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Sobre unos textos calderonistas de Menéndez Pelayo y Valera

Juan Manuel Rozas






1

El formar hace tres años, para los alumnos de un seminario, bibliografía esencial de los autos sacramentales de Calderón, Lope en las Obras completas de Valera con dos trabajos sobre el dramaturgo barroco: Pedro Calderón de la Barca y Autos sacramentales1. Ambos estudios «sonaban» extraordinariamente a Menéndez Pelayo, y, efectivamente, una rápida mirada a Calderón y su teatro2 lo confirmaba, a pesar de numerosas variantes de importancia. Nada decía de esto el editor de Valera, pero una nota del colector de la edición nacional de don Marcelino iniciaba para mí una justificación del hecho. Decía así:

Con el título Calderón y su teatro se publicaron, primero en opúsculos y luego reunidas en un volumen, las conferencias pronunciadas por Menéndez Pelayo en el Círculo de la Unión Católica de Madrid, con motivo de la conmemoración del segundo centenario de don Pedro Calderón de la Barca, en el año 1881.

La conferencia tercera, Autos sacramentales, se reprodujo en el Diccionario Enciclopédico Hispanoamericano de Montaner y Simón bajo la palabra Auto y en la Ilustración Artística (mayo de 1888), sin más variante que la de suprimir los versos de Calderón que como ejemplo se citaban.

Agrupamos con estas conferencias, para completar los estudios sueltos sobre el teatro de Calderón, varios escritos de los que, como el lector puede comprobar, solamente uno, El Alcalde de Zalamea, publicado primero en el Diccionario Hispano-Americano, había sido coleccionado en Estudios de Crítica Literaria.



Después de tan larga nota y del silencio de los editores de Valera, el asunto era tan llamativo, por lo burdo, que perdía para mí toda importancia científica. Como había varias personas preocupadas por las bibliografías de Calderón y de Valera, dejé estar la cuestión. No merecía la pena, pasado el tiempo prudente para hacer una reseña a las Obras del gran novelista, escribir una nota sobre esta duplicidad de textos, especialmente porque en dicha edición no había nota alguna bibliográfica en la que tomar pie.

Pero hoy pienso lo contrarío. En primer lugar, porque las bibliografías de Calderón, tan dificultosas, no acaban de salir, y, sobre todo, porque, después del volumen de Obras desconocidas, de Juan Valera3, debido a los inteligentes esfuerzos de DeCoster, la obra del autor de Pepita Jiménez, está ya moralmente completa y con base para conocer la procedencia de la obra dispersa. Con este bello tomo -que tanto aumenta el contenido de los tres de la Editorial Aguilar, más el tomo de cartas, editadas por el mismo hispanista4, que tanto aumenta la correspondencia conocida5 - tenemos la obra de Valera prácticamente liquidada, y es ahora cuando corremos el riesgo de que el error advertido por mi hace tres años, pueda perpetuarse, al menos para el lector no especialista, ya que DeCoster no percibe la señalada equivocación de las Obras completas, según he visto al hacer su reseña. Y como no era justo hacer esta especie de crítica retrospectiva a los tres tomos de Aguilar, al mismo tiempo que hacía la crítica a DeCoster, pues parecía que le achacaba a él viejos errores, he decidido separar ambos trabajos: hacer una reseña a la Obra dispersa, tan positiva como se merece, y advertir aquí, y sobre todo explicar la equivocación de las Obras completas. Todo ello tan brevemente como tan pequeña cuestión merece.




2

Del citado Diccionario de Montaner y Simón, las Obras completas de Valera recogieron algunos artículos. No todos los de don Juan, por lo que DeCoster se vio obligado a completar esta labor, que explica así en la página 13 de su Introducción:

En el Diccionario enciclopédico hispano-americano, de Montaner, Valera es nombrado como autor de los artículos sobre estética. Cinco artículos del Diccionario fueron coleccionados en las Obras completas: Autos sacramentales. Belleza, Calderón, Cancionero y Cuento. En esta edición publicamos otros cinco de esta enciclopedia, Brujería, Cantigas, Estética, Magia y Teosofía.



Y demuestra cómo son suyos los que él incluye, dando cuenta además de que seguramente los artículos Teurgia, Demonio, Espiritismo y Nigromancia le pertenezcan, aunque por su escasa importancia no los recoja. Señala que Valera escribió un trabajo llamado Oráculo, sin duda para el Diccionario, pero que no fue publicado. DeCoster, que lo ha encontrado entre los papeles de don Juan, lo edita ahora.

Si los artículos publicados por el hispanista no ofrecen dudas ni problemas, no ocurre así, como ya he señalado, con los de las Obras completas. Dos de ellos, Calderón y Autos sacramentales, resumen integro el libro de Menéndez Pelayo, Calderón y su teatro.

El titulado Autos sacramentales, en la edición de Valera, y Auto, en el Diccionario, es, muy al pie de la letra, la conferencia tercera de don Marcelino que lleva igual título. No tanto, sin embargo, como para aceptar la nota del colector antes copiada en la que se asegura que no hay más variantes que la supresión de los ejemplos del dramaturgo. Hay, por el contrario, hasta supresión de párrafos enteros, si bien éstos nunca atañen a la marcha general del estudio.

No es mi intención cotejar las variantes, porque ninguna importancia merece la cuantía exacta de las divergencias. Sólo, como ejemplo, estudiaré el principio de arabas versiones. La original comienza con un exordio de orador que enlaza con las dos conferencias anteriores, preámbulo que naturalmente se suprime en la segunda versión6. Después se aparejan así ambos textos:

Calderón y su teatro; «Género es éste, no sólo peculiar de nuestra literatura, sino singularísimo y extraño entre todas las del mundo. Es, más: constituye por sí solo una que no sé si llamar aberración o excepción estética, digna, desde este punto de vista, de muy detenido examen. No es posible tratar ya de los autos sacramentales con el tono de intolerante menosprecio, de desdén y de mofa con que hablaron de ellos los críticos de la escuela francesa del siglo pasado...».

Obras completas de Valera: «Es éste un género dramático peculiar de la literatura española y singularísimo y extraño en todas las del mundo. No es posible tratar hoy de él con el tono de intolerante menosprecio con que hablaron de los autos nuestros críticos de la escuela galoclásica del siglo pasado...».



Notemos la personalidad del segundo texto. Suprime la segunda frase copiada, importante en la historia de la crítica Calderónista -todo lo copiado recuerda mucho a lo dicho por Luzán en su Poética7- porque no le parece lugar el Diccionario para tan dura duda sobre la aberración del género. (El cambio escuela francesa, por escuela galoclásica, no es personal; Menéndez Pelayo utiliza también en el mismo libro.)

Poco después, el segundo texto suprime tres párrafos seguidos (los que empiezan He dicho que el drama sacramental. Nada más remoto y En cuanto a los otros dramas), en los que Menéndez Pelayo nos habla de teatro alegórico en otras naciones, citando Prometeo, Fausto y Manfredo. Era una disgresión excesiva para un artículo de divulgación en un Diccionario.

Todavía una última observación: titulándose el artículo Autos sacramentales, en general, se hacía poco servicio a los lectores de la enciclopedia de Montaner, al darles un trabajo que era sólo relativo a los autos de Calderón. Menéndez Pelayo se introduce brevemente en los orígenes del género, pero naturalmente esto es poco para responder a las intenciones del título del Diccionario. Se ven en éste pocas ganas de trabajar, y se ve claramente el origen «plagiario» del artículo. Bastaba ir a la Biblioteca de Autores Españoles, tan cercana entonces, y resumir algo de lo que dice González Pedroso8, fuente también de don Marcelino.

Las dos versiones del otro trabajo, el general sobre Calderón, no podían ser tan semejantes. El trabajo de las Obras completas, de Valera, es un resumen, muy bien hecho por cierto, del resto de las conferencias de Menéndez Pelayo. Tomada íntegramente la tercera, se buscan ahora las otras siete: Calderón y sus críticos; El hombre, la época y el arte; Dramas religiosos; Dramas filosóficos; Dramas trágicos; Comedias de capa y espada, y Resumen y síntesis.

Materia tan amplía sólo cabía en un artículo sometida a un severo resumen. Además el autor del resumen parece tener ahora ganas de trabajar y de opinar. Unos ejemplos:

  1. No era conveniente, por la índole de la publicación, aburrir al lector de salida con el resumen de Calderón y sus críticos. Por eso se empieza por la segunda conferencia, con la biografía, ciñéndose mucho al original, para después volver sobre la historia de la crítica y dar de ella unas nociones solamente.
  2. Hay un momento en que se habla de culteranismo y el autor del resumen lanza una pequeña broma sobre la novela naturalista de su época, observación ajena a don Marcelino: «En tiempo de Calderón el hablar culterano estaba tan de moda y tan en las costumbres que era naturalista el que era culterano».
  3. La defensa de la moral de La devoción de la cruz es muy distinta en ambos textos.
  4. El texto de las Obras completas, de Valera, prefiere La devoción de la cruz antes que El príncipe constante. En Menéndez Pelayo ocurre al contrario.
  5. El texto de las Obras completas, de Valera, coloca claramente a nuestro teatro por encima del inglés. En Menéndez Pelayo no se da este juicio sobre los dos teatros en conjunto, y al contrario, en particular, se antepone Shakespeare a Calderón




3

El problema de estos textos es el siguiente. Si juzgamos por el trabajo sobre los autos sacramentales, como juzga la nota de las Obras completas, de don Marcelino, hay que concluir que el Diccionario pidió, o tomó, el capítulo o conferencia de Menéndez Pelayo, incluyéndolo con unos toques, tal vez del propio autor. Pero si atendemos al otro trabajo, Calderón, la respuesta es muy diferente. En él se lee:

«En el sentir de quien esto escribe, nada mejor ni más completo, en punto a juicio literario, aunque quizá peca de severo, sobre Calderón, que el libro de don Marcelino Menéndez Pelayo, titulado Calderón y su teatro, y el prólogo puesto por el mismo crítico a las obras dramáticas escogidas de Calderón, publicadas en la biblioteca del señor Navarro. El juicio, pues, de Menéndez Pelayo nos servirá, hasta cierto punto, de guía al emitir también nuestro juicio, en resumen, como lo exige el carácter enciclopédico de esta publicación.

No hablaremos de los Autos sacramentales, ya que de ellos hablamos ampliamente en el artículo correspondiente de este Diccionario, artículos al que nos remitimos.»



No puede estar más claro. El autor de este trabajo en el Diccionario afirma claramente que resume el libro de don Marcelino, y como éste no podía hablar así de sí mismo, hay que concluir que el resumen es de Valera. Se cita el artículo Autos sacramentales con un plural literario («hablamos ampliamente»), en el que se pudiera incluir a todo el Diccionario, pero que hay que interpretar más sencillamente como una declaración de autoría por parte de Valera, con lo que coincide con los editores de las Obras completas y con DeCoster. Estos dos artículos, pues, del Diccionario son de Valera como tales, aunque sean resúmenes -uno menos que resumen- del libro de Menéndez Pelayo. Valera cobró seguramente por ellos.

Entonces, ¿es un caso de plagio? De ninguna manera, dada la proximidad y afecto que había entre los dos escritores. Valera recibió una serie de encargos, para el Diccionario, y entonces, después de comentarlo, y tal vez bromear con su amigo, se puso llanamente a resumir Calderón y su teatro, disimulando algo de cara al lector con frases como «el juicio, pues, de Menéndez Pelayo, nos servirá hasta cierto punto». Es sin duda un capítulo más de esa señorial amistad de Valera y Menéndez Pelayo, tan maravillosa y aleccionadora como otras de su época: Galdós y Menéndez Pelayo, Pereda y Galdós, Pereda y Menéndez Pelayo. Genios de diversas ideas que, por serlo, toleraron sus discrepancias en favor de su amistad.

Queda una pregunta de orden práctico. ¿Qué hacer con los textos del Diccionario a la hora de editar a Valera? A mi juicio llevarlos a un apéndice. No son obras originales, sino meros resúmenes, pero hay en ellos retoques, variantes, labor propia de Valera en las que muestra, como siempre, su personalidad. Sus criterios se manifiestan aún en contra del texto original. Como hemos visto disiente en el valor de La devoción de la cruz y El príncipe constante, y en el valor de Shakespeare en relación con nuestro teatro. Aunque lo que más señala las diferencias entre los textos de Menéndez Pelayo y de Valera es la defensa de La devoción de la cruz. Don Juan defiende la doctrina católica de la obra, y ataca a los librepensadores moralistas más aún que don Marcelino, pero lo hace como desde una nube filosófica y estética, como saliéndose a pensar y a refutar desde afuera de cualquier doctrina.

DeCoster cita en la introducción a Obras desconocidas, cómo y cuánto cobró por otros artículos del Diccionario.





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