Bailemos toda la noche al
resplandor de la hoguera,
sobre la alfombra que extiende a
nuestros pies la pradera
y bajo el toldo prendido por
estrellas en el cielo.
Bailemos toda la
noche, como en jubiloso anhelo,
5
despidiéndonos alegres de la
alegre primavera,
que mañana, del verano,
vendrá la aurora primera
con su corona de alondras, envuelta
en fúlgido velo.
Bailemos toda la
noche y vencedores del sueño,
cuando el sol, toro del campo, beba
el iris del rocío,
10
correremos tú y yo, alegres,
a la ribera del río,
donde se
baña la fronda del paisaje más risueño,
y la linfa espejeante nos
servirá de Jordán
para nuestro amor, nacido en la
fiesta de San Juan.
Embrujo de
amor
Cuando nuestro
noviazgo cantaba su alborada,
el jardín solitario,
edén de nuestro amor,
nos brindaba la sombra de aquel
manzano en flor,
al final de una senda, de rosas
perfumada.
Allí el
banco, entre mirtos, oculto en la enramada
5
era de nuestro idilio el nido
encantador,
y entre las florecidas plantas de
suave olor
destacaban los nardos su nota
inmaculada.
Tú siempre
sonriente, yo siempre embelesado;
mis ojos en tus ojos, tus manos en
las mías,
10
gozaban nuestras almas sin sombra
de pecado.
Sabíamos
del mundo las bélicas porfías.
¡Todas las plagas
bíblicas sobre la Humanidad!
¡Pero era tan inmensa nuestra
felicidad!
Ella vino hacia
mí...
Sonrientes sus
ojos me besaron,
mientras su boca apenas
sonreía,
porque, sin duda, revelar
temía
el sentir que sus ojos
expresaron.
¿A
qué disimular si al fin cantaron
5
las niñas de los ojos la
alegría
de asomarse a la luz de un nuevo
día
en que Cupido y Psiquis se
encontraron?
Eso
ocurrió a la vuelta de un sendero
del jardín de la vida, en el
estío.
10
Ella vino hacia mí con pie
ligero.
Mecíase en
su pecho una camelia.
Se encendió una
ilusión sobre mi hastío.
¡Era mi Beatriz, no era mi
Ofelia!...
Toledo
Tu egregia testa
elevas, ¡oh!, Toledo inmortal,
coronada de fuertes murallas
almenadas,
donde lucen florones de grandezas
pasadas
las torres de tu Alcázar y
de tu Catedral.
Carlos V te
impuso la púrpura imperial.
5
El acero en tu sangre, templo, de
sus espadas
el ejército hispano. Sus
victorias ganadas
te hicieron soberana del mundo, sin
rival.
Hoy eres como una
vieja reina olvidada,
sin corte, sin dominios, guardando
tu tesoro
10
en tu vasto palacio solitario y
gigante.
Y en las noches
de luna sales engalanada
a tu jardín desierto donde
el Tajo sonoro
canta a tus pies rendido, como un
antiguo amante.
Soneto
Todo el cielo una
brasa. Todo el viento un lamento.
Las arpas de los bosques, en un
largo clamor,
lloran el sacrificio de Cristo
Redentor,
cuya cruz se destaca sobre el cielo
sangriento.
Judas, en tanto,
presa de su remordimiento,
5
interroga al Enigma:
«¿Para qué fui traidor?»
Él era sabio y justo,
¡todo fe, todo amor!
¿Quién dio codicia a
mi alma y odio a mi pensamiento?
¿Quién dio veneno al áspid,
mansedumbre al cordero,
bálsamo a las Virtudes,
ponzoña a los pecados?
10
¿Quién trazó
fatalmente mi siniestro sendero...?
¿No
habrá piedad, ¡Maestro!, para mi desventura...?
Y una voz le responde desde la
augusta altura:
«¡Mi amor es sol que
alumbra hasta los condenados!»
¡Oh, redentor
divino!
Oh, Redentor
Divino, que fulguras
en la noche final del
paganismo.
Sol fue tu resplandor sobre el
abismo
donde el Olimpo, en nubes,
quedó a oscuras.
Viniste a redimir
las criaturas
5
de la estirpe de Adán, con
el bautismo
del agua del Jordán, y el
Cristianismo
surgió triunfante de las
aguas puras.
Cuando del mago
Oriente, los tres Reyes
ofrendáronte incienso, mirra
y oro,
10
recibiendo de Ti mayor tesoro,
en luz a su
conciencia, por Tus Leyes,
¡plañidos del abismo
se elevaron,
que cánticos
angélicos ahogaron!
A María
Settier, dolecta de las musas
Quisiera colocar
sobre tu frente
una rara diadema de adjetivos
más bella que de lauros y de
olivos
y luminosa como luz de
oriente.
¿Pero
qué diccionario es elocuente
5
par encontrar en él
apelativos
de laudatoria esencia, bellos,
vivos,
como flores de luz en clara
mente?
Estrellas y
diamantes engarzados
en frases como ilustre y como
hermosa,
10
por ser constantemente
dedicados,
no son dignos de
ti, porque mereces
algo más que la estrella y
que la rosa
que es del arte el pensil donde
floreces.
Goygoechea Menéndez,
Martín
Paraguay. Siglo
XIX
Poeta hallado en
Internet.
Obsequio de
boda
La secular
pobreza que asedia a los poetas
hace que sólo ofrezca un
ramo de violetas
a vuestra grácil novia, pues
en cuestión de amores
una epopeya ha sido siempre un ramo
de flores.
Vuestra novia es
graciosa y muy dulce y muy bella;
5
lo galante sería ofrendarle
una estrella
o un cordero blanco con grandes
moñas rosas,
o sobre una azucena un par de
mariposas.
Y en su defecto,
fuera un obsequio cumplido
dos tórtolas
albísimas sobre el plumón de un nido,
10
mas, como enviaros eso no puedo,
por mis penas,
aunque haya
mariposas, estrellas y azucenas,
luciendo una sonrisa, va el ramo de
violetas
como la pobre ofrenda que usamos
los poetas.
Soneto
En la calma
solemne de la noche
el férreo Mariscal por vez
postrera
su ejército revista. Sobre
el negro
manchón de las vecinas
arboledas,
se distinguen los
cuerpos alineados
5
como una tenue pincelada.
Llegan
con el viento los débiles
rumores
que alza el Aquidabán.
Alguna enseña
deshilachada,
trágica, en la brisa
se extiende como un ala
gigantesca,
10
y sobre ese puñado de
guerreros
-la última
falange que le queda-
¡parece el alma de la Patria
misma
llamándolos a sucumbir con
ella!
Soneto
«¡Soldados del catorce! ¡Cuatro
pasos
al frente!» dice el Mariscal,
y apenas
quince sombras altivas
adelantan,
¡quince sombras el arma le
presentan!
Tras una larga
pausa dolorosa
5
impregnada de fúnebre
tristeza,
los del cuarenta y tres fueron
llamados...
Cuatro supervivientes, -cuatro
lentas
figuras
espectrales- se movieron...
¡Dormían los
demás, pero en la espesa
10
noche definitiva, a campo
raso,
con las pupilas
al espacio abiertas,
aunque sin ver la claridad del
día
ni la vislumbre azul de las
estrellas.
Grilo, Antonio F.
Córdoba.
1845 - Madrid. 1906
Poeta que recitaba
sus propias poesías con un arte que sólo podía
igualársele, Zorrilla, según las crónicas de
la época. Tuvo el privilegio que uno de sus libros de
versos, (Ideales, París. 1884) fuera editado por la
propia Isabel II y el mismo Alfonso XII, conocía de memoria
algunas de sus mejores obras. Fue periodista de profesión.
Murió sin tomar posesión de uno de los sillones de la
Real Academia, que le fue concedido meses antes de su muerte.
En el álbum de
la señora Baronesa de Fuente Rubio
Cuando en velos
de sombras se perdían
del rojo sol los últimos
colores,
en un verde pensil, cuna de
amores,
vuestros hijos, señora,
sonreían.
Mis ojos con
ternura les veían
5
cual leves mariposas entre
flores,
y al mirar sus hechizos
seductores
así mis labios con
afán decían:
¡Quién os dio la pureza que
rebosa
por vuestro rostro cándido,
inocente!
10
¡Quién la modestia, la
virtud preciosa!...
Y el eco
murmuraba dulcemente:
«Vuelve los ojos a su madre
hermosa
y de esas prendas hallarás
la fuente.»
El
oriente
Regio
alcázar del sol, cuna del día,
dorado albergue de colores
lleno,
rojo fanal en cuyo ardiente
seno
se pierde el manto de la noche
umbría.
Pueblen tus rayos
la región vacía,
5
luzcan tus tintas en el bosque
ameno,
abrillanta el arroyo que
sereno
besa la flor de la esperanza
mía.
Al extender tus
límpidos colores,
que el ruiseñor en su cantar
pregona,
10
los campos te saludan con sus
flores;
el ronco mar tus
perlas ambiciona,
y tus bellos magníficos
fulgores
tienen al sol por inmortal
corona.
El primer
beso
En el cielo la
luna sonreía,
brillaban apacibles las
estrellas,
y pálidas tus manos como
ellas
amoroso en mis manos
oprimía.
El velo de tus
párpados cubría
5
miradas que el rubor hizo
más bellas,
y el viento a nuestras
tímidas querellas
con su murmullo blando
respondía.
Yo contemplo en
mi delirio ardiente
tu rostro, de mi amor en el
exceso;
10
tú reclinabas sobre
mí la frente...
¡Sublime
languidez! dulce embeleso,
que al unir nuestros labios de
repente
prendió dos almas en la red
de un beso.
Un
rizo
Bucle dorado, que
gentil y airoso
ceñiste ayer su alabastrina
frente;
tú, que a los besos de
aromado ambiente
por su espalda ondulaste
caprichoso.
Tú, que me
viste resbalar ansioso
5
tras los hechizos de su faz
riente;
tú, que escuchaste de su
labio ardiente
el juramento ahogado y
misterioso.
Tú, que la
viste cual gentil paloma
correr alegre en ademán
travieso
10
por los vergeles donde Mayo
asoma,
déjame que
en dulcísimo embeleso
aspire de sus hebras el aroma
y le entregue mi alma con un
beso.
Luces y
sombras
Hay música
en la fuente rumorosa,
y estrépito en el mar que
ronco suena;
hay amor en la virgen azucena,
y espinas hay en la inocente
rosa.
Hay perlas en el
alba esplendorosa;
5
hay en la tumba lágrimas de
pena;
hay una vida de ilusiones
llena
al lado de una cruz y de una
losa.
Dora el sol la
mañana sin enojos,
y del Ocaso en la desierta
calma
10
sombras habrán de ser sus
rayos rojos.
Así de
nuestro amor bajo la palma
hay luces en la tarde de tus
ojos
y sombras en la noche de mi
alma.
La
ascensión
¿Por
qué la aurora de fulgores llena
vierte de perlas virginal
tesoro,
y en las ondas del céfiro
sonoro
música dulce y
lánguida resuena?
¿Por
qué la tarde al espirar serena
5
hoy engalana su dosel de oro,
y en el jardín con
mágico decoro
pálida se estremece la
azucena?
Es que desciende
vagorosa nube,
que con sus perlas dibujó el
rocío
10
y donde canta virginal
querube.
Es que Dios rompe
su sepulcro frío;
es que su imagen al Empíreo
sube
bañando en luz los golfos
del vacío.
Gronlier, Enrique
Cuba. Siglo
XIX
A la señora
doña Gertrudis Gómez de Avellaneda en su feliz
llegada
En blanca nube
que esmaltada brilla,
conduce Apolo en su triunfante
carro
a Tula noble en ademán
bizarro
hacia las playas de la indiana
orilla;
Cuba cantando a
su llegar se humilla,
5
y entre su choza de palmera y
barro
hace resuene de Almendar al
Darro
el corvo caracol que da la
Antilla.
Himnos de gloria
en su oblación le envía
el turbio y perezoso
Manzanares,
10
y un torrente de célica
armonía
desprende la
matrona de Almendares
diciendo con placer: «La
poesía
tornó risueña a sus
paternos lares.»
A
Isabel
Toma, Lesbia, las
páginas preciosas
del bello libro que a tu mano
envío,
cual santa prueba de un recuerdo
mío,
en vez de darte mis mezquinas
glosas;
en él
verás las plantas olorosas
5
que besan ledas el sonante
río;
la rubia espiga del ardiente
Estío
que se doblega entre fragantes
rosas.
Es historia de
férvidos amores
do marca la virtud su noble
paso:
10
Es poema de lágrimas y
flores.
Una pasión
que floreció en su ocaso;
porque es, Belisa, un cuento de
pastores
del amante y sensible
Garcilaso.
Tus
cartas
Como de un bosque
tétrico en el seno
suena l rumor melódico del
río
y parece al sonar su
murmurío
que está de orquesta
bullicioso lleno;
así en mi
corazón triste y sereno
5
de impresiones eróticas
vacío,
nacieron los calores del
estío
al traducir tu acento que es tan
bueno.
En cada frase de
tus cartas bellas
hallo un poema célico de
amores,
10
porque observo que tierna te
querellas
como ave que
suspira entre las flores
y ya que con tus lágrimas
las sellas
acuérdate de mí, pero
no llores.
Al distinguido
aeronauta Mr. A.
Boudrias de Morat, en su primera
ascensión
Alzose el genio y
con serena frente
surca valiente la región
vacía,
y el cielo alegre de la patria
mía
derrama flores con placer
vehemente.
Y es solo Morat,
astro fulgente
5
que en ciencia brilla como en claro
día,
y un rayo de luz el sol le
envía
formando mole de carmín
luciente.
Viajero sin
igual, tuya es la gloria
que Minerva te da con fe
sincera;
10
empuña el pabellón de
tal victoria
que cante Cuba
con su ley primera,
y en los blasones que te de la
historia
el águila tendrás,
rey de la esfera.
A Rafael María
Mendive
Como brilla una
estrella silenciosa
cuando termina el espirante
día,
como exhala una dulce
melodía
errante el ave de mi patria
hermosa;
cual esparce su
olor la suave rosa,
5
como suena en un arpa la
armonía
del alma que en feliz
melancolía
la vida no apetece bulliciosa.
Así tu
canto, como arroyo lento
me duerme ledo en el tendido
llano,
10
es música feliz del
sentimiento;
porque al
oírte, trovador cubano,
me parece un Edén tu
pensamiento
poblado por tu genio soberano.
Gualberto Padilla, José
Puerto Rico. Siglo
XIX
Poeta hallado en
Internet.
Éste, que
vate fue de numen rico
tanto allegado amenos y a tan
pobre
que por lograr el mísero
algún cobre,
hace en la sociedad papel de
mico.
Pretende, cual la
víbora este chico,
5
que entre sus labios la
ponzoña sobre,
y el chiste inmundo, fétido
y salobre
usa como en verano el abanico.
Un tiempo sus
arpegios deliciosos
hacían Mas hoy, de su
guitarrazos allegros
10
han llegado a tal punto en lo
asquerosos
que repugna a los
blancos y a los negros.
bailar la suegras y los
suegros
las esposas también y los
esposos.
Guerrero, J.
España.
Siglos XIX - XX
Poeta.
Tipos
clericales
Soberbia y
ambición, gula y pereza,
lujuria, orgullo, ira,
hipocresía,
avaricia, amor propio,
idolatría
hacia todo lo ajeno, ruin
bajeza;
adulación
al rico, a la pobreza
5
desprecio sin igual, una
falsía
que Judas para sí
desearía,
mucho viento metido en la
cabeza;
nada de dignidad,
mucho de vicio,
muchas palabras retumbantes,
vanas,
10
sin sentido común y sin
juicio...
¡Oh,
lector!, en muchísimas sotanas
que, la verdad no tiene
desperdicio,
hallarás cualidades tan
barbianas.
Guerrero, Pascual
Cuba. Siglos XIX
-XX
Poeta.
Semblanza
Bajo el sol de tu
blonda cabellera
se incendian los claveles de tus
labios
y en tus ojos, divinamente
sabios,
hay un vivo destello de
Quimera.
Ojos que tienen
la sabiduría
5
de aprisionar el alma en las
miradas
y revelan regiones ignoradas
donde es más bello y
luminoso el día.
Tienes en el
andar, cierta arrogancia,
y da tu cuerpo en flor, dulce
fragancia,
10
cuando te besa en su vaivén
la brisa...
En tanto, con
sutil delicadeza,
florece en el jardín de tu
belleza
la rosa espiritual de tu
sonrisa.
Tú que vas a la
fuente
Tú que vas
a la fuente, -¡oh, ideal soñadora!-
a la fuente de linfas armoniosas y
bellas,
cuando la noche augusta sus
jardines enflora,
y en las aguas apura resplandores
de estrellas;
Cuando
bañas tu cuerpo con la luz de aquel astro
5
que da a las cosas una
mística transparencia,
cerca un halo divino tus formas de
alabastro
y viertes en la noche una sutil
esencia.
¡Oh, ideal
soñadora, de tristes ojos claros,
y cabellos de oro...! Dulces
ensueños raros
10
florecen en mi alma sensible, si te
miro...
Y hasta cuando te
alejas, creo ver en la tarde
que la luz de tus ojos
melancólicos arde
y que exhalan las rosas tu fragante
suspiro.
Guido y Spano, Carlos
Buenos Aires
(Argentina). 1827 - 1918
Poeta argentino
muy comprometido políticamente con la época que le
tocó vivir.
Fuego
sagrado
¡Lámpara misteriosa, que
encendida
en el alma gentil
perpetuamente,
tornas en flor, y aroma, y rica
fuente
la vibración inmensa de la
vida!
Brilla pura,
serena y escondida,
5
regando de ideal la humana
mente,
y abrasa y funde en tu esplendor
ardiente
toda la escoria que en el mundo
anida.
Brilla en la lid,
en el taller, en la onda
de alta armonía que el poeta
crea,
10
en la verdad que el pensador
revela.
Y el
corazón al corazón responda;
y toda actividad trascienda, y
sea
flecha de amor que hacia lo eterno
vuele.
Sensualismo
¿Será un crimen rasgar la tenue
gasa
con que oculta el amor gracias
terrenas,
o en la pomposa viña las
ajenas
uvas gustar y el bien que raudo
pasa?
Cuando el amor el
alma nos abrasa,
5
que Venus arde en las henchidas
venas,
desciende el cielo mismo a las
amenas
ígneas regiones del placer
sin tasa.
Júpiter
sumo el trono esplendoroso
dejó, y a Leda en cisne
transformado
10
sedujo, y a la tiria Europa en
toro;
¡y en la
prisión entrando voluptuoso
de la blanca Danae, derramado
sobre ella se deshizo en lluvia de
oro!
Guitarte, Luis
España.
Siglos XIX - XX
Poeta.
Las joyas de la
reina
Rebosan de las
arcas de cristales
las gemas de la reina de
Castilla,
e irradiando fulgores ideales
todo en un sueño
deslumbrante brilla.
Las
góticas vidrieras de la estancia
5
tienden sobre las losas sus
colores,
y en el jardín, borrachos de
fragancia,
desbordan su canción los
ruiseñores.
La reina viste
traje de brocado;
a sus plantas, Colón,
arrodillado,
10
sus albas manos conmovido
besa,
que, el alma
llena de un fervor profundo,
para que se descubra un nuevo
mundo
da sus joyas en venta una
princesa.
Gurruchaga, E. de
España.
Siglo XIX - XX
Poeta.
La escuela
católica
Espacioso
salón bien decorado
en el cual se ven místicos
letreros
y estampitas de santos
marrulleros
colocadas en uno y otro lado.
Enseña el
profesor con gran cuidado
5
las doctrinas de libros
embusteros,
cuentecitos estúpidos y
hueros,
y el Astete que salva del
pecado.
En resumen,
enseña las cristianas
leyendas, y la historia del
Mesías,
10
escritas por el gremio de
sotanas.
Así pasan
los niños muchos días...
y así pasan semanas y
semanas...
¿Y qué aprenden al
fin? ¡Pues tonterías!
Retrato
Levántase
a las diez lo más temprano,
y después de almorzar, bien
chocolate
o bien jamón gallego con
tomate,
se dirige a la iglesia muy
ufano.
Salúdale
cortés el aldeano
5
que en el campo con brío el
pico bate
y suda la gran gota el
botarate
para pagar los diezmos en
verano.
En la iglesia
(quizá alguien no me crea)
dice misa, esto es, un cuarto de
hora
10
a lo sumo de mística
tarea.
Come y duerme,
claro es que sin señora;
vive sano, y es cura de una
aldea,
y tiene una señora
encantadora.
Gutiérrez, Miguel
Jerónimo
Cuba. Siglo
XIX
Al
sol
Yo te bendigo,
sol, padre del día,
sublime rey de la celeste
esfera,
¡Cuánta es tu
majestad! ¡Cuán hechicera
tu luz se esparce por la patria
mía!
La selva, el
bosque, la montaña umbría,
5
el poblado, los valles, la
pradera,
por ti renacen y a tu luz
primera
huye la noche a su caverna
fría.
Bendito seas, oh
sol, siempre grandioso
ornado de zafir en la
mañana
10
alzas tu frente fúlgido y
glorioso,
luego más
bello en el cenit, ufana
te ve la tarde y al morir
rabioso
tu aureada tumba se tapiza en
grana.
Gutiérrez, Federico A.
Argentina. Siglos
XIX - XX
Poeta.
La
culpa
Caminábamos Juntos... ¿Qué
dolor es el mío,
que logra mantenerse dentro del
corazón...?
y, bajo el cielo oscuro, se me
antojaba el río
un confidente trágico de mi
desolación.
¡Ah, yo
hubiera querido ser menos que una ola,
5
ese grano de espuma que parece un
rubí,
para desvanecerme, para dejarte
sola,
par que no supieras lo que pasaba
en mí...
Y hoy que amo tu
recuerdo, hoy que todo me hastía
reflexiono, soñando en tu
cuerpo de nieve,
10
no fue por culpa de ella ni fue por
culpa mía...
Todo lo mata el
tiempo; y el amor que es tan leve
como el glóbulo que hace la
gota cuando llueve,
no resiste el pesado rodar de cada
día.
Gutiérrez Alea, Lino
Cuba. Siglo
XIX
Sentimental
Aquella tarde en
que partí, veía
sobre el azul del firmamento,
neta,
surgir en lontananza la
silueta
del pintoresco fuerte del
Vigía.
A los rayos del
sol resplandecía
5
albo y gentil, con expresión
coqueta;
y sobre la montaña, la
viñeta
de una página bella
parecía.
Volaba el tren...
Una estación y un río
quedaron muy atrás; luego,
un bohío...
10
Y la albura del fuerte allá
en el cielo
se
extinguió lentamente, como muere
la dulce despedida de un
pañuelo
suspendido por alguien que nos
quiere.
Sinceridad
Mírame sin
temor, así, de frente;
irradie en tus adentros tu
mirada,
que he de ser a tus ojos, mi
adorada,
como un lago tranquilo y
transparente.
Mis pasiones,
domadas rudamente,
5
mi pensamiento, mi ilusión
dorada,
flora te brindarán, rica y
variada,
del alma en lo profundo y de la
mente.
Que el resplandor
de tu mirada alumbre
un remanso apacible: mi
optimismo,
10
y un escollo fatal: mi
pesadumbre.
Y nada en mi
interior, nada en mí mismo
haya que al escrutarme no
vislumbre:
ni un bajo, ni un recodo, ni un
abismo.
Pensamiento de
Metastasio
Si
lleváramos todos en la frente
grabada la ambición que
sustentamos:
¡cuántos, entre los
muchos que envidiamos,
piedad inspirarían
solamente!
Viéramos
sin esfuerzo, de esa gente,
5
enemigos que apenas
sospechamos:
ansiedades, pasiones que
ignoramos
tras la faz que nos muestra
sonriente.
Y entonces con
asombro se sabría
leyendo cada afán, cada
alegría,
10
escritos en las frentes de unos y
otros,
que la ventura de
los más consiste
en fingirnos la dicha -suerte
triste-
¡en parecer felices a
nosotros!
Provinciana
Más que en
la urbe engañadora, quiero
pasar en el regazo de esta
villa,
una existencia sin doblez,
sencilla,
igual en emoción de enero a
enero.
La dulce paz a la
inquietud prefiero.
5
Cuanto en la capital resuena o
brilla
no me seduce nunca o
maravilla,
pues no me habla al corazón
primero.
Aquí tengo
mi hogar; bajo su techo
la familia solícita se
agremia.
10
Y me siento feliz y
satisfecho,
aunque la lucha
cotidiana apremia,
cuando en torno de mí, de
trecho en trecho,
puedo evocar mis días de
bohemia.
In memorian
¿Qué prodigioso imán, que
hechicería
guardaba el mármol de la
mesa aquella?...
¡Limpio, sin quebraduras y
sin mella,
ninguno como él nos
atraía!
Brindábamos allí, día tras
día,
5
por nuestra vida jubilosa y
bella,
y no turbó jamás una
querella
aquel cuadro perenne de
alegría.
El grupo se
rompió cierto verano.
¡Todo lo cambia el tiempo y
lo derrumba,
10
y ahora soy un tranquilo
ciudadano!
Y aquel
mármol, revuelto en la balumba,
cuando lo veo en el café
cercano
me parece la losa de una
tumba.
Estival
A la orilla del
mar tengo mi casa.
Es un pequeño y
rústico bohío
donde el aire circula a su
albedrío
cuando el calor en la ciudad
abrasa.
La lluvia su
techumbre no traspasa;
5
no lo conmueve el huracán
bravío;
y en estos meses de implacable
estío
me brinda él un bienestar
sin tasa.
Desde que asoma
el sol en el oriente,
el beso de su luz
resplandeciente
10
recibe mi casita veraniega.
Y por la noche,
al encenderse el faro,
parece, confiada, que se
entrega
al bienhechor influjo de su
amparo.
Nocturno
Ahora que tengo
casa y me codeo
con la gente burguesa y
millonaria,
¿por qué temblar como
si fuera un reo,
al cruzar por la calle
solitaria?...
¿Por
qué sentirme solo, si allá veo
5
pasar una mujer y un pobre
paria;
y aquí, sobre los bancos del
paseo,
dormitar a la plebe
estrafalaria?...
¡Es que ya
no es mi reino el que antes era,
y soy como un extraño en
este ambiente
10
que amé, de poesía y
de quimera!
Y algo como un
susurro maldiciente,
escuchar me parece dondequiera
que resuena mi paso
irreverente.
Croquis de
invierno
Tarde brumosa de
diciembre. El frío
y estas sencillas gentes
amilana,
y ha venido a turbar la
cotidiana
vida de buen humor del
caserío.
Gime el viento en
lo árboles, sombrío;
5
y sobre la llanura comarcana
se extiende la neblina
soberana
cubriendo el altozano y el
bajío.
En mi bello
país no cae la nieve,
pero todos los años nos
conmueve
10
esta sorpresa del invierno
crudo,
cuando el viento
del norte baja y, fiero,
como la hoja de un puñal
agudo
se nos entra en el alma,
traicionero.
Gutiérrez Coll, Jacinto
Venezuela. 1835 -
1901
Participa en la
turbulenta política de su país. Diplomático de
carrera.