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Sobre la crítica literaria

Ricardo Gullón





En su último número de 1950, The Kenyon Review publica un importante symposium sobre la crítica literaria al que contribuyen cuatro eminentes críticos de lengua inglesa: Herbert Read, Richard Chase, William Empson y Leslie Fiedler. En la imposibilidad de resumir las opiniones de todos ellos, nos limitaremos a transcribir palabras de Fiedler y de Chase, tan agudas como finas y expresivas. «En su designio -escribe Fiedler-, el buen crítico se dirige al lector común, no al iniciado, y aquella intención es declarada en su lenguaje. El hecho de que en nuestro tiempo existan pocos lectores comunes en el sentido Johnsoniano, es completamente irrelevante. El acto de fe fundamental que hace posible la crítica compele al crítico a hablar, bajo cualesquiera circunstancias, como si se dirigiera al hombre y no a los especialistas. La obligatoria inteligibilidad del crítico no se exige para facilitar la indolencia, el prejuicio o la ignorancia, sino para oponerse al impulso de hablarse a uno mismo o a capillas de razonables facsímiles de uno mismo. En tiempos de declinante sociabilidad y difuso fracaso de las relaciones basadas en el amor, es difícil ser un amateur; pero al menos uno recuerda que lo opuesto al amateur es el onanista, y aunque alguna voz defienda de vez en cuando la crítica. como referida a un propósito personal, muchos escritores están dispuestos a admitir, en teoría al menos, que el crítico debe ser, con amor y pasión, un mediador».

Richard Chase señala curiosamente ciertas implicaciones entre literatura y vida. «Melville y quizá muchos de los escritores de su tiempo, consideraban la literatura como un medio de conocimiento, de esclarecimiento de la verdad. Ya una vez emití la opinión de que si uno ha leído y entendido a Melville, no votará por Henry Wallace. Y aun creo que esto sea cierto, no porque Melville, milagrosamente previera a Wallace o porque Wallace y Melville tengan el mismo contenido ideológico, sino porque Melville presenta a su lector una visión de la vida tan complejamente verdadera, que a su luz las ideas de Henry Wallace aparecen desesperanzadamente infantiles y superficiales.» Dejarnos a Mr. Chase la responsabilidad de estas sugerencias sobre la fuerza iluminadora de la vida por la ficción, que de ser cierta conferiría al crítico capaz de suscitar en el choque la llama, un poder -y sin duda unos honores-, que por hoy está lejos de gozar.





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