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ArribaAbajoGonzález del Valle, E. M.

España. Siglo XIX - Oviedo. 1909

Marqués de la Vega de Anzó. Residía en Oviedo.




Soneto


   ¡Siempre lejos de ti! Siempre, bien mío,
suspirando por ti con hondo anhelo:
siempre soñando el amoroso cielo
y viendo el cielo de mi amor vacío.

   En vano, en vano, en la esperanza fío,  5
que es la esperanza, al fin, pobre consuelo
para el triste mortal que en su desvelo
con el amor faltóle su albedrío.

   ¡Ay! si rompió la caprichosa suerte
el lazo del amor que nos unía,  10
ya el bien eterno a mi pesar no alcanza.

   Yazga en el pecho el corazón inerte,
gima por siempre el alma en su agonía...
muerta tú... ¡qué me importa la esperanza!




ArribaAbajoGonzález del Valle, José Zacarías

Cuba. Siglo XIX




La Alameda de Paula al morir el día


   Al vasto mar que su inquietud reprime
lo agita apenas con murmullo grato
el aura débil que de rato en rato
sopla sobre él, y misteriosa gime.

   Allá el oriente de la noche imprime  5
por la otra orilla su negror ingrato,
álzase humilde con sencillo ornato
de Regla el templo en actitud sublime.

   La corta luz del espirante día
la faz le deja en claridad bañada,  10
cual si por ser de Dios doble morada

   pusiera en alumbrarla su porfía,
mientras a impulso del vapor, alada
cruza una nave la gentil bahía.




Recuerdo de Matanzas


   Cuando a las olas de tu vasto puerto
llegaba en el vapor, que su carrera
asemejarse al ave bien pudiera
cruzando de los aires el desierto.

   No vi a la entrada en funeral concierto  5
negros torreones la feraz ribera
amenazando, cual dormida fiera,
pronta a dar de su rabia anuncio cierto.

   Mas en cambio avisté verdes llanuras,
señoreadas de un cielo de alegría  10
a los rayos del sol del mediodía.

   Recordé del trabajo las dulzuras;
y en vez de signos de valor y guerra,
muestras me dio de humanidad la tierra.




ArribaAbajoGonzález Guerrero, Francisco

México. Siglos XIX - XX

Poeta. Director de la revista Nosotros.




Voy a encontrar la vida...


   Dejo mi alma dormida... Yo voy a la Aventura
cabalgando este potro que me dio la ilusión;
no importa que allá lejos, donde la selva oscura
se encuentre un dolor nuevo o un vida mejor.

   Quizás me den sus mieles los frutos de amargura;  5
tal ve un panal de oro se purifica al sol;
tal vez, gimiendo el santo fatal de la Locura,
halle, al fin, el camino de la paz interior...

   La llave arrojo del jardín de mi pasado
y en el bosque de antaño dejo el alma dormida:  10
ya tengo otra alma, nueva, ebria de juventud...

   Después de los deleites de mi huerto cerrado,
en mi pegaso inquieto voy a encontrar la vida...
¡Busca mi huella, hermano, por el sendero azul!




ArribaAbajoGonzález León, Francisco

América. Siglo XIX

Poeta.




Ensueño musical


   Herida la melómana pianista,
por mágicos recuerdos de áureos trinos,
sobre esquife de remos marfilinos
engólfase en un Ponto de amatista.

   Contemplan mis ensueños de turista  5
del Salón los tapices gobelinos,
las sepias de jarrones florentinos
y el biombo que ilustro nipón artista.

   Los ámbitos perfuma de la estancia
con perfumes de exótica fragancia  10
un corimbo de flores de Malati,

   y la «virtuosa» que la estírpea mano
apoya sobre el ébano del piano,
escucha una romanza de la Patti.




ArribaAbajoGonzález Olmedilla, Juan

España. Siglo XIX

Poeta.




El chambergo


   Extraña adarga en la panoplia vieja,
yace olvidado el fanfarrón sombrero
junto a una espada de bruñido acero
que el clamor de unas lámparas refleja.

   Batió sus plumas junto a alguna reja,  5
la brisa helada del nevado Enero,
y ante un áureo chapín, un caballero
alfombró con su airón, cierta calleja.

   ¡Quién diría al verle en la tranquila estancia,
bajo el prestigio de fulgentes luces  10
que fue cimera de la intemperancia,

   y pendón de victoria en tantas brechas,
entre el estruendo de los arcabuces
y el agudo silbido de las flechas!




ArribaAbajoGonzález Prada, Manuel

Lima (Perú). 1848 - 1918

Poeta, filósofo, periodista y anarquista.




A I...


   Tuyo es el blondo, undívago cabello,
tuya la frente de marfil nevado,
tuyo el andar modesto y recatado,
la mórbida mejilla y rostro bello;

   tuyos los ojos que el vivaz destello  5
vencen del sol en el cenit colgado,
tuya la boca de coral preciado,
el talle grácil y el venusto cuello;

   tuyo el aliento de jazmín y acacia,
el gracioso decir, la risa honesta,  10
la gallardía y la inefable gracia:

   mía es la angustia, míos los dolores,
mío el gemir en soledad funesta
y sufrir tus desdenes y rigores.




El amor


   Si eres, Amor, un bien del alto cielo,
¿por qué las dudas, el gemido, el llanto,
la desconfianza, el torcedor quebranto,
las turbias noches de febril desvelo?

   Si eres un mal en el terrestre suelo,  5
¿por qué los goces, la sonrisa, el canto,
las esperanzas, el glorioso en canto,
las visiones de paz y de consuelo?

   Si eres nieve, ¿por qué tus vivas llamas?;
si eres llama, ¿por qué tu hielo inerte?;  10
si eres sombra, ¿por qué la luz derramas?

   ¿Por qué la sombra si eres luz querida?;
si eres vida, ¿por qué me das la muerte?
si eres muerte, ¿por qué me das la vida?




Placeres de la soledad


   Pláceme, huyendo el mundanal ruido,
tender al bosque mi ligero paso
y en la negra espesura errar perdido
al fallecer del sol en el ocaso;

   pláceme agreste monte y escondido,  5
luna que brilla en el etéreo raso,
volcán de eterna nieve revestido,
fuente sonora y arroyuelo escaso.

   Que en tu recinto, soledad secreta,
duerme el dolor que al infeliz oprime  10
y es todo paz y venturanza quieta:

   habla el silencio en tu solemne calma;
adormecido el universo gime
y ábrense a Dios el corazón y el alma.




La nube


Con el primer aliento de la aurora,
abre la nube su cendal de nieve,
las frescas agua de los mares bebe
y de rosado tinte se colora.

   Ora impelida por los vientos, ora  5
acariciada por el aura leve,
con serpentina ondulación se mueve
y la serena inmensidad devora.

   Al divisar en bonancible suelo
olas de mieses y tapiz de flores,  10
sonríe, goza y encadena el vuelo;

   mas, al mirar asolación y espanto,
odios y guerras, muertes y dolores,
lanza un gemido y se deshace en llanto.




ArribaAbajoGonzalo Roldán, José

La Habana (Cuba). 1822 - 1856

Poeta hallado en Internet.




Mi amor y la luna


   Eres tú con tu mágico lucero,
con tu luz que jamás brilla importuna,
pura, apacible, misteriosa luna,
cándida imagen de mi amor primero.

   Si eres tú la que vuelves lisonjero  5
sueño de cisne en límpida laguna,
la que vistes mi amor y mi fortuna,
la misma que brillaste cuando enero.

   Dile a aquella beldad de acento blando
que piense en mí cuando suspire al verte,  10
que contigo y su amor estoy soñando,

   que yo mismo no sé cual es mi suerte,
que no sé si a la vida voy andando
o si voy caminando hacia la muerte.




ArribaAbajoGoy de Silva, J.

España. Siglo XIX

Poeta.




Jordán de amor


   Bailemos toda la noche, con alas en el desvelo.
Bailemos toda la noche al resplandor de la hoguera,
sobre la alfombra que extiende a nuestros pies la pradera
y bajo el toldo prendido por estrellas en el cielo.

   Bailemos toda la noche, como en jubiloso anhelo,  5
despidiéndonos alegres de la alegre primavera,
que mañana, del verano, vendrá la aurora primera
con su corona de alondras, envuelta en fúlgido velo.

   Bailemos toda la noche y vencedores del sueño,
cuando el sol, toro del campo, beba el iris del rocío,  10
correremos tú y yo, alegres, a la ribera del río,

   donde se baña la fronda del paisaje más risueño,
y la linfa espejeante nos servirá de Jordán
para nuestro amor, nacido en la fiesta de San Juan.




Embrujo de amor


   Cuando nuestro noviazgo cantaba su alborada,
el jardín solitario, edén de nuestro amor,
nos brindaba la sombra de aquel manzano en flor,
al final de una senda, de rosas perfumada.

   Allí el banco, entre mirtos, oculto en la enramada  5
era de nuestro idilio el nido encantador,
y entre las florecidas plantas de suave olor
destacaban los nardos su nota inmaculada.

   Tú siempre sonriente, yo siempre embelesado;
mis ojos en tus ojos, tus manos en las mías,  10
gozaban nuestras almas sin sombra de pecado.

   Sabíamos del mundo las bélicas porfías.
¡Todas las plagas bíblicas sobre la Humanidad!
¡Pero era tan inmensa nuestra felicidad!




Ella vino hacia mí...


   Sonrientes sus ojos me besaron,
mientras su boca apenas sonreía,
porque, sin duda, revelar temía
el sentir que sus ojos expresaron.

   ¿A qué disimular si al fin cantaron  5
las niñas de los ojos la alegría
de asomarse a la luz de un nuevo día
en que Cupido y Psiquis se encontraron?

   Eso ocurrió a la vuelta de un sendero
del jardín de la vida, en el estío.  10
Ella vino hacia mí con pie ligero.

   Mecíase en su pecho una camelia.
Se encendió una ilusión sobre mi hastío.
¡Era mi Beatriz, no era mi Ofelia!...




Toledo


   Tu egregia testa elevas, ¡oh!, Toledo inmortal,
coronada de fuertes murallas almenadas,
donde lucen florones de grandezas pasadas
las torres de tu Alcázar y de tu Catedral.

   Carlos V te impuso la púrpura imperial.  5
El acero en tu sangre, templo, de sus espadas
el ejército hispano. Sus victorias ganadas
te hicieron soberana del mundo, sin rival.

   Hoy eres como una vieja reina olvidada,
sin corte, sin dominios, guardando tu tesoro  10
en tu vasto palacio solitario y gigante.

   Y en las noches de luna sales engalanada
a tu jardín desierto donde el Tajo sonoro
canta a tus pies rendido, como un antiguo amante.




Soneto


   Todo el cielo una brasa. Todo el viento un lamento.
Las arpas de los bosques, en un largo clamor,
lloran el sacrificio de Cristo Redentor,
cuya cruz se destaca sobre el cielo sangriento.

   Judas, en tanto, presa de su remordimiento,  5
interroga al Enigma: «¿Para qué fui traidor?»
Él era sabio y justo, ¡todo fe, todo amor!
¿Quién dio codicia a mi alma y odio a mi pensamiento?

   ¿Quién dio veneno al áspid, mansedumbre al cordero,
bálsamo a las Virtudes, ponzoña a los pecados?  10
¿Quién trazó fatalmente mi siniestro sendero...?

   ¿No habrá piedad, ¡Maestro!, para mi desventura...?
Y una voz le responde desde la augusta altura:
«¡Mi amor es sol que alumbra hasta los condenados!»




¡Oh, redentor divino!


   Oh, Redentor Divino, que fulguras
en la noche final del paganismo.
Sol fue tu resplandor sobre el abismo
donde el Olimpo, en nubes, quedó a oscuras.

   Viniste a redimir las criaturas  5
de la estirpe de Adán, con el bautismo
del agua del Jordán, y el Cristianismo
surgió triunfante de las aguas puras.

   Cuando del mago Oriente, los tres Reyes
ofrendáronte incienso, mirra y oro,  10
recibiendo de Ti mayor tesoro,

   en luz a su conciencia, por Tus Leyes,
¡plañidos del abismo se elevaron,
que cánticos angélicos ahogaron!




A María Settier, dolecta de las musas


   Quisiera colocar sobre tu frente
una rara diadema de adjetivos
más bella que de lauros y de olivos
y luminosa como luz de oriente.

   ¿Pero qué diccionario es elocuente  5
par encontrar en él apelativos
de laudatoria esencia, bellos, vivos,
como flores de luz en clara mente?

   Estrellas y diamantes engarzados
en frases como ilustre y como hermosa,  10
por ser constantemente dedicados,

   no son dignos de ti, porque mereces
algo más que la estrella y que la rosa
que es del arte el pensil donde floreces.




ArribaAbajoGoygoechea Menéndez, Martín

Paraguay. Siglo XIX

Poeta hallado en Internet.




Obsequio de boda


   La secular pobreza que asedia a los poetas
hace que sólo ofrezca un ramo de violetas
a vuestra grácil novia, pues en cuestión de amores
una epopeya ha sido siempre un ramo de flores.

   Vuestra novia es graciosa y muy dulce y muy bella;  5
lo galante sería ofrendarle una estrella
o un cordero blanco con grandes moñas rosas,
o sobre una azucena un par de mariposas.

   Y en su defecto, fuera un obsequio cumplido
dos tórtolas albísimas sobre el plumón de un nido,  10
mas, como enviaros eso no puedo, por mis penas,

   aunque haya mariposas, estrellas y azucenas,
luciendo una sonrisa, va el ramo de violetas
como la pobre ofrenda que usamos los poetas.




Soneto


   En la calma solemne de la noche
el férreo Mariscal por vez postrera
su ejército revista. Sobre el negro
manchón de las vecinas arboledas,

   se distinguen los cuerpos alineados  5
como una tenue pincelada. Llegan
con el viento los débiles rumores
que alza el Aquidabán. Alguna enseña

   deshilachada, trágica, en la brisa
se extiende como un ala gigantesca,  10
y sobre ese puñado de guerreros

   -la última falange que le queda-
¡parece el alma de la Patria misma
llamándolos a sucumbir con ella!




Soneto


   «¡Soldados del catorce! ¡Cuatro pasos
al frente!» dice el Mariscal, y apenas
quince sombras altivas adelantan,
¡quince sombras el arma le presentan!

   Tras una larga pausa dolorosa  5
impregnada de fúnebre tristeza,
los del cuarenta y tres fueron llamados...
Cuatro supervivientes, -cuatro lentas

   figuras espectrales- se movieron...
¡Dormían los demás, pero en la espesa  10
noche definitiva, a campo raso,

   con las pupilas al espacio abiertas,
aunque sin ver la claridad del día
ni la vislumbre azul de las estrellas.




ArribaAbajoGrilo, Antonio F.

Córdoba. 1845 - Madrid. 1906

Poeta que recitaba sus propias poesías con un arte que sólo podía igualársele, Zorrilla, según las crónicas de la época. Tuvo el privilegio que uno de sus libros de versos, (Ideales, París. 1884) fuera editado por la propia Isabel II y el mismo Alfonso XII, conocía de memoria algunas de sus mejores obras. Fue periodista de profesión. Murió sin tomar posesión de uno de los sillones de la Real Academia, que le fue concedido meses antes de su muerte.




En el álbum de la señora Baronesa de Fuente Rubio


   Cuando en velos de sombras se perdían
del rojo sol los últimos colores,
en un verde pensil, cuna de amores,
vuestros hijos, señora, sonreían.

   Mis ojos con ternura les veían  5
cual leves mariposas entre flores,
y al mirar sus hechizos seductores
así mis labios con afán decían:

   ¡Quién os dio la pureza que rebosa
por vuestro rostro cándido, inocente!  10
¡Quién la modestia, la virtud preciosa!...

   Y el eco murmuraba dulcemente:
«Vuelve los ojos a su madre hermosa
y de esas prendas hallarás la fuente.»




El oriente


   Regio alcázar del sol, cuna del día,
dorado albergue de colores lleno,
rojo fanal en cuyo ardiente seno
se pierde el manto de la noche umbría.

   Pueblen tus rayos la región vacía,  5
luzcan tus tintas en el bosque ameno,
abrillanta el arroyo que sereno
besa la flor de la esperanza mía.

   Al extender tus límpidos colores,
que el ruiseñor en su cantar pregona,  10
los campos te saludan con sus flores;

   el ronco mar tus perlas ambiciona,
y tus bellos magníficos fulgores
tienen al sol por inmortal corona.




El primer beso


   En el cielo la luna sonreía,
brillaban apacibles las estrellas,
y pálidas tus manos como ellas
amoroso en mis manos oprimía.

   El velo de tus párpados cubría  5
miradas que el rubor hizo más bellas,
y el viento a nuestras tímidas querellas
con su murmullo blando respondía.

   Yo contemplo en mi delirio ardiente
tu rostro, de mi amor en el exceso;  10
tú reclinabas sobre mí la frente...

   ¡Sublime languidez! dulce embeleso,
que al unir nuestros labios de repente
prendió dos almas en la red de un beso.




Un rizo


   Bucle dorado, que gentil y airoso
ceñiste ayer su alabastrina frente;
tú, que a los besos de aromado ambiente
por su espalda ondulaste caprichoso.

   Tú, que me viste resbalar ansioso  5
tras los hechizos de su faz riente;
tú, que escuchaste de su labio ardiente
el juramento ahogado y misterioso.

   Tú, que la viste cual gentil paloma
correr alegre en ademán travieso  10
por los vergeles donde Mayo asoma,

   déjame que en dulcísimo embeleso
aspire de sus hebras el aroma
y le entregue mi alma con un beso.




Luces y sombras


   Hay música en la fuente rumorosa,
y estrépito en el mar que ronco suena;
hay amor en la virgen azucena,
y espinas hay en la inocente rosa.

   Hay perlas en el alba esplendorosa;  5
hay en la tumba lágrimas de pena;
hay una vida de ilusiones llena
al lado de una cruz y de una losa.

   Dora el sol la mañana sin enojos,
y del Ocaso en la desierta calma  10
sombras habrán de ser sus rayos rojos.

   Así de nuestro amor bajo la palma
hay luces en la tarde de tus ojos
y sombras en la noche de mi alma.




La ascensión


   ¿Por qué la aurora de fulgores llena
vierte de perlas virginal tesoro,
y en las ondas del céfiro sonoro
música dulce y lánguida resuena?

   ¿Por qué la tarde al espirar serena  5
hoy engalana su dosel de oro,
y en el jardín con mágico decoro
pálida se estremece la azucena?

   Es que desciende vagorosa nube,
que con sus perlas dibujó el rocío  10
y donde canta virginal querube.

   Es que Dios rompe su sepulcro frío;
es que su imagen al Empíreo sube
bañando en luz los golfos del vacío.




ArribaAbajoGronlier, Enrique

Cuba. Siglo XIX




A la señora doña Gertrudis Gómez de Avellaneda en su feliz llegada


   En blanca nube que esmaltada brilla,
conduce Apolo en su triunfante carro
a Tula noble en ademán bizarro
hacia las playas de la indiana orilla;

   Cuba cantando a su llegar se humilla,  5
y entre su choza de palmera y barro
hace resuene de Almendar al Darro
el corvo caracol que da la Antilla.

   Himnos de gloria en su oblación le envía
el turbio y perezoso Manzanares,  10
y un torrente de célica armonía

   desprende la matrona de Almendares
diciendo con placer: «La poesía
tornó risueña a sus paternos lares.»




A Isabel


   Toma, Lesbia, las páginas preciosas
del bello libro que a tu mano envío,
cual santa prueba de un recuerdo mío,
en vez de darte mis mezquinas glosas;

   en él verás las plantas olorosas  5
que besan ledas el sonante río;
la rubia espiga del ardiente Estío
que se doblega entre fragantes rosas.

   Es historia de férvidos amores
do marca la virtud su noble paso:  10
Es poema de lágrimas y flores.

   Una pasión que floreció en su ocaso;
porque es, Belisa, un cuento de pastores
del amante y sensible Garcilaso.




Tus cartas


   Como de un bosque tétrico en el seno
suena l rumor melódico del río
y parece al sonar su murmurío
que está de orquesta bullicioso lleno;

   así en mi corazón triste y sereno  5
de impresiones eróticas vacío,
nacieron los calores del estío
al traducir tu acento que es tan bueno.

   En cada frase de tus cartas bellas
hallo un poema célico de amores,  10
porque observo que tierna te querellas

   como ave que suspira entre las flores
y ya que con tus lágrimas las sellas
acuérdate de mí, pero no llores.




Al distinguido aeronauta Mr. A. Boudrias de Morat, en su primera ascensión


   Alzose el genio y con serena frente
surca valiente la región vacía,
y el cielo alegre de la patria mía
derrama flores con placer vehemente.

   Y es solo Morat, astro fulgente  5
que en ciencia brilla como en claro día,
y un rayo de luz el sol le envía
formando mole de carmín luciente.

   Viajero sin igual, tuya es la gloria
que Minerva te da con fe sincera;  10
empuña el pabellón de tal victoria

   que cante Cuba con su ley primera,
y en los blasones que te de la historia
el águila tendrás, rey de la esfera.




A Rafael María Mendive


   Como brilla una estrella silenciosa
cuando termina el espirante día,
como exhala una dulce melodía
errante el ave de mi patria hermosa;

   cual esparce su olor la suave rosa,  5
como suena en un arpa la armonía
del alma que en feliz melancolía
la vida no apetece bulliciosa.

   Así tu canto, como arroyo lento
me duerme ledo en el tendido llano,  10
es música feliz del sentimiento;

   porque al oírte, trovador cubano,
me parece un Edén tu pensamiento
poblado por tu genio soberano.




ArribaAbajoGualberto Padilla, José

Puerto Rico. Siglo XIX

Poeta hallado en Internet.



   Éste, que vate fue de numen rico
tanto allegado amenos y a tan pobre
que por lograr el mísero algún cobre,
hace en la sociedad papel de mico.

   Pretende, cual la víbora este chico,  5
que entre sus labios la ponzoña sobre,
y el chiste inmundo, fétido y salobre
usa como en verano el abanico.

   Un tiempo sus arpegios deliciosos
hacían Mas hoy, de su guitarrazos allegros  10
han llegado a tal punto en lo asquerosos

   que repugna a los blancos y a los negros.
bailar la suegras y los suegros
las esposas también y los esposos.




ArribaAbajoGuerrero, J.

España. Siglos XIX - XX

Poeta.




Tipos clericales


   Soberbia y ambición, gula y pereza,
lujuria, orgullo, ira, hipocresía,
avaricia, amor propio, idolatría
hacia todo lo ajeno, ruin bajeza;

   adulación al rico, a la pobreza  5
desprecio sin igual, una falsía
que Judas para sí desearía,
mucho viento metido en la cabeza;

   nada de dignidad, mucho de vicio,
muchas palabras retumbantes, vanas,  10
sin sentido común y sin juicio...

   ¡Oh, lector!, en muchísimas sotanas
que, la verdad no tiene desperdicio,
hallarás cualidades tan barbianas.




ArribaAbajoGuerrero, Pascual

Cuba. Siglos XIX -XX

Poeta.




Semblanza


   Bajo el sol de tu blonda cabellera
se incendian los claveles de tus labios
y en tus ojos, divinamente sabios,
hay un vivo destello de Quimera.

   Ojos que tienen la sabiduría  5
de aprisionar el alma en las miradas
y revelan regiones ignoradas
donde es más bello y luminoso el día.

   Tienes en el andar, cierta arrogancia,
y da tu cuerpo en flor, dulce fragancia,  10
cuando te besa en su vaivén la brisa...

   En tanto, con sutil delicadeza,
florece en el jardín de tu belleza
la rosa espiritual de tu sonrisa.




Tú que vas a la fuente


   Tú que vas a la fuente, -¡oh, ideal soñadora!-
a la fuente de linfas armoniosas y bellas,
cuando la noche augusta sus jardines enflora,
y en las aguas apura resplandores de estrellas;

   Cuando bañas tu cuerpo con la luz de aquel astro  5
que da a las cosas una mística transparencia,
cerca un halo divino tus formas de alabastro
y viertes en la noche una sutil esencia.

   ¡Oh, ideal soñadora, de tristes ojos claros,
y cabellos de oro...! Dulces ensueños raros  10
florecen en mi alma sensible, si te miro...

   Y hasta cuando te alejas, creo ver en la tarde
que la luz de tus ojos melancólicos arde
y que exhalan las rosas tu fragante suspiro.




ArribaAbajoGuido y Spano, Carlos

Buenos Aires (Argentina). 1827 - 1918

Poeta argentino muy comprometido políticamente con la época que le tocó vivir.




Fuego sagrado


   ¡Lámpara misteriosa, que encendida
en el alma gentil perpetuamente,
tornas en flor, y aroma, y rica fuente
la vibración inmensa de la vida!

   Brilla pura, serena y escondida,  5
regando de ideal la humana mente,
y abrasa y funde en tu esplendor ardiente
toda la escoria que en el mundo anida.

   Brilla en la lid, en el taller, en la onda
de alta armonía que el poeta crea,  10
en la verdad que el pensador revela.

   Y el corazón al corazón responda;
y toda actividad trascienda, y sea
flecha de amor que hacia lo eterno vuele.




Sensualismo


   ¿Será un crimen rasgar la tenue gasa
con que oculta el amor gracias terrenas,
o en la pomposa viña las ajenas
uvas gustar y el bien que raudo pasa?

   Cuando el amor el alma nos abrasa,  5
que Venus arde en las henchidas venas,
desciende el cielo mismo a las amenas
ígneas regiones del placer sin tasa.

   Júpiter sumo el trono esplendoroso
dejó, y a Leda en cisne transformado  10
sedujo, y a la tiria Europa en toro;

   ¡y en la prisión entrando voluptuoso
de la blanca Danae, derramado
sobre ella se deshizo en lluvia de oro!




ArribaAbajoGuitarte, Luis

España. Siglos XIX - XX

Poeta.




Las joyas de la reina


   Rebosan de las arcas de cristales
las gemas de la reina de Castilla,
e irradiando fulgores ideales
todo en un sueño deslumbrante brilla.

   Las góticas vidrieras de la estancia  5
tienden sobre las losas sus colores,
y en el jardín, borrachos de fragancia,
desbordan su canción los ruiseñores.

   La reina viste traje de brocado;
a sus plantas, Colón, arrodillado,  10
sus albas manos conmovido besa,

   que, el alma llena de un fervor profundo,
para que se descubra un nuevo mundo
da sus joyas en venta una princesa.




ArribaAbajoGurruchaga, E. de

España. Siglo XIX - XX

Poeta.




La escuela católica


   Espacioso salón bien decorado
en el cual se ven místicos letreros
y estampitas de santos marrulleros
colocadas en uno y otro lado.

   Enseña el profesor con gran cuidado  5
las doctrinas de libros embusteros,
cuentecitos estúpidos y hueros,
y el Astete que salva del pecado.

   En resumen, enseña las cristianas
leyendas, y la historia del Mesías,  10
escritas por el gremio de sotanas.

   Así pasan los niños muchos días...
y así pasan semanas y semanas...
¿Y qué aprenden al fin? ¡Pues tonterías!




Retrato


   Levántase a las diez lo más temprano,
y después de almorzar, bien chocolate
o bien jamón gallego con tomate,
se dirige a la iglesia muy ufano.

   Salúdale cortés el aldeano  5
que en el campo con brío el pico bate
y suda la gran gota el botarate
para pagar los diezmos en verano.

   En la iglesia (quizá alguien no me crea)
dice misa, esto es, un cuarto de hora  10
a lo sumo de mística tarea.

   Come y duerme, claro es que sin señora;
vive sano, y es cura de una aldea,
y tiene una señora encantadora.




ArribaAbajoGutiérrez, Miguel Jerónimo

Cuba. Siglo XIX




Al sol


   Yo te bendigo, sol, padre del día,
sublime rey de la celeste esfera,
¡Cuánta es tu majestad! ¡Cuán hechicera
tu luz se esparce por la patria mía!

   La selva, el bosque, la montaña umbría,  5
el poblado, los valles, la pradera,
por ti renacen y a tu luz primera
huye la noche a su caverna fría.

   Bendito seas, oh sol, siempre grandioso
ornado de zafir en la mañana  10
alzas tu frente fúlgido y glorioso,

   luego más bello en el cenit, ufana
te ve la tarde y al morir rabioso
tu aureada tumba se tapiza en grana.




ArribaAbajoGutiérrez, Federico A.

Argentina. Siglos XIX - XX

Poeta.




La culpa


   Caminábamos Juntos... ¿Qué dolor es el mío,
que logra mantenerse dentro del corazón...?
y, bajo el cielo oscuro, se me antojaba el río
un confidente trágico de mi desolación.

   ¡Ah, yo hubiera querido ser menos que una ola,  5
ese grano de espuma que parece un rubí,
para desvanecerme, para dejarte sola,
par que no supieras lo que pasaba en mí...

   Y hoy que amo tu recuerdo, hoy que todo me hastía
reflexiono, soñando en tu cuerpo de nieve,  10
no fue por culpa de ella ni fue por culpa mía...

   Todo lo mata el tiempo; y el amor que es tan leve
como el glóbulo que hace la gota cuando llueve,
no resiste el pesado rodar de cada día.




ArribaAbajoGutiérrez Alea, Lino

Cuba. Siglo XIX




Sentimental


   Aquella tarde en que partí, veía
sobre el azul del firmamento, neta,
surgir en lontananza la silueta
del pintoresco fuerte del Vigía.

   A los rayos del sol resplandecía  5
albo y gentil, con expresión coqueta;
y sobre la montaña, la viñeta
de una página bella parecía.

   Volaba el tren... Una estación y un río
quedaron muy atrás; luego, un bohío...  10
Y la albura del fuerte allá en el cielo

   se extinguió lentamente, como muere
la dulce despedida de un pañuelo
suspendido por alguien que nos quiere.




Sinceridad


   Mírame sin temor, así, de frente;
irradie en tus adentros tu mirada,
que he de ser a tus ojos, mi adorada,
como un lago tranquilo y transparente.

   Mis pasiones, domadas rudamente,  5
mi pensamiento, mi ilusión dorada,
flora te brindarán, rica y variada,
del alma en lo profundo y de la mente.

   Que el resplandor de tu mirada alumbre
un remanso apacible: mi optimismo,  10
y un escollo fatal: mi pesadumbre.

   Y nada en mi interior, nada en mí mismo
haya que al escrutarme no vislumbre:
ni un bajo, ni un recodo, ni un abismo.




Pensamiento de Metastasio


   Si lleváramos todos en la frente
grabada la ambición que sustentamos:
¡cuántos, entre los muchos que envidiamos,
piedad inspirarían solamente!

   Viéramos sin esfuerzo, de esa gente,  5
enemigos que apenas sospechamos:
ansiedades, pasiones que ignoramos
tras la faz que nos muestra sonriente.

   Y entonces con asombro se sabría
leyendo cada afán, cada alegría,  10
escritos en las frentes de unos y otros,

   que la ventura de los más consiste
en fingirnos la dicha -suerte triste-
¡en parecer felices a nosotros!




Provinciana


   Más que en la urbe engañadora, quiero
pasar en el regazo de esta villa,
una existencia sin doblez, sencilla,
igual en emoción de enero a enero.

   La dulce paz a la inquietud prefiero.  5
Cuanto en la capital resuena o brilla
no me seduce nunca o maravilla,
pues no me habla al corazón primero.

   Aquí tengo mi hogar; bajo su techo
la familia solícita se agremia.  10
Y me siento feliz y satisfecho,

   aunque la lucha cotidiana apremia,
cuando en torno de mí, de trecho en trecho,
puedo evocar mis días de bohemia.




In memorian


   ¿Qué prodigioso imán, que hechicería
guardaba el mármol de la mesa aquella?...
¡Limpio, sin quebraduras y sin mella,
ninguno como él nos atraía!

   Brindábamos allí, día tras día,  5
por nuestra vida jubilosa y bella,
y no turbó jamás una querella
aquel cuadro perenne de alegría.

   El grupo se rompió cierto verano.
¡Todo lo cambia el tiempo y lo derrumba,  10
y ahora soy un tranquilo ciudadano!

   Y aquel mármol, revuelto en la balumba,
cuando lo veo en el café cercano
me parece la losa de una tumba.




Estival


   A la orilla del mar tengo mi casa.
Es un pequeño y rústico bohío
donde el aire circula a su albedrío
cuando el calor en la ciudad abrasa.

   La lluvia su techumbre no traspasa;  5
no lo conmueve el huracán bravío;
y en estos meses de implacable estío
me brinda él un bienestar sin tasa.

   Desde que asoma el sol en el oriente,
el beso de su luz resplandeciente  10
recibe mi casita veraniega.

   Y por la noche, al encenderse el faro,
parece, confiada, que se entrega
al bienhechor influjo de su amparo.




Nocturno


   Ahora que tengo casa y me codeo
con la gente burguesa y millonaria,
¿por qué temblar como si fuera un reo,
al cruzar por la calle solitaria?...

   ¿Por qué sentirme solo, si allá veo  5
pasar una mujer y un pobre paria;
y aquí, sobre los bancos del paseo,
dormitar a la plebe estrafalaria?...

   ¡Es que ya no es mi reino el que antes era,
y soy como un extraño en este ambiente  10
que amé, de poesía y de quimera!

   Y algo como un susurro maldiciente,
escuchar me parece dondequiera
que resuena mi paso irreverente.




Croquis de invierno


   Tarde brumosa de diciembre. El frío
y estas sencillas gentes amilana,
y ha venido a turbar la cotidiana
vida de buen humor del caserío.

   Gime el viento en lo árboles, sombrío;  5
y sobre la llanura comarcana
se extiende la neblina soberana
cubriendo el altozano y el bajío.

   En mi bello país no cae la nieve,
pero todos los años nos conmueve  10
esta sorpresa del invierno crudo,

   cuando el viento del norte baja y, fiero,
como la hoja de un puñal agudo
se nos entra en el alma, traicionero.




ArribaAbajoGutiérrez Coll, Jacinto

Venezuela. 1835 - 1901

Participa en la turbulenta política de su país. Diplomático de carrera.




Eros


   Desnudo ostenta el hombro alabastrino,
gallarda como rosa en primavera,
y del pecho la comba lisonjera
de encajes orna y transparente lino.

   Voluntades rendir es su destino:  5
si ruega, manda; si suplica, impera;
que no la vio el placer más hechicera
de la hermosura en el altar ciprino.

   En ti clavando los ardientes ojos,
con tierno halago su pasión delata  10
y al ósculo supremo te convida.

   Acude, ven sobre sus labios rojos...
¡Y no importa morir, que si Amor mata,
del beso del amor nace la vida!




ArribaAbajoGutiérrez Gamero, Emilio

España. Siglo XIX

Poeta. Fue Gobernador de varias provincias.




Deo volente


   El rayo de tu esencia poderoso
todo mi ser penetra, y dulcemente
inunda los espacios de mi mente
y la eterna inquietud trueca en reposo.

   La fiebre del gozar, el insidioso  5
afán de gloria, la pasión ardiente
que turba los sentidos, la insolente
adoración del «yo», presuntuoso...

   Ilusiones no más, y al condenarlas
a perpetuo silencio, sólo ansío  10
que me otorgues virtud para olvidarlas.

   Y yo las guardaré, callado y frío,
como el alma inmortal debió guardarlas
antes de darle vida el cuerpo mío.




ArribaAbajoGutiérrez Nájera, Manuel

México. 1850 - 1895

Poeta y escritor.



   ¿A cuántos engañaron tus promesas,
oh Circe habilidosa? ¿Cuántos, dime,
tus rojos labios de coral mordieron?
¿Cuántos de tus burlados amadores

   como propicias víctimas murieron?  5
Yo sé que todo cuanto dices, Lidia,
es calculada red engañadora,
que no hubo en el mundo más perfidia

   ni en mar cerúlea ninfa más traidora.
Pero disfrute yo de tus halagos,  10
y sienta de tu boca estremecida

   la caliente humedad cuando me besas,
y mientan en buen hora tus promesas
aunque me cueste el despertar la vida.




Dios


   Los mares en tormenta o en bonanza
nos revelan, Señor, tu omnipotencia,
y los astros nos dicen tu alta ciencia,
y las aves nos cantan tu alabanza.

   La tempestad, Señor, es tu venganza,  5
tu mirada amorosa, la clemencia;
tu santuario del justo, la conciencia;
y tu dulce sonrisa, la esperanza.

   No puede el hombre concebir tu alteza,
y el azul pabellón del firmamento  10
un reflejo sólo es de tu grandeza.

   En todo está tu poderoso aliento,
y es un canto a tu amor Naturaleza,
y un canto a tu saber el Pensamiento.




Soneto


   Si en la tela expectante de la vida
se deslucen los óleos animosos,
y agoniza de opaco ese brilloso
escenario de luces escondidas;

   si en todo el pensamiento halla medida,  5
y en un plazo fatal para lo hermoso
ya caduca el placer y muere el gozo;
si no hay gracia, alegría ni salida

   en el túnel estrecho de los días
que nos abra de risa a la sorpresa;  10
si un letargo de tiempo nos espía

   con el ojo de hastío y de pereza;
ya no hay dudas, con toda su porfía,
nos horada la vida la tristeza.




Anhelo


   Como ilustre consigna incitadora
das tu leño al hogar de la pasión,
para quien, atizando su tesón,
enardece la brasa emprendedora.

   Caudalosa tormenta instigadora  5
que anegando al estéril corazón,
fertilizas la tierra de la acción
y alimentas su flor ensoñadora.

   Le confieres la gracia de tu sueño
al que insiste con ansia y con empeño,  10
y utopías falaces, reales son.

   Mas aquel que camina con desgano,
sólo avista en las señas de tu mano,
un esbozo de lúgubre ilusión.




La mariposa y el árbol


   Con el ruego que dura lo que el día
preguntaba la inquieta mariposa:
¿por qué son tus raíces tan añosas
que le sirven de tumba a mi agonía?

   ¿Por qué duran tus hojas temblorosas  5
lo que nunca jamás podrán las mías,
estas alas de efímera estadía
que de efímeras se hacen silenciosas?

   Pero el árbol, consciente del destino
que lo incrusta en el mundo soberano,  10
respondió con la vista en el camino:

   Heme aquí, con el verde haciendo gala,
mas la fuerza del siglo toda en vano,
si no tiene mi tronco tus dos alas.




Pretenciosa


   Pretenciosa, ornamenta la exigencia,
con idílico objeto perseguido:
hombre culto, cabal, bien parecido,
y baluarte de amores y decencia.

   De sobradas alcurnias y presencia  5
que le eclipse a los oros su pulido,
coeficiente soberbio, y bien habido
su dinero, atributo de su esencia.

   Mas se venga, del torpe desatino,
con burlesco fantoche en el camino,  10
esa cáustica fuerza del realismo,

   cimentada en la chanza del destino.
Y resígnase sola, o estoicismo,
a una vida la obliga con cretino.




Entre el cielo y la tierra


   Que la ciencia me niegue su consuelo,
me preocupa, me inquieta y me consterna,
pues no aborda, esotérica y eterna
esa esencia supuesta que va al cielo.

   Que alce, vil la materia, su señuelo  5
a algún ánima pura y sempiterna,
no es motivo tangible que discierna
quien en pos de evidencia ponga el celo.

   Yo consciente del ave que, palpable,
vierte señas cabales de su vuelo;  10
y del hombre que habita, imperturbable,

   cuando muerto la cárcava del suelo;
me conformo con este desconsuelo
de no estar bajo tierra ni en el cielo.




Seudopoeta


   El talante está ausente, y aun se miente,
ignorante del verso y de la rima,
cuestionando a lo que ni se aproxima:
verso augusto, sonoro y contundente.

   ¿Qué si empleo la rima estoy carente  5
de moderna poesías? ¿Qué no ha y clima
confuso y retorcido que a la cima
aspire de las letras del presente?

   ¿Qué el soneto y la métrica, «poeta»,
a la «excelsa» poesía del momento  10
no le sirven siquiera de receta?

   Son quimeras, falaces argumentos,
que definen a quien, seudopoeta,
se libera de esfuerzo y de talento.




Soneto de inspiración


   No habrá métrica, rima ni sistema
que al soneto le sirva de simiente,
si no acude la idea complaciente
que al presente requiere mi poema.

   Si renuevo mis ansias, insistente,  5
a la angustia le infundo fuerza extrema,
y acreciento el prolífico problema
de la crónica ausente recurrente.

   Por lo tanto, de nulo sentimiento,
me confieso y resigno cuanto tema,  10
por fatiga, desgano o descontento,

   al ingenio le imponga su anatema.
Mas reviendo lo escrito, no hay dilema:
sin idea al poema lo sustento.



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