Sonetos de los hermanos Argensola
(Sacados a la luz
por Ramón García González)
Lupercio Leonardo de Argensola
Bartolomé Leonardo de Argensola
Biografía
LEONARDO DE ARGENSOLA,
LUPERCIO
Barbastro, Huesca, 1559 - Nápoles, Italia, 1613
LEONARDO DE ARGENSOLA,
BARTOLOMÉ
Barbastro, Huesca, 1562 - Zaragoza, 1631
Descendientes de
una noble familia italiana, asisten ambos hermanos a la Universidad
de Huesca, Zaragoza y más tarde a la de Salamanca.
Fue Lupercio
Leonardo, secretario de don Fernando de Aragón, duque de
Villahermosa y de la emperatriz María de Austria. Al morir
la emperatriz pasó a Nápoles con el mismo cargo al
servicio del Conde de Lemos. Durante su vida no logró ver su
obra poética impresa, salvo algunos poemas sueltos. Siendo
el soneto la forma más usada por él y por su hermano
Bartolomé.
En 1587 se casa
con Mariana Bárbara de Albión.
Cultivó,
como su hermano, la amistad con Cervantes, Lope y otros poetas
cortesanos. Acompañó al conde en el séquito de
poetas que se desplazaron a Nápoles, entre los que estaban
Mira, Barrionuevo, Ortigosa y otros que formaron en esta ciudad la
«Academia de los ociosos».
Se cuenta que al
morir en brazos del conde de Lemos ordenó quemar todos sus
escritos. Gracias a su hijo que se valió de algunas copias
salvadas del fuego, pudieron ser publicadas las Rimas
donde también aparecen los versos de su tío
Bartolomé.
Bartolomé
Leonardo fue ordenado sacerdote en 1584, encargándosele el
rectorado de Villahermosa así como capellán de la
emperatriz María de Austria.
Protegido por el
conde de Lemos marcha a Nápoles donde además de su
capellán fue nombrado secretario de Asuntos Exteriores y de
la Guerra. Entre sus mejores amigos figuran Juan de Mariana y Lope
de Vega que siempre elogió la poesía de ambos
hermanos.
Desde 1615 hasta
su muerte vive en Zaragoza como canónigo de La Seo y
cronista del Reino de Aragón. Durante sus estudios en la
Universidad de Salamanca tuvo ocasión de conocer a Fray Luis
de León.
Durante su
estancia en Madrid frecuentó la academia conocida como de
los «Imitadores» con el seudónimo de Luis de
Escatrón.
Como su hermano no
tuvo la ocasión de ver publicados sus versos, pues la
edición preparada por su sobrino, el hijo de Leonardo,
Gabriel Leonardo, que había sucedido a su padre en el cargo,
publicó las Rimas en 1635, cuando ninguno de los
dos hermanos existía.
Sonetos de Lupercio Leonardo de
Argensola
- I -
Tiempo fue cuando yo,
como en Egipto,
un cabrón adoraba, o un
becerro,
un lobo, un cocodrilo, un medio
perro,
o algún parto más
fiero y exquisito.
Por huir el
lugar, después maldito,
5
escogí voluntario mi
destierro,
consumiendo con llamas o con
hierro
cualquier memoria del infame
rito.
Y de la luz
divina, que contemplo
(de quien un vil temor privarme
pudo,
10
haciéndome cobarde siervo
oculto),
de tal manera ya
visito el templo,
que ofreceré mi pecho al
hierro agudo
por defender sus aras y su
culto.
- II -
En vano se me
oponen las montañas
con nuevos riscos de cuajada
nieve,
y en vano el Aquilón sus
alas mueve,
derribando cortijos y
cabañas,
que el fuego que
yo traigo en mis entrañas
5
bastará a derretirla en
tiempo breve,
y si a luchar con él mi fe
se atreve,
no será la mayor de sus
hazañas.
Y si un hombre
triunfó de su violencia,
pasando por los Alpes las
banderas,
10
que llevaron a Italia muerte y
luto,
no
hallarán las que sigo resistencia;
que son de un Dios que abarca las
esferas,
terrible, vengativo y
absoluto.
- III -
Aquel rayo de
Marte acelerado,
que domó tantas gentes
extranjeras,
y volvió contra Roma las
banderas
que Roma contra Francia le
había dado;
en el corriente
Rubicón parado,
5
revolviendo las cosas
venideras,
detuvo el curso de sus huestes
fieras,
del mismo caso que emprendió
forzado.
Determinado, al
fin, de ir adelante,
«Vamos, dijo, que echada
está la suerte;
10
cuantas dudas se ofrezcan
atropello».
Y resuelto una
vez, como constante,
no quiso menos que victoria o
muerte:
Así dudé, y
así pienso yo hacello.
- IV -
Muros, ya muros
no, sino trasunto
de nuestras breves glorias y
blasones,
pues tiene puesto el mundo en
opiniones
si sois o no reliquias de
Sagunto;
donde estuvo la
fe tan en su punto,
5
que ejemplo sois a todas las
naciones,
resistiendo a los ruegos, a los
dones
y al poder de Cartago todo
junto;
de hoy más
juntos los vuestros y mis males
se cuenten, pues la fe perpetua y
pura,
10
y el tiempo, los han hecho tan
iguales.
Y pues os ha
dejado la ventura
memoria y sepultura de leales,
dadme también memoria y
sepultura.
- V -
Quien
voluntariamente se destierra,
y deja por el oro el patrio
techo,
y aquel que apenas queda
satisfecho
con cuanto trigo en África
se encierra;
el que para
usurpar la mar y tierra
5
le parece que tiene capaz
pecho,
y enmudece las leyes y el
derecho
con el estruendo y máquinas
de guerra;
no tiene corto
fin el pecho humano,
que como en ambición su
gusto funda,
10
siempre está cosas nuevas
deseando.
Dichoso quien
camina por el llano,
sin pedir a la suerte otra
segunda,
ni bien mayor que obedecer
amando.
- VI -
Conoce apenas al
amor por fama
Cloris, y ya en su pecho le
parece
que se abrasa, que sirve y
obedece,
no más que porque a Tirsi no
difama;
no sabe que de
amor la viva llama
5
jamás en un estado
permanece;
que ella misma se apaga, si no
crece,
los medios huye, los extremos
ama.
Si Cloris
sujetarse al amor quiere,
sujétese al amor sin
condiciones,
10
déjese gobernar a su
albedrío,
o llámese
tirana, y persevere
en hacer de tormentos
invenciones:
no injustamente usurpe el nombre
pío.
- VII -
Antes que Ceres
conmutase el fruto
de las encinas sacras en
espigas,
y a costa de sudores y fatigas
la tierra diese al labrador
tributo;
que a las madres
causase espanto y luto
5
la furia de las armas
enemigas;
que la selva cargase al mar de
vigas
para habitarse más que el
suelo enjuto;
no los cuerpos
entonces dividía,
si las almas amor dejaba
unidas
10
(severa ley, costumbre o temor
vano).
Esta edad
imitemos, Cloris mía,
si a su manjar sabroso me
convidas,
y está el hacer que vuelva
en nuestra mano.
-
VIII -
Las tristes de
Faetón bellas hermanas,
sentadas a la orilla del gran
río,
lloraban de su hermano el
desvarío,
al convertirse en árboles
cercanas.
Decía cada
cual con fuerzas vanas:
5
«Regir quisiste, oh loco
hermano mío,
el carro que el invierno y el
estío
reparte con sus ruedas
soberanas.
Fue digna de tal
pena tu osadía;
y porque sea común el
escarmiento,
10
sin culpa le imitamos en la
suerte».
Con este ejemplo
en vano pretendía
yo, triste, refrenar mi
atrevimiento,
que busca en vida gloria, o fama en
muerte.
-
IX -
Yo quise contra el
tiempo formar guerra,
haciendo (mal su grado) larga
historia
de aquellos cuya célebre
memoria
en sordo olvido sin honor
encierra;
y como el
pensamiento humano yerra,
5
esto me aseguraba la victoria,
y yo, con presunción y
vanagloria,
volaba ya muy lejos de la
tierra.
Pero envidiando
amor la gloria ajena,
prendióme, y con eterna
servidumbre
10
mi pluma ha dedicado a su
alabanza.
Limar pudiera el
tiempo mi cadena,
pero no quiere usar de su
costumbre
conmigo, por tomar también
venganza.
-
X -
¡Oh
tú, que a los peligros e inconstancia
del mar te obligas, y en el viento
esperas
ver del indio tostado las
riberas,
y envuelta en sus arenas tu
ganancia!
Sin huir de tu
patria tal distancia,
5
coger perlas finísimas
pudieras,
si a Filis los divinos ojos
vieras,
tristes, vertiendo de ellas
abundancia.
Pero no quiso
amor que avara mano
las viese, ni dejó llegar
alguna
10
aparte donde ser robada pueda;
que en su tesoro
las encierra, ufano
de ver que aunque hoy más
triunfe la fortuna,
esto, que es mucho, por ganar le
queda.
-
XI -
Sin duda que esta
red de hierro dura
es la que a Marte y Venus fue
molesta
cuando, en su lecho con
engaño puesta,
sirvió de ignominiosa
ligadura.
Allí en
su gloria derramó amargura,
5
haciéndola a los dioses
manifiesta,
y aquí en la mía con
crueldad opuesta
en vano hace pasar la noche
oscura.
Allá en
oscuras cárceles contiende,
oh máquina cruel, con
hombres fieros,
10
cuyos pechos te son tan
semejantes;
O
enciéndete en el fuego que me enciende,
y mudará tu forma los
deseos
que amor inspira en estos dos
amantes.
-
XII -
Si de correr
opuesto al claro oriente,
Ebro, te precias con tus ondas
frías,
hazlas seguir a las querellas
mías;
que atrás queda mi sol
resplandeciente.
Con
lágrimas aumento tu corriente,
5
y de quien es la causa las
desvías;
cruel, ¿por qué
tributo al mar envías
de lo que doy a Filis
inclemente?
Pero con esto
enseñas ser lo mismo
llegar al sordo mar que a su
presencia,
10
y que no produjeran otro
fruto;
pues no se echa
de ver en el abismo
de su crueldad mi llanto y mi
paciencia,
como en ese tampoco tu
tributo.
-
XIII -
Jamás
salidos en el mar de oriente
de blancas conchas los preciosos
granos
(por más que adornen sienes
de tiranos,
o de alguna cruel la hermosa
frente),
tuvieron el
lugar que amor consiente
5
que hoy mis lágrimas tengan
por sus manos;
es tal, que de los dioses
soberanos
fue visto y envidiado
dignamente.
La misma Venus
las recoge, e hizo
entre ardientes rubís divino
adorno,
10
el cual tejió con sus
cabellos largos.
Vióse, y
tanto de sí se satisfizo,
que a vencer se atreviera sin
soborno,
aunque juzgaran Menéalo y
Argos.
-
XIV -
En el claro
cristal que ahora tienes
para fiel consejero de las
manos
crueles, pues guardando ritos
vanos
cubren con nube tus doradas
sienes.
Prueba a mirar,
oh Filis, los desdenes
5
que salen de tus ojos
soberanos,
y tendrás compasión
de los humanos,
si a contemplar tu saña te
detienes.
Mas no
será posible que te veas
con ojos desdeñosos, ni que
pueda
10
de compasión tu rostro causa
darte.
Estése la
piedad en sus ideas;
que no es posible que de ti
proceda,
ni que el desdén habite en
otra parte.
-
XV -
Ausente
está de mí la mayor parte,
y la más principal del alma
mía,
y ausente más virtud al
cuerpo envía,
que le da la que del jamás
se parte.
En dos objetos
vivo de tal arte
5
(¡terrible división!),
que noche y día,
allá los sentimientos de
alegría,
y acá los de tristeza, amor
reparte.
Amor, aunque tus
lauros y tus palmas
en la parte inmortal más
nobles sean,
10
también tendrán en la
inmortal nobleza.
Haz unión
de los cuerpos y las almas,
y no siempre por fe los hombres
vean
el poder de tu diestra y mi
firmeza.
-
XVI -
Esta cueva, que
veis toda vestida
de hiedra, que una vid cubre su
puerta,
de levantados álamos
cubierta,
con que la entrada al sol es
defendida,
sepultura fue un
tiempo aborrecida,
5
adonde estuvo mi esperanza
muerta,
y ahora es templo de mi gloria
cierta
y firme amparo de mi dulce
vida.
Esté
soberbia Paro con su mármol;
que mientras yo vez tal aquesta
piedra,
10
no estimaré la del Hidaspes
tanto.
Esto entallaba
Dafnis en un árbol,
y Amarilis de flores y de
hiedra
una guirnalda le tejía
entretanto.
-
XVII -
Viento cruel,
cruel y avaro velo,
entrambos en mi daño
diligentes,
que cubristeis mi sol, por quien
las gentes
ya casi olvidan al nacido en
Delo;
en mi justa
venganza ruego al cielo
5
que tú del mar las voces
más dolientes
lleves, y tú de infames
delincuentes
abras siempre las bocas sin
consuelo.
Pero si a la
región del aire sube
el vapor de la tierra, donde
nace
10
el rayo que desciende en su
castigo,
bien puedo yo
temer que de esta nube
mi bajeza sea causa, y que se
trace
allá dentro de haberse a
sí conmigo.
-
XVIII -
Si acaso de la
frente Galatea
el velo avaro, sin pensar,
levanta,
vuelve a cubrirse con presteza
tanta,
que más atemoriza que
recrea.
Tal en la oscura
noche hay quien desea
5
ver adonde sentar la incierta
planta,
del rayo la violenta luz le
espanta
y tiempo no le da para que
vea.
Severa
honestidad, que ha señalado
hasta la vista límites y
pena,
10
si los excede por seguir su
objeto;
pues ha los
libres ojos sujetado,
no es mucho si las lenguas nos
enfrena,
y tantos padecemos en secreto.
-
XIX -
Severamente al
pensamiento pido
de todos sus discursos cuenta
estrecha,
para ver si dio causa a la
sospecha
por que con tal rigor tratado he
sido.
Ninguna culpa
hallársele he podido;
5
mas ¿de qué si
inocencia me aprovecha?
que no quedando Filis
satisfecha,
el castigado soy y el
ofendido.
Aprueba y dobla
el daño mi paciencia,
pues no puedo quejarme de su
furia
10
por no culpar ni resistir su
gusto.
Y así,
vengo a saber por experiencia
que no hay dolor que iguale al de
una injuria
hecha con nombre de castigo
justo.
-
XX -
¡Oh piadoso
cristal, que me colocas
(estando en su querer tan
apartado)
de aquella dulce mi enemiga al
lado,
mientras se cubre con injustas
tocas!
Veo juntos los
ojos, veo las bocas,
5
y su divino rostro no
alterado;
¿Haste por dicha el
corazón mudado,
y sus desdenes ásperos
revocas?
En parte creo
que sí; porque no puede
causarle alteración alguna
cosa,
10
mientras en ti mirare su
figura.
Y estar tan
cerca ahora me concede
por no turbar su vista
deleitosa;
que hasta en esto es amable su
hermosura.
-
XXI -
Yo vivo de un
engaño y otro engaño
en las horas prolijas de esta
ausencia,
y quiere que le deba mi
paciencia
lo que sí resistiera un
desengaño.
Ahora,
¿qué haré, triste, que de un daño,
5
jamás temido, temo la
experiencia,
y no le son engaños
resistencia,
con que yo me defiendo y
acompaño?
Yo
moriré, yo moriré sin duda,
si el mal me acometiere que
sospecho;
10
mal que no hay pecho humano que no
asombre;
mal que al
nombrarlo está mi lengua muda.
Ved como sufrirá su esencia
el pecho,
si ella sufrir no puede sólo
el nombre.
-
XXII -
Bien sé
que mi silencio y mi paciencia
me pueden grandes daños
haber hecho;
moviendo a que se juzgue de mi
pecho
sólo aquello que muestra la
presencia.
Mas no por eso
mudo de sentencia,
5
incierto de si es daño o si
provecho;
que amor no sabe dar paso
derecho
mientras no tiene igual
correspondencia.
Callando,
solamente mi mal hago;
hablando, por ventura
ofendería
10
a quien estoy temiendo no
ofendida.
Si yo me ofendo,
con morir me pago;
si ofendiese a quien digo, no
podría
pagarte; que es la ofensa sin
medida.
-
XXIII -
Conjuradas
están en daño mío
cuantas cosas aplico a mi
provecho;
procúrame acoger las que
desecho,
las que busco me tratan con
desvío.
Hallo en su misma
esfera el fuego frío,
5
pues ningunos efectos ha en vos
hecho;
y donde tiene amor mayor
derecho,
allí le vi quitar el
poderío.
Allí
donde los míseros mortales
alivian por lo menos sus
cuidados,
10
sagrado tribunal de la
clemencia,
a deseos y penas
inmortales
fueron mis pensamientos
condenados;
que no todo se vence con
paciencia.
-
XXIV -
Cuidada
navecilla, ¿quién creyera
que osaran estas olas
ofenderte,
viéndolas otro tiempo
obedecerte,
como si tuyo el mar soberbio
fuera?
Tus bienes les
he dado, y persevera
5
su saña; no sé ya
como valerte;
el arte dejo en manos de la
suerte,
para que ella te arroje adonde
quiera.
Bien sé
que se aplacaran al momento
sí, como le he dado la
esperanza,
10
entregara también el
pensamiento;
pero
avéngase ya con su bonanza;
que más quiero morir en mi
tormento
que vivir con infamia en su
mudanza.
-
XXV -
No temo los
peligros del mar fiero
ni un escita la odiosa
servidumbre,
pues alivia los hierros la
costumbre
y al remo grave puede hacer
ligero;
ni oponer este
pecho por terrero
5
de flechas a la inmensa
muchedumbre;
ni envuelta en humo la dudosa
lumbre,
ver y esperar el plomo
venidero.
Mal que tiene la
muerte por extremo,
no le debe temer un
desdichado;
10
mas antes escogerle por
partido.
La sombra sola
del olvido temo,
porque es como no ser un
olvidado,
y no hay mal que se iguale al no
haber sido.
-
XXVI -
Descuidado del
lauro que ennoblece,
en una choza pobre se
aposenta,
con mesa no dorada se sustenta
y de pequeños bienes se
enriquece.
Los miembros al
descanso alegre ofrece,
5
y de solas sus redes tiene
cuenta;
ni la bélica trompa la
amedrenta,
ni el temor del suceso le
entristece.
Ni le aflige el
oráculo dudoso,
ni el envidiado cetro
considera
10
si lo ha de arrebatar violenta
Parca.
¡Oh, cien
veces, Amiclas, más dichoso
que quien imaginó que
obedeciera
el mar a su fortuna y a tu
barca!
-
XXVII -
A una dama bizca
Vista la redondez
del hemisferio
y que un gobierno sólo no
bastara,
dividieron el cetro y la
tiara,
y en dos partes partieron el
imperio.
Este partir, que
no fue sin misterio,
5
hermosísima bizca, nos
declara
la perfección que vemos en
tu cara,
ocupada en diverso ministerio;
porque
así como el mundo fue decente,
para tener los súbditos
delante,
10
repartir las potencias y la
gente,
así,
señora, es bien que en un instante
con el un ojo mires al
poniente
y con el otro mires al
levante.
-
XXVIII -
Temeraria
esperanza, ¿por qué engañas
mi alma con tu loco devaneo?
Temió dentro en mi pecho mi
deseo,
¿y no temes tú
empresas tan extrañas?
Estásle
relatando tus hazañas,
5
sin olvidar un mínimo
trofeo,
¿y quieres sepultar en el
Leteo
las cosas infinitas con que
dañas?
Detente,
pensamiento temerario,
porque aunque puede ser lo que
imaginas,
10
también (y es lo más
cierto) lo contrario.
Mira que las
mudanzas repentinas
en el cielo y la tierra de
ordinario
pararon en miserias y ruinas.
-
XXIX -
Dentro quiero
vivir de mi fortuna
y huir los grandes nombres que
derrama
con estatuas y títulos la
Fama
por el cóncavo cerco de la
luna.
Si con ellos no
tengo cosa alguna
5
común de las que el vulgo
sigue y ama,
bástame ver común la
postrer cama,
del modo que lo fue la primer
cuna.
Y entre estos
dos umbrales de la vida,
distantes un espacio tan
estrecho,
10
que en la entrada comienza la
salida,
¿qué más aplauso quiero, o
más provecho,
que ver mi fe de Filis
admitida
y estar yo de la suya
satisfecho?
-
XXX -
Vuelve del campo
el labrador cansado,
y mientras se restaura en
fácil cena,
para nuevo trabajo se condena,
que al venidero sol quedó
obligado.
Cuando descansa
en el rincón su arado,
5
con hoz la vid sin pámpanos
cercena;
siega la mies y la vendimia
ordena,
y luego al yugo vuelve ya
olvidado.
Es el trabajo
propio a los mortales,
en el cual los alivia las
esperanza
10
con premio que a trabajo nuevo
llama.
Así pasan
los bienes por los males,
así sustenta al mundo la
mudanza,
y así es tirano en él
quien la desama.