Sonetos
Pedro Soto de Rojas
Ramón García González
(ed.
lit. )
Datos biográficos de Pedro
Soto de Rojas
Nace en Granada en
1584.
Hace sus primeros
estudios en Granada para seguirlos después en Madrid, bajo
la protección del Conde Duque de Olivares. En 1610 se
graduó como bachiller. Termina la carrera de Derecho.
Ejerce de abogado
en Valladolid y más tarde en Madrid donde inicia su amistad
con los poetas, sobre todo con Góngora, Lope de Vega, Mira
de Amescua y otros.
En 1612 lee su
Discurso sobre la
poética al ingresar en la «Academia
Salvaje» bajo el seudónimo «Ardiente».
Abraza el estado
sacerdotal y regresa a Granada, graduándose en
Cánones y Leyes. Ejerció de abogado del Santo
Oficio.
Participa en la
celebración de las justas poéticas en honor de San
Ignacio patrocinadas por los Jesuitas de Sevilla y en las que
intervinieron entre otros los poetas Góngora y
Jáuregui.
En 1629, cansado y
desengañado de no poder conseguir sus pretensiones de la
Corte, se construye un carmen suntuoso, donde hasta el final de sus
días se dedica al cultivo de la poesía.
Lope de Vega en su
Laurel de Baco elogia las
poesías de Soto de Rojas.
Una de sus obras,
El Paraíso ,
está claramente conformada con el estilo gongorino. Sin
embargo sus sonetos están más en el estilo de
Garcilaso.
Fue
Canónigo de la Iglesia de San Salvador de Granada.
Muere en Madrid el
año 1658.
- I -
Proemio
Tristes quejas de amor
dilato al viento.
Serán, por tristes, de mi
error castigo;
por quejas, nuevo honor de mi
enemigo;
y por de amor, amantes
escarmiento.
Será
también la voz de mi instrumento
5
en el proceso de mi edad
testigo,
y yo el áspero actor que a
mí me sigo
y el culpado que canta en el
tormento.
Vosotros, o
jueces, o fiscales
(bien así que mis males,
infinitos),
10
no me juzguéis si no
sentís mis males;
que si
buscáis castigo a mis delitos,
castigo tienen a su culpa
iguales:
fuegos de amor abrasan mis
escritos.
- II -
Al peregrino
¿Dónde
vuelas, soberbio pensamiento?
Ícaro mozo, mi consejo
espera:
mira que al polvo humilde y blanda
cera
ni el sol perdona, ni respeta el
viento.
Fénix es
sol, y su divino aliento
5
la procelosa de Aquilón
esfera;
de cera y polvo tu porción
ligera;
teme, vuelve a la tierra, que es tu
asiento.
Pero sube,
camina, no repares,
rompa tu fuerza los contrarios
vientos
10
hasta ver de tu sol su luz a
solas;
que, si muerto
cual Ícaro bajares,
nombre darás al mar de mis
tormentos
y eterno vivirás entre sus
olas.
- V -
Ojos de Fénix, si matadores,
deseados
Indicios claros de
la luz, espías
del luminoso general del
cielo,
cuyo valor ardiente, cuyo celo
años le rinde y le conquista
días;
apacibles
tiranos, que alegrías
5
dais y quitáis al más
cortés desvelo;
deidad tonante, que fulmina
hielo
sobre el volcán de las
entrañas mías;
volved a
mí, volved, aunque de fiero
basilisco seáis: vuestra
hermosura
10
más que la vida en vuestra
ausencia quiero,
si ya no sube a
tanto mi ventura
que os puedo ¡oh cuán
difícil! ver primero,
y es cada cual difunto y
sepultura.
- VI -
Mirando un incendio
Subes, ¡oh
llama!, con veloz carrera,
de estos cansados leños
desatada,
solicitando, en humo
transformada,
el distante reposo de tu
esfera;
pero al subir por
la región ligera
5
te vuelve el viento burlador en
nada:
¡ay de ti, cuánto
amante, desdichada,
de mi más dulce
acción imagen fiera!
Así
disuelta, sube, el alma mía
del corazón, solicitando
asiento,
10
a la esfera veloz de su
alegría,
y nunca llega a
consumir su intento,
que es humo de mi ardor, y a su
porfía
es un desdén dificultad del
viento.
- VII -
Exhortación
Como al claro
verano el turbio invierno,
la oscura noche al luminoso
día,
al llanto de Memnón la
melodía
dulce del simple pajarillo
tierno,
como al morir en
paz vivir eterno,
5
lágrimas en niñez a
su alegría,
a los gozos de amor
melancolía
y a sus glorias de celos un
infierno,
así le
sigue al ser mujer mudanza;
no hay firmeza en mujer, no hay
cosa estable:
10
a la fortuna vence, al aire
alcanza.
¡Oh
tú, tirana, sé veloz, mudable!
Mas, ay, que temo ya de tu
tardanza
ver el fin de Anajarte
miserable.
- VIII -
Quejas disculpadas
Del áspero
lugar la seca rama
se querella, si al fuego la
condena;
la blanca vela, de la parada
entena,
si su tesoro el Aquilón
derrama;
si al coral falta
su cerúlea cama,
5
se altera enardecido en tierra
ajena;
el mal seguro leño en mar
serena,
gimiendo, al monstruo que le rige
infama.
Estos se quejan
sin tener sentido,
sin tener vida: pues que vivo,
siento
10
fuego en mi pecho, mares en mis
ojos,
la boca en aire y
a la tierra asido,
portentoso de amor soy
vencimiento.
Deja, Fénix, que sienta mis
enojos.
-
IX -
Dijo Fénix que no le hacía ni
bien ni mal
Decís que
bien ni mal, señora mía,
me hacéis; estoy de vos tan
olvidado
que aun aliviar con penas mi
cuidado
estorbáis a mi loca
fantasía.
Más mal me
hacéis que sustentar podría
5
en el que yo he sentido y vos
negado,
mas, si podéis, hacerme mal
doblado,
hacedme males mil, por
cortesía.
Que aunque es
bastante para darme muerte
el que a todos hacéis
mirando acaso,
10
quiero por vos morir de mal
más fuerte:
dame veneno,
dadme, que me abraso;
no bebe alguno de él, que
está mi suerte
en apurarle la ponzoña al
vaso.
-
XIII-
Deprecación al tiempo
Si quiebras,
tiempo, los peñascos duros,
si aceros comes, si metales
bebes,
si firmes montes con tu fuerza
mueves
y a brazos rindes invencibles
muros,
si los
anfiteatros mal seguros
5
están al golpe de tus filos
breves,
si Troya das al viento en polvos
leves
y a Cartagos al suelo en llantos
puros,
muda aquel pecho
que mi llanto ha sido
duro peñasco, alcanza
tú la gloria
10
de un triunfo a los mortales
prohibido,
goza la pompa de
tan gran victoria;
pues tienes tanta fuerza y tanto
olvido,
muda aquel pecho o vence mi
memoria.
-
XIV -
Jazmines, esperanza en blanco
Blancos jazmines,
que en el blanco pecho
de mi cándida Fénix
reposaste,
a quien color, a quien olor
hurtaste
con ancha mano, si por tiempo
estrecho.
Puesto que ya por
natural derecho
5
parece que gozáis lo que
usurpaste,
cómo, decid, a tanto bien
llegaste,
que soy de envidia cual de amor
deshecho.
Volved las hojas
ya lenguas risueñas,
así no le paguéis a
la mudanza
10
el censo a que os obliga haber
nacido.
Pero no las
volváis, que pues por señas
muestran agora en blanco mi
esperanza,
dirán mi muerte, y tras mi
muerte olvido.
-
XV -
La negra noche con
su sombra fría
amparaba el honor de las
estrellas,
cuando aquel sol que engendra mis
querellas
con rayos de su luz las
encendía.
Callando,
pareció que les decía:
5
«Ya de mi fuego en esta edad
centellas
no alumbraréis, que entre
mis luces bellas
puso el Autor al mundo nuevo
día».
Vuelta
después a mí, con voz ardiente,
sin templar la virtud de tanta
brasa,
10
me dijo: «Vete en paz, amante
ciego».
Me dejó
herido el corazón doliente
entre llamas secretas, do se
abrasa,
y me fui en paz. ¿Qué
paz? A sangre y fuego.
-
XVI -
Fénix, Santelmo en el mar de amor
Si lucha con el
casco el Euro fuerte,
los deshojados árboles
desgaja,
arrebata el timón, las
tablas raja,
nada perdona a que su furia
acierte.
Teme el piloto la
contraria suerte
5
y el marinero en partes mil
trabaja,
porque en mil partes mira la
mortaja
que el mar previene a su vecina
muerte.
Pero si el Euro
de los Celos llega
al instable bajel, mi
pensamiento
10
no sólo en embestir no se
acobarda,
mas el piloto
Vista el temor niega,
descansa el marinero
Entendimiento,
porque el Santelmo Fénix va
en su guarda.
-
XVII -
Persuasión
Traslada el curso
de las rejas duro
con sordos pasos a las blandas
puertas,
que, si pretendes las del alma
abiertas,
rotas las tiene ya mi llanto
puro.
Ya es
pretérito el tiempo que, futuro,
5
pudiera hacer mis esperanzas
ciertas;
las horas miro a mis espaldas
muertas,
que pretendí para vivir
seguro.
Abre las puertas,
ángel riguroso,
para que goce con descanso
amigo,
10
tras tormento de amor, de amor
reposo;
abre, si no las
puertas, un postigo;
abre, que amor no es mal
contagioso
ni es, aunque tira flechas,
enemigo.
-
XVIII -
Ausentándose por no ofenderla
Hermosa
Fénix, si la luz serena
de vuestros claros ojos no
abrasara,
su pureza de voto contemplara,
que al no encendido, al temerario
enfrena;
mas si mi vista
enciende y desordena,
5
cual suele el viento y fuego a
polvo y vara,
si, aunque se oculta, siempre
ostenta clara
purpúrea rosa y
cándida azucena,
¿cómo queréis que mire
vuestros ojos
menos que con intento así
advertido?
10
Ausente estoy mejor, si os causo
hinojos:
adiós,
Fénix, adiós, que voy perdido;
huyendo voy de amor y sus
antojos,
mas, ay, que viene a la memoria
asido.
-
XIX -
En la partida, hablando con Sierra Nevada
Huyo de ti, porque
eres poderosa,
sierra, de helar al sol cuando te
ofende
y no de hacer la llama que me
enciende
o más voraz, o menos
rigurosa.
Huyo, porque
entre nieves y entre rosa
5
sobre tus faldas sus venenos
tiende
sierpe, si no se ve, que bien se
entiende,
sierpe a mi voz de oreja
cautelosa.
Quizá el
puerto tendrá de Guadarrama
o sierpes no, u orejas a mi
ruego,
10
quizá su nieve
aplacará mi llama,
y ya que no la
aplaque en tanto fuego,
pues llegaré difunto mar de
fama,
puerto será de mi mortal
sosiego.
-
XX -
Estando en la cumbre de Guadarrama
Anciano risco, a
quien la joven nieve
abraza y besa con callados
labios.
Necias corrientes y remansos
sabios,
¡cuán sabio el que a
partirse no se atreve!
Robles, ruinas
ya, do el cierzo aleve
5
manifiesta sus ásperos
resabios.
Todos imagen sois de mis
agravios,
hasta el cielo me imita cuando
llueve.
Como la nieve,
con el risco estuve;
me dividen los tiempos como al
agua;
10
y roble soy, a quien ausencia
ofende;
mis ojos son una
copiosa nube:
si te parezco tanto,
¿cómo enciende,
oh Guadarrama, Amor en mí su
fragua?
-
XXI -
Ausencia triste
¿De
qué te quejas, corazón? Resiste
los golpes duros de la ausencia
fuerte,
pues dejaste la vida por la
muerte,
cuyo triunfo en tu dolor
consiste.
Mas, ay, que
tanto la memoria asiste,
5
guerreo vigilante, en
ofenderte,
que es fuerza que mi amor para
valerte
en llanto te desate, en llanto
triste.
Muda ya en mares,
pues, los ojos míos
y este mi pecho en fuego: fuertes
luchen
10
el agua y fuego con mi pecho
roto;
viva muriendo en
abrasados fríos,
donde los ecos de su voz
escuchen
ausente Fénix y presente
Cloto.
-
XXII -
Bien venidos,
seáis, rubios cabellos,
verde listón, seáis
muy bien venido;
haya vuestro viaje sucedido
cual merecéis y cual merecen
ellos.
Pues vistes, ay,
aquellos ojos bellos,
5
luz objeto del sol
esclarecido,
cómo quedan decid: sienta el
oído,
pues que mis ojos no merecen
vellos.
¿Se
desatan en llanto, dulce suerte,
en esta ausencia que con sangre
lloro?
10
Hablad, cabellos, pues de
Fénix fuistes.
Muertos
estáis, mas vuestro fin me advierte
en verde campo con señales
de oro
que alegre los espere, aunque
estén tristes.
-
XXIII -
Llegando de esta ausencia
Salve,
Fénix, honor de esta ribera,
bien que afrenta del sol, salve,
pastora,
que haciendo pobre a la rosada
aurora
enriqueces la fértil
primavera.
Salve, serena luz
que reverbera
5
cuando el nublado Acuario triste
llora,
y cuando el Aries sus guedejas
dora
haces piedras cenizas y bronces
cera.
Salve, y perdona
la tardanza mía,
perdona el tiempo que he vivido
ausente,
10
si es que ausente de ti vivir
podría,
aunque
sólo pensando estar presente
el alma, como premio a su
porfía
vive en ti cuando en mí
morir se siente.
-
XXIV -
Al dulce son de
vuestro blando acento
vi las aves sin dueño ya
cautivas,
suspensas vi las aguas
fugitivas
del Darro en su orgulloso
movimiento,
vi el rumor de
los árboles atento,
5
vi del aire cesar las lenguas
vivas,
vi humanarse las fieras más
esquivas
y moverse las piedras de su
asiento.
Me vi
también de vuestro canto asido,
Fénix bella, y al
céfiro, a las aves,
10
piedras, árboles, fieras y
corriente
dije: «Pues
este canto os da sentido,
sentid, testigos de este bien
suaves,
que ya mi alma de sentir no
siente.»
-
XXV -
Fénix, sol de amor
Con manos de oro
la neutral cortina
corre el gran sumiller del cuarto
cielo
y, descubriendo su esplendor al
suelo,
las extranjeras formas
avecina.
El vulgo todo de
la luz se inclina,
5
cediendo a su mayor con santo
celo,
que dar al sol la luz y al ave el
vuelo
la justicia constante
determina.
Sol es,
Fénix, de amor vuestro semblante,
sol que dudas aclara y
hermosea,
10
sol que forma los años del
amante;
exhalación
mi alma, que os desea
y por derecho natural
constante
en vos la luz de vos por vos
emplea.
-
XXVI -
Conocimiento perfecto
Dichoso aquel que
de su techo amado
lejos de la vulgar y ciega
gente,
con pecho firme, con serena
frente,
vive de amores, de ambición,
purgado.
Dichoso aquel que
de su techo amado
5
ve la Aurora nacer por el
Oriente,
dejando entre las flores,
dulcemente,
de su terneza y su color
traslado.
Macize el pecho
de oro el Midas necio,
sufra inconstante aliento a dulces
labios,
10
pues cosas tan vacías tienen
precio.
¡Oh mil
veces feliz, quien ya de agravios
de una esperanza sale, en un
desprecio!
¡Feliz quien ama el oro de
los sabios!
-
XXVII -
Desengaño de amor exhortando
Oh tú que
adoras miserablemente
fantástica apariencia de
belleza,
vuelves mis hojas llenas de
aspereza,
y en noche instable aprende luz
constante.
Amor
verás, si se creyó diamante,
5
frágil vidrio
después, que en su entereza
coronado de llanto y de
tristeza,
brindó al mejor, de su
campaña errante.
Veneno entre
cristales embozado,
excusa, y solicita ya,
sediento
10
ciervo, curso de fuentes
dilatado.
Toma de tanto
hidrópico escarmiento:
más medra el abstinente, el
recatado,
que cuanto el mundo ofrece es
sombra, es viento.
-
XXX -
Al sueño
¿Por
qué, di, de mis ojos sueño blando
los desvelados párpados no
pegas?
¿por qué a mis
miembros tus licores niegas
si por el mundo los estás
regando?
De mí,
porque te invoco vas volando
5
y a quien menos te busca más
te llegas;
bien claro el arte de tus obras
ciegas
con castigo cruel me va
mostrando.
Si oscuridad
procuras, ¿qué tiniebla
como mis ojos? Si el silencio
estrecho,
10
su imagen son, sin dedo, mis dos
labios:
llega que
alcázar te dará mi pecho,
gruta será mi herida, mi
amor niebla,
mi llanto humor, ministros mis
agravios.
-
XXXI -
Tisbe
Tisbe a su amante,
que en cadáver mira
con temerosa mano el rostro
toca,
límpiale con los cabos de la
toca
y en los labios desiertos le
suspira.
Engañada
imagina que respira
5
y es el aliento de su misma
boca;
su fin estudia, a su maestro
invoca,
sus manos tuerce, sus cabellos
tira.
Nadie le ayuda en
tanta desventura
sino la muerte, ¡oh caso
lastimoso!,
10
el pecho arroja a la enemiga
espada;
asió la
mano de su esposo dura,
y mirose en el tálamo
espantoso
doncella, viuda, muerta y
desposada.
-
XXXIII -
A Fénix en la empresa
No de aromas
sabeas, sí en pomposa
altiva ostentación, al nido
aspira
¡Oh Fénix! tu
ambición; ¡Oh Fénix! mira
cuanto la igual modestia es
honorosa.
Si
duración, afectas codiciosa,
5
prepara en la feliz Arabia
Pira
al tránsito fatal; venera,
admira
fragante copia, al Evo
sonorosa.
No rara ya, no
prohibida, no sabia
te niegas premio, a dignos tanto
ardores:
10
cambias el blando Soto a
Alcázar fuerte.
Si feliz no sin
ti, siempre tu Arabia:
vuelve (¡mas tarde ya!) goza
sus flores,
apacibles desdenes de la
muerte.
-
XXXV -
Día primero de su amor
Cuando el Planeta
que las horas cuenta,
el encanto de Cholcos
encendía,
en la estación primera de
aquel día,
que honró al actor su
pueblo, que le afrenta;
Dio a la
más cuerda Amor, la más sangrienta
5
flecha que dentro en su carcaj
tenía,
y orgullosa con tanta
valentía
entró al rendido
corazón exenta.
Estaba yo sin
armas descuidado,
y para honor de su cobarde
hazaña
10
armas me dio el Amor,
después de herido:
Pruebo herirle
con ellas, está armado,
pruebo mi llanto, es su dureza
extraña,
pruebo a rendirle a fuerza, estoy
rendido.