloquial de monjas y estilo humilde, me afirman en mi opinión de que en las comedias citadas no hay regionalismo en el empleo de maña. Creo que hasta pleno siglo XIX no encontraremos regionalismos en la literatura y ni, por tanto, aragonesismos. (Las jergas o hablas de carácter que se encuentran en el teatro y la poesía de los siglos XVI y XVII reflejan arbitrariamente hasta cierto punto preculiaridades de raza en vizcaínos, portugueses, gitanos, negros, moriscos y pastores que se expresan en sayagués). Y una vez más se explica maño como reducción de hermano.

Si el lexicógrafo Siesso no registra el repetido tratamiento como peculiar de su tierra, Aragón, tampoco nos autoriza a asegurar que no fuese esa la fórmula corriente. Y aquí he de reconocer que me faltan numerosos eslabones para reconstruir hacia atrás la vida de maño en la literatura de tema regional y los textos de que dispongo son de costumbristas aragoneses de finales del siglo XIX.

Por lo que hace al uso y valor actuales, expondré los datos de que dispongo. Hay un uso extendido fuera de Aragón, que hace de maño equivalente a nativo de esa región, como llamamos ches a los valencianos, manitos a los mejicanos o noys a los catalanes por el tratamiento local más característico14: maños= aragoneses. Pero no es cierto que el tratamiento se emplee en toda la región aragonesa, pues parece por mis informantes que es desusado en la mayor parte de la provincia de Huesca, especialmente en el centro y Norte, como tampoco se oye en parte de la de Teruel. El empleo más habitual es en la provincia de Zaragoza y comarca del Bajo Aragón. Merece la pena notar que en algunas comarcas como las de Daroca, Valderrobres y Alcañiz, hasta Calanda15, maño, a solo se dice al hermano o hermana mayor. Y en Fraga, maño equivale a «guapo»16. En el resto de la región el tratamiento se emplea sin limitación, salvo que supone cierto grado de familiaridad y llaneza en el trato de quienes lo emplean.

Este uso regional parece independiente del que hemos documentado en escritores clásicos, tocado de melindre, mientras el aragonés comporta expresión afectiva. Ambos pertenecen a esferas idiomáticas distintas y no relacionadas, ya que la una es cortesana y madrileña, la otra popular. Dos evoluciones independientes abocan a un mismo resultado fonético, pero con distinta carga sentimental, de matiz al menos, ya que ambas coinciden vagamente en la nota expresiva de cariño.





 
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