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ArribaAbajoDeheye, Pedro María

Argentina. 1894 - 1918




Soneto de ausencia


   Oh, quietud de la casa a cuya sombra
brotó la pena y se formó la herida,
en ti de nuevo el corazón anida,
reza en voz baja y sin querer la nombra.

   Ojos que nunca volverán a verla,  5
labios que no se cansan de nombrarla,
corazón infantil que por amarla
no has podido a tu lado retenerla.

   Pero, a pesar de todo, estoy con ella,
en la rosa, en el lirio y en la estrella;  10
donde quedó la huella de su mano.

   ¡Oh, quietud familiar a cuya sombra
el pobre corazón se queja en vano,
reza en voz baja y sin querer la nombra!




ArribaAbajoDelgado, Canuto

España. Siglos XIX - XX

Poeta.




Tipo invariable


   Si halláis un ser de inteligencia dura,
con faldas negras rojas o moradas,
que en su tono, su voz o sus miradas
males sin cuento sin cesar augura;

   de ceño adusto, de intención oscura  5
y extraño a las acciones elevadas,
de virtudes dudosas nunca usadas,
si bien de vicios entidad segura;

   si no fuese canónigo o vicario
el que con tales atributos cuente,  10
aunque haya quien sostenga lo contrario,

   podéis asegurar rotundamente
en cualquier ocasión, tiempo o etapa,
que es cura, obispo, cardenal o Papa.




ArribaAbajoDeligne, Gastón Fernando

Puerto Rico (Santo Domingo). 1861 - San Pedro de Macorís. 1913

Poeta hallado en Internet.




Quisqueyana


   Mientras combate hermano contra hermano,
la savia tropical fecunda amores,
y cuaja frutos y burila flores,
sin aprensión de invierno ni verano.

   Mientras rige la sangre loma y llano,  5
espíranse de valles y de alcores
voluptuosos arrullos gemidores
que no interrumpe el grito del milano.

   Y cuando para el trueno belicoso,
quédense los occisos alazanes,  10
¡oh, combustión solar! a lo que arbitres;

   que en esta tierra donde no hay volcanes,
donde no hay ofidiano ponzoñoso
ni felino feroz, tampoco hay buitres.




Memento


   Los Magnos de la Patria, en lazo estrecho
tornaron indomable su impericia
ante el altar donde la unión oficia.
Abríguese la unión en nuestro pecho.

   Para alentar el poderoso hecho  5
que la victoria diademó propicia,
amaron el derecho y la justicia.
Amemos la justicia y el derecho.

   Ese el alto tribute, y no los dones
de evanescente incienso y vano ruido,  10
a su santa memoria y sus blasones.

   Cuando la bien amada ha fenecido,
recordar sólo el nombre ¡oh, corazones!
es una ambigua forma del olvido.




Entremés olímpico


   La raza de Saturno, derribada
por el ligero soplo de una idea,
baja a morar sobre la triste Gea,
en una lamentable desbandada.

   Con su atributo y distintivo, cada  5
dios osa abrir nueva pelea;
y mueve la dolosa contra-idea,
penetrante y sutil como una espada.

   A devolver sonrojo por sonrojo
al nuevo cielo, voluntad y brío  10
previene airado su rencor tremendo;

   y se apresta a la acción, pero creyendo
que el Olimpo a la postre es un enojo,
y la inmortalidad un grave hastío.




Las más gratas primicias


   Las más gratas primicias y más bellas,
le son donadas con querer jocundo;
y le consagran, contra amor fecundo,
su pubertad mancebos y doncellas.

   En cuanto se conoce, están sus huellas,  5
como un sello de lo Alto y lo Profundo;
y aun se lanza a ganar un nuevo mundo,
en cuyo dombo austral bórdanla estrellas.

   Y luego ve que, al conjurado influjo,
como a la intermitencia del reflujo  10
duerme silente en la ribera el mar;

   en torno del neo-bíblico madero
el entusiasmo, enantes vocinglero,
ha callado, se calla, o va a callar...




ArribaAbajoDella Costa, Pablo

Argentina. Siglos XIX - XX

Poeta.




¿Amarnos?


   ¿Amarnos? Sí, sin duda nos amamos. No obstante
yo no sé qué ansía extraña late en nuestra pasión,
algo que está indeciso pero que a cada instante
nos impone el silencio de su interrogación.

   Es un presentimiento o un recuerdo obsedante  5
de una fatal angustia o una vieja traición;
acaso es el espectro de un suicida, un amante
que ha muerto y que no quiere huir de tu corazón.

   Si juega entre mis manos tu rubia cabellera
es fronda de un aroma florido que me espera...  10
y si cae tumultuosa en áureo torbellino

   me parece que lívido presagio de un tormento,
erguida en la más alta cumbre de mi destino
una bandera de odio va a desatarse al viento.




Vuelves, cuando más libre y sosegado


   Vuelves, cuando más libre y sosegado
dueño de mi albedrío me imagino,
a pesar en mi cuerpo y mi destino,
vieja librea del amor pasado.

   Vuelves cuando borracho reanimado  5
con la esperanza el porvenir coordino,
náusea del vino que tan sólo en vino
podré ahogar, si de nuevo emborrachado.

   Y si mañana de sus propias penas
engendra el corazón, vaso de Estío,  10
nuevas rosas de amor de savia llenas,

   la vieja hiel perdurará en las heces,
como al pie de un sarcófago vacío
aun extienden sus sombra los cipreses.




Como cediendo al paso de un racimo


   Como cediendo al paso de un racimo
un pie de vid, o un zarzo entrelazado,
desertó poco a poco el emparrado
y a un florido rosal pidióle arrimo;

   tal quiero yo, de un triunfo que no estimo  5
y de toda ambición desengañado,
ir lentamente huyendo del pasado
cuando en mis brazos con amor te oprimo.

   Sin ansias ya ni vértigo de altura,
todo mi bien en tu bondad reposa  10
y no teme del tedio ni la hartura,

   como esas vides al zarzal vecinas,
que aspirando el perfume de la rosa
embotan con abrazos las espinas.




ArribaAbajoDíaz, José Cornelio

Cuba. Siglo XIX




La ausencia


   ¡Ay!, mi Dorila, que la cruda ausencia
es la prueba de amor la más terrible:
si el amor es constante es insufrible,
insufrible si no hay correspondencia:

   Quien goza de su amada la presencia  5
quien su voz oye, séale ya insensible,
o dura condición muestre y terrible
algún alivio encuentra a su dolencia.

   Mas a todo consuelo se resiste
quien se aleja ¡infeliz! del dueño amado,  10
el aliento le falta y la esperanza:

   Todo a su enojo se presenta triste,
futuro mal, o gloria que ha pasado,
todo es amor y todo desconfianza.




Amor fugitivo


   Amor huyó de su mansión de Gnido:
viendo su culto y aras profanadas,
recogido el carcaj, con las doradas
alitas cubre el pecho dolorido:

   Los ojos vuelve en llanto sumergido,  5
al ver por almas crueles, despiadadas,
al engaño y perfidia abandonadas,
su templo a vil codicia prostituido.

   Del voluble querer, la fe perjura
vese por la maldad entronizada  10
en lugar de tiernísimos amores:

   La tierra es un desierto, una espesura
de serpientes y monstruos habitada;
doquier hay solo amargos sinsabores.




A Nérida cantando


   Bella Nérida, cuando a Filis cantas
que al Anacreón ibero inmortaliza
se turba el pecho, el alma se electriza
a Dioses y hombres con tu voz encantas;

   Las piedras sienten, muévense las plantas,  5
el blando ruiseñor oye, y se hechiza,
y a quien amor suavísimo esclaviza
al duro trance del partir trasplantas.

   De la dulce tristeza conmovido,
se eleva a las mansiones eternales  10
el corazón, de un númen poseído;

   que solo de las arpas celestiales
tan bello tono fuera producido
para encantar oídos divinales.




La belleza y la ternura


   Quien ve el hechizo de tu rostro bello,
tu apacible reír, y el sonrosado,
que da a tu faz el seductor agrado
de angélica beldad puro destello;

   quien en rizos moverse ve el cabello  5
por la natura y arte hermoseado,
a tus ojos el cielo trasladado,
los labios de coral, de nieve el cuello;

   ¡qué ha de hacer quien te ve sino adorarte?
¿y quién te adora te hallará piadosa?  10
No pudo el cielo sin piedad formarte:

   Cuando le plugo hacerte tan hermosa,
en belleza y amor has de igualarte,
para tener el título de Diosa.




Para la cubierta de un billete


   Al dulce bien por quien ansioso vivo
lleva papel noticia de mi pena;
dile que alivie el peso a la cadena
que arrastrando por ella va un cautivo;

   y con humilde ruego y expresivo  5
dile que amor en mis ardientes venas
mora, y fallezco sino encuentro llenas
de compasión sus gracias y atractivos.

   Dile que al suave encanto de sus ojos,
y a su divina boca, a todo bello,  10
rendida el alma ofrezco por despojos,

   y pues cual diosa tiene el gentil cuello,
las formas celestiales, la hermosura,
también tenga de diosa la ternura.




El premio del amor


   Al dulce premio y palma afortunada,
a quien le siga fiel, amor convida;
palma con tiernas ansias merecidas,
palma, al fino querer solo acordada:

   Llegaste, y tu ternura y fe preciada  5
juraste con afecto a tu querida;
¿cómo no te pagara agradecida,
si en su favor su gloria ve cifrada?

   Muestras dando de amor a los amantes,
ejemplos ofreciendo de confianza,  10
modelos de inocencia presentando;

   así enseñaste a los que son constantes,
a alimentar su amor en la esperanza,
venturas sin medida acumulando.




A una bella que huyó


   ¿Huyes? ¿qué huyes?... ¿De una hircana fiera
en la sombrosa selva acometida,
verte en sus garras temes oprimida?
¿quién al rendido de ese modo huyera?

   ¿o más bárbara tú, y más severa,  5
que feroz parto, hieres en la huida,
y acabarme imaginas homicida
lanzando el dardo en la veloz carrera?

   Vuelve, y si quieres en tu saña herirme,
vibra los dardos de tus bellos ojos,  10
o el ceño muestra de la altiva frente:

   Si bastan tales armas a rendirme
¿a qué fin emplear fieros enojos?
¿qué venganza merece un inocente?




Otro


   Sus encantos le plugo a la natura
al nacer acordarte generosa;
para ostentar la obra más preciosa
de sus tesoros el minero apura:

   Los dones agotó de la hermosura  5
con su magia celeste y deliciosa,
por mostrarte a los ojos cual la rosa
cuando el botón quebranta la clausura.

   En ti la gracia y atractivo mora,
el donaire, apostura y gentileza,  10
cuanto inspira deseos y enamora.

   ¿Quién a lograr no aspira tu terneza,
como céfiro el ámbar apetece
que el lindo cáliz del clavel ofrece?




A una hermosa


   Cuando a la brisa tropical se mece,
no se ve más airosa ni lozana
la palma que los campos engalana,
y al fresco margen del arroyo crece:

   Ni con más pompa y esplendor se ofrece  5
el sol resplandeciente en la mañana,
vistiendo el cielo de arrebol y grana,
que a quien la mira tu beldad parece.

   ¿A quién no inspira tan sin par belleza
placer y admiración? Sonrisa afable  10
mora en tus labios, y a adorarte mueve:

   Tu pecho infunde celestial terneza:
todo es en ti perfecto y admirable;
Venus misma te dio su planta leve.




A... en su boda


   Ven Himeneo, ven: la desposada
amable y bella colma de ventura,
y en la nupcial corona le asegura
la vida más feliz y bienhadada:

   Suave el yugo de amor y su lazada  5
al pecho inspira celestial dulzura,
y del querido esposo en la ternura
su dicha logre ver siempre cifrada.

   Ven, Himeneo: de las bellas flores
que de Cuba germina el feliz suelo  10
de tan variadas formas y colores,

   cubre su lecho de un dosel: que el cielo
de bendición los llene, y sus favores
derrame en ellos y eternal consuelo.




A un poeta


   Sublime bardo de la hermosa Antilla
cien veces a tu canto celebrado
frenó su curso el Almendar sagrado,
y sus ninfas danzaron en la orilla.

   Ya la sonora lira o la flautilla  5
agreste toques, dejas admirado
a quien te oye: la voz ya ha cesado
y el eco se deleita en repetilla.

   ¿Y a quién el privilegio concedido
será de celebrarte; sino alcanza  10
del fuego que te inspira una centella?

   Salve, gloria de Cuba: a ti cedido
es el honor, la eterna remembranza
entre los vates de mi patria bella.




En la del joven don Manuel Colell


   Una flor a tu huesa: no en olvido
sepultado serás, que amistad osa
pulsar el arpa lúgubre, endechosa,
el pecho en honda pena sumergido.

   De la edad lo mejor, lo más florido  5
a embotar no bastó segur odiosa,
y del sepulcro so la yerta losa
hanse esperanza y juventud hundido.

   Del vivir en la alegre primavera
amistad nos unió con dulces nudos,  10
que amor del bien y de virtud confirma.

   ¿Y rompiéronse ya ¿... ¿La parca fiera
las almas hiere con sus dardos crudos
y la amistad separa?... No; la afirma.




En la muerte de una joven


   ¿Por quién, oh virgen, del cubano suelo,
la corona de flores desparcida,
y en profundos pesares sumergida,
la frente cubre funerario velo?

   La mansión de la paz y del consuelo,  5
tierra de bendición, isla querida,
por el monstruo del Ganges homicida
sumisa yace en lágrimas y duelo.

   Al pastor venerable, al inocente
infame oprime con su garra fiera;  10
al siervo y al señor hiere igualmente.

   Ni de Luisa el candor ni la severa
virtud, ni el lloro de piedad ardiente
su sed de muerte y destrucción modera.




A una rosa


   ¿Qué presagio feliz, qué luz hermosa
de la cuna del alba hasta occidente,
al mostrarse en su carro refulgente
el esplendente sol, brillo rabiosa?

   ¿En la vega florida y espaciosa  5
que cántico resuena blandamente,
que agrada los oídos y la mente?
La reina del jardín nació... la rosa.

   Y en perfume de célica ambrosía
el aire hinchando, embriaga su dulzura,  10
y al corazón inspira la alegría.

   Que no en vano los cielos la hermosura
y el encanto la dieron que extasía,
corona del amor y la ternura.




Un amante


(En el día de su amada, ofreciéndole un retrato)


   ¡Cuánta envidia me das, feliz retrato!
Si al seno fueres de mi amante dueño,
dale muestras allí del fino empeño
que con mi tierno amor jurarle trato.

   Sin ofender su angélico recato,  5
podrás si está despierta, o si el beleño
la rinde acaso de apacible sueño,
sentir su palpitar piadoso y grato.

   Y puesto que hoy la aurora se renueva
en que al suelo mostró su faz divina  10
serás de mi querer amante prueba;

   por tanto ofrenda a sus natales digna,
mi imagen a sus pies rendida lleva,
y su gracia concédate benigna.




ArribaAbajoDíaz, Luis

España. Siglo XIX




Soneto dedicado a todos los vates de musa laberíntica y complicada2


   Sublimes v Ates que del Divino P Indo
Osados la al Ta cumbr E hais es Calado
Nombre inm Ortal al Mundo habéis leg Ado
Envidia dan Do hasta al cir Uelo y gu Indo

   Toda mi gl Oria a vue Stra cien Cia rindo  5
Omnímoda expre Sión de lo Alcanzad O.
Dédalo de Lo esce Lso y co Mplicado
Eco arm Onioso h Acia lo Puro y lindo.

   Denme los e Stros su Brillante Lumbre,
I Apolo Vierta el fu Ego lum Inoso  10
Causa de l Abe Rínticas can Ciones.

   A fin de Trasladar ho I a l A cumbre
Del Parnaso Ese núme N po Deroso,
Ostentándoo S cual Tipo a las n Aciones.




ArribaAbajoDíaz, Manuel José

Cuba. Siglo XIX




Amor puro


   El amor que te brindo, vida mía,
no es amor terrenal, ofrenda impura
que se tributa solo a la hermosura,
que nace y muere como flor de un día;

   es Carila una luz que el alma guía  5
en este inculto erial, mazmorra oscura,
es el néctar que endulza la amargura
que mi apenado corazón sentía;

   es el bálsamo suave del consuelo
que derramó el Señor sobre mi frente  10
para premiar mi afán y mi desvelo;

   es el lazo purísimo, luciente,
que unirá nuestras almas en el cielo,
para unidas vivir eternamente.




ArribaAbajoDíaz Carmona, Francisco

Granada. Siglo XIX

Poeta y catedrático




La fortuna


   Jugadora de azar es la fortuna
que con mil veleidades nos engaña:
tira el dado primero, y vil cabaña
nos da para nacer o regia cuna.

   Vuele a tirar, y amable o importuna  5
nos prodiga favores, o con saña
gloria y riqueza, cual ligera caña
va tronchando al pasar una por una.

   De sus caprichos víctimas vivimos;
ora perdiendo lo que ayer ganamos,  10
o recobrando ya lo que tuvimos.

   Y en este afán perpetuo en que giramos
¡ay! tan sólo la vida que perdimos
es la que nunca a recobrar llegamos.




ArribaAbajoDíaz de Lamarque, Antonia

Marchena (Sevilla). 1837 - 1892

Esposa del poeta José Lamarque de Novoa.




A Dios en la Eucaristía


   Tu infinito poder en la armonía
se ostenta, ¡oh Dios! de la creación entera
al par lo anuncian la feraz pradera,
la montaña, el volcán, la selva umbría.

   Lo anuncia el astro que preside el día,  5
los roncos mares, la tormenta fiera,
y los mundos brillantes que en la esfera
tu voluntad omnipotente guía.

   Mas si del cielo bajas ¡oh, Dios mío!
y en pan de gracia por tu amor velado  10
das vida al alma que infeliz te implora;

   tan alta cual tu inmenso poderío
muéstrase tu bondad, y prosternado
tu pueblo humilde con fervor te adora.




ArribaAbajoDíaz Reinoria, Rafael

Cuba. Siglo XIX




A una tuerta


   Muy cruel la Providencia, niña, ha sido,
eclipsando un lucero en esa cara,
que en belleza sino no te igualara
la más linda mujer que haya nacido.

   Tal vez el Firmamento habrá tenido  5
envidia que tu cielo le mostrara
dos bellos soles y en él se contemplara
con uno nada más, no tan lucido.

   Mas mitiga el dolor, cielo adorado:
¡Quién sabe si ese sol resplandeciente  10
que de tu rostro angélico ha fugado

   un día brillará más refulgente
en la bóveda azul, y sea admirado
por su esplendor de la futura gente!




A una coqueta


   Aprisionas en nido de coral
nevadas perlas que destilan miel,
tú las sabes mostrar con arte cruel
para darle tormento a algún mortal.

   Un espejo de mágico cristal  5
tiene tu corazón, supuesto que él
de algún hombre la imagen copia fiel,
la borra, copia otra y le hace igual.

   Hoy que las galas del pintado Abril
suspiran tu frescura y tu arrebol  10
ufanas rindes corazones mil.

   Mas ¡ay! con más arrugas que una col
mañana lucirás tu labio azul
y tu cutis corteza de abedul.




ArribaAbajoDíaz Romero, Eugenio

Argentina. Siglos XIX - XX

Poeta.




Intermezzo


   ¡Dolor infatigable ya no oirás mi lamento!
Mi cítara está muda, para cantar la garra
que se hunde en lo más hondo, vital del pensamiento
y del cuerpo la fibra sin piedad nos desgarra.

   Hoy no sufro ni lloro; estoy ágil, contento,  5
mi pecho está vibrante como el de mi guitarra.
Tengo anhelos de vida, de amor, de luz, de viento,
de estallar en canciones como loca cigarra.

   El azul me sonríe, me abisma en su dulzura.
El agua me parece más límpida y más pura.  10
Las hembras me enloquecen con sus bocas en flor.

   No quiero saber nada de dudas y pesares,
no sufro, sólo quiero perfumes de azahares
y el beso de tus labios febricientes, Amor.




La reja


   Moría de dolor tras de la reja
del hospital, desmesurado y triste,
cuando mágicamente apareciste
sofocando al nacer mi última queja.

   Fue tu visión como una luz que deja  5
a quien la ve, suspenso. Dirigiste
luego hacia mí tus pasos, mas quisiste
ocultarte al llegar bajo la vieja

   encina en que mis sueños se albergaron.
Mis ojos en la encina se clavaron  10
adivinando casi el movimiento

   de tu imagen esbelta y vencedora.
¿Partiste? No lo sé, mas si aliento
me halló en la reja, pálido, la aurora.




ArribaAbajoDíaz Silveira, Francisco

La Habana (Cuba). 1871 - 1924

Periodista, escritor y poeta.




Mi pálida


   La virgen que los ojos soñadores
admiran en mis lienzos ideales,
no reza en las vetustas catedrales
ni danza en los alegres corredores.

   No juega enamorada con las flores,  5
ni escucha tras las puertas ojivales
las zambras de las guzlas orientales,
el canto de los viejos trovadores.

   La virgen de mis lienzos aletea
donde el bajel sin mástiles estalla,  10
murmura donde el ábrego vocea,

   palpita donde choca la metralla,
sonríe donde el rayo centellea
y duerme sobre el campo de batalla.




Prevención


   Soplan vientos de próxima tormenta;
el legendario bosque se estremece
y al agitar sus vástagos ofrece
como rezos de virgen soñolienta.

   En torno del hogar la sombra aumenta,  5
su calor por instantes languidece,
y en las almas viriles reaparece
la nostalgia de la época sangrienta.

   Está el aire poblado de visiones;
detrás de mutilados esqueletos  10
maniobran aguerridos batallones...

   Surgen descomunales parapetos...
¡Y hay racimos de blandos corazones
por el dolor de la orfandad sujetos!




ArribaAbajoDicenta, Joaquín

Calatayud (Zaragoza). 1863- Alicante. 1917

Dramaturgo español. Teatro y zarzuelas.




Lujuria


   Cuando murmuras con nervioso acento
tu cuerpo hermoso que a mi cuerpo toca
y recojo en los besos de tu boca
las abrasadas ondas de tu aliento.

   Cuando más que ceñir, romper intento  5
una frase de amor que amor provoca
y a mí te estrechas delirante y loca,
todo mi ser estremecido siento.

   Ni gloria , ni poder, ni oro, ni fama,
quiero entonces, mujer. Tú eres mi vida,  10
ésta y la otra si hay otra; y sólo ansío

   gozar tu cuerpo, que a gozar me llama,
¡ver tu carne a mi carne confundida
y oír tu beso respondiendo al mío!...




Del triunfo


   ¡Cuánto sufrí y qué solo! Ni un amigo,
ni una mano leal que se tendiera
para estrechar la mía, ni siquiera
el placer de crearme un enemigo.

   De mi abandono y mi dolor testigo,  5
de mi angustiosa vida compañera
fue una pobre mujer, una cualquiera,
que hambre, pena y dolor partió conmigo.

   Y hoy que mi triunfo asegurado se haya,
tú, amigo por el éxito ganado,  10
me dices que la arroje de mi lado,

   que una mujer así, denigra... ¡Calla!
con ella he padecido y he gozado:
El triunfo no autoriza a ser canalla.




ArribaAbajoDiego, José de

Aguadilla (Puerto Rico). 1866 - 1918

Gran hispanófilo. Estudió en España. Fue presidente de la Cámara de Representantes de Puerto Rico y decidido propagandista de la independencia de su país.




Ya viene


   La desterrada vuelve, porque anhelan
dar música solemne a sus oídos
las tórtolas que vuelen de sus nidos
y las ideas que del alma vuelan.

   Las muchedumbres fieras se revelan,  5
despiertan a su voz los oprimidos,
¡y vencerán indómitos y unidos
y los traerán los que por ella velan!

   Con besos de oro y con fugaz sonrisa,
que viera tras de sí la llamarada,  10
la aurora de otro Siglo nos avisa:

   la mar está gimiendo alborotada...
¡Libertad de mi alma!... ¡más aprisa!...
¡cuánto tarda en morir la madrugada!




Pan y vino


   Surge, a un replique modulado en trino,
del misterio floral en que reposa,
la blanca Eucaristía, blanca rosa
emergente del cáliz purpurino.

   La espiga recibió el Cuerpo Divino,  5
pero la vid su sangre generosa...
¡El trabajo y la lucha, en dolorosa
íntima comunión de pan y vino!

   En el pecho del Cristo moribundo
la férrea pica se bañó de lumbre  10
y floreció como clavel de grana.

   El pan sagrado es la salud del mundo;
pero, al subir del Gólgota a la cumbre...
¡El vino es la redención humana!




Dios y Satán


   Hace algún tiempo que Satán impío
riñe con Dios en portentosa brega,
y a cada instante oscila la refriega
entre el uno y el otro poderío.

   ¡El globo -dice Dios- el globo es mío!  5
y al globo el diablo su derecho alega...
«¡Y el globo en tanto sin cesar navega
por el piélago inmenso del vacío!»

   Sigan esos señores mis consejos;
déjense de batallas y locuras,  10
más propias de rapaces que de viejos.

   Y no olviden, haciendo travesuras,
la fabulita de los dos conejos
sorprendidos de pronto por los curas.




Cosas divinas


   Según dicen, de Dios son las esposas
las castísimas sores del convento,
y, se lo digo a Dios como lo siento:
¡tiene algunas esposas muy hermosas!

   Pero suceden por desgracia cosas  5
en tal o cual divino casamiento,
que, francamente hablando, no las cuento
por si las leen niñas ruborosas.

   A las monjas bonitas, sus afanes
consagra el capellán, y eso es un robo  10
que Dios tolera a semejantes canes.

   Dicho lo cual comprenderá el más bobo,
que no dejan de ser los capellanes
representantes de El en nuestro globo.




La confesión


   Llegó Purita, y al mirarse ufana
junto al confesionario de rodillas,
besó del armatoste la rejillas
y los pliegues también de una sotana.

   Aunque el frío tenaz de la mañana  5
le dejó las mejillas amarillas,
subieron, poco a poco, a sus mejillas
candentes olas de color de grana.

   Alguna cosa por demás oscura
debió mediar en el sagrado nido  10
entre el ministro y la inocente Pura,

   pues gritaron con tono enfurecido:
-«¡Se lo diré al obispo, señor cura!»-
-«¡También se lo diré yo a su marido!»-




A un perseguido


   ¡Ah, desgraciado si el dolor te abate,
si el cansancio tus miembros entumece:
Haz como el árbol seco: reverdece;
y como el germen enterrado: late!

   Resurge, alienta, grita, anda, combate,  5
vibra, ondula, retruena, resplandece...
Haz como el río con la lluvia: ¡crece!
y como el mar contra la roca: ¡abate!

   De la tormenta al iracundo empuje,
no has de balar como el cordero triste,  10
sino rugir, como la fiera ruge.

   ¡Levántate! ¡revuélvete! ¡resiste!
Haz como el toro acorralado: ¡muge!
o como el toro que no muge: ¡embiste!




ArribaAbajoDiego Pardo, J. I. de

Puerto Rico. Siglo XIX - XX




Sancho Panza


   Este pobre mortal de cada día,
estrecho en todo, menos en cintura,
lleva una flor de aguda picardía
completando su genio y su figura.

   Consiste su idealismo y su alegría  5
en saber que la cena está segura,
y es la enana y mordaz filosofía
la que cuadra mejor a su estatura.

   No hay gafas que se ajusten a su vista;
su condición, es mucho lo que dista  10
de Don Quijote,, su señor y amigo...

   Y es tan mezquina su mundana idea,
que hasta su propia inspiración voltea
sobre el punto de apoyo del ombligo.




ArribaAbajoDiego y Benítez, José de

Aguadilla (Puerto Rico). 1866 - 1918

Abogado, Periodista y poeta. Hallado en Internet.




En la brecha


   Oh desgraciado, si el dolor te abate,
si el cansancio tus miembros entumece;
haz como el árbol seco: Reverdece;
y como el germen enterrado: Late.

   Resurge, alienta, grita, anda, combate,  5
vibra, ondula, retruena, resplandece...
Haz como el río con la lluvia: ¡Crece!
y como el mar contra la roca: ¡Bate!

   De la tormenta al iracundo empuje,
no has de balar, como el cordero triste,  10
sino rugir, como la fiera ruge.

   ¡Levántate! ¡Revuélvete! ¡Resiste!
Haz como el toro acorralado: ¡Muge!
o como el toro que no muge: ¡Embiste!




Pan y vino


   Surge, a un replique modulado en trino,
del misterio floral en que reposa,
la blanca Eucaristía, blanca rosa
emergente del Cáliz purpurino

   La espiga recibió el Cuerpo Divino,  5
pero la vid su sangre generosa...
¡El trabajo y la lucha, en dolorosa
íntima comunión de pan y vino!

   En el pecho del Cristo moribundo
la férrea pica se baño de lumbre  10
y floreció como clavel de grana.

   El pan sagrado es la salud del mundo;
pero, el subir del Gólgota a la cumbre...
¡El vino es la redención humana!




ArribaAbajoDilio

Cuba. Siglo XIX




A ella


   Nació en el seno de tranquilos mares
una virgen de faz encantadora,
la que aparece al despuntar la aurora
entre frondosas ceibas y palmares;

   de lirios, azucenas y azahares  5
primavera gentil su sien decora;
su porvenir inconsolable llora
la linfa del poético Almendares.

   Cubren su cielo tenebrosas brumas,
inclina mustia la tan pura frente,  10
y la sangre del mártir inocente

   mancha su lecho virginal de espumas,
por eso triste y abatida vive
a las orillas de la mar caribe.




ArribaAbajoDobles Segreda, Gonzalo

Costa Rica. Siglos XIX - XX

Poeta. Ha publicado en revistas y periódicos.




Fui contigo tan cruel


   Callábamos los dos... En mi tormento
resistí mi dolor altivo y fuerte,
y así sin comprender tu sufrimiento
fui contigo tan cruel hasta la muerte.

   Y en la nocturna y apacible calma  5
de aquella noche tétrica y sombría,
escuchamos los dos dentro del alma
el grito del amor que se moría.

   Hubo un silencio sepulcral... La brisa
recogió el cascabel de tu sonrisa  10
que en la nocturna calma se diluía.

   Y al mirarla otra vez en el encanto
de su inmenso dolor, se cubrió en llanto
su rostro de mortal melancolía...




ArribaAbajoDomingo y Palacio, Timoteo

Córdoba. Siglo XIX

Poeta.




El perro del mendigo


   Sin codiciar el pan de los señores
ni el mágico solaz de la opulencia
comparte con insólita paciencia
el perro con el pobre sus dolores.

   Cuando propios, estériles amores  5
escapan con horror de la indigencia,
un solo ser la brinda su obediencia,
su cariño leal, y sus favores.

   ¿Nunca os hizo sentir el compañero
inseparable, el colega inocente  10
del olvidado y triste pordiosero?

   ¡Qué ejemplo de piedad tan elocuente
para el vil interés, que airado y fiero
derrama tanto mal sobre su frente!




ArribaAbajoDomínguez, José Antonio

Juticalpa (Honduras). 1869 - 1903

Poeta hallado en Internet.




Humana


   Si la conozco bien: si sé que es ella
frívola y desdeñosa y casquivana;
llena de gracia y como pocas bella,
pero de alma insensible, fría y vana.

   Si sé que nuca del amor la estrella  5
en su camino ha de brillar ufana
porque es su pecho de granito y huella
dejar no puede la presión humana.

   Si sé que es tan glacial como la nieve...!
Mas, a pesar de todo, cierto día  10
la vi leyendo y prorrumpir en llanto.

   Duda extraña de entonces me conmueve:
¿Por qué si esa mujer es tan vacía
pudo ante un libro impresionarme tanto?




Amorosa


   Yo te he visto, en esa hora fugitiva
en que la tarde a desmayar empieza
doblar cual lirio enfermo la cabeza,
la cabeza adorable y pensativa.

   Y entonces, más que nunca, sugestiva  5
se ha mostrado a mis ojos tu belleza,
como un claro-oscuro de tristeza
con palidez que encanta y que cautiva.

   Y es que en tu corazón antes dormido
el ave del amor ha hecho su nido  10
y entona su dulcísimo cantar.

   Y al escucharle, en ondas de ternura,
languidece de ensueños tu hermosura
¡cómo un suave crepúsculo en el mar!




Toques


   Si no sabía pintar: jamás su mano,
mojando en los colores la paleta,
supo trazar, con fantasía inquieta,
los contornos de cuadro soberano.

   Si no tenía inspiración; si en vano  5
fuera pedirle la intuición secreta
que tiene en sus delirios el poeta:
porque él no era un artista: era artesano.

   Pero una vez, en sus existencia oscura,
flechó su corazón una hermosura:  10
Tomó el pincel y delineo su hechizo;

   Para cantarla hizo vibrar la lira;
y desde aquel instante, no es mentira,
¡prodigio del amor! ¡artista se hizo!




La musa heroica


   Si quieres que tu canto digno sea
de tu misión, del siglo y de la fama,
no derroches el estro que te inflama
en dulce pero inútil melopea.

   Lanza las flechas de oro de la idea;  5
depón el culto de Eros y proclama
otro mejor; la lucha te reclama:
yérguete altivo en la social pelea.

   No enerves tu vigor con el desmayo
del femenil deliquio; ya no es hora  10
de lágrimas y besos; doquier mira:

   Hoy al estrofa compite con el rayo,
la inspiración es lava redentora
y clava en manos de Hércules la lira.




Hojas


   En la hoja de algún libro, sepultada,
para que pase así de gente en gente,
deja el genio la idea que en su mente,
brotó como la luz de una alborada.

   Y el héroe que tras épica jornada  5
triunfar hizo a su ejército valiente;
de la historia en una hoja refulgente
deja un rastro con la hoja de su espada.

   Mas, lo que me sorprende y acongoja
es ver que, al que en una hoja se eterniza  10
se da también por galardón una hoja.

   Pues la gloria que tanto preconiza
el hombre, que como árbol se deshoja,
en la hoja de un laurel se sintetiza.




ArribaAbajoDomínguez, María Alicia

Argentina. Siglos XIX - XX

Poeta.




Canción de la humana esperanza


   No todo está perdido, pues nos queda
la luz de este crepúsculo morado,
el viento de la tarde en el sembrado,
algún racimo..., el sol tras la arboleda.

   Somos felices mientras que se pueda  5
mirar el fuego vivo de un dorado
mundo sobre las sombras derramado.
No todo está perdido; algo nos queda.

   Verdad que no oficiamos en el ara
del templo idealizado aquella cara  10
religión que en silencio es nuestra y arde.

   No es la tierra lugar propicio al vuelo...
Pero, ¡cómo nos va llevando al cielo
este lento morirnos tarde a tarde!




Musa mía


   Musa mía, unas veces tocada de Misterio;
Pálida como un lienzo funeral... Silenciosa,
fragante a flores secas de viejo cementerio
lívido el canto traes en la boca tediosa.

   Y a la herida que sangra le aplicas el cauterio  5
de la verdad que es trágica y me das toda rosa
con tristes amarillos... Salmodia tu salterio
una nota que tiene sinceridad de losa.

   Y entonces todo el verso se ahueca mientras flota
en torno a mis estrofas la blanca veste rota  10
de mi juventud bella que huele a Primavera.

   En vano es que pretenda que te alegres, en vano,
porque todo el esfuerzo de mi deseo humano
logra sólo tu risa de fugaz calavera.




II


   Musa mía, otras veces mojada de rocío,
ebria de sol y campo, sedienta de otras rutas,
te apareces vestida con la niebla del río,
fraganciosa de flores y aromada de frutas.

   ¿Quién ve en tus ojos claros la sombra con que enlutas  5
ese mirar radiante cuando te muerde el frío?
En tu boca me traes el eco de las grutas
afelpadas de musgos, para este verso mío.

   Y otras horas, en cambio, vestida en velos grises
languidecen tus manos como marchitas lises  10
y tu bostezo largo de atroz monotonía,

   repercute en mi canto que se vuelve tristeza,
alma de humo y neblina, boca helada que reza
en latín sempiterno de laguna letanía.




III


   Musa mía, cambiante, cuando llegas guerrera
el casco de oro y fuego, las garras aguzadas
y enrojecida en sangre la orgullosa cimera,
¡entonces temo el choque de tus crueles miradas!

   Entonces eres mala y aun cuando yo quisiera  5
no rendirías nunca las armas afiladas,
hasta que los escombros de mi misma quimera
pasarían a fuego tus iras no domadas.

   Y sobre el verso mío, tu diapasón se agrava
con un toque sonoro que se ahonda y no acaba  10
dejando largos ecos dolorosos y ardientes.

   Así no quiero verte, musa mía, yo misma
tiemblo entre las tinieblas en que mi ser se abisma
¡en la hora en que tú eres toda garra y dientes!




Despertar


   En aquel bosque en flor junto a la fuete
yo era de bronce. Los ocasos de oro
fulgiendo en mí, volcaban su tesoro
sobre las aguas, en un fuego ardiente.

   Yo era insensible al aire azul y al coro  5
de las ninfas del bosque y al silente
espíritu nocturno que en mi frente
prendía gemas de rocío y lloro.

   ¿De dónde, en alas de la sombra, vino
a mí, diciendo, aquella voz extraña:  10
«¿Dormida está en el mundo floreciente?»,

   abierto el horizonte en mi destino
se despertó mi endurecida entraña
y me puse a llorar sobre la fuente...




Caminos de la sierra


   Caminos de la sierra, álamo fresco,
voy dejando mi pena en cada espina.
Si un árbol mustio fui, ya reverdezco
y me abro al sol con emoción prístina.

   Sorbí agriso jugos de la tierra y crezco.  5
De mi propia alma, fluye cristalina
esta ansiedad de amor, con que me ofrezco
al surco, al viento, en comunión divina.

   Está el aire dorado, azul el cielo.
Sobre los montes flota el glauco velo  10
de la neblina que a la luz se irisa.

   Y entre la paz, que en un sopor me envuelve,
un eco del recuerdo que a mí vuelve
rojea, como brasa entre ceniza.




ArribaAbajoDuany Méndez, Pedro

Cuba. Siglo XIX




Las urnas


   Sois como aquella caja que adoraba Pandora,
y como el fabuloso Vellocino de oro:
en vosotras el Pueblo deposita el tesoro
del sufragio que al Hombre su libertad valora.

   ¡Cuántas veces, oh cofres misteriosos, guardáis  5
el voto del cretino elector inconsciente
que vendió su derecho y votó por un ente,
a quien vosotras, urnas, la victoria le dais!

   De una elección espuria surgen riñas sangrientas
que son para la Patria las terribles tormentas  10
que dejan indelebles manchas sobre la Historia;

   y en ese remolino «la nada» se subleva
por el voto del paria, que no sabe que eleva
a Juan de los Palotes que sueña con la Gloria.




Sombra de los siglos


   ¡Triste sombra que vagas! ¿De qué Tártaro emerges;
hacia dónde caminas; fuiste el alma de Jove?,
¿padeces la mudeza de la fúlgida Niove,
o en qué piélago inmenso de dolor te sumerges?

   ¿Dónde está tu palabra, viste tú las remotas  5
primaveras de Cadmo? ¿Cuántas veces viniste
del abismo insondable donde Sisifo existe,
y dejaste tus carnes inservibles y rotas?

   ¿Qué imperfecta materia será, acaso, la tuya?
¡Ha de ser la tangible que la Nada construya  10
con el mísero barro, con la esencia del Todo,

   para que recompenses las maldades que olvidas
en el mágico curso de millares de vidas,
y que sepas que el cuerpo torna siempre a ser lodo!




ArribaAbajoDuque de Amalfi

España. Siglos XIX - XX

Poeta.




Un soneto al soneto


Al Soneto me pide que yo cante
en uno propio el Bachiller de Osuna...
¡Quién tuviera de Lope la fortuna
el antojo al cumplir de Violante!

   ¡Quién, lejos de acosar al consonante  5
desde el orto del sol al de la luna,
encontrara la máxima oportuna
que cuadrara al Soneto, en un instante.

   ¡Mas, al ver que tan sólo dos tercetos
me restan para apóstrofes discretos  10
en honor del Rimado Silogismo,

   del numen español síntesis clara,
envidiando a Quevedo y a Tassara,
en sus solemnes cláusulas me abismo!




ArribaAbajoDurbán, José

Almería. Siglo XIX

Poeta y escritor.




Remembranza


   ¡Luz de mis ojos! cuando el bien perdido
se va hundiendo en las sombras del pasado
surge ante nuestra vista hermoseado
y cuanto más distante más querido.

   ¡Cuántas veces el eco bendecido  5
de aquel beso de amor nunca olvidado,
con su vaga dulzura ha consolado
mi corazón de batallar rendido!

   Heló la edad la sangre de mis venas...
La luz crepuscular colora apenas  10
la escueta cima de los altos montes,

   y miro lleno de tristeza vaga,
el sol de mis recuerdos, que se apaga
del tiempo en los lejanos horizontes...!




ArribaAbajoEchegaray, José

Madrid. 1832 - Madrid. 1916

Dramaturgo español. Ministro de Fomento en dos ocasiones y de Hacienda en una. En el año 1904 fue distinguido con el Premio Nobel.




De cómo hago los dramas


   Escojo una pasión, tomo una idea,
un problema, un carácter... y lo infundo
cual densa dinamita en lo profundo
de un personaje que mi mente crea.

   La trama al personaje le rodea  5
de unos cuantos muñecos, que en el mundo,
o se revuelcan en el cieno inmundo
o se calientan en la luz febea.

   La mecha enciendo, el fuego se propaga,
el cartucho revienta sin remedio,  10
y el actor principal es quien lo paga.

   Aunque a veces también en este asedio
que al arte pongo y que al instinto halaga
me coge la explosión de medio a medio.



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