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Sombras, nada más... [Fragmento]

Antonio Di Benedetto

Claves:

La palabra sombras vale tanto como sueños.

Los sueños son sombras (y algo más).

Cronología y método:

Los delirios oníricos en estas páginas registrados se produjeron en tres épocas y en sitios bien diferentes. Hacia 1981 en New Hampshire, América del Norte. A continuación, en América Central. Finalmente, de modo más atenuado, en Europa.

Casi cuatro años de trayecto, con un inaprensible vacío de por lo menos tres, van de la página 11 a la 252.

Sin embargo, el autor ha cuidado, poco menos que unánimemente, que todo el texto guarde la fisonomía o un perfil de los sueños, como la incoherencia y los episodios de aparición repentina sin solución ni epílogo propio.

Dudas confesables:

En cierto pasaje de la elaboración, o del abandono, le importó más como título:

Sombras, vagamente sueños

En otro momento vaciló en dar al libro el título que tiene, o bien, de forma más escueta, presentarlo como un apelativo, el de la invocación final, que representa también un acto de contrición. No va como mero nombre de persona, sino por su carga o substrato evocativo de lo espléndido, o lo amado o lo bueno, y de las culpas (que no se puede ni borrarlas ni olvidarlas).

I

Emanuel ha abandonado su pisito de la Travesera del Milagro. Al marchar ha observado con simpatía la denominación de otra calle no lejos del puente sobre el río Manzanares: Ronda del Amor Hermoso.

Ha sonreído con amargura. Se ha palpado las ropas, con esmero el bolsillo donde suele colocar las llaves, y no las ha encontrado. De todos modos, no volverá a los pequeños cuartos ni ya nunca dará agua a los geranios del balconcillo.

Ahora aguarda en la parada de la Avenida de América el autobús amarillo que tiene que venir de la Plaza de Colón.

Está visualizando los nombres de las calles que convergen en esa encrucijada de María de Molina y Francisco Silvela. Pero una onda mental lo desvía hacia Amor Hermoso y de ahí recae en otras evocaciones: Espaniola, Santo Domingo, Papeete, Rapa-Nui, Te-pito-Henúa…

Se da cuenta que está prefigurando lo que bien podría ser un itinerario, con un defecto: designa unos pocos lugares con sus varias formas de llamarlos. Luego de esa concesión a la lucidez, lo invaden nuevamente las palabras de invocar su ilusión: Rapa-Nui, Te-pito-Henúa, Pascua.

Recuerda que su entusiasmo predilecto desde muy joven ha sido llegar a la isla de Pascua. Piensa en las esculturas megalíticas representadas en un cartel de turismo sobre el Paseo de la Castellana, que él eligió como fondo para la fotografía de la entrevista a un navegante solitario, reportaje que tenía calculado ofrecer al periódico El País.

Repasa y compara con otras memorias: los dibujos de línea de trazo preciso como el de las gigantescas figuras antropomorfas de Lorenzo Domínguez, aquel artista chileno tan bondadoso que por el carácter se parecía a su burro de Pascua. Domínguez lo evocaba como sufrido, frugal y conocedor: el burro conocía el camino de las estatuas más enigmáticas, esas erguidas con todo su bulto en montes y quebradas, que no se sabe dónde ponen la mirada, clavada en algo que se ignora qué es, acaso el lugar del mar donde se hundieron los dioses y por donde se espera que resurjan y regresen.

Al reparo del cobertizo de cañas que el asno, como carguero, le ayudó a construir, Domínguez tomaba apuntes para sus dibujos, que después le sugerirían formas para sus propias esculturas de piedra, y se alimentaba de langostas de mar. El burro se contentaba con su régimen vegetariano y cuando Domínguez, en plan de amistosa burla, le brindaba una ración del formidable cangrejo, el animalito rehusaba de manera cortés con un movimiento de cabeza y a lo más diciendo modosamente: No, por favor…

El bus amarillo se ha desplazado hasta Barajas y el chofer despierta a los viajeros adormecidos con un anuncio en voz alta: Aeropuerto internacional, salidas y llegadas.

Emanuel se da cuenta que no embarcará hacia Tahití ni rumbo a la isla donde seguirán a la espera los gigantes de piedra obstinados en mirar hacia un punto de las aguas del mar.

Razona que ya es tarde para volver atrás o cambiar destino. Atenúa el reclamo de su conciencia, por la deslealtad a Rapa-Nui, con la certeza de que irá a dar, de todas maneras, a una isla, allende el Atlántico. Que por cierto no es el Pacífico, cuyas aguas lamen la costa de Papeete y Pascua, ¿nombres femeninos los dos? Sonríe: ha dejado atrás la Calle del Amor Hermoso. En todo caso, nunca lo tuvo plenamente de nadie -excepto una vez lejana- y había renunciado a encontrarlo y ahora, de un golpe de timón, se está apartando de la ilusión: Pascua. Decididamente, bello nombre de mujer, el de aquella amorosa italianita de la Selva Negra, donde juntos gustaron las primeras fresas de la temporada, recogiéndolas con sus manos de las plantas tiernas, a ras de la tierra. Sonríe Emanuel, sonríe amargamente. Recuerda que con Pascua hubo risas y esperanzas, ¿por qué? Sonrisas de auspicio o de goce ¿de la vida, de la felicidad?

Otra vez será, se conforma Emanuel. ¿Otra vez será el encuentro definitivo con Pascua? No, nunca más. Otra vez será que coja el avión de Iberia en Barajas para ir a dar en las islas del Pacífico. ¿Otra vez? Antes que pueda intentarlo ¿no le saldrá al paso la sigilosa muerte? Emanuel sonríe, lastimosamente.

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