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Soledades, galerías y otros poemas

Antonio Machado

[Nota preliminar: El texto que presentamos a continuación reproduce fielmente la edición impresa por Talleres «Calpe» en 1919. Únicamente se han corregido errores tipográficos claros.]

Imagen de la portada original

EL VIAJERO

   Está en la sala familiar, sombría,

y entre nosotros, el querido hermano

que en el sueño infantil de un claro día

vimos partir hacia un país lejano.

   Hoy tiene ya las sienes plateadas,

un gris mechón sobre la angosta frente;

y la fría inquietud de sus miradas

revela un alma casi toda ausente.

   Deshójanse las copas otoñales

del parque mustio y viejo.

La tarde, tras los húmedos cristales,

se pinta, y en el fondo del espejo,

   el rostro del hermano se ilumina

suavemente, ¿Floridos desengaños

dorados por la tarde que declina?

¿Ansias de vida nueva en nuevos años?

   ¿Lamentará la juventud perdida?

Lejos quedó -la pobre loba- muerta.

¿La blanca juventud nunca vivida

teme, que ha de cantar ante su puerta?

   ¿Sonríe al sol de oro

de la tierra de un sueño no encontrada;

y ve su nave hender el mar sonoro,

de viento y luz la blanca vela hinchada?

   El ha visto las hojas otoñales,

amarillas, rodar, las olorosas

ramas del eucaliptus, los rosales

que enseñan otra vez sus blancas rosas...

   Y este dolor que añora o desconfía

el temblor de una lágrima reprime,

y un resto de viril hipocresía

en el semblante pálido se imprime.

   Serio retrato en la pared clarea

todavía. Nosotros divagamos.

En la tristeza del hogar golpea

el tictac del reloj. Todos callamos.


   He andado muchos caminos,

he abierto muchas veredas,

he navegado en cien mares

y he atracado en cien riberas.

   En todas partes he visto

caravanas de tristezas,

soberbios y melancólicos

borrachos de sombra negra,

   y pedantones al paño

que miran, callan y piensan

que saben, porque no beben

el vino de las tabernas.

   Mala gente que camina

y va apestando la tierra...

   Y en todas partes he visto

gentes que danzan o juegan,

cuando pueden, y laboran

sus cuatro palmos de tierra.

   Nunca, si llegan a un sitio,

preguntan adonde llegan.

Cuando caminan, cabalgan

a lomos de muía vieja,

   y no conocen la prisa

ni aun en los días de fiesta.

Donde hay vino, beben vino,

donde no hay vino, agua fresca.

   Son buenas gentes que viven,

laboran, pasan y sueñan,

y en un día como tantos,

descansan bajo la tierra.


   La plaza y los naranjos encendidos

con sus frutas redondas y risueñas.

Tumulto de pequeños colegiales,

que al salir en desorden de la escuela,

llenan el aire de la plaza en sombra

con la algazara de sus voces nuevas.

   ¡Alegría infantil en los rincones

de las ciudades muertas!...

¡Y algo nuestro de ayer, que todavía

vemos vagar por estas calles viejas!


EN EL ENTIERRO DE UN AMIGO

   Tierra le dieron una tarde horrible

del mes de julio, bajo el sol de fuego.

   A un paso de la abierta sepultura

había rosas de podridos pétalos,

entre geranios de áspera fragancia

y roja flor. El cielo

puro y azul. Corría

un aire fuerte y seco.

   De los gruesos cordeles suspendido,

pesadamente, descender hicieron

el ataúd al fondo de la fosa

los dos sepultureros...

   Y al reposar sonó con recio golpe,

solemne, en el silencio.

   Un golpe de ataúd en tierra es algo

perfectamente serio.

   Sobre la negra caja se rompían

los pesados terrones polvorientos...

   El aire se llevaba

de la honda fosa el blanquecino aliento.

   -Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa,

larga paz a tus huesos...

   Definitivamente,

duerme un sueño tranquilo y verdadero.


RECUERDO INFANTIL

   Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de lluvia tras los cristales.

   Es la clase. En un cartel

se representa a Caín

fugitivo, y muerto Abel,

junto a una mancha carmín.

   Con timbre sonoro y hueco,

truena el maestro, un anciano

mal vestido, enjuto y seco,

que lleva un libro en la mano.

   Y todo un coro infantil

va cantando la lección:

mil veces ciento, cien mil;

mil veces mil, un millón.

   Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de la lluvia en los cristales.


   Fué una clara tarde, triste y soñolienta

tarde de verano. La hiedra asomaba

al muro del parque, negra y polvorienta...

      La fuente sonaba.

   Rechinó en la vieja cancela mi llave;

con agrio ruido abrióse la puerta

de hierro mohoso, y, al cerrarse, grave,

golpeó el silencio de la tarde muerta.

   En el solitario parque, la sonora

copla borbollante del agua cantora

me guió a la fuente. La fuente vertía

sobre el blanco mármol su monotonía.

   La fuente cantaba: ¿Te recuerda, hermano,

un sueño lejano mi canto presente?...

Fué una tarde lenta del lento verano.

   Respondí a la fuente:

No recuerdo, hermana;

mas sé que tu copla presente es lejana.

    -Fué esta misma tarde: mi cristal vertía

como hoy sobre el mármol su monotonía.

¿Recuerdas, hermano?... Los mirtos talares

que ves sombreaban los claros cantares

que escuchas. Del rubio color de la llama,

el fruto maduro pendía en la rama,

lo mismo que ahora. ¿Recuerdas, hermano?...

Fué esta misma lenta tarde de verano.

   -No sé qué me dice tu copla riente

de ensueños lejanos, hermana la fuente.

   Yo sé que tu claro cristal de alegría

ya supo del árbol la fruta bermeja;

yo sé que es lejana la amargura mía

que sueña en la tarde de verano vieja.

   Yo sé que tus bellos espejos cantores

copiaron antiguos delirios de amores:

mas cuéntame, fuente de lengua encantada,

cuéntame mi alegre leyenda olvidada.

   -Yo no sé leyendas de antigua alegría,

sino historias viejas de melancolía.

   Fué una clara tarde del lento verano...

Tú venías solo con tu pena, hermano;

tus labios besaron mi linfa serena,

y en la clara tarde, dijeron tu pena.

   Dijeron tu pena tus labios que ardían:

la sed que ahora tienen, entonces tenían.

   -Adiós para siempre, la fuente sonora,

del parque dormido eterna cantora.

Adiós para siempre, tu monotonía,

fuente, es más amarga que la pena mía.

   Rechinó en la vieja cancela mi llave;

con agrio ruido abrióse la puerta

de hierro mohoso, y, al cerrarse, grave,

sonó en el silencio de la tarde muerta.


   El limonero lánguido suspende

una pálida rama polvorienta

sobre el encanto de la fuente limpia,

y allá en el fondo sueñan

los frutos de oro...

Es una tarde clara,

casi de primavera;

tibia tarde de marzo,

que al hálito de abril cercano lleva;

y estoy solo, en el patio silencioso,

buscando una ilusión cándida y vieja:

alguna sombra sobre el blanco muro,

algún recuerdo en el pretil de piedra

de la fuente dormido, o, en el aire,

algún vagar de túnica ligera.

   En el ambiente de la tarde flota

ese aroma de ausencia

que dice al alma luminosa: nunca,

y al corazón: espera.

   Ese aroma que evoca los fantasmas

de las fragancias vírgenes y muertas.

   Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,

casi de primavera,

tarde sin flores, cuando me traías

el buen perfume de la hierbabuena,

y de la buena albahaca,

que tenía mi madre en sus macetas.

   Que tú me viste hundir mis manos puras

en el agua, serena

para alcanzar los frutos encantados

que hoy en el fondo de la fuente sueñan...

   Sí, te conozco, tarde alegre y clara,

casi de primavera.


   Yo escucho los cantos

de viejas cadencias

que los niños cantan

cuando en coro juegan,

y vierten en coro

sus almas que sueñan,

cual vierten sus aguas

las fuentes de piedra:

con monotonías

de risas eternas,

que no son alegres,

con lágrimas viejas,

que no son amargas

y dicen tristezas,

tristezas de amores

de antiguas leyendas.

   En los labios niños,

las canciones llevan

confusa la historia

y clara la pena;

como clara el agua

lleva su conseja

de viejos amores

que nunca se cuentan.

   Jugando, a la sombra

de una plaza vieja,

los niños cantaban...

   La fuente de piedra

vertía su eterno

cristal de leyenda.

   Cantaban los niños

canciones ingenuas,

de un algo que pasa

y que nunca llega:

la historia confusa

y clara la pena.

   Vertía la fuente

su eterna conseja:

borrada la historia,

contaba la pena.


ORILLAS DEL DUERO

   Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario.

Girando en torno a la torre y al caserón solitario,

ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno,

de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno.

      Es una tibia mañana.

El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.

   Pasados los verdes pinos,

casi azules, primavera

se ve brotar en los finos

chopos de la carretera

y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.

El campo parece, más que joven, adolescente.

   Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido,

azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,

y mística primavera!

   ¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,

espuma de la montaña

ante la azul lejanía, sol del día, claro día!

¡Hermosa tierra de España!


   A la desierta plaza

conduce un laberinto de callejas.

A un lado, el viejo paredón sombrío

de una ruinosa iglesia;

a otro lado, la tapia blanquecina

de mi huerto de cipreses y palmeras,

y, frente a mí, la casa,

y en la casa, la reja,

ante el cristal que levemente empaña

su figurilla plácida y risueña.

Me apartaré. No quiero

llamar a tu ventana... Primavera

viene -su veste blanca

flota en el aire de la plaza muerta-;

viene a encender las rosas

rojas de tus rosales... Quiero verla...


   Yo voy soñando caminos

de la tarde. ¡Las colinas

doradas, los verdes pinos,

las polvorientas encinas!...

¿Adónde el camino irá?

Yo voy cantando, viajero

a lo largo del sendero...

-La tarde cayendo está-.

«En el corazón tenía

»la espina de una pasión;

»logré arrancármela mi día,

»ya no siento el corazón».

   Y todo el campo un momento

se queda, mudo y sombrío,

meditando. Suena el viento

en los álamos del río.

   La tarde más se obscurece,

y el camino que serpea

y débilmente blanquea,

se enturbia y desaparece.

   Mi cantar vuelve a plañir:

«Aguda espina dorada,

»quién te pudiera sentir

»en el corazón clavada».


   Amada, el aura dice

tu pura veste blanca...

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

   El aura me ha traído

tu nombre en la mañana;

el eco de tus pasos

repite la montaña...

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

   En las sombrías torres

repican las campanas...

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!

   Los golpes del martillo

dicen la negra caja;

y el sitio de la fosa,

los golpes de la azada...

No te verán mis ojos;

¡mi corazón te aguarda!


   Hacia un ocaso radiante

caminaba el sol de estío,

y era entre nubes de fuego, una trompeta gigante

tras de los álamos verdes de las márgenes del río.

   Dentro de un olmo sonaba la sempiterna tijera

de la cigarra cantora, el monorritmo jovial,

entre metal y madera,

que es la canción estival.

   En una huerta sombría

giraban los cangilones de la noria soñolienta.

Bajo las ramas obscuras el son del agua se oía.

Era una tarde de julio, luminosa y polvorienta.

   Yo iba haciendo mi camino,

absorto en el solitario crepúsculo campesino.

   Y pensaba: «¡Hermosa tarde, nota de la lira inmensa,

toda desdén y armonía;

hermosa tarde, tú curas la pobre melancolía

de este rincón vanidoso, obscuro rincón que piensa!».

   Pasaba el agua rizada bajo los ojos del puente.

Lejos, la ciudad dormía

como cubierta de un mago fanal de oro transparente.

Bajo los arcos de piedra el agua clara corría.

   Los últimos arreboles coronaban las colinas,

manchadas de olivos grises y de negruzcas encinas.

Yo caminaba cansado,

sintiendo la vieja angustia que hace el corazón pesado.

   El agua en sombra pasaba tan melancólicamente,

bajo los arcos del puente,

como si al pasar dijera:

   «Apenas desamarrada

a pobre barca, viajero, del árbol de la ribera,

se canta: no somos nada.

Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera».

   Bajo los ojos del puente pasaba el agua sombría.

(Yo pensaba: ¡el alma mía!)

   Y me detuve un momento,

en la tarde, a meditar...

¿Qué es esta gota en el viento

que gritar al mar: soy el mar?

   Vibraba el aire asordado

por los élitros cantores que hacen el campo sonoro,

cual si estuviera sembrado

de campanitas de oro.

   En el azul fulguraba

un lucero diamantino.

Cálido viento soplaba

alborotando el camino.

   Yo, en la tarde polvorienta,

hacia la ciudad volvía.

Sonaban los cangilones de la noria soñolienta.

Bajo las ramas obscuras caer el agua se oía.


CANTE HONDO

   Yo meditaba absorto, devanando

los hilos del hastío y la tristeza,

cuando llegó a mi oído,

por la ventana de mi estancia, abierta

   a una calienta noche de verano,

el plañir de una copla soñolienta,

quebrada por los trémolos sombríos

de las músicas magas de mi tierra.

   ... Y era el Amor, como una roja llama...

-Nerviosa mano en la vibrante cuerda

ponía un largo suspirar de oro

que se trocaba en surtidor de estrellas-.

   ... Y era la Muerte, al hombro la cuchilla,

el paso largo, torva y esquelética,

-tal cuando yo era niño la soñaba-.

   Y en la guitarra, resonante y trémula,

la brusca mano, al golpear, fingía

el reposar de un ataúd en tierra.

   Y era un plañido solitario el soplo

que el polvo barre y la ceniza aventa.


   La calle en sombra. Ocultan los altos caserones

el sol que muere; hay ecos de luz en los balcones.

   ¿No ves, en el encanto del mirador florido,

el óvalo rosado de un rostro conocido?

   La imagen, tras el vidrio de equívoco reflejo,

surge o se apaga como daguerreotipo viejo.

   Suena en la callo sólo el ruido de tu paso;

se extinguen lentamente los ecos del ocaso.

   ¡Oh, angustia! Pesa y duele el corazón. ¿Es ella?

No puede ser... Camina... En el azul la estrella.


   Siempre fugitiva y siempre

cerca de mí, en negro manto

mal cubierto el desdeñoso

gesto de tu rostro pálido.

No sé dónde vas ni dónde

tu virgen belleza tálamo

busca en la noche. No sé

qué sueños cierran tus párpados,

ni da quien haya entreabierto

tu lecho inhospitalario.

Detén el paso, belleza

esquiva, detén el paso...

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

   Besar quisiera la amarga,

amarga flor de tus labios.


HORIZONTE

   En una tarde clara y amplia como el hastío,

cuando su lanza blanda el tórrido verano,

copiaban el fantasma de un grave sueño mío

mil sombras en teoría, enhiestas sobre el llano.

   La gloria del ocaso era un purpúreo espejo,

era un cristal de llamas, que al infinito viejo

iba arrojando el grave soñar en la llanura...

   Y yo sentí la espuela sonora de mi paso

repercutir lojana en el sangriento ocaso,

y más allá, la alegre canción de un alba pura.


EL POETA

Para el libro
La casa de la primavera,
de Martínez Sierra.


   Maldiciendo su destino

como Glauco, el dios marino, mira, turbia la pupila

ele llanto, el mar que le debe su blanca virgen Scyla.

   El sabe que un Dios más fuerte,

con la substancia inmortal, está jugando a la muerte

cual niño bárbaro. El piensa

que ha de caer como rama que sobre las aguas flota,

antes de perderse, gota

de mar, en la mar inmensa.

   En sueños oyó el acento de una palabra divina;

en sueños se le ha mostrado la cruda ley diamantina

sin odio ni amor, y el frío

soplo del olvido sabe sobre un arenal de hastío.

   Bajo las palmeras del oasis el agua buena

miró brotar de la arena;

y se abrevó entre las dulces gacelas y entre los fieros

animales carniceros...

   Y supo cuánto es la vida hecha de sed y dolor.

Y fué compasivo para el ciervo y el cazador,

para el ladrón y el robado,

para el pájaro azorado,

para el sanguinario azor.

   Con el Eclesiastes dijo: Vanidad de vanidades,

todo es negra vanidad;

y oyó otra voz que clamaba, alma de sus soledades:

sólo eres tú, luz que fulges en el corazón verdad.

   Y viendo cómo lucían

miles de blancas estrellas,

pensaba que todas ellas

en su corazón ardían.

¡Noche de amor!...

Y otra noche

sintió la mala tristeza

que enturbia la pura llama,

y el corazón que bosteza,

y el histrión que declama.

   Y dijo: las galerías

del alma que espera están

desiertas, mudas, vacías:

las blancas sombras se van.

   Y el demonio de los sueños abrió el jardín encantado

del ayer. ¡Cuán bello era!

¡Qué hermosamente el pasado

fingía la primavera,

cuando del árbol de otoño estaba el fruto colgado,

mísero fruto podrido,

que en el hueco acibarado

guarda el gusano escondido!

   ¡Alma, que en vano quisiste ser más joven cada día,

arranca tu flor, la humilde flor de la melancolía!


   ¡Verdes jardinillos,

claras plazoletas,

fuente verdinosa

donde el agua sueña,

donde el agua muda

resbala en la piedra!...

   Las hojas de un verde

mustio, casi negras,

de la acacia, el viento

de septiembre besa,

y se lleva algunas

amarillas, secas,

jugando, entre el polvo

blanco de la tierra.

   Linda doncellita

que el cántaro llenas

de agua transparente,

tú, al verme, no llevas

a los negros bucles

de tu cabellera,

distraídamente,

la mano morena,

ni, luego, en el limpio

cristal te contemplas...

   Tú miras al aire

de la tarde bella,

mientras de agua clara

el cántaro llenas.


   Mientras la sombra pasa de un santo amor, hoy quiero

poner un dulce salmo sobre mi viejo atril.

Acordaré las notas del órgano severo

al suspirar fragante del pífano de abril.

   Madurarán su aroma las pomas otoñales,

la mirra y el incienso salmodiarán su olor;

exhalarán su fresco perfume los rosales

bajo la paz en sombra del tibio huerto en flor.

   Al grave acorde lento de música y aroma,

la sola y vieja y noble razón de mi rezar

levantará su vuelo suave de paloma

y la palabra blanca se elevará al altar.


   Daba el reloj las doce... y eran doce

golpes de azada en tierra...

... ¡Mi hora! -grité-... El silencio

me respondió: -No temas;

tú no verás caer la última gota

que en la clepsidra tiembla.

   Dormirás muchas horas todavía

sobre la orilla vieja,

y encontrarás una mañana pura

amarrada tu barca a otra ribera.


   Sobre la tierra amarga,

caminos tiene el sueño

laberínticos, sendas tortuosas,

parques en flor y en sombra y en silencio;

   criptas hondas, escalas sobre estrellas;

retablos de esperanzas y recuerdos.

Figurillas que pasan y sonríen

-juguetes melancólicos de viejo-;

   imágenes amigas,

a la vuelta florida del sedero,

y quimeras rosadas

que hacen camino... lejos...


   En la desnuda tierra del camino

la hora florida brota,

espino solitario,

del valle humilde en la revuelta umbrosa.

   El salmo verdadero

de tenue voz hoy torna

al corazón, y al labio,

la palabra quebrada y temblorosa.

   Mis viejos mares duermen; se apagaron

sus espumas sonoras

sobra la playa estéril. La tormenta

camina lejos en la nube torva.

   Vuelve la paz al cielo;

la brisa tutelar esparce aromas

otra vez sobre el campo, y aparece,

en la bendita soledad, tu sombra.


   El sol es un globo de fuego,

la luna es un disco morado.

   Una blanca paloma se posa

en el alto ciprés centenario.

   Los cuadros de mirtos parecen

de marchito velludo empolvado.

   ¡El jardín y la tarde tranquila!...

Suena el agua en la fuente de mármol.


   ¡Tenue rumor de túnicas que pasan

sobre la infértil tierra!...

¡y lágrimas sonoras

de las campanas viejas!

   Las ascuas mortecinas

del horizonte humean...

Blancos fantasmas lares

van encendiendo estrellas.

   -Abre el halcón. La hora

de una ilusión se acerca...

La tarde se ha dormido

y las campanas sueñan.


   ¡Oh figuras del atrio, más humildes

cada día y lejanas:

mendigos harapientos

sobre marmóreas gradas;

   miserables ungidos

de eternidades santas,

manos que surgen de los mantos viejos

y de las rotas capas!

   ¿Pasó por vuestro lado

una ilusión velada,

de la mañana luminosa y fría

en las horas más plácidas?...

   Sobre la negra túnica, su mano

era una rosa blanca...


   La tarde todavía

dará incienso de oro a tu plegaria,

y quizás el cenit de un nuevo día

amenguará tu sombra solitaria.

   Mas no es tu fiesta el Ultramar lejano,

sino la ermita junto al manso río;

no tu sandalia el soñoliento llano

pisará, ni la arena del hastío.

   Muy cerca está, romero,

la tierra verde y santa y florecida

de tus sueños; muy cerca, peregrino

que desdeñas la sombra del sendero

y el agua del mesón en tu camino.


   Crear fiestas de amores

en nuestro amor pensamos,

quemar nuevos aromas en montes no pisados,

   y guardar el secreto

de nuestros rostros pálidos,

porque en las bacanales de la vida

vacías nuestras copas conservamos,

   mientras con eco de cristal y espuma

ríen los zumos de la vid dorados.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

   Un pájaro escondido entre las ramas

del parque solitario,

silba burlón...

Nosotros exprimimos

la penumbra de un sueño en nuestro vaso...

Y algo, que es tierra en nuestra carne, siente

la humedad del jardín como un halago.


   Arde en tus ojos un misterio, virgen

esquiva y compañera.

   No sé si es odio o es amor la lumbre

inagotable de tu aljaba negra.

   Conmigo irás mientras proyecte sombra

mi cuerpo y quede a mi sandalia arena.

   -¿Eres la sed o el agua en mi camino?

Díme, virgen esquiva y compañera.


   Algunos lienzos del recuerdo tienen

luz de jardín y soledad de campo;

la placidez del sueño

en el paisaje familiar soñado.

   Otros guardan las fiestas

de días aun lejanos;

figuritas sutiles

que pone un titerero en su retablo...

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

   Ante el balcón florido

está la cita de un amor amargo.

   Brilla la tarde en el resol bermejo...

La hiedra efunde de los muros blancos...

   A la revuelta de una calle en sombra

un fantasma irrisorio besa un nardo.


   Crece en la plaza en sombra

el musgo, y en la piedra vieja y santa

de la iglesia. En el atrio hay un mendigo...

Más vieja que la iglesia tiene el alma.

   Sube muy lento, en las mañanas frías,

por la marmórea grada,

hasta mi rincón de piedra... Allí aparece

su mano seca entra la rota capa.

   Con las órbitas huecas de sus ojos

ha visto cómo pasan

las blancas sombras, en los claros días,

las blancas sombras de las horas santas.


   Las ascuas de un crepúsculo morado

detrás el negro cipresal humean...

   En la glorieta en sombra está la fuente

con su alado y desnudo Amor de piedra,

que sueña mudo. En la marmórea taza

reposa el agua muerta.


   ¿Mi amor?... ¿Recuerdas, díme,

aquellos juncos tiernos,

lánguidos y amarillos

que hay en el cauce seco?...

   ¿Recuerdas la amapola

que calcinó el verano,

la mapola marchita,

negro crespón del campo?...

   ¿Te acuerdas del sol yerto

y humilde, en la mañana,

que brilla y tiembla roto

sobre una fuente helada?...


   Me dijo un alba de la primavera:

Yo florecí en tu corazón sombrío

ha muchos años, caminante viejo

que no cortas las flores del camino.

   Tu corazón de sombra, ¿acaso guarda

el viejo aroma de mis viejos lirios?

¿Perfuman aún mis rosas la alba frente

del hada de tu sueño adamantino?

   Respondí a la mañana:

Sólo tienen cristal los sueños míos.

Yo no conozco el hada de mis sueños;

ni sé si está mi corazón florido.

   Pero si aguardas la mañana pura

que ha de romper el vaso cristalino,

quizás el hada te dará tus rosas,

mi corazón tus lirios.


   Al borde del sendero un día nos sentamos.

Ya nuestra vida es tiempo, y nuestra sola cuita

son las desesperantes posturas que tomamos

para guardar... Mas ella no faltará a la cita.


   Es una forma juvenil que un día

a nuestra casa llega.

Nosotros le decimos: ¿por qué tornas

a la morada vieja?

Ella abre la ventana, y todo el campo

en luz y aroma entra.

En el blanco sendero,

los troncos de los árboles negrean;

las hojas de las copas

son humo verde que a lo lejos sueña.

Parece una laguna

el ancho río, entre la blanca niebla

de la mañana. Por los montes cárdenos,

camina otra quimera.


   ¡Oh, díme, noche amiga, amada vieja,

que me traes el retablo de mis sueños

siempre desierto y desolado y solo

con mi fantasma dentro,

mi pobre sombra triste

sobre la estepa y bajo el sol de fuego,

o soñando amarguras

en las voces de todos los misterios, dime,

si sabes, vieja amada, dime

si son mías las lágrimas que vierto!

Me respondió la noche:

Jamás me revelaste tu secreto.

Yo nunca supe, amado,

si eras tú esa fantasma de tu sueño,

ni averigüé si era su voz la tuya,

o era la voz de un histrión grotesco.

   Dije a la noche: Amada mentirosa,

tú sabes mi secreto;

tú has visto la honda gruta

donde fabrica su cristal mi sueño,

y sabes que mis lágrimas son mías,

y sabes mi dolor, mi dolor viejo.

   ¡Oh! Yo no sé, dijo la noche, amado,

yo no sé tu secreto,

aunque he visto vagar ese, que dices,

desolado fantasma, por tu sueño.

Yo me asomo a las almas cuando lloran

y escucho su hondo rezo,

humilde y solitario,

ese que llamas salmo verdadero;

pero en las hondas bóvedas del alma

no sé si el llanto es una voz o un eco.

   Para escuchar tu queja de tus labios

yo te busqué en tu sueño,

y allí te vi vagando en un borroso

laberinto de espejos.


   Leyendo un claro día

mis bien amados versos,

he visto en el profundo

espejo de mis sueños

   que una verdad divina

temblando está de miedo,

y es una flor que quiere

echar su aroma al viento.

   El alma del poeta

se orienta hacia el misterio.

Sólo el poeta puede

mirar lo que está lejos

dentro del alma, en turbio

y mago son envuelto.

   En esas galerías,

sin fondo del recuerdo,

donde las pobres gentes

colgaron cual trofeo

   el traje de una fiesta

apolillado y viejo,

allí el poeta sabe

el laborar eterno

mirar de las doradas

abejas de los sueños.

   Poetas, con el alma

atenta al hondo cielo,

en la cruel batalla

o en el tranquilo huerto,

   la nueva miel labramos

con los dolores viejos,

la veste blanca y pura

pacientemente hacemos,

y bajo el sol bruñimos

el fuerte arnés de hierro.

   El alma que no sueña,

el enemigo espejo,

proyecta nuestra imagen

con un perfil grotesco.

   Sentimos una ola

de sangre en nuestro pecho,

que pasa... y sonreímos,

y a laborar volvemos.


   Desgarrada la nube; el arco iris

brillando ya en el cielo,

y en un fanal de lluvia

y sol el campo envuelto.

   Desperté. ¿Quién enturbia

los mágicos cristales de mi sueño?

Mi corazón latía

atónito y disperso.

   ... ¡El limonar florido,

el cipresal del huerto,

el prado verde, el sol, el agua, el iris...

¡el agua en tus cabellos!...

   Y todo en la memoria se perdía

como una pompa de jabón al viento.


   Y era el demonio de mi sueño, el ángel

más hermoso. Brillaban

como aceros los ojos victoriosos,

y las sangrientas llamas

de su antorcha alumbraron

la honda cripta del alma.

   -¿Vendrás conmigo? -No, jamás; las tumbas

y los muertos me espantan.

Pero la férrea mano

mi diestra atenazaba.

   -Vendrás conmigo... Y avancé en mi sueño

cegado por la roja luminaria.

Y en la cripta sentí sonar cadenas

y rebullir de fieras enjauladas.


   Desde el umbral de un sueño me llamaron...

Era la buena voz, la voz querida.

   -¿Díme: vendrás conmigo a ver el alma?...

Llegó a mi corazón una caricia.

   -Contigo siempre... Y avancé en mi sueño

por una larga, escueta galería,

sintiendo el roce de la vesta pura

y el palpitar suave de la mano amiga.


SUEÑO INFANTIL

   Una clara noche

de fiesta y de luna,

noche de mis sueños,

noche de alegría,

   -era luz mi alma

que hoy es bruma toda,

no eran mis cabellos

negros todavía-

   el hada más joven

me llevó en sus brazos

a la alegre fiesta

que en la plaza ardía.

   So el chisporroteo

de las luminarias;

amor sus madejas

de danzas tejía.

   Y en aquella noche

de fiesta y de luna,

noche de mis sueños

noche de alegría,

   el hada más joven

besaba mi frente...,

con su linda mano

su adiós me decía...

   Todos los rosales

daban sus aromas,

todos los amores

amor entreabría.


   Si yo fuera un poeta

galante, cantaría

a vuestros ojos un cantar tan puro

como en el mármol blanco el agua limpia.

   Y en una estrofa de agua

todo el cantar sería:

   «Ya sé que no responden a mis ojos,

que ven y no preguntan cuando miran,

los vuestros claros; vuestros ojos tienen

la buena luz tranquila,

la buena luz del mundo en flor, que he visto

desde los brazos de mi madre un día».


   Llamó a mi corazón, un claro día,

con un perfume de jardín, el viento.

   -A cambio de este aroma,

todo el aroma de tus rosas quiero.

-No tengo rosas; flores

en mi jardín no hay ya: todas han muerto.

   Me llevaré los llantos de las fuentes,

las hojas amarillas y los mustios pétalos.

Y el viento huyó... Mi corazón sangraba...

Alma ¿qué has hecho de tu pobre huerto?


   Hoy buscarás en vano

a tu dolor consuelo.

   Lleváronse tus hadas

el lino de tus sueños.

Está la fuente muda,

y está marchito el huerto.

Hoy sólo quedan lágrimas

para llorar. No hay que llorar ¡silencio!


   Y nada importa ya que el vino de oro

rebose de tu copa cristalina,

o el agrio zumo enturbie el puro vaso...

   Tú sabes las secretas galerías

del alma, los caminos de los sueños

y la tarde tranquila

donde van a morir... Allí te aguardan

   las hadas silenciosas de la vida,

y hacia un jardín de eterna primavera

te llevarán un día.


   ¡Tocados de otros días,

mustios encajes y marchitas sedas;

salterios arrumbados,

rincones de las salas polvorientas:

   daguerrotipos turbios,

cartas que amarillean;

libracos no leídos

que guardan grises florecitas secas;

   romanticismos muertos,

cursilerías viejas,

cosas de ayer que sois mi alma, y cantos

y cuentos de la abuela!...


   La casa tan querida

donde habitaba ella,

sobre un montón de escombros arruinada

o derruída, enseña

el negro y carcomido

maltrabado esqueleto de madera.

   La luna está vertiendo

su clara luz en sueños que platea

en las ventanas. Mal vestido y triste,

voy caminando por la calle vieja.


   Ante el pálido lienzo de la tarde,

la iglesia, con sus torres afiladas

y el ancho campanario, en cuyos huecos

voltean suavemente las campanas,

alta y sombría, surge.

   La estrella es una lágrima

   en el azul celeste.

Bajo la estrella clara

flota, vellón disperso,

una nube quimérica de plata.


   Tarde tranquila, casi

con placidez de alma,

para ser joven, para haberlo sido

cuando Dios quiso, para

tener algunas alegrías... lejos

y poder dulcemente recordarlas.


   Yo, como Anacreonte,

quiero cantar, reír y echar al viento

las sabias amarguras

y los graves consejos;

   y quiero, sobre todo, emborracharme,

ya lo sabéis... ¡Grotesco!

Pura fe en el morir, pobre alegría

y macabro danzar antes de tiempo.


   ¡Oh tarde luminosa!

El aire está encantado.

La blanca cigüeña

dormita volando,

y las golondrinas se cruzan, tendidas

las alas agudas al viento dorado,

y en la tarde risueña se alejan

volando, soñando...

   Y hay una que torna como la saeta,

las alas agudas tendidas al aire sombrío,

buscando su negro rincón del tejado.

   La blanca cigüeña,

como un garabato,

tranquila y disforme ¡tan disparatada!

sobre el campanario.


   Es una tarde cenicienta y mustia,

destartalada, como el alma mía;

y es esta vieja angustia

que habita mi usual hipocondría.

   La causa de esta angustia no consigo

ni vagamente comprender siquiera;

pero recuerdo y, recordando, digo:

-Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.


   Y no es verdad, dolor, yo te conozco,

tú eres nostalgia de la vida buena

y soledad de corazón sombrío,

de barco sin naufragio y sin estrella.

   Como perro olvidado que no tiene

huella ni olfato y yerra

por los caminos, sin cambio, como

el niño que en la noche de una fiesta

   se pierde entre el gentío

y el aire polvoriento y las candelas

chispeantes, atónito, y asombra

su corazón de música y de pena,

   así voy yo, borracho, melancólico,

guitarrista lunático, poeta,

y pobre hombre en sueños,

siempre buscando a Dios entre la niebla.


   ¿Y ha de morir contigo el mundo mago

donde guarda el recuerdo

los hálitos más puros de la vida,

la blanca sombra del amor primero,

   la voz que fué a tu corazón, la mano

que tú querías retener en sueños,

y todos los amores

que llegaron al alma, al hondo cielo?

   ¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo,

la vieja vida en orden tuyo y nuevo?

¿Los yunques y crisoles de tu alma

laboran para el polvo y para el viento?


   Desnuda está la tierra,

y el alma aúlla al horizonte pálido

como loba famélica. ¿Qué buscas,

poeta, en el ocaso?

   Amargo caminar, porque el camino

pesa en el corazón. El viento helado,

y la noche que llega, y la amargura

de la distancia... En el camino blanco

   algunos yertos árboles negrean;

en los montes lejanos

hay oro y sangre... El sol murió... ¿Qué buscas,

poeta, en el ocaso?


CAMPO

   La tarde está muriendo

como un hogar humilde que se apaga.

   Allá, sobre los montes,

quedan algunas brasas.

   Y ese árbol roto en el camino blanco

hace llorar de lástima.

   ¡Dos ramas en el tronco herido, y una

hoja marchita y negra en cada rama!

   ¿Lloras?... Entre los álamos de oro,

lejos, la sombra del amor te aguarda.


A UN VIEJO
Y DISTINGUIDO SEÑOR

   Te he visto, por el parque ceniciento

que los poetas aman

para llorar, como mía noble sombra

vagar envuelto en tu levita larga.

   El talante cortés, ha tantos años

compuesto de mía fiesta en la antesala,

¡qué bien tus pobres huesos

ceremoniosos guardan!

   Yo te he visto aspirando, distraído,

con el aliento que la tierra exhala,

-hoy, tibia tarde en que las mustias hojas

húmedo viento arranca-

del eucalipto verde

   el frescor de las hojas perfumadas.

Y te he visto llevar la seca mano

a la perla que brilla en tu corbata.


LOS SUEÑOS

   El hada más hermosa ha sonreído,

al ver la lumbre de una estrella pálida

que en hilo suave, blanco y silencioso,

se enrosca al huso de su rubia hermana.

   Y vuelve a sonreír, porque en su rueca

el hilo de los campos se enmaraña.

Tras la tenue cortina de la alcoba

está el jardín envuelto en luz dorada.

   La cuna, casi en sombra. El niño duerme.

Dos hadas laboriosas lo acompañan

hilando de los sueños los sutiles

copos en ruecas de marfil y plata.


   Guitarra del mesón que hoy suenas jota,

mañana petenera,

según quien llega y tañe

las empolvadas cuerdas.

   Guitarra del mesón de los caminos,

no fuiste nunca, ni serás, poeta.

   Tú eres alma que dice su armonía

solitaria a las almas pasajeras...

   Y siempre que te escucha el caminante

sueña escuchar un aire de su tierra.


   El rojo sol de un sueño en el Oriente asoma.

Luz en sueños. ¿No tiemblas, andante peregrino?

Pasado el llano verde, en la florida loma,

acaso está el cercano final de tu camino.

   Tú no verás del trigo la espiga sazonada

y de macizas pomas cargado el manzanar,

ni de la vid rugosa la uva aurirrosada

ha de exprimir su alegre licor en tu lagar.

   Cuando el primer aroma exhalen los jazmines

y cuando más palpiten las rosas del amor,

una mañana de oro que alumbre los jardines,

¿no huirá, como una nube dispersa, el sueño en flor?

   Campo recién florido y verde, quién pudiera

soñar aún largo tiempo en esas pequeñitas

corolas azuladas que manchan la pradera,

y en esas diminutas primeras margaritas.


   La primavera besaba

suavemente la arboleda,

y el verde nuevo brotaba

como una verde humareda.

   Las nubes iban pasando

sobre el campo juvenil...

Yo vi en las hojas temblando

las frescas lluvias de abril.

   Bajo ese almendro florido,

todo cargado de flor,

-recordé- yo he maldecido

mi juventud sin amor.

   Hoy, en mitad de la vida,

me he parado a meditar...

Juventud nunca vivida,

¿ quién te volviera a soñar?


   Eran ayer mis dolores

como gusanos de seda

que iban labrando capullos;

hoy son mariposas negras.

   ¡De cuántas flores amargas

he sacado blanca cera!

¡Oh tiempo en que mis pesares

trabajaban como abejas!

   Hoy son como avenas locas,

o cizaña en sementera,

como tizón en espiga,

como carcoma en madera.

   ¡Oh tiempo en que mis dolores

tenían lágrimas buenas,

y eran como agua de noria

que va regando una huerta!

Hoy son agua de torrente

que arranca el limo a la tierra.

   Dolores que ayer hicieron

de mi corazón colmena,

hoy tratan mi corazón

como a una muralla vieja:

quieren derribarlo, y pronto,

al golpe de la piqueta.


RENACIMIENTO

   Galerías del alma... ¡el alma niña!

Su clara luz risueña;

y la pequeña historia y la alegría de la vida nueva...

   ¡Ah, volver a nacer, y andar camino,

ya recobrada la perdida senda!

   Y volver a sentir en nuestra mano,

aquel latido de la mano buena

de nuestra madre... Y caminar en sueños

por amor de la mano que nos lleva.


   En nuestras almas, todo

por misteriosa mano se gobierna.

Incomprensibles, mudas,

nada sabemos de las almas nuestras.

   Las más hondas palabras

del sabio nos enseñan,

lo que el silbar del viento cuando sopla,

o el sonar de las aguas cuando ruedan.


   Tal vez la mano, en sueños,

del sembrador de estrellas,

hizo sonar la música olvidada

   como una nota de la lira inmensa,

y la ola humilde a nuestros labios vino

de linas pocas palabras verdaderas.


   Y podrás conocerte recordando

del pasado soñar los turbios lienzos

en este día triste en que caminas

con los ojos abiertos.

De toda la memoria, sólo vale

el don preclaro de evocar los sueños.


   Los árboles conservan

verdes aún las copas,

pero del verde mustio

de las marchitas frondas.

   El agua de la fuente,

sobre la piedra tosca

y de verdín cubierta,

resbala silenciosa.

   Arrastra el viento algunas

amarillentas hojas.

¡El viento de la tarde

sobre la tierra en sombra!


   Húmedo está, bajo el laurel, el banco

de verdinosa piedra;

lavó la lluvia, sobre el muro blanco,

las empolvadas hojas de la hiedra.

   Del viento del otoño el tibio aliento

los céspedes undula, y la alameda

conversa con el viento...

¡el viento de la tarde en la arboleda!

   Mientras el sol en el ocaso esplende

que los racimos de la vid orea,

y el buen burgués, en su balcón, enciende

la estoica pipa en que el tabaco humea,

   voy recordando versos juveniles...

¿Qué fué de aquel mi corazón sonoro?

¿Será cierto que os vais, sombras gentiles,

huyendo entre los árboles de oro?


   Como se fué el maestro,

la luz de esta mañana

me dijo: Van tres días

que mi hermano Francisco no trabaja.

¿Murió?... Sólo sabemos

que se nos fué por una senda clara,

diciéndonos: Hacedme

un duelo de labores y esperanzas.

Sed buenos y no más, sed lo que he sido

entre vosotros: alma.

Vivid, la vida sigue,

los muertos mueren y las sombras pasan:

lleva quien deja y vive el que ha vivido.

¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!

   Y hacia otra luz más pura

partió el hermano de la luz del alba,

del sol de los talleres,

el viejo alegre de la vida santa.

... Oh, sí, llevad, amigos,

su cuerpo a la montaña,

a los azules montes

del ancho Guadarrama.

Allí hay barrancos hondos

de pinos verdes donde el viento canta.

Su corazón repose

bajo una encina casta,

en tierra de tomillos, donde juegan

mariposas doradas...

Allí el maestro un día

soñaba un nuevo florecer de España.


Baeza, 21 febrero 1015.

   A ti laurel y yedra

corónente, dilecto

de Sofía, arquitecto.

Cincel, martillo y piedra

   y masones te sirvan; las montañas

de Guadarrama frío

te brinden el azul de sus entrañas,

meditador de otro Escorial sombrío;

y que Felipe austero,

al borde de su regia sepultura,

asome a ver la nueva arquitectura

y bendiga la prole de Lutero.


A XAVIER VALCARCE

... En el intermedio de la primavera.


   Valcarce, dulce amigo, si tuviera

la voz que tuve antaño, cantaría

el intermedio de tu primavera

-porque aprendiz he sido de ruiseñor un día-,

y el rumor de tu huerto -entre las flores

el agua oculta corre, pasa y suena

por acequias, regatos y atanores-,

y el inquieto bullir de tu colmena,

y esa doliente juventud que tiene

ardores de faunalias,

y que pisando viene

la huella a mis sandalias.

   Mas hoy... ¿será porque el enigma grave

me tentó en la desierta galería,

y abrí con una diminuta llave

el ventanal del fondo que da a la mar sombría?

¿Será porque se ha ido

quien asentó mis pasos en la tierra,

y en este nuevo ejido

sin rubia mies, la soledad me aterra?

   No sé, Valcarce; mas cantar no puedo;

se ha dormido la voz en mi garganta,

y tiene el corazón un salmo quedo.

Ya sólo reza el corazón, no canta.

   Mas hoy, Valcarce, como un fraile viejo

puedo hacer confesión, que es dar consejo.

   En este día claro, en que descansa

tu carne de quimeras y amoríos

-así en amplio silencio se remansa

el agua bullidora de los ríos-,

no guardes en tu cofre la galana

veste dominical, el limpio traje,

para llenar de lágrimas mañana

la mustia seda y el marchito encaje,

sino viste, Valcarce, dulce amigo,

gala de fiesta para andar contigo.

   Y cíñete la espada rutilante,

y lleva tu armadura,

el peto de diamante

debajo de la blanca vestidura.

   ¡Quién sabe! Acaso tu domingo sea

la jornada guerrera y laboriosa,

el día del Señor, que no reposa;

el claro día en que el Señor pelea.


MARIPOSA DE LA SIERRA

A Juan Ramón Jiménez,
por su libro Platero y yo.


   ¿No eres tú, mariposa,

el alma de estas sierra solitarias,

de sus barrancos hondos

y de sus cumbres agrias?

   Para que tú nacieras,

con su varita mágica

a las tormentas de la piedra, un día,

mandó callar un hada,

y encadenó los montes,

para que tú volaras.

Anaranjada y negra,

morenita y dorada,

mariposa montés, sobre el romero

plegadas las alillas o, voltarias,

jugando con el sol, o sobre un rayo

de sol crucificadas.

¡Mariposa montés y campesina,

mariposa serrana,

nadie ha pintado tu color; tú vives

tu color y tus alas

en el aire, en el sol, sobre el romero,

tan libre, tan salada!...

Que Juan Ramón Jiménez

pulse por ti su lira franciscana.


Sierra de Cazorla, 28 mayo 1915.

ELOGIOS

Al libro Castilla,
del maestro Azorín,
con motivo del mismo.


   Con este libro de melancolía,

toda Castilla a mi rincón me llega;

Castilla la gentil y la bravia,

la parda y la manchega.

¡Castilla, España de los largos ríos

que el mar no ha visto y corre hacia los mares;

Castilla de los páramos sombríos,

Castilla de los negros encinares!

Labriegos transmarinos y pastores

trashumantes -arados y merinos-,

labriegos con talante de señores,

pastores del color de los caminos.

Castilla de grisientos peñascales,

pelados serrijones,

barbechos y trigales,

malezas y cambrones.

Castilla azafranada y polvorienta,

sin montes, de arreboles purpurinos;

Castilla visionaria y soñolienta

de llanuras, viñedos y molinos.

Castilla -hidalgos de semblante enjuto,

rudos jaques y orondos bodegueros-,

Castilla -trajinantes y arrieros

de ojos inquietos, de mirar astuto-,

mendigos rezadores,

y frailes pordioseros,

boteros, tejedores,

arcadores, perailes, chicarreros,

lechuzos y rufianes,

fulleros y truhanes,

caciques y tahures y logreros.

¡Oh venta de los montes! -Fuencebada,

Fonfría, Oncala, Manzanal, Robledo-.

¡Mesón de los caminos y posada

de Esquivias, Salas, Almazán, Olmedo!

La ciudad diminuta y la campana

de las monjas que tañe, cristalina...

¡Oh dueña doñeguil tan de mañana

y amor de Juan Ruiz a doña Endrina!

Las comadres -Gerarda y Celestina-,

los amantes -Fernando y Dorotea-.

¡Oh casa, oh huerto, oh sala silenciosa!

¡Oh divino vasar en donde posa

sus dulces ojos verdes Melibea!

¡Oh jardín de cipreses y rosales,

donde Calixto ensimismado piensa,

que tornan con las nubes inmortales

las mismas olas de la mar inmensa!

¡Y este hoy que mira a ayer; y este mañana

que nacerá tan viejo!

¡Y esta esperanza vana

de romper el encanto del espejo!

¡Y esta agua amarga de la fuente ignota!

¡Y este filtrar la gran hipocondría

de España siglo a siglo y gota a gota!

¡Y este alma de Azorín... y este alma mía

que está viendo pasar, bajo la frente,

de una España la inmensa galería,

cual pasa del ahogado en la agonía

todo su ayer, vertiginosamente!

Basta. Azorín, yo creo

en el alma sutil de tu Castilla,

y en esa maravilla

de tu hombre triste del balcón, que veo

siempre añorar, la mano en la mejilla.

Contra el gesto del persa, que azotaba

la mar con su cadena;

contra la flecha que el tahur tiraba

al cielo, creo en la palabra buena.

Desde un pueblo que ayuna y se divierte,

ora y eructa; desde un pueblo impío

que juega al mus, de espaldas a la muerte,

creo en la libertad y en la esperanza,

y en una fe que nace

cuando se busca a Dios y no se alcanza,

y en el Dios que se lleva y que se hace.

ENVIO

   ¡Oh, tú, Azorín que de la mar de Ulises

viniste al ancho llano

en donde el gran Quijote, el buen Quijano,

soñó con Esplandianes y Amadises;

buen Azorín, por adopción manchego,

que guardas tu alma ibera,

tu corazón de fuego

bajo el recio almidón de tu pechera

-un poco libertario

de cara a la doctrina,

¡admirable Azorín, el reaccionario

por asco de la greña jacobina!-;

pero tranquilo, varonil -la espada

ceñida a la cintura

y con santo rencor acicalada-,

sereno en el umbral de tu aventura!

¡Oh, tú, Azorín, escucha: España quiere

surgir, brotar, toda una España empieza!

¿Y ha de helarse en la España que se muere?

¿Ha de ahogarse en la España que bosteza?

Para salvar la nueva epifanía

hay que acudir, ya es hora,

con el hacha y el fuego al nuevo día.

Oye cantar los gallos de la aurora.


Baeza, 1913.

A UNA ESPAÑA JOVEN

   ... Fué un tiempo de mentira, de infamia. A España toda,

la malherida España, de Carnaval vestida

nos la pusieron, pobre y escuálida y beoda

para que no acertara la mano con la herida.

   Fué ayer; éramos casi adolescentes; era

con tiempo malo, encinta de lúgubres presagios,

cuando montar quisimos en pelo una quimera,

mientras la mar dormía ahita de naufragios.

   Dejamos en el puerto la sórdida galera,

y en una nave de oro nos plugo navegar

hacia los altos mares, sin aguardar ribera,

lanzando velas y anclas y gobernalle al mar.

   Ya entonces, por el fondo de nuestro sueño -herencia

de un siglo que vencido sin gloria se alejaba-

un alba entrar quería; con nuestra turbulencia

la luz de las divinas ideas batallaba.

   Mas cada cual el rumbo siguió de su locura;

agilitó su brazo, acreditó su brío;

dejó como un espejo bruñida su armadura

y dijo: «El hoy es malo, pero el mañana... es mío».

   Y es hoy aquel mañana de ayer... Y España toda,

con sucios oropeles de Carnaval vestida

aun la tenemos: pobre y escuálida y beoda,

mas hoy de un vino malo: la sangre de su herida.

   Tú, juventud más joven, si de más alta cumbre

la voluntad te llega, irás a tu aventura

despierta y transparente a la divina lumbre,

como el diamante clara, como el diamante pura.


Enero, 1913.

ESPAÑA, EN PAZ

   En mi rincón moruno, mientras repiquetea

el agua de la siembra bendita en mis cristales,

yo pienso en la lejana Europa que pelea,

el fiero norte, envuelto en lluvias otoñales.

   Donde combaten galos, ingleses y teutones,

allá, en la vieja Flandes y en una tarde fría,

sobre jinetes, carros, infantes y cañones

pondrá la lluvia el velo de su melancolía.

   Envolverá la niebla el rojo expoliado

-sordina gris al férreo claror del campamento-,

las brumas de la Mancha caerán como un sudario

de la flamenca duna sobre el fangal sangriento.

   Un César ha ordenado las tropas de Germania

contra el francés heroico y el triste moscovita

y osó hostigar la rubia pantera de Britania.

Medio planeta en armas contra el teutón milita.

   ¡Señor! La guerra es mala y bárbara; la guerra,

odiada de las madres, las almas entigrece;

mientras la guerra pasa, ¿quién sembrará la tierra?

¿Quién segará la espiga que junio amarillece?

   Albión acecha y caza las quillas en los mares;

Germania arruina templos, moradas y talleres;

la guerra pone un soplo de hielo en los hogares,

y el hambre en los caminos, y el llanto en las mujeres.

   Es bárbara la guerra y torpe y regresiva;

¿por qué otra vez a Europa esta sangrienta racha

que siega el alma y esta locura acometiva?

¿por qué otra vez el hombre de sangre se emborracha?

   La guerra nos devuelve las podres y las pestes

del Ultramar cristiano; el vértigo de horrores

que trajo Atila a Europa con sus tartáreas huestes;

las hordas mercenarias, los púnicos rencores;

la guerra nos devuelve los muertos milenarios

de cíclopes, centauros, Heracles y Teseos;

la guerra resucita los sueños cavernarios

del hombre con peludos mammuthes giganteos.

   ¿Y bien? El mundo en guerra y en paz España sola.

¡Salud, oh buen Quijano! Por si ese gesto es tuyo,

yo te saludo. ¡Salve! Salud, paz española,

si no eres paz cobarde, sino desdén y orgullo.

   Si eres desdén y orgullo, valor de ti, si bruñes

en esa paz, valiente, la enmohecida espada,

para tenerla limpia, sin tacha, cuando empuñes

el arma de tu vieja panoplia arrinconada;

si pules y acicalas tus hierros para, un día,

vestir de luz, y, erguida; heme aquí, pues, España

en alma y cuerpo, toda, para una guerra mía,

heme aquí, pues, vestida para la propia hazaña,

decir para que diga quien oiga: es voz, no es eco,

el buen manchego habla palabras de cordura,

parece que el hidalgo amojamado y seco

entró en razón, y tiene espada a la cintura;

entonces, paz de España, yo te saludo.

Si eres

vergüenza humana de esos rencores cabezudos

con que se matan miles de avaros mercaderes,

sobre la madre tierra que los parió desnudos;

si sabes cómo Europa entera se anegaba

en una paz sin alma, en un afán sin vida,

y que una calentura cruel la aniquilaba,

que es hoy la fiebre de esta pelea fratricida;

si sabes que esos pueblos arrojan sus riquezas

al mar y al fuego -todos- para sentirse hermanos

un día ante el divino altar de la pobreza,

gabachos y tudescos, latinos y britanos,

entonces, paz de España, también yo te saludo,

y a ti, la España fuerte, si, en esta paz bendita,

en tu desdeño esculpes, como sobre un escudo,

dos ojos que avizoran y un ceño que medita.


Baeza, 10 noviembre 1914.

FLOR DE SANTIDAD

Flor de Santidad,
novela milenaria,
por D. llamón del Valle-Inclán.


   Esta leyenda en sabio romance campesino,

ni arcaico ni moderno, por Valle-Inclán escrita,

revela en los halagos de un viento vespertino,

la santa flor de alma que nunca se marchita.

   Es la leyenda campo y campo. Un peregrino

que vuelve solitario de la sagrada tierra

donde Jesús morara, camina sin camino,

entre los agrios montes de la galaica sierra.

   Hilando silenciosa, la rueca a la cintura,

Adoga, en cuyos ojos la llama azul fulgura

de la piedad humilde, en el romero ha visto,

al declinar la tarde, la pálida figura,

la frente gloriosa de luz y la amargura

de amor que tuvo un día el SALVADOR DOM. CRISTO.


   Este noble poeta que ha escuchado

los ecos de la tarde y los violines

del otoño en Verlaine, y que ha cortado

las rosas de Ronsard en los jardines

de Francia, hoy, peregrino

de un Ultramar de Sol, nos trae el oro

de su verbo divino.

¡Salterios del loor vibran en coro!

La nave, bien guarnida,

con fuerte casco y acerada prora,

de viento y luz la blanca vela henchida

surca, pronta a arribar, la mar sonora;

y yo le grito: ¡Salve! a la bandera

flamígera que tiene esta hermosa galera

que de una nueva España a España viene.


1904.

   Si era toda en tu verso la armonía del mundo,

¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar?

Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares,

corazón asombrado de la música astral,

¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno

y con las nuevas rosas triunfante volverás?

¿Te han herido buscando la soñada Florida,

la fuente de la eterna juventud, capitán?

Que en esta lengua madre la clara historia quede;

corazones de todas las Españas, llorad.

Rubén Darío ha muerto en Castilla del Oro,

esta nueva nos vino atravesando el mar.

Pongamos, españoles, en un severo mármol

su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más:

Nadie esta lira taña si no es el mismo Apolo;

nadie esta flauta suene si no es el mismo Pan.


1915.

Jam senior, sed cruda

deo viridisque senectu.

Virgilio (Eneida).




    Tus versos me han llegado a este rincón manchego,

regio presente en arcas de rica taracea,

que guardan, entre ramos de castellano espliego,

narcisos de Citeres y lirios de Judea.

   En tu árbol viejo anida un canto adolescente,

del ruiseñor de antaño la dulce melodía.

Poeta, que declaras arrugas en tu frente,

tu musa es la más noble: se llama Todavía.

   El corazón del hombro con red sutil envuelve

el tiempo, como niebla de río una arboleda.

¡No mires: todo pasa; olvida: nada vuelve!

Y el corazón del hombre se angustia... ¡Nada queda!

   El tiempo rompe el hierro y gasta los marfiles.

Con limas y barrenas, buriles y tenazas,

el tiempo lanza obreros a trabajar febriles,

enanos con punzones y cíclopes con mazas.

   El tiempo lame y roe y pule y mancha y muerde;

socava el alto muro, la piedra agujerea;

apaga la mejilla y abrasa la hoja verde;

sobre las frentes cava los surcos de la idea.

   Pero el poeta afronta al tiempo inexorable,

como David al fiero gigante filisteo;

de su armadura busca la pieza vulnerable,

y quiere obrar la hazaña a que no osó Teseo.

   Vencer al tiempo quiere. ¡Al tiempo! ¿Hay un seguro

donde afincar la lucha? ¿Quién lanzará el venablo

que cace esa alimaña? ¿Se sabe de un conjuro

que ahuyente ese enemigo, como la cruz al diablo?

   El alma. El alma vence -¡la pobre cenicienta,

que en este siglo vano, cruel, empedernido,

por esos mundos vaga escuálida y hambrienta!-

al ángel de la muerte y al agua del olvido.

   Su fortaleza opone al tiempo, como el puente

al ímpetu del río sus pétreos tajamares;

bajo ella el tiempo lleva bramando su torrente,

sus aguas cenagosas huyendo hacia los mares.

   Poeta, el alma sólo es ancla en la ribera,

dardo cruel y doble escudo adamantino;

y en el diciembre helado, rosal de primavera;

y sol del caminante y sombra del camino.

   Poeta, que declaras arrugas en tu frente,

tu noble verso sea más joven cada día;

que en tu árbol viejo suene el canto adolescente,

del ruiseñor eterno la dulce melodía.


Venta de Cárdenas, 24 octubre.

MIS POETAS

   El primero es Gonzalo de Berceo llamado,

Gonzalo de Berceo, poeta y peregrino,

que yendo en romería acaeció en un prado,

y a quien los sabios pintan copiando un pergamino.

Trovó a Santo Domingo, trovó a Santa María,

y a San Millán, y a San Lorenzo y Santa Oria,

y dijo: mi dictado non es de juglaría;

escrito lo tenemos; es verdadera historia.

Su verso es dulce y grave: monótonas hileras

de chopos invernales en donde nada brilla;

renglones como surcos en pardas sementeras,

y lejos, las montañas azules de Castilla.

El nos cuenta el repaire del romeo cansado;

leyendo en santorales y libros de oración,

copiando historias viejas, nos dice su dictado,

mientras le sale afuera la luz del corazón.


A DON MIGUEL DE UNAMUNO

Por su libro Vida de
Don Quijote y Sancho.


   Este donquijotesco

Don Miguel de Unamuno, fuerte vasco,

lleva el arnés grotesco

y el irrisorio casco

del buen manchego. Don Miguel camina,

jinete de quimérica montura,

metiendo espuela de oro a su locura,

sin miedo de la lengua que malsina.

   A un pueblo de arrieros,

lechuzos y tahures y logreros

dicta lecciones de Caballería.

   Y el alma desalmada de su raza,

que bajo el golpe de su férrea maza

aun duerme, puede que despierte un día.

   Quiere enseñar el ceño de la duda

antes de que cabalgue, al caballero;

cual nuevo Hamlet, a mirar desnuda

cerca del corazón la hoja de acero.

   Tiene el aliento de una estirpe fuerte

que soñó más allá de sus hogares,

y que el oro buscó tras de los mares.

El señala la gloria tras la muerte.

Quiere ser fundador y dice: Creo,

Dios y adelanto el ánima española...

Y es tan bueno y mejor que fué Loyola:

sabe a Jesús y escupe al fariseo.


- XIV -

Por su libro
Arias tristes.


   Era mía noche del mes

de mayo, azul y serena;

sobro el agudo ciprés

brillaba la luna llena,

   iluminando la fuente

en donde el agua surtía,

sollozando intermitente.

Sólo la fuente se oía.

   Después se escuchó el acento

de un oculto ruiseñor.

Quebró una racha de viento

la curva del surtidor.

   Y una dulce melodía

vagó por todo el jardín:

entre los mirtos tañía

un músico su violín.

   Era un acorde lamento

de juventud y de amor

para la luna y el viento,

el agua y el ruiseñor.

   «El jardín tiene una fuente

y la fuente una quimera...».

Cantaba una voz doliente,

alma de la primavera.

   Calló la voz y el violín

apagó su melodía.

Quedó la melancolía

vagando por el jardín.

Sólo la fuente se oía.


FIN