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Sonetos

Sacados a la luz por Ramón García González

Lope de Vega

Datos biográficos de Lope de Vega

Nace en Madrid, en la Puerta de Guadalajara, el 25 de noviembre de 1562, apenas convertida la villa en capital del Imperio Español; fue bautizado en la parroquia de San Miguel de los Otoes. Sus padres fueron Félix de Vega Carpio y Francisca Fernández Flores, gente sencilla, aposentados en Madrid un año antes del nacimiento de Lope. Según Montalbán, su primer biógrafo, a los cinco años leía en romance y latín, y antes de aprender las primeras letras y saber escribir, repartía entre sus compañeros mayores el almuerzo con tal de que le escribieran los versos que se le ocurrían. Prosiguió sus estudios en el Colegio de la Compañía, con gran aprovechamiento. Al morir su padre se une a un amigo suyo y de su mismo ingenio llamado Hernando Muñoz, y previniéndose de lo necesario se fueron a pie a Segovia, de allí a La Bañeza y más tarde a Astorga. Tras mil dificultades regresan a Madrid. A los pocos años empezó la inmensa labor literaria que a la postre le dio el triunfo y la fama. Después trocó los estudios por las armas bajo las banderas del Duque de Medina-Sidonia.

Fue el primero en dar a las comedias tres actos, y nadie tuvo ni antes ni después la fantasía y fecundidad que él supo desarrollar. Muchas veces amancebado, sólo se casó en dos ocasiones, mas fatigado del mundo y sus consecuencias se hizo cura, y a los dos años de ministerio conoce a la malmaridada doña Marta de Nevares y Santoya, a la que dedicó La viuda Valenciana, con la que tuvo una hija, Antonia Clara, a quien en la parroquia de San Sebastián bautizó él mismo. Un tiempo después, al morir Roque Hernández, quien pasaba como padre de la criatura, Lope se llevó a vivir con él a la madre y a la hija a la calle de Francos (hoy Cervantes). Hablar de sus amantes es citar a Elena Osorio, Isabel de Urbina (con la que se casó por poderes), Antonia Trillo de Armenia, Micaela de Luján, Juana de Guardo (con la que se casa en la iglesia de Santa Cruz de Madrid), Jerónima de Burgos, Lucía de Salcedo y algunas de las damas de sus comedias de las que tuvo hijos, unos reconocidos y otros ilegítimos. A muchas de ellas les dedicó algunos de sus sonetos.

En 1589 Lope llega a Valencia, desterrado, y en esta ciudad se dedica al teatro profesionalmente, entrando en contacto con los poetas y dramaturgos valencianos; algunos gozaron de su amistad a lo largo de su vida.

Durante su existencia, Lope gozó de todos los placeres que pudo darle su patria, en quien vio uno de sus hijos más predilectos en el favor del público. Y hasta el mismo Rey se paraba a saludarle cuando se lo encontraba en la calle o en algún paseo. También el Pontífice le concedió grandes privilegios a pesar de su fama de indigno sacerdote.

Respecto a sus comedias, se dice que escribió más de 1.800. No todas están, como es lógico, a la altura de las que más fama han alcanzado, pero a pesar de ello, en todas hay siempre una chispa del ingenio de su creador, sello indiscutible de su calidad poética.

Hablar de su calidad como poeta y comediógrafo es hablar de la Inmortalidad. Su poesía le dio el título de El Mayor Ingenio de España; yo agregaría de la Hispanidad. Jamás desde su aparición en la poesía española nadie ha escrito como él. Nadie, con tal perfección, ha logrado la musicalidad del soneto a través de sus endecasílabos, porque todo él era parte de la perfección poética.

Aseguraba Montalbán, como al principio recordaba, que antes de aprender a leer y escribir ya era capaz de hacer poesía. Para ello se valía de sus compañeros mayores, los cuales, y a cambio de su propia merienda, le escribían y recitaban los versos que hacía. Tenía cinco años, y con cinco años aprendió a leer en romance y en latín. Hay tal perfección en sus sonetos, que en aquellas comedias que siempre han sido dadas por dudosas (por todos los autores que se han dedicado a investigar sus comedias, aunque ninguno lo menciona), puedo asegurar que en las que hay algún soneto es fácil decir qué obra es de Lope y cuál no. Sus sonetos no ofrecen dudas. A pesar de que durante su época tuvo infinidad de imitadores.

Las bibliografías seguidas por mi trabajo han sido las Rimas de Gerardo Diego de 1963 y las de Luis Guarner, 1935. Los sonetos de sus comedias los he encontrado en las Bibliotecas Municipales de Valencia, la gran mayoría en la Biblioteca de la Universidad, en la calle de la Nave de Valencia, y la Biblioteca Valenciana de San Miguel de los Reyes.

Luis Guarner hizo su publicación Poesía lírica de Lope de Vega conmemorando el tercer centenario de la muerte del poeta en 1935. Gerardo Diego lo hizo con Rimas en el año 1963. En los 200 sonetos numerados de Gerardo Diego existen 80 que se repiten en la publicación de Luis Guarner. Como en el caso de este último tiene 180 publicados, la realidad es que entre los dos encontraron 220 sonetos diferentes. Dice Gerardo Diego en Rimas, hablando de lo dispersa de la obra de Lope, que se podría completar con la lírica dispersa por otros libros publicados en vida por el poeta, y por los sonetos y otras poesías que dejó sin recoger, esparcidos en libros de otros poetas y puestos en boca de los personajes de sus comedias. Singularmente, los sonetos monólogos suelen ser tan líricos que muchas veces se repiten idénticos o con variantes en comedia y libro. Tendríamos así, si procediésemos a la colecta total de su lírica dispersa, otro muy copioso volumen de rimas, tan digno de ostentar este rótulo como los tres a quienes él se lo antepuso.

Luis Guarner (a quien yo visitaba con frecuencia informándole de mis avances en la obra de Lope, y de paso mostrándole algunos de mis sonetos) siempre me animó a seguir buscando sonetos de Lope, ya que consideraba su obra por encima de todas las que han existido en lengua castellana. Recuerdo que al conseguir mis primeros quinientos sonetos sobre Lope le pareció una obra muy importante, lo mismo que a Dámaso Alonso, a quien cuando se desplazaba a Valencia solía visitar para informarle de mis trabajos sobre Lope de Vega. Qué pensarían todos estos ingenios de la Poesía, si aún vivieran, al contemplar que ya he sacado a la luz más de 1.300 sonetos de Lope. Seguro que contaría con su apoyo, como así fue durante el tiempo en que tuve ocasión de tratar a tantos poetas que hoy figuran en todas las antologías de poesía.

En mi investigación sobre los sonetos de Lope he conseguido recoger 1.382 (por ahora) entre las comedias, autos, entremeses y otros: todo lo que he podido encontrar en Valencia, ya que las que me faltan de revisar se encuentran, tengo entendido (pero no asegurado), en la Biblioteca Nacional y la Real Academia Española, y aunque en ambos casos (tanto el Director de la Biblioteca como el Secretario de la Real Academia) me han brindado su colaboración, el problema es disponer de medios para estar el tiempo necesario en Madrid, con lo que esto supone de quebranto económico para mi disponibilidad.

Después de rescatar los sonetos de las versiones originales (Rimas, 1602; Cuatro soliloquios, 1612 -en esta publicación no encontré ningún soneto-; Rimas sacras, 1777; Romancero espiritual, 1619 -no hay sonetos-; El Jardín de Lope de Vega y Otras epístolas, 1621-1624 -no hay sonetos-; Triunfos divinos, 1777; Amarilis, 1633 -no hay sonetos-; Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos, 1634; Filis, 1635 -no hay sonetos-; La Vega del Parnaso, 1637; Poesías dispersas; Comedias, autos, y entremeses), he dedicado mi investigación a encontrar entre los poetas de su época y posteriores (tanto amigos como enemigos), sobre todo en las antologías de la época. En éstas encontré parte importante de los sonetos no conocidos, ya que además de los que han llegado hasta nuestros días en infinidad de textos del llamado Siglo de Oro (que comienza con Garcilaso de la Vega, 1501-1536, y acaba con Calderón de la Barca, 1600-1681), existieron otros reconocidos por los poetas de aquel tiempo como auténticos maestros de la Poesía. Ejemplo es Lope al citar entre sus preferencias y maestros a Juan de Almeida, Lope de Salinas, Figueroa, Pedro Laynez, Fernando de Acuña, según consta en la carta que escribe a don Juan de Arguijo.

El día 27 de agosto de 1635 muere en Madrid y es enterrado en su parroquia de San Sebastián. Dicen las crónicas de su tiempo que el entierro de Lope de Vega, el 29 de agosto de 1635, fue el más solemne que recuerda la memoria. Sin embargo, sus restos desaparecieron de la iglesia de San Sebastián por el poco interés demostrado por su amigo el duque de Sessa, que ante las dificultades existentes para trasladar los restos del poeta al panteón de Baena, desistió del empeño, y el olvido o su propio destino hicieron de los restos del más grande de todos los líricos españoles la vergüenza de la España de su época. Hoy, al comienzo del siglo XXI, 367 años después de su muerte, aún siguen sin publicar las autoridades correspondientes sus Obras completas, tal como se ha hecho por parte de otros con menor categoría. No me resisto a contar la anécdota de que cuando en Palencia retrataba para la Diputación (con destino al Catálogo Monumental del Románico), algunas veces me acompañaba mi amigo y sobre todo maestro en sabiduría Santiago Amón, y durante los ratos de ocio entrábamos en las pequeñas librerías de los pueblos palentinos preguntando por las obras completas de William Shakespeare. Nos respondían que, a pesar de no tenerlas, nos las podían proporcionar en un par de días; sin embargo, cuando les pedíamos las de Lope de Vega, nos contestaban que no existían. Fiel reflejo del espíritu que ilustra las mentes responsables de todas las épocas, ya que cuando, en Inglaterra, diera la voz de alarma, desde Francia, Víctor Hugo, inmediatamente Shakespeare empezó a ser representado y publicado en todo el Reino Unido, hasta alcanzar la fama que indudablemente merecían sus comedias y dramas.

Nosotros seguimos con Lope dando largas y dificultades para lograr reunir su obra, así nos va. Yo que no creo que haya después de esta vida otra cosa que ceniza y polvo, quizás, algún recuerdo entre los descendientes de la sangre, creo en ésta haberme ganado sobradamente el respeto de mis contemporáneos al haber dedicado mi vida a la Poesía y sobre todo al estudio con detenimiento de Lope y sus sonetos; con esto he ganado mi gloria, o al menos así yo lo entiendo, al haber puesto mi granito de arena en la recuperación de una parte de la obra de mi paisano y vecino madrileño, para posteriores lectores de su inmensa obra. Era y es mi Dios, ¡oh Fénix de los Ingenios! Y que los demás dioses me perdonen. Valga como homenaje a la inspiración que me ha producido siempre, los endecasílabos de Lope, los últimos versos de uno de mis sonetos:

y si quieres, Señor, por este empeño,

de poeta que a nadie le interesa

te bendigo al hacerme el más pequeño

de los hijos de Lope y de Teresa.


Gracias a personas como María Cruz Cabeza Sánchez Albornoz (Directora de la Biblioteca Universitaria) y José Luis Villacañas (Director de la Biblioteca Valenciana); a amigos que me animaron en este trabajo con su apoyo moral: Rafael Duyos, César González Ruano, Juan Gil-Albert, Luis Guarner, Vicente Carrasco, Dámaso Alonso, Rafael Alberti, Gloria Fuertes, José Albi, Ángel Montejo, Doctor José Luis Crespo y señora, Doctor Miguel Tortajada y Doctor Antonio Torres, y a todos los amigos de la Facultad de Medicina de Valencia; a las personas anónimas que demostraron interés por mi trabajo y me ofrecieron su ayuda, he sido capaz de recoger a lo largo de toda una vida mi colección de sonetos, y entre éstos los de Lope de Vega.

La colocación de los sonetos obedece a ciertos criterios de algunos investigadores de la obra de Lope. Una vez recogidos sus libros más importantes, los demás están colocados de forma gratuita y no afectan para nada a la obra en su conjunto. Si Lope (a Juan de Almeida) y Gerardo Diego en sus Rimas (1953) ya hablaron de que la colecta total de los sonetos, supondría una obra importantísima en la divulgación de esta forma de poesía; vaya mi trabajo, como satisfacción personal de haber contribuido a este logro, y que los más de mil sonetos que verán la luz, gocen del privilegio de futuros lectores y se salven de la envidia crítica por los siglos de los siglos.

Hasta el día de hoy, verano de 2003, los sonetos recogidos son: Rimas, 203; Rimas humanas y divinas del licenciado Tomás de Burguillos, 163; Rimas sacras, 123; Otros sonetos, 135; Sonetos en comedias, autos y entremeses, 690; y Sonetos en libros, 68. Total: 1.382.

Ramón García González

Rimas (1602)

- I -

    Versos de amor, conceptos esparcidos,

engendrados del alma en mis cuidados,

partos de mis sentidos abrasados,

con más dolor que libertad nacidos:

   Expósitos al mundo, en que perdidos,
5

tan rotos anduvisteis y trocados,

que sólo donde fuisteis engendrados

fuéranse por la sangre conocidos.

   Pues que le hurtáis el laberinto a Creta,

a Dédalo los altos pensamientos,
10

la furia al mar, las llamas al abismo,

   si aquel áspid hermoso no os aceta,

dejad la tierra, entretener los vientos:

descansaréis en vuestro centro mismo.


- II -

   Cuando imagino de mis breves días

los muchos que el tirano amor me debe,

y en mi cabello anticipar la nieve,

más que los años, las tristezas mías,

   veo que son sus falsas alegrías
5

veneno que en cristal la razón bebe,

por quien el apetito se le atreve,

vestido de mil dulces fantasías.

   ¿Qué hierbas del olvido ha dado el gusto

a la razón, que sin hacer su oficio
10

quiere contra razón satisfacelle?

   Mas consolarse quiere mi disgusto,

que es el deseo del remedio indicio,

y el remedio de amor querer vencelle.


- III -

   Cleopatra a Antonio en oloroso vino

dos perlas quiso dar de igual grandeza,

que por muestra formó naturaleza

del instrumento del poder divino.

   Por honrar su amoroso desatino,
5

que fue monstruo en amor como en belleza,

la primera bebió, cuya riqueza

honrar pudiera la ciudad de Nino.

   Mas no queriendo la segunda Antonio,

que ya Cleopatra deshacer quería,
10

de dos milagros reservó el segundo.

   Quedó la perla sola en testimonio

de que no tuvo igual hasta aquel día,

bella Lucinda, que naciste al mundo.


- IV -

   Era la alegre víspera del día,

que la que sin igual nació en la tierra,

de la cárcel mortal y humana guerra

para la patria celestial salía;

   y era la edad en que más viva ardía
5

la nueva sangre que mi pecho encierra,

cuando el consejo y la razón destierra

la vanidad, que el apetito guía;

   cuando Amor me enseño la vez primera

de Lucinda en su sol los ojos bellos,
10

y me abrasó, como si rayo fuera.

   Dulce prisión, y dulce arder por ellos,

sin duda que su fuego fue mi esfera,

que con verme morir descanso en ellos.


- V -

   Sirvió Jacob los siete largos años,

breves, si el fin cual la esperanza fuera;

a Lía goza y a Raquel espera

otros siete después, llorando engaños.

   Así guardan palabra los extraños:
5

pero en efecto vive, y considera

que la podré gozar antes que muera

y que tuvieron término sus daños.

   Triste de mí, sin límite que mida

lo que un engaño al sufrimiento cuesta,
10

y sin remedio que el agravio pida.

   Ay de aquel alma a padecer dispuesta,

que espera su Raquel en la otra vida,

y tiene a Lía para siempre en esta.


- VI -

   Al sepulcro de amor, que contra el filo

del tiempo hizo Artemisia vivir claro,

a la torre bellísima de Faro,

un tiempo de las naves luz y asilo;

   al templo Efesio de famoso estilo,
5

al Coloso del sol, único y raro,

al muro de Semíramis reparo,

y a las altas Pirámides del Nilo;

   en fin, a los milagros inauditos,

a Júpiter Olímpica, y al templo,
10

Pirámides, Coloso y Mauseolo;

   y a cuantos hoy el mundo tiene escritos,

en fama vence de mi fe el ejemplo,

que es mayor maravilla mi amor solo.


- VII -

   Estos los sauces son, y ésta la fuente,

los montes éstos, y ésta la ribera,

donde vi de mi sol la vez primera

los bellos ojos, la serena frente.

   Este es el río humilde y la corriente,
5

y ésta la cuarta y verde primavera,

que esmalta el campo alegre, y reverbera

en el dorado Toro el sol ardiente.

   Árboles, ya mudó su fe constante;

mas, ¡oh gran desvarío!, que este llano,
10

entonces monte le dejé sin duda.

   Luego no será justo que me espante

que mude parecer el pecho humano,

pasando el tiempo que los montes muda.


- VIII -

   De hoy más las crestas sienes de olorosa

verbena y mirto coronarte puedes,

juncoso Manzanares, pues excedes

del Tajo la corriente caudalosa.

   Lucinda en ti bañó su planta hermosa,
5

bien es que su dorado nombre heredes,

y que con perlas por arenas quedes

mereciendo besar su nieve y rosa.

   Y yo envidiar pudiera su fortuna,

mas he llorado en ti lágrimas tantas,
10

(tú buen testigo de mi amargo lloro),

   que mezclada en tus aguas pudo alguna

de Lucinda tocar las tiernas plantas,

y convertirse en tus arenas de oro.


- IX -

   Tu ribera apacible, ingrato río,

y las orillas que en tus ondas bañas,

se vuelven peñas cóncavas y extrañas,

y fuego tu licor sabroso y frío.

   Abrase un rayo tu frescor sombrío,
5

los rojos lirios y las verdes cañas,

niéguente el agua sierras y montañas,

y sólo te acompañe el llanto mío.

   Hasta la arena, que al correr levantas,

se vuelvan fieros áspides airados;
10

mas, ¡ay cuán vana maldición esperas!

   Que cuando en ti mi sol baño sus plantas,

con ofenderla tú, dejó sagrados

lirios, orilla, arena, agua y riberas.


- X -

   Cuando pensé que mi tormento esquivo

hiciera fin, comienza mi tormento,

y allí donde pensé tener contento,

allí sin él desesperado vivo.

   Donde enviaba por el verde olivo,
5

me trujo sangre el triste pensamiento;

los bienes que pensé gozar de asiento

huyeron más que el aire fugitivo.

   Cuitado yo, que la enemiga mía,

ya de tibieza en hielo se deshace,
10

ya de mi fuego se consume y arde.

   Yo he de morir, y ya se acerca el día,

que el mal en mi salud su curso hace

y, cuando llega el bien, es poco y tarde.


- XI -

A don Luis de Vargas

   Cuando la madre antigua reverdece,

bello pastor, y a cuanto vive, aplace,

cuando en agua la nieve se deshace

por el sol, que el Aries resplandece,

   la hierba nace, la nacida crece,
5

canta el silguero, el corderillo pace;

tu pecho, a quien su pena satisface,

del general contento se entristece.

   No es mucho mal la ausencia, que es espejo

de la cierta verdad o la fingida;
10

si espera fin, ninguna pena es pena.

   ¡Ay del que tiene por su mal consejo

el remedio imposible de su vida

en la esperanza de la muerte ajena!


- XII -

A Micaela de Luján, su amante

   Así en las olas de la mar feroces,

Betis, mil siglos tu cristal escondas,

y otra tanta ciudad sobre tus ondas

de mil navales edificio goces.

   Así tus cuevas no interrumpan voces,
5

ni quillas toquen, ni permitan sondas;

y en tus campos tan fértil correspondas,

que rompa el trigo las agudas hoces.

   Así en tu arena el indio margen rinda,

y al avariento corazón descubras
10

más barras que en ti mira el cielo estrellas.

   Que si pusiere en ti sus pies Lucinda,

no por besarlos sus estampas cubras,

que estoy celoso, y voy leyendo en ellas.


- XIII -

A una tempestad

   Con imperfectos círculos enlazan

rayos el aire, que en discurso breve

sepulta Guadarrama en densa nieve,

cuyo blanco parece que amenazan.

   Los vientos, campos y naves despedazan;
5

el arco, el mar con los extremos bebe,

súbele al polo, y otra vez le llueve,

con que la tierra, el mar y el cielo abrazan.

   Mezcló en un punto la disforme cara

la variedad con que se adorna el suelo,
10

perdiendo Febo de su curso el modo.

   Y cuando ya parece que se para

el armonía del eterno cielo,

salió Lucinda, y serenose todo.


- XIV -

   Vierte racimos la gloriosa palma,

y sin amor se pone estéril luto,

Dafne se queja en su laurel sin fruto,

Narciso en blancas hojas se desalma.

   Está la tierra sin la lluvia en calma,
5

viles hierbas produce el campo enjuto;

porque nunca el amor pagó tributo,

gime en su piedra de Anaxarte el alma.

   Oro engendra el amor de agua y de arenas;

porque las conchas aman el rocío
10

quedan de perlas orientales llenas.

   No desprecies, Lucinda hermosa, el mío,

que, al trasponer del sol, las azucenas

pierden el lustre y nuestra edad el brío.


- XV -

A la batalla de África

   Oh nunca fueras África desierta

en medio de los trópicos fundada,

ni por el fértil Nilo coronada

te viera el alba cuando el sol despierta.

   Nunca tu arena inculta descubierta
5

se viera de cristiana planta honrada,

ni abriera en ti la portuguesa espada

a tantos males tan sangrienta puerta.

   Perdiose en ti de la mayor nobleza

de Lusitania una florida parte,
10

perdiose su corona y su riqueza.

   Pues tú que no mirabas su estandarte,

sobre él los pies, levantas la cabeza

ceñida en torno del laurel de Marte.


- XVI -

De Endimión y Clicie

   Sentado Endimión al pie de Atlante,

enamorado de la Luna hermosa,

dijo con triste voz y alma celosa:

-¿En tus mudanzas quién será constante?

   Ya creces en mi fe, ya estás menguante,
5

ya sales, ya te escondes desdeñosa,

ya te muestras serena, ya llorosa,

ya tu epiciclo ocupas arrogante.

   Ya los opuestos indios enamoras,

y me dejas muriendo todo el día,
10

o me vienes a ver con luz escasa.

   Oyole Clicie, y dijo: -¿por qué lloras?,

pues amas a la Luna que te enfría.

¡Ay de quien ama al Sol que sólo abrasa!


- XVIII -

   Píramo triste, que de Tisbe mira

teñido en sangre el negro manto, helose;

vuelve a mirar, y sin morir muriose,

esfuérzase a llorar, tiembla y suspira.

   Ya llora con piedad y ya con ira;
5

al fin para que el alma en paz repose,

sobre la punta de la espada echose

y, sin partir el alma, el cuerpo espira.

   Tisbe vuelve y le mira apenas, cuando

arroja el blanco pecho al hierro fuerte,
10

más que de sangre de piedad desnudo.

   Píramo, que su bien mira espirando,

diose prisa a morir, y así la muerte

juntó los pechos, que el amor no pudo.


- XIX -

   Pasando un valle oscuro al fin del día,

tal que jamás para su pie dorado

el sol hizo tapete de su prado,

llantos crecieron la tristeza mía.

   Entrando en fin por una selva fría,
5

vi un túmulo de adelfas coronado,

y un cuerpo en él vestido, aunque mojado,

con una tabla, en que del mar salía.

   Díjome un viejo de dolor cubierto:

-Este es un muerto vivo, ¡extraño caso!
10

anda en el mar y nunca toma puerto-.

   Como vi que era yo, detuve el paso,

que aun no me quise ver después de muerto

por no acordarme del dolor que paso.


- XX -

   Si culpa el concebir, nacer tormento,

guerra vivir, la muerte fin humano,

si después de hombre tierra y vil gusano,

y después de gusano polvo y viento;

   si viento nada, y nada el fundamento,
5

flor la hermosura, la ambición tirano,

la fama y gloria pensamiento vano,

y vano, en cuanto piensa, el pensamiento;

   quien anda en este mar para anegarse,

¿de qué sirve en quimeras consumirse,
10

ni pensar otra cosa que salvarse?

   ¿De qué sirve estimarse y preferirse,

buscar memoria, habiendo de olvidarse,

y edificar, habiendo de partirse?


- XXI -

   A Baco pide Midas que se vuelva

oro cuanto tocare, ¡ambición loca!

Vuelves en oro cuanto mira y toca,

el labrado palacio y verde selva.

   A donde quiera que su cuerpo envuelva,
5

oro le ofende, y duerme en dura roca,

oro come, oro bebe, que la boca

quiere también que en oro se resuelva.

   La muerte finalmente, su auricida,

triunfó de la ambición, y en oro envuelto
10

se fue secando hasta su fin postrero.

   Así yo triste acabaré la vida,

pues tanto amor pedí, que en amor vuelto

el sueño, el gusto, de abundancia muero.


- XXII -

A sus dos niñas difuntas

    Para tomar de mi desdén venganza,

quitome amor las niñas que tenía,

con que miraba yo, como solía,

todas las cosas en igual templanza.

   A lo menos conozco la mudanza
5

en los antojos de la vista mía;

de un día en otro, no descanso un día;

del tiempo huye, lo que el tiempo alcanza.

   Almas parecen de mis niñas puestas

en mis ojos, que baña tierno llanto,
10

¡oh niñas, niño amor, niños antojos!

   Niño deseo, que el vivir me cuestas;

mas ¿qué mucho también que llore tanto,

Quién tiene cuatro niñas en los ojos?


- XXIII -

   Pruebo a engañar mi loco pensamiento

con la esperanza de mi bien perdido,

mostrándole en mil nubes escondido

un átomo no más de algún contento.

   Mas él que sabe bien que cuanto intento
5

es apariencia de placer fingido,

se espanta de que estando al alma asido,

le engañe con fingir lo que no siento.

   Le voy llevando de uno en mil engaños,

como si yo sin él tratase dellos,
10

siendo el mayor testigo de mis daños.

   Pero siendo forzoso padecellos,

¡oh quién nunca pensase en desengaños,

o se desengañase de tenellos!


- XXIV -

   Del templo de la Fama en alta parte

vi diez, los que hasta ahora fueron nueve;

aquél por quien Apolo no se mueve

formaba un mármol excediendo el arte.

   Con el rey de Sión estaba aparte
5

Gedeón, cuya gente en Achab bebe,

el que a rendir la tierra y mar se atreve,

y Arturo con el ánglico estandarte

   Héctor, César, y Carlos con Gofredo,

que el gran sepulcro libertó de Cristo:
10

mas cuando entre los diez, para alabarlos,

   reconocer el último no puedo,

oigo una voz que dijo: -A los que has visto

dio luz, y quito fama el Quinto Carlos.


- XXV -

   Antes que el cierzo de la edad ligera

seque la rosa que en tus labios crece

y el blanco de ese rostro, que parece

cándidos grumos de lavada cera,

   estima la esmaltada primavera,
5

Laura gentil, que en su beldad florece,

que con el tiempo se ama y se aborrece,

y huirá de ti quien a tu puerta espera.

   No te detengas en pensar que vives,

oh Laura, que en tocarte y componerte
10

se entrará la vejez, sin que la llames.

   Estima un medio honesto, y no te esquives,

que no ha de amarte quien viniere a verte,

Laura, cuando a ti misma te desames.


- XXVI -

Despidiéndose de una dama porque amanecía

   En el sereno campo de los cielos

entraba el sol, pisando las estrellas

sus caballos flamígeros, y de ellas

limpiando el manto de color de celos.

   Ya cuando vive en últimos desvelos
5

pasaba de sus sueños a sus querellas,

sale la abeja entre las flores bellas,

las aves por el aire esparcen vuelos.

   Vase en el mundo dilatando el día

en cercos de oro y arreboles rojos,
10

y en las hojas las perlas del rocío.

   Mas cuando tan hermoso el sol salía,

anocheció para mis tristes ojos,

porque como él salió, se puso el mío.


- XXVII -

   Bien fue de acero y bronce aquel primero,

que en cuatro tablas confió su vida

al mar, a un lienzo y a una cuerda asida,

y todo junto al viento lisonjero;

   quien no temió del Orión severo
5

la espada en agua de la mar teñida,

el arco doble al Austro, y la ceñida

obtusa luna, de nublado fiero;

   el que fío mil vidas de una lengua

de imán tocada al Ártico mirando,
10

y entre líneas treinta y dos tres mil mudanzas.

   pero más duro fue para su mengua,

quien puso, las que tienen contemplando,

en mar de una mujer sus esperanzas.


- XXVIII -

A un caballero llevando su dama a enterrar él mismo

   Al hombro el cielo, aunque su sol sin lumbre

y en eclipse mortal las más hermosas

estrellas, nieve ya las puras rosas,

y el cielo tierra en desigual costumbre.

   Tierra forzosamente pesadumbre,
5

y así no Atlante, a las heladas losas

que esperan ya sus prendas lastimosas,

Sísifo sois, por otra incierta cumbre.

   Suplícoos me digáis, si amor se atreve

¿cuándo pesó con más pesar, Fernando,
10

o siendo fuego, o convertida en nieve?

   Mas el fuego no pesa, que exhalando

la materia a su centro, es carga leve.

La nieve es agua, y pesará llorando.


- XXIX -

   Fue Troya desdichada y fue famosa,

vuelta en ceniza, en humo convertida,

tanto que en Grecia, de quien fue vencida,

está de sus desdichas envidiosa.

   Así en la llama de mi amor celosa
5

pretende nombre mi abrasada vida,

y el alma en esos ojos encendida

la fama de atrevida mariposa.

   Cuando soberbia y victoriosa estuvo,

no tuvo el nombre que le dio su llama;
10

tal por incendios a la fama subo.

   Consuelo entre los míseros se llama,

¿que quien por las venturas no la tuvo,

por las desdichas venga a tener fama.


- XXX -

Muerte de Albania

   ¿A dónde vas con alas tan ligeras,

del hemisferio nuestro al tuyo opuesto,

divino sol en el Oriente puesto,

Dónde fuera más justo que nacieras?

   Apenas te gozaron las riberas
5

del Tajo, a ser tu antípoda dispuesto,

cuando las cubres de ciprés funesto,

robando en ti sus verdes primaveras.

   Los duros jaspes, los rebeldes bronces,

se ablandan escuchando mis enojos:
10

dime, pues ya te vas, si podré verte.

   Así Fabio lloraba. Albania entonces

mirole, y quiso hablar, cerró los ojos,

y respondiole lo demás la muerte.


- XXXI -

   Albania yace aquí, Fabio suspira,

matola un parto sin razón, dejando

la envidia alegre, y al amor llorando,

pues ya cualquiera fuerza le retira.

   El Tajo crece por mostrar su ira
5

y corre de la muerte murmurando;

párase el sol, el túmulo mirando,

temiendo en sí, lo que en Albania mira.

   Mas él, si se eclipsara, volver puede,

y Albania no, que de volver ajeno
10

a Fabio deja en el postrero parto.

   venganza fue para que ejemplo quede

que quien fue basilisco en dar veneno,

muriese como víbora en el parto.


- XXXII -

   Si gasta el mar la endurecida roca

con el curso del agua tierna y blanda,

si el español, que entre los indios anda,

con largo trato a su amistad provoca;

   si al ruego el áspid la fiereza apoca,
5

si el fuego al hierro la fiereza ablanda,

no yerra amor, cuando esperar le manda

un imposible a mi esperanza loca.

   Que el tiempo que las rocas enternece,

indios, áspides, hierros, bien podría
10

sirviendo, amando cuanto amor concede,

   por más que mi desdicha os endurece,

señora, enterneceros algún día,

que un inmortal amor todo lo puede.


- XXXIII -

A un loco favorecido por una dama

   De la ignorancia en que dormí recuerdo

el tiempo que a la envidia tuve en poco,

pues a tenerla ahora me provoco

de los que viven fuera de su acuerdo.

   Tú ganas sin sentir, sintiendo pierdo,
5

gozas tocando, imaginando toco;

dichoso loco, pues mereces loco

lo que jamás he merecido cuerdo.

   Si es loco amor, ¿por qué soy yo tenido

por cuerdo?, y si soy cuerdo, ¿qué procura
10

amor con tanta fuerza en mi sentido?

   Loco, pues me ganaste la ventura,

troquemos el discurso, o el vestido;

toma mi seso, y dame tu locura.


- XXXIV -

   De este mi grande amor y el poco tuyo

no tengo culpa yo, tengo la pena,

que a tu naturaleza en todo ajena

juntarse dos contrarios atribuyo.

   Este mi amor y tu desdén arguyo
5

de aquel humor que de una misma vena,

de dulce y agrio fruto el ramo enllena,

siendo una tierra, un agua, el tronco el suyo.

   Veo la cera y veo el barro al fuego,

ésta ablandarse, aquél endurecerse,
10

que uno se rinde y otro se resiste.

   Y con igual afecto miro luego,

siendo una causa amor para encenderse,

que si me enternecí, te endureciste.


- XXXV -

   Ardese Troya y sube el humo oscuro

al enemigo cielo, y entre tanto,

alegre Juno mira el fuego y llanto,

¡venganza de mujer, castigo duro!

   El vulgo, aun en los templos más seguro,
5

huye cubierto de amarillo espanto,

corre cuajada sangre el turbio Xanto,

y viene a tierra el levantado muro.

   Crece el incendio propio al fuego extraño,

las empinadas máquinas cayendo,
10

de que se ven ruinas y pedazos.

   Y la dura ocasión de tanto daño,

mientras vencido Paris muere ardiendo,

del griego vencedor duerme en los brazos.


- XXXVI -

   Suena el azote, corredor Apolo,

sobre el carro que a Géminis alinda,

que falta para ver a mi Lucinda,

de tu carrera un paralelo sólo.

   Dafnes te espera en el opuesto polo,
5

que puede ser que su dureza rinda,

y a mí la imagen más hermosa y linda,

que ha visto el Panteón, ni el Mauseolo.

   Si quieres ver, para que no te admires,

la razón que me esfuerza a que la quiera,
10

mira su rostro, aunque es grande osadía.

   Mas ay, sol envidioso, no la mires,

que no llegando al Indio, que te espera,

harás eterno de esta ausencia el día.


- XXXVII -

   Céfiro blando, que mis quejas tristes

tantas veces llevaste; claras fuentes,

que con mis tiernas lágrimas ardientes,

vuestro dulce liquor ponzoña hiciste;

   selvas que mis querellas esparcites,
5

ásperos montes a mi mal presentes,

ríos, que de mis ojos siempre ausentes,

veneno al mar como tirano distes:

   pues la espera de rigor tan fiero

no me permite voz articulada,
10

decid a mi desdén que por él muero.

   Que si la viere el mundo transformada

en el laurel, que por dureza espero,

de ella veréis mi frente coronada.


- XXXVIII -

Del Duque de Osuna y Conde de Ureña

   El tiempo, a quien reviste el tiempo en vano,

llevó tras sí los griegos valerosos,

los Augustos, los Césares famosos

después de las reliquias del troyano.

   Llevose con el griego y el romano
5

la gloria de los godos belicosos,

y aquellos españoles generosos,

origen claro del valor cristiano.

   Apolo y Marte ociosos en la tierra,

íbanse al cielo, y vuestro abuelo santo
10

por tenerlos asioles de la ropa.

   Dejáronle por irse en paz y en guerra

los dos Girones que hoy os honran tanto,

que dellos se vistió de gloria Europa.


- XXXIX -

A una dama que le echó un puñado de tierra

   Como a muerto me echáis tierra en la cara;

yo lo debo de estar, y no lo siento,

que aun muerto en vuestro esquivo pensamiento

menos sentido que éste le bastara.

   Vivo os juré que muerto os confesara
5

la misma fe; cumplí mi juramento,

pues ya después del triste enterramiento

ni cesa la afición, ni el amor para.

   No sé si os pueda dar piadoso nombre,

oh manos, que enterráis al muerto amigo,
10

después que le mató vuestra hermosura.

   Que es de ladrón fiel, ya muerto el hombre

no de piedad mas miedo del castigo,

darle en su propia casa sepultura.


- XL -

   Mis pasos engañados hasta ahora

por jardines hibleos y pensiles,

por pensamientos y esperanzas viles,

infancia noche, juventud aurora;

   razón esclava, voluntad señora,
5

vistiendo mi virtud como a otro Aquiles,

me han traído caballos y sutiles,

a donde el alma sus engaños llora.

   ¡Oh pasos ciegos de mi edad perdida,

que en polvo, en humo, en sombra se convierte,
10

entrada triste y mísera salida!

   El primero que di, ¡qué triste suerte!

ése me descontaron de la vida,

y le puso en sus límites la muerte.


- XLI -

   Hermosos ojos, yo juré que había

de hacer en vos de mi rudeza empleo,

en tanto que faltaba a mi deseo

el oro puro que el Oriente cría.

   Rústica mano de esta fuente fría
5

ofrece el agua; mas mirad que a Orfeo

versos le dieron singular trofeo

de aquella noche, que no ha visto el día.

   Y pues que en la crueldad, que en toda parte

usáis conmigo, vuestro cuerpo tierno
10

puede temer la pena de Anaxarte,

   no despreciéis el don, que al lago Averno

irá por voz mi amor, venciendo el arte,

mas tal hielo aun no teme el fuego eterno.


- XLII -

   Dejadme un rato, pensamientos tristes,

que no me he de rendir a vuestra fuerza

si es gran contrario amor, amor me esfuerza

penad y amad, pues que la causa fuistes.

   No permitáis, si de mi amor nacistes,
5

que la costumbre, que a volver me fuerza,

de mi firme propósito me tuerza,

pues en los desengaños me pusistes.

   No queráis más que amar, amar es gloria,

no la manchéis con apetitos viles;
10

vencedme, y venceréis mayor victoria.

   Si en Troya no hay traidor, ¿qué importa Aquiles?

¡Mas, ay que es mujer flaca la memoria,

y vosotros cobardes y sutiles!


- XLIII -

A las ojeras de una dama

   Ojos, por quien llamé dichoso al día

en que nací para morir por veros,

que por salir de noche a ser luceros,

cercáis de azul la luz que al sol envía.

   Hermosos ojos, que del alma mía
5

un inmortal engaste pienso haceros

de envidia del zafir, que por quereros

entre cristal y rosa el cielo cría.

   Ahora sí, que vuestras luces bellas

son de mi noche celestial consuelo,
10

pues en azul engaste vengo a vellas.

   Ahora sí, que sois la luz del suelo,

ahora sí, que sois ojos estrellas,

que estáis en campo azul, color de cielo.


- XLIV -

   Que otras veces amé, negar no puedo,

pero entonces Amor tomó conmigo

la espada negra, como diestro amigo,

señalando los golpes en el miedo.

   Mas esta vez, que batallando quedo,
5

blanca la espada y cierto el enemigo,

no os espantéis que llore su castigo,

pues al pasado amor, amando excedo.

   Cuando con armas falsas esgrimía,

de las heridas traje en el vestido,
10

sin tocarme en el pecho, las señales.

   Mas en el alma ya, Lucinda mía,

donde mortales en dolor han sido,

y en el remedio heridas inmortales.


- XLV -

   Tened piedad de mí que muero ausente,

hermosas ninfas de este blando río,

que bien os lo merece el llanto mío,

con que suelo aumentar vuestra corriente.

   Saca la coronada y blanca frente,
5

Tormes famoso, a ver mi desvarío,

así jamás te mengüe el seco estío

y esta montaña tu cristal aumente.

   Mas, ¿qué importa que el llanto mío recibas,

si no vas a morir al Tajo, a donde
10

mis penas pueda ver la causa de ellas?

   Tus ninfas en tus ondas fugitivas

y tu cabeza coronada esconde,

que basta que me escuchen las estrellas.


- XLVI -

A la jornada de Inglaterra a bordo del «San Juan»

   Famosa armada de estandartes llena,

partidos todos de la roja estola,

árboles de la Fe, donde tremola

tanta fámula blanca en cada entena;

   selva del mar, a nuestra vista amena,
5

que del cristiano Ulises la fe sola

te saca de la margen española

contra la falsedad de una sirena:

   id y abrasad el mundo, que bien llevan

las velas viento, y alquitrán los tiros,
10

que a mis suspiros y a mi pecho deban.

   Segura de los dos podéis partiros,

fiad que os guarden, y fiad que os muevan:

tal es mi fuego, y tales mis suspiros.


- XLVII -

   Retrato mío, mientras vivo ausente,

guardad la puerta asido de la llave,

que haré a Guzmán que este bosquejo acabe,

con lo que me pusieron en la frente.

   Laurel decía la engañada gente,
5

no le afrentéis con otra rama grave,

porque si Midas el remedio sabe,

la tierra no lo sufre ni consiente.

   Mi bien es de las Indias combatido,

decid si el alma consintió en mi daño,
10

que el alma no la compra mortal precio.

   Y pues Guzmán no os acabó el vestido,

yo os le daré por este desengaño,

aunque cualquiera desengaño es necio.


- XLVIII -

   El pastor que en el monte anduvo al hielo,

al pie del mismo, derribando un pino,

en saliendo el lucero vespertino

enciende lumbre y duerme sin recelo.

   Dejan las aves con la noche el vuelo,
5

el campo el buey, la senda el peregrino,

la hoz el trigo, la guadaña el lino,

que al fin descansa cuanto cubre el cielo.

   Yo solo, aunque la noche con su manto

esparza sueño, y cuanto vive aduerma,
10

tengo mis ojos de descanso faltos.

   Argos los vuelve la ocasión y el llanto,

sin vara de Mercurio que los duerma,

que los ojos del alma están muy altos.


- XLIX -

Al Duque de Alba

   Divino sucesor del nuevo Alcides,

que puso en Francia, Italia, África y Flandes

pirámides más altas y tan grandes

que fueron gloria de cristianos Cides.

   Puesto que ahora, como tiernas vides,
5

de tus pasados en los troncos andes,

cuando esos brazos tan heroicos mandes

verá la Fama que sus pasos mides.

   Tú que de aquellas águilas desciendes,

que miraron del sol la excelsa llama,
10

serás el Fénix que hoy su fuego enciendes;

   y entonces yo donde tu amor me llama

iré seguro, que mi bien pretendes,

y a sombra de tus hechos tendré fama.


- L -

   Marcio, yo amé, y arrepentime amando

de ver mal empleado el amor mío;

quise olvidar, y del olvido el río

huyome como a Tántalo en llegando.

   Remedios vanos sin cesar probando,
5

venció mi amor, creció mi desvarío;

dos veces por aquí pasó el estío,

y el sol nunca mis lágrimas secando.

   Marcio, ausentéme, y en ausencia un día

miráronme unos ojos y mirelos;
10

no sé si fue su estrella, o fue la mía.

   Azules son, sin duda son dos cielos,

que han hecho lo que un cielo no podía.

Vida me da su luz, su color celos.


- LI -

A los Reyes de España

   Las dos luces del mundo en mortal velo,

que España en forma de Latona cría,

solían dividir la noche y día,

nuestro polo español y el austro cielo.

   Mas ya que un mismo amor y un justo celo
5

juntó sus almas, donde más podía,

por las esferas de su monarquía

caminan en un mismo paralelo.

   Y así pasando por tu signo ahora,

como en oriente, de Castilla nacen,
10

Valladolid famosa y excelente,

   ya tienes de su cielo, sol y Aurora;

da luz, da perlas, pues los dos te hacen,

Filipo cielo, Margarita oriente.


- LII -

   Entre aquestas columnas abrasadas,

frías cenizas de la ardiente llama

de la ciudad famosa, que se llama

ejemplo de soberbias acabadas;

   entre éstas otro tiempo levantadas,
5

y ya de fieras deleitosa cama,

entre aquestas ruinas, que la fama

por memoria dejó medio abrasadas;

   entre éstas ya de púrpura vestidas,

y ahora sólo de silvestres hiedras,
10

despojos de la muerte rigurosa,

   busco memorias de mi bien perdidas,

y hallo sólo una voz, que entre estas piedras

responde: Aquí fue Troya la famosa.


- LIII -

   Estando ausente de tus ojos bellos,

sus rayos me abrasaron, ¡caso extraño!

Y no fue sueño, ni parezca engaño,

que me abrasaron, aunque lejos de ellos.

   Al sol los levantaste, y él con ellos
5

venció la luz de la mitad del año;

yo quise ver lo que era por mi daño,

y por mirar al sol, vi al sol en ellos.

   Fue espejo el sol, el cual reverberando

en mí tus ojos con ardor tan nuevo
10

pudieron abrasar el alma mía.

   Fue infierno el mundo, y fuego el aire blando,

el sol Faetón, yo etíope, tú Febo,

el norte incendio, y el ocaso día.


- LIV -

A Pedro Liñán

   Liñán, el pecho noble sólo estima

bienes que el alma tiene por nobleza,

que, como vos decís, torpe riqueza

está muy lejos de comprar su estima.

   ¿A cuál cobarde ingenio desanima
5

segura, honesta y liberal pobreza,

ni cual por ver pintada la corteza

quiere que otro señor su cuello oprima?

   No ha menester fortuna el virtuoso,

la virtud no se da ni se recibe,
10

ni en naufragio se pierde ni es impropia.

   Mal haya quien adula al poderoso,

aunque fortuna humilde le derribe,

pues la verdad es premio de sí propia.


- LV -

   Cuando por este margen solitario

villano agricultor os trasponía,

verdes olmos, apenas yo sabía

qué fuese honesto bien, ni mal contrario.

   Treinta veces el sol al Sagitario,
5

saliendo de la casa húmeda y fría

del Escorpión, tocó desde aquel día,

curso inmortal de su camino vario.

   Crecisteis y crecí; vuestra belleza

fue mi edad verde, como ya a mis años
10

espejo vuestra rígida corteza.

   Los dos sin frutos vemos sus engaños.

Mas ¡ay que no eran en vos naturaleza!

Perdí mi tiempo, lloraré mis daños.


- LVI -

   Que eternamente las cuarenta y nueve

pretendan agotar el lago Averno,

que Tántalo del agua y árbol tierno

nunca el cristal ni las manzanas pruebe;

   que sufra el curso que los ejes mueve
5

de su rueda Ixión por tiempo eterno,

que Sísifo llorando en el infierno,

el duro canto por el monte lleve;

   que pague Prometeo el loco aviso

de ser ladrón de la divina llama,
10

en el Caúcaso que sus brazos liga;

   terribles penas son, mas de improviso

ver otro amante en brazos de su dama,

si son mayores, quien los vio los diga.


- LVII -

   Silvio en el monte vio con lazo estrecho

un nudo de dos áspides asidas,

que así enlazadas a furor movidas

se mordían las bocas, cuello y pecho.

   Así -dijo el pastor- que están, sospecho,
5

en el casado yugo aborrecidas

dos enlazadas diferentes vidas,

rotas las paces, el amor deshecho.

   Por dividir los intrincados lazos,

hasta la muerte de descanso ajenos,
10

alzó el cayado y prosiguió diciendo:

   -Siendo enemigos, ¿para qué en los brazos?

¿para qué os regaláis, y os dais venenos?

Dulce morir, por no vivir muriendo.


- LVIII -

   Dulce desdén, si el daño que me haces

de la suerte que sabes, te agradezco,

¿qué haré si un bien de tu rigor merezco?

pues sólo con el mal me satisfaces.

   No son mis esperanzas pertinaces,
5

por quien los males de tu bien padezco,

sino la gloria de saber que ofrezco

alma y amor de tu rigor capaces.

   Dame algún bien, aunque con él me prives

de padecer por ti, pues por ti muero,
10

si a cuenta de él mis lágrimas recibes.

   ¿Mas cómo me darás el bien que espero,

si en darme males tan escaso vives

que apenas tengo cuantos males quiero?


- LIX -

   Al sol que os mira, por miraros miro,

que pienso que la luz de vos tomando,

en sus rayos la vuestra estoy mirando,

y luego de dos soles me retiro.

   Águila soy, a salamandra aspiro,
5

este Dédalo amor me está animando,

pero anochece y como estoy llorando,

en el mar de mis lágrimas espiro.

   Y como donde estoy sin vos no es día,

pienso cuando anochece, que vos fuistes
10

por quien perdió los rayos que tenía.

   Porque si amaneció cuando le vistes,

dejándole de ver noche sería

en el ocaso de mis ojos tristes.


- LX -

   Quien dice que en mujeres no hay firmeza,

no os puede haber, señora, conocido,

ni menos el que dicen que han nacido

de un parto la crueldad y la belleza.

   Un alma noble, una real pureza
5

de un cuerpo de cristal hicieron nido;

el mismo ser está con vos corrido,

y admirada de sí naturaleza.

   Firme sois, y mujer, si son contrarios,

hoy vuestro pecho con victoria quede,
10

de que es sujeto que los ha deshecho.

   Bronce, jaspe, metal, mármoles parios,

consume el tiempo; vuestro amor no puede,

que es alma de diamante en vuestro pecho.


- LXI -

   Ir y quedarse y con quedar partirse,

partir sin alma e ir con alma ajena,

oír la dulce voz de una sirena

y no poder del árbol desasirse,

   arder como la vela y consumirse,
5

haciendo torres sobre tierna arena,

caer de un cielo y ser demonio en pena,

y de serlo jamás arrepentirse;

   hablar entre las mudas soledades,

pedir prestada sobre fe paciencia,
10

y lo que es temporal llamar eterno;

   creer sospechas y negar verdades

es lo que llaman en el mundo ausencia,

fuego en el alma y en la vida infierno.


- LXII -

   En las riberas del egipcio Nilo,

cuando los hombres desde lejos huele,

imitando sus quejas, llorar suele

con triste voz el falso cocodrilo.

   Y tú que imitas su engañoso estilo,
5

quieres que con tu llanto me desvele,

pues cuando veo que mi mal te duele,

por ti llorando el corazón destilo.

   Voy a tus manos, porque al fin me obliga

la vista de tus lágrimas traidoras,
10

blandas llamando, agradeciendo ingratas.

   ¡Oh fiera en condición, y en llanto amiga!

Si me quieres matar, ¿por qué no lloras?

Y si me has de llorar. ¿por qué me matas?.


- LXIII -

   Padre de los humanos, Amor ciego,

de quien nació la vida de dos vidas,

y por quien tantas fueron consumidas,

destierro de la paz y del sosiego.

   Amor, que a un tiempo eres troyano y griego,
5

breve placer, tesoro del rey Midas,

divino ensalmador de tus heridas,

luna, que porque crece, mengua luego.

   ¿Por qué te llaman padre, si no eres

como Saturno que sus hijos come?
10

que en efecto aborreces lo que quieres.

   Amor, pues no hay quien residencia tome

a la poca verdad de tus placeres,

mi muerte será Alcides que te dome.


- LXIV -

   Yo vi sobre dos piedras plateadas

dos columnas gentiles sostenidas,

de vidrio azul cubiertas, y cogidas

en un cendal pajizo y dos lazadas.

   Turbéme y dije: ¡Oh prendas reservadas
5

al Hércules que os tiene merecidas,

si como de mi alma sois queridas

os viera de mis brazos levantadas!

   Tanto sobre mis hombros os llevara,

que en otro mundo, que ninguno viera,
10

fijara del Plus Ultra los trofeos.

   O fuera yo Sansón, que os derribara,

porque cayendo vuestro templo diera

vida a mi muerte y muerte a mis deseos.


- LXV -

   Lucinda, yo me siento arder, y sigo

el sol que de este incendio causa el daño,

que porque no me encuentre el desengaño,

tengo el engaño por eterno amigo.

   Siento el error, no siento lo que digo,
5

a mi yo propio me parezco extraño;

pasan mis años, sin que llegue un año

que esté seguro yo de mí conmigo.

   ¡Oh dura ley de amor! que todos huyen

la causa de su mal, y yo la espero
10

siempre en mi margen, como humilde río.

   Pero si las estrellas daño influyen

y con las de tus ojos nací y muero,

¿cómo las venceré sin albedrío?


- LXVI -

Al Serenísimo Archiduque

   Canta la edad primera los amores,

nave sin lastre es el ingenio tierno,

flámulas, velas, jarcias sin gobierno,

campo sin fruto y con viciosas flores.

   Mis juveniles lágrimas y ardores
5

pasaron con el sol, que al curso eterno

llevó la primavera, y al invierno

vuelve los pasos de mi edad mejores.

   Yo seguiré tus armas, y la pluma

osaré levantar hasta tu espada,
10

aunque como otro Dédalo presuma;

   y verá la región a España helada,

y el mar que en sangre teñirá su espuma,

de oro y laurel su frente coronada.


- LXVII -

A su amante, Micaela de Luján

   Yo no espero la flota, ni importuno

al cielo, al mar, al viento por su ayuda,

ni que segura pase la Bermuda

sobre el azul tridente de Neptuno.

   Ni tengo hierba en campo, o rompo alguno
5

con el arado, en que el villano suda,

ni del vasallo, que con renta acuda,

provecho espero en mi favor ninguno.

   Mira estas hiedras, que con tiernos lazos,

para formar sin alma su himeneo
10

dan a estos verdes álamos abrazos.

   Y si tienes, Lucinda, mi deseo,

hálleme la vejez entre tus brazos,

y pasaremos juntos el Leteo.


- LXVIII -

De Jasón

   Encaneció las ondas con espuma

Argos, primera nave, y sin temellas

osó tocar la gavia las estrellas

y hasta el cerco del sol volar sin pluma.

   Y aunque Anfitrite airada se consuma,
5

dividen el cristal sus ninfas bellas,

y hasta Colchos Jasón pasa por ellas,

por más que el viento resistir presuma.

   Más era el agua que el dragón y el toro,

mas no le estorba que su campo arrase
10

la fuerte proa entre una y otra sierra.

   Rompiose al fin por dos manzanas de oro

para que el mar crüel no se alabase,

que por lo mismo se perdió la tierra.


- LXIX -

Al conde don Thomas Porcey, mártir en Inglaterra

   Como es la patria celestial colonia,

bien que el camino a los mortales agro,

ilustrísimo Conde, a quien consagro

los árboles de Apolo y de Tritonia,

   fuiste contra la fiera Babilonia,
5

aunque cordero tierno por milagro,

nuevo, divino, heroico Meleagro

de la escocesa Silva Caledonia.

   Ya muerto, otro Mercurio te contemplo,

que tomando las arnas y la espada,
10

despojos de tu noble mausoleo,

   en defensa de Cristo y de su templo,

Julián y Babilonia derribada,

confiesen que ha vencido el Galileo.


- LXX -

   Atada al mar Andrómeda lloraba,

los nácares abriéndose al rocío,

que en sus conchas cuajado el cristal frío

en cándidos aljófares trocaba.

   Besaba el pie, las peñas ablandaba
5

humilde el mar, como pequeño río;

volviendo el sol la primavera estío,

parado en su cenit la contemplaba.

   Los cabellos al viento bullicioso,

que la cubra con ellos la rogaban,
10

ya que testigo fue de iguales dichas.

   Y celosas de ver su cuerpo hermoso

las nereidas su fin solicitaban,

que aun hay quien tenga envidia en las desdichas.


- LXXI -

De Europa y Júpiter

   Pasando el mar el engañoso toro,

volviendo la cerviz el pie besaba

de la llorosa ninfa, que miraba

perdido de las ropas el decoro.

   Entre las aguas y las hebras de oro
5

ondas el fresco viento levantaba,

a quien con los suspiros ayudaba,

del mal guardado virginal tesoro.

   Cayéronsele a Europa de las faldas

las rosas al decirle el toro amores,
10

y ella, con el dolor de sus guirnaldas,

   dicen que, llenó el rostro de colores,

en perlas convirtió sus esmeraldas

y dijo: ¡Ay triste yo!, perdí las flores.


- LXXII -

A una dama que tenía los ojos enfermos

   Si estáis enfermos, dulces ojos claros,

no os espantéis, pues tantos os desean,

que no es posible, si dejáis que os vean,

que dejen de quereros o envidiaros.

   Mis pensamientos no temiendo hallaros,
5

libres de la justicia se pasean;

como al sol, cuando nubes le rodean,

dicen mis ojos que podrán miraros.

   Enfermos soles y nublados cielos,

hoy tomarán venganza mis enojos,
10

porque en la condición mudéis de estilo.

   Si azules fuistes por matar con celos,

hoy como espada quedaréis, mis ojos,

que tienen de cortar gastado el filo.


- LXXIII -

A don Félix Arias Girón

   Don Félix, si al amor le pintan ciego,

lo que no viera yo jamás lo amara;

si con alas veloces, ¿cómo para,

pues tengo entre mis lágrimas sosiego?

   Si me ha consumido, ¿cómo es fuego,
5

no siendo fénix en el mundo rara?

y si es desnudo amor. ¿cómo repara

en que le vistan, o se cansa luego?

   Pintarle como niño importa poco,

Luzbel se amó, y así fue amor nacido
10

antes que viese Adán del sol la lumbre.

   Mejor fuera pintarle como a loco,

haciéndole a colores el vestido,

y no llamarle amor, sino costumbre.


- LXXIV -

   Salió Faetón y amaneció el Oriente

vertiendo flores, perlas y tesoros;

pasó por alto del mar indio al moro

turbado de su luz resplandeciente.

   Las montañas de nubes al poniente
5

iban subiendo y de la Libra al Toro,

cuando cayó, sembrando el carro de oro

del Eridano claro en la corriente.

   Recibiole llorando la ribera,

de su temeridad castigo justo,
10

que tan alto subir tan bajo para.

   Pero mísero de él, ¿dónde cayera,

si con freno de fuerza y no de gusto

la voluntad de una mujer guiara?


- LXXV -

A la caída de Faetón

   El cuerpo de Faetón Climene mira

orillas del Erídano arrojado,

en cuyo pecho mísero abrasado

aún dura el fuego de quien humo espira.

   Y dice así: la tierra humilde mira,
5

hijo famoso, el pensamiento honrado

con que de las estrellas abrazado,

a gobernar la luz del cielo aspira.

   Murmura en fin que en temerario alzaste

vuelo imposible al sol, de quien caíste,
10

cuyos rayos intrépido miraste.

   Dirá que ciego y ambicioso fuiste,

pero no negará que confirmaste,

muerto en el cielo, que del sol naciste.


- LXXVI -

A Pedro Liñán de Riaza

   Señor Liñán, quien sirve sin estrella

en átomos del sol quimeras hace,

pues cuanto más el duro yugo abrace

tanto más su fortuna le atropella.

   De mí estoy cierto, que nací sin ella,
5

¿pues que porfía, el que sin ella nace?

La forma sin materia se deshace,

cantar no puedo en Babilonia bella.

   Sin premio cosa injusta me parece

perder el tiempo, encanecer temprano,
10

ídolos de dosel, confuso abismo.

   Dichoso vos, a quien el cielo ofrece

tabla en el mar, y en el profundo mano,

sirviendo a dueño que se da si mismo.


- LXXVII -

   Rompe las conchas Hércules famoso

de la Hidra feroz y el campo esmalta

de veneno y de sangre, el tronco salta

por la violencia del bastón nudoso.

   Pero súbitamente el escamoso
5

cuello brota en lugar de aquella falta

siete cabezas de cerviz más alta,

temblando el eco al silbo temeroso.

   Así yo triste, que vencer deseo

esta sierpe cruel de mi fortuna
10

en tantas diferencias de batallas,

   con más desdichas sin cesar peleo;

mas donde quiero remediar alguna,

resultan tantas que es mejor dejallas.


- LXXVIII -

Al triunfo de Judit

   Cuelga sangriento de la cama al suelo,

el hombro diestro del feroz tirano,

que, opuesto al muro de Betulia en vano,

despidió contra sí rayos al cielo.

   Revuelto con el ansia el rojo velo
5

del pabellón a la siniestra mano,

descubre el espectáculo inhumano

del tronco horrible, convertido en hielo.

   Vertido Baco, el fuerte arnés afea

los vasos y la mesa derribada;
10

duermen las guardas, que tan mal emplea.

   Y sobre la muralla coronada

del pueblo de Israel la casa hebrea

con la cabeza resplandece armada.


- LXXIX -

   Montes se ensalzan y dilatan ríos,

señora, entre los dos, mas por momento

vuelan a ti mis dulces pensamientos,

que dijera mejor mis desvaríos.

   Por altas sierras, por extremos fríos
5

dejan atrás los animosos vientos,

aunque llevan consigo mis tormentos,

con ser tan graves los tormentos míos.

   Si de mi vida con su luz reparte

tu sol los días, cuando verte intente,
10

qué importa que me acerque o que me aparte.

   Donde quiera se ve su hermoso oriente,

pues, si se ve desde cualquier parte,

quien es mi sol no puede estar ausente.


- LXXX -

   Mis recatados ojos, mis pasiones,

más encogidas que mi amor quisiera,

mi fe, que en vuestras partes considera

la cifra de tan altas perfecciones;

   el justo limitar demostraciones,
5

el mudo padecer que persevera,

la voluntad que, en siendo verdadera,

libra para las obras las razones;

   todos, señora, os dicen que esperando

están de vos lo que el amor concede
10

a los que saben padecer callando.

   Si el tiempo vuela y la fortuna puede,

no hay esperar como callar amando,

ni amor que calle que sin premio quede.


- LXXXI -

A una dama que dejaba lo que amaba por interés de lo que aborrecía

   Clarinda, Amor se corre y no consiente

que Adonis llore y que se alegre Marte,

y que a naturaleza venza el arte,

negando el rostro lo que el alma siente.

   Quien ama y disimula, o sufre, o miente,
5

con nuevo gusto el alma se reparte;

pero la fe, sin ella tiene parte,

es carácter que dura eternamente.

   Ya es costumbre y no razón mudarse,

quien oro ha de medir lágrimas mida,
10

que con mayor valor pueden pesarse.

   Venganza injusta fama infame pida,

que es dentro arderse y por de fuera helarse

bastardo efecto de verdad fingida.


- LXXXII -

A Lupercio Leonardo

   Pasé la mar, cuando creyó mi engaño

que en él mi antiguo fuego se templara;

mudé mi natural, porque mudara

naturaleza el uso y curso el daño.

   En otro cielo, en otro reino extraño
5

mis trabajos se vieron en mi cara,

hallando, aunque otra tanta edad pasara,

incierto el bien y cierto el desengaño.

   El mismo amor me abrasa y me atormenta

y de razón y libertad me priva,
10

¿por qué os quejáis del alma que le cuenta?

   ¿Que no escriba decís, o que no viva?

Haced vos con mi amor, que yo no sienta,

que yo haré con mi pluma que no escriba.


- LXXXIII -

A doña Laura de Guzmán

   Verdad debe de ser que de la rama

de aquel laurel, cuya dureza admira,

Apolo fabricó la dulce lira

que fue de su dolor perpetua fama.

   Pues ya desde el Parnaso, Laura, os llama
5

y desde el cielo enamorado os mira

para que le cantéis, mientras suspira,

como instrumento y parte de su dama.

   Dafnes fue hermosa, pero hermosa y loca;

vos tan discreta para vuestro Apolo,
10

que al del cielo matáis de envidia y celos.

   Y así de hoy más ser su laurel os toca,

que pues en todo sois sola, este solo

darán por premio al vencedor los cielos.


- LXXXIV -

   Con nuevos lazos, como el mismo Apolo,

hallé un cabello a mi Lucinda un día

tan hermosa, que al cielo parecía

en la risa del alba abriendo el polo.

   Vino un aire sutil y desatolo
5

con blando golpe por la frente mía,

y dije a Amor que para qué tejía

mil cuerdas juntas para un arco solo.

   Pero él responde: -Fugitivo mío,

que burlaste mis brazos, hoy aguardo
10

de nuevo echar prisión a tu albedrío-.

   Yo triste que por ella muero y ardo,

la red quise romper, ¡qué desvarío!

pues más me enredo mientras más me guardo.


- LXXXV -

   Si todas las espadas, que diez años

sobre Troya desnudas tuvo el griego,

si de Roma abrasada todo el fuego,

si de España perdida tantos años,

   si el toro de metal, si los extraños,
5

caballos fieros de Diomedes ciego,

si todo el infernal desasosiego

tan libre de esperanzas y de engaños,

   sufriese, ardiese, hiciese, atormentase,

despedazase, y siempre me tuviese,
10

y al dolor que padezco se igualase,

   no es posible que el alma lo sintiese

o que, si lo sintiese y os mirase,

entre estas penas gloria no tuviese.


- LXXXVI -

   Quiero escribir y el llanto no me deja

pruebo a llorar y no descanso tanto

vuelvo a tomar la pluma y vuelve el llanto,

todo me impide el bien, todo me aqueja.

   Si el llanto dura el alma se me queja,
5

si el escribir, mis ojos, y si en tanto,

por muerte o por consuelo me levanto,

de entrambos la esperanza se me aleja.

   Ve blanco al fin, papel, y a quien penetra

el centro de este pecho que me enciende,
10

le di, si en tanto bien pudieres verte,

   que haga de mis lágrimas la letra,

pues ya que no lo siente, bien entiende

que cuanto escribo y lloro todo es muerte.


- LXXXVII -

   Desde esta playa inútil y desierto

a donde me han traído mis antojos,

mirando estoy el mar de mis enojos,

la cierta muerte y el camino incierto.

   La tierra opuesta del amigo puerto,
5

sobre las rotas barcas y despojos

me muestra el cuerpo y los difuntos ojos

del joven Ifis por sus manos muerto.

   Veo mi muerte dura y rigurosa,

de quien ningún humano se resiste,
10

y veo el lazo que mi cuello medra,

   y a vos, dura Anaxarte, victoriosa,

de quien me vengue el cielo; mas ¡ay triste!

¿qué castigo os dará, si ya sois piedra?


- LXXXIII -

A una dama que consultaba astrólogos

   Deja los judiciarios lisonjeros,

Lidia, con sus aspectos intrincados,

sus opuestos, sus trinos, sus cuadrados,

sus planetas benévolos o fieros,

   las hierbas o caracteres ligeros
5

a Venus vanamente dedicados,

que siempre son sus dueños desdichados,

y recíproco amor, cuando hay Anteros.

   Sin duda te querrán, si eres hermosa;

la verde edad es bella geomancía,
10

si sabes, tú sabrás, si eres dichosa.

   Toma un espejo al apuntar del día;

y, si no has menester jazmín ni rosa,

no quieras más segura astrología.


- LXXXIX -

Añorando a Micaela de Luján, su amante

   Cubran tus aguas, Betis caudaloso,

las galeras de Italia y españolas;

de Sevilla a Triana formen solas

por una y otra margen puente hermoso.

   Las naves indias, con metal precioso
5

más hinchadas que de aire sus ventolas,

tu pecho opriman libre de las olas

del mar en la Bermuda riguroso.

   Apenas des lugar para los barcos,

y en el mejor Lucinda sin memoria
10

honre tus fiestas con igual presencia.

   Diviértase en tus salvas, triunfos, y arcos,

mientras que tengo yo por mayor gloria

peñas del Tajo y soledad de ausencia.


- XC -

El Conde Lemos

   La antigua edad juzgó por imposibles

tres cosas celebradas en el mundo,

o hallar jamás artífice segundo

a quien segunda vez fuesen posibles;

   la clava, con que Alcides tan horribles
5

monstruos venció en la tierra y el profundo,

de Júpiter el rayo furibundo

y los versos de Homero inaccesibles.

   Otras tres hay en nuestra edad presente:

las hazañas de Carlos soberano,
10

del nuevo Salomón el nuevo templo;

   y vuestros versos, Conde, en cuya fuente

resplandece el laurel ingrato en vano,

que no teniendo igual sirve de ejemplo.


- XCI -

   No me quejara yo de larga ausencia

sí como todos dicen fuera muerte;

mas pues la siento, y es dolor tan fuerte,

quejarme puedo sin pedir licencia.

   En nada del morir tiene apariencia,
5

que si el sueño es su imagen, y divierte

la vida del dolor, tal es mi suerte

que aun durmiendo no he visto su presencia.

   Con más razón la llamarán locura,

efecto de la causa y accidente,
10

si el no dormir es el mayor testigo.

   Oh ausencia peligrosa y mal segura,

valiente con rendidos, que un ausente

en fin vuelve la espalda a su enemigo.


- XCII -

   Sufre la tempestad el que navega,

el enojoso mar y el viento incierto

con la esperanza del alegre puerto,

mientras la vista a sus celajes llega.

   En la Libia calor, hielo en Noruega,
5

de sangre, de armas y sudor cubierto,

sufre el soldado; el labrador despierto

al alba, el campo cava, siembra y riega.

   El puerto, el saco, el fruto, en mar, en guerra,

en campo, al marinero y al soldado
10

y al labrador anima y quita el sueño.

   Pero triste de aquel que tanto yerra,

que en mar y en tierra helado y abrasado

sirve sin esperanza ingrato dueño.


- XCIII -

De Pompeyo y César

   Cuando del mundo universal las llaves

tuviste, y sus cabezas humilladas,

rendido Mitridates, y alcanzadas

tantas victorias y tres triunfos graves,

   ¿quién dijera, ¡oh Pompeyo!, que las naves
5

en las peñas del Nilo quebrantadas

quemaran tus reliquias, arrojadas

a los peces y de ellas a las aves?

   Y a ti. César dichoso, que en Farsalia

por la toga trocaste el blanco acero,
10

todos los enemigos sosegados,

   ¿quién te dijera, gobernando a Italia,

tu amargo fin, a no saber primero

que no se pueden resistir los hados?


- XCIV -

   Este mi triste y miserable estado

me ha reducido a punto tan estrecho,

que cuando espero el bien, el mal sospecho,

temiendo el mal, del bien desconfiado.

   El daño me parece declarado
5

y entre mil imposibles el provecho,

propios efectos de un dudoso pecho,

cobarde al bien y al mal determinado.

   Deseo la muerte para ver si ella

halla tan grave mal el bien extremo;
10

mas quien por bien la tiene no la alcanza.

   Quién la pasara ya por no temella,

que estoy tal de esperar, que menos temo

la pena del morir que la tardanza.


- XCV -

   Sosiega un poco, airado temeroso,

humilde vencedor, niño gigante,

cobarde matador, firme inconstante,

traidor leal, rendido victorioso.

   Déjame en paz, pacífico furioso,
5

villano hidalgo, tímido arrogante,

cuerdo loco, filósofo ignorante,

ciego lince, seguro cauteloso.

   Ama, si eres Amor, que si procuras

descubrir con sospechas y recelos
10

en mi adorado sol nieblas oscuras,

   en vano me lastimas con desvelos;

trate nuestra amistad, verdades puras,

no te encubras, Amor, di que eres celos.


- XCVI -

De Leandro

   Por ver si queda en su furor deshecho

Leandro arroja el fuego al mar de Abido,

que el estrecho del mar al encendido

pecho parece mucho más estrecho.

   Rompió las sierras de agua largo trecho,
5

pero el fuego, en sus límites rendido,

del mayor elemento fue vencido

más por la cantidad que por el pecho.

   El remedio fue cuerdo, el amor loco,

que como en agua remediar espera
10

el fuego, que tuviera eterna calma,

   bebiose todo el mar, y aún era poco;

que si bebiere menos no pudiera

templar la sed desde la boca al alma.


- XCVII -

   Tristezas, si al hacerme compañía

es fuerza de mi estrella y su aspereza,

vendréis, a ser en mí naturaleza,

y perderá su fin vuestra porfía.

   Si gozar no merecen de alegría
5

aquellos que ni saben qué es tristeza,

¿cuándo se mudará vuestra firmeza?

¿cuándo veré de mi descanso el día?

   Sola una gloria os hallo conocida,

que si es el fin el triste sentimiento
10

de las alegres horas de esta vida,

   vosotras le tendréis en el contento,

mas, ¡ay!, que llegaréis a la partida

y llevarase mi esperanza el viento.


- XCVIII -

A don Luis de Vargas Manrique

   Conteniendo el Amor y el Tiempo un día

señor don Luis, sobre su fiero estrago,

la destrucción de Roma y de Cartago,

el viejo en voz cansada repetía:

   (Amor con vanas fábulas quería
5

cifrar en muerte su fingido halago;

y en Troya, cuando fue sangriento lago,

las cenizas de Helena revolvía.)

   -Bien sabes- replicó por pasatiempo

al ignorante niño el viejo sabio-,
10

que con sola una ausencia te enflaquezco-.

   Pidió un testigo Amor, trújome el Tiempo;

yo juré que en un hora, habiendo agravio,

no sólo sé olvidar, pero aborrezco.


- XCIX -

   Perderá de los cielos la belleza,

el ordinario curso, eterno y fuerte;

la confusión, que todo lo pervierte,

dará a las cosas la primer rudeza.

   Juntáranse el descanso y la pobreza,
5

será el alma inmortal sujeta a muerte,

hará los rostros todos de una suerte

la hermosa en variar naturaleza.

   Los humores del hombre reducidos

a un mismo fin se abrazarán concordes,
10

dará la noche luz y el oro enojos.

   Y quedarán en paz eterna unidos

los elementos, antes aquí discordes,

antes que deje de adorar tus ojos.


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