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Sobre la enseñanza de la filosofía en las Universidades


Juan Valera





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Con el título de textos vivos, está publicando El Pensamiento Español una serie de artículos en contra de los más afamados catedráticos de la Universidad central. Dicho periódico trata de persuadir al pío y cándido lector de que los tales catedráticos son unos impíos, ateístas, panteístas o egoteístas, y de que el Gobierno hace muy mal en no quitarles las cátedras, aunque las hayan ganado por oposición y sean propiedad de ellos. Si a esto sólo se redujese el intento del periódico neocatólico, no saldríamos nosotros a la palestra, tomando parte en la discusión. Los señores catedráticos ofendidos contestarían, si juzgaban a El Pensamiento Español verdaderamente digno de entrar en una polémica filosófica, que lo dudamos, sin que por ello pensemos en ofender al mencionado periódico. Su índole y su condición de diario, escrito de priesa como todos, no son lo más a propósito para tocar, sino   -362-   muy de pasada, tan arduos y elevados asuntos. Por otra parte, un artículo sobre Dios, el origen de las ideas, lo infinito y lo finito, el pensamiento, el ser, y otras cosas por el estilo, se despegaría y hasta bramaría de coraje de verse junto a otro artículo sobre política, o sobre lo que por lo común se llama política en España.

Por desgracia, los artículos de El Pensamiento Español tienen no poca trascendencia política, y por ello nos creemos en la obligación de contestarles. Harto sabemos que el principal ataque de El Pensamiento va contra el ministerio, porque consiente, aplaude y premia en la universidad las mayores impiedades, y harto sabemos que el sincerarse de esta acusación ante el público, y el poner un correctivo a lo que dice El Pensamiento, es más inmediato deber de la prensa ministerial que de nosotros. Pero si la prensa ministerial no cumple con este deber defendiendo a la situación de su pretendida complicidad en la propaganda del ateísmo o del egoteísmo, nosotros, sin defender a los ministros, que ni siquiera de un modo indirecto y nada comprometido, se atreven a indicar, por medio de sus órganos en la prensa, o que están en favor de los profesores, o que creen en el mal que El Pensamiento señala y procuran ponerle remedio, vamos a defender nuestras ideas: la libertad filosófica, la libertad del pensamiento humano en las sublimes regiones de la ciencia, y vamos a demostrar que el estudio de la filosofía moderna no repugna a la religión católica, y que los señores catedráticos pueden admirar y   -363-   seguir hasta cierto punto las doctrinas de Krause, de Hegel y de Fichte, sin dejar de ser católicos muy probados y ejemplares.

No entraremos, porque ni nos sentimos capaces de ello ni este periódico es a propósito para semejante controversia, no entraremos a discutir con El Pensamiento Español sobre el ateísmo, egoteísmo o panteísmo, que a los filósofos alemanes arriba citados atribuye audazmente, sin haber examinado sus doctrinas con detención y tal vez sin haber leído sus obras. No queremos incurrir en la falta de respeto con que los místicos al uso tratan la ciencia más profunda y aniquilan de una plumada el inmenso trabajo y la colosal reputación de unos hombres eminentísimos que consagraron al estudio una larga, honrada, noble y virtuosa vida. No queremos tratar cavalièrement a Hegel, a Fichte y a Krause, y tacharlos, sin entenderlos y sin oírlos tal vez, de sandios, de presumidos, de pedantes, de inmorales y de irreligiosos. Para esto se necesita ser místico al uso y parodiar aquel verso de la Atalia:


Je creins Dieu, cher Abner, et n'ai point d'autre crainte.



Pero de algún modo hemos de empezar nuestro raciocinio, y así supondremos que Hegel, Fichte y Krause son impíos, no son cristianos buenos y ortodoxos. ¿Se deducirá de aquí que todo el que siga las doctrinas de estos filósofos sea impío como ellos? Nos parece que no. Platón, Aristóteles, Zenón, Crisipo, Porfirio y otros muchos, entre los griegos, eran impíos, o panteístas, o materialistas, y no por eso los padres y   -364-   doctores de la Iglesia han dejado de aceptar bastante de sus doctrinas, preciándose de platónicos, de estoicos o de peripatéticos. Es más; San Clemente de Alejandría ha llegado a decir que las doctrinas de los tales filósofos fueron para los gentiles una preparación evangélica, correspondiente a lo que fueron la ley y los profetas para los judíos. «Así como Dios, dice el santo, dio profetas a los judíos, queriendo que se salvasen, así dio a los griegos filosofía, la cual los encamina hacia Cristo, como a los judíos la ley».

Es claro que San Clemente, que define la filosofía como Cicerón, el conocimiento de las cosas todas por sus causas, en cuanto el hombre puede conseguirlo por medio de la luz natural, no ha de entender, al hablar con tanto encomio de la filosofía griega, que es un simple método dialéctico, una mera arte sofística. San Clemente y todos los buenos católicos han tenido siempre otra idea más alta de la filosofía y del poder de la razón humana. En ella han visto algo de revelación divina y de comunicación del espíritu con el Verbo, verificada naturalmente. «A nadie se oculta el Verbo, dice a este propósito el santo citado: el Verbo es una luz general que brilla sobre todos los hombres; el Verbo está difundido sobre todas las cosas».

Resulta de aquí que la fe y la razón, la religión y la filosofía, tienen idéntico origen y fundamento idéntico en Dios, siendo como dos revelaciones hermanas, que no pueden contradecirse y que de hecho no se contradicen. Nadie niega que, filosofando, valiéndonos del natural discurso, podemos caer en errores: también   -365-   partiendo de la doctrina religiosa podemos incurrir en falsas consecuencias; pero esto, así como no invalida la religión, tampoco invalida la buena y recta filosofía, de suyo excelente, y aportadora de algo divino a la naturaleza del hombre, puesto que el conocer es lo que más le hace semejante a Dios, de quien es la más acabada obra. Ni se diga que la filosofía fue buena y útil mientras no hubo la luz del Evangelio, pero que ya es inútil y hasta peligrosa, con aquella luz sobrenatural. La filosofía y la religión giran, permítasenos la comparación, como dos astros en distintas órbitas, aunque dentro del mismo sistema, e iluminados por el mismo sol eterno, si bien con diversa intensidad y de diverso modo, y ambas iluminan a la vez diversos espacios del infinito mundo del espíritu. Condenar a la filosofía, cegados de un intransigente fanatismo, sería lo propio que si anhelásemos, por amor de la dulce y amorosa luz de la luna, apagar de un soplo el alegre y radiante esplendor del lucero del alba.

Ni el catolicismo es una filosofía, ni la filosofía es, ni puede ser, jamás una religión. Hay dos grandes abismos en el alma del hombre que no se colman con una sola de estas cosas, sino con ambas. Absurdo, horrible es querer privar al hombre de religión; pero también es absurdo, aunque no tanto, porque no todos los hombres han nacido para la ciencia, ni la ciencia es el pan cotidiano de todo espíritu, el querer acabar con la filosofía. Y de hecho es querer acabar con la filosofía el condenarla toda, a no ver en ella una mera arte sofística para discurrir y sacar corolarios   -366-   sobre la doctrina cristiana. ¿Cuándo ha sido, cuándo se ha reducido a esto la filosofía? La filosofía, no sólo tiene otro modo de proceder muy independiente, sino que asimismo gran parte de los problemas, que pretende resolver o que resuelve, carecen de datos en las religiones positivas, por donde su resolución pueda lograrse, ni rastrearse siquiera. La creencia y la ciencia son dos cosas muy diferentes que responden a diversas facultades, potencias, virtudes o energías del alma humana, a saber; la fe y la razón, el pensamiento y el sentimiento, el alma discursiva y el alma afectiva. Unas veces concurren ambas cosas en un mismo objeto, aunque partiendo de diversos puntos y procediendo de distinto modo, y entonces mutuamente se corroboran. Otras veces, aunque no se contradicen, no es posible que coincidan y se den auxilio, porque aunque vayan al mismo término y al mismo objeto final, no tienen la misma forma, ni se encuentran en el mismo progreso de su marcha, ni se ven juntas en la contemplación y el estudio de los mismos objetos intermedios. La religión y la filosofía tienen el mismo fin, la unidad, lo absoluto, lo indivisible, lo eterno, Dios: pero la religión nos lleva a unirnos con él en alas de la fe y con los lazos del amor, y la filosofía propende a conocerle y a penetrar su oculta naturaleza, por medio del discurso que él mismo nos ha dado.

«Esta relación entre la religión y la filosofía, dice uno de los más brillantes discípulos de Hegel, hace que no pueda haber oposición absoluta entre ellas, porque negándose o excluyéndose la una a la otra, niegan el   -367-   mismo objeto y acaban por negarse a sí mismas. Así, pues, una filosofía que no viese en la religión sino una institución accidental y puramente humana, una obra del interés y de la astucia, se pondría en oposición con la historia y con el principio de la historia, es decir, con el espíritu humano, y por el espíritu humano, con el espíritu divino».

Hemos buscado expresamente esta declaración donde no hay términos filosóficos oscuros que pudieran recibir una interpretación torcida. En ella declara el más ferviente discípulo de Hegel, en un país de completa libertad, donde no hay necesidad ni interés en velar las impiedades, que es una filosofía contraria al espíritu humano y al espíritu divino, una filosofía falsa e indigna la que niega la religión. ¿Cómo concilia esto El Pensamiento Español con sus afirmaciones de que Hegel es un impío, un ateo, o por lo menos un panteísta? ¿Cómo ha de negar a Dios quien no niega la religión revelada?

Será una pretensión atrevida querer conocer a Dios por medio de la razón natural; pero esta pretensión no es pecaminosa. A Dios le conocemos por la fe, por la revelación; con Dios podemos unirnos por la caridad; pero ¿será impío, será digno de los anatemas de El Pensamiento el propender a conocer también a Dios por medio del discurso? ¿Ha sido acaso la filosofía alemanesca, como El Pensamiento la llama, la primera que ha concebido este deseo? ¿No le concibieron todos los filósofos, desde Pitágoras hasta ahora? ¿No han definido su ciencia, todos o al menos los verdaderos y   -368-   grandes, un apetito de conocimiento divino, un saber de las cosas divinas y humanas, un asemejarse a Dios en cuanto al hombre le es posible, y hasta un anhelo infinito de unirse con Dios?

El empeño que muestra El Pensamiento de explicar esta unión del espíritu divino y del espíritu humano, según la doctrina de los filósofos alemanes, como una negación de Dios y un endiosamiento del hombre, es un empeño malo, que sólo puede apoyarse en una interpretación vulgar y groserísima de los términos y razonamientos científicos. Censurar de egoteísta a Hegel porque afirme que cuando el entendimiento se pone en Dios y piensa en Dios, no se pone ni piensa en una sombra suya, sino en el mismo Dios, a quien se une, como si fuera una sola cosa con él, valdría tanto como censurar a los místicos cuando por medio de la fe y del amor se unen íntimamente con el objeto infinito que los inspira, y se aniquilan y como que se confunden con la divina esencia.

El odio de El Pensamiento Español a la filosofía alemana y a los profesores españoles que la han estudiado le ciega hasta el punto de ver impiedades y ofensas terribles a la religión aun en los principios más religiosos de la mencionada filosofía. La omnipresencia de Dios en el universo, de Dios que le llena y le penetra todo, le parece panteísmo; la aspiración al conocimiento de Dios por medio de la razón, que se uniría místicamente a su objeto, como se une el alma por la caridad, y que constituiría el verdadero gnóstico, le parece egoteísmo; y el deseo de conocer y de investigar los   -369-   modos del Ser Divino y su oculta naturaleza; término de la ciencia, por medio de la ciencia, le parece ateísmo.

El único medio de pasar por religioso para El Pensamiento Español es, por lo tanto, no pensar en nada, creer maquinalmente lo que nos enseñan; es no tener pensamientos sino sólo sentimientos e instintos religiosos. El Pensamiento Español, creyendo poner un sambenito y una coroza con llamas y diablos pintados a los señores catedráticos de la Universidad central, ha condenado al mismo castigo a todos los filósofos griegos cristianos, desde San Justino hasta San Juan de Damasco, y a todos los filósofos de la iglesia latina, desde San Anselmo hasta Mallebranche. En todos ellos hay algo que ha venido a desenvolverse y a metodizarse con el tiempo, en esa filosofía germánica, que él tanto condena, y que, a pesar de sus errores, porque la razón es falible y está sujeta al error, se halla animada del espíritu del cristianismo. Este, si bien no es una filosofía, vivifica la filosofía, como vivifica toda obra del espíritu; por donde la filosofía moderna no puede menos de formar parte de la filosofía cristiana y de llamarse filosofía cristiana, como cristiana es nuestra civilización y cristianas son nuestras costumbres, a pesar de las manchas y lunares propios de nuestra frágil condición y de nuestra original flaqueza. Que Hegel, que Fichte, que Krause hayan tenido discípulos impíos, esto nada prueba. Arrio fue discípulo de los Santos Padres y de los varones evangélicos, y Voltaire estudió en un colegio de jesuitas. No es esto decir que nosotros comparemos a Hegel, ni a Krause, ni a Fichte con los   -370-   jesuitas de ahora, ni que tampoco los absolvamos de todo pecado contra nuestra santa fe; esto es asegurar que en gran parte pueden ser seguidas sus doctrinas sin dejar por eso de ser buen católico quien las siguiere, y que muchos impíos como Bauer, Stirner, Strauss, Feuerbach y otros, no son impíos porque son discípulos de Hegel, sino porque son impíos.

Ya veremos otro día si El Pensamiento Español da algunas pruebas, más positivas que estas, de la impiedad de los catedráticos de la Universidad central, o si sólo quiere, con exclamaciones, suspiros, lamentos y otras melancolías, arrojar de sus cátedras a dignos e ilustrados profesores y hacer que suban a ellas algunos sacristanes ignorantes y enemigos de la libertad, del progreso y de toda idea propia del siglo presente.




II

Vamos hoy, a fin de evitar interpretaciones torcidas, a exponer ligeramente, y despojadas de todo aparato científico, algunas de nuestras ideas sobre la filosofía, y a contestar luego a la acusación de hegeliano que El Pensamiento Español dirige contra el Sr. Canalejas. Bueno es, con todo, decir que el Sr. Canalejas no es hegeliano, sino krausista, lo cual no importa lo mismo, como en su número del 11 supone El Pensamiento, sino que importa una notabilísima diferencia, como el propio Pensamiento reconoce en su número del 7, llamando a la doctrina de Krause panteísmo moderado y a la de Hegel panteísmo puro. Después demostraremos que ese panteísmo moderado no es más que panenteísmo,   -371-   esto es, la doctrina filosófica que afirma la existencia de Dios en todo lugar por penetración y no por identidad de sustancia. Así dejaremos probado que el señor Canalejas, y por consiguiente el Sr. Sanz de Río, llegan por el proceso científico de su discurso al mismo término de lo que sabemos y creemos por fe; al conocimiento de que Dios está en todas partes, llenándolo todo; de que en Dios nos movemos, vivimos y somos, como decía el Apóstol; de que, como decía San Agustín, yo no tendría ser si no estuviese en Dios, y ninguna cosa de las que son sería; si Dios en ella no fuese. «Son algo, añade el santo en otra parte, porque tú les das el ser que tienen, porque te tienen a ti; y no son nada, porque no son lo que tú eres».

Cualquiera de las anteriores frases, traducida al lenguaje moderno de la filosofía alemana, sería condenada como panteísta por los neocatólicos. Esto no es cavilación nuestra. Ya la experiencia ha venido en apoyo de lo que afirmamos, en un caso bastante parecido. El excelente y elocuentísimo Sr. Castelar, que, cualesquiera que sean sus opiniones políticas, no se ha de negar que es una persona sincera y fervientemente piadosa, fue tan perseguido y acosado por los neos como panteísta; que se llenó de escrúpulos y se ofuscó hasta el extremo de apartar el universo de Dios y de aislarle, no dejando presentes en él sino las leyes de la inteligencia divina. Los mismos neos, y si no los mismos neos, otros, se volvieron entonces contra el Sr. Castelar, culpando la alucinación en que le habían hecho caer, y declarándole ignorante del Catecismo, el cual   -372-   enseña que Dios está en todo lugar, por esencia, presencia y potencia.

Ya hemos dicho que es superior a nuestro saber y a nuestro ingenio e impropio además de un periódico diario el entrar en el estudio detenido de la filosofía alemana, para juzgarla y condenarla como panteísta; por lo cual hemos dado por supuesto que lo es. La tesis que sostenemos, y téngase esto bien en cuenta para que no haya confusiones, no es verdaderamente filosófica y científica, es práctica; la tesis que sostenemos es que los señores catedráticos de la Universidad central pueden seguir en gran parte esa filosofía alemana, sin ser impíos, sin ser antirreligiosos, como Feuerbach, Stirner y Bauer.

La filosofía es una aspiración a la ciencia única, un afán de explicarlo todo por medio de la razón, un propósito de anudar los conocimientos humanos a un principio fundamental e inconcuso, del cual no sea cuanto se sabe sino desenvolvimientos y deducciones. Que esta aspiración, que este afán, que este propósito sean posibles o no, es cuestión que no nos incumbe dilucidar aquí. Baste saber que son ingénitos y naturales, en el hombre. Naturalísimos son también los errores que de ellos nacen; pero cuando estos errores son involuntarios, cuando no pasan de la teórica, de la especulación a la vida, más bien merecen calificarse, por severo calificador que tengan, de inocentes, de inofensivos extravíos, que no de peligrosas aberraciones y de abominables pecados. Esto explica nuestra aparente contradicción o más bien la vaguedad en que hemos dejado   -373-   la impiedad o la piedad de los filósofos alemanes. Si nos atreviésemos a hablar verdaderamente de filosofía, si esta fuera ocasión y este lugar conveniente para filosofar, quizás hubiéramos dicho resueltamente que Hegel, Krause y Fichte, los tres filósofos que hemos citado, son, los dos primeros, panteístas más o menos exagerados, como Schelling, y el tercero, un término medio, o mejor diremos un término de transición entre el panteísmo de los ya mencionados filósofos y el idealismo de Kant, maestro de todos ellos y origen de la reciente y maravillosa agitación filosófica de Alemania.

El que escribe estos artículos, no solo no es filósofo, sino que no cree en la filosofía, como ciencia primordial, fundamental y única; cree en ella como un resultado inevitable de la actividad humana, como un producto del espíritu, como su encarnación en la historia y su aparición en cada siglo y en cada pueblo, según las diferentes fases y el desenvolvimiento y carácter que va tomando la civilización. Que sobre esto haya una filosofía perenne, como la llamaba Leibnitz, lo dudamos, o mejor dicho lo negamos, a no ser que se busque en la mente divina, donde permanece incomunicable y oculta. Pero si no, hay un sistema completo e intachable, si la ciencia primera, concebida en su total perfección, no existe, si en cada teoría hay muchos errores al lado de cada acierto y de cada verdad, y si, aún de estas verdades, muchas hay incompletas o confusas, todavía la filosofía es amable y es útil y es necesaria para el progreso y mejora del linaje humano,   -374-   cuyo saber, cuya moral, cuyas creaciones artísticas y cuyo modo de ser social y político, se fundan y se perfeccionan, al través de contradicciones y cambios, en esa aspiración de ciencia y en las incompletas verdades que en sí contiene. Esto quiere decir, en lenguaje más vulgar aún, que la razón es falible y débil, pero que, para las cosas que dependen de la razón y a las que hemos de llegar por medio del discurso, no hay otro medio de que valerse, si no es la razón, por débil y falible que sea.

Dos importantes consideraciones se originan de lo que acabamos de exponer. La primera, que la grande trascendencia de la filosofía sobre la vida práctica, sobre las creencias, las leyes y las instituciones, no es del modo vulgar y grosero que El Pensamiento fantasea y que le mueve a perturbar las conciencias de los padres de familia, excitándoles a que no envíen a la Universidad a sus hijos, a fin de que no se perviertan y se hagan súbditos del diablo. La segunda es que esta misma filosofía, contra la cual tanto se declama, así como fue antes de Cristo, a pesar de sus errores y extravíos, una preparación evangélica para recibirle; así es después de Cristo, aun en aquellos sistemas que más adversos parece que le son, un desarrollo científico de las mismas ideas cristianas, un fruto precioso del alma de la humanidad, fecundada por la grande esperanza y por el anhelo de perfección infinita que puso en ella el Evangelio.

Para entender mejor la primera consideración, conviene hacerse cargo de que el primer problema de la   -375-   filosofía es hallar la explicación del origen de las ideas, mostrar racionalmente, sin apelar a un milagro o sin limitarse a lo que nos dicta el sentido común, la relación que hay del sujeto al objeto; pasar del sujeto al objeto, cuando es idealista la anterior filosofía, o reivindicar el valor del sujeto, cuando la filosofa es sensualista. Estos problemas, que atraen de una manera irresistible la atención de los pensadores, no están resueltos en las Divinas Letras, ni era menester que Dios nos los declarase, dejándonos omniscios y ociosos, sin que el discurso que nos ha dado nos sirviese para nada, sino para cosas materiales y ruines. No se ha de extrañar, pues, que los hombres traten de resolver estos problemas, forjando teorías más o menos acertadas, y según las cuales son llamados o sensualistas, o panteístas, o idealistas, inclinándose sin remedio a uno de estos tres lados, a no ser que pretendan guardar un término medio y vengan a llamarse espiritualistas. Muy largo de explicar sería, pero es lo cierto que, en el momento de la historia de la filosofía en que vivimos, el espiritualismo y el eclecticismo o sincretismo filosófico casi vienen a confundirse. Los grandes filósofos son tachados de idealistas, de panteístas o de sensualistas, y se espera a alguno que eleve el espiritualismo a la altura a que el moderno movimiento filosófico ha elevado los otros sistemas. Entre tanto, los espiritualistas, o se hacen eclécticos, y van a espigar, por decirlo así, en el campo de sus enemigos, componiendo sus teorías con fragmentos de las otras, o tienen que retroceder a Descartes, Bossuet, Newton y Leibnitz, y suponer que   -376-   desde entonces no se ha adelantado nada lo cual es falso a todas luces. Para esto sería menester hacer caso omiso del escepticismo de Hume, de la crítica negativa de Kant, y de la maravillosa teoría de lo infinito del hebreo Spinoza. Todos estos son pasos que ha dado el espíritu humano, dejando profundísimas huellas que no pueden borrarse y abriendo nuevos caminos. Los espiritualistas no pueden, pues, quedarse atrás o venir por medio de sus contrarios hasta donde están sus contrarios: tienen que adelantarse con movimiento e impulso propios.

Mientras esto no se logre, no se ha de extrañar que Bonald (neocatólico) sea tachado de panteísta como Hegel, y que Donoso Cortés sea tachado de sensualista, como el barón d'Holbach o como Cabanis. Por la fe, por el sentimiento, hay, sin duda, un abismo entre estos hombres; por el pensamiento filosófico, se tocan. Ni vale decir que sentada una premisa las consecuencias son idénticas siempre, porque hay diversos modos de deducir consecuencias, y en las consecuencias prácticas no interviene sólo como instrumento la razón, sino también la fe, la imaginación y el afecto. Santo Tomás, doctor de la Iglesia, pasa por idealista como Fichte: Malebranche , piadosísimo y fervorosísimo cristiano, pasa por panteísta como Spinoza.

La segunda consideración ha menester también de comentario. La filosofía moderna es un desarrollo científico de las ideas cristianas, es filosofía cristiana hasta en sus errores, como son cristianas las herejías; pero de diferente modo y con muy otra independencia. A no   -377-   ser así, confundiríamos la teología dogmática con la filosofía. Ambas se valen de la razón como instrumento; pero la primera tiene por primeros principios los revelados sobrenaturalmente, y la segunda, los que son innatos en el alma, y los que vienen a ella natural e inmediatamente del mismo Dios: las formas del entendimiento y lo absoluto. Es, sin embargo, cristiana la filosofía, porque sigue la dirección, y se mueve con el impulso que imprimió el cristianismo a todos los seres humanos, animándolos con una esperanza infinita, y haciéndolos capaces de un progreso, más allá de cuyos últimos límites estará el cristianismo siempre, sin que nada se le adelante. Esto es lo que no quieren o no saben entender esos hombres de poca fe y de miras estrechas, a quienes llaman neocatólicos.

La utilidad de la filosofía independiente, de la obra de la razón aparte de la obra de la fe, es evidentísima. La fe da la intuición de ciertas ideas, pero no las determina científicamente. El hombre de fe, que no es filósofo o que vive en una época no filosófica, tiene que revestir de imágenes lo dictado por la fe, y tiene que acomodarlo al grosero sentir del vulgo para que el vulgo lo perciba.

La filosofía es la que educa al vulgo y le prepara para que comprenda de una manera digna ese dictado. En este concepto podemos decir, por ejemplo, que la filosofía ha agrandado la idea de Dios, ha hecho su conocimiento más cumplido. Desde el Dios que tiene que pintar Isaías para que le entienda el pueblo hebreo, pueblo bárbaro y sanguinario, que pedía al cielo en   -378-   sus oraciones que le diese poder estrellar contra las peñas a los hijos pequeñuelos de sus enemigos; desde el Dios que baja de la cumbre de Edom, caminando con majestad en la muchedumbre de su fuerza, y con las vestiduras teñidas de sangre, por haber pisoteado a los pueblos en su ira, como el pisador pisa las uvas en el lagar, hasta el Dios de Bossuet, de Newton o de Leibnitz, nos parece que media alguna distancia. La distancia, con todo, está en la imagen, en la forma, no en lo que ha ganado el objeto, sino en lo que ha ganado el sujeto que ha de comprenderle. Bossuet, Newton y Leibnitz, no han corregido el Dios de los hebreos, lo que han corregido es el espíritu humano para que mejor le comprenda. Por el mismo orden se puede discurrir sobre la malhadada expresión del Sr. Canalejas, que tantas exclamaciones patéticas ha inspirado a El Pensamiento.

Nuestro Señor Jesucristo no quiso hablar por parábolas ni explicar de un modo oscuro, sino de un modo terminante y claro, sus preceptos morales. Pero en los tratados de moral, en la deducción científica, racional y metódica de aquellos preceptos, cabe más o menos bondad, según el tiempo en que se escribe y la persona que escribe. Así, por ejemplo, puede uno creer y afirmar que El Destino del hombre y La Instrucción para la vida bienaventurada de Fichte, son tan morales, son tan sublimes y tan bellos, que corrigen los tratados del P. Sánchez sobre Matrimonio, Gritos del infierno, del P. Boneta, Estragos de la lujuria, del P. Arbiol, y Casos raros de vicios y virtudes de no recordamos   -379-   qué otro padre: hasta casi se puede aventurar la opinión de que dichas obras de Fichte valen más que el Lárraga.

Este artículo se va haciendo demasiado largo, y así desistimos por hoy de nuestro propósito, y dejamos para otro día el hablar de Hegel, a quien tan despiadadamente trata El Pensamiento Español, y el justificar al Sr. Canalejas de lo poquito que pueda tener de hegeliano, y hasta de su admiración por el inmenso talento de Hegel, pecado en que incurrimos también nosotros, creyéndole el más grande pensador (aunque se enfade El Pensamiento por jalousie du métier) que ha habido en el mundo desde Platón hasta ahora. Diremos, con todo, aquí, para tranquilizar algo la piedad alborotada de El Pensamiento, que, por confesión e interpretación de Saisset, uno de los mayores adversarios de Hegel en Francia, uno de los que más en sentido panteísta interpretan sus doctrinas, Hegel asegura que el cristianismo es la sola religión completa, la sola verdadera, la sola evidente por sí misma, y que los que llamamos misterios de la religión cristiana, son las leyes absolutas de las cosas, oscuras para los sentidos, absurdas y contradictorias para el entendimiento, claras y armoniosas para la razón. Ya ve El Pensamiento que el delito principal de Hegel no es negar el cristianismo; es querer explicarle: es el delito común a toda filosofía; es el afán ingénito de nuestra alma por alcanzar una razón superior que disipe todas las oscuridades, y que resuelva todas las dudas, y que concilie todas las contradicciones del entendimiento.



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III

Si algún valer tienen nuestros artículos, es la buena fe con que están escritos, buena fe que deseamos que reconozca e imite nuestro adversario El Pensamiento, quien no debe extrañar que en cierto modo tenga que salir incompleto nuestro propósito. El Pensamiento dice, que Hegel es impío, ateísta o egoteísta. ¿Cómo hemos de probar nosotros lo contrario, a no entrar en un profundísimo examen de la filosofía de Hegel, para lo cual sería menester, no ya escribir cuatro o cinco artículos, sino muchos volúmenes? Bastante más de 400 páginas emplea Willm en exponer y juzgar a su modo la filosofía de Hegel, y confiesa que es imperfectísimo su trabajo y que presenta innumerables oscuridades. Un volumen no pequeño ha escrito Vera a fin de dar una noticia somerísima y general de la filosofía de su maestro, y no se ha de confesar que lo consigue. ¿Cómo, pues, hemos de lograr nosotros, en dos o tres columnas de un periódico, no sólo exponer tan grande y enciclopédica filosofía, sino responder a todos los ataques y desvanecer todas las objeciones que se han presentado contra ella? Al reflexionar en esto, casi nos arrepentimos de haber emprendido esta tarea, de habernos empeñado en esta discusión, y de no haber imitado el discreto y sabio silencio de los señores catedráticos de la Universidad central. Menester es ser profanos, menester es no ser filósofos, como ya hemos confesado ingenua y modestamente que no lo somos, para responder a las provocaciones de El Pensamiento, y   -381-   entrar con él en una lucha, que es por sí sola una negación de toda filosofía, un aniquilamiento de la ciencia, una reducción de los conceptos más sublimes de la mente humana a la más deplorable y sandia vulgaridad.

Sin embargo, ya que hemos empezado la controversia, hemos de proseguirla, a pesar de todos nuestros escrúpulos, aunque para hacerla más fácil, nos limitemos a contestar a las no probadas acusaciones de El Pensamiento, sin penetrar en lo profundo de la doctrina de Hegel y sin guardar más orden que el que guarda dicho periódico, esto es, sin guardar orden alguno.

La primera acusación de El Pensamiento contra Hegel, es porque Hegel afirma que Dios está en lo que ha de ser, que Dios es lo que ha de venir, que Dios es in fieri. Mas claro: Dios no es hasta que por completo se conoce. Dios se conoce en la inteligencia o en la razón, y la razón, que está en el hombre, no ha llegado a conocer a Dios por completo. Lejos de encubrir con sutilezas el concepto de Hegel, le presentamos, a propósito, de la manera más descarnada y vulgar, a fin de que la blasfemia, real o aparente, se disimule menos. Veamos ahora si hay, en efecto, esa blasfemia. Desde luego tendrá que confesar El Pensamiento que si Hegel, al hablar aquí de Dios, habla de la idea de Dios, no blasfema, sino que expresa un concepto enteramente cristiano. Dios no es; Dios, en su plenitud, no está en el alma humana, sino como un llegar a ser, como una esperanza, como un deseo, que sólo realizarán o el amor o el conocimiento, o la religión,   -382-   o la filosofía, o por mejor decir, ambas cosas. Por esto exclamaba San Agustín: «Dadme gracia, Señor mío, para que yo sepa y entienda cuál de estas dos cosas es la primera: o invocaros o loaros; o si es primero el invocaros que el conoceros. Pero ¿cómo os invocará el que no os conoce?»

Hasta aquí, esto es, en el supuesto de que ese llegar a ser de Dios se entiende de su idea y no de Dios mismo, nos parece que no contradirá nuestra explicación El Pensamiento, ni la tendrá por heterodoxa. Salvo para algunos bienaventurados que por amor y conocimiento han poseído a Dios y se han unido a Dios en esta vida mortal, para todo el género humano, que es de lo que aquí se trata, Dios está en el llegar a ser, Gott ist in werden. Pero replicará El Pensamiento «Nosotros negamos el supuesto, porque si bien Hegel, al hablar de Dios, habla de la idea de Dios, Hegel confunde, identifica y unimisma lo real y lo ideal, por manera que esa idea de Dios y Dios son una sola cosa. Dios, por lo tanto, no tiene conciencia de sí hasta que el hombre llega a tenerla de Dios. La idea se desenvuelve en un perpetuo llegar a ser, y ese desenvolvimiento perpetuo, ese progreso infinito, ese movimiento sin reposo, es lo que Hegel llama Dios; lo cual es una espantosa blasfemia». Salvo que estas cosas no se deben entender de un modo grosero, ni se pueden expresar en términos vulgares, ni se comprenden aisladamente, y antes bien parecen, explicadas así, extravagancias o dislates ininteligibles, como lo parecería el cálculo integral a uno que no supiese ni geometría, ni   -383-   álgebra, creemos que es posible responder vulgarmente a las antedichas dificultades, y vamos a intentarlo. Reflexione El Pensamiento en que todo el proceso de la idea, en que todo ese desarrollo progresivo, en que todo ese adelanto de la indeterminación a la determinación, del Ser en abstracto, que se confunde con la Nada, al Ser que todo lo contiene en sí, y del pensamiento que se ignora al pensamiento que se repliega en sí y se conoce, todo se da o se pone o se construye dentro de la noción, o mejor diremos dentro de la categoría de tiempo, de duración, que es una forma de nuestro entendimiento limitado. Rompa, luego, con la imaginación ese límite, salve la barrera del tiempo, y ya no habrá para la Idea, ni pasado, ni futuro, sino que vivirá y será en una eternidad inmutable, en la plenitud de su esencia, y con todas las perfecciones y atributos que en sí contiene, los cuales no llegarán a ser, sino que serán en lo eterno y desde ab aeterno.

Después de que nuestro estimado colega haya concebido esa eternidad, vuelva a leer las palabras de Balmes, que cita en su artículo, y que son como siguen: «La Idea de Hegel es una especie de abismo sin fondo; el ser absoluto, encerrado en sí mismo en cuanto no contiene las esencias o los tipos ideales de todo, anteriormente a toda manifestación, forma el objeto de la lógica... A esta época de ensimismamiento sigue otra de manifestación en el espacio; he aquí la naturaleza, el mundo corpóreo. A esta sucede la concentración, una especie de reversión sobre sí mismo; entonces nace la conciencia; he aquí el espíritu.   -384-   Esta conciencia va perfeccionándose; llega al estado de libertad, se desenvuelve en el arte, en la historia, en la religión, y se manifiesta en la filosofía absoluta».

¿No conoce ya El Pensamiento que las objeciones que ha presentado, tienen más de burleta pedestre que de serias y de profundas objeciones? Pues qué, ¿hemos de concebir este desenvolvimiento de la Idea, dentro de un tiempo divisible y hasta cierto punto finito y hemos de decir: «Dios estaba ocioso y ensimismado hasta el año de tantos en que creó el mundo, etc., etc., etc.?» ¿No comprende El Pensamiento que esta burleta, si algún valer tuviese, lo mismo se volvería contra la filosofía de Hegel que contra las cosas más santas? ¿Qué hacía Dios, solo con su verbo, hace siete u ocho mil años, antes de que crease el mundo? ¿Dónde estaba su verbo? ¿Qué manifestación daba de su sabiduría y de su omnipotencia creadora? ¿Estaba Dios ensimismado y ocioso? ¿Era un abismo insondable, era el ser anterior a toda manifestación, o qué era? ¿No reflexiona El Pensamiento que esto es encerrar dentro del tiempo al Ser infinito, y querer explicarle después, sujetándole a las condiciones del tiempo, en el cual viven o se manifiestan los seres finitos? ¿Cuándo ha dicho Hegel, ni cuándo ha dicho nadie, que no pretenda travesear y divertir un poco a la gente devota, que Dios, según ciertos impíos, se está formando y va creciendo, y que en tal época era de este modo y ahora de estotro? El proceso de la Idea, el incesante movimiento progresivo de la historia, lo   -385-   real y lo ideal, que son una cosa misma en la filosofía hegeliana, no podemos menos de concebirlos nosotros, en nosotros, como una sucesión, como una duración, porque vivimos en el tiempo; pero en Dios mismo, ¿cómo han de entenderse por un arte tan rastrera?

Lo propio o algo semejante puede decirse de la inmanencia de las cosas en Dios. Dios está presente en todas las épocas, en todos los momentos, y nuestro colega divide a Dios en momentos, y le divide como si fuera divisible, a fin de burlarse de Hegel, que no le ha hecho daño ninguno. Lo mismo puede hacer con el espacio, materializando a Dios, y dividiéndole y localizándole en el espacio, a fin de presentarnos la filosofía de Hegel como un panteísmo absurdo.

El Pensamiento no quiere reconocer que causaría mucho daño a la religión, si la religión pudiera sentirse de sus ataques involuntarios, con esa manía que tiene de hacer creer que todos los nobles y grandes espíritus del siglo presente son enemigos de la religión. Por otra parte, ¿qué sano juicio puede haber en querer persuadirnos de que Hegel era un loco? ¿Y a propósito de qué acusa El Pensamiento de locura a Hegel? A propósito de que Hegel ha dicho que hay una razón superior al sentido común y aun al entendimiento vulgar y no filosófico. Parece imposible que la pasión ciegue hasta tal punto a El Pensamiento. Para responder a esta última diatriba, no es menester ni remotamente apelar a nada científico, ni a nada filosófico. El mismo sentido común se encarga de demostrar que hay algo por cima del sentido común. No tenemos   -386-   para qué engolfarnos en las distinciones y explicaciones de Hegel sobre la razón; el entendimiento y otras facultades del alma. En cualquiera cosa, hasta en la más trivial, se ve que el sentido común yerra, y que una razón superior le corrige. El sentido común nos ha dicho, por ejemplo, durante muchos siglos, que el sol giraba en torno de la tierra, y sólo hará doscientos o trescientos años que la razón superior nos descubrió, por medio de Copérnico y de Galileo, que era la tierra la que giraba.

Otra acusación contra Hegel y contra el Sr. Canalejas se funda en esta frase: «Hegel establece la identidad sobre lo contradictorio». Sólo a El Pensamiento y a los de su secta se les puede ocurrir, sin entrar en más examen ni aclaraciones, el afirmar que esta identidad, no de lo contradictorio, sino establecida sobre lo contradictorio, vale tanto como decir que lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo torpe y lo honesto, el ser y el no ser, la verdad y la mentira son una misma cosa. Esa no sería unidad o identidad sobre lo contradictorio, sino de lo contradictorio. Esa no sería una síntesis superior en que se resolvería la antítesis, sino la ridícula suposición de que dos tesis contrarias eran una misma tesis, aun en el momento de ponerse como contrarias, y sin atender a un principio más alto que viniese a conciliarlas y a comprenderlas. Por lo demás de esta identidad o unidad sobre todo, hasta sobre lo contradictorio, es Fr. Luis de León tan apasionado como Hegel. El Sr. Núñez de Arenas, citó, en su discurso inaugural, un párrafo en que terminantemente   -387-   se dice: «Consiste, pues, la perfección de las cosas en que cada uno de nosotros sea un mundo perfecto, para que por esta manera, estando todos en mí y yo en todos los otros, y teniendo yo su ser de todos ellos, y todos y cada uno de ellos teniendo el ser mío, se abrace y eslabone toda aquesta máquina del universo y se reduzca a unidad la muchedumbre de sus diferencias, y quedando no mezcladas, se mezclen, y permaneciendo muchas, no lo sean, y para que extendiéndose y desplegándose delante los ojos la variedad y la diversidad, venza y reine y ponga su silla la unidad sobre todo». ¿A ver si esto no es pedir también la identidad sobre lo contradictorio? ¿A ver si este anhelo, según el citado Fr. Luis, no es, si llega a cumplirse, la perfección de todas las cosas, que siendo una y conteniendo a las demás en sí se avecinan a Dios, que en sí lo contiene todo; esto es, que todo lo concilia, que todo lo identifica, y que está sobre todo, sin que haya nada para él contradictorio, porque lo contradictorio está por bajo de Dios, en nuestro entendimiento? Así es que nuestro entendimiento se avecina más al divino, conforme va resolviendo contradicciones y reduciéndolas a la unidad superior a que aspira.

Decididamente, si Fr. Luis de León hubiera vivido en nuestros días, El Pensamiento le hubiera condenado como impío, y hubiera clamado para que los padres no enviasen a los hijos a la universidad a oír sus explicaciones.

Excusado sería repetir en cualquiera otra ocasión, pero no lo es cuando se disputa con El Pensamiento,   -388-   que no exponemos aquí la doctrina de Hegel, ni la defendemos en todo y por todo de los ataques que contra ella se han dirigido, ni respondemos de las interpretaciones impías que, ora sus adversarios, ora sus más exagerados y vehementes discípulos, han podido darle. Nosotros no defendemos más que a un catedrático de la Universidad central, y con él a los demás catedráticos, por lo que aceptan o se puede suponer que aceptan, en vista de sus escritos, de la doctrina de Hegel; y a estos los defendemos sólo de las acusaciones de El Pensamiento Español. Entrar en otras cuestiones sería muy hondo para nosotros; estaría por cima de nuestro cortísimo saber, y no vendría a propósito en un periódico político.

Nosotros, al defender a los catedráticos, defendemos al gobierno, al consejo y a la dirección de Instrucción pública, al orden de cosas actual, en cuya virtud esos catedráticos enseñan. Y lo confesamos con lealtad a El Pensamiento: sus razones serían válidas, tendrían por lo menos bastante vigor, en nuestro sentir, si probasen que los tales catedráticos eran heterodoxos en sus escritos y no estaban conformes con la doctrina cristiana. Nosotros amamos y deseamos la libertad del pensamiento; queremos que todo ciudadano pueda emitir libremente sus ideas; pero en la Constitución presente del Estado, el Estado es católico, exclusivamente católico, y la educación que da ha de ser exclusivamente católica también. Y no se arguya que los catedráticos pueden escribir de un modo para el público y enseñar en el aula de otro modo. Esta defensa es   -389-   una ofensa; es dudar de la buena fe de los catedráticos, es declararlos hipócritas. Los catedráticos, si son dignos como no lo dudamos, no pueden fingir creencias oficiales que no tienen.

La cuestión, pues, esta en demostrar, como creemos haber demostrado; que esa heterodoxia de los catedráticos es una mala cavilación de El Pensamiento, el cual comprende de una manera estrechísima, así la religión de nuestros padres como las ideas modernas que no pueden menos de tener y en que no pueden menos de estar embebidos los hombres científicos de ahora. Por eso no acierta a concebir El Pensamiento que pueden muy bien conciliarse estas cosas, y que, aun suponiendo que Fichte y que Hegel y que Krause fuesen unos impíos; pueden ser krausistas, fichtianos o hegelianos los catedráticos de ahora, como los catedráticos de hace dos siglos eran estoicos, platónicos, o peripatéticos, sin que Crisipo, Platón y Aristóteles fuesen canonizados.

Hasta ese mismo endiosamiento del hombre, que tanto espanta a El Pensamiento Español, puede explicarse y se explica católicamente, y no dudamos de que así lo explicará todo catedrático de nuestras universidades e institutos, por hegeliano que sea. Esa fusión del objeto y del sujeto por medio del pensamiento, ese acuerdo entre la inteligencia y lo inteligible, que para ser inteligible ha de ser comprendido, tiene que ponerse en la misma inteligencia e identificarse con ella, ¿es un aserto tan peregrino, tan raro, que repugne y escandalice a los oídos piadosos, y que no se haya enseñado   -390-   jamás en escuelas cristianas? Reflexiónelo bien El Pensamiento Español. Lea a nuestros antiguos filósofos, lea a nuestros místicos, y ya verá cómo el conocimiento y el amor pueden unir e identificar a Dios con el alma, su hechura. Elevándonos a Dios por medio del estudio, que es una oración y un culto, podemos conocerle y unirnos con él en esta vida mortal. ¿Qué es la filosofía, como dice Platón, más que el apetito de la sabiduría divina? Pues ¿por qué este apetito, este amor no ha de verse jamás satisfecho y pagado? Razón tiene Fonseca en decir: «Mirad lo que ama cada uno, y el nombre de eso que ama, eso le podéis llamar». Y así dice San Agustín: «Si tierra amas, tierra eres; si cielo, cielo eres; si a Dios, oso decir que eres Dios». ¿Querrá también El Pensamiento Español calificar de egoteístas a San Agustín y a Fonseca?

Sentimos dilatarnos demasiado en estos artículos, que alguien calificará también de impertinentes e impropios de un diario, pero aún tenemos que decir algunas cosas, que procuraremos cifrar en otro breve artículo, con el cual pondremos fin a esta cansada serie.




IV

Nos lisonjeamos de haber probado que nuestros catedráticos, aunque conozcan y sigan en parte las doctrinas de los modernos filósofos alemanes, no incurren, por fortuna, en los errores antirreligiosos que indica El pensamiento Español. En nuestra católica España, nadie se atreve a sostener que el hombre es Dios, que   -391-   Dios es el diablo, que el bien es el mal y que el mal es el bien; y otros absurdos, que con tono declamatorio y apocalíptico supuso Donoso Cortés, que enseñan los modernos filósofos, y después suponen los discípulos de aquel poeta en prosa, para demostrar así la irresistible afinidad de la razón humana con lo absurdo y para entregarse a la más horrible misantropía. Los neos, con el pretexto de justificar a Dios y de ensalzar la Divina providencia, calumnian, sin mala intención quizás, a la humanidad toda; se parecen a los tres amigos del santo varón de Hus, que, olvidados de que la primera muestra que hay que dar de tener amor y temor de Dios es ser caritativos y buenos con el prójimo, atormentaban a Job y le acusaban de blasfemo y de impío, obligando a aquel modelo de paciencia a que exclamase: «¿Acaso tiene Dios necesidad de vuestra mentira, para que en favor de él habléis con dolo?» Los neos, creyendo tal vez que sirven a Dios, están, como Elifaz, Baldad y Sofar, prestando a Satanás un poderoso auxilio, y procurando que el género humano se aburra, se desespere y blasfeme. Razón tienen los neos en afirmar que no son neos, sino muy antiguos. Elifaz, Baldad y Sofar eran neos como los de ahora.

Entre tanto, los modernos filósofos, tan denigrados, pueden errar y yerran, porque aspiran, porque aman, porque buscan la verdad y a Dios en ella:

Es irrt der Mensch so lang' er strebt;



pero estos errores les serán perdonados por el mismo amor que en ellos les ha hecho incurrir; por esa aspiración   -392-   de lo infinito que les abrasa el alma y que la lleva a apagar su sed en el océano de lo infinito. La inteligencia podrá extraviarse, pero el corazón busca y halla su digno objeto y permanece unido a él; porque, como dice el místico alemán:


Wenn du ihm dein Herz gegeben,
So ist auch seines ewig dein.



Una calidad sobre todas hay que aplaudir en la filosofía alemana y en el gran movimiento científico y literario que ha nacido de ella; una cualidad que ejerce, o ha de ejercer, una influencia benéfica en la ciencia, en la literatura y hasta en las costumbres y en la política de los pueblos neolatinos; una calidad que resplandece en casi todos los grandes pensadores alemanes desde Leibnitz hasta acá, ora sean creyentes, ora panteístas, ora sean católicos, ora no católicos. Esta calidad es el optimismo. Cándido y el doctor Pangloss no han muerto. Ambos viven aún en Kant, soñando con la paz universal; en Schelling, en Hegel y en Fichte; en Krause tan honrado y tan amoroso; en Goethe que ni acierta a hacer ni quiere hacer del diablo sino un buen diablo, que no está del todo mal con Dios; en los místicos como Novalis; y hasta en los neocatólicos como Jacobi y los Schlegel, que distan mucho de ser maldicientes y aborrecedores del género humano, como nuestros neocatólicos.

Los atrevimientos de algunos filósofos alemanes, sus extravíos heterodoxos, todo nos parece que puede ser modificado y corregido al adoptar su filosofía un católico.   -393-   Mejor se puede conciliar con nuestras creencias a Hegel que a Aristóteles, a Fichte que a Zenón, a Krause que a Plotino o a Porfirio. Lo único de nuestras creencias que nos parece difícil de conciliar, y lo confesamos ingenuamente, es la eternidad de las penas. El sentimiento profundo y excesivamente optimista de la moderna filosofía alemana y el concepto de ese llegar a ser, de ese perfeccionamiento ilimitado, de esa unidad del bien a la cual van a reducirse todas las cosas, se oponen a ello. Pero conviene tener en cuenta que la razón no niega; lo que hace es declarar que no comprende esa tremenda justicia, que no acierta a ponerla en consonancia con la bondad suprema, que no concibe el mal sino como un accidente, como un fenómeno transitorio, efímero, y no como algo de constante, perenne, y en cierto modo coeterno con el bien. Este error generoso, y nos atrevemos a llamarle así, porque en él han incurrido algunos Santos Padres, es el único que podemos llamar irreductible, porque está como en la esencia de la moderna filosofía. Pero ¿no puede el hombre creer por fe algo que su razón se resista a aceptar natural y racionalmente?

No queremos penetrar más adentro en esta cuestión temerosa, y nos limitaremos a citar aquí algunas palabras de Ritter, exponiendo la doctrina de San Gregorio de Niza. La exposición no puede ser infiel: las palabras del santo están citadas por bajo, en el texto original griego: «Cuando San Gregorio de Niza celebra el perfeccionamiento de todas las cosas, presupone que, las cosas una vez perfectas, todo mal habrá desaparecido.   -394-   Entonces será la fusión de todas las criaturas en la perfecta hermosura del ser, y no habrá ninguna separación, ninguna contradicción, ningún desacuerdo: esta fusión constituirá la fin del mundo ordenada por Dios. Esto se entiende de todos los seres, y en particular de los seres racionales, en quienes reside la verdad del mundo. Todos, sin excepción, deberán estar reunidos en una fiesta: todas las potencias terrestres y celestiales doblarán allí la rodilla delante del Señor, y reconocerán que Cristo es la honra del Padre. La diferencia entre la vida de la virtud y la vida del vicio consiste en participar más tarde o más temprano a la felicidad esperada, a la cual es conducido cada uno, según la medida de sus actos, encaminándose, o por la recompensa, o por el castigo, al fin supremo de la vida. El diablo mismo no puede ser excluido de esta magnificencia final que debemos esperar todos. Aunque la redención deba cumplirse a pesar suyo, y, por decirlo así, con condición de vencerle, todavía la redención debe traerle al bien y al perfeccionamiento. La objeción que se eleva contra la doctrina no preocupa a San Gregorio, porque la justicia es una con la bondad; por que la virtud es una».

Como disputamos con El Pensamiento, no tememos hacernos cansados declarando que creemos firmemente en todo lo que enseña nuestra santa madre la Iglesia, y que no ponemos reparo ni dificultad a lo que positivamente ha sido definido por ella. Sólo hacemos notar que, dentro de la construcción meramente racional de la moderna filosofía, no cabe la idea del infierno, como   -395-   caben las del purgatorio y del paraíso; pero repetimos que no es menester que el natural discurso venga a corroborar todos los dogmas. Somos católicos antes de ser filósofos, y si la cuestión última de la Suma de Santo Tomás no nos convence, la fe nos vence y nos aparta, como sin duda se apartan los catedráticos de la Universidad, del error de Orígenes, que ha reprobado la Iglesia. ,

De otros errores, mil veces más trascendentales, a que la moderna filosofía alemana pudiera conducir a alguien, no tiene El Pensamiento el menor derecho de acusar a nuestros catedráticos. La libertad humana está salvada, aunque se afirme el proceso de la Idea. Tanto vale afirmar científicamente este proceso, como creer religiosamente en la presciencia y en la Providencia, con las cuales, o bajo de las cuales, y dentro de las cuales se mueve la voluntad libre de toda criatura.

En cuanto a la personalidad de Dios, a afirmar filosóficamente un Dios personal y no una entidad abstracta, debemos decir que toda la filosofa de Krause, tan difundida ya en España, no es más que un esfuerzo maravilloso de la razón para llegar a esa noción de Dios por medio de la filosofía racional, sin desesperar de ella y sin refugiarse en el sentimiento, reconociendo la incapacidad de la razón, como hizo primero Jacobi, y ahora siguen haciendo los neocatólicos. La filosofía moderna ha tomado un carácter profundamente religioso, y el mayor afán de los más sublimes pensadores de Alemania y de Francia es limpiarla de la mancha de panteísmo, sin caer por eso en el deísmo sin alma de   -396-   los filósofos del siglo pasado, que apartan a Dios del hombre, y que fingen que Dios

Arrojó el universo en el vacío,
leyes le dio, y abandonó su hechura.



Renan, Julio Simon y Saisset propenden, al contrario, a llegar, por medio de la ciencia humana, a un concepto de Dios en todo conforme a lo que por fe creemos; y algo semejante, aunque tal vez con mayor profundidad y rigorismo científico, hacen en Bélgica y España los discípulos de Krause. En España, esta sana, religiosa y moral filosofía se ha difundido y florece, merced a los esfuerzos de una persona respetable y generalmente estimada, del Sr. D. Julián Sanz del Río, a quien no conocemos personalmente, y cuyo estilo, poco castizo, y harto erizado de fórmulas, hemos censurado en no pocas ocasiones; pero cuya honradez, verdadera y profunda piedad, respeto a las leyes e instituciones de su patria, y entrañable amor a la virtud, a la ciencia, y a todo lo bueno y lo verdadero, nos complacemos en proclamar aquí altamente, declarando que no puede estar en mejores manos la férula de preceptor de nuestra juventud.

No negamos que la filosofía, aun dando por cierto que existe una o que puede existir una que sea perenne y universal, según Leibnitz la deseaba, puede y debe variar en sus accidentes y forma, porque toda nación grande debe tener su filosofía propia, como tiene su civilización, como tiene sus leyes, y como tiene su literatura. En este sentido, no podemos aprobar por   -397-   completo la obra del Sr. Sanz del Río; pero tampoco podemos desaprobarla. Toda manifestación del espíritu nacional está como subordinada a la del espíritu humano, y comprendida en ella, mirando a lo porvenir, y contando ya con todo el anterior desenvolvimiento. Por esto, no se concibe una filosofía, digna de tal nombre, y propia nuestra, sin el previo saber de la historia de la filosofía y sin haber pasado antes por la iniciación y adopción de doctrinas extrañas, nacidas en otras regiones, donde el pensamiento ha mostrado, en estos últimos siglos, mucha mayor actividad que entre nosotros. Los que se oponen a la introducción de estas novedades deliran, y deliran de un modo peligrosísimo si se oponen en nombre de la fe. En balde clamaban el P. Valcárcel y otros buenos católicos del siglo pasado contra Descartes, Locke y Condillac. Cartesianos católicos hemos tenido después, como Balmes, y sensualistas católicos, como muchos que sería largo referir. En balde claman ahora los neocatólicos contra Krause: su doctrina, propagada por el Sr. Sanz del Río, cuenta ya discípulos, como los Sres. Canalejas, Castro y Fernández y González; y no solo se enseña en esta Universidad central, sino también en Granada, en Sevilla, y en otras Universidades y en otros institutos de España.

Supongamos, por un instante, que esto es un mal. ¿Qué remedio halla El Pensamiento para sanarle? ¿Quiere que volquemos en el polvo las cátedras de los sofistas, como diría Donoso? ¿Quiere que se marque arbitrariamente una época de la historia en que las naciones cristianas empezaron a corromperse, la época de la reforma o la del renacimiento, y que se borre de la mente de los españoles todo lo que después se ha pensado y se ha progresado? Díganos de una vez clara y terminantemente lo que quiere, porque no le comprendemos. Si quiere que volvamos al estudio de nuestros antiguos autores para que seamos ortodoxos y castizos, mejor hacen esto los krausistas que los neocatólicos, los cuales reciben su ciencia de Bonald, de De Maistre, del abate Gaume, y de otros autores franceses. Ya ha visto El Pensamiento cómo el Sr. Núñez Arenas le citaba a Fr. Luis de León: sepa también que el Sr. Canalejas está haciendo un estudio serio y detenido de Lulio, que publicará dentro de poco; y sepa, por último, que nosotros todos, los que no blasfemamos del hombre para hacer creer que somos muy religiosos, no dejamos de ser españoles y católicos porque aceptemos ideas o sistemas nacidos fuera de España. Nosotros también tenemos un pensamiento español, pero no divorciado del pensamiento común a la humanidad toda, ni en guerra abierta con las instituciones, con el modo de ser y con el modo de pensar y de sentir del siglo presente. Si así fuéramos, seríamos mucho más consecuentes que nuestro estimado colega, y en vez de predicar en desierto y de querer ajustar a nuestro gusto este mundo pícaro, le abandonaríamos y desahuciaríamos como cosa perdida y sin remedio, y nos retiraríamos a alguna gruta o caverna muy recóndita a hacer vida eremítica, contemplativa y solitaria.

Nosotros aplaudimos en El Pensamiento el celo que   -399-   muestra por la religión, pero quisiéramos que ese celo no fuese desordenado. Ponga orden El Pensamiento en su amor a las cosas santas, y verá cómo se encuentra más a gusto, no tiene que retirarse al desierto, y se siente menos irritado y mal avenido con la civilización actual. San Agustín lo ha dicho: la verdadera virtud consiste en poner orden en el amor; con que así, ponga orden El Pensamiento en el suyo, dele su parte al prójimo, y no fatigue al género humano con sus declamaciones y jeremiadas. Conviértase de nuevo El Pensamiento al liberalismo, persuádase de que la filosofía y la religión no son enemigas irreconciliables, y deje que España progrese y produzca grandes pensadores como otros pueblos, y ya verá cómo se alivia de ese malestar que le aqueja, y casi llega a persuadirse de que es más cristiano, más español y más pensamiento, que en el día.










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