Sonetos
Gutierre de Cetina
Ramón García González
(ed.
lit. )
Datos
biográficos de Gutierre de Cetina
Nace en Sevilla en
el año 1510 y muere en México en 1554.
Primogénito
del matrimonio formado por Beltrán de Cetina y Francisca del
Castillo, tuvo cinco hermanas y tres hermanos. Fueron una familia
acomodada.
Se sabe que
vivió en Sevilla, donde se educó, hasta 1536 y que
después de una breve estancia en Valladolid, en 1538 se
dispone a marchar a Sicilia como soldado.
Acompañando
al rey Emperador Carlos I, participó militarmente en las
batallas de Dura, Landreceis y en las campañas de Alemania.
Hacia 1546 pasa por Milán.
En Italia estudia
a los poetas toscanos y sobre todos a Petrarca de quien fue un
consumado imitador.
Enamorado de la
condesa Laura Gonzaga, a quien dedica parte de su obra, casada
posteriormente con Juan Francisco Trivulcio, se cree fue la
inspiradora del famoso madrigal.
En 1547 el poeta
llega a México acompañando a su tío Gonzalo
López, procurador general de la Nueva España, casado
con una hermana de su madre. Al año siguiente volvió
a España, para retornar a México posteriormente.
No se vuelven a
tener noticias del poeta hasta 1554, en que en
compañía de su amigo Peralta, fueron agredidos por
varios desconocidos en la ciudad de Puebla de los Ángeles. A
causa de las heridas recibidas, producidas por el enamorado de
doña Leonor de Osuna, Hernando de Nava, el poeta muere en la
misma ciudad de Puebla.
Fue amigo de
Baltasar de Alcázar, Diego Hurtado de Mendoza y el duque de
Sessa, entre otros ilustres de la época.
Toda su
producción dramática se perdió, pero se sabe
por Juan de la Cueva y de Pacheco que una de sus famosas obras
llamada Comedia de la Bondad
Divina alcanzó el éxito entre los dramaturgos
y el favor del público.
Fue en su tiempo
uno de los más importantes poetas seguidores del estilo de
Garcilaso. Y su madrigal «Ojos claros, serenos» uno de
los más logrados de todas las épocas, que ya se
empezó a imprimir en los Cancioneros Musicales por el
año 1554.
Se dice que
escribió más de 200 sonetos, en los que se adivina el
amor que sintió por diversas mujeres, Laura Gonzaga, Dorida
en Sevilla; Amarilida en Valladolid, y alguna más de su paso
por Italia o quizás fueran todas ellas la misma enamorada
cosa que nunca se ha podido saber con certeza, así como el
rumor que corría por Sevilla de que el muerto en tierras
americanas no era el poeta.
- I
-
De la incierta salud
desconfiado,
mirando cómo va turbio y
furioso
Betis corriendo al mar, dijo
lloroso
Vandalio, del vivir
desesperado:
«Recibe,
¡oh caro padre!, este cansado
5
cuerpo de un hijo tuyo,
deseoso
de hallar en tus ondas el
reposo
que negó la fortuna a mi
cuidado.
Haz, padre, que
estos árboles que oyendo
la causa de mi muerte están
atentos,
10
la recuenten después de esta
manera:
Aquí yace
un pastor que amó viviendo;
murió entregado a Amor con
pensamientos
tan altos, que aun muriendo, amar
espera.»
- II
-
Esta guirnalda de
silvestres flores,
de simple mano rústica
compuesta
en los bosques de Arcadia,
aquí fue puesta
en honra del cantar de los
pastores,
a los cuales, si
Amor en sus amores
5
quiere jamás negar demanda
honesta,
ruego, si bien el don tan bajo
cuesta,
pueda este olmo gozar de mis
sudores.
Que si
algún tiempo con más docta mano
las acierto a tejer como
maestro,
10
guardando a los pasados el
decoro,
espero, y mi
esperar no será en vano,
que el nombre pastoral del siglo
nuestro
será tal cual fue ya en la
Edad del Oro.
- III
-
En un
bastón de acebo que traía
por sostener el cuerpo
trabajado,
Vandalio de su mano había
entallado
la imagen que en el alma
poseía.
Y como que
presente la tenía,
5
mirando de ella el natural
traslado,
envuelto en un suspiro
apasionado,
con lágrimas llorando le
decía:
«Dórida, si mirando esta figura
siento el alma encender, siento
abrasarme,
10
piensa qué será ver
tu hermosura.
Si así
puedes ver tu hermosura
di cuándo acabara mi
desventura.
Mas no querrás hablar por no
hablarme.»
- IV
-
Para ver si tus
ojos eran cuales
la fama entre pastores
extendía,
en una fuente los miraba un
día
Dórida, y dice así,
viéndolos tales:
«Ojos, cuya
beldad entre mortales
5
hace inmortal la hermosura
mía
¿cuáles bienes el
mundo perdería
que a los males que dais fuesen
iguales?
Tenía,
antes de os ver, por atrevidos,
por locos temerarios los
pastores
10
que se osaban llamar vuestros
vencidos;
mas hora viendo
en vos tantos primores,
por más locos los tengo y
más perdidos
los que os vieron si no mueren de
amores.»
- V
-
«Como al
pastor que en la ardiente hora estiva
la verde sombra, el fresco aire
agrada,
y como a la sedienta su manada
alegra alguna fuente de agua
viva,
así a mi
árbol do se note o escriba
5
mi nombre en la corteza
delicada
alegra, y ruego a Amor que sea
guardada
la planta porque el nombre eterno
viva.
Ni menos se
deshace el hielo mío,
Vandalio, ante tu ardor, cual suele
nieve
10
a la esfera del sol ser
derretida.»
Así
decía Dórida en el río
mirando su beldad, y el viento
leve
llevó la voz que apenas fue
entendida.
- VI
-
Si el justo
desear, padre Silvano,
jamás pudo moverse entre
pastores,
si del rabioso mal de los
amores
el corazón salvaje has hecho
humano,
ruega el numen
celeste que la mano
5
de su piedad extienda a los
clamores
que Dórida le hace, en los
ardores
de una fiebre cruel, llorando en
vano.
Si alcanzo de los
dos tanta ventura,
vuestra gloria será
más verdadera,
10
y más para sufrir mi
desventura.
Y cuando lo
contrario el hado quiera,
no perezca, señor, tal
hermosura:
menor mal es que yo en su lugar
muera.
- VII
-
Un blanco,
pequeñuelo y bel cordero
Vandalio para Dórida
criaba,
cuando viendo que el lobo lo
llevaba,
dijo alzando la voz, airado y
fiero:
«¡Al
lobo, al lobo, canes, que os espero,
5
Argo, Trasileón, Melampo, y
Brava!
¡Hélo!, Brava lo
alcanza y, ¡hélo!, traba.
Soltado lo ha el traidor, por ir
ligero.
Ya lo veo y lo
alcanzo, ya lo tomo;
ya se embosca el traidor, ya deja
el robo;
10
ya mis canes se vuelven
victoriosos.»
Así
decía Vandalio, y no sé cómo
por entre aquellos álamos
umbrosos
Eco resuena ahora: ¡Al lobo,
al lobo!
- VIII
-
Con ansia que del
alma le salía,
la mente del morir hecha
adivina,
contemplando Vandalio la
marina
de la ribera bética,
decía:
«Pues vano
desear, loca porfía,
5
a la rabiosa muerte me
destina,
mientras la triste hora se
avecina,
oye mi llanto tú,
Dórida mía.
Y si tu crueldad
contenta fuese,
por premio de esta fe firme y
constante,
10
que sobre mi sepulcro se
leyese,
no en letras de
metal, mas de diamante,
Dórida ha sido causa que
muriese
el más leal y más
sufrido amante.»
- IX
-
Debajo de un pie
blanco y pequeñuelo
tenía el corazón
enamorado
Vandalio, tan ufano en tal
cuidado,
que tiene en poco el mayor bien del
suelo.
Cuando movido
Amor de un nuevo celo,
5
envidioso de ver tan dulce
estado,
mirando el pie hermoso y
delicado,
el fuego del pastor muestra de
hielo.
En tanto, el
corazón que contemplaba
el pie debajo el cual ledo se
vía,
10
con lágrimas de gozo lo
bañaba.
Y el alma, que
mirando se sentía,
con fogosos suspiros enjugaba
las mancillas que el llanto en
él ponía.
- X
-
Dórida,
hermosísima pastora,
cortés, sabia, gentil,
blanda y piadosa,
¿cuál suerte
desigual, fiera, rabiosa,
pone a mi libertad nueva
señora?
El corazón
que te ama y que te adora,
5
¿quién lo puede
forzar que ame otra cosa?
¿Amarílida es
más sabia o hermosa
que tú? No sé.
Contempla esta alma ahora.
¿Fue
jamás de Amarílida tratado
tan bien como de ti, tan sin
fiereza?
10
¿No me acordabas tú
si yo te amaba?
Pues sin mudarme
yo, ¿quién me ha mudado?
respondió el eco: «Yo,
que en esta alteza
mucho tiempo tan dulce ser
duraba.»
- XI
-
¡Ay,
mísero pastor!, ¿do voy huyendo?
¿Curar pienso un ardor con
otro fuego?
¡Cuitado!,
¿adónde voy? ¿Estoy ya ciego
que ni veo mi bien ni el mal
entiendo?
¿Do me
llevas, Amor? Si aquí me enciendo,
5
¿tendré do voy
más paz o más sosiego?
Si huyo de un peligro, ¿a do
voy luego?
¿Es menor el que ahora voy
siguiendo?
¿Fue
más ventura el Betis, por ventura,
que era agora Pisuerga?
¿Aquél no ha sido
10
tan triste para mí como ese
agora?
Si falta en
Amarílida mesura,
¿cómo la
tendrá Dórida, sabido
que llevo ya en el alma otra
señora?
- XII
-
En un olmo
Vandalio escribió un día,
do la corteza estaba menos
dura,
el nombre y la ocasión de su
tristura;
después, mirando al cielo,
así decía:
«Tanto
crezcas, ¡oh bella planta mía!,
5
que al más alto
ciprés venzas de altura,
y tanta sea mayor tu hermosura
cuanta aquella de Dórida
sería.
Crezcan a par del
olmo en su grandeza
las letras del amado y dulce
nombre,
10
y en él hagan perpetua su
memoria,
porque los que
vendrán sepan que un hombre
levantó el pensamiento a
tanta alteza
que es digno al menos de inmortal
renombre.»
- XIII
-
Al pie de un monte
que divide a España
de Francia, do más alto el
cuello asoma,
en las faldas de aquel que el
nombre toma
del ladrón más sutil,
de mayor maña,
en un valle
hermoso a do la extraña
5
alteza el blanco monte abaja y
doma,
no lejos de la fuente por quien
Roma
dio nombre a la región que
en torno baña,
cerca de do
perdió el francés famoso
la gloria de que aún hoy
soberbio viene,
10
allí nació la causa
del mal mío;
después la
crió el Tajo, y de envidioso
Pisuerga la robó, Betis la
tiene:
intendami chi può, ch`i
`m`intend`io.
- XIV
-
Sin poderse
alegrar de cosa alguna,
de envidia, de ira y rabia ardiendo
el pecho,
mirando la ocasión de su
despecho,
en brazos de Endimión
decía la Luna:
«¡Ah,
dichosa Amarílida!, fortuna
5
que el más fiel pastor
siervo te ha hecho
te asegura del mal, de quien
sospecho
que si no tú, escapar puede
ninguna.
Tú sola
vivirás leda y contenta,
de aquel disimular de amor
segura,
10
que en los hombres sin fe se anida
y sella.»
Endimión,
que oyendo esto se afrenta,
responde así: «Hizo
igual ventura
a la fe del pastor, la beldad de
ella.»
- XV
-
«Fuego queme
mi carne y por incienso
baje el humo a las almas del
infierno;
pase la mía aquel olvido
eterno
de Lete porque pierda el bien que
pienso;
el fiero ardor
que ahora me abrasa intenso
5
ni melle corazón ni haga
tierno;
niégueme piedad, favor,
gobierno
el mundo, Amor y el sumo Dios
inmenso;
mi vivir sea
enojoso y trabajado,
en estrecha prisión dura y
forzosa,
10
siempre de libertad
desesperado,
si viviendo no
espero ya ver cosa
-dijo Vandalio, y con verdad
jurado-,
que sea cual tú,
Amarílida, hermosa.»
- XVI
-
El más alto
y más dulce pensamiento
del cuidado mayor, que más
quería,
un suspiro secreto en que
escondía
la hermosa ocasión de su
tormento,
todo cuanto
favor, cuanto contento
5
tuvo jamás, cuanto tener
podría,
Vandalio, pastor bético,
ofrecía
al Amor, muy lloroso y
descontento.
«Señor -dijo al fin- si el
sacrificio
miras cuál puede ser que
mayor sea,
10
si a la intención tú
sabes bien mi historia,
sólo te
pido en premio del servicio,
la salud de Amarílida: no
vea
el mundo así perder su mayor
gloria.»
- XVII
-
Como el que
enfermedad de muerte tiene,
que está de su salud
desconfiado,
ni se puede alegrar del mal
pasado
ni gozo entero haber del bien que
viene;
pensando en el
morir, si se detiene,
5
es porque el plazo cierto no ha
llegado,
de cuya causa el mejorar de
estado
ni lo asegura ya, ni lo
entretiene;
tal el triste
Vandalio en la estrecheza,
envuelto en un temor con mil
temores,
10
a la bella Amarílida
decía:
«Poca
seguridad, menos firmeza,
no me dejan gozar vuestros
favores;
que un recelo mortal me los
desvía.»
- XVIII
-
La nueva luz en el
nacer del día
al mísero Vandalio, que
guiaba
sus ovejuelas, por su mal
mostraba
cosa que su dolor mayor
hacía.
Una avecilla que
caído había
5
en la encubierta liga, vio que
estaba,
y mientras por soltarse
trabajaba,
más la enredaba el visco y
la prendía.
Mirando el mal
ajeno estaba atento,
y pensando hallar en él
consuelo,
10
duro ejemplo le trajo al
pensamiento.
«¡Mirad -dijo el pastor- que ha hecho
el cielo
por mostrar en dibujo aquel
tormento
que padece el que ha dado en un
recelo!»
- XIX
-
El dulce fruto en
la cobarde mano
y casi puesto a la hambrienta
boca,
de turbado lo suelta y no lo
toca,
vencido de un temor bajo,
villano,
Vandalio; y el
Amor, fiero tirano,
5
que al alma asombra con sospecha
loca,
mientras la vida deseando
apoca,
la hambre crece y crece el temor
vano.
En tanto, el caro
fruto deseado
de la vista al pastor
desaparece,
10
y ni comer se deja ni tocarse;
cuando con un
suspiro apasionado
dijo: «Tal sea de
aquél a quien se ofrece
un bien de que no sabe
aprovecharse.»
- XX
-
Entre osar y
temer, entre esperanza
y un triste recelar
desesperado,
entre gozo y dolor, entre un
cuidado
y un cierto no sé qué
de confianza,
entre aquel bien
que un amador alcanza
5
mientras espera gozar lo
deseado,
y entre aquel mal que siente un
desdichado
que teme de fortuna en la
bonanza,
Vandalio,
enamorado y temeroso,
está entre un cierto
sí y un no más cierto,
10
no suceda a su bien fortuna
aviesa,
cuando dijo:
«¡Dolor fiero, rabioso!,
hoy triunfas de mi vida hoy
seré muerto
si Amarílida falta a su
promesa.»
- XXI
-
Con aquel poco
espíritu cansado
que queda al que el vivir le va
dejando,
en brazos de Amarílida
llorando
Vandalio, de salud
desconfiado:
«No me
duele el morir desesperado
5
-dijo-, pues con mi mal se va
acabando,
mas duéleme que parto y no
sé cuándo.
Señora, habrás dolor
de mi cuidado?»
La ninfa que con
lágrimas el pecho
del mísero pastor todo
bañaba:
10
«Sin premio no será tu
amor», decía.
Mas él,
puesto en el paso más estrecho,
mucho más que el morir, pena
le daba
no poder ya gozar del bien que
oía.
- XXII
-
Horas alegres que
pasáis volando
porque a vueltas del bien mayor mal
sienta;
sabrosa noche que en tal dulce
afrenta
el triste despedir me vas
mostrando;
importuno reloj,
que apresurando
5
tu curso, mi dolor me
representa;
estrellas con quien nunca tuve
cuenta,
que mi partida vais
acelerando;
gallo que mi
pesar has denunciado;
lucero que mi luz va
obscureciendo;
10
y tú, mal sosegada y moza
aurora;
si en vos cabe
dolor de mi cuidado,
id poco a poco el paso
deteniendo,
si no puede ser más,
siquiera un hora.
- XXIII
-
Si jamás el
morir se probó en vida,
yo triste soy el que lo pruebo y
siento
con extraño dolor, pena y
tormento,
en esta trabajosa mi partida.
Mi alma en
vuestro gesto embebecida,
5
mirándoos se henchía
de un contento
tal, que de ufano ya mi
sufrimiento
gloria le era la pena más
crecida.
Mas hora que de
vos me alejo tanto,
¿cuál consuelo
será que me consuele,
10
que no sienta en partir la misma
muerte,
si me muestra el
temor visión de espanto,
que asombrándome hace que
recele
de vos, de amor, del tiempo y de la
suerte?
- XXIV
-
Al rebaño
mayor de sus cuidados
que a la orilla del Po paciendo se
iba,
dijo Vandalio con la mente
esquiva,
los ojos de sus lágrimas
bañados:
«Paced, mis
ovejuelas, pues los hados,
5
la envidia ajena y la aspereza
altiva
de la ribera de Pisuerga os
priva
y de sus verdes y floridos
prados.
Si en las hierbas
halláis amargo el gusto,
si el agua es menos clara que
solía,
10
si os muestra el cielo invierno a
primavera,
no es fuera de
razón, antes muy justo,
pues tan lejos estáis del
alma mía,
que sea todo al revés lo que
antes era.»
- XXV
-
Al pie de una alta
haya muy sombrosa,
cuando más alto el sol
mostraba el día,
mirando el agua clara que
corría
por la ribera del Tesín
hermosa,
pensando
está Vandalio en la rabiosa
5
ocasión que turbó su
fantasía,
tan obstinada el alma en su
porfía
cuanto por la ocasión triste
y cuidosa:
«¡Ay,
suerte desigual! -dijo llorando-,
si está el alma de mí
tan separada,
10
¿tan lejos de ella
cómo o por qué vivo?
Dolor, que sin
matarme así apretando
te vas, o tu poder no puede
nada
o se hace inmortal el hado
esquivo.»
- XXVI
-
Mirando
cómo va soberbio, airado,
a pagar su tributo al mar el
Reno,
de su propia alma y de su bien
ajeno,
Vandalio está cuidoso,
recostado
a la sombra de un
olmo y descansado
5
ya de llorar, de mil congojas
lleno,
viendo partir de sí el
pastor Tirreno,
dijo con un suspiro
apasionado:
«¡Dichoso tú, tú
sólo eres dichoso,
que vuelves do verás tan
presto el Tago
10
y el bien que te hace ir tan
presuroso!
Yo,
mísero, llorando me deshago
de sólo ver Pisuerga
deseoso.
¡Mira cuál es de Amor,
Tirreno, el pago!»
- XXVII
-
Entre armas,
guerra, fuego, ira y furores,
que al soberbio francés
tienen opreso,
cuando el aire es más turbio
y más espeso,
allí me aprieta el fiero
ardor de amores.
Miro el cielo,
los árboles, las flores,
5
y en ellos hallo mi dolor
expreso,
que en el tiempo más
frío y más avieso
nacen y reverdecen mis
temores.
Digo llorando:
«¡Oh dulce primavera,
cuándo será que a mi
esperanza vea
10
ver de prestar al alma algún
sosiego!
Mas temo que mi
fin mi suerte fiera
tan lejos de mi bien quiera que
sea,
entre guerra y furor, ira, armas,
fuego.»
- XXVIII
-
Mientras el fiero
león, fogoso, ardiente,
con furioso calor nos mueve
guerra,
mientras la madre de Aristeo
atierra
los árboles, las plantas, la
simiente,
entre altos
montes de soberbia gente,
5
que al helvecio feroz el paso
cierra,
me hallo en otro clima, en otra
tierra
de la mi cara patria
diferente.
Allá Febo
no tiene hora reparo;
acá muestra mudar orden del
cielo,
10
y con helada nieve nos
castiga.
Entre estas
diferencias se ve claro
cuál es mi mal, pues ardo en
medio el hielo
y en el fuego se hiela mi
enemiga.
- XIX
-
¿En
cuál región, en cuál parte del suelo,
en cuál bosque, en
cuál monte, en cuál poblado,
en cuál lugar remoto y
apartado
puede ya mi dolor hallar
consuelo?
Cuanto se puede
ver debajo el cielo
5
todo lo tengo visto y rodeado,
y un medio que a mi mal
había hallado
hace en parte mayor mi
desconsuelo.
Para curar el
daño de la ausencia
píntoos cual siempre os vi,
dura y proterva,
10
mas Amor os me muestra de otra
suerte.
No queráis
a mi mal más experiencia,
sino que ya, como herida
cierva,
doquier que voy, conmigo va mi
muerte.
- XXX
-
De las doce a las
cuatro había pasado,
por la quinta carrera el sol
corría,
sin que del resplandor que dar
solía
muestra de su beldad, luz haya
dado.
O escondido o
transpuesto o de un nublado
5
negro, lleno de horror, se le
cubría
al mísero Vandalio, el cual
no vía
sin él por do seguir con su
ganado.
Llenos de un
triste humor tenía los ojos
el cuitado pastor mirando el
cielo,
10
mostrando sin hablar su
desventura.
Cuando, por
renovar viejos enojos,
quitándose y poniendo el sol
un velo,
mostró y tornó a
esconder su hermosura.
- XXXI
-
Mientra el fiero
dolor de su tormento
con mayor soledad Vandalio
llora,
con voz de su morir
denunciadora
dijo triste, lloroso y
descontento:
«¡Oh
gloria de estas selvas y ornamento,
5
sombras que tanto ardor
templáis agora!,
¡oh tú, Eco, perpetua
habitadora
del bosque que este llanto escucha
atento!,
quédese
par vos solas guardado
mi tan secreto bien, mi buena
suerte,
10
que tanto me costo por no
mostralle.
Y si tanto favor
me niega el hado,
ya que alguno queráis contar
mi muerte,
dígase sólo el mal,
el bien se calle.»
- XXXII
-
Aires suaves, que
mirando atentos
escucháis la ocasión
de mis cuidados,
mientras que la triste alma
acompañados
con lágrimas os cuentan sus
tormentos,
así
alegres veáis los elementos,
5
y en lugares do estáis
enamorados
las hojas y los ramos
delicados
os respondan con mil dulces
acentos.
De lo que he
dicho aquí, palabra fuera
de entre estos valles salga, a do
sospecha
10
pueda jamás causarme aquella
fiera.
Yo deseo callar,
mas ¿qué aprovecha?
que la vida, que ya se
desespera,
para tanto dolor es casa
estrecha.
- XXXIII
-
Dulce, sabrosa,
cristalina fuente,
refugio al caluroso, ardiente
estío,
adonde la beldad del ídolo
mío
hizo tu claridad más
transparente,
¿qué ley permite, qué
razón consiente
5
un pecho refrescar helado y
frío,
en quien fuego de amor, fuerza ni
brío
ni muestra de piedad jamás
se siente?
Cuánto
mejor harías si lavases
de este mi corazón tantas
mancillas
10
y el ardor que lo abrasa
mitigases.
Aquí
serían, Amor, tus maravillas,
si en estas ondas un señal
mostrases
de mis penas a quien no quiere
oíllas.