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Sobre la formación del artículo de costumbres: Mariano de Rementería y Fica, redactor del «Correo literario y mercantil»

José Escobar Arronis


University of Toronto

En los trabajos dedicados a estudiar la formación del género costumbrista en la literatura española del siglo XIX se viene repitiendo, como verdad comprobada, un error que conviene desechar de una vez para siempre. Nos referimos a la atribución de una serie de artículos, aparecidos el año 1828 en el Correo literario y mercantil1, a un oscuro periodista de la época, Mariano de Rementería y Fica. La atribución, como vamos a demostrar, ateniéndonos a las fuentes, es completamente apócrifa.

Sin embargo, no hay que eliminar a Rementería de entre los escritores más o menos conocidos que con sus colaboraciones en los periódicos contribuyeron a adaptar el artículo de costumbres a las circunstancias españolas. Entre lo mucho que este periodista realmente escribió para el Correo se hallan algunas muestras de la literatura costumbrista que se confeccionaba en España durante los meses inmediatamente anteriores a la aparición de los artículos de Estébanez Calderón y Mesonero Romanos en las Cartas Españolas.






ArribaAbajo Artículos de costumbres en el Correo

Indiquemos primero de qué artículos se trata. El 14 de julio de 1828 el impresor Pedro Jiménez de Haro, usando un privilegio de exclusiva adquirido por subasta, lanza el primer número del Correo literario y mercantil, único periódico de información general permitido por el Gobierno en plena «ominosa década»2. De la dirección se encargó en un principio José María de Carnerero3. A partir del número 3 (18 de julio) se ofrecía a los lectores una sección titulada MISCELÁNEAS CRÍTICAS, en la que, según se advierte en una nota de la redacción, «se insertarán los (artículos) de crítica general y de costumbres y vicios que merezcan ser atacados con las armas del ridículo»4. La mayoría no llevan firma5. Dentro de esta sección, algunos artículos forman una serie con el título significativo de «Costumbres de Madrid». El primero (núm. 12, 8 de agosto) constituye un verdadero programa de la literatura costumbrista, seguido de una «Fisonomía de esta villa» que no cumple ni mucho menos las esperanzas suscitadas por el programa6. Los siguientes artículos de la serie se publican con el seudónimo de El Observador, muy propio del género.

El Observador hace su presentación en el número 22 (1 de septiembre). Indica la intención de publicar regularmente un artículo cada semana, pero, al parecer, le faltaron las fuerzas para ello. Los artículos de El Observador son escasos. El más interesante es «Una casa en el barrio de las Platerías» (núm. 48, 31 de octubre)7. El último que hemos hallado con este seudónimo aparece en el número 76 (5 de enero de 1829). Se titula «Inconvenientes diversos que ofrece la sociedad» y no forma parte de la serie «Costumbres de Madrid».

Durante el año 1829 los artículos de costumbres se hacen cada vez menos frecuentes en el Correo. Llega incluso a desaparecer la sección de Misceláneas críticas. Pero en los números del año siguiente se pueden encontrar ejemplos -algunos en la sección ahora titulada Variedades- que caen dentro del género cultivado por El Observador8. Luego aparecen algunos artículos firmados con la inicial R. de Rementería9.

Si no fuera por el interés histórico que realmente tienen estos artículos para la formación del género costumbrista, no valdría la pena que nos detuviéramos en ellos. Pero, por escaso que sea su valor literario, no podemos ignorar el hecho de que en vísperas de la floración del costumbrismo por obra de Estébanez Calderón, Mesonero Romanos y Larra, el Correo, para publicar artículos sobre «costumbres de Madrid», se dedique a explotar sistemáticamente los mismos modelos franceses -Mercier y Jouy- que inmediatamente después han de servir de orientación a los maestros españoles del género. Téngase en cuenta, además, que estos artículos forman parte del plan de un periódico cuyo director, José María de Carnerero, es el mismo que va a establecer la redacción de Cartas Españolas, entre cuyas colaboraciones se hallan los primeros artículos de las Escenas andaluzas y del Panorama matritense. De todo esto trataremos detenidamente en otra ocasión. Ahora sólo intentamos referirnos al problema del autor de los artículos publicados en 1828 e indicar el lugar que, como costumbrista, ocupa Rementería y Fica en el Correo.




ArribaAbajo La atribución a Rementería

La atribución a Rementería de los artículos de costumbres aparecidos en el Correo en 1828 se mantiene hasta ahora por la autoridad de los más calificados historiadores del costumbrismo español. Montgomery, Correa Calderón y Da Cal identifican con él al escritor costumbrista que firma con el seudónimo del Observador. «The editors of this paper (el Correo) -dice Montgomery10- were Manuel Bretón de los Herreros, José María Carnerero, Juan López Peñalver and Mariano de Rementería y Fica. The last named, under the pseudonym 'El Observador' edited a section heades Misceláneas críticas, Costumbres de Madrid». Luego se refiere al artículo introductorio de la serie «Costumbres de Madrid», al titulado «Sobre la voz lechuguino y sus consecuencias», sin firma y fuera de la serie citada, como ya hemos advertido11; y, finalmente, al artículo del Observador «Una casa en el barrio de las Platerías», antes citado.

Ni Montgomery ni Correa Calderón distinguen entre la sección Misceláneas críticas y los artículos de «Costumbres de Madrid» que a veces aparecen en ella. «Suele aparecer tal sección -dice Correa12- con el seudónimo de El Observador, que Le Gentil cree ser el usado por don Mariano de Rementería y Fica».

Comenta luego los dos últimos artículos referidos por Montgomery. En «Una casa en el barrio de las Platerías» ve encaminado el costumbrismo que va desarrollándose en España en los años siguientes: El artículo es «un abigarrado desfile de vecinos de una casa madrileña, que pudiera considerarse germen de las escenas que más tarde pintará Mesonero Romanos y de los grandes cuadros ciudadanos de Galdós, tan enamorado de este barrio». En el cuerpo de la antología, Correa reproduce los dos artículos, precedidos destacadamente por el nombre de Rementería con el seudónimo entre paréntesis.

Finalmente, Margarita Ucelay Da Cal, en su excelente estudio, repite la misma atribución: «en 1828 Mariano de Rementería y Fica publica en el Correo literario y mercantil artículos bajo la rúbrica 'Costumbres de Madrid' con el seudónimo El Observador»13.

Lo curioso es que los tres autores se refieren a una misma fuente para apoyar su información: el estudio de G. Le Gentil, antes citado, sobre las revistas literarias españolas de la primera mitad del siglo XIX, páginas 17-18 o bien 17 y siguientes. Pero si acudimos a comprobar la referencia, veremos que Le Gentil no confunde a Rementería con El Observador. Lo que dice sobre el primero en la página 18 es lo siguiente: «Les articles signés R. ne témoignent ni d'un vrai talent, ni d'une réelle independence. Écrivain superficiel, polygraphe sans culture solide, Rementería publie 'de omni re scibili' des comtes rendus négligeables. Assez bien informé des choses de France, d'Italie et d'Anglaterre, il résume les romans qui paraissent, insère des contes, des poésies, des Chroniques marquant la transition entre l'Hermite dé la Chausêe d'Antin et les premiers essais du Curieux parlant». En cuanto a su referencia al Observador, leemos en la página 25 del mismo estudio: «Sous la rubrique Misceláneas críticas, le Correo publie des articles sur COSTUMBRES DE MADRID (no tenemos por despreciable un trabajo que han creído digno de su pluma los Mercier y los Jouy, 12). Le précuser du Solitaire et du Curieux parlant signe El Observador (24, définition du mot lechuguino; 48, una casa en el barrio de las Platerías)». Lo único que se deduce de los dos pasajes separados por varias páginas es que Le Gentil considera tanto a Rementería, que firma sus artículos con la inicial R., como al redactor que lo hace con el seudónimo de El Observador, precursores en el Correo de los costumbristas de las Cartas Españolas.

De ningún modo podía ser Rementería el autor de los artículos a que se refieren Montgomery, Correa Calderón y Da Cal. Hemos dicho que el último artículo con la firma de El Observador aparece a primeros de enero de 1829, y por entonces la única relación de Rementería con el periódico había consistido en enviar a la redacción unos poemas bucólicos que el director, Carnerero, decidió sepultar en su cartera. Mariano de Rementería y Fica fue, efectivamente, redactor del Correo e incluso llegó a ocupar un puesto muy importante en el periódico. Pero esto fue algún tiempo después.




ArribaAbajo Biografía de Mariano de Rementería y Fica

Conocemos la vida de este periodista por un artículo necrológico publicado por su amigo y colaborador Antonio de Iza Zamacola en la Revista de Teatros14. Nació en Madrid el 7 de abril de 1786. Al nacer quedó huérfano de madre. A los tres años, su padre, que había vuelto a casarse, lo manda a Bilbao con unos familiares. Allí aprende las primeras letras con un maestro particular. Sus primeras lecturas fueron el Quijote y el Telémaco. Cursó latinidad: Ovidio, Horacio, Virgilio. Afición temprana a la poesía. Estudia filosofía en el convento de Franciscanos de Bilbao. Destinado a la carrera eclesiástica, se trasladó a la Universidad de Oñate en 1803. De allí pasó a la de Valladolid.

La invasión francesa le obligó a regresar a Bilbao y a tomar las armas contra los invasores. Tuvo que hacer un viaje a la Rioja después de la guerra, lo que le dio ocasión para escribir su primer libro (Mi viaje a Rioja) y conocer a una muchacha de la región con la que se casaría luego.

El Gobierno constitucional de 1814 lo nombra secretario del Ayuntamiento de Bilbao. Preso por los absolutistas y puesto en libertad bajo fianza, se traslada a Madrid. En el trienio liberal se le confirió un puesto en la aduana de Irún. Ante la amenaza de los Cien mil hijos de San Luis, regresa a Madrid. Pero los franceses llegan antes. «El ejército que se nombraba aliado se encontraba ya en la capital -refiere el biógrafo-, y como Rementería tuvo hospedado por una temporada en la casa de la red de San Luis al desgraciado general don Rafael de Riego, sufrió mil insultos del populacho tan fecundo en todas las revoluciones».

Para buscar el sustento se dedicó a traducir a destajo. Pero las traducciones no le daban para vivir. Llegó a tanta miseria que se vio en la necesidad de mendigar... «pero dándose por satisfecho al adquirir el pan para sus hijos, volvía a su casa a ocuparse en escribir el Mahamut Osmin o arte de darse la buena vida, naciendo sin duda las bellas ideas de que abunda en el deseo que tenía de mejorar la suya». El empleo de corrector de pruebas que le proporcionó «el caritativo impresor» Eusebio Aguado fue su tabla de salvación.

Tan desesperado estaba que se dedicó a hacer oposiciones, «cuando una crítica ligera fulminada por don José María Carnerero, redactor principal del Correo literario, llamando obra importante a un Arte de cocina que Rementería tradujo, le hizo conocerse, porque la contestación de éste se redujo a citarle sus demás producciones, que Carnerero no había visto, pero que le gustaron en tanto grado que le propuso para su colaborador en el periódico que dirigía con 12 reales diarios, cuya suma aumentó después hasta 8.800 anuales el editor don Pedro Jiménez de Haro, quien le dio el reemplazo de Carnerero».

Con el fin del periódico en 1833 volvió la desgracia. Colaboró luego en varios periódicos de Madrid hasta que el Gobierno lo colocó en la Gaceta. Por último fue catedrático de la Escuela Normal. El 5 de diciembre de 1841, en la esquina de las calles de la Cruz y de Espoz y Mina «quedó muerto repentinamente de una apoplejía sanguínea fulminante».




ArribaAbajo Rementería, redactor de El Correo

De los datos biográficos que hemos extractado del artículo citado, los que más nos interesan aquí son los relacionados con Carnerero y la entrada de Rementería en la redacción del Correo. Iza Zamacola no especifica la fecha de las circunstancias que refiere, pero repasando los viejos ejemplares del periódico hemos podido confirmar los hechos y precisar la cronología.

Carnerero había dado noticia de dos traducciones de Rementería, el Manual del cocinero y El hombre fino al gusto del día. La insistencia en esta clase de obras frívolas por parte del crítico es lo que saca de sus casillas al traductor de obras de tanta envergadura como un Dictionnaire de la religión y al poeta de la Heroida de Blanca al Rey D. Pedro, sin duda inspirada nada menos que en Ovidio. La segunda recensión de Carnerero aparece en el número 171 del Correo correspondiente al 14 de agosto de 182915. A los pocos días, en el número 173 del 19 del mismo mes; aparece la despechada reacción de Rementería en forma de carta al director:

Sr. D. José María de Carnerero.

Mi discreto analizador: en el número 171 de su variado Correo me he visto honrado como no lo merezco, y el dictado de amable con que me regala me obliga a no desmerecerle en cuanto salga de mi mal cortada pluma. Por lo mismo me ciño a quejarme lo más dulcemente que puedo, no de vmd., sino de mi mala suerte, que hacen caigan bajo su análisis entre mis obras esencialísimas y profundas que vmd. cita, y le oculta y esconde otras más superficiales con que mi incansabilidad ha abrumado al paciente público. Le presenta las que he tenido que hacer cuesta arriba o por encargo, y le escamotea las que he compuesto cuesta abajo o por elección. Preciso es que ambos deshagamos este encanto; vmd. como analizador de ajenas producciones, que señala las útiles o frívolas; yo como traductor y autor que debo manifestarme cual soy para que no se imaginen las gentes que dedicado a profundísimas tareas literarias, como las que vmd. me analiza, no sé replicar las postizas cuando tocan a ello. Para el efecto propongo a vmd. analice cuando le parezca todas las traducciones en verso del latín, francés e italiano que contienen los 24 tomos de la Biblioteca de la religión, las Cartas sobre la Italia, el Mérito de las mujeres, las Lecciones de literatura sagrada, el Arte de hacerse querer de su marido, la Gramática italiana, el Veterano, etc., y de los originales el Poema descriptivo del Retiro, la Noche de luna, la Epístola a Fabio, el Téllez, la Heroida de Blanca al Rey D. Pedro, etc., advirtiendo que estos están en verso, y en cuyo análisis puede vmd. lucirlo como inteligente; y en fin, la Visita de los campos santos y el Mahamutosmin, que al presente hace sudar una de las prensas de D. Eusebio Aguado. No es poca tarea la que propongo a vmd.; pero me consuela el pensar que le doy por el gusto.

. . .

Aún me queda que decir, mi apreciable analizador, respecto de mi contraria suerte que hizo que se traspapelasen a vmd. dos composiciones poéticas entregadas a los quince días de la publicación de su entretenido periódico, con la piadosa mira de contribuir en cuanto podía mi inutilidad a su próspera marcha. Es el caso que transformado en pastor cuando los componía, me eché por esos trigos de Dios hecho poeta bucólico (no me analice vmd. este adjetivo), y se los remití a vmd. creyéndome un nuevo Salicio; pero quedé en Nemoroso, oculto en el intrincado bosque de su cartera. Ahora viene al pelo me saque a relucir y para ahorrarle el trabajo de repasarla se las incluye su muy afecto servidor

Mariano de Rementería y Fica.



A la carta de Rementería sigue una «nota de la redacción» en laque Carnerero explica que «el Correo no puede hablar de cuantos libros corren impresos. Habla con preferencia y por obligación de publicaciones nuevas, y siendo esto así, mal puede ocuparse de los que hace ya mucho tiempo que vieron la luz pública...». «En cuanto a los versos del Sr. Rementería -concluye la nota-, si están sepultados en el intrincado bosque de mi cartera, corren parejas con otros muchísimos que se hallan en igual caso. Si el Correo fuese una sábana o un periódico chino, lugar habría para todo; pero como no es así, forzoso es que todos nos conformemos con sus reducidas dimensiones. El artículo de Poesía sin embargo lo lucirá otro día el nuevo Nemoroso».

A raíz de este incidente, Rementería entró a formar parte de la redacción del Correo, cuyas páginas, hasta entonces, no habían acogido ni siquiera los versos bucólicos que había enviado espontáneamente. Según sabemos por lo que su biógrafo nos cuenta, el editor Jiménez de Haro le encargó que reemplazara después a Carnerero en la dirección del periódico. La firma de Carnerero sigue apareciendo en el Correo hasta que sale su propia revista, Cartas Españolas, el 26 de marzo de 183116. Pero antes de que el primer director abandonara el Correo, Rementería ocupaba un lugar muy prominente en la redacción, ya a mediados de 1830. Por entonces decidía sobre la suerte de los versos que otros poetas enviaban, de la misma manera como había hecho antes Carnerero con los suyos. En una carta de Bretón de los Herreros a Juan Pezuela, con fecha del 17 de junio de 1830, publicada por Mariano Roca de Togores, leemos lo siguiente: «Te incluyo dos números del Correo en que se han insertado el artículo y los versos queme enviaste, sintiendo en el alma que el cernícalo de Rementería, a pretexto de tener pendientes materiales de más urgencia, se haya dejado en la cartera uno de tus sonetos. ¿Cómo ha de ser?, ya sabes que yo no mando soberano en la redacción»17. Es decir, que no muchos meses después de haber entrado «el cernícalo de Rementería» en la redacción del periódico, la cartera de originales ya había pasado de las manos de Carnerero a las suyas. De «las infinitas composiciones en prosa y en verso» que Rementería, según su biógrafo, insertaba en el Correo habría que destacar alguna de las primeras para comprobar el puesto que le señala Le Gentil «marquant la transition entre l'Hermite de la Chausée d'Antin et les premiers essais du Curieux parlant», según el texto que hemos citado antes. Quizá los artículos «Mosaico madrileño. La proximidad de Navidad» (núm. 380, 15 de diciembre de 1830) y «El carnaval» (núm. 406, 14 de febrero de 1831), publicados con la inicial R., podrían encontrar cabida en la antología de Correa Calderón, ocupando su autor el lugar que verdaderamente le corresponde en ella en vez del que ocupa ahora y que los críticos de nuestros días le han hecho usurpar.

Al bullicio del carnaval en París habían dedicado artículos Mercier y Jouy18. Luego, el carnaval madrileño constituirá el asunto de algunos artículos de Larra. «El Carnaval» de Rementería nos ofrece, salvando todas las distancias, un antecedente del tema «El mundo todo es máscaras. Todo el año es carnaval» desarrollado por el Pobrecito Hablador19. Por otro lado, en el mismo Correo ya se había publicado un artículo comunicado por M(anuel) B(retón) d(e) l(o s) H(erreros) sobre la idea de que «todo es farsa en este mundo»20.

Rementería no cree que haya que esperar el carnaval para ver a la gente disfrazada: «Pero ¿es acaso necesaria una máscara para que se oculte el hombre? No, por desgracia; pues todos somos máscaras vivas y disfraces permanentes». Tras las reflexiones introductorias, según la estructura característica del artículo de costumbres, se nos ofrece una galería caricaturesca de tipos contemporáneos en que se ridiculizan vicios y defectos de la sociedad del día, en este caso el vicio común de la hipocresía. Como otros artículos del género, termina sentenciosamente: «concluimos diciendo que si bien lo observamos la sociedad es un continuo carnaval»21.






ArribaAbajo Conclusión

Hemos fijado los límites cronológicos en que se desarrolla la labor de Mariano de Rementería y Fica en el Correo. Además hemos intentado apuntar una muestra del aspecto más significativo de su producción. Como redactor, tiene que atender con sus escritos a las necesidades del periódico, entre las cuales los artículos de costumbres tienen cada vez más demanda. De este modo sigue la corriente costumbrista manifiesta en el Correo desde los primeros números y que va a ir engrosándose en publicaciones posteriores.

La crítica ha reconocido a Rementería entre los escritores que contribuyeron a la formación del costumbrismo, pero basándose sobre todo en artículos que no escribió él. Los testimonios aquí aducidos ponen bien en claro que de ningún modo se le pueden atribuir ni el artículo anónimo «Sobre la voz lechuguino y sus consecuencias», ni «Una casa en el barrio de las Platerías», firmado por El Observador, ni colaboración alguna del Correo anterior a su réplica a Carnerero en el número 173 del 13 de agosto de 1829. Rementería no fue, por lo tanto, iniciador del costumbrismo en el Correo, sino continuador de la tarea comenzada por redactores que le precedieron. No fue un escritor de talento, pero su artículo «El Carnaval» demuestra que conocía bien las reglas del género.

Con la misma rotundidad con que podemos negarle a Rementería la paternidad de los artículos que se le atribuyen, quisiéramos ser capaces de afirmar quién sea el verdadero autor, de revelar el verdadero nombre que se esconde tras el seudónimo de El Observador. Desgraciadamente no hemos encontrado las pruebas necesarias para ello. Cabe pensar que fuera el mismo Carnerero o Juan López Peñalver, que junto con el primero aparece como redactor en los primeros números del Correo22. No hay duda de que Carnerero estaba familiarizado con la literatura costumbrista. Emplea recursos característicos del género cuando en el primer número del periódico hace la presentación del personaje ficticio encargado de la sección de teatros con el seudónimo del Viejo Verde, más de sesenta y seis años a cuestas y rodeado de sobrinos. Ocupado con la dirección del periódico y con los artículos de espectáculos, diversiones públicas y crítica literaria, quizá no le quedara tiempo para escribir él mismo los artículos de costumbres y los encargara a Peñalver o a cualquier otro colaborador desconocido. En todo caso, se escribieron bajo su supervisión. Como director del Correo, de las Cartas Españolas y de la Revista Española, hay que ver en Carnerero al promotor del artículo de costumbres en España durante los años en que el género queda consolidado mediante la obra realizada por los colaboradores de sus periódicos: primero El Observador y Rementería, después los más distinguidos escritores del género, El Solitario, El Curioso Parlante y Fígaro.




ArribaApéndice

El carnaval



El Correo. Periódico literario y mercantil, núm. 406, 14 de febrero de 1831

Risum teneatis amici?


Horacio.                


Minuto a minuto y segundo a segundo ha traído el imparable curso del tiempo desde la época del principio de año a la no menos señalada de carnestolendas, tiempo de jácara, trisca, brega, broma, baraúnda, chacota, en que el teatro prepara funciones de estrépito, las petimetras previenen todos los resortes de la moda, se animan las tertulias con bailes y representaciones caseras, y los muchachos travesean y juegan a qué quieres boca. Tiempo en que, donde las autoridades lo tienen por oportuno, se echan los habitantes un disfraz y una careta al rostro, y vagan por las calles y plazas, diferentes al parecer de lo que en otras ocasiones son. Pero ¿es acaso necesaria una máscara para que se oculte el hombre? No, por desgracia, pues todos somos máscaras vivas y disfraces permanentes. Examinemos unos cuantos.

Aquí llega una señora como de 50 y... Su traje ostenta un medio entre las modas rigurosas y el descuido de los doce lustros y medio: laméntase del libertinaje de la época; lleva siempre consigo a sus hijas y dice que lo que verdaderamente aprecia es una sociedad doméstica y sin bulla; que como a cada edad es preciso dar lo suyo, permite en su casa sólo tres días a la semana que entren D. Periquito, D. Juanito, D. Dieguito, D. Anacleto con otros hijos de honradas familias. Se juega una partidita religiosa, se baila o cantan con sus hijas al piano, y luego se retiran en paz y en gracia de Dios. ¡Qué maldita máscara! Vieja verde, ¿por qué te ocultas si bulléndote aún la sangre, eres tan amiga del jolgueo como tus hijas; rabias por manifestar que todavía sirves para el mundo, y a vueltas del juego chupas por un lado algo, dispones la celada para que caiga a tus hijas algún tertulianito, y (valga la verdad) agazaparías con satisfacción tú misma a D. Dieguito, D. Juanito u otro de la comparsa?

Aquí llega otra máscara echándola de filósofo. Vestido modesto y tal vez desaliñado y puerco, hablar grave y mesurado, distraído y como absorto en sus sublimes meditaciones. «¡Qué tiempos (exclama)! ¡Qué vanidad e insensato lujo! ¡Qué sed de empleos y grandezas! ¿Son acaso tan enormes las necesidades del hombre? Con poco se puede, satisfacer a la naturaleza: ¿pues para qué es más? El resto debiera emplearse en beneficio de nuestros semejantes. ¡Bien hayan las austeras costumbres de Esparta!». Dice, y pasa adelante meneando la cabeza. ¿Saben vmds. quién es? El bendito D. Onofre, que transcurrió doce años y medio pretendiendo un empleo que no le dieron, y desengañado del mundo se retiró a un desván; aprendió por no malgastar el tiempo a usurero, y exige el 2 por 100 por cambiar un realillo, y a proporción en negocios de más monta.

Aquí viene una viejecita con la nariz en conversación con la barba, suspirando ayes sin interrupción, acordándose siempre de sus cuatro difuntos y deplorando su miseria a sus antiguos conocimientos, entre quienes tiene repartida la demanda por semanas. «¿Me conoce vmd. (dice según costumbre de máscaras)?». «Pues no la he de conocer a vmd., señora doña Gorgonia. Por cierto que días pasados vi una escritura a nombre de vmd. en casa del agente D. Sandalio de dos casas en esta corte y una haciendilla de pan llevar fuera de ella. Sé que tiene una pensioncilla sobre un ramo bastante seguro, y que hay días que por su indigencia se tiene vmd. que ir a la cama con una cortecita de pan y un cuartillo de vino para abrigo del estómago». ¡Pobre doña Gorgonia con máscara!

Sólo los literatos parece que por su instrucción, natural sensatez y simplicidad de costumbres no son capaces de disfrazarse. Por ejemplo, ese que se acerca decentemente vestido, pero sin afectación, afable en su trato, y que cuando se habla de autores y trabajos literarios se ríe diciendo: «Yo no sé cómo un hombre puede desviarse por un fantasma como el de la fama póstuma. ¿De qué le sirve a Saavedra su nombre impreso y vuelto a reimprimir para lucro continuo de especuladores libreros? ¿De qué al Tasso, a Lope, a Mariana, etc.? Yo, con el escaso talento que me asiste escribo alguna cosilla; pero sólo por pasar el tiempo envío a todos los periódicos algunas frioleras (y por cierto que a veces suelen tardar harto tiempo en insertarlas) ; pero no me cuido de eso. Llenas están las esquinas de Madrid de carteles de mis obrillas, y las vendo a lo que dan en el día por ellas, es decir, a 500 reales el maximum cada tomo; pero como yo tengo facilidad y no hago oficio de tan noble profesión, me importa un bledo». ¡Qué máscara tan seductora y amable! Pues el tal D. Torcuato tiene una comezón de celebridad mayor que la de 20 sabañones en este tiempo: rabia por atraerse la atención pública, se quema si oye ponderar una producción ajena, espera que su nombre repetido le produzca algún empleo de sustancia, y no hace muchos días que tiró un calepino a la cara de un pobre muchacho de imprenta que le llevaba pruebas por que advirtió en las segundas una falta de guión al fin de una línea.

Mas este artículo se alarga demasiado, y concluimos diciendo que si bien lo observamos la sociedad es un continuo carnaval.-R.



 
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